Archivo mensual: agosto 2007

APRENDER DE UMBRAL

umbral.jpg

Hay que ver cómo es internet. Se muere alguien, la gente va como loca al Google buscando referencias de ese alguien y un olvidado artículo de este pobre y mísero blog empieza a recibir visitas y algún que otro comentario. Me refiero a la única referencia a Francisco Umbral que he hecho en este garito, de soslayo y traída por los pelos. Pero la gente se agarra a un clavo ardiendo. Yo la tenía más que olvidada (fue hace más de un año), pero la recupero ahora, antes de escribir algo más sosegado y acertado sobre él:

“Puede que me equivoque, porque cito de memoria, y después de un día de trotar por varios pueblos de Aragón no me apetece buscar la cita exacta -tarea pendiente para otro día-, pero creo que Francisco Umbral habla de su pene en algún momento de Mortal y rosa (¿Y cuándo no habla de su pene?, se preguntarán los maliciosos, a lo que me veré obligado a responder que algunas veces también habla de su pelo, de su pluma, de su pecho y de otras muchas cosas que empiezan por “p” y que sólo tienen en común pertenecer a su nunca bien ponderado ego. Mis perdones a los umbralianos). El caso es que -creo, estoy casi seguro- Umbral dice en algún momento que las artes plásticas sólo se han atrevido a representar penes flácidos e inofensivos. El pene erecto es demasiado agresivo, demasiado dominante, demasiado distorsionante para cuadrar en una representación erótica. El pene erecto se asimila -siempre según esta torticera evocación umbraliana- más con un arma que con el placer, es decir, más con Thanatos que con Eros”.

No volví a buscar la cita exacta ni volví a referirme a Umbral en el blog. Ni siquiera cuando Pérez-Reverte le citó a la salida para medirse como un macho. Ahí ha quedado, pendiente. No es que yo tenga algo especialmente estimulante que decir sobre él. Ni le conocí ni sé ningún secreto inconfesable suyo. Sé lo que todos. Sé de sus libros y de su careta de personaje. Al margen de eso, mi conexión con él (esos seis grados de separación que dicen que hay como máximo entre todos los seres humanos del planeta) viene por una vieja amiga a la que ya sólo sigo a través de los artículos que publica. Creo que ella tiene el honor de haberle hecho la última entrevista, que publicó en forma de sentido retrato, de relato de un día en su aislada casa, con la presencia de María España de silencioso fondo.

Leí Mortal y rosa en un momento complicado y metamórfico (vaya palabro me he inventado) de mi vida y me llegó muy hondo. Hoy me extraña que un chaval sintiera esa empatía hacia el oscuro prota de un relato tan negro… En fin, quizá yo no era la alegría de la huerta con 17 o 18 años. A unos les da por la heroína, y a mi me dio por los falsos bohemios. No sé qué es peor, la verdad, pero es lo que he vivido. Creo que en Mortal y rosa atisbé además un Madrid que me resultaba muy familiar. Un Madrid asfixiante, de casticismos moribundos y resabios galdosianos. Lo vi más claro en La noche que llegué al Café Gijón, y gracias a Umbral y a la caterva de presuntos escritores malditos que llevaba sobre sus espaldas, aprendí a amar y a odiar por igual a Madrid. Y que se puede amar y odiar al mismo tiempo casi cualquier cosa. De Umbral aprendí las sutilezas de la ambivalencia y, como en un curso de cata, también aprendí a percibir el aroma de la putrefacción, que nada tiene que ver con el aroma de lo marchito. Más tarde, me dediqué a desaprender todo lo que había aprendido con él, y gracias a eso sobreviví con alegría.

Creo que quienes hemos leído a Umbral cuando nos creíamos letraheridos (y cursis, y estúpidos) hemos recibido una marca profunda. No sé si su literatura sobrevivirá, no sé si hablaremos de él como de un clásico. Personalmente, lo dudo mucho: le olvidaremos como olvidamos a su maestro, González Ruano. Umbral es ya pasto de eruditos y mitómanos, pronto dejará de ser un producto de masas, si es que alguna vez fue eso. Creo que fracasó en su empeño de fabricarse una cabeza: se quedó al final en simple caricatura. Con él, eso sí, desaparece para siempre una forma de vivir y enfrentarse a la literatura. Con él desaparece la literatura de subsistencia crecida en veladores de mármol de la Corte. Para mucha gente, tristemente, sólo quedará el personajillo que quería hablar de su libro. Pero él lo quiso así, sería ñoño lamentarlo. Para mí, después de muchas vueltas y revueltas, Umbral quedará como el inventor-cronista de un Madrid falso, arribista y neogaldosiano. Un Madrid más reconocible en las páginas de algunos libros que en sus calles actuales. Un Madrid de ficción, tan de ficción como su autor.

He sentido su muerte. Me he quedado con las ganas de conocerle.

NO LO ENTIENDO

patio_operaciones_bolsa_madrid.jpg

A ver si lo entiendo sin necesidad de estudiar Económicas. Resulta que a unos inversores la mar de enrollados se les ocurre lanzar unas “hipotecas de alto riesgo”. Financian en condiciones ventajosas y sin apenas garantías y, cuando el asunto les empieza a ir mal, el chiringuito se les desmorona. Normal, para eso eran “de alto riesgo”, digo yo. Si entras en un barrio de alto riesgo es fácil que salgas de él sin cartera. La diferencia es que, si a mí me quitan la cartera por temerario, cuando vaya a poner la denuncia, el policía encima me abroncará y me dirá que lo tengo merecido por andar por donde no debo (es cierto, ese tipo de reprimendas las he escuchado de boca de maderos, y yo me contenía las ganas de decirle que cada cual pasea por donde le sale y que se limitara a tramitar la denuncia sin moralinas ni consejitos). No recuperaré el dinero y tendré que duplicarme todos los documentos, pero la desgracia sólo me afectará a mí. Sin embargo, si eres un banco que ofrece hipotecas de alto riesgo, cuando te roban la cartera, provocas una ola de pánico generalizada que hace que todo el mundo pierda la cartera en cadena. Los bancos centrales emiten pasta para rellenar las carteras, aunque ni esos bancos ni los ciudadanos que los financian a través de sus gobiernos tienen la culpa de que unos señores se hayan lanzado a dar hipotecas de alto riesgo. Total, que resulta que el alto riesgo no era para los prestamistas, sino para todos los demás. ¿Existe algo más desquiciante?

El caso es que asumimos como reales y normales hechos absolutamente fantásticos. Leemos en la prensa que si un señor deja de pagar su hipoteca en Arkansas provoca una ola de pánico en la Bolsa de Madrid que puede llevar a la ruina a Piensos Rodríguez, empresa que no tiene nada que ver ni con los riesgos ni con las hipotecas ni con las viviendas prefabricadas de Arkansas. Es más, Piensos Rodríguez funciona bien, vende muchos piensos de calidad a buen precio y da trabajo a una cantidad notable de respetados profesionales que, sin comerlo ni beberlo, pueden verse en la puta calle. Cuando les entreguen el despido les dirán: “Compréndalo, es que, las hipotecas de alto riesgo…”. “¿Y a mí qué me dice, si yo soy ingeniero agrónomo?”.
Joder con la economía mundial. Es más asustadiza que una novicia al entrever las soberbias desnudeces del jardinero. Alguien se rompe una uña en el culo del mundo y enseguida ves a los inversores corriendo y berreando como niños histéricos tratando de venderlo todo, como si les quemara. Parece mentira que estos gritones pazguatos sean las mismas personas que, diez minutos antes, se reían a carcajada limpia sabiéndose los reyes del mambo. ¿Cómo se pasa de rey del mambo a niñato gritón en dos segundos? Hay que tener cierta coherencia con el papel que uno asume, por dios. Con una ciclotimia tan exacerbada no me extraña que las bolsas puedan derrumbarse como un castillo de naipes de un día para otro.

Estamos en manos de neuróticos peligrosos y no podemos hacer nada.

TAYLORISMO ELITISTA

granta.jpg

Kiko Amat, en el Culturas de La Vanguardia, escribe un artículo muy acertado, que resume básicamente lo que yo pienso, sobre la costumbre de la revista Granta de seleccionar cada década a los mejores novelistas jóvenes. En esta ocasión le ha tocado el turno a los mejores novelistas jóvenes norteamericanos. Estas vacaciones leí la antología en cuestión y, salvando dos o tres relatos, todos me dejaron un regusto de cosa prefabricada e insípida. Pero, además, leyendo el prólogo, me quedaron claras otras cosas que invitan a desconfiar mucho de quienes quieren emular a la MTV en plan cultureta. Porque una cosa es marcar tendencias o jugar a adivinar por dónde va la vaina moderna, y otra muy distinta es “marcar la agenda de lecturas de toda una generación”, como se vende Granta. Al loro cantimploro, porque la cosa tiene su miga:

1) El proceso de selección lo realizan universitarios excelsos y profundamente elitistas. Así, si en la lista de los mejores novelistas británicos, casi todos procedían de Oxford y de Cambridge, en la de norteamericanos, la mayoría son aplicados empolloncetes de la Ivy League. Y, como la propia historia de la literatura demuestra, el talento no fermenta sólo en los campus de Nueva Inglaterra. Como dice Amat: “Es más probable que un camello pase por el ojo de una aguja a que un no universitario pobre y autodidacta publique en Granta. Si Bukowski viviese, su máxima relación con Granta sería limpiar los retretes de la editorial”. Y no quiero ni pensar en cómo los dejaría de guarros. Les saldría más a cuenta tenerle como articulista.

2) El editor de Granta, Ian Jack, cita en el prólogo a Zadie Smith, con quien comparte escándalo por la abundancia de antihéroes violentos y escatológicos en los relatos. ¿Cómo es posible, si son jóvenes ricos y mimados que no han experimentado más muerte en su vida que la de su perrito Randall? Jack lo achaca a una “mal asimilada” influencia del realismo sucio de Carver en los talleres literarios donde se han formado estos escritores. He aquí lo nunca visto: taylorismo elitista. Mucha técnica pero nada que contar. ¿No decía Oscar Wilde que para escribir sólo hacían falta dos cosas: tener algo que escribir y escribirlo? Ya vendrán los lectores luego a discriminar si les interesa o no lo que está escrito. Pero claro, Wilde ya no imparte seminarios en Harvard ¿Para qué leerlo si no puedes ponerlo en el currículum? Por mi parte, tengo claro que, para leer malos sucedáneos de Raymond Carver, prefiero releer los cuentos de Raymond Carver. Qué poco moderno soy, ¿no? No me extraña que no me inviten a rave parties.
3) No hay nada más prescindible que una lista de imprescindibles. No está de más echarle un vistazo. De hecho, yo me he quedado con las ganas de leer algo más de un par de autores (por ejemplo, de Kevin Brockmeier), pero os aseguro que no va a marcer mi agenda de lecturas ni la de nadie. Entre otras cosas, porque soy demasiado veleta para gastar algo tan presuntuoso como una agenda de lecturas”.

UNA DE ROMANOS

escanear.jpg

Cuando la pusieron en Cuatro no pude seguirla (en contra de lo que le suele pasar a la gente con horarios decentes, yo sólo puedo seguir las series que echan a partir de la medianoche). La he visto ahora en DVD y, aunque muy tarde, por fin estoy en condiciones de hablar de ella.

Se la recomendé a una amiga seriéfila y me dijo que no le llamaba la atención, que aquello tenía un tufo a BBC yoclaudista que tiraba para atrás. Supongo que a mucha gente le pasará lo mismo, y entiendo los prejuicios: a mí también me resultan insufribles las recreaciones históricas de la BBC, que parecen como de Estudio 1, tan teatrales, tan falsas y con esos actores shakespearianos tan blancuzcos que creen estar interpretando delante de la reina Victoria. Pero es que Roma, aunque esté la BBC de por medio, no tiene nada que ver con Yo, Claudio. Es una serie del siglo XXI para espectadores del siglo XXI, sin pretensiones de ser un manual de historia.

Me gusta Roma. Y me gusta precisamente por todas esas cosas que le han reprochado sus detractores: me gusta que la acción se centre en las ficticias andanzas de dos soldados inspirados en otros dos que aparecen citados en un párrafo de La Guerra de las Galias, Lucio Voreno y Tito Pullio; me gustan los primeros planos de los actores, que rompen con los referentes visuales del cinemascope y nos devuelven una Roma de romanos (esto es, de personas humanas) con la que sí que podemos sentir empatía; me gusta que se folle y que se coma en abundancia, y me gusta el atrezzo, inspirado en Pompeya, tan reconocible para cualquiera que haya paseado por la ciudad maldita del Vesuvio. Y, por supuesto, me quedo tonto con la fotografía, especialmente en las secuencias callejeras, con esos ocres tan bien marcados.

Dicen algunos historiadores que, a diferencia de Yo, Claudio, no nos cuenta nada de la historia romana, de porqué y cómo cruzó César el Rubicón, pero no creo que la pretensión de la serie sea enseñarnos historia antigua. Roma es una serie de gestos y de personajes que viene con la filosofía de HBO, que no es otra que la de eliminar las imposturas de género. Los actores parecen haberlo entendido y están a la altura, por eso aguantan tan bien sus primeros planos y por eso saben imponerse al decorado. Si lo único que nos importase de la serie fuera la exactitud con la que se ha reproducido el Senado romano, habrían fracasado. HBO y la BBC han contado una historia de la vida cotidiana, como siempre, pero esta vez en la antigua Roma, con excusa histórica. Es decir, no han hecho épica (de ahí que no necesiten cinemascope ni grandes planos abiertos), sino lírica.

En otras palabras: es cierto que no se dan las claves por las cuales Roma pasó de una República senatorial a un Imperio de déspotas, pero resulta mucho más interesante ver a Lucio Voreno debatirse entre su sentido del deber, el amor a su familia y su recta moral republicana. ¿Por qué? Sencillamente, porque el dilema de Lucio Voreno lo viven todavía hoy millones de personas cuando salen de su casa por la mañana para ir a trabajar. Éso es lo que distingue a los narradores que quieren captar el espíritu diferenciador de una época de los que buscan la universalidad aglutinante de los sentimientos humanos. Cambian las políticas, las formas de relacionarse, las estructuras sociales, todo cambia. Pero la amistad, el amor, la traición, el deseo, el miedo, el odio y el resto de miserias humanas las reconocemos en cualquier época y cultura, ya sea en un Ulises atado a un mástil o en una oficina silenciosa y gris a las cuatro de la tarde.

Qué le voy a hacer si soy así de superficial.