Hay que ver cómo es internet. Se muere alguien, la gente va como loca al Google buscando referencias de ese alguien y un olvidado artículo de este pobre y mísero blog empieza a recibir visitas y algún que otro comentario. Me refiero a la única referencia a Francisco Umbral que he hecho en este garito, de soslayo y traída por los pelos. Pero la gente se agarra a un clavo ardiendo. Yo la tenía más que olvidada (fue hace más de un año), pero la recupero ahora, antes de escribir algo más sosegado y acertado sobre él:
“Puede que me equivoque, porque cito de memoria, y después de un día de trotar por varios pueblos de Aragón no me apetece buscar la cita exacta -tarea pendiente para otro día-, pero creo que Francisco Umbral habla de su pene en algún momento de Mortal y rosa (¿Y cuándo no habla de su pene?, se preguntarán los maliciosos, a lo que me veré obligado a responder que algunas veces también habla de su pelo, de su pluma, de su pecho y de otras muchas cosas que empiezan por “p” y que sólo tienen en común pertenecer a su nunca bien ponderado ego. Mis perdones a los umbralianos). El caso es que -creo, estoy casi seguro- Umbral dice en algún momento que las artes plásticas sólo se han atrevido a representar penes flácidos e inofensivos. El pene erecto es demasiado agresivo, demasiado dominante, demasiado distorsionante para cuadrar en una representación erótica. El pene erecto se asimila -siempre según esta torticera evocación umbraliana- más con un arma que con el placer, es decir, más con Thanatos que con Eros”.
No volví a buscar la cita exacta ni volví a referirme a Umbral en el blog. Ni siquiera cuando Pérez-Reverte le citó a la salida para medirse como un macho. Ahí ha quedado, pendiente. No es que yo tenga algo especialmente estimulante que decir sobre él. Ni le conocí ni sé ningún secreto inconfesable suyo. Sé lo que todos. Sé de sus libros y de su careta de personaje. Al margen de eso, mi conexión con él (esos seis grados de separación que dicen que hay como máximo entre todos los seres humanos del planeta) viene por una vieja amiga a la que ya sólo sigo a través de los artículos que publica. Creo que ella tiene el honor de haberle hecho la última entrevista, que publicó en forma de sentido retrato, de relato de un día en su aislada casa, con la presencia de María España de silencioso fondo.
Leí Mortal y rosa en un momento complicado y metamórfico (vaya palabro me he inventado) de mi vida y me llegó muy hondo. Hoy me extraña que un chaval sintiera esa empatía hacia el oscuro prota de un relato tan negro… En fin, quizá yo no era la alegría de la huerta con 17 o 18 años. A unos les da por la heroína, y a mi me dio por los falsos bohemios. No sé qué es peor, la verdad, pero es lo que he vivido. Creo que en Mortal y rosa atisbé además un Madrid que me resultaba muy familiar. Un Madrid asfixiante, de casticismos moribundos y resabios galdosianos. Lo vi más claro en La noche que llegué al Café Gijón, y gracias a Umbral y a la caterva de presuntos escritores malditos que llevaba sobre sus espaldas, aprendí a amar y a odiar por igual a Madrid. Y que se puede amar y odiar al mismo tiempo casi cualquier cosa. De Umbral aprendí las sutilezas de la ambivalencia y, como en un curso de cata, también aprendí a percibir el aroma de la putrefacción, que nada tiene que ver con el aroma de lo marchito. Más tarde, me dediqué a desaprender todo lo que había aprendido con él, y gracias a eso sobreviví con alegría.
Creo que quienes hemos leído a Umbral cuando nos creíamos letraheridos (y cursis, y estúpidos) hemos recibido una marca profunda. No sé si su literatura sobrevivirá, no sé si hablaremos de él como de un clásico. Personalmente, lo dudo mucho: le olvidaremos como olvidamos a su maestro, González Ruano. Umbral es ya pasto de eruditos y mitómanos, pronto dejará de ser un producto de masas, si es que alguna vez fue eso. Creo que fracasó en su empeño de fabricarse una cabeza: se quedó al final en simple caricatura. Con él, eso sí, desaparece para siempre una forma de vivir y enfrentarse a la literatura. Con él desaparece la literatura de subsistencia crecida en veladores de mármol de la Corte. Para mucha gente, tristemente, sólo quedará el personajillo que quería hablar de su libro. Pero él lo quiso así, sería ñoño lamentarlo. Para mí, después de muchas vueltas y revueltas, Umbral quedará como el inventor-cronista de un Madrid falso, arribista y neogaldosiano. Un Madrid más reconocible en las páginas de algunos libros que en sus calles actuales. Un Madrid de ficción, tan de ficción como su autor.
He sentido su muerte. Me he quedado con las ganas de conocerle.