MAMI, QUÉ SERÁ LO QUE TIENE EL NEGRO

Algunos de ustedes ya saben lo muchísimo que me gustan las columnas de Rosa Montero, cómo las devoro y las gozo como los sofisticados ejercicios intelectuales que son.

(Nota para serios: que no, tíos, que el único sentimiento que me provocan es el de la vergüenza ajena)

Este martes empecé a ver un montón de tweets que glosaban una fantástica columna de Rosa Montero. Decían cosas como: “Qué humana y emocionante historia”. O: “Genial esta ilustrativa historia de superación de las diferencias”. O: “Me ha emocionado mucho Rosa Montero con su columna”.

Y yo, que sólo me emociono con la pornografía vintage, pasé. Estaba teniendo un día muy bueno y muy productivo, y no quería agriármelo con un texto melifluo y de gramática infantil. Pero la cosa no sólo fue creciendo, sino que se descubrió que aquello era una columna publicada en 2005 (leer aquí) que, por insistencia cansina de los plastas de Facebook y Twitter, había vuelto a lo más alto de la lista de “Lo más visto” en elpais.com.

Así lo contaban los de El País, ufanos, en uno de sus blogs (pinchar aquí), en una entrada en la que se olvidaron de aclarar que la columna era un fraude chusco.

Porque, por supuesto, acabé leyéndomela. No soy de piedra, y me gusta de vez en cuando saber qué emociona por ahí a la gente. Por estar al día en cuestión de cursiladas. Y la columna resultó una cursilada enorme.

Resumiendo: una chica coge su bandeja en una cafetería universitaria alemana, la deja en una mesa y se va a pagar, y al volver, se encuentra con que un negro (¡un negro, mami, un negro!) se ha sentado frente a su bandeja y se dispone a zampársela —la comida que hay en ella, la bandeja en sí misma, no, aunque cualquiera se fía de estos negros que no distinguen una liana de un cable de alta tensión—. Puede que incluso sin usar cubiertos, ya se sabe cómo son estos negros de anticonvencionales y étnicos, que no están acostumbrados «al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo» (sic, sic y resic). La chica, que no quiere que la gente crea que le parece mal que un negro se coma su comida, aunque sea con cubiertos, se sienta frente a él y empieza a coger cosas de la bandeja, compartiendo y tal. El negro sonríe (¡mami, mami, el negro se está riendo! ¿Se reirá de mí o conmigo?) y empieza a papear también. Y así, sonrisa va, sonrisa viene, se zampan a medias la bandeja, en una comunión digna de los United Colors of Benetton de la mejor época. La cuestión es que, cuando ya de la bandeja sólo quedan los preservativos que van a usar en el coito con el que la pareja piensa celebrar su interracial encuentro, la chica alemana, «inequívocamente germana» (de nuevo, un sic muy grande), mira a la mesa de al lado y ve su abrigo junto a su bandeja sin tocar.

¡Anda, mami, que me comí la merienda del negro! ¿Lo habéis pillado, tíos?

Es en este punto donde los lectores de Montero se ven poseídos por la revelación epifánica. Moraleja: los negros son como los perrillos, les puedes quitar la comida y no protestan. No me extraña que, ante tan magnas enseñanzas, se escapen las lágrimas a chorro.

El caso es que, cuando iba por la mitad de la columna, yo me decía: esto ya lo he leído. Y no cuando lo publicó en 2005, porque recuerdo que me hizo gracia cuando lo leí, y a mí Rosa Montero nunca me ha hecho gracia. Y entonces caí: fue en Solar, la última novela de Ian McEwan. Al protagonista le pasa exactamente lo mismo en un vagón de tren con una bolsa de patatas fritas. Se cree que su compañero de asiento le ha robado la bolsa, y empieza a cogerle patatas, desafiante, y el otro sigue comiendo, aunque acaba ofreciéndole. El protagonista, encendidísimo, flipa con el descaro del chorizo, pero no protesta por miedo a que le arree una guantá. Cuando sólo queda una patata, el desconocido se la ofrece, y el prota la coge con desdén. Al bajarse del vagón, se palpa el bolsillo del abrigo y encuentra su propia bolsa de papas sin abrir. Y entonces cae en la cuenta de que el ladrón insolente era él.

Claro que en la historia de McEwan no había negros ni comunión interracial. El mundo no se salvaba. Era un simple chiste.

Pero que el mismo relato estuviera en una novela inglesa del año pasado y en una columna de Montero de 2005 me dio que pensar. ¡Dios mío, mami, han plagiado a Rosa! No me extraña, era una columna tan bonita y tan redonda que se presta a plagio. Pero luego recordé que los novelistas ingleses no leen a columnistas españoles. Es más, puede que no lean nada en absoluto y se pasen el día bebiendo guarradas con ginger ale en el pub (que se preocupan de no compartir con ningún negro). La hipótesis más plausible es, por tanto, que la historia de Rosa Montero no sea cierta y que se trate de una variante de alguna leyenda urbana.

Temeroso y cauto —pues se me caía un mito: no puede ser, mami, Rosa Montero no se puede inventar una historia así, no puede jugar con nuestros sentimientos interraciales de esa forma tan cruel—, expresé esta sospecha en Twitter, y al instante me respondió la insomne (que no hacía honor a su nick estando despierta a las dos de la madrugada). Sí, me dijo, es una leyenda urbana clásica, recogida y documentada por el estudioso Jan Harold Brunvard (autor de tres libros canónicos sobre el tema). Pertenece al ámbito anglosajón, pero hay versiones de la misma historia circulando por casi todos los países occidentales. La variante más extendida tiene lugar en un vagón de tren con una chocolatina.

La misma historia aparece al menos en otra novela de Douglas Adams, en dos cortometrajes y en un poema de Valerie Cox. Y eso, sin pasar de la primera pantalla de Google.

Me imagino que a Rosa Montero le llegó la leyenda en forma de powerpoint con fotos de gatitos y de negros sonrientes.

Lo grave, sin embargo, no es que la columnista use una historia trillada que es objeto de estudio de la antropología social y se recoge en la literatura especializada como una leyenda urbana clásica de probadísima falsedad. Lo grave es que nos lo cuente como si fuera cierto. Eso se llama engaño. O fraude. O estafa. Eso, en un periódico serio y prestigioso, debería ser motivo suficiente para que el columnista responsable deje de estampar su nombre en sus páginas, ya que con él mancha la buena reputación del diario.

La columna empieza con esta frase: «Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana». Nada indica que esa primera persona del plural sea mayestática. Es una afirmación relativa a un hecho: la columnista, junto con alguna o algunas personas más, se encuentra en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Luego, ella misma —y no sólo ella, sino sus acompañantes— es testigo de la anécdota que se va a relatar. Creo que hasta el lector más idiota así lo entiende.

Bastaría con esto, pero Montero está empeñada en dar verosimilitud a su relato. Por eso apunta en el último párrafo: «Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores» (la cursiva es mía).

Que además es auténtica. Y la presenció en compañía de alguien.

Cuando le afearon que hiciera pasar por real una conocida leyenda urbana, por lo visto, Montero dijo en Facebook que sí, que era una leyenda, pero que no sé qué de licencias literarias y bla, bla, bla. No hay licencia que valga: nos ha dicho que lo vio y que ella da fe de que la historia es auténtica. No se puede recurrir aquí a Juan José Millás y sus juegos de realidad-ficción. No ha lugar, señorita.

La credibilidad es el único patrimonio no sólo de los periodistas, sino de cualquiera que escriba en un periódico. En la prensa, el pacto de lectura establece que el lector se fía de lo que le cuentas. O bien porque le aportas pruebas de su veracidad (citando a fuentes independientes que lo corroboran), o bien porque comprometes tu prestigio y tu buen nombre en ello. Los grandes periodistas y articulistas no están obligados a demostrar en el texto la veracidad de sus afirmaciones. Simplemente, porque se supone que su propia palabra la avala. Nos fiamos de ellos. Si lo dice Rosa Montero, tiene que ser cierto. ¿Por qué? Pues porque lleva años ganándose nuestra confianza y nos fiamos de ella. Así de sencillo.

Yo tengo una serie de periodistas de cabecera que no me tienen que demostrar lo que dicen porque se han ganado mi confianza con su buen trabajo. Si Enric González me comenta que vio un ovni, es que vio un ovni. Y no necesito ver las fotos ni los vídeos ni que me traiga testimonios independientes. Me lo creo porque ha demostrado que siempre se esfuerza por decir la verdad con honestidad. Si Mariano García cuenta en un artículo que ha encontrado una grieta del continuo espacio-tiempo en una paridera de Beceite, provincia de Teruel, me lo creo. Porque lleva muchos años contándome historias sólidas, de una realidad inquebrantable.

Y me da igual que lo haga en un reportaje o en una columna donde se admite el uso de recursos ficcionales: si dices que algo es verdad y lo avalas con tu nombre, tiene que ser cierto. Si no lo es, demuestras que tu palabra no vale nada, que los lectores te importan una mierda y que no tienes ningún escrúpulo en traicionar el pacto de lectura. Tu prestigio, si tienes alguno, se va por el sumidero sin remedio.

Lo sorprendente es que Rosa Montero salga ilesa de estos episodios. Cualquier columnista británico o estadounidense habría sufrido graves e irreparables daños si se le descubriera algo así. Como poco, vería las puertas de su periódico cerradas a cal y canto. ¿Por qué en España cuela todo? ¿Por qué seguimos encumbrando no sólo la mediocridad, sino el fraude manifiesto?

He de reconocer, sin embargo, que es muy typical Spanish el sesgo buenrollero que Montero le da a la leyenda. Lo que en su versión estándar no es más que un chiste sin componente social o emocional ninguno, ella lo tunea para colarlo como una fábula sobre la integración y la superación del racismo. Olé. En España, un chiste nos sabe a poco: además de divertirnos, tiene que ser didáctico. No puede uno reírse y ya está, hay que extraer enseñanzas políticas y sociales. Pero el mensaje es tan asquerosamente paternalista que apenas se distingue de las viejas colectas del Domund. En el fondo, es un texto sumamente racista. La condescendencia es otra forma de soberbia, y la soberbia, aplicada a estos casos, deviene racismo.

Luego dirán que si la crisis se está cargando los periódicos. Pues esto sucedió en 2005, cuando atábamos los perros con longaniza y nadie hablaba de la crisis de la prensa. En fin, ustedes sabrán.

24 Respuestas a MAMI, QUÉ SERÁ LO QUE TIENE EL NEGRO

  1. Standing ovation, y no me pidas que me siente.

    Desde pequeño, he visto con claridad un norte, un punto de referencia que sostiene casi todo lo demás: la verdad. Hay cosas que son verdad, y cosas que son mentira.

    Luego he ido viendo que eso no siempre es tan sencillo, que en muchos casos distinguir la verdad es difícil, o imposible, y la mecánica cuántica y la estadística y la subjetividad y todo lo que se quiera. Vale. Aceptado. Asumido.

    Pero hoy en día veo con estupor algo que no puedo encajar: que la verdad ha dejado de tener importancia, incluso en los casos en que es fácil y objetivo ver cuál es. Incluso la ficción literaria o escénica descansa en un pacto con el lector, y hoy en día ese pacto se viola (en los periódicos, en los “realities”) sin ningún pudor ni consecuencia. No puedo evitar aplaudir, con lagrimillas en los ojos, cuando alguien llama la atención sobre eso.

    Coincido contigo: una periodista que dice que una historia es auténtica, cuando no lo es y sabe que no lo es, tendría que tener un problema gordo con la opinión pública y sus empleadores, punto uno. Si para afrontarlo en vez de pedir disculpas recurre a esa chorrada de la licencia literaria, tendría que irse a la puta calle de una vez y para siempre, punto dos. En este caso no hay mecánica cuántica que valga.

  2. Rondabandarra

    ¡¡Cuánto Racionero suelto!!

    Y hablando de chistes, uno ad hoc:

    Un negro y un estínjer se ponen a mear en un puente. El estínjer dice:

    -¿Has visto lo sucia que baja el agua?

    Y responde el negro:

    - Sí, y lo fría…

  3. Sescún Marías

    Un alto cargo de la oficina “de género” (existe) de la Universidad de Zaragoza forwardeó colectivamente un powerpoint-leyenda-urbana sobre la mujer en el franquismo, que ha circulado a lo largo y ancho de la red, y que me tocó bastante los ovarios. Le escribí personalmente comentando que no me parecía de buen gusto que, desde su posición y con el conocimiento de la causa “de género” que se supone tiene, nos bombardease con semejante gilipollez. A todo esto, la remitente-alto-cargo tuvo a bien reenviar mi email a la promotora del asunto, titular de departamento de aquella Universidad, que no dudó en echar por tierra mis años de doctorado. Me comí una bronca tremebunda argumentada “tú-eres-muy-joven-no-sabes-realmente-como-era-aquello”, en un tono autoritario que acojonaba. La verdad del powerpoint se impuso, y los lloros que me costó.

  4. Completamente de acuerdo con tu diatriba a Rosa Montero por utilizar una leyenda urbana como si fuera una experiencia personal. Sin embargo, no comparto que esa historia sea condescendiente u oculte una actitud racista de fondo. Más bien creo que busca criticar ese modalidad de antiracismo que, esa sí, esconde un paternalismo rancio y lleva implícita una idea de superioridad racial.

  5. Hombre, Carlos, el cuentito en cuestión -o más bien, la versión de Rosa Montero- considera que, como el chico es negro, es normal que la alemanita lo vea fuera de lugar en un comedor universitario, es normal que lo considere pobre y es normal que sienta penilla por él. Sólo al final, ¡oh, sorpresa!, descubre que no, que es un alumno más que ha pagado su comida. ¡Y eso que es negro! Joer, si esa no es una visión racista del mundo, ya me dirás…
    Y por cierto, yo también conocía esta leyenda urbana, que aparece en montones de sitios con matices diferentes. Así que, no sé si flipo más con la cara de cemento de Rosa Montero, colándola como si fuera cierta, o con la ingenuidad de los lectores que celebran esta historia “tan bonita”. Manda narices…

    • Pero el cuento precisamente lo que quiere decir es que esa visión paternalista y trasnochada de la alemana (que no la de Montero) es equivocada. La chica (no Rosa Montero) va de condescendiente con el pobre negrito y resulta que la lección se la de él. Yo lo veo así. Insisto en que es muy cierto que la Montero ha tenido un morro como un piano al hacer pasar por auténtica una leyenda urbana y, casi, casi, hacer ver que ella estaba presente durante los hechos, pero no creo que el objetivo ni el espíritu de esa historia sean racistas.

      • A ver, que no quiero que nos enredemos en nuestra interpretación del texto. Pero entiendo que Rosa Montero usa la historia como ejemplarizante, porque da por hecho que todos vamos a entender la actitud de la alemana y que, como ella, nos vamos a sorprender con el final de la historia: ¡el negrito no es pobre! Presupone que todos somos racistas, que el racismo es la norma, y eso, en mi opinión, es lo que convierte el cuento en racista. Pero vamos, que si tú no lo ves así, me parece muy bien, eh? que no quiero ser repelente…

      • De repelente, nada, Anakris. Por mi parte, encantado de charlar sobre el texto y contrastar opiniones diferentes con gente inteligente. Para repelente ya está la Montero, que es una escritora a la que nunca he tragado y de la que he sido incapaz de finalizar el único libro suyo que cometí el error de comenzar. A pesar de eso, creo que en esta ocasión se podía estar cometiendo el error de confundir el dibujo de un personaje con las ideas del autor. Yo creo que la historieta, cuentito o fábula urbana crea un personaje, el de la alemana, para burlarse y criticar una actitud de racismo que se esconde en poses antiracistas. Y creo que funciona bien. Se critica el primer mecanismo mental de la alemana (este negro se está zampando mi comida por la jeta), que es racismo puro (no hay dudas, el negro me está robando); se critica el segundo mecanismo (pobre negrito, si es que no le queda más remedio, viniendo de donde viene, con su cultura y su capacidad intelectual, etc.), que es condescendencia y paternalismo asqueroso de derivación racista, y se burla de la tercera reacción (qué maja soy que en vez de montar el pollo, darle dos ostias o pegarle un tiro al pobre negrito voy a compartir con él mi comida), que es un alarde de superioridad moral que da por el culo. Y todo ese esquema mental, que por desgracia es el de mucha gente que se considera antiracista, es lo que se pone en tela de juicio con un final cachondo. Es lo que me parece que, con un morro que se lo pisa en lo que se refiere a la veracidad del asunto, ha querido contar la insoportable Rosa Montero

  6. En mi caso, los textos de Rosa Montero los leo en transversal, pero aún leyéndolos en transversal suelen ser un cognazo. Lo del negro me deja asombrado: no es un problema que aún después del pilladón siga trabajando en El País, sino que haya sido capaz ya no siquiera de mentir y de colarnos una leyenda urbana, sino de adaptarla tan mal. Ahí demuestra en qué país de pandereta vivimos. A fin de cuentas, Rosa, la gran Rosa, da lo que el público quiere recibir, y lo hace sin escatimar.

  7. Rosa Montero es in-su-fri-ble. En general, todos los popes apoltronados de El País me repelen cosa mala (la Montero, Maruja Torres, Millás, Fernández Santos o el ‘experto en música’ Diego Manrique). Lo único que compartimos esa señora y yo es nuestra devoción y amor a nuestros canes.

  8. Que no hombre, que no. Que las historias se repiten. Que cada vez que creo que he visto o que me ha pasado, o que se me ha ocurrido algo único, sólo me basta dar un googlazo para ver que ya existe. ¿Por qué no le puede pasar a esta moza algo que pasa a todas horas?

    Hechos reales: Bus a BCN, el primero de la mañana, el de las 5, año 2001. Yo ya sentado en el bus: suben dos negros seguidos. Al primero se le cae un papel. Yo lo recojo y le digo al segundo: “Oye, a tu amigo se le ha caído esto”. Y el me responde “¿Amigo?, no conozco a ese sr de nada”. A mi cabecica no le dió mas de si para pensar que si dos negros suben al autobús de forma consecutiva es que van juntos. No creo que fuera racismo, me hubiera pasado lo mismo si eran dos punkies, pero vamos, que pasar, pasó. Y esta pasando, fijo.

    Como decía El Niño Gusano en su Cine Experimental: (¿ves como ya lo había dicho alguien antes?) No puedes decir nada nuevo, no puedes descubrir, sin repetirte.

    En mi opinión lo malo de esta historia de Rosa Montero es que muestra como excepcional algo que no lo es.

  9. Recomiendo a todo el mundo el mejor libro que he leído en 2011: “Blanco bueno busca negro pobre”, de Gustau Nerin (Roca Editorial). No se me da bien hacer publicidad, pero está muy bien.

  10. Severiano: No lo he leído, pero me carteé con Nerin hace un año y pico porque se interesó mucho por mi libro de los alemanes. Honor que me hizo. Me lo pillaré, que me dejó intrigado.

  11. El titulador loco de Público ha vuelto a hacerlo:
    Interior fulmina a la cúpula policial
    http://www.publico.es/espana/416368/interior-fulmina-a-la-cupula-policial

  12. No comparto el paquete que le tienes a la Montero, aunque algunos de sus artículos y libros me gustan y otros no, como le pasa a todo el mundo con cualquier escritor. Debe de ser que los años que te llevo me hacen pertenecer a otra generación más viejuna. Pero el post que te has marcao es bien bueno. Aquí esta mujer ha patinao con toa su alma. Y la reacción que ha tenido ante las críticas, penosa. No pasa ná, claro. ¿Qué va a pasar, si con cosas gordas, pero gordas gordas, tampoco? Estamos en la época del larí-laró, lará-lará, que pasen los días y a seguir, que con los días pasará todo también.

  13. Inde, se dice “reacción que ha tenío” y “con los días pasará tó tamién.”
    De ná.

  14. Pos no. Se dice lo que a mí me paice bien. En lo que escribo yo, of course.

  15. Mil gracias por la aclaración. Precisamente, en casa, andábamos pleiteando por el tema. Yo no conocía la columna y creí en Rosa Montero. Creí en su palabra de verosimilitud y de actualidad. A pies juntillas. Peor, al mostrársela a mi pareja, dijo que ya la concocía y que la habían usado en el aula, durante años, como texto, por su sencillez y temática. Que hacía tanto que se había publicado que hasta habían dejado de usarla por aburrimiento. Yo empecinada en llevarle la contraria, en defenderla argumentando que sería parecida pero “¡cómo iba a ser la misma!”. Imposible. ¡Casi me pongo a apostar!. Me has salvado de un ridículo espantoso (y de limpiar el polvo durante una larga temporada).
    Moraleja: no hay que fiarse de nadie y menos de algunos escritores consagrados…

  16. viajeroaitaca

    Creo que he leído 2 o 3 artículos de la amiga Rosa. Nunca me ha gustado. Ahora (bueno, en 2005) tampoco.

    El texto es paternalista, condescendiente y atufa a superioridad. Puaj.

    Yo he sufrido alguna vez escenas similares (en las que viejecitas se apiadaban del “pobre minusválido”, o pijos con ganas de impresionar a su chica me dan dinero creyendo que soy un mendigo) y producen un efecto curioso. Hay quien piensa que actuar de forma “amable” con alguien diferente (negro, gay, musulmán…) es signo de respeto. Al contrario: es signo de desigualdad. “Yo soy superior, por eso puedo perdonarte que te comas mi comida”.

    Sólo tratando al otro como tratarías a un amigo demuestras que de verdad piensas que no hay diferencias.

    Pero claro, si haces eso los políticamente correctos te pueden tachar de indiferente.

  17. Pues a mí me gusta Rosa Montero y creía tanto en ella que aún conociendo la historieta que ha circulado por mails que he recibido, hubiera pensado que la historia original era de ella y se la habían agenciado los demás con toda la cara .
    ¡¡ Que decepción. La caradura la de ella. No doy crédito !!!

  18. pues yo le doy un euro o medio a una abuela en la calle Asalto cuando paso y está, qué leches de superioridad ni ná, ella es mi pobre preferida

  19. Pingback: palabrismos by iguazelelhombre - Pearltrees

  20. Hola Sergio, yo he publicado hoy en mi blog una entrada sobre el mismo tema, y un amigo me pasa la tuya. Me ha gustado, Por si tienes curiosidad te dejo la dirección de mi blog. Mi entrada se llama “Leyendas urbanas”.

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    http://venganzamanomortal.wordpress.com

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