BARCELONA CALLING

Amiguetes y amiguetas, espero verles a todos este miércoles en la Fnac de Plaza de Catalunya.

En la crónica de este sarao, que escribiré a la vuelta, añadiré un despiece titulado Vila-Matas, ¿por qué me odias? Pero eso lo contaré después.

Mientras yo me muevo por la España plural y preapocalíptica, mi novela viaja en el tiempo y en el espacio.

Aquí la tienen, por ejemplo, presidiendo una comida en casa de mi amigo, el puntilloso crítico de teatro (y dramaturgo cuya obra vamos a ver publicada muy pronto) Joaquín Melguizo.

Sí, el de la foto de la botella de vino también soy yo. Y no es broma: Torrelongares comercializa cuatro modelos diferentes con cuatro microcuentos míos. Otro día les cuento, por si no se han enterado.

La señora de la foto es Helene Weigel, que fue también señora (tormentosa y a ratos) de Bertolt Brecht. Formaban pareja artística: Brecht escribía y Weigel interpretaba sus escritos en el Berliner Ensemble. Pero Weigel era, además de actriz de genio, una excepcional cocinera, y cuando terminaba la función, invitaba a un montón de gente a su casa y les preparaba guisos de su Austria natal. Era muy famoso su gulasch, un guisote que nadie debería comer a las dos de la madrugada.

Quienes hayan leído mi novela sabrán que el gulasch es una referencia extraña y recurrente. Se cocina los domingos y lo cocinan mujeres. Es así por Helene Weigel y porque creo que el gulasch es uno de esos platos que representa el respeto por la herencia paterna: en su salsa se liga la tradición familiar. Una tradición fuerte, centroeuropea, recia. Podría haber escogido el cocido o las croquetas, más ibéricas, pero como soy un raro y un esnob, escogí el gulasch. Por eso, Joaquín y su mujer, Zoya, nos invitaron a un ídem. En honor a mi novela y a Helene Weigel. Estoy convencido de que lo hizo más bueno que los de la mujer de Brecht.

Este es el viaje en el tiempo de mi novela, pero también ha viajado por Europa, o lo que queda de ella. Mi amigo Javier Rodrigo, historiador de la Universidad Autónoma de Barcelona, se fue hace unos días a dar una conferencia de sus cosas de historiador a Dublín y, en vez de llevarse una petaca de Anís del Mono o un montón de cocaína, como cualquier persona razonable, prefirió viajar acompañado de mi novela. Le hizo esta foto en la puerta del celebérrimo Trinity College, donde él oficiaba.

Es lo más cerca que mi obra va a estar nunca de las glorias académicas.

Vengan a la Fnac Triangle de Barcelona este miércoles, lo pasaremos bien.

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