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COMO UN CHINO QUE VA A CASA

Creo que no es cierto que los hombres queramos, como Ulises, regresar a nuestro hogar. No todos estamos tan locos para querer algo así. En una carta maravillosa, Franz Kafka dijo acerca de su estado de ánimo en el momento de escribir esa misiva (de amor, la envió a Felice Bauer): «Me siento como un chino que va a casa». No dijo que volviera a casa, sino que iba. Es una frase que me recuerda a Bob Dylan al comienzo de No Direction Home: «Salí para encontrar el hogar que había dejado hacía tiempo, y no podía recordar exactamente en dónde estaba, pero se hallaba en el camino. Y al encontrar lo que me encontré en el camino todo era tal como lo había imaginado. En realidad, no tenía ninguna ambición, no creo que tuviera ambición para nada. Nací muy lejos de donde se supone que debo estar, y por lo tanto voy de camino a mi hogar».

Enrique Vila-Matas, Aire de Dylan, página 309.

Me fascina la manera que tiene Vila-Matas de cachondearse de todo y, con su ironía —fina, anglosajona, sin ningún pegote de grosería latina—, decir siempre las cosas más serias. Su Aire de Dylan es una carcajada y una parodia, pero también es una novela trágica sobre la identidad y sobre la herencia que nuestros padres nos imponen. Una novela del desencanto de la senectud y, a la vez, una Künstlerroman. Un relato sobre la lucha generacional y, a la vez, una burla que ridiculiza toda la cultura y la literatura contemporáneas.

No voy a destripar ni diseccionar la novela. Prefiero hablar de algo más personal, de ese aire de Dylan que impregna tantos y tantos libros. Incluido el mío, incluida esa novelita titulada No habrá más enemigo que (alerta de autopromo) se presentará en Zaragoza el próximo miércoles. Es decir, que prefiero hablar de mis cosas, aunque sean a propósito del libro de Vila-Matas.

Bob Dylan es un estereotipo. Es un recurso gastado, un artista de artistas, una referencia caduca y naftalinosa. Dylan es influyente porque ha sabido convertirse en un aire que contamina buena parte de la cultura occidental. Especialmente, la literaria. Un artista no es influyente porque influya en el público, sino porque lo hace en otros creadores. Sólo así, su aire persiste, pegajoso e insoslayable.

Bob Dylan es el epítome de la lucha generacional. Un judío que se cambia de nombre y adopta el de un poeta borracho y violento, que se inventa un personaje para huir de su hogar. Dylan es un tipo que siempre está huyendo de casa, que siempre está renegando de sus padres, que siempre se está oponiendo a ellos. Por eso se inventa un nuevo personaje cada cierto tiempo, por eso hay tantos Dylan. Dylan es la huida constante, el empeño ridículo y vano de construirnos una identidad propia que no le deba nada al padre, a ese cabrón castrador que nos imaginó como una versión mejorada de sí mismo.

Vilnius Lancastre, el protagonista de Aire de Dylan, se parece al Dylan joven y odia a su recientemente difunto padre. Odia todo lo que fue y todo lo que hizo, y se esfuerza por convertirse en su antagonista. Pero, cuando su padre muere, éste empieza a infiltrarse en sus pensamientos y en sus sueños. Su fantasma se adueña del hijo hasta el punto de ir convirtiéndolo poco a poco en él, en un juego lleno de referencias a Hamlet (en realidad, es una parodia de Hamlet). Con esa tensión, Vila-Matas se burla —y admira al mismo tiempo— de nuestro empeño dylaniano, de nuestra obcecación por salir a la carretera, no direction home.

Para muchos escritores (pienso, por ejemplo, en mi querido Rodrigo Fresán, sin irme muy lejos), Dylan es la libertad hipster, la anarquía creativa, la búsqueda del genio a través de la introspección y el individualismo. Sin embargo, para mí, la figura de Bob Dylan es, esencialmente, un icono de ruptura generacional, de afirmación del hijo frente al padre. Y en ese sentido aparece en mi novela. Vila-Matas convierte este aire de Dylan en el leitmotiv central de su libro, empezando por el título, y va muchísimo más lejos que mis leves apuntes y citas, que no dejan de ser más que una música de fondo. Pero el sentido de su figura es el mismo que yo manejo.

En No habrá más enemigo, Dylan suena en la radio de dos coches. Pincho tres canciones suyas en mi novela. Las tres, de la misma época, del Dylan de los 70, que es el Dylan que más me interesa, el más nihilista y solipsista: Oh Sister, Gotta Serve Somebody y Knokin’ On Heaven’s Door.

Oh Sister es una especie de cántico de San Juan de la Cruz, con ambigüedad incestuosa. Si se interpreta en su sentido literal, habla de dos hermanos que desafian la figura del padre de la forma más brutal posible: follando entre ellos. Gotta Serve Somebody es una carcajada descreída sobre la ingenuidad de quienes creen que podrán ser libres algún día y no rendirán cuentas a ninguna autoridad. Knockin’ On Heaven’s Door pertenece a la banda sonora de Pat Garrett and Billy The Kid y es un canto fúnebre. Esta última, en mi novela, contrapesa la escena de un funeral: pretende subrayar la austeridad de un dolor real expresado con elegancia y contención frente a la hiperbólica escenificación de un ritual fúnebre pueblerino.

Siempre recurro a Dylan cuando quiero representar la naturalidad y la honestidad frente a la impostura barroca del mundo. Es paradójico que alguien tan complicado y que ha vestido tantas pieles, tantos disfraces y ha querido ser tantas personas distintas me evoque anhelos de autenticidad (si no le tuviera tanto miedo a esa palabra, diría de pureza), pero creo que Dylan, ese Dylan estereotipado y resobado, es la síntesis dialéctica de la contradicción entre realidad y deseo: Dylan es consciente de que nunca encontrará su identidad huyendo del hogar y negando al padre, pero la conciencia de esa imposibilidad no le impide que su vida sea un intento constante de huida.

Puede que Dylan esté muerto y se haya convertido en un lugar común, pero, como alegoría, sigue siendo pertinente. De hecho, no tiene otro sentido que el alegórico. Dylan hace tiempo que sólo es su aire, el que sopla en libros como este de Vila-Matas.

Aire de Dylan me ha divertido mucho, pero también me ha emocionado. Y no sé si esto se debe a la habilidad narrativa de Vila-Matas o a que me estoy volviendo gilipollas perdido. O a ambas razones.

EL MEDIO ES EL MENSAJE

Si eres un escritor/letraherido, vives en Calahorra y te da por hacer un blog, escribirás sobre los atardeceres de los campanarios, el sonido que hacen las cigüeñas (como se llame lo que hagan las cigüeñas, aparte de cagar zurullos del tamaño de un niño) y el rumoroso rumor que rumorea en los rumores rumorosísimos que rumisquean en la rumorosa mañana.

Sin embargo, si eres un escritor/letraherido, vives en Barcelona y te da por hacer un blog, escribirás sobre paradojas semióticas, intertextualidad, fusión de géneros, postmodernidad narrativa, metaficción y autoficción.

Ya lo dijo Marshall McLuhan: «El medio es el mensaje». La mayoría de la gente piensa que ese «medio» de la frase mcluhaniana era un medio o soporte de comunicación, pero yo creo que se refería al medio natural. El medio del primer escritor/letraherido es Calahorra, luego su mensaje es Calahorra. El medio del segundo escritor/letraherido es Barcelona, luego su mensaje es Barcelona.

¿Por qué no hay escritores/letraheridos en Calahorra que escriban sobre paradojas semióticas, intertextualidad, fusión de géneros, postmodernidad narrativa, metaficción y autoficción? Porque, en el mejor de los casos, acabarían en el pilón. Y, en el peor, colgados junto a los galgos.

¿Y por qué no hay escritores/letraheridos en Barcelona que escriban sobre los atardeceres de los campanarios, el sonido que hacen las cigüeñas (como se llame lo que hagan las cigüeñas, aparte de cagar zurullos del tamaño de un niño) y el rumoroso rumor que rumorea en los rumores rumorosísimos que rumisquean en la rumorosa mañana? Porque acabarían en un sitio mucho peor que el pilón: la casa de la cultura de Castelldefels o el salón de actos del Centro Gallego de L’Hospitalet. En cualquier caso, muy lejos de la programación cultural de la librería La Central y vetado en los saraos del CCCB.

Javier Avilés, digámoslo ya, tiene un nombre que podría pasar por el de un escritor/letraherido de Calahorra, pero es un escritor/letraherido de Barcelona. Y esto es meritorio: en Barcelona tienes que tener un apellido compuesto y con guión o dos k en el nombre para ser un escritor/letraherido de ley. Llamarse Javier Avilés es un handicap grande: los del CCCB saben que un nombre así no luce bien en su cartelería. Javier, ni siquiera Xavi, y Avilés, con esa hiriente tilde aguda que suena como un portazo asturiano, como un martillazo en un astillero, proletaria y ruda.

Pero nada es imposible en la ciudad de Gaudí (Gaudí, eso sí que es un nombre para Barcelona, suena casi extranjero, casi francés, se puede vender en Nueva York sin que parezca mexicano), y hasta un Javier Avilés puede llegar a lo más alto del parnaso si se lo propone.

Avilés tiene un blog, llamado . Y resulta que ese blog lo lee Vila-Matas. Eso no es noticia: Vila-Matas lee todos los textos donde le citan. De hecho, está leyendo éste ahora mismo: hola, Enrique, muy buena Dublinesca, insuperable, magistral. ¡Y la compré con mi dinero y todo! 19 eurazos me costó, que ya os vale, con lo mal encuadernada que está. Esto… que soy un joven escritor que busca padrino y tal. Si te interesa, consumo poco y no tengo muchos kilómetros. Te hago un precio.

En fin, que Vila-Matas lee . Pero no sólo lo lee. Vila-Matas va y comenta. Y se enreda en discusiones meta y autoficcionales con Javier Avilés. Y Javier Avilés dale que te pego a la postmodernidad literaria y a la imposibilidad de narrar y a que si Cervantes esto y a que si Pessoa lo otro y a que si Kafka lo de más allá. Y así, discute que te discute, Javier Avilés acabó componiendo un libro que no tenía título. ¿Pero quién quiere un título teniendo a un Vila-Matas? Don Enrique acudió al rescate y le sugirió que lo titulase Constatación brutal del presente (Libros del Silencio).

Es una frase del libro. El problema es que la frase aparece en las primeras páginas, muy al principio. Coño, Vila-Matas, escoge una frase que esté en la página 82. O en la 103. Que parezca que te lo has leído entero.

En fin, no importa: Vila-Matas acierta siempre, es infalible. Y con la elección del título no ha hecho una excepción. Es un título perfecto para mantener alejado al vulgo, un título para hablar entre mayores. Entre escritores mayores.

Lo diré para despejar dudas: Constatación brutal del presente me ha gustado. Mucho incluso. Pero dudo que sea literatura. ¿La reflexión sobre la literatura es literatura? ¿La metaliteratura es literatura? No sé dónde está el límite, la verdad. Sé que en el libro hay una trama lo bastante dibujada y unos personajes lo suficientemente redondos para etiquetarlo en el epígrafe de ficción narrativa, pero no sé si lo bastante dibujada ni lo suficientemente redondos como para merecer el calificativo de novela.

No voy de purista ni de pureta. No es eso. Simplemente, me pregunto si los artefactos narrativos postmodernos suponen la tan anunciada muerte de la novela o, simplemente, son un género narrativo nuevo (relativamente nuevo) que debe ser juzgado con otros baremos. En este caso, no supondrían amenaza alguna para la novela, pues discurrirían por un camino paralelo.

Porque estos libros empiezan a ir más allá de la mezcla de géneros y de la confusión del ensayo, la novela y el cuento. Tienen algo de tratado filosófico y algo de juguete intelectual y puede atisbarse en ellos algo parecido a un canon: tienen modelos que imitan (en España, Vila-Matas es referente) y una poética cada vez más definida.

Constatación brutal del presente es un libro para escritores y para chalados de la literatura. Es droga dura para iniciados, para quienes gustan de marear la perdiz y se preguntan qué sentido tiene esto de narrar historias, a quién puede interesarle, por qué las narramos como las narramos y si son útiles para comprender la realidad. Y aún más: si eso que llamamos realidad lo es de verdad, y si hay alguna forma literaria de aproximarse a ella, no ya de aprehenderla o de interpretarla o de transformarla. Simplemente, de aproximarse, de constatarla.

Todo el libro está atravesado por una referencia insoslayable: Stanley Kubrick, que en 2001 también se planteó (nos planteó) muchas de estas cuestiones. Rodrigo Fresán, en su última novela, El fondo del cielo, también se refiere mucho a Kubrick.

Con lo olvidado que parecía el pobre Stanley.

Pero yo, mientras lo leía —y con todos mis respetos a Kubrick, cuyo cine sigo defendiendo ante el desprecio miserable de mi señora: a mí me sigue emocionando ese astronauta atrapado en Júpiter o más allá del infinito— pensaba en F For Fake, un falso documental de Orson Welles sobre el mayor falsificador de la historia del arte. Un juego de espejos, un juguete intelectual sobre el concepto de verdad en el arte. Especialmente, porque uno de los hilos (más que leitmotivs) de Constatación… es un documental titulado Sigma 2, que denuncia un fraude masivo y demuestra que algo que todo el mundo cree que sucedió no pasó en realidad.

En definitiva, un artefacto literario propio de Barcelona. Si a alguien de Calahorra se le ocurre escribir algo así lo tiran del campanario.

COÑAZO COMO REPROCHE

Cerremos los vila-matismos, que se acaba el año y hay otras cosas de las que escribir.

Uno de los más recurrentes reproches que se leen —especialmente en los blogs— sobre los libros de Vila-Matas es que son un coñazo.

¿Es eso una crítica a su literatura? Lo sería si Vila-Matas pretendiera ser un tipo entretenido y ameno, pero su rollo es ser un coñazo. Él va de eso, es lo que le mola. Por tanto, no tiene sentido criticárselo.

Es como reprocharle a Rossy de Palma que sea fea o a Nacho Vidal que la tenga muy larga. Porque sus rollos son, respectivamente, ser fea y tenerla muy larga. Ahora bien, si Rossy de Palma se las diera de tía buena y Nacho Vidal tuviera complejo de pene diminuto, podríamos criticarles, porque ellos irían de una cosa que, obviamente, no les va.

¿Ha intentado Vila-Matas alguna vez ser ameno, didáctico o condescendiente? ¿Ha tenido en cuenta en sus novelas conceptos como tensión narrativa, ritmo o clímax? ¿Ha usado alguna vez esas técnicas para captar la atención del lector? No, su rollo es el coñazo metaliterario, la reflexión dentro de la reflexión, la nada como trama. Por tanto, no se le puede reprochar que no consiga algo que no pretende conseguir. A mí me mola su rollo, porque soy un juntaletras al que le gustan las cosas de juntaletras. Pero no tiene por qué ser su caso. Entonces, no pida un Vila-Matas si sabe que le va a sentar mal. Deje los licores fuertes para los buenos bebedores y pídase una limonada sin gas (un Dan Brown o un Ildefonso Falcones, que también tiene rima consonante). Pero si finalmente acaba pidiéndose un bourbon doble sin hielo, no le reproche al bourbon que sepa a bourbon: es culpa suya, no de la bebida.

Hay una gran confusión en esto de la crítica. Su ejercicio no consiste en la exposición de los gustos y disgustos del crítico, sino en la evaluación de la obra en sí. Y esa evaluación ha de centrarse en un aspecto fundamental: ¿están el autor y su obra a la altura de sus planteamientos? ¿Dicen lo que quieren decir y de la forma en la que quieren decirlo? Al calibrar la distancia entre la potencia y el acto, se puede valorar la obra con honestidad y situarla en un contexto adecuado.

De acuerdo: esto es una simplificación teleológica, pero sirve a grandes rasgos para definir la utilidad y la pertinencia de la crítica.

Así, es pertinente decir que Sabina es un ripioso simplón al que ya no le queda tópico marujil que explotar: su lírica callejera y chulesca es más impostada que una zarzuela y sólo sirve como material masturbatorio de señoras premenopáusicas abonadas al misionero dos veces al mes y que no han permitido a su marido que cumpla su fantasía de la penetración anal (sí, no he puesto una puta coma, pero la gracia es leer la frase de seguido, quedándote sin respiración). Es pertinente decir esto porque el rollo de Sabina es de poesía grandiosa, de decidor de verdades que hacen temblar las sucursales del Banco Hispano-Americano. Va de titán de las letras, de hondísimo explorador de la condición humana. Y luego, el tío nos viene con una rima en consonante de bombillas y amarillas. Es una crítica que viene a cuento.

También es pertinente decir que Pérez-Reverte es un coñazo, porque su rollo no es ser un coñazo, sino edificante, trepidante y tunante. No es pertinente decir que Vila-Matas es un coñazo por lo ya apuntado: porque Vila-Matas quiere ser un coñazo.

Otra crítica pertinente: Paulo Coelho tiene la profundidad de un telesketch y la audacia de un cura de pueblo. Deduzcan por qué es pertinente.

En resumen: criticar a Vila-Matas por coñazo equivale a criticar a una peli porno por guarra, a Woody Allen por gracioso y a un taxista por ser bocazas y llevar el coche como si escondiera en él tres perros muertos y mojados. Es su rollo: lo criticable sería una peli porno en la que nadie follara, una de Woody Allen sin gracietas y un taxista amable, capaz de terminar los participios en ado y con un vehículo bien conservado e higienizado (y no higienizao).

Creo que he ofendido a un número considerable de fans de Sabina, de Pérez-Reverte de Paulo Coelho, de Rossy de Palma, de Nacho Vidal y es probable que hasta de Vila-Matas (o al propio Vila-Matas, que ahora mismo puede estar pensando qué ha hecho mal para que su chispeante literatura sea percibida como un coñazo). Por no hablar de los taxistas. La ofensa es tan fértil y se extiende con tanta facilidad… Dejo que Google obre el milagro, que el contador de visitas empiece a subir y que los comentarios denigrantes hacia mi persona empiecen a fluir. Anímense, que es navidad y seguro que tienen poco trabajo en la ofi. Eso sí, les aviso que este garito tiene reservado el derecho de admisión: luego no se enfaden si les borro comentarios por mentarme a la madre. No esperarán que, encima, les aplauda. Aunque los veteranos ya saben que mi manga es muy ancha.

UN LECTOR COHERENTE

Como leo el último de Vila-Matas en el hospital, Pablo lo toma por un juguete. O por un libro, no lo sé. El caso es que me lo quita, lo hojea, lo abre, lo retuerce y lo manosea por todas partes. Lo manipula por todas las zonas manipulables, le da tres mil vueltas y me mira desconcertado. Al final, harto de darle vueltas al libro, lo tira y se echa a llorar.

Es decir, que se comporta como un lector de Vila-Matas, reacciona ante su literatura como se espera que reaccione cualquier lector. Le aplaudo. Le digo: «Muy bien, hijo, has entendido a la perfección la obra de Vila-Matas y te comportas como todos sus lectores».

Sorprendido por su sensibilidad literaria, voy a llevarle una de Goytisolo y otra de Fernández Mallo, a ver qué le parecen. Después de su reacción ante Vila-Matas, Pablo se ha revelado como un lector de finísima sensibilidad, así que me voy a guiar por sus gustos.

PD.- Hablando de literatura y de la frustrada ley Sinde. El otro día, en El País, Javier Marías escribía que si no se aprobaba la mentada ley, no sabía si publicaría otra novela. Desde aquí pido a todos los parlamentarios y senadores que tengan en cuenta sus palabras: en sus manos está librar al mundo de otro tocho de Javier Marías. Si esta polémica sirve para que no haya más novelas de este señor, bien empleada estará.

EMPUTECERSE

Leo en el último de Vila-Matas:

Hasta las gabardinas que llevaba y que la emputecían recordaban a las de Deneuve en Les parapluies de Cherbourg.

Frases como esta hacen grande a un escritor.

Me fascina el verbo emputecer, que en mi ignorancia creo inventado por el propio Vila-Matas. Pero resulta que aparece en el DRAE como sinónimo de prostituir. El Panhispánico de Dudas no sugiere otro significado.

En portugués, emputecer-se significa cabrearse.

Pero Vila-Matas no lo emplea como marca el diccionario ni como un portugués. Vila-Matas le da un matiz guarro y poético (qué es la poesía sino una guarrada con pretensiones) simplemente maravilloso. El verbo existe en castellano, no se lo inventa en cuanto a su morfología, pero sí que se lo inventa en cuanto a su semántica. Ha creado una palabra nueva, una palabra que huele, que impregna toda la sala de un aroma machihembrado.

Las gabardinas la emputecían. Qué plástico, qué forma de abrirse a un montón de posibilidades lúbricas y qué sencillez al emplastarse en la raíz animal del cortejo. ¿A quién no le gusta que su chica se emputezca de cuando en cuando? ¿A qué chica no le mola emputecerse? A mí me gusta el emputecimiento hogareño. Entiendo que las gabardinas emputezcan porque arman a quien las lleva, le dan un aire tosco y sofisticado, hombruno y desaliñado, tabacuno y grosero.

Las cosas que a primera vista emputecen no lo hacen ni por asomo: perfumes, joyas, trajes de noche. Tontadas. Pocas cosas emputecen más que una camiseta vieja.

Las navidades son un buen momento para emputecerse. Les invito a emputecerse en el calor de su hogar, mientras afuera llueve, como llueve mientras escribo esto.

Permítanme desearles felices fiestas, si realmente van a serlo. No es nuestro caso, pero no importa. Las cosas no marchan bien, nada marcha como debiera. No tenemos ganas de emputecernos, hemos perdido las ganas por casi todo. Por eso aguardaremos bajo techo, en silencio y con poca luz, el momento en el que tengamos algo que celebrar, algo por lo que brindar, algo por lo que emputecernos.

Que lo pasen bonito, con muchas gabardinas y muchas camisetas viejas.