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ENEMIGO, BY ANTÓN CASTRO

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NINA HAGEN EN LOS PAPELES

Hoy sale un reseñón de El restaurante favorito de Nina Hagen en el suplemento literario de Heraldo de Aragón. Casi una página, agüita. Ni que yo fuera ministrable o algo. Se han debido de equivocar, querían hablar del otro Del Molino, ese al que le gustan los toros y fuma puros.

Aquí la pego.

PD ibérica.- Mi libro no está sólo en los papeles (señores de la RAE, observen la importancia de una tilde: mi libro no está sólo en los papeles significa algo muy distinto de mi libro no está solo en los papeles. Pero ustedes verán, oh, guardianes de la lengua). Mi editor me manda una foto digna de Bigas Luna: el libro expuesto en Bodegas Almau, una centenaria y reconocida tasca de Zaragoza a la que acuden los modernos del lugar, atraídos sin duda por su aire antañón y sus barriles de madera. Ya saben ustedes que Miguel Ángel, el infatigable tabernero, organiza exposiciones y conciertos para satisfacer a su postmoderna clientela. Allí se vende también mi libro, expuesto junto al castizo Reservado el derecho de admisión. Y se mancha con la grasilla del jamón. Qué cutrerío más entrañable.

ME HAN PILLADO EN PIJAMA

Lo que pego a continuación es la entrevista que sale hoy en las páginas de Cultura de Heraldo de Aragón. El que está tirado en el suelo soy yo, y el que formula las preguntas y me hace parecer un poco menos idiota de lo que en realidad soy es Mariano García, un tipo que empieza a merecerse un monumento (y no por esta cosa, precisamente). Lo digo sin hipérbole ni ánimo de halagar: esta entrevista es una de las cosas que más orgullo me han hecho sentir desde que publiqué mis primeras letritas. Qué cojones: yo sólo hacía libros para que algún día me entrevistara Mariano García. Ya lo he conseguido. Ya me puedo retirar.

Creo que hoy también me sacan en una radio y en los informativos de la tele autonómica. Y, a las 20.00, si andan por Zaragoza, están todos invitados a un brindis en vaso de plástico en Los Portadores de Sueños (c/Blancas, 4). Si la emoción me lo permite, diré algunas palabritas y charlaré en público con Ana Usieto (otro honor igual de grande que esta entrevista).

No sé qué alegría tan grande siente uno el día de su boda, pero dudo mucho que sea mayor que la que siento yo hoy, con tanta buena gente alrededor.

EL DÍA DE PABLO

Esta es la columna que Cris ha publicado hoy en las páginas de opinión de Heraldo de Aragón. Yo no la firmo, pero la suscribo en cada letra y en cada espacio entre las letras. Comprenderán que hoy no estamos para muchas juergas. No me busquen, que no me van a encontrar, déjenlo para mañana.

EL CIELO SOBRE NUESTRAS CABEZAS

** Esta semana se desplomó el techo de un aula de la facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza (se puede leer aquí). Nada más conocerse la noticia, escribí este artículo, que ha salido publicado en mi columna dominical de Heraldo de Aragón, La ciudad pixelada.

A veces, las noticias se presentan como metáfora sin necesidad de que un titular ingenioso y trabajado lo haga evidente. Esto sucede con mucha menor frecuencia de la que los periodistas nos creemos. La inmensa mayoría de los hechos que vendemos como paradigmáticos de un estado de cosas no son más que interpretaciones forzadas por un buen texto. Pero cuando el techo de un aula de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza se derrumba, no hace falta forzar lecturas simbólicas ni señalar metáforas o sugerir alegorías.

O quizá sí, porque es nuestro trabajo. Alguien tiene que subrayar lo obvio, aunque solo sea para que quede constancia: esto se cae a pedazos, damas y caballeros.

Una de las principales diferencias que el viajero distraído encuentra entre los países del primer mundo y los que están en vías de desarrollo es el enorme deterioro de lo público que se aprecia en los segundos. Aunque sean países emergentes y exhiban un poderío económico apabullante, hay pequeños indicios que hablan de un Estado fallido o, al menos, débil e incapaz de hacerse presente y útil en la vida de los ciudadanos si no es mediante uniformes y pistolas.

Turquía es un buen ejemplo. Con una tasa de crecimiento del PIB estimada para 2011 del 7,3% (muy por encima no solo de la media de la UE, sino de la propia Alemania, que se sitúa en torno a un 4% y es la más alta de los países comunitarios con diferencia) y unas cifras de emigración en retroceso, el país parece más que listo para entrar en Europa. No hay una sola cadena multinacional que no tenga cientos de sucursales abiertas en las zonas comerciales de las grandes ciudades. Pero, mientras en los enclaves privilegiados del Bósforo florecen elitistas universidades privadas —algunas, franquicias estadounidenses— donde se forma la nueva y triunfante élite turca, la venerable y vetusta Universidad de Estambul se enmohece en la parte vieja de la ciudad, entre facultades descuidadas que no invitan al estudio ni prometen futuros halagüeños.

En países que fueron prósperos y dejaron de serlo hace tiempo, como Argentina, también es fácil encontrar indicios flagrantes del deterioro. En los centenarios e incómodos hospitales públicos de Buenos Aires, por ejemplo. Pasé una semana en un apartamento que daba al siniestro y gigantesco Hospital Rivadavia de la capital argentina, y pedí a los hados que me protegieran para no caer enfermo y no ingresar en ese caserón.

Parece que los países que fueron grandes y los que van a serlo se cruzan en un momento de sus trayectorias declinante y ascendente, y acaban pareciéndose. Turquía y Argentina comparten también una afición policial. En ambos países es fácil encontrar a policías por todas partes: el Estado falla como provisor de servicios públicos, pero tiene buena puntería con las armas.

Si en España empiezan a caerse los techos de las facultades y los quirófanos de los hospitales públicos empiezan a acumular polvo por falta de uso, empezaremos también a asemejarnos a esos países a los que creíamos que no nos parecíamos en nada. El despertar de nuestro sueño de nuevos ricos puede ser muy doloroso: tanto como la caída sobre nuestras cabezas de un cascote del techo del aula donde estudiamos. Si el Estado empieza a ser incapaz de garantizar unas universidades que no se desplomen y unos hospitales donde atiendan con prontitud y eficacia a los enfermos, solo nos quedará su respuesta armada. Del Estado solo veremos a sus guardianes, que vigilarán con mano firme las ruinas de lo que un día fue un lugar digno de ser vivido.

LA SANIDAD DE TODOS

Una tal Cristina Delgado, con quien no me une relación alguna y con quien jamás he tenido un hijo, publica hoy esta columna en las páginas de opinión de Heraldo de Aragón. Si esta les sabe a poco, que sepan que podrán encontrarla cada dos miércoles en esas mismas páginas (Nota al margen: está escaneada porque, como el resto de contenidos de la edición impresa, no se puede encontrar en la web).

COMO EN CASA, EN NINGÚN SITIO

** Este cuento se publicó en agosto en unas páginas especiales de Heraldo de Aragón. Me lo encargó Antón Castro y no llegué a verlo publicado por circunstancias que muchos entenderán. Además, cuando apareció —ignoro la fecha, pero estará en la hemeroteca—, yo estaba en el extranjero, y luego me olvidé de él. Hoy, poniendo en orden mis facturas, ha reaparecido este texto y me ha apetecido compartirlo con vosotros.  Gracias de nuevo a Antón por pensar en mí y en mis cosillas.

Repasa de nuevo el salón y enumera por cuarta vez todo lo que no va a poder llevar consigo: la foto de Hemingway bebiendo lo que él siempre ha querido ver como un ‘dry martini’, con un garabato ilegible que deja creer a las visitas que es una dedicatoria a su padre; los carteles turísticos de Senegal que le regalaron en Fitur; el ‘hiyab’ comprado en la Feria Intercultural de Getafe, pero que oficialmente es el souvenir que una amante olvidó en la moqueta de su habitación del Hotel Laleh de Teherán, antes de huir perseguida por la triunfal revolución de las barbas; la alfombra, regalo de un joven Sadam Husein en gratitud por la mejor entrevista que ningún occidental le hizo, siempre que nadie reparara en el piquito de tela blanca donde, antes de ser recortado, se leía ‘made in Taiwan’, o el samovar que, según un relato que se iba enriqueciendo con los años, alivió la soledad de Lenin mientras viajaba a Petrogrado para tomar el poder en nombre de los soviets.

Más de una vez, los objetos han estado a punto de traicionarle. Cuando aquel listillo cuestionó la autenticidad del salvoconducto que le firmó Deng Xiaoping y dijo que era el menú de un restaurante chino de Blanes. O cuando aquella estúpida azafata aseguró que tenía en su casa una máscara egipcia idéntica a la que él había recibido como obsequio de manos del mismo Nasser. Por suerte, ninguno de los dos vivió para contarlo, pero el desastre estuvo a punto de consumarse. Como ahora, que ya no tiene remedio.

Le gustaría llevarse algunas piezas, pero no tiene tiempo. Ha de hacer una maleta pequeña y huir. Por primera vez en su vida, va a viajar de verdad, va a recorrer los países sobre los que ha escrito tantos libros. Ya no se va a encerrar en casa con muchas latas de conserva, tres buenas enciclopedias y unas novelitas eróticas para dar color exótico y picante a los párrafos. Ahora probará en su piel las ciudades y las gentes a las que tantos adjetivos ha puesto. Su pasaporte, al fin, va a tener los sellos que le faltan.

Y ahora que están a punto de descubrir su farsa, recuerda por qué no viajó nunca, y siente la angustia por lo extraño, el vértigo de los aviones, la desolación de la lejanía. Con la puerta abierta y la mirada fija en los falsos recuerdos, se pregunta por qué se hizo escritor de viajes, si como en casa no se está en ningún sitio.

METAMAUS

Yo soy muy fan de empresas inhumanas y despiadadas, como Amazon.com. No me importa que esclavicen a sus trabajadores, que hundan a su competencia con prácticas casi ilegales o directamente mafiosas, que provoquen guerras civiles en países africanos y que usen lágrimas de niños en la manufactura de sus artículos. No les reprocharé nada siempre y cuando cubran mis caprichos. Y Amazon.com los cubre: en dos días me sirve en mi casita, a coste cero, un libro publicado la semana anterior en Nueva York. Si para eso tienen que ser malvados y sanguinarios y causar la extinción de cuatro especies de anfibios y dos idiomas minoritarios, pues que lo hagan. Ande yo caliente.

Hoy he recibido esta pequeña maravilla, y estoy encantado:

Explicaría lo que es, pero como ya lo hice ayer en mi homilía dominical de Heraldo de Aragón, me limitaré a pegarla aquí para que entiendan mi placer. Les dejo con mi versión heraldiana.

(Nota al margen: no pensaba colgarlo, por aquello de que me gusta diferenciar los artículos que hago para la prensa de los que escribo aquí, quiero que cada uno tenga su espacio y su tiempo, pero el gran Óscar Senar ha tuiteado algo al respecto de esta pieza y me he animado).

Un gran clásico moderno

 Justo antes de ponerme a escribir este artículo he comprado en Amazon ‘Metamaus: A Look Inside a Modern Classic, Maus’, que acaba de salir en Estados Unidos. Contraviniendo toda la cultura ‘low-cost’ que impera en internet y que también me enseñaron mis padres, hasta he pagado un poco más para que me lo manden antes a casa, confiando en tenerlo ya en mis manos cuando este texto salga publicado. No escatimo en mis pasiones, ni siquiera miro sus precios.

Y eso que este extraño y lujoso libro va en contra de una de mis creencias más firmes en torno al arte y la literatura: que al autor no le conviene explicarse demasiado, porque se supone que todo lo que quería decir lo ha dicho en su obra. De hecho, tenía un amigo poeta que rechazaba ser entrevistado o mantener encuentros con sus lectores porque aseguraba que lo que quería decir ya lo había dicho en sus versos y que no sabía decirlo de otra forma, que esa expresión no podía traducirse, resumirse o transmitirse en otras palabras. ‘Metamaus’ hace justamente lo contrario: ahondar en las entrañas creativas de la que creo que es una de las obras más influyentes de la cultura popular occidental de mi generación y de la que la precede: ‘Maus’.

¿Y qué diantres es ‘Maus’ y por qué debería importarme?, se preguntarán algunos de ustedes. Pues ‘Maus’ es un cómic. De hecho, es el cómic contemporáneo por antonomasia, el que consagró el concepto de ‘novela gráfica’ para adultos y consiguió que el arte de las viñetas dejara de ser considerado una subcultura analfabeta para integrarse en el reino del arte de verdad, con todas sus consecuencias. Firmado por Art Spiegelman y publicado por primera vez en 1973, fue el primer cómic que ganó un premio Pulitzer y ha marcado a todos los autores serios del género desde entonces. El libro que sale ahora es un estudio que relata su proceso de creación, sus claves y cómo cambió la vida de su atormentado y complejo padre.

‘Maus’ es autobiográfico. En él, Spiegelman, hijo de víctimas judías del Holocausto, se propone contar la vida de su padre y de su familia desde que los alemanes invaden Polonia hasta que termina la guerra y emigran a Estados Unidos. Pero el cómic empieza en el presente, con el propio Spiegelman visitando a su padre en su casita de Queens, en Nueva York, para que le cuente sus recuerdos. Sin embargo, conforme avanza el libro, los recuerdos del Holocausto pierden importancia y Spiegelman se centra en la dura y adusta relación que mantiene con su padre, incapacitado para el cariño. Durante casi trescientas páginas, intenta comprender por qué su padre es una persona tan distante y enrocada y el libro entero acaba siendo una indagación en las heridas que una educación ruda y falta de amor pueden dejar en un hijo. La lectura acaba siendo desoladora porque Spiegelman no encuentra respuesta a ninguna de sus preguntas, pero en el camino construye un relato descarnado y desesperado sobre padres e hijos.

La descripción de ‘Maus’ como ‘clásico moderno’ es plenamente acertada. No sé qué obligan a leer ahora a los chavales en los institutos, pero quizá si incluyeran libros como este tendríamos más y mejores lectores adultos. Se me ocurren pocas lecturas más apropiadas para un adolescente que empieza a definirse por oposición a sus padres y que puede encontrar muchos puntos de anclaje en estas viñetas. Es solo una sugerencia, por si quieren descargar los currículos escolares de espadones y de calderonadas y llenarlos con relatos que comuniquen sentimientos vivos y actuales.

MATERIAL PARA HERALDÓLOGOS

AVISO.- Esta entrada lleva varios días escrita, pero la tenía programada para que se publicara hoy, lunes. En el ínterin, ha muerto José Antonio Labordeta. Quise escribir algo sobre él y posponer este artículo, pero antes de que pudiera hacerlo, mi chaval, tras una semana entrando y saliendo de urgencias, ha tenido que ser hospitalizado. Comprenderán ustedes que, durante unos días, no estaré para nada ni para nadie. Les dejo este texto que ya estaba listo y cuyo lanzamiento no puede retrasarse mucho más y volveré cuando las circunstancias lo permitan.

Read me Red Roses for me
As I fall asleep tonight.
Will you miss me?
Will you miss me when I’m gone
Or only care a little?
Can I bring you something back
From Heaven or Hell?
Just let me know.

Este es el arranque de When I Come Back (Cuando regrese), una canción de NQ Arbuckle que escucho muchísimo estos días. La traducción más o menos libre sería: “Léeme Las rosas rojas mientras me quedo dormido / ¿Me echarás de menos? / ¿Me echarás de menos cuando me vaya / o sólo te preocuparás un poquito? / ¿Quieres que te traiga algo / cuando vuelva del cielo o del infierno? / Tan sólo pídemelo”.

No sé si me echarán de menos o sólo se preocuparán un poquito. O ni siquiera eso. Puede que a estas alturas la que hasta ahora ha sido mi mesa en la redacción de Heraldo de Aragón esté siendo ocupada por un becario adicto al Clearasil que duda si exacerbado lleva hache intercalada o va con uve. Heráclito y Machado decían que todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar.

Y como nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción, y soy más de mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, desde hoy, soy una baja permanente en la plantilla de Heraldo de Aragón, la empresa que me ha alimentado y a la que he alimentado con mi trabajo de manera regular desde 2002 y con interrupciones desde 2000.

Ha sido un divorcio amistoso y de mutuo acuerdo. Incluso creo que quedaremos a tomar café para hablar de los niños que tenemos en común y de lo que surja. Hasta puede que algún día echemos uno de esos polvos que echan los ex novios, pero a partir de ahora viviremos en casas diferentes. El lunes me presenté en el despacho del director y le comuniqué mi decisión, que llevaba meses y meses rumiando. Tras unos días de papeleo y negociación, estoy fuera de la empresa. En realidad, mi idea era marcharme el 15 de octubre, pero las circunstancias han adelantado la salida.

Los motivos de mi decisión son muchos y difíciles de enumerar. La mayoría de ellos son tan personales que no puedo confiarlos ni en privado, pero, por supuesto, ha pesado muchísimo la existencia de mi hijo Pablo, quien reclamaba algo más de atención por parte de al menos uno de sus progenitores. Y como el progenitor paterno tenía y tiene posibilidades de ganarse el pan fuera de la redacción del diario decano de la prensa aragonesa, ha sido él quien ha dado el paso.

Cambio las relativas comodidad y el abrigo del asalariado por las también relativas incertidumbre e intemperie del trabajo por cuenta propia. Me adscribo al régimen de autónomos e instalo mi cuartel general en mi casa. Mi sueño húmedo desde hace mucho tiempo.

Hay a quien le gusta trabajar fuera, acudir a un centro de trabajo, tener una oficina donde interpretar un papel y ejecutar un rol social. A mí siempre me ha pesado. Creo que la libertad viste pijama y no se ducha nada más levantarse. Aún así, y para sobrellevar los primeros tiempos de transición, he decidido acondicionar mi despachito hogareño haciéndolo pasar por una oficina: he instalado un dispensador de agua, le he puesto un cajetín monedero a la máquina de café, he colgado un tablón de anuncios sindical que he llenado con chistes de Forges sobre oficinistas y me he plantado una taza Al Mejor Papá del Mundo junto al monitor del ordenata. No he colocado fotos de mis hijos o de mi familia porque siempre he pensado que esa costumbre era propia de puteros con mala conciencia (prejuicios que tiene uno). Creo que me falta tener al lado otro puesto de trabajo con un tipo que no trabaje nada para que yo pueda decir que soy el único en esta puta oficina que da el callo. En verano, cogeré a un par de becarias que seleccionaré por sus aptitudes y la profundidad de su canalillo medido en yardas.

Así me lo he montado, ¿qué les parece?

Me gustaría insistir en que mi salida de Heraldo ha sido amistosa y solicitada por mí. Por supuesto, cierto hartazgo y cierta sensación de claustrofóbico estancamiento han pesado en mi decisión, pero no me he ido dando gritos ni portazos. Ni aunque hubiera motivo para ello lo habría hecho, que mis padres me dieron una educación muy esmerada. Digo esto porque sé que en ciertos medios aragoneses abundan los heraldólogos: tipos que, como hacían en su día los kremlinólogos, creen adivinar la situación interna del periódico por noticias como esta de mi salida, cuando no de la lectura al revés de un editorial o del número de sílabas de un titular de Deportes.

He escuchado mil y una hipótesis sin fundamento en muchos mentideros, y un montón de estos heraldólogos han intentado sonsacarme información de forma muy poco sutil. Generalmente, se hacen los enterados, pretenden saber más que yo y me cuentan fantásticas leyendas urbanas llenas de conspiraciones y hasta de ovnis. No siempre las desmiento, la mayoría de las veces, me encojo de hombros. Supongo que mi abandono del periódico será un material de trabajo excelente para elaborar complicadísimas teorías conspiranoicas. Les invito a desistir de ellas, aunque sé que no lo harán. En mi caso, todo es muy sencillo: llevo años queriendo trabajar desde casa, y al fin he visto el modo, el móvil y la oportunidad.

Por supuesto, me voy a centrar mucho en la parte literaria. Terminaré la novela que estoy escribiendo y se la pasaré a mi agente con la esperanza de que encuentre un buen acomodo. Tengo otros trabajitos y colaboraciones en marcha que me permitirán algo más que sobrevivir y aspiro a mantener un aceptable nivel de bolos periodísticos en prensa, radio, tele e hilo musical. Hay algún que otro proyecto supersecreto del que no puedo adelantar nada. También tengo un blog desde el que puedo decir a todos aquellos interesados en pagarme por mi trabajo que estoy disponible y que mis tarifas son muy flexibles. Francés y griego dos por uno sólo hasta fin de año.

Mantengo mis colaboraciones dominicales de La ciudad pixelada, pero todavía no tengo claro si seguiré escribiendo el blog literario De Reojo en Heraldo.es. Me voy a dar un par de semanas para pensármelo, si no les importa. En cualquier caso, si lo conservo, haré algunos cambios en su concepto.

Perdonen el tono un tanto achuscado de este anuncio, pero he decidido parapetarme en la ironía para no dejar un hueco libre a la melancolía. Son muchos los años de trabajo que dejo atrás, muchas las ilusiones. Le he dado a Heraldo de Aragón los años más vigorosos y expansivos de mi vida, y aunque soy de los que piensan que los mejores tiempos son siempre los que están por venir, no puedo evitar que la garganta se me irrite y se me apelotone cuando evoco todo lo que dejo atrás. Casi nueve años intensos, algunos de los mejores amigos que he tenido en mi vida y prácticamente todo lo que sé del oficio de juntar letras. Y Cristina, mi pareja, la madre de mi hijo Pablo, que se queda currando en el núcleo duro de Heraldo y quien más me ha animado a dar este paso mucho más difícil de lo que nadie puede imaginarse.

En Heraldo, trabajando, he vivido algunos de los momentos más felices de mi vida. Y también algunos de los más tristes. Heraldo de Aragón ha sido mi casa, y supongo que seguirá siéndolo siempre. Cuando crecemos, nos damos cuenta de que no venimos de un sólo útero, sino de varios. Pertenecemos a varias personas y a varios sitios. Y yo pertenezco a Heraldo. Aunque esa pertenencia no me ate, aunque me vea impelido a soltar lastre.

Como dice un buen amigo, hay que arrepentirse de lo que uno hace, no de lo que no se hace. Puedo estrellarme (ya he dicho a quienes me han felicitado que se acuerden de mí y me echen unas monedas cuando me vean mendigando por las avenidas del centro dentro de unos años), pero asumo el riesgo. Es preferible estrellarse buscando el propio camino que ahogarse en un barco cómodo que no se tripula.

Y basta ya, que empiezo a sonar como Paulo Coelho. En fin, queridos, ya les iré contando qué tal me va, porque este rincón sigue abierto y más activo que nunca.

Por cierto, gracias por leerme. Sin ustedes, yo sólo sería un loco que teclea al vacío.