Archivo de la etiqueta: Literatura

ESTA SEMANA, EN MADRID…

Todos ustedes serán bienvenidos. Y les recuerdo que Tipos Infames también vende vino, por lo que se abrirán unas botellas para brindar. Les espero.

BARCELONA CALLING

Amiguetes y amiguetas, espero verles a todos este miércoles en la Fnac de Plaza de Catalunya.

En la crónica de este sarao, que escribiré a la vuelta, añadiré un despiece titulado Vila-Matas, ¿por qué me odias? Pero eso lo contaré después.

Mientras yo me muevo por la España plural y preapocalíptica, mi novela viaja en el tiempo y en el espacio.

Aquí la tienen, por ejemplo, presidiendo una comida en casa de mi amigo, el puntilloso crítico de teatro (y dramaturgo cuya obra vamos a ver publicada muy pronto) Joaquín Melguizo.

Sí, el de la foto de la botella de vino también soy yo. Y no es broma: Torrelongares comercializa cuatro modelos diferentes con cuatro microcuentos míos. Otro día les cuento, por si no se han enterado.

La señora de la foto es Helene Weigel, que fue también señora (tormentosa y a ratos) de Bertolt Brecht. Formaban pareja artística: Brecht escribía y Weigel interpretaba sus escritos en el Berliner Ensemble. Pero Weigel era, además de actriz de genio, una excepcional cocinera, y cuando terminaba la función, invitaba a un montón de gente a su casa y les preparaba guisos de su Austria natal. Era muy famoso su gulasch, un guisote que nadie debería comer a las dos de la madrugada.

Quienes hayan leído mi novela sabrán que el gulasch es una referencia extraña y recurrente. Se cocina los domingos y lo cocinan mujeres. Es así por Helene Weigel y porque creo que el gulasch es uno de esos platos que representa el respeto por la herencia paterna: en su salsa se liga la tradición familiar. Una tradición fuerte, centroeuropea, recia. Podría haber escogido el cocido o las croquetas, más ibéricas, pero como soy un raro y un esnob, escogí el gulasch. Por eso, Joaquín y su mujer, Zoya, nos invitaron a un ídem. En honor a mi novela y a Helene Weigel. Estoy convencido de que lo hizo más bueno que los de la mujer de Brecht.

Este es el viaje en el tiempo de mi novela, pero también ha viajado por Europa, o lo que queda de ella. Mi amigo Javier Rodrigo, historiador de la Universidad Autónoma de Barcelona, se fue hace unos días a dar una conferencia de sus cosas de historiador a Dublín y, en vez de llevarse una petaca de Anís del Mono o un montón de cocaína, como cualquier persona razonable, prefirió viajar acompañado de mi novela. Le hizo esta foto en la puerta del celebérrimo Trinity College, donde él oficiaba.

Es lo más cerca que mi obra va a estar nunca de las glorias académicas.

Vengan a la Fnac Triangle de Barcelona este miércoles, lo pasaremos bien.

FÍATE DE LOS CURSIS

Con la venia, señoría, yo, Sergio del Molino, que ejerzo mi propia defensa, aporto aquí la prueba número uno:

«Con ese aspecto de chico tan educado que tienes, dicho sea esto con todo el cariño del mundo, la verdad es que impacta ese sexo tan duro que hay en tu novela».

Miguel Mena, en espléndida entrevista a mi personita educada en la Cadena Ser Aragón, el pasado 1 de abril (se puede escuchar aquí, es la última media hora del podcast).

Esta es la prueba número dos:

siempre me arrepentiré de no pararte cuando te vi paseando pos Sagasta para decirte lo mucho qué me gusto El Restaurante.

pero claro esa misantropía de la que tanto alardeas, cualquiera te dice nada jajajaj….y firmadito por ti.

, hace unos días, en conversación mantenida en Twitter.

Y, finalmente, prueba número tres:

Después de leer la primera novela del escritor Sergio del Molino (…) se hace un poco complejo mirarle a la cara. Da la impresión, terrible impresión, de que cualquier cosa que se le diga va a resultar vana. Luego resulta que no: el mozo no se come a nadie. Pero asusta.

Pablo Ferrer, reportaje sobre mi novelita y mi personita en el Mondosonoro de abril, pegado aquí debajo.

Señoría, podría aportar algunas pruebas y testimonios más, pero las considero redundantes. A la vista de estos documentos, se puede concluir que existen estas creencias generalizadas:

a) Las personas educadas practican coitos educados. El sexo salvaje es propio de quienes no son educados (prueba uno).

b) Sergio del Molino alardea (mucho) de misantropía. Por tanto, sus libros no proyectan la imagen de una persona educada, sino de alguien que tiene por costumbre escupir a quienes le abordan por la calle (prueba dos).

c) Cualquier cosa que se le diga a Sergio del Molino va a resultar vana (prueba tres).

Pues vaya imbécil, el tal Sergio del Molino. En el mejor de los casos, es un pervertido reprimido bajo una máscara de simpatía y buenos modales, y en el peor, un ogro que odia a todo el mundo, está lleno de mezquindad y reza por que llegue una guerra nuclear.

Y que conste que estos documentos surgen del cariño y como muestras de tal los tomo, no son agresiones a mi persona, no me he vuelto loco. Simplemente, quiero apoyarme en estos ejemplos precisamente porque están enunciados por personas que aprecian mi trabajo (y yo los acojo con gratitud, que quede subrayado).

Estas pruebas me han hecho pensar, pero me gustaría que el jurado las valorase como la validación del prejuicio social que representan. Es decir, que las aporto no para que me juzguen a mí, sino para que interpreten cómo funcionan los arquetipos y hasta qué punto nos impiden disfrutar de una mirada razonable y franca sobre el mundo y los personajes que lo sufren.

Me remontaré bastante en el tiempo, a la época en la que sólo era o intentaba ser periodista, aunque acababa de ganar un premio literario y empezaba a balbucear cosas letraheridas fuera de las páginas del periódico (y de los cajones de mi escritorio). En aquellos primeros y atolondrados pasos por el mundillo cultureta, me ofrecieron presentar una novela de Hernán Migoya. Era su primera aparición literaria desde el escándalo de Todas putas (como recordarán, en 2003, la directora del Instituto de la Mujer fue machacada porque, antes de acceder al cargo, había publicado este librito de cuentos considerado misógino, en un delirio gritón en el que se mezclaron política, literatura, puritanismo hipócrita y una profunda estupidez). Aceptar la invitación me costó el acoso cansino e irritante de una compañera, que aprovechó que yo había escrito algún cuento con cierto aire pornográfico para insultarme constantemente y tildarme de machista y fascista y no sé cuántas cosas más terminadas en -ista. Era como algunos trolls de internet, persistente y aburrida, y me llegó a molestar mucho. Por suerte para ella, como bien sabe Miguel Mena, soy muy educado y no me gusta discutir idioteces ni gastar esfuerzos retóricos en ladrar contra un muro.

Por supuesto, esta chica ni había leído a Migoya ni sabía mucho más del asunto que lo que se había bramado en la tele: Migoya, machista, violador, capullo. Y yo, por alusiones, también. Desde entonces, cada vez que salía una polla o un coño con estas letras en un texto mío, esta chica me señalaba con el dedo y me llamaba ‘migoyo’. Es decir: violador, machista, falócrata, aprendiz de Hitler.

Como mi estilo tiende a lo directo, exploro un humor que a veces es cáustico, me gusta la literatura pornográfica y suelo expresar mis opiniones con vehemencia cuando escribo, estoy más que acostumbrado a que se me tome por un monstruo que alardea de misantropía (sic). El estilo dibuja al personaje. Algún crítico incluso ha abogado en sus reseñas por darme dos hostias porque al leerme me pintaba como un matón fascista o un petimetre provocador. Incluso instaba a los lectores a dármelas si lo creían necesario. Confieso que esas cosas me cabrean muchísimo, no hay nada que deteste más que un perdonavidas grosero.

No hay contradicción entre mi persona y mi literatura. No soy un Doctor Jeckyll que se transforma en Mister Hyde cuando se pone a teclear. No pongo por escrito lo que no me atrevo a decir en una conversación. Mi literatura soy yo, y en lo que algunos lectores identifican como salvajismos no hay más que un deseo por alcanzar cierta verdad estética, por parir páginas honestas. Y eso, señores, es ser educado. Yo tengo buenos modales en la conversación y en mis libros. Trato a mis lectores con el mismo respeto con el que trato a mis interlocutores.

Alberto Olmos (quien, además de ser un chico más educado incluso que yo, presentará mi libro en Madrid la semana que viene, junto a mi amigo Alberto de Frutos; será una presentación de Albertos) sostiene que un estilo literario cursi suele delatar a un hijo de puta. No es una norma que se cumpla siempre, pero somos muchos quienes hemos aprendido a desconfiar de los cursis. Alguien cursi y exaltado está construyendo una imagen sublime e inmaculada de sí mismo, quiere ser tomado por alguien puro, por alguien santo. La cursilería es el camino de la santidad. Por tanto, lo cursi sólo puede ser una piel de cordero. Yo he conocido a unos cuantos autores rematadamente cursis y delicados que han demostrado ser unos nazis implacables, tipos a quienes no les tiembla la mano a la hora de apuñalar a su amigo o de vender a su madre.

Todos los fascistas procuran rodearse de una corte de poetastros y bardos cursis. Nerón era un cursi. Hitler era un cursi. Franco, cineasta en Raza, era un cursi.

Fíate de los cursis.

En cambio, he conocido a unos cuantos autores considerados broncos, o cuyo estilo se vende como agresivo y afilado, y casi todos son tipos de lo más amigable, con los que da gusto beber y charlar.

Otra prueba: los escritores cursis suelen estar muy apegados al poder. De hecho, el poder es un catalizador de cursilería. Los no cursis tienden a ir por libre.

Aquella misma compañera que me afeaba mis compadreos con Migoya, tenía el verbo exaltado y cursi por lo general, y demostró con el tiempo que tampoco era de fiar, que su mano temblaba mucho menos que su pluma a la hora de guardar cadáveres en el armario.

Once again: fíate de los cursis y de los defensores de la moral y de las buenas costumbres.

Lo cursi es una falta de respeto al lector, es una forma de insulto tanto más grave cuanto que está pensada para que el insultado no se dé por aludido. Es esquinera y ladina. Yo, como lector y como persona, me siento mucho más respetado por un Henry Miller violento y pornográfico que por un Manuel Rivas bucólico y soñador. Tanto para leerlo como para tomarme unas cañas, prefiero mil veces a Miller.

Así que no se sorprendan por encontrarme tan educado y formal en las distancias cortas: en mi literatura también soy educado y trato con el debido respeto a mi lector. Por eso no le vendo humo, por eso intento darle literatura, no palabras en conserva. Que lo consiga o no es otra cuestión, pero al menos lo intento, nadie podrá acusarme de lo contrario.

ESTA TARDE, EN ZARAGOZA…

Huelga decir que están todos invitados.

Para abrir boca, esta página correspondiente al Mondosonoro de abril.

COMO UN CHINO QUE VA A CASA

Creo que no es cierto que los hombres queramos, como Ulises, regresar a nuestro hogar. No todos estamos tan locos para querer algo así. En una carta maravillosa, Franz Kafka dijo acerca de su estado de ánimo en el momento de escribir esa misiva (de amor, la envió a Felice Bauer): «Me siento como un chino que va a casa». No dijo que volviera a casa, sino que iba. Es una frase que me recuerda a Bob Dylan al comienzo de No Direction Home: «Salí para encontrar el hogar que había dejado hacía tiempo, y no podía recordar exactamente en dónde estaba, pero se hallaba en el camino. Y al encontrar lo que me encontré en el camino todo era tal como lo había imaginado. En realidad, no tenía ninguna ambición, no creo que tuviera ambición para nada. Nací muy lejos de donde se supone que debo estar, y por lo tanto voy de camino a mi hogar».

Enrique Vila-Matas, Aire de Dylan, página 309.

Me fascina la manera que tiene Vila-Matas de cachondearse de todo y, con su ironía —fina, anglosajona, sin ningún pegote de grosería latina—, decir siempre las cosas más serias. Su Aire de Dylan es una carcajada y una parodia, pero también es una novela trágica sobre la identidad y sobre la herencia que nuestros padres nos imponen. Una novela del desencanto de la senectud y, a la vez, una Künstlerroman. Un relato sobre la lucha generacional y, a la vez, una burla que ridiculiza toda la cultura y la literatura contemporáneas.

No voy a destripar ni diseccionar la novela. Prefiero hablar de algo más personal, de ese aire de Dylan que impregna tantos y tantos libros. Incluido el mío, incluida esa novelita titulada No habrá más enemigo que (alerta de autopromo) se presentará en Zaragoza el próximo miércoles. Es decir, que prefiero hablar de mis cosas, aunque sean a propósito del libro de Vila-Matas.

Bob Dylan es un estereotipo. Es un recurso gastado, un artista de artistas, una referencia caduca y naftalinosa. Dylan es influyente porque ha sabido convertirse en un aire que contamina buena parte de la cultura occidental. Especialmente, la literaria. Un artista no es influyente porque influya en el público, sino porque lo hace en otros creadores. Sólo así, su aire persiste, pegajoso e insoslayable.

Bob Dylan es el epítome de la lucha generacional. Un judío que se cambia de nombre y adopta el de un poeta borracho y violento, que se inventa un personaje para huir de su hogar. Dylan es un tipo que siempre está huyendo de casa, que siempre está renegando de sus padres, que siempre se está oponiendo a ellos. Por eso se inventa un nuevo personaje cada cierto tiempo, por eso hay tantos Dylan. Dylan es la huida constante, el empeño ridículo y vano de construirnos una identidad propia que no le deba nada al padre, a ese cabrón castrador que nos imaginó como una versión mejorada de sí mismo.

Vilnius Lancastre, el protagonista de Aire de Dylan, se parece al Dylan joven y odia a su recientemente difunto padre. Odia todo lo que fue y todo lo que hizo, y se esfuerza por convertirse en su antagonista. Pero, cuando su padre muere, éste empieza a infiltrarse en sus pensamientos y en sus sueños. Su fantasma se adueña del hijo hasta el punto de ir convirtiéndolo poco a poco en él, en un juego lleno de referencias a Hamlet (en realidad, es una parodia de Hamlet). Con esa tensión, Vila-Matas se burla —y admira al mismo tiempo— de nuestro empeño dylaniano, de nuestra obcecación por salir a la carretera, no direction home.

Para muchos escritores (pienso, por ejemplo, en mi querido Rodrigo Fresán, sin irme muy lejos), Dylan es la libertad hipster, la anarquía creativa, la búsqueda del genio a través de la introspección y el individualismo. Sin embargo, para mí, la figura de Bob Dylan es, esencialmente, un icono de ruptura generacional, de afirmación del hijo frente al padre. Y en ese sentido aparece en mi novela. Vila-Matas convierte este aire de Dylan en el leitmotiv central de su libro, empezando por el título, y va muchísimo más lejos que mis leves apuntes y citas, que no dejan de ser más que una música de fondo. Pero el sentido de su figura es el mismo que yo manejo.

En No habrá más enemigo, Dylan suena en la radio de dos coches. Pincho tres canciones suyas en mi novela. Las tres, de la misma época, del Dylan de los 70, que es el Dylan que más me interesa, el más nihilista y solipsista: Oh Sister, Gotta Serve Somebody y Knokin’ On Heaven’s Door.

Oh Sister es una especie de cántico de San Juan de la Cruz, con ambigüedad incestuosa. Si se interpreta en su sentido literal, habla de dos hermanos que desafian la figura del padre de la forma más brutal posible: follando entre ellos. Gotta Serve Somebody es una carcajada descreída sobre la ingenuidad de quienes creen que podrán ser libres algún día y no rendirán cuentas a ninguna autoridad. Knockin’ On Heaven’s Door pertenece a la banda sonora de Pat Garrett and Billy The Kid y es un canto fúnebre. Esta última, en mi novela, contrapesa la escena de un funeral: pretende subrayar la austeridad de un dolor real expresado con elegancia y contención frente a la hiperbólica escenificación de un ritual fúnebre pueblerino.

Siempre recurro a Dylan cuando quiero representar la naturalidad y la honestidad frente a la impostura barroca del mundo. Es paradójico que alguien tan complicado y que ha vestido tantas pieles, tantos disfraces y ha querido ser tantas personas distintas me evoque anhelos de autenticidad (si no le tuviera tanto miedo a esa palabra, diría de pureza), pero creo que Dylan, ese Dylan estereotipado y resobado, es la síntesis dialéctica de la contradicción entre realidad y deseo: Dylan es consciente de que nunca encontrará su identidad huyendo del hogar y negando al padre, pero la conciencia de esa imposibilidad no le impide que su vida sea un intento constante de huida.

Puede que Dylan esté muerto y se haya convertido en un lugar común, pero, como alegoría, sigue siendo pertinente. De hecho, no tiene otro sentido que el alegórico. Dylan hace tiempo que sólo es su aire, el que sopla en libros como este de Vila-Matas.

Aire de Dylan me ha divertido mucho, pero también me ha emocionado. Y no sé si esto se debe a la habilidad narrativa de Vila-Matas o a que me estoy volviendo gilipollas perdido. O a ambas razones.

ENEMIGO, BY GUILLERMO BUSUTIL

También se puede leer en pdf pinchando aquí

Esto salió este sábado en La Opinión de Málaga. La considero una de las mejores y más hondas lecturas que se han hecho de mi novela. Por si a alguien le importa (que no creo).

ENEMIGO, BY ANTÓN CASTRO

También se puede leer en pdf pinchando aquí

Sobre ¡Despidan a esos desgraciados!, de Jack Green (Alpha Decay)

Fusilo grosso modo el prólogo de José Luis Amores: en 1955, un joven y desconocido escritor de 32 años llamado William Gaddis publicó su primera novela, The Recognitions (Los reconocimientos, en español, idioma en el que apareció en 1987 y en el que vuelve a reeditarse este año en una nueva y mejorada traducción gentileza de la editorial Sextopiso). La novela tenía unas mil páginas y se vendía al desorbitadísimo precio de 7,50 dólares en una edición primorosa de la primorosísima casa Harcourt, Brace & Company. Todas estas circunstancias (a saber: a) juventud e intrascendencia pública del autor; b) desmedida y rusa extensión, y c) envidia cochina por que un Don Nadie recibiese los mimos de una exquisita casa editora que negaba el saludo a muchos Don Alguien) condujeron a un menosprecio, cuando no directamente desprecio, de la crítica literaria. Los reconocimientos motivó 55 reseñas en periódicos y revistas estadounidenses el año de su publicación. Sólo dos hablaron del libro en términos positivos. El resto (53 de 55) lo despachó como fatuo, incomprensible, megalómano, ridículo, bisoño, naíf, etc., etc., etc.

En 1962, siete años después del vapuleo (que provocó que ni siquiera los familiares cercanos del autor comprasen la novela), un tal Jack Green, admirador entusiasta de la obra, que considera una de las mejores novelas escritas en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX, se propuso desmontar el ninguneo y los ataques que recibieron el libro, a su parecer no sólo injustos, sino claramente incompetentes. Analizó las 55 reseñas y encontró en ellas errores de planteamiento, de análisis y de juicio tan graves que concluyó que la mayoría de los críticos ni siquiera se habían molestado en leerse el libro del que estaban escribiendo.

Jack Green detectó errores en la enumeración de los personajes, en la identificación de los temas, en el resumen de las tramas e, incluso, en la reproducción de pasajes del libro, que estaban mal transcritos. Parecía que estaban hablando de una novela distinta, atribuían al autor intenciones que no se justificaban en el texto y tomaban en serio escenas que tenían una función claramente humorística. Los más finos acusaban a Gaddis de ser un reaccionario que preconizaba la vuelta a una religiosidad cristiana primitiva, cuando planteaba justamente una crítica al fanatismo religioso. Muchos se limitaron a fusilar la contraportada de la novela, sin molestarse demasiado en cambiar las palabras.

Jack Green (seudónimo), cabreado, decidió escribir y costear la publicacion de unos fanzines, que tituló newspaper, en los que desmontó la impostura de estos críticos y demostró que Los reconocimientos había sido víctima de unos reseñistas ineptos que no sabían hacer el trabajo por el que supuestamente le pagaban: les habían puesto una obra maestra delante de los ojos y habían sido incapaces de verla. Lo cierto es que, hoy, Los reconocimientos sí que goza de mucho ídem. La crítica que en su día escupió sobre ella, veinte años después empezó a reivindicarla como una pieza fundamental de la narrativa estadounidense. En los resúmenes de los mejores libros del siglo XX, casi todos los diarios y revistas literarios la han incluido en lugares altos de las tablas, su lectura es obligatoria en la mayoría de las universidades americanas y existe un consenso que la coloca a la altura de escritores como James Joyce o Thomas Mann.

De hecho, el panfleto de Jack Green sacudió las redacciones de muchos periódicos y revistas. Algunos de los críticos denunciados fueron, efectivamente, despedidos, y la crítica literaria hizo un ejercicio de autocrítica. Este librito no pasó desapercibido ni predicó en el desierto. Por eso es interesante leerlo hoy. Y porque, pese a todo, muchos de los estereotipos que se identifican en él siguen lastrando la manera de hacer crítica. Al menos, en España y en sus suplementos y revistas mainstream. Hoy también puede pasar: hoy también puede aparecer una obra maestra que los críticos despachen con dos adjetivos semiocurrentes.

El hallazgo más audaz e inquietante de Green es el de los clichés de la crítica. Analizando las 55 reseñas se dio cuenta de que, por lo general, la crítica abordaba los libros atendiendo a una serie de clichés o prejuicios que se anteponían siempre a la lectura del libro en cuestión. De hecho, no era necesario leer el libro para reseñarlo: una obra voluminosa, escrita por un autor novel y joven y editada por un sello de prestigio acumula tantos clichés que impiden una valoración honesta de lo que realmente está escrito.

Es decir: una novela de un autor joven ha de ser por fuerza inmadura. Si es larga y de trama compleja, además, es pretenciosa. Hay que bajarle los humos al chaval, que sin duda se cree Proust o algo peor. Si maneja y cruza muchas referencias culturales, añade información superflua con el único objetivo de quedar por encima del lector y demostrarle su sapiencia (erudición fatua). Valoraciones así las encontramos constantemente, pero son simples prejuicios de portera envidiosa: ¿quién nos dice que un joven escritor primerizo no puede ser, efectivamente, tan grande como Proust? ¿Quién dice que no pueda escribir una novela madura, sólida y original? ¿Quién dice que las referencias culturales no sean esenciales para la construcción del libro?

Lo mejor es que también hay clichés si el autor escribe una obra breve y desnuda de erudición. En ese caso, el jovenzano se ha limitado a hacer un ejercicio de estilo, quizá bienintencionado, pero insuficiente.

En general, los críticos vilipendiados por Green escenificaron el mito de Procusto: ante una obra que no encajaba en su estrechísima visión de la literatura, la mutilaron hasta hacerla encajar en sus prejuicios, sin molestarse en juzgarla como merecía, dedicándole la atención que reclamaba. Green está convencido de que hubieran hecho exactamente lo mismo con el Ullises de Joyce o con alguna de las grandes novelas de Thomas Mann. Incluso llega a sugerir (y no le falta razón) que los mismos argumentos que emplean para cargarse Los reconocimientos servirían para despachar Guerra y paz como un pomposo e insufrible libro fallido.

Poniéndonos estructuralistas (qué coñazo, ponerse estructuralista), el problema es, sin embargo, sistémico. Resulta obvio que los clichés de la crítica cumplen una función en cualquier época: preservar el canon dominante. Cualquier obra que no encaje en él o que aspire a transgredirlo, encontrará a la crítica coetánea de frente, absolutamente incapacitada para valorar positivamente su audacia o su transgresión. Si no fuera así, no habría poéticas ni discursos dominantes ni modas ni tendencias ni capillas. La literatura, aún hoy, sigue siendo una cuestión de militancia. El gusto es ideológico.

Como lector, se me suele tachar de ecléctico. Soy un lector raro, sin gustos monolíticos. Disfruto de autores con poéticas opuestas, casi nunca tomo partido. Eso me convierte en un lector melifluo, oportunista, de poco fiar. Porque concibo la literatura como una pasión sin ideología. Porque me emociona el hecho de encontrar la voz honesta del autor en las páginas, sin importarme su escuela o en qué partido literario milita.

Claro que tengo un gusto que procuro educar y que me predispone mejor hacia unas narraciones que otras. Claro que prefiero a unos escritores sobre otros. Claro que prefiero la garra de un norteamericano a un seudoexperimentalista francés, claro que prefiero un chuletón a un suave lecho de hidrógeno líquido, pero mis gustos no son anteojeras ni carnets de afiliado y no me impiden gozar de un autor ajeno por completo a ellos o dejarme sorprender por algo nuevo. Me considero lo bastante refinado para reconocer la buena literatura incluso en aquellos territorios que me repelen.

Quiero creer que mi actitud me habría permitido reconocer la grandeza de Los reconocimientos. Pero, quién sabe. A veces, ni eso es una garantía.

VAGINAS PRENSILES

Todas las vaginas son prensiles, al fin y al cabo. Tubulares y anilladas como una serpiente que traga huevos. Puritanos, tontos, hipócritas. Ninguno se atreve a confesarse que los amores más profundos se labran sobre la tierra de los colchones. Y que ésa es la única forma de pasar luego los años jugando a la brisca. Sin aburrimiento. Con complicidad.

Marta Sanz, Un buen detective no se casa jamás

Esta tarde, a las 20.00, estaré con Manolo Vilas y Marta Sanz en la Librería Cálamo de Zaragoza hablando de este libro. Y de lo que surja, vaginas incluidas.

Copipegado de la convocatoria de la librería:

Presentación: Un buen detective no se casa jamás

Jueves 15 de marzo de 2012 a las 20 horas en Librería Cálamo

(Plaza San Franciasco, 4)

Presentación de la nueva novela de Marta Sanz,  Un buen detective no se casa jamás, obra editada por Editorial Anagrama en su colección Narrativas Hispánicas.

Junto a la autora intervendrán los escritores Sergio del Molino y Manuel Vilas

Agradeceremos su asistencia.

Se servirá un vino por cortesía de Care Bodegas y Viñedos

READING IN PROGRESS

Lo esencial de una persona, dijo mi padre, sólo se nos mostraba cuando teníamos que considerarla perdida, cuando esa persona se estaba despidiendo aún de nosotros. De pronto podía descubrirse su verdad en todo lo que, hasta entonces, había sido sólo una preparación para su muerte definitiva.

Thomas Bernhard, Trastorno (1967)

Leyendo a Bernhard. Acojonado, triste y severamente concernido.

AGENDADO

Siempre que no haya huelga ese día…

Está tomado de la agenda oficial de la Fnac Plaza España, no me lo invento yo.

BLOGS LITERARIOS

Hoy he participado en el Encuentro de Blogs Literarios en Madrid. He participado en el panel titulado ¿Puede convertirse en un género literario? Mi intervención trata de responder a esa pregunta en el contexto de un debate. Este es el texto que me preparé, aunque no lo he leído, ha sido la base sobre la que he perorado. Lo pego aquí por si a alguien le interesa, advirtiendo de que se trata de un documento de trabajo cuyo destino no era la publicación y, por tanto, está lleno de imperfecciones.

No creo que los blogs literarios puedan convertirse en un género en sí mismos. Aunque profundamente alterados y distorsionados, en los blogs perviven demasiados elementos del articulismo como para considerarlos algo más que una variante del artículo clásico. Una variante autónoma y llena de excepciones, pero variante al fin y al cabo. Con frecuencia, nos apresuramos a descubrir mediterráneos, pero una mirada más reposada casi siempre nos lleva a concluir que todo está inventado, que eso ya lo vimos, que los romanos y los griegos y hasta las tribus aborígenes australianas ya hacían cosas sospechosamente parecidas a las que nosotros tomamos por nuevas.

En realidad, el péndulo oscila siempre entre dos extremos: el alelado entusiasta que babea por lo nuevo y el académico con cara de señor Scrooge que desprecia cualquier novedad calificándola de paparrucha. La inteligencia obliga a explorar el término medio: probablemente, la novedad no sea tan novedosa como aparenta, pero tampoco pueda asimilarse a una tradición con tanta facilidad como nos quieren hacer creer los señores gordos que se sientan en sillones de cuero.

Está muy demodé citar a Umberto Eco, pero en esta ocasión encaja perfectamente. El semiólogo italiano estableció que toda novedad es el resultado de una síntesis dialéctica entre redundancia e información. La redundancia, en sí misma, no produce nada nuevo, y la información pura resulta incomprensible al no estar anclada a un pasado. Para que un fenómeno nuevo pueda ser percibido como tal debe combinar elementos redundantes, que aludan a un contexto y a unos antecedentes conocidos por los receptores, con información nueva que puede descodificarse gracias a las claves que hay en la redundancia. Los blogs literarios tienen mucha redundancia, aluden constantemente al articulismo clásico y a sus resortes, herramientas y estrategias. Pero también aportan una información nueva lo bastante significativa como para desgajarse del padre. Pueden no ser un género, pero sí un subgénero del articulismo.

Me refiero constantemente a los blogs literarios que hablan de literatura. Ya sea desde una perspectiva crítica, testimonial, provocativa, cáustica o laudatoria. Creo que es el único modelo de blog literario realmente existente: el que plantea la literatura y sus miserias y grandezas como tema. Los demás experimentos (blogs que son novelas, blogs que son poemarios, blogs que son videoarte…) han fracasado. Creo que los lectores sólo nos interesamos por aquellos autores que trabajan la literatura como ámbito de discusión, generando la mayor barbarie metaliteraria que han visto todos los ismos, las nuevas olas y las postmodernidades del pasado.

En ese sentido, yo no aprecio que los blogs supongan un salto estilístico con respecto al periodismo literario analógico. De hecho, imitan muchos de sus vicios y trampantojos, en un intento, quizá, de dignificarse o de acercarse a un modelo reconocido y con prestigio social y cultural. Sin embargo, sí que suponen un salto conceptual muy importante que podría ser síntoma (pero no causa) de un cambio de paradigma en el statu quo cultural.

La consolidación de los blogs literarios en la galaxia cultural presagia el fin de la hegemonía de las voces que han marcado el paso en España desde la transición. Las diatribas que a menudo se lanzan contra el amateurismo de los blogs, o contra su descontrol, o contra el daño que hacen a los medios tradicionales, muchas veces encubren una rabia mal disimulada: la del cura que ve amenazada su influencia sobre su grey. No porque sus feligreses hayan dejado de escucharle ni se vayan a otras parroquias, sino, sencillamente, porque han surgido un montón de predicadores espontáneos sobre los que no ejerce ningún control. Ha dejado de llevar la voz cantante, de forma literal. No importa que su hegemonía se mantenga en la práctica, ya que sus amplificadores son mucho más potentes. Lo grave es la pérdida del monopolio. Lo que resulta intolerable es que se hayan roto los filtros de acceso al espacio público y que cualquier individuo con una conexión a internet pueda entablar una disputa dialéctica de igual a igual con un líder de opinión consagrado por los medios de comunicación.

Los blogs literarios han alterado un equilibrio de décadas en una industria cultural que pasa por sus momentos más difíciles. Para los líderes de opinión, para toda esa inteligentsia que ha sostenido un discurso inane y complaciente, ejerciendo una crítica bisoña y amiguista, los blogs literarios suponen un incordio. Como lectores, sin embargo, no podemos estar más agradecidos. Estos blogs han permitido una cierta catarsis (una explosión controlada, por así decir, pero explosión al fin) en un panorama anestesiado que se movía por pura inercia. Ha acompañado el trabajo de los pequeños editores de la última hornada, que han llenado de colorido e imaginación unas librerías mortecinas, y ha devuelto un sentido pasional al hecho de leer.

Desde una pose anacrónicamente estructuralista, muchos grandes popes de la crítica y de la cultura han alertado sobre las disfunciones que los blogs introducen en el sistema literario: confusión, falta de criterio, analfabetismo funcional, anonimato, descontrol… Todas estas críticas presuponen la imbecilidad intrínseca del público, al que consideran incapaz de discernir lo bueno de lo malo, como si no supiéramos valorar por nosotros mismos si un bloguero nos merece o no confianza o no pudiéramos calibrar si dice cosas interesantes o pura mierda. Porque ese es el problema: que, si se consolida el cambio de paradigma, los medios tradicionales tendrán muy difícil imponer su discurso frente a otros espontáneos. Los logaritmos de Google harán la criba por ellos y no tendrán ningún poder para encumbrar a los líderes de opinión del futuro.

Sin embargo, el cambio de paradigma aún no se ha producido. Los medios siguen consagrando voces. Aunque surjan en espacios ajenos a ellos: los periódicos siguen diciendo quién cuenta y quién no en la escena pública. Puede que de forma litúrgica y meramente nominal, pero mantienen su función.

Los blogs literarios, sin embargo, han transformado la discusión literaria, han cambiado las reglas de juego. Quizá no hayan alterado las jerarquías, que siguen vigentes, pero han permitido romper el tapón generacional y ampliar el repertorio de voces de una forma exponencial y absolutamente impensable hace menos de diez años. La heterogeneidad y la diversidad sólo suponen una amenaza para quienes aspiran a mantener o conseguir una hegemonía del discurso público, pero no puede ser más que un motivo de celebración para los lectores. En este caso, más es siempre mejor, por mucha morralla que se produzca en el intento. Morralla, por otro lado, fácilmente ignorable. Recurriendo a las liturgias y estrategias del periodismo cultural clásico, lo han transformado por completo al sacar el ámbito de discusión del núcleo de la industria y de la cadena de favores institucionales en el que vivía. Son un gran paso adelante, y no necesitan convertirse en un género independiente para ser un elemento fundamental de la vida literaria. Ya lo son, sin posibilidad de marcha atrás.

CEREBRO FRITO

En esta piscina flota el cadáver de un viejo gordo. Está boca abajo, como William Holden al comienzo de Sunset Boulevard. Un niño nada en torno a él y golpea su cuerpo fofo y en descomposición.

Esta piscina está en un sitio fantástico y deliciosamente hortera de México llamado Bacalar, cerca de la frontera con Belice, pero también está en mi novela No habrá más enemigo, que ya circula por las librerías patrias. Pueden pedírsela a su amigo librero desde ya.

Mientras los interesados buscan esa alberca en mi libro, yo me retiro a recuperarme de cierta fritura cerebral. Tengo las neuronas machacadas y polvorientas, tan muertas como el viejo gordo que flota en esa piscina de Bacalar.

Y sí, de verdad de la buena que esa piscina es la de la novela. De hecho, poco a poco, y de forma discontinua, voy a ir colgando una galería fotográfica de algunos escenarios de mi libro.

BREVÍSIMA AGENDA DE MARZO

Hay bastantes más cosillas, pero esto es un avance de la brasa que voy a dar en varios sitios este mes que está a punto de empezar. Aprovecho para disculpar mi ausencia el pasado viernes 24 de febrero en el sarao #lared140, donde estaba previsto que moderase una mesa redonda sobre el libro digital. Cuestiones personales de fuerza muy mayor me lo impidieron. Seguro que la cosa salió mucho mejor sin mí.

Este sábado, 3 de marzo, participaré en Madrid en el Encuentro de Blogs Literarios. Están todas las superestrellas del firmamento blogosférico literario y editorial y yo, que no llego ni a asteroide. Chatarrilla espacial, si acaso. Lo pasaremos bien, de cualquier forma. Soy ponente en uno de los paneles, pero estaré por ahí todo el tiempo, incordiando. Me comentan que el aforo es limitado (y la entrada, libre), así que si a alguien le interesa especialmente algún tema o ponente, que espabile y pille sitio pronto. Se celebrará en el Medialab Prado, muy cerquita del Caixafórum. Por la tarde, a las 19.30, algunos de los autores participantes firmaremos libros en la librería malasañera (en la calle Espíritu Santo, metros Noviciado o Tribunal). Yo me parapetaré tras ejemplares de El restaurante favorito de Nina Hagen y de No habrá más enemigo, que ya ha salido del horno y esta semana empieza a circular por las peores y más lastimosas librerías del país.

Este es el programa de festejos, pero yo aviso que de este importante cónclave de sabios sólo me interesan las copas de después y la cena que dicen que nos vamos a meter entre pecho y espalda.

PROGRAMA ENCUENTRO BLOGS LITERARIOS 2012

Madrid, 3 de marzo, en MediaLab Prado

11h 00   Apertura – 15 min
Gonzalo Garrido. Escritor. Blog Literatura basura. 5 min
Belén Bermejo. Editora de Espasa Ficción. Blog La amena biblioteca de Redfield Hall. 10 min

11h 15   A qué llamamos blogs literarios-Panel – 60 min
Paloma Bravo. Escritora. Blog La novia de papá. 5 min
David Pérez Vega. Escritor. Blog Desde la ciudad sin cines. 5 min
Pilar Adón. Escritora. Blog Leo en el océano. 5 min
Jordi Corominas. Escritor. Blog Jordi Corominas. 5 min
Julián Rodríguez. Escritor. Editor de Periférica. Blog de Julián Rodríguez 5 min
Ainize Salaberri y Jenn Díaz. Escritoras. Editoras revista Granite&Rainbow.10 min
Modera: Daniel Arjona. Periodista de El Cultural.25 min

12h 15    Qué aportan y cómo influyen en la narrativa actual-Entrevista a 4 – 45 min
Alberto Olmos. Escritor. Blogs Lector Mal-herido y Hikikomori.
Javier Avilés. Escritor. Blog El lamento de Portnoy.
Constantino Bértolo. Escritor. Editor Caballo de Troya.
Pregunta: Luis Magrinyà. Escritor. Editor de Alba.

13h 00   Break – 15 min

13h 15   ¿Puede convertirse en un género literario?-Panel – 60 min
Enrique Redel. Editor de Impedimenta. 5 min.
Gregori Dolz. Editor de Alrevés. 5 min.
Juan Aparicio Belmonte. Escritor. 5 min.
Sergio del Molino. Escritor. Blog de Sergio del Molino. 5 min.
José Antonio Valverde. Librero. 5 min.
Modera: José A. Muñoz. Director de Revista de Letras. 35 min.

14h 15    ¿Tiene sentido editarlos en libro? ¿Cómo se comercializan los blogs?-Panel – 45 min
Eduardo Laporte. Escritor. Blog El náuGrafo digital.5 min
Imma Turbau. Escritora. 5 min
Emi Lope. Editora Plaza & Janés. 5 min
Amalia López. Editora Sinerrata. 5 min
Jorge Degeneffe. Jefe de compras del departamento de librería de Hipercor. 5 min
Javier López. Librero La Independiente. 5 min
Modera: Ana Tagarro, Subdirectora de XL Semanal. 15 min

15h  00   Finalización

19h  30   Vino en La Independiente y firma de libros de los autores participantes en el Encuentro

El 9 de marzo, viernes, estaré en Huesca en una doble (o triple) presentación en la ya muy castiza librería Anónima. En principio, el sarao iba a ser para presentar allí El restaurante favorito de Nina Hagen, pero aprovechando que ya circula No habrá más enemigo, haremos un preestreno oscense del libro allá (o segundo preestreno, después de la firma de Madrid). También estará Javier Romero presentando El día en que Bunbury fue Elvis y Eva Amaral hizo los coros, libro más breve que su título. Dicen que habrá música en directo, pero, de nuevo, yo iré sólo por la comida.

El 15 de marzo, jueves, estaré con Manolo Vilas en la librería Cálamo de Zaragoza presentando la última novela de Marta Sanz, Un buen detective no se casa jamás (Anagrama).

Y por último, el 29 de marzo, la traca buena. Por la tarde (creo que a las 20.00, pero no estoy seguro), en la Fnac de Zaragoza, presentación oficial y etílica de No habrá más enemigo. Oficiará de maestro de ceremonias mi admirado Miguel Serrano.

Se están cerrando presentaciones de la novela en Madrid y Barcelona, aunque serán ya para abril.

Hay más cosas en marzo y más allá, pero esto es lo principal.

Sólo un último anuncio fuera de este programa de festejos: el 10 de mayo inauguraremos la exposición La pequeña Alemania de Zaragoza, en el Centro de Historias. La estamos terminando de diseñar y de montar, pero pinta muy bien.

Está basada en mi libro Soldados en el jardín de la paz y su diseño y forma es obra de Beatriz Lucea, con quien hábilmente me he asociado en esta aventurilla. Yo sólo he saqueado un par de desvanes y he escrito cuatro textos, pero ella se está currando lo fundamental.

CREMATORIO

Hace unos días estuve en Barcelona haciendo bisnes. Tenía la jornada muy apretada, con muchas citas, pero entre la penúltima y la última me quedó un inesperado hueco de un par de horas que decidí llenar hozando en una de mis librerías favoritas del mundo mundial, La Central, de la calle Mallorca (creo que sale citada en casi todas las novelas de Vila-Matas). Y allí, además de comprarme más libros de Bernhard —me ha dado fuerte; después del post que escribí sobre mi ignorancia de la obra de este austriaco, fui cooptado por un grupo de escritores bernhardianos. Uno de ellos incluso me ha prestado libros suyos y se han ofrecido a guiarme en los misterios de su maestro. Qué miedo, tíos, soy un converso tardío—, me dejé tentar por el acogedor y opiáceo veneno del marketing. Allí, al alcance de mi compulsiva mano, estaba Crematorio, la novela de Rafael Chirbes cuya serie había empezado a ver en La Sexta. Con gran placer, por cierto. Unos días antes, hablando de la serie con esos mismos bernhardianos, me dijeron que la novela estaba mucho mejor, me la loaron tanto y tan bien, que me sentí moralmente justificado: no es el marketing ni la tele ni la faja promocional con el careto de Pepe Sancho los que me tientan, me dije. Es el consejo de unos amigos.

Con cualquier cosa nos apañamos para sentirnos lectores en vez de vulgares e incautos clientes. A mí me sirvió. Y cuando la dependienta cogió mi Visa con asco y conmiseración, transparentando sus pensamientos —ya, pensaba, coges los Bernhard para disimular, como los que compraban el periódico para meter dentro las revistas porno, o como los que compran Frenadol además de condones de sabores—, me sentí inmune a sus reproches. Esta novela es buena, me lo han dicho unos bernhardianos, no me juzgue, buena mujer. Esto no tiene nada que ver con la tele. Yo soy un intelectual con barba, ¿qué se ha creído usted?

El caso es que, efectivamente, no ha debido de tener mucho que ver la tele en las ventas de la novela. Al abrirla, me fijé en que había comprado una segunda edición, fechada en 2008. La primera es de 2007. Desde entonces, nada. En la web de Anagrama vi que se había sacado en bolsillo, pero en rústica no se ha reeditado. ¿Cómo es posible que esté sin agotar una edición de 2008 de una novela de la que se ha hecho una serie de la tele? O las cosas están mucho peor de lo que me pensaba o Herralde le está dando gato por liebre a Chirbes —porque, aunque fechado en 2008, el libro no tiene pinta de llevar cuatro años en un almacén, está como recién salido de imprenta—. O las dos cosas.

Salí de La Central y me fui a la calle Aribau, donde había quedado casi una hora después. Me habían citado en una coctelería demodé y pijísima llamada Dry Martini, donde yo era el único individuo sin corbata y con ropa comprada en H&M. Mundano, sin mostrarme intimidado, me senté a esperar a mi acaudalada cita, pedí un dry martini —me encantan, pero apenas los sirven en ningún sitio, había que aprovechar— y saqué Crematorio para matar la media hora larga que me quedaba de espera.

Y, entonces, me vi atrapado en un bucle: en las páginas de Crematorio se movían y tomaban whisky personajes idénticos a los que me rodeaban en el bar. Gesticulaban igual y decían las mismas cosas. Esas carcajadas rudas y adineradas, esa prepotencia trajeada, ese abotargamiento sin complejos, esa forma de echarse los lingotazos escoceses al coleto de trago y sin torcer el gesto. Crematorio va de empresarios corruptos y de mafiosos, y yo estaba rodeado de sus pares, reprochándoles su condición con mi lectura silenciosa.

Nadie se dio cuenta, pero leer aquello en aquel bar es lo más transgresor y punki que he hecho nunca. Ni una vomitona ni un exabrupto anarquista hubieran sido mejores. Ni siquiera pedirle un calimocho al estirado mozo (porque me lo hubiera puesto, y con el mejor vino de sus bodegas; mientras lo abonara…).

Al menos, eso creía entonces, pero por la noche, en el hotel, mucho más entregado a la lectura y un poco bastante borracho por los cuatro dry martinis por cabeza que se empeñó en financiar mi amigo, descubrí que era mentira, que Crematorio no va de la corrupción en España. El marketing de la serie dice: «Una serie sobre la corrupción en España». Y es parcialmente cierto. Pero la novela, que difiere bastante de la serie en no pocos aspectos, no va de eso. Si así fuera, sería una obra circunstancial, oportunista y olvidable. Crematorio no habla de permutas de terrenos ni de blanqueo de capitales, como El Padrino tampoco va de la mafia ni Hamlet va de la monarquía danesa. Sólo un simple puede pensar eso. Crematorio es una novela sobre la vejez, la hipocresía, la muerte y la familia. Las corruptelas y podredumbres valencianas son sólo un decorado, poco más que un leitmotiv. Si la novela respondiera a su marketing, sólo podría ser leída y comprendida por un español lector habitual de prensa que sea adulto en la primera década del siglo XXI. Sin embargo, Crematorio es universal. Un ugandés del siglo XXIV que no sepa nada de Valencia, de l’Albufera ni de paellas mixtas puede entender cada letra. O puede hacer suya cada letra, sacar su propia interpretación del texto. Porque en la Uganda del siglo XXIV también habrá viejos, hipócritas, muertos y familias. Y eso es lo que diferencia la literatura del marketing.

Mientras los temas sean universales, no importa que la acción sea abrumadoramente local y esté llena de referencias indescifrables para un forano. La universalidad se logra en la textura y en la fidelidad al tema. Hay muchos autores empeñados en lograr un sucedáneo de universalidad convirtiendo sus libros en aeropuertos internacionales, despiojando sus textos de referencias temporales y geográficas, dejando a sus personajes flotar en un limbo ahistórico y ageográfico (perdón por los palabros). Creen así que se venderán mejor en la Feria de Frankfurt y que los muy ricos editores alemanes pagarán un buen adelanto. Y luego no se explican por qué esos editores alemanes compran novelas exasperadamente localistas, incluso provincianas, con tantos datos y tantas concreciones y tanto color paisajístico.

Es decir, tan localistas como el Quijote, o como Guerra y paz, o tan provincianas como cualquier novela de Faulkner o de García Márquez.

Crematorio es una novela de voces y texturas, donde se cruzan varios narradores muy bien engastados, en una escritura macho, viril, sin ningún resabio lírico. Casi podría decirse que es una novela hecha con los cojones. Y, sin embargo, tan ingrávida y sutil como un poema. Los personajes, atascados o varados a la sombra del titánico Rubén Bertomeu, expresan su imposibilidad de asumir un fatum que no terminan de comprender. El único posibilista, el único que sabe adaptarse a las circunstancias de la vida es, paradójicamente, el único que ha diseñado su propio fatum y ha condicionado el de todos los demás: el constructor corrupto Bertomeu, el arquitecto que se hizo dueño de toda la comarca de Misent. Los demás, que tan libres se proclamaban, han acabado bajo su yugo, comiendo de su mano, odiándole y necesitándole a partes iguales.

La corrupción y la vejez atraen a la belleza joven. Juana Acosta, en la serie.

Dice Bertomeu hacia el final:

Pero eso es lo normal, el proceso normal de maduración. Darle una patada en el culo a Peter Pan. La juventud —lo cuentan las novelas de Dostoievski— encuentra sentido en lo trágico, en lo violento, en un destructivo globo que estalla y cubre de basura cuanto hay bajo él, porque eso, un montón de basura, es en lo que se convierte el cadáver despedazado de lo más hermoso.

Lo dicen las novelas de Dostoievski, pero mucho mejor las de Turguenev, a quien veo más afín a Chirbes, puestos a buscar parentescos rusos.

El sueño de la razón no produce monstruos, como creía el ingenuo de Goya. Es la razón misma la que, asumiéndose implacable, nos convierte en monstruos y, al mundo que nos rodea, en monstruoso. Goya, al fin y al cabo, era un ilustrado, alguien que creía en el progreso. Chirbes, y nosotros con él, sabemos que el progreso sólo produce hormigón, atascos de tráfico y familias que sólo fingen llevarse bien en Nochebuena.

Un novelón, sí señor. A ver si lo reeditan, que merece venderse y leerse mucho.