YO TAMBIÉN QUIERO SER ALEMÁN

Ayer participé en una mesa redonda sobre comunicación y cultura dentro de las jornadas organizadas por + Cultura Aragón, y ahora (en realidad, aunque lo publico por la mañana, escribo esto de madrugada, completamente desvelado después de un día extremadamente agotador y algo deprimente) me apetece repensar algunas de las cosas que dije y escuché.

Básicamente, planteé algo así como que nos parecíamos a la orquesta del Titanic, fingiendo que todo fluye con normalidad e ignoramos que el barco se hunde y que pronto moriremos todos. Me refería tanto a los medios de comunicación como a la industria cultural. ¿Qué sentido tiene hablar de unos y de otros y de sus respectivas funciones y relaciones cuando su existencia es meramente formal, cuando ya nada importa, cuando hace tiempo que la vía de agua se hizo imposible de achicar? Pero la metáfora (o el símil, más bien) no era acertada, porque ahora intuyo que la actitud de la orquesta del Titanic es la sensata, que lo ridículo es correr y gritar y lanzarse al agua helada a chapotear con un flotador.

Hace muchos años, fui a visitar a un pariente que agonizaba en una planta de oncología de un hospital de Madrid. Era la época en la que todavía se podía fumar en los hospitales (al menos, en las escaleras y en los sitios marginales) y yo, por entonces, fumaba. Más o menos, porque nunca he sido un fumador de verdad. El caso es que me salí a echar un pitillo a la escalera y, mientras estaba allí, un señor mayor con bata me pidió un cigarro. No me lo pensé: se lo ofrecí encantado y le di fuego. Pero, nada más encendérselo, el hombre rompió a toser. Lo de romper fue literal: aquel señor se troceaba y se deshacía con una tos cavernosa que daba miedo. Temí que fuera a caer escalera abajo entre convulsiones y ni siquiera supe reaccionar. Me quedé mirándole como un imbécil. Cuando pasó el ataque de tos, el hombre se enderezó, se aclaró la garganta y chupó una larguísima y placentera calada mientras me daba la espalda y se asomaba a la ventana.

En aquel momento me sentí un desgraciado. El hombre del batín había salido de una puerta con un rótulo enorme en el que se leía: ONCOLOGÍA. Y yo le había dado un cigarro. Con dos cojones. ¿Por qué no le daba una pistola cargada, que al menos no le provocaría tos? Sin embargo, hoy estoy convencido de que hice bien, de que debería haberle regalado el paquete de tabaco entero. Al fin y al cabo, de aquel cigarrillo no se iba a morir. Ni de los siguientes. Cuando todo está perdido, ¿para qué andarnos con miramientos? Si estamos en primavera y sabemos que nunca llegaremos a enterarnos de qué se llevará en la temporada otoño-invierno porque para entonces nos habremos convertido en compost, fumémonos todos los cartones que nos apetezcan.

Si no hay remedio, sirvan otra ronda. Y luego otra. Y si nos tienen que quitar algo, que siempre sea lo bailao. Hollywood, que es el gran compilador de la filosofía epicúrea, lo dejó claro en Casablanca: el mundo se acaba y nosotros nos enamoramos. ¿Es que se puede hacer otra cosa mientras se acaba el mundo? Que sigan tocando, que corra el tabaco.

Por eso no está mal debatir sobre estos temas. Hablemos del sexo de los ángeles, convirtámonos en teólogos de dioses muertos, finjamos que tiene arreglo lo que jamás lo tuvo. Es como bailar un vals, una forma digna y valiente de hacer mutis. ¿Encontraremos una salvación? Seguramente, no, pero en el empeño nos lo pasaremos bien y pondremos a parir a los hijos de puta que nos han llevado a esto y celebraremos que ahora somos los dueños de nuestros destinos, aunque no importe que esos destinos tengan el mismo vuelo que un pañuelo con mocos arrojado al suelo.

Nunca antes se consumió tanta información y tantos productos culturales. Y nunca antes los medios de comunicación y las industrias culturales importaron tan poco. Subrayemos la paradoja, encojámonos de hombros y confiemos en que algún día alguien encuentre la manera de que quienes escriben, declaman, pintan, cantan y dan noticias puedan vivir de su curro. No que se hagan ricos, ni siquiera que aspiren a tener un apartamento en Salou. Con unos ingresos moderadamente dignos, la mayoría se conformaría. No somos buitres, no estamos en esto por la pasta (y si alguno lo está, es rematadamente gilipollas y se ha equivocado de sitio).

En el turno de preguntas hubo una chica (cuyo nombre no recuerdo, lo siento) que planteó algo que sonaba nuevo pero que en realidad es lo de siempre. Dijo que ella sabe muchísimo de fútbol a su pesar, aunque no le gusta, pero como los medios están dando la matraca con el fútbol a todas horas, no le queda más remedio que saber quién es Messi, Mourinho y la madre que los parió a todos, que dicen que se quedó anchísima. Sin embargo, como los medios no hablan de casi nada que huela a cultura, ¿no será ese el problema, que la población no puede llegar a enterarse de que existe un mundo maravilloso de gente creativa y molona capaz de abrir las mentes como si fueran abrelatas lisérgicos?

Yo le pregunté a la chica del público si ella tenía algún problema para enterarse de la vida y milagros de los autores, actores, musicólogos o figurinistas que le interesaran, si le suponía algún inconveniente que no salieran en el Telediario y tuviera que buscarlos por internet. Y me dijo que no, pero que el problema no era ella (siempre sale el viejo Sartre: el infierno son los demás), que se trataba de que la cultura saliera de su gueto y de sus canales endogámicos, y preguntaba si sería posible que unas pequeñas empresas, al margen de los grandes medios, ampliasen esos círculos.

En ese momento, se armó cierto revuelo y perdí el uso de la palabra, la cosa se fue por otros derroteros y me quedé con las ganas de llegar al sitio donde quería ir a parar con mi absurda interpelación, así que lo suelto aquí. En el empeño por demonizar a los medios de comunicación y a la turbia gentuza que hemos trabajado en ellos —y trabajamos, que yo sigo cobrando de algunos—, es habitual otorgarles un poder que nunca han tenido. Se argumenta que Telecinco y Belén Esteban embrutecen a la gente sin caer en la cuenta de que la gente suele venir embrutecida de su casa. El enfoque es justamente el contrario: Belén Esteban es un síntoma de la enfermedad y no su causa.

Es absurdo pedirle a los medios de comunicación que corrijan un problema estructural y básico que tiene que ver con la educación y con la socialización. Aunque Telecinco se convirtiera en la versión pedante del Canal Arte y, en vez de Sálvame, le diera por emitir a todas horas pelis de Kieslowski, óperas postexperimentales norcoreanas y discursos de Foucault sin subtítulos, eso no repercutiría en una ampliación de públicos. Nada de eso nos haría más cultos. Simplemente, le quitaríamos a un montón de gente su tema de conversación en la peluquería. Hay que aclarar si fue antes el huevo o la gallina, y lo que muchas veces de forma despectiva se llama alta cultura (y también muchísimas formas de la cultura popular) precisa de un público formado con un gusto educado. Y el gusto no se forma en dos días, no surge de la nada. Para que haya una masa crítica de personas capaces de gozar con ciertas manifestaciones hace falta un sistema educativo muy diferente al que tenemos y unos mecanismos de socialización completamente distintos. El problema no es la comunicación: es mucho más básico y dramático.

¿Nos da envidia que en Alemania se emitan programas de literatura en prime time con grandes audiencias y que eso repercuta en un mercado del libro poderoso? ¿Se nos cae la baba al ver la exquisitez de la producción de programas de la BBC, sus complejas e inteligentísimas ficciones, su refinamiento y su rigor? ¿Se nos hace el culo pepsicola cuando vamos una ciudad como Aarhus, en Dinamarca, apenas un poblachón del tamaño de Pamplona, que organiza un festival de grupos emergentes en el que se vuelca toda la población, con un exitazo de público que ningún festival de similares características al sur de los Pirineos podría soñar ni puesto hasta las trancas de metanfetamina y Vicks Vaporubs?

Pues claro que  sí, nos morimos de la envidia y nos sentimos paletos. Y entonces volvemos a España y montamos programas de libros como los alemanes, algún entusiasta intenta hacer algo a lo BBC en alguna tele y otros se dedican a programar festivales superchulos y ambiciosos. Y, cuando lo hacemos, resulta que nadie nos hace ni puto caso. No hay nadie al otro lado. ¿Cómo es posible, si estas cosas lo petan en el Benelux? ¿Por qué en España sólo interesa a mi madre y a esa chica rara y pálida que se sentaba al final de la clase y tenía cicatrices chungas en las muñecas?

Y le echamos la culpa a Telecinco y a Belén Esteban, pero ellos no tienen la culpa. La culpa es nuestra por empezar la casa por el tejado. Para tener esos programas de libros, esos festivales y esas BBC, hacen falta varias generaciones de inversión en un sistema educativo, hacen falta universidades de verdad, y no caricaturas como las que tenemos en España, hace falta una gran masa crítica de población empleada en cuadros medios y en sectores productivos que no tengan que ver con la construcción de apartamentos en Torrevieja. Para ser alemanes no basta con parecer alemanes. Hay que estudiar mucho para ser alemán.

Disculpen el exabrupto clasista (o no, es meramente descriptivo), pero España sigue siendo fundamentalmente un país de camareros, albañiles y peluqueras donde una grandísima parte de la población apenas tiene unos estudios secundarios y donde muchos de los que han pasado por la universidad han obtenido un título sin abrir uno solo de los libros de la biblioteca a la que acudían a deglutir unas fotocopias llenas de abreviaturas. ¿Quieren saber por qué no funciona el periodismo cultural? ¿Quieren saber por qué el único periodismo que funciona es el del Carrusel Deportivo? Echen un vistazo a sus vecinos y encontrarán la respuesta. O comparen la Universidad de Cambridge con la Complutense. Por ejemplo.

Yo también quiero ser alemán, pero me parece que lo conseguiré mucho antes yéndome a Alemania que intentando convertir mi país en Alemania.

17 Respuestas a YO TAMBIÉN QUIERO SER ALEMÁN

  1. alberto anaut

    Enhorabuena. Gracias por el texto.

  2. Muy bueno, pero hay un detalle importante que quizá obvias. La televisión es un electrodomestico que la gente enciende cuando llega a su casa, por eso, muchas veces, se nos vende la falacia de que se programa lo que la gente quiere. No se programa lo barato y fácil, y la gente lo ve. Si la programación fuera otra la gente lo veria igual.

  3. ¡¡SIMPLEMENTE GENIAL!!

  4. Felicidades por estas apostillas y gracias a Iguazel por redirigirnos a ellas. Efectivamente, ni el catastrofismo ni la evasión solucionan la enfermedad diagnosticada. Ni tampoco un gran sistema sanitario palía las consecuencias de una nula educación preventiva. Hablando de educación, el martes (en la única sesión que estuve de las jornadas) sólo se relacionó la presencia de la cultura en la escuela con las clases de música, las de plástica y las salidas al teatro. Se abominó de los “viajes de estudio” como “viajes de juerga”. Y ¿por qué lo lúdico no ha de ser cultural? Tina Weymouth, bajista de Talking Heads (grupo cultureta donde los hubiere), decía que estaba harta de esas giras por Europa donde en cada ciudad tenían que visitar todos los museos (como en los viajes de estudios).
    En su día protesté por la reducción de horas de Plástica en Secundaria. Pero hoy celebraría que se suprimieran del todo si asumiéramos que un profesor de matemáticas, de física o de latín son capaces de hacer un gran trabajo de sensibilización cultural, incluso de crear mercado entre sus alumnos para la cultura.
    Quizá confundimos el lugar de la cultura en la educación inicial, pretendiendo generar grandes artistas, grandes talentos, grandes creadores… pero pocos y malos consumidores de productos culturales. Los hechos parecen afirmarlo: el número de estrellas de la canción de nacionalidad española es equiparable al de cualquier país cabecero. El número de artistas podría serlo, pero el mercado español del arte los sitúa fuera de los circuitos internacionales. El mercado español no puede asumir la producción de vehículos de Figueruelas, pero con los salarios por los suelos no podrá ni cubrir su cuota.
    El fútbol, que aparecía mencionado en tu entrada por la intervención de una de las asistentes a tu charla, en cambio, sí es un factor de consenso (incluso se mencionó de refilón por un ponente de la charla a la que asistí para certificar que un chaval rumano había terminado por integrarse en la clase a la que se incorporó a mitad de curso, pero no por la cosa de hacer cantar a la clase una “canción del verano en rumano”, sino porque se había convertido en el portero de la clase). Podemos demonizarlo y no nos faltarían razones: si las alegrías fiscales con que operan los clubes profesionales se permitieran al resto de empresas (culturales o no), nuestras compañías teatrales serían líderes en Europa (como los clubes de fútbol). Pero eso es otro cantar.
    No obstante, sí que viene a demostrar que una actividad lúdica, saludable, barata… como practicar ese deporte, puede convertirse en factor de integración, de socialización, de participación ciudadana y de muchas más cosas, siempre que reciba un apoyo institucional y una cobertura mediática suficiente. Pero su modelo (como el modelo inmobiliario) se sostiene sobre una burbuja que si se tropieza con una ortiga puede llevarse con él a toda una sociedad.
    La educación es limpiar el suelo para que no crezcan ortigas, pero también limpiar el aire para evitar la proliferación de burbujas.

  5. Lo peor de España son esos personajes que fanfarronean de no haber estudiado ni leído un libro. Con el mal ejemplo de los chorizos de altos vuelos que pululan libremente por estas tierras, los sujetos así siempre tendrán comadrejas a las que admirar.

  6. Soy mexicana. Yo considero que la responsabilidad que los medios tienen en éste asunto es grande, es cierto que los cambios sociales se genstan en lo individual y familiar, sin embargo, el circulo vicioso se refuerza con medios que en vez de proponer, toman una posición cómoda, donde es fácil hacer un trabajo mediocre para ganar suficiente y lavarse las manos. Ni hablar del sistema de educación mexicano!, ni hablar de la televisión mexicana! ni hablar del mexicano estereotipo !.El punto relevante, no es echar la culpa a otros, sino tomar acciones, que en principio parecerán ir al saco roto y no servir de nada, pero que poco a poco, van construyendo una conciencia, conciencia del deber que como medios, como familias o como individuos, tenemos de procurar horizontes mas amplios.

  7. viajeroaitaca

    Sergio, un texto magnífico. Cada vez que hablo con alguien de este tema, sin embargo, me surgen un par de dudas.

    De acuerdo, la cultura es algo minoritario, la masa enfurecida prefiere la cerveza barata, el fútbol y la telebasura. Pero ¿acaso no ha sido así siempre? Dices que “nunca antes los medios de comunicación y las industrias culturales importaron tan poco”. No lo tengo tan claro.

    Es muy tentador pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor pero no creo que en 1910 se leyese más que hoy.

    La sociedad ideal sería aquella en la que Bach fuera más escuchado que Bisbal, la homeopatía se comparase al timo de la estampita y los hermanos Goytisolo vendiesen 100 mil ejemplares de cada novela. Pero eso nunca va a suceder.

    Tal vez sea hora de admitir que la alta cultura es alta cultura, no cultura de masas. Tal vez en lugar de quejarnos de lo poco que se lee deberíamos escribir para aquello que sí lo hacen.

    Hablo como periodista. Lo medios están bajando su nivel de exigencia en busca de lectores… y no los encuentran. Claro que no. Quien sólo lee el Marca no va a leer El País por mucho que regale un tablet y aumente el tamaño de letra. El ejemplo más claro lo veo en The Economist. Es una publicación seria, dura; y pretende seguir siéndolo. No perderá suscriptores.

    Del mismo modo, pretender “llegar al gran público” con ciertas obras obras es inútil. Como dices, quien quiere información cultural de calidad no ve el Telediario. La busca por su cuenta.

    Y hoy día es más fácil que nunca. Un ejemplo: hace 15 años veía las películas que emitían en TV o llegaban a los cines de Zaragoza; hoy es posible ver casi cualquier película del mundo desde mi sillón. Yy lo mismo ocurre con los libros, la música…

    Los discursos apocalípticos me parecen un tanto exagerados.

    En cuanto a la segunda parte de tu artículo, coincido. La única forma de tener una sociedad más culta es fortalecer la educación. Pero aquí vamos en dirección contraria.

    ¡Un abrazo!

  8. Intentaré apuntar algo a vuestros apuntes, pero sólo quiero dejar ahora una respuesta rápida a viajeroaitaca: efectivamente, no sólo es que en 1910 no se leía más que hoy, sino que se leía muchísimo menos. ¿Cómo vamos a comparar la España alfabetizada y universitaria (aunque de aquellas maneras) de 2012 con el país agrario, miserable y analfaburro de 1910? No hablo de cultura, hablo de industrias culturales, y en ese sentido, se da la paradoja de que nunca antes -en España- ha habido tanta gente formada y con interés en seguir multitud de manifestaciones culturales y artísticas, como público y como cultivadores, pero lo hacen al margen de una industria que ha perdido su capacidad de comercializar y sacar rendimiento económico a esas expresiones. Ese es el tema.

    Yo no creo que cualquier tiempo pasado fue mejor. Si lo fue, lo fue para mí y para quienes comparten mis actividades profesionales. Obviamente, nos ha tocado recoger los pedazos caídos del imperio y saltar entre sus ruinas humeantes, pero, en términos globales, lo que está sucediendo y lo que va a suceder es infinitamente más interesante, heterogéneo, versátil y democrático que el anquilosado y prepotente mundo que dejamos atrás. El problema es que unos pocos, en ese mundo, vivíamos muy a gusto. Pero ese es nuestro problema, no el de la sociedad.

    No sé si me he explicado.

  9. viajeroaitaca

    Sergio,

    De acuerdo. Te había entendido mal. últimamente escucho demasiados discursos apocalípticos y estoy que salto, jeje

    En efecto, la industria cultural tal y como la conocíamos está muerta. Lo malo es que todavía no lo sabe. Como dije cuando cerraron Megaupload, las multinacionales del entretenimiento son gigantes con pies de barro.

    Hace unos años intenté publicar una novela (mala, muy mala). Por supuesto, no lo conseguí. Hoy podría publicarla en formato gracias a Amazon. Es más fácil producir y acceder a la cultura. Lo que sobran son intermediarios.

    El tiempo dirá si estos intermediarios eran necesarios o se está mejor sin ellos.

  10. Y lo peor de todo es que en Dinamarca también les gusta el fútbol… si ellos tienen tiempo para todo, incentivos para desarrollar su gusto y horizonte al final de las baldosas amarillas, ¿por qué nosotros no llegamos? ¿Quizá por las cuatro horas de tele que chupamos como media?

  11. Sergio, con mucho respeto creo que generalizas demasiado. Es verdad que se sobredimensiona el poder de los medios, y difícil saber si fue primero el huevo o la gallina. Creo que se puede desde la TV, por ejemplo, mostrar cosas distintas. Un claro ejemplo es el canal “Encuentro” de Argentina. Una muestra de que cuando el contenido es bueno, y su forma y presentación atractivas, el público también lo consume. Incluso la peluquera o el albañil. Incluso yo, que no soy alemana.
    Vivo en Alemania y entre sus ochenta y pico millones de habitantes, hay muchos ignorantes y, perdona, pero el mal gusto es patrimonio universal y tiene muchos militantes aquí también.
    España ha apoyado a través del ICO a directores noveles y buenos libros latinoamericanos convertidos luego en interesantes películas.
    Eso por mencionar algunos ejemplos.
    Ustedes, las personas con formación y vocación, deberían proponer salidas originales, y no quedarse en la mera crítica.
    No le des tan duro a los españoles, pibe, cuyos bolsillos han financiado los proyectos de tantos latinoamericanos. Sí, los bolsillos de las peluqueras y albañiles también. Saludos cordiales.

  12. Un dato: el periódico impreso más vendido de Europa es el “Bild”… ya me dirás quiénes lo consumen. Y en la escuela donde trabajo los idiomas latín y francés han sido desplazados por el español, fenómeno que se repite en toda Alemania.
    Me gusta tu vehemencia, propia de la juventud. Cuando pises la cuarta década, como yo, quizá veas que no todo es tan maravilloso o tan catastrófico.
    Pero reconozco que tu estilo me engancha y promueve el debate. Salud!

  13. M: Pues claro que generalizo. Exagero un poco para reforzar mi tesis, la de que se atribuye a los medios un poder que no tienen. ¿Que si hay una programación y unos contenidos interesantes y decentes a los que se les da una promoción adecuada la gente los va a ver? Por supuesto, pero eso no incide en ninguna transformación cultural, es prácticamente irrelevante. Los públicos se forman desde abajo y desde la socialización.

    El mal gusto y la ignorancia están muy extendidas por todo el planeta y es lo que más abunda en cualquier país, no soy tan idiota como para pensar lo contrario. No he dicho que todos los alemanes sean refinados y estetas degustadores de literatura situacionista, pero sí que hay sociedades donde la cultura fermenta mejor que en otras. Generalizo porque hablo de cuestiones generales.

    Y gracias por llamarme jovenzano. No creo que llegue a pisar la cuarta década porque no voy a encontrar ingresos suficientes para mantenerme con vida hasta entonces, así que me quedaré aquí, vehemente e impetuoso.

  14. Problema fundamental de la cultura: la aparición de la llamada “industria cultural”.

    Es cierto que esa industria, como la llaman, no es una manifestación nueva y desarraigada en síntesis. Solo hace falta recordar a los antiguos mecenas del renacimiento para darse cuenta de ello.

    Sin embargo, la industria cultural se diferencia en un aspecto tan fundamental como decisivo en este asunto: la cultura no es para ellos un medio de vida sino un negocio que puede ser estrujado y desangrado según interese. No hablo de vivir de las artes (que de algo hay que vivir), sino del planteamiento de fondo de esa industria cultura con las obras culturales. Para conseguir esa transformación imposible y alejada de la realidad han tenido que forzar a la propia expresión cultural. Es decir, han convertido al receptor cultural (por llamarlo de alguna manera) en un consumidor, y a la obra, en algo que consumir, gastar, tirar, y volver a consumir. Ello supone banalizar a la propia cultura hasta convertirla (en general) en una sucesión de obras convencionales, que a raíz de valoraciones son adquiridas en masa. De esta forma, si alguien lee lo hace por un motivo desligado a la propia lectura. No se busca comprender nada, ni profundizar en el texto, ni sentir la novela que tiene entre las manos, sino que le impacte en sus convenciones de la manera que sea.

    Hablo de literatura, pero esto se puede extender a casi cualquier manifestación cultural. Cine, por ejemplo. Díganme más de cinco películas de la cartelera actual capaces de transmitir una historia auténtica, del tipo que sea, y no un enjabonamiento convencional, como abunda. La música: ¿por qué demonios hemos perdido el mensaje de las canciones?…

    Claro que se ve más cine, se leen más novelas, se llenan las salas de arte y se escucha más música que nunca. Pero no con un sentido general de comprender y sentir. ¿A quién le importa la industria cultural si eres un simple consumidor? ¿A quién le importa el camello de la esquina si no es para venderte?

    Esto genera una pequeña división en la cultura. Por un lado, las obras para la masa abrupta. Por otro, la sinceridad de la auténtica cultura que no encuetra el sitio que le correspondería en la industria dirigida a la masa abrupta. Pero de estas cosas sabéis más que yo.

    El caso es que una cosa así no pinta muy bien. O no siempre. En algún momento colapsa y se hunde. ¿Las manifestaciones culturales? Nunca, porque no dependen de la sociedad. Pero sí quienes han estado degradando la cultura. El motivo es simple: tarde o temprano se termina por buscar la autenticidad en las obras. Primero, con las manifestaciones que no encontraban su hueco. Después, buscando el contacto directo con el autor y la obra, sin intermedarios que lo traten como una mercancía. La cultura no se consume, se siente, e implica una reciprocidad y conexión entre obra, autor y receptor que no puede ser destruida por muchos intereses que haya.

    Internet solo ha sido la puerta del hundimiento de un sistema que no tenía futuro. Antes, cayeron las ventas de discos (con el agravante del elevado precio que costaban) y aparicieron los top-manta. Si a alguien se le ocurre crear una página P2P o una con enlaces de descarga es por el motivo de compartir y distribuir esas obras. Y de paso, se ganan la vida con publicidad, como el escritor lo hace al vender sus novelas. No aceptarán Internet ni una cultura expresiva salvo que encuentren la manera de sodomizarla nuevamente. Y lo tienen difícil. Y si lo hacen, después de un tiempo, volverán a caer.

    Como dices, Sergio, son tiempos renovadores. O, mejor dicho, reestructuradores. Porque lo que está sucediendo no es una nueva forma de transmisión cultural, sino el retorno a la naturalidad que nunca se debería de haber perdido.

  15. No creo que la programación televisiva tenga gran influencia en el desarrollo (o subdesarollo) de la cultura española. Algo hace, pero la gente que disfruta con los programas de Belén Esteban ya está atontada antes de verlos; por eso mismo los ven, no a la inversa.

    Y además -lamento disentir- la cultura se consume. Los objetos culturales son productos que se compran, se venden o se regalan, pero forman parte de un mercado. A veces el objeto sólo lo consumen públicos selectos, como los menús de El Bulli, y otras veces son más en plan tortilla de patatas, pero no veo por qué un producto de consumo de masas ha de ser menospreciado sólo por ser de masas. Frank Sinatra es un cantante fabuloso y el Fary no tanto, pero para eso están los gustos del cliente. Y en literatura lo mismo. A veces uno se cansa de releer las obras completas de William Faulkner y busca algo más ligero, un Goytisolo por ejemplo, o un Pérez Reverte, pero eso va a gusto del consumidor.

    La diferencia más importante entre la cultura española y la de otros países europeos es que la media de inversión de la Unión Europea en el sistema educativo es del 5,5 % del PIB, mientras que en España estamos en el 4,3 % y en Finlandia la inversión es del 6 %. Por cierto, en Finlandia todo el sistema educativo es público (la escuela privada es residual), mientras que en España una parte cada vez más grande del sistema educativo se lo estamos entregando a los centros de enseñanza gestionados o controlados por la Iglesia Católica.

  16. Veo reflejado en varios de los argumentos de tu conferencia a un hombre de vuelta, un hombre algo mayor, impropio de un chaval de la edad del conferenciante. Es lógico que el asunto se fuera de las manos. Lo mejor de todo es la variedad, a mi me agrada que exista la Esteban y hasta el coñazo de la tele 5 con sus exageraciones, pues si todos fuésemos o intentaramos ser la élite de la cultura, ibamos a estar bastante “siesos” y por supuesto jodidos. En la variedad está la oportunidad de ser diferente, no ser del montón, aunque ese montón esté repleto de tíos y tías con gafas perilla y se marquen lecturas complejas y acomplejadas. Me explico: el día que a todos los chinos les dé por comer jamón…los españoles “vamos a comer hostias” como dicen los brutos de mi pueblo y otro hay un dicho que dice que: “follar es de albañiles”, bien pues siempre que me puedo me coloco el mono blanco y tomo el yeso y la paleta, para después y cuando me apetece, leer un libro que me entretenga, me enseñe y me divierta, pero que no me obligue a nada. Saludos cordiales, joven.

  17. Al filo del título de ésta entrada, me decido a enviar la dirección de un corto video sobre el ingenio alemán y las características de sus estereotipos.
    http://wimp.com/openerpourer/

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