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LA SOLIDARIDAD HA FRACASADO

«La solidaridad ha fracasado», dice el prota de la última novela de Alberto Olmos, Ejército enemigo, en una frase que se quiere escandalosa para cierta izquierda gazmoña. «La solidaridad ha fracasado» es también la tesis contundente y sin fisuras que se maneja en un libro de título no menos provocativo: Blanco bueno busca negro pobre. El subtítulo, por si no había quedado suficientemente claro: Una crítica a los organismos de cooperación y las ONG.

Su autor se llama Gustau Nerín, un antropólogo que vive entre Guinea Ecuatorial y Barcelona de quien tuve conocimiento cuando publiqué mis Soldados en el jardín de la paz. Él acababa de sacar un relato novelado sobre el período colonial en la región continental de lo que entonces se llamaba Guinea Española y mostró interés por mi historia de alemanes, aunque le avisé de que la parte africana de mi libro era puramente circunstancial, un mero punto de partida. Fue entonces cuando sentí curiosidad por sus libros, pero este en concreto me lo recomendó el incansable Severiano Delgado.

Es difícil no compartir la tesis del libro, aunque me cuesta mucho empatizar con su forma. Y la enunciación no se puede descuidar en una argumentación. La forma puede invalidar el fondo.

La cuestión es relativamente sencilla: por más recursos que los países ricos destinen a cooperación en los países pobres, el transcurso de los años no se traduce en avances económicos para estas últimas sociedades. Al contrario, la brecha es cada vez más grande. No es un problema de cantidad de dinero, sino de concepto: los países más dependientes de la ayuda exterior son los que tienen más problemas para salir adelante. En parte, porque se ha demostrado que la cooperación exacerba los problemas económicos de las sociedades, impidiendo el desarrollo de mercados agrarios. El envío masivo e indiscriminado de alimentos gratuitos a muchas zonas provoca la ruina de los productores locales, que no pueden colocar sus alimentos.

Pero, sobre todo, la cooperación ha fracasado porque se ha asimilado a la política exterior de las antiguas metrópolis y es un instrumento más de su diplomacia o de su estrategia comercial. Por eso, España destina más recursos a aquellos países con los que tiene intereses, aunque no sean necesariamente los más pobres ni los que más reclamen la ayuda. Dice Nerín que el Estado español financia muchos programas de desarrollo en Mozambique porque le interesa mantener unas relaciones excelentes con un país del que depende la actividad de los buques pesqueros gallegos y vascos en sus aguas, y desatiende a otras naciones mucho más miserables en las que no tiene ningún interés.

Esto lo dice Nerín, y suena lógico y sensato. Su filípica contra el modelo de solidaridad es persuasiva y convincente, y se nota que se basa en un conocimiento excepcional del terreno. En este libro están condensados años de frustraciones y de amarguras vividas en la misma África. En ese sentido, es valioso porque se trata de un testimonio en primera persona enunciado sobre el terreno. Pero eso no basta para construir un alegato que se quiere totalizador.

Como saben todos los historiadores que leen mis tontadas, la historiografía distingue entre fuentes primarias y secundarias. En teoría, un libro es siempre una fuente secundaria, parte de una bibliografía que complementa una investigación —que ha de estar basada en fuentes primarias: documentos, testimonios, papelujos de archivos, chatarra de desván…—. Sin embargo, un historiador tendría muy difícil tratar este material como fuente secundaria, aunque sería valioso como fuente primaria, como las opiniones autorizadas de un testigo. Pero esas opiniones tendrían que ser corroboradas o refutadas con otros materiales. A este libro, para ser el libro potente que aspira a ser, le falta el contraste con los datos. Le falta método científico.

Es cierto que se trata de un texto divulgativo, pensado para el gran público. Pero eso no exime del rigor. En este volumen hay demasiadas historias sin documentar, demasiadas anécdotas apócrifas, demasiado c0tilleo sin mención de fecha o de lugar, demasiada malicia sin referencia.

Todos hemos sido testigos de escenas indignas e indignantes. Yo he oído a probos, doctos y muy morales caballeros elogiar los talentos sumisos y complacientes de las putas de Cuba y de Senegal. Todos conocemos cotilleos y muertos en los armarios de las alcobas más pías, pero no podemos sustentar una tesis seria con ellos. Quizá podamos diseminar una o dos anécdotas a modo de ejemplo, pero siempre que sean prescindibles, que se limiten a subrayar lo que estamos exponiendo y que vayan acompañadas por hechos fehacientes y contrastados. Pero si sólo tenemos cotilleos, no tenemos nada, aparte de resentimiento.

Y el resentimiento puede incluso estar bien, de verdad. Puede ser una fuerza poderosa y motivadora, pero no basta para convencer a nadie de nada. El resentimiento no tiene capacidad argumentativa. Sí que puede engendrar grandes novelas o grandísimas piezas literarias, porque la literatura, como tal —y la narrativa muy en particular—, no busca convencer, no es parte de un debate. Un novelista quiere compartir una mirada sobre la vida, no imponerla ni incorporarla a la discusión pública. Y esa mirada puede ser todo lo torva y maliciosa que quiera sin que su malicia destroce el mérito literario. Es más, probablemente, lo engrandecerá. Pero un ensayo, incluso un ensayo ideológico (quizá, especialmente un ensayo ideológico) necesita fundamentos y referencias en los que anclarse.

No dudo de las tesis que defiende Nerín en su libro, pero no me valen si no vienen verificadas. No hay un solo dato en todo el libro, y no sé por qué no lo hay. Una propuesta tan provocadora y tajante debe estar bien cimentada, si no, es sólo un grito, cháchara de taxista. En resumen: no se puede deslegitimar el tinglado de la cooperación diciendo que muchos cooperantes son unos pijos y unos golfos, de la misma forma que no puedo deslegitimar la literatura diciendo que casi todos los escritores son unos envidiosos peseteros y amantes de arrimarse a las braguetas de los políticos. Hay que ir más allá, hay que decir quién, dónde, cómo y por qué. Hay que dar cifras y enlazar causas con efectos. La maledicencia aliña una buena conversación entre amigos, pero no construye paradigmas.

Al menos, eso pienso yo. Y no entiendo por qué Nerín echa a perder su tesis —que considero cierta, pero más por intuición que por deducción, y porque me fío de alguien que conoce el asunto en carne propia— renunciando al trabajo intelectual y rebajando su ensayo a la categoría de panfleto.

ONCE LIBROS DE DOS MIL ONCE

Como buen desordenado que soy, me gusta hacer listas. Así me creo una ficción de orden, jerarquizo el mundo y me convenzo de que el caos que hay en mi mesa y en mi ordenador tiene un significado que sólo yo soy capaz de ver. Por eso, y porque me apetecía recapitular, que estas fechas son muy de recapitular, les ofrezco esta lista de mis once mejores libros de 2011. Con varias advertencias preliminares.

La primera es que se trata de libros editados en 2011, con el ISBN inscrito en este año. No es, por tanto, una lista de los libros que más me han gustado del 2011, pues este año he leído muchos otros publicados otros años e incluso editados en otros siglos. Y puedo decir que bastantes de esos me han gustado mucho más que la mayoría de los que están en esta lista, pero quiero ceñirme a lo que ha pasado este año, a las latest news. Lo pretérito lo guardaré para mí.

La segunda salvedad es que he procurado escoger libros que he reseñado en este blog. Hay algunos títulos editados en 2011 que me han gustado bastante pero que no he comentado aquí, porque no voy a compartir todo lo que leo, algo me tendré que guardar para mí. Esos, con una excepción que verán a su debido tiempo, se han quedado fuera de los candidatos al top-11.

La tercera salvedad tiene que ver con las editoriales. Ya saben ustedes que soy un lector escorado hacia la edición independiente y pequeñita, y que, por norma general, no me encontrarán husmeando entre los más vendidos de las librerías. He procurado que esa vocación se refleje en la lista, y eso me ha obligado a dejar fuera algunos títulos de una editorial en concreto para que la cosa quede variadita. Me refiero a Libros del Silencio. Algunas de las mejores cosas que me he llevado a los ojos en 2011 llevan su sello, y por eso, tres de los once títulos les pertenecen. Me he reprimido para no incluir dos o tres más. Lamentablemente, al final he descubierto que las editoriales majors no lo son sólo por su volumen de facturación, sino porque son capaces de atraer a los mejores y más eficaces escritores, con más oficio y veteranía. Por eso, al final, Mondadori, Tusquets —dos títulos cada uno— y Seix Barral tienen su hueco en la lista. Decencia obliga.

Y la cuarta y última advertencia tiene que ver con mis limitaciones: no he leído ni El mapa y el territorio, de Houellebecq, ni Libertad, de Franzen, consideradas por muchos críticos como lo mejorcito del año. Yo no puedo juzgarlas. Es ocioso decirlo, pero hablo de lo que leo, no de lo que otros dicen que hay que leer.

Por último, el orden sí indica preferencia. Es una jerarquía, y la cosa va de menos a más agrado. Las razones, en cada escalón. Ah, y se me olvidaba: en aras de la transparencia, añado al final una nota de mi relación con los autores, tal y como hace Vicente Luis Mora en su blog. Para que luego no digan que si mira tú qué tal y pascual.

TOP 11.

Antonio Orejudo, Un momento de descanso, Tusquets Editores (comentario en el blog, aquí).

No es la mejor novela de Orejudo, pero es un Orejudo, al fin y al cabo, y eso, en un panorama pobretón y predecible como el que sufre la literatura española, siempre es un marchamo de calidad. Me gustaría que estuviera más alto en la lista, pero se trata de un Orejudo menor, algo reiterativo con respecto a los tics de estilo que tanto éxito le han dado. Este año se ha reeditado también Ventajas de viajar en tren. Para muchos, su mejor novela (no para mí, yo prefiero Fabulosas narraciones por historias). Pero es una reedición y no cuenta como novela nueva.

Relación con el autor: absolutamente ninguna.

TOP 10.
Javier Avilés, Constatación brutal del presente, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Inclasificable, a ratos ilegible, mareante e incluso desquiciante. Una de las cosas más originales que se han publicado en España en clave metaliteraria. Una reflexión sobre el arte y la necesidad de narrar hecha desde la narración misma. Un libro para escritores y para gente muy interesada por estas cuestiones. Javier Avilés escribe de puta madre, con mucho nervio, y compone una especie de relato de misterio en el que lo importante es seguir leyendo. Lo que quizá hubiera querido ser El nombre de la rosa si no fuera un best seller. Lo incluyo en el top-11 por original, periférico y audaz. Disfruté mucho y me hizo pensar. Y no me hace disfrutar ni me hace pensar cualquier cosa.

Relación con el autor: intercambio esporádico de mails cordiales a propósito de su libro. Ah, y nos seguimos mutuamente en Twitter, donde es un tipo gracioso.

TOP-9.

Marian Womack, Memoria de la nieve, Tropo Editores.

No he escrito de este libro en el blog por escrúpulos éticos y profesionales (es mi editorial, y no sólo me publican libros, sino que trabajo con ellos y son mis amigos, así que cualquier promoción de sus títulos por mi parte se puede malinterpretar), pero estaría siendo muy injusto si lo excluyera de esta lista. No me avergüenza confesar que he llorado leyendo esta preciosa y delicada nouvelle, escrita con una sensibilidad a caballo entre lo lisérgico y lo esotérico. Quizá fue el momento en el que la leí, pero los fantasmas que se aparecen en sillones orejeros de los fríos salones de Oxford me emocionaron muchísimo. Historias sobre el amor y la muerte, o sobre amores que se congelan tras la muerte, como esa nieve que cubre todas las tramas y todos los escenarios. Sutil, lírica, íntima y extraña. Hay quien ha acusado a la autora de inconsistencia narrativa, pero yo creo que no hay pecado sin intención, y Womack —gaditana y rusófila, por cierto; el apellido lo toma de su marido, el poeta inglés transterrado a Madrid James Womack— no ha querido escribir una novela sólida, sino un libro de sensaciones, epidérmico y, sí, por qué no decirlo, poético.

Relación con la autora: epistolar, muy simpática en el trato por email.

TOP-8.

Francisco Ferrer Lerín, Familias como la mía, Tusquets Editores (comentario en el blog, aquí).

Bruta, a ratos soez, con tendencia al salvajismo, pero escrita con la elegancia y rectitud que sólo un ex novísimo (o casi novísimo) puede conseguir. Con un humor negro que me recordaba a ratos al de Rafael Azcona y que se inserta en la mejor tradición hispana —¿por qué los escritores españoles se empeñan en ser tan serios y solemnes si venimos del Lazarillo y del Quijote, que son chiste sobre chiste?—, Ferrer Lerín presenta una obra antiintelectual que a ratos se comporta como una roman à clef. Retuerce su autobiografía y la convierte en un delirio criminal con banda sonora ibérica. A no perderse el proyecto de convertir la provincia de Teruel en un territorio para hacer desaparecer cadáveres de ajusticiados a través de los muladares. Lo que Bigas Luna podría haber hecho si tuviera talento para ello.

Relación con el autor: colgó mi reseña en su blog y nos escribimos a propósito de ciertos juicios míos sobre su novela que él no compartía. No llegamos a una entente, pero quedamos como amigos.

TOP-7.

Colin Wilson, Ritual en la oscuridad, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Hablé de él hace muy poco, así que no voy a insistir volviendo sobre el tema. Un  descubrimiento y un autor a investigar. Esperamos que lleguen más traducciones. Por cierto, Javier Calvo vuelve a confirmar aquí que es uno de los mejores traductores del inglés: todo suena natural en los libros que él traduce y sabe recrear el registro coloquial como pocos.

Relación con el autor: ninguna, vive muy lejos, habla muy raro y dicen que le gustan los ovnis, así que tampoco tengo muchas ganas de conocerlo si se diera el caso.

TOP-6.

Alberto Olmos, Ejército enemigo, Mondadori ().

El otro día presentó Olmos este libro en Zaragoza. El presentador oficial era Manuel Vilas, pero se indispuso, y mi amigo Ángel Gracia, baranda del Fórum de la Fnac, me llamó en tono un poco suplicante pidiéndome que estuviera en la mesa. No ejercí de maestro de ceremonias, pero sí instigué una conversación con Alberto en la que me felicité, en nombre de los lectores literarios, del éxito de este libro, porque representa la emergencia de una literatura diferente a la que estamos acostumbrados y a la que hasta ahora defendían los popes en este país. Visto con cierta distancia, ahora me parece que la principal virtud de Ejército enemigo y del ruido que está haciendo es que ha sacado del armario a una generación de autores jóvenes que quizá anuncien un necesario y refrescante relevo. Porque, hablando en plata, estamos hasta los eggs de los tipos que hicieron la Transición y sus monsergas de posguerra.

Relación con el autor: moderadamente etílica, de mesa, mantel y barra de bar. Amigable y cariñosa en lo epistolar.

TOP-5.

Manuel Jabois, Irse a Madrid, Pepitas de Calabaza (comentario en el blog, aquí).

Un columnista comme il faut. Un articulista de los de antes pero con el estilo de ahora. Lo que me gustaría encontrar en los periódicos y nunca encuentro. Un escritor elegante y socarrón, un cronista con estilo, un mago de la primera persona del singular. Los artículos de Manuel Jabois son delicatessen periodística y diluyen las fronteras entre lo literario y lo gacetillero. Una patada periférica, desde la lejana y brumosa Pontevedra, al ombliguista y mediocre centralismo que practican muchos de los que escriben en los papeles. Chapó.

Relación con el autor: dejó una vez un comentario en este blog que creo que ni siquiera respondí, maleducado que soy.

TOP 4.

Art Spiegelman, Metamaus, Pantheon (comentario en el blog, aquí).

Este no lo van a encontrar en su librería, tendrán que pedirlo a los americanos, pues de momento sólo se ha publicado allá, en una editorial de Nueva York. Y si no leen inglés, olvídense de él. Metamaus es una reflexión sobre el cómic Maus en su vigésimo aniversario. Se compone, básicamente, de una larga conversación con Spiegelman en la que se explaya sobre un montón de cuestiones relativas al proceso de creación de Maus, a su repercusión y, en definitiva, a qué piensa del arte, de la literatura, de los cómics y de la fijación del discurso histórico oficial a través de los relatos de ficción narrativa. Esto suena muy intelectual, y lo es: ¿qué esperaban de un artista judío neoyorquino? Esta gente no sabe hablar sin citar a tres filósofos de la Escuela de Frankfurt. Pero, a la vez, es muy oxigenante y transpira honestidad. En estos tiempos tan dominados por intelectuales naif y por descubridores del Mediterráneo que se expresan con palabras polisilábicas que se inventan sobre la marcha, da mucho gusto dejarse seducir por la voz de un artista honesto que es capaz de pensar sobre su oficio en forma socrática, sin aspirar a auspiciar cánones o a inspirar preceptos. Un lujazo de libro, imprescindible para todos los que se quedaron fascinados por el cómic.

Relación con el autor: le amo en la distancia y oculto entre la masa, con un océano de por medio, sin aspirar siquiera a que su mirada se cruce con la mía. Ay (suspiro melancólico).

TOP-3.

Celso Castro, astillas, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Y llegamos a la medallita de bronce. Merecidísima. Es el descubrimiento de 2011. Si estos fueran unos premios de cine, se llevaría el de actor revelación o mejor director novel, aunque astillas no sea su primera novela. Es, de hecho, la segunda de una trilogía que empieza por el afinador de habitaciones (todo en minúsculas, por favor, estamos ante un escritor minusculista que no usa nunca las mayúsculas). Una historia de fantasmas y de niños bien huerfanitos en una Coruña drogadicta y subidita de calentura sexual. Es un libro que habla de las cosas importantes de la vida: follar y… No me acuerdo de cuál era la segunda. Una Bildungsroman con resabios de Henry Miller y lamentos de poeta, pero con un sentido del humor lo bastante poderoso como para compensar el malditismo.

Relación con el autor: ninguna de las ningunísimas, ¿no les he dicho ya que vive en Galicia? Pues, ¿qué más quieren saber?. Por cierto, hay dos gallegos en esta lista. Me mosquea. ¿No estaré haciendo méritos inconscientes para el nuevo presidente de este país con burdos guiños a sus paisanos?

TOP-2.

Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana, Seix-Barral ().

Medallita de plata para el amigo Pisón. Por la mejor novela que ha escrito hasta la fecha, con la que creo que ha dejado definitivamente atrás su etapa de contaminación sebaldiana. Una novela redonda, de estructura muy compleja y planteamientos poco complacientes con la narrativa española al uso, que promueve una revisión del pasado en un sentido distinto al que aventura Pisón. Además, es un libro comercial en el mejor de los sentidos, que admite varios niveles de lectura y es capaz de satisfacer al lector literario más elitista y al que sólo busca entretenimiento. Un alarde de técnica y de pulso narrativos. Una novela que sólo puede escribir alguien con el oficio y el alma de artesano stajanovista de Martínez de Pisón. La leí en dos tardes.

Relación con el autor: difundió algunos elogios desproporcionados sobre mi anterior librito, Soldados en el jardín de la paz, y hemos compartido mesa, risas y mantel. Las copas, cada uno las bebía de su vaso, sin compartirlas.

TOP-1.

Edmundo Paz Soldán, Norte, Mondadori (comentario en el blog, aquí).

Quizá sea por la cercanía de su lectura, que conservo aún muy fresca, pero tengo muy buenas sensaciones en el paladar lector. Un amigo a quien se la recomendé la calificó de un must, un imprescindible. Paz Soldán es una de las voces más interesantes de la literatura en español, y este thriller ambicioso es puro nervio, una prosa llena de capas, que baila por todos los registros del idioma para componer un friso duro, sin sentimentalismos ni cursilerías. Asesinos en serie, locos, chicas colgadas de colgados… Todo mola en este libro vibrante, que avanza en torbellinos. No creo que haya muchos escritores contemporáneos a la altura de Paz Soldán, que combinen un estilo poderoso y dúctil con una técnica narrativa muy depurada y más propia de un norteamericano que de un hispano. Quizá porque vive en Estados Unidos. Maravilloso. Como escritor, ante libros así, sólo puedo sentir envidia. Y no de la buena.

Relación con el autor: qué más quisiera yo. Si tuviera amigos así, no tendría que aguantarles a ustedes (uy, ¿he dicho esto con el micro abierto?).

¿Y ustedes? ¿Han leído algo o el porno gratis online ha absorbido todo su tiempo en 2011? ¿Algo que debamos saber, algún libro que haya cambiado sus vidas en estos doce meses? Por favor, estamos deseosos de sus recomendaciones. Déjenlas en los comentarios para que podamos gozar de ellas. Eso sí: en la medida de lo posible, que sean títulos publicados en 2011, que a Valle-Inclán y a García Lorca ya los leímos en el insti.

Me gusta leer las novedades sabiendo lo menos posible de ellas. A veces, ni siquiera leo la solapa ni la contraportada, porque, en la medida de lo razonable, quiero leer lo que está escrito y no lo que otros —incluido el autor en ese otros— dicen que está escrito. La lectura siempre está condicionada por muchísimas cosas, y es imposible abstraerse de ellas. La propia editorial o el lugar que el libro ocupa en la librería ya te dan demasiada información de la que es casi imposible (y puede que no sea conveniente) prescindir como lector.

Pero hay libros que lo ponen más o menos fácil, y era muy difícil enfrentarse con Ejército enemigo, de Alberto Olmos, sin tener en cuenta las expectativas que la intensa y muy eficaz promoción a la que su editorial lo está sometiendo despierta en los cuatro o cinco raritos que estamos al tanto de las novedades libreras. He leído muchas más cosas de las que me hubiera gustado leer sobre el libro antes de leer el propio libro. Y, después de haberlo hecho, sólo he leído una crítica, inusitada, sorprendentemente dura y, a mi entender, un poco injusta e injustificada. Aunque, por supuesto, las lecturas y las opiniones, así como las filias y las fobias, son absolutamente libres y deben expresarse con libertad y sin miedo. Me refiero a la crítica que firma Patricio Pron (leer aquí).

El resultado del empacho prelectura y de la abstinencia postlectura es la sensación de haber leído un libro distinto al que la promoción editorial y algunos reseñistas defienden o denuestan.

Dicen: Ejército enemigo es una novela sobre internet, sobre la pantomima de la solidaridad oenegista, sobre el sexo y la pornografía, sobre el rencor social e, incluso —agüita, compadre, que dirían mis amigos canarios—, sobre la lucha de clases (glups). Y dicen bien. Dicen: Ejército enemigo es una novela ensayística, quizá excesivamente ensayística. Y dicen bien también. Pero estos decires no son más que obviedades que nada aclaran ni explican sobre qué cosa es realmente Ejército enemigo.

¿Es una novela ensayística? Ciertamente. La reflexión política, social y estética, introducida por medio de los pensamientos del prota-narrador, es muy importante y uno de los ejes que vertebran el libro. Lo que no entiendo es que esta circunstancia sea criticable per se, y que lo que está bien para Vila-Matas, para Sebald o para Umbral, por poner tres ejemplos extremos y contradictorios entre sí del empleo de una misma técnica, no lo esté para Alberto Olmos. A mí no me preocupa ni me molesta que haya mucho ensayo infiltrado en la narración. Cuestión distinta es que ese ensayo me interese o no.

Porque, al margen de derivas ensayísticas y de los accidentes más o menos llamativos que conforman los temas del libro, lo cierto es que Ejército enemigo es una novela policiaca de canon. Hay un crimen, hay un detective y hay una investigación que resuelve ese crimen. Y esa es la armazón básica del libro. Que el detective no sea tal strictu sensu y que el asesinato no parezca importarle a nadie es lo de menos. Lo importante es que esas coordenadas o pies forzados mínimos permiten al autor acotar la novela y construirla de forma coherente y unitaria. Le dan unas guías sobre las que trabajar y, a los lectores, nos da un marco referencial reconocible. Lo demás —que en el fondo es lo que cuenta, la chicha y la razón de ser del libro—, narrativamente, es relleno. Y esta circunstancia convierte a la novela en la más redonda y lograda de todas las que ha escrito Olmos.

Mientras la leía, pensaba en dos obras que sospecho que ni el autor ni los reseñistas tendrán en cuenta a la hora de interpretar Ejército enemigo, pero ya he avisado de que creo que en la librería me han dado un libro distinto al que ha leído el resto de la gente y al que promociona la editorial: Drácula y El tercer hombre.

De Drácula tiene la obsesión documental. Como la novela de Bram Stoker, la de Olmos se compone en buena medida de documentos: fragmentos de diario y mails en lugar de las cartas y telegramas donde se va contando la historia del vampiro. De hecho, el MacGuffin de la historia es una contraseña de correo electrónico, o la misma cuenta de correo electrónico a la que da acceso.

Las conexiones con El tercer hombre vienen dadas por la trama: como en la novela-guión-película escrita por Graham Greene, un personaje se tropieza con la muerte de un amigo y tiene la posibilidad de descubrir cómo y por qué murió, y en el transcurso de sus pesquisas, se encuentra con que la persona que creyó conocer era o se había convertido en otra.

¿Que son referencias raras? Sí. ¿Que las paternidades de Ejército enemigo están bien explícitas y citadas y recitadas en el propio libro? También. Pero ya dije que yo leo raro y que se me ocurren cosas raras mientras leo.

Me ha gustado bastante y aplaudo el tono resentido y cínico del personaje narrador. La prueba es que me he leído el libro en dos sentadas de tarde y media. La prosa está muy trabajadita y fluye ligera y sin grumos. No me sobran sus mítines ni los largos exordios político-festivos. Creo que la novela es un género lo bastante elástico como para abarcar todas las obsesiones y manías del autor sin romper el molde en el que se cocina o el plato en el que se presenta. Sin embargo, y por ponerle un pero, reconozco que me aburrí un poco bastante hacia la mitad, cuando Olmos satura el libro de citas y de transcripciones de mails durante demasiadas páginas para explicar algo que la mayoría de los lectores ya teníamos muy pero que muy claro desde mucho tiempo atrás. Por suerte, después de este ametrallamiento, la narración vuelve con fuerza y encara las que, a mi juicio, son las páginas más brillantes: una incursión en los bajos fondos de un barrio periférico, con criminal amenazante incluido, y una juerga drogadicta muy bien narrada en una buhardilla del centro. El libro alcanza ahí su clímax, y precisamente por lo logradas que están esas páginas puramente narrativas es por lo que echo de menos un poco más de acción y un poco menos de reflexión en el resto de la novela.

Y con esto no le estoy dando la razón a Pron: no digo que las incursiones ensayísticas sobren o que sean mediocres, sino que creo que funciona mucho mejor la narración que el ensayo. Por ejemplo: el prota dedica largas y agresivas parrafadas a perorar sobre su propio rencor social y sobre la puta mierda que es vivir en un barrio de mierda. Sin embargo, en la última parte, aparece ese barrio inserto en una acción —una acción propia de una novela negra—, y es entonces cuando las ideas sobre la degradación urbana expresadas en esas filípicas adquieren una dimensión redonda e incontestable. O, al menos, una dimensión mucho más redonda que la que tienen en el discurso.

¿Y el sexo, el cinismo y el alegato antisolidario? Pues muy bien, gracias. Todo me gusta, todo lo compro, especialmente la pornografía, pero me quedo con una frase que se dice hacia el final: «Uno muere y hay que tener la cortesía de darle la razón». Porque el verdadero asunto de Ejército enemigo es la identidad: la imagen que proyectamos, la que tenemos y la que finalmente queda. «No sabe uno ni ser», dice en otro momento el protagonista. Somos lo que nos permiten ser y somos muchos seres.

De eso va el libro. Más o menos, pero no me hagan mucho caso, que yo tampoco sé ser.