DÉJÀ VU DE VERDAD

Entre las lecturas que tengo pendientes y que voy despachando en el hospital estaba el último de Houellebecq, La carte et le territoire, que compré en Niza poco antes de la debacle (creo que Anagrama está a punto de publicar la traducción al castellano). Pero antes de leerlo vi que tenía por ahí Ampliación del campo de batalla, y me dije: tendré que leer antes Ampliación…, por aquello de respetar las cronologías. Y para poder decir que el último de Houellebecq es mucho peor que el primero, para poder meterme con él y llamarle escritor farsante y agotado, que siempre mola.

Me lo llevo al hospital y empiezo a leer en cuanto Pablo se duerme.

Empiezo a leer y… Coño, a mí esto me suena. No, no es que me suene, es que esto ya lo he leído. Y me acuerdo de todo. Soy capaz de anticipar lo que va a suceder en la página siguiente.

Pero yo estaba convencido de que no había leído Ampliación del campo de batalla. Y resulta que sí, pero soy incapaz de recordar cuándo lo leí, por qué y dónde compré el libro y qué pensé de él. Sólo sé que lo leí. Pudo ser hace tres meses o hace diez años, pero lo leí.

Y esa sensación me desazona mucho: recordar perfectamente los personajes, la trama y el tono de un libro, pero no ser capaz de recordar cuándo ni en qué circunstancias lo leí me desconcierta. Es una forma extraña de amnesia, me da la sensación de que lo he leído por ciencia infusa. ¿Y si no lo he leído, sino que lo llevo incorporado en el cerebro o en el ADN?

Pero sí que lo he leído. No sólo es evidente que he leído ese libro antes, sino que he leído ese libro. Es decir, el ejemplar que tengo en mis manos. Hay rastros de mi paso por él: esquinas de páginas dobladas, pasajes que me gustaron o que me interesaron y que quise tener siempre a mano. Reconozco esos pasajes al releerlos y entiendo que me interesaran porque me interesan también en esta relectura involuntaria, pero no soy capaz de recordar el momento en el que doblé esa esquina ni qué usos pensaba darle a esas citas.

Aún más inquietante: en algunas de esas citas encuentro ideas y sensaciones que he insinuado en la novela que he terminado hace poco. Houellebecq me ha influido sin que yo supiera que me influía. Metí en la novela algunas intuiciones que yo creía que se me habían ocurrido a mí y resulta que eran del cabrón de Houellebecq. ¿No da mal rollo?

Houellebecq me gusta, pero en absoluto es uno de mis autores fetiche, no entraría ni en un top-20 de escritores que me molan, pero el tío se las ha apañado para colarse en mis palabras y quedar por encima de toda la morralla argentina y estadounidense que pensaba que me contaminaba con más fuerza.

A ver si me va a pasar como al personaje de Amanece que no es poco, que se puso a escribir y le salió un Faulkner sin proponérselo.

Dice Houellebecq (y yo lo digo a mi manera en mi novela —de una manera tan distinta que probablemente la comparación escapará a todos los lectores inadvertidos, pero que yo tengo muy presente—):

Algunos seres experimentan enseguida una aterradora imposibilidad de vivir por sus propios medios; en el fondo, no soportan ver su vida cara a cara, y verla entera, sin zonas de sombra, sin segundos planos.

Houellebecq es francés. Houellebecq es imbécil. A veces, Houellebecq es un gilipollas, que es una forma intrínsecamente francesa de ser un imbécil. A veces, Houellebecq es insoportablemente altivo, insoportablemente misógino, insoportablemente misántropo.

Por eso, Houellebecq mola mogollón. Porque, en un mundo de escritores empeñados en que les caigamos bien, en justificar su bonhomía, en cambiar el mundo y en hacernos mejores personas, él sólo hace literatura. Y transmite verdad con ella. Una verdad al alcance sólo de los que se ponen a escribir sin pensar en caernos bien.

En esta novelita primeriza hay un arranque muy flojo, falsamente provocador. Hablando en jerga literario-filológica: una soplapollez que no escandalizaría ni a una monja. Pero luego mejora. Es errático, inconsistente, ensayístico. Habla de la soledad y de las ganas de follar. Quizá no de la mejor de las formas, quizá sin alcanzar una redondez brillante —muy lejos de alcanzar una redondez brillante, de hecho—, pero con el suficiente brío como para llevarme hasta el final del libro.

Entiendo que no guste o que parezca una novelucha fallida, pero creo que en su carácter de novelucha fallida está su grandeza. Habla de la nada, de la nada cotidiana. Del aburrimiento, del bostezo. Y yo entiendo lo que dice. Con eso me basta.

2 Respuestas a DÉJÀ VU DE VERDAD

  1. A mi Houellebecq me enganchó con Plataforma (Winterbottom tuvo la culpa). Tampoco recuerdo de qué iba “Ampliación del campo de batalla” pero sí recuerdo esa sensación de la que hablas, de encontrar ordenado en palabras cierta desazón en la que estamos sumergidos. Una forma de explicar algo que yo no podía explicar (hace un tiempo, igual ahora sí). No es una lectura muy edificante para un hospital, pero lo mismo es terapeútica,

    Si te ha salido un Houellebecq sin quererlo, bravo por tí. Qué ganas de leerte.

  2. Es edificante en la medida de que ya no puedo empatizar con el vacío cotidiano. La angustia por el aburrimiento y la falta de estímulos en la previsible y acolchada vida occidental del siglo XXI ya no va conmigo. Yo no vivo cómodo ni en un cuadro predecible, así que las angustias del aburrimiento postmoderno me la traen al fresco: puedo entenderlas sin sufrirlas. No sé si me explico.

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