Archivo mensual: marzo 2011

EL MEDIO ES EL MENSAJE

Si eres un escritor/letraherido, vives en Calahorra y te da por hacer un blog, escribirás sobre los atardeceres de los campanarios, el sonido que hacen las cigüeñas (como se llame lo que hagan las cigüeñas, aparte de cagar zurullos del tamaño de un niño) y el rumoroso rumor que rumorea en los rumores rumorosísimos que rumisquean en la rumorosa mañana.

Sin embargo, si eres un escritor/letraherido, vives en Barcelona y te da por hacer un blog, escribirás sobre paradojas semióticas, intertextualidad, fusión de géneros, postmodernidad narrativa, metaficción y autoficción.

Ya lo dijo Marshall McLuhan: «El medio es el mensaje». La mayoría de la gente piensa que ese «medio» de la frase mcluhaniana era un medio o soporte de comunicación, pero yo creo que se refería al medio natural. El medio del primer escritor/letraherido es Calahorra, luego su mensaje es Calahorra. El medio del segundo escritor/letraherido es Barcelona, luego su mensaje es Barcelona.

¿Por qué no hay escritores/letraheridos en Calahorra que escriban sobre paradojas semióticas, intertextualidad, fusión de géneros, postmodernidad narrativa, metaficción y autoficción? Porque, en el mejor de los casos, acabarían en el pilón. Y, en el peor, colgados junto a los galgos.

¿Y por qué no hay escritores/letraheridos en Barcelona que escriban sobre los atardeceres de los campanarios, el sonido que hacen las cigüeñas (como se llame lo que hagan las cigüeñas, aparte de cagar zurullos del tamaño de un niño) y el rumoroso rumor que rumorea en los rumores rumorosísimos que rumisquean en la rumorosa mañana? Porque acabarían en un sitio mucho peor que el pilón: la casa de la cultura de Castelldefels o el salón de actos del Centro Gallego de L’Hospitalet. En cualquier caso, muy lejos de la programación cultural de la librería La Central y vetado en los saraos del CCCB.

Javier Avilés, digámoslo ya, tiene un nombre que podría pasar por el de un escritor/letraherido de Calahorra, pero es un escritor/letraherido de Barcelona. Y esto es meritorio: en Barcelona tienes que tener un apellido compuesto y con guión o dos k en el nombre para ser un escritor/letraherido de ley. Llamarse Javier Avilés es un handicap grande: los del CCCB saben que un nombre así no luce bien en su cartelería. Javier, ni siquiera Xavi, y Avilés, con esa hiriente tilde aguda que suena como un portazo asturiano, como un martillazo en un astillero, proletaria y ruda.

Pero nada es imposible en la ciudad de Gaudí (Gaudí, eso sí que es un nombre para Barcelona, suena casi extranjero, casi francés, se puede vender en Nueva York sin que parezca mexicano), y hasta un Javier Avilés puede llegar a lo más alto del parnaso si se lo propone.

Avilés tiene un blog, llamado . Y resulta que ese blog lo lee Vila-Matas. Eso no es noticia: Vila-Matas lee todos los textos donde le citan. De hecho, está leyendo éste ahora mismo: hola, Enrique, muy buena Dublinesca, insuperable, magistral. ¡Y la compré con mi dinero y todo! 19 eurazos me costó, que ya os vale, con lo mal encuadernada que está. Esto… que soy un joven escritor que busca padrino y tal. Si te interesa, consumo poco y no tengo muchos kilómetros. Te hago un precio.

En fin, que Vila-Matas lee . Pero no sólo lo lee. Vila-Matas va y comenta. Y se enreda en discusiones meta y autoficcionales con Javier Avilés. Y Javier Avilés dale que te pego a la postmodernidad literaria y a la imposibilidad de narrar y a que si Cervantes esto y a que si Pessoa lo otro y a que si Kafka lo de más allá. Y así, discute que te discute, Javier Avilés acabó componiendo un libro que no tenía título. ¿Pero quién quiere un título teniendo a un Vila-Matas? Don Enrique acudió al rescate y le sugirió que lo titulase Constatación brutal del presente (Libros del Silencio).

Es una frase del libro. El problema es que la frase aparece en las primeras páginas, muy al principio. Coño, Vila-Matas, escoge una frase que esté en la página 82. O en la 103. Que parezca que te lo has leído entero.

En fin, no importa: Vila-Matas acierta siempre, es infalible. Y con la elección del título no ha hecho una excepción. Es un título perfecto para mantener alejado al vulgo, un título para hablar entre mayores. Entre escritores mayores.

Lo diré para despejar dudas: Constatación brutal del presente me ha gustado. Mucho incluso. Pero dudo que sea literatura. ¿La reflexión sobre la literatura es literatura? ¿La metaliteratura es literatura? No sé dónde está el límite, la verdad. Sé que en el libro hay una trama lo bastante dibujada y unos personajes lo suficientemente redondos para etiquetarlo en el epígrafe de ficción narrativa, pero no sé si lo bastante dibujada ni lo suficientemente redondos como para merecer el calificativo de novela.

No voy de purista ni de pureta. No es eso. Simplemente, me pregunto si los artefactos narrativos postmodernos suponen la tan anunciada muerte de la novela o, simplemente, son un género narrativo nuevo (relativamente nuevo) que debe ser juzgado con otros baremos. En este caso, no supondrían amenaza alguna para la novela, pues discurrirían por un camino paralelo.

Porque estos libros empiezan a ir más allá de la mezcla de géneros y de la confusión del ensayo, la novela y el cuento. Tienen algo de tratado filosófico y algo de juguete intelectual y puede atisbarse en ellos algo parecido a un canon: tienen modelos que imitan (en España, Vila-Matas es referente) y una poética cada vez más definida.

Constatación brutal del presente es un libro para escritores y para chalados de la literatura. Es droga dura para iniciados, para quienes gustan de marear la perdiz y se preguntan qué sentido tiene esto de narrar historias, a quién puede interesarle, por qué las narramos como las narramos y si son útiles para comprender la realidad. Y aún más: si eso que llamamos realidad lo es de verdad, y si hay alguna forma literaria de aproximarse a ella, no ya de aprehenderla o de interpretarla o de transformarla. Simplemente, de aproximarse, de constatarla.

Todo el libro está atravesado por una referencia insoslayable: Stanley Kubrick, que en 2001 también se planteó (nos planteó) muchas de estas cuestiones. Rodrigo Fresán, en su última novela, El fondo del cielo, también se refiere mucho a Kubrick.

Con lo olvidado que parecía el pobre Stanley.

Pero yo, mientras lo leía —y con todos mis respetos a Kubrick, cuyo cine sigo defendiendo ante el desprecio miserable de mi señora: a mí me sigue emocionando ese astronauta atrapado en Júpiter o más allá del infinito— pensaba en F For Fake, un falso documental de Orson Welles sobre el mayor falsificador de la historia del arte. Un juego de espejos, un juguete intelectual sobre el concepto de verdad en el arte. Especialmente, porque uno de los hilos (más que leitmotivs) de Constatación… es un documental titulado Sigma 2, que denuncia un fraude masivo y demuestra que algo que todo el mundo cree que sucedió no pasó en realidad.

En definitiva, un artefacto literario propio de Barcelona. Si a alguien de Calahorra se le ocurre escribir algo así lo tiran del campanario.

SENTIMIENTOS OFENDIDOS

Empieza a dar miedo de verdad vivir en este país. Sí, siempre nos hemos indignado hablando de que la democracia es sólo formal, que seguimos en manos de curas y de botines y blablabla. Pero en realidad nos sabíamos a salvo de ellos, había cierta chulería y afectación en nuestro discurso: nos sentíamos amparados por el artículo 20 de la Constitución.

Pero hablar y expresarse en público es cada vez más peligroso. Uno puede asumir el peligro social, e incluso el peligro laboral si se dedica al periodismo y sus aledaños, pero se consideraba a salvo del peligro penal.

Ya no.

Expresarte en público puede llevarte ante un juez con relativa facilidad. Se suceden los casos célebres (lo que quiere decir que sobreabundan los que pasan desapercibidos): lo de A Serbian Film y, ahora, lo de Leo Bassi son ejemplos algo más que inquietantes.

Desde que un juez secuestró un número de El Jueves y condenó a sus responsables por una caricatura en la que los príncipes follaban doggy-style, ha habido unos cuantos casos más. No sé casi nada de leyes, pero que un tribunal acepte una querella por “presuntos delitos contra los sentimientos religiosos” es para llorar. ¿Se puede delinquir contra un sentimiento? Yo creía que se podía contra las personas y sus bienes. Podrás ofender los sentimientos de alguien, pero que la ofensa sea un delito es terrible. Y es más terrible aún cuando se jerarquizan las ofensas —subjetivas e inobjetivables por definición— y se considera que una ofensa religiosa está muy por encima de una ofensa contra, por ejemplo, mis sentimientos ortográficos.

A mí, la prensa diaria me ofende gravemente todos los días. Y ofende no ya a mis sentimientos, sino a la gramática como institución platónica. ¿Puedo llevar mi ofensa a los tribunales? ¿Me abonarán los diarios españoles un euro por cada “posicionamiento” o cada “recepcionado” que publiquen? Item más: ¿indemnizará Belén Esteban a los profesores de Lengua y Literatura por cada pedo verbal que exuda por el orificio que tiene por boca?

¿Es mi ofensa menor que la de un cristiano siente por la parodia de Leo Bassi? Un tribunal considera que sí.

Que no se distinga la representación de una violación infantil de una violación infantil real y que no se respete el derecho a expresar libremente, y de la forma que uno considere conveniente —por burda o agresiva que sea—, una crítica o una parodia a una religión y a sus ritos es terriblemente grave. Quizá no tanto como lo de Bengasi ni como lo de si el Real Madrid gana la liga o la caga otra vez, pero es grave. Inquieta.

Seguiremos diciendo que este país sigue dominado por curas y botines, pero cada vez lo diremos más bajito, conscientes de que el artículo 20 ya no nos defiende contra ellos, que los diques se están rompiendo y que vienen decididos a callar a todo aquel que les moleste o que ofenda sus sentimientos.

La ofensa es libre. La expresión, cada vez menos.

SIGUEN SIN CONTESTAR

Hace unas semanas escribí esto en mi homilía dominical en Heraldo de Aragón:

No saben, no contestan

Como los antiguos ‘singles’, las noticias suelen tener una cara B que apenas se escucha y que solo alcanzan a comprender los que están afectados directamente por ella. Déjenme que les ‘pinche’ la cara B de una noticia que ha llenado unas cuantas páginas y unos cuantos minutos en periódicos y televisiones.

En septiembre de 2010, el Congreso aprobó una proposición no de ley que instaba al Gobierno a crear un permiso retribuido para padres de niños con cáncer o con alguna enfermedad muy grave que requiera largas hospitalizaciones y cuidados constantes. La proposición original, presentada por la diputada convergente Conxa Tarruella (que es enfermera de profesión, fue directora de Infancia de la Generalitat de Cataluña y ha demostrado una sensibilidad especial para estas situaciones), era clara y directa, respondiendo sin ambages a buena parte de las demandas que las asociaciones de padres de niños oncológicos llevaban años planteando. Antes de su aprobación, sufrió varias enmiendas del PP y del PSOE que, a fuerza de matizar e hilar fino, hicieron el texto ambiguo y farragoso, y quizá en estas reescrituras esté el origen de los problemas posteriores.

La proposición no de ley se tradujo en una modificación de la Ley General de la Seguridad Social y del Estatuto de los Trabajadores que se publicó en el BOE el 23 de diciembre, con entrada en vigor el pasado 1 de enero. Se suponía que a partir de entonces, los afectados podrían empezar los trámites para solicitar el permiso, pero no ha sido así, porque todavía no está redactado el reglamento que desarrolla la norma. Y, sin reglamento, nadie sabe a qué atenerse: ni siquiera se especifica qué tipo de enfermedades entran en el permiso. La Seguridad Social ha preparado unos impresos para solicitar las prestaciones, pero no sirven de nada, porque los funcionarios encargados de tramitarlas no saben cómo hacerlo. Ni las asociaciones de padres de niños oncológicos, ni las empresas —que deben tramitar una parte del papeleo y no encuentran interlocución en la Seguridad Social—, ni nadie parece saber nada del asunto.

Muchos afectados se preguntan por qué ha entrado en vigor una norma sin reglamento, por qué hay unos impresos que no se pueden presentar y por qué se juega con tanta impunidad con su sufrimiento. Si tienen la necesidad de solicitar un permiso en el trabajo, es precisamente porque no disponen de tiempo ni de capacidad para enfrentarse a una maraña burocrática de funcionarios que se encogen de hombros y musitan ‘vuelva-usted-mañana’. La buena voluntad que inspiraba la proposición original se ha visto adulterada por la insensibilidad posterior tanto de los legisladores como de los responsables de tramitar los permisos. Unos permisos que no están pensados para los padres, sino para unos niños que necesitan los cuidados constantes de sus progenitores dentro y fuera del hospital.

Cuando un niño es diagnosticado de cáncer, nada alivia el dolor de su familia. El del menor está en manos de los excelentes profesionales que, por fortuna, trabajan en nuestros hospitales públicos, pero para el dolor no físico de sus familiares no hay remedio alguno. Lo único que su entorno y la sociedad pueden hacer es facilitarles un poco la vida, despreocuparles de las pequeñas miserias ajenas a su drama. Y eso, parece que la Administración no lo ha entendido aún.

Hoy, 27 de marzo, hace un mes que tendría que haber entrado en vigor el reglamento, pero la administración sigue sin saber ni contestar. Para paliar un poco esta vergüenza, los técnicos de la Seguridad Social —funcionarios de carrera, no políticos— han elaborado unas instrucciones provisionales para empezar a tramitar esos permisos. Han tenido que ser unos trabajadores de la administración quienes, extralimitándose de sus funciones, den una respuesta, aunque sea incompleta. Pero, por lo menos, tienen voluntad de darla y no se escudan en el hispano “es que yo soy un mandao”. Son mandaos, pero intentan corregir los errores de sus mandos.

Cada año se diagnostican en España entre 700 y 1.200 casos de cáncer en menores de 15 años. Es una incidencia mínima, son unas tasas irrisorias si se comparan con las del cáncer en adultos. Es un problema que jode a un número muy reducido de personas, absolutamente insignificante. Los afectados no llenamos un auditorio mediano. Y esa es la única explicación a esta vergonzosa desidia: que aunque decidiéramos protestar en la puerta de un ministerio, ni siquiera dificultaríamos la circulación por la acera.

Y precisamente debido nuestro insignificante número es muy fácil ponerle remedio a nuestro irrisorio problema, a un coste igualmente insignificante. La solución adoptada se corresponde parcialmente con lo que proponían las asociaciones de padres, pero todo su mérito se viene abajo si luego son incapaces de ponerla en práctica, tres meses después de su entrada en vigor.

Un niño con cáncer necesita a sus padres full time. No es un beneficio para estos, sino para él. Y, actualmente, para que esto pueda hacerse realidad, dependemos de la buena voluntad de las empresas que nos contratan, de sus mutuas y de nuestros médicos de atención primaria, y esto nos deja absolutamente desprotegidos. En nuestra situación, no se nos puede dejar al albur de terceras personas que no están obligadas a ser comprensivas (quizá no legalmente, aunque es posible que sí moralmente, y que quienes no lo sean merezcan el calificativo de hijos de puta y el desprecio social). Hay padres que, al dolor inaguantable que sufren, se han tenido que enfrentar a juicios, despidos y tediosas peleas burocráticas. Lo mínimo que puede hacer el Estado por nosotros es librarnos de torturas añadidas. Y este limbo es una más, suma incomodidad a lo ya insoportable.

A todos los responsables parlamentarios y ministeriales sobre los que recae la tramitación de ese reglamento: sé que no les importamos una puta mierda, porque lo están demostrando sobradamente. Sé que nuestras voces no alcanzan el volumen suficiente para incomodar sus conciencias. Sólo les deseo que, si tienen la pésima fortuna de encontrarse en una situación como la nuestra, no se tropiecen al otro lado de la ventanilla con gente tan incompetente, chapucera e indolente como ustedes.

Porque, además, les añadiré que su incompetencia, chapucería e indolencia queda mucho más en evidencia en un terreno saturado de excelentísimos profesionales. Por suerte, en el aspecto sanitario, estamos atendidos por unos médicos entregados, voluntariosos y altamente capacitados, apoyados por un personal sensible a nuestras cuitas excepcionales, y auxiliados por una serie de profesionales (psicólogos, trabajadores sociales y gente de las asociaciones de padres) irreprochables, que trabajan con unos niveles altísimos de exigencia y que no se permiten despistes ni perezas. Frente a ellos, frente a tanta gente dando lo mejor de sí cada día, dando la batalla por esos niños que a ustedes les importan tres cojones, su incompetencia es mucho más dolorosa y sangrante. ¿Cómo se llama al tipo que por acción u omisión hace daño a alguien que ya está arrasado de dolor? Creo que en castellano existen varios epítetos para referirse a él. Escojan el que mejor les cuadre.

CON RAFAEL REIG

Rafael Reig ha colgado esta foto en su blog, disparada por el móvil de Lidia Lahuerta, de Tusquets Editores. Él ha puesto como pie: «Sergio del Molino y yo intercambiamos opiniones (sobre marcas de licores, creo recordar).» (La entrada completa del blog de Rafael Reig, aquí)

Recuerda bien. Reig defendía el whisky y denostaba el bourbon porque vivió unos cuantos años en Estados Unidos y acabó odiándolo. Yo defendía el bourbon (mi querido Jim Beam) como una bebida para hombres afeminados como yo, que quieren darse a los licores hard pero que en el fondo agradecen ese toque afrutado impropio de un macho que se respeta. Reig es un macho que se respeta, faltaría más. Yo, pese a mi barba y a mis altos niveles de testosterona, no paso de cabritillo.

Aunque la foto está tan borrosa como nuestro razonamiento (no nos limitamos a debatir sobre licores, sino que ejemplificamos nuestros argumentos con tragos prácticos), puedo distinguir que es el momento en el que me está dedicando mi ejemplar de Sangre a borbotones. Le llevé tres de sus novelas para que me las firmara, para no apabullarle con su obra completa, y me hizo una dedicatoria “por entregas”. El folletín empieza en La fórmula Omega y termina en Todo está perdonado, y cuenta una historia de cómo Reig y yo nos cepillamos a unas señoritas húngaras. Ya le dije que me disponía a subastarlo en eBay inmediatamente. Pero a lo mejor espero a que Reig gane otro premio aún más gordo para que esos incunables se revaloricen. Llevan manchas de Cutty Sark en las solapas, advierto. Son joyas bibliófilas.

Gratísima sorpresa fue descubrir que Reig era lector de esta mierdecilla (hola, Rafael) y que me conocía de leerme por aquí. Y uno que a veces se imagina escribiendo para nadie…

Pero todo esto, siendo muy agradable, ha pasado a un plano muy secundario. Esta mañana hemos recibido noticias muy buenas. Buenísimas. No lo contaba por aquí, pero los allegados sabían lo negro tirando a negrísimo que se estaba poniendo el panorama con la enfermedad de mi hijo. Pero, hoy, la situación ha virado, el rumbo se ha estabilizado y nos dirigimos a mares sosegados. Casi vemos el puerto a lo lejos.

Hoy, no puedo decirlo de otra forma, estamos felices. Y lo voy a celebrar con un vasito (o varios) de Jim Beam.

CÓMO ENTREVISTAR A UN ESCRITOR

Una entrevista me manda hacer Violante, que en mi vida me he visto en tal aprieto.

Qué barbaridad. Yo antes las entrevistas me las hacía de seis en seis, me preguntaba y me respondía yo, le dictaba el titular al entrevistado, le hacía confesar que se tocaba pensando en su madre. Pero ahora estoy oxidado. Me han pedido una entrevistita de nada, muy plácida, casi una charla de bar, y boqueo como pez expulsado del acuario.

Desesperado, recurro a la teoría, al alma mater, y desempolvo las viejas lecciones y manuales de periodismo. Saco este librito del estante mohoso y escondido en el que lleva diez años acumulando polvo:

El tocho que ha formado a ochocientas generaciones de periodistas españoles. Dicen que Larra estudió con él. Setecientas páginas de letra apretada (de las cuales, 695 son el índice onomástico) donde se diseccionan todos los géneros periodísticos y se analiza la pirámide invertida, y las cinco W, y el lead, y hasta la aerodinámica de la capa de Supermán-Clark Kent.

Un manual de redacción que tiene la incomparable virtud de ser uno de los libros peor escritos del mundo, por encima de las memorias inéditas de Cañita Brava. Un volumen cuya portada ya sonaba vieja en 1805, que espanta sólo de verlo y que tenía por objeto disuadir a los estudiantes de periodismo de seguir estudiando esa carrera. Pero ni por esas.

Busco en esas 700 páginas de jerga seudocientífica y citas en inglés y no hallo lo que busco. El Martínez Albertos no me aclara cómo debe entrevistarse a un escritor.

Qué laguna más grande, qué solos y tristes deben de sentirse los estudiantes de periodismo.

Así que me veo en la penosa obligación de cubrir ese hueco para las generaciones venideras. A continuación ofrezco la fórmula para entrevistar con éxito a un escritor o a una escritora.

Por separado, ya que, pese a que cada vez la igualdad se impone más, muchas escritoras de la vieja guardia siguen ejerciendo primero de mujeres y luego de escritoras, y prefieren que se les pregunte por su condición genética antes que por la profesional, por lo que habrá que complacerles.

Porque esta es la primera lección (venga, tomen nota, cachorros, ¿a qué esperan?): el escritor tiene que salir de la entrevista satisfecho. Envanecido sería más correcto. Pero no tan satisfecho que llegue a pensar que el entrevistador es más inteligente que él. Hay que intentar ser listo, pero en su justa medida: que vea que nos esforzamos (vanamente) por estar a su altura. Nuestros infructuosos esfuerzos por citar a novelistas franceses enternecerán al autor y harán nuestro trabajo más fácil. Conviene que no pronunciemos bien los nombres de Proust o de Flaubert, para que el entrevistado piense: “Qué majico (sic, aragonesismo universal) y qué mayor, mira cómo mueve los labios y gesticula. Qué mono es, se cree intelectual… Se merece una golosina”.

Una vez creado el ambiente y tras disculparse por no haber leído el libro (“es que mi jefe —opcional: el cabrón de mi jefe— me lo pasó ayer y sólo he podido hojearlo”: las condiciones de explotación crearán una corriente simpática con un escritor que, por definición, es un ser sensible a las injusticias; por otro lado, saber que el periodista no ha leído el libro le tranquilizará sobremanera, no sólo porque no le atormentará la duda de si le habrá gustado o no, sino porque no correrá el riesgo de que su literatura sea malinterpretada por una mente de rango inferior), hay que encender la grabadora y empezar a preguntar. Para ello, propongo elaborar un cuestionario a partir de uno de estos dos modelos universalmente válidos, que contienen pequeñas variantes para excepciones más o menos frecuentes.

Modelo número 1 (para escritor masculino)

1. En su última novela plantea un panorama desolador del mundo occidental (o de España, o de la Región de Murcia, táchese lo que no proceda), ¿qué respondería a quienes le tachan de ser demasiado pesimista?
Salvo si el escritor hace literatura infantil, siempre planteará un panorama desolador del mundo occidental. Esta pregunta da pie a que el entrevistado sermonee y se ejercite como intelectual político (pocas cosas gustan más a un escritor que largar un discurso político, salvo los canapés gratuitos). Podemos dejarle hablar y pensar en nuestras cosas: lo que conteste nos es completamente irrelevante —y al resto de la humanidad, pero él no lo sabe— y no va a dar pie a nuevas preguntas.

2. Su estilo ha alcanzado una madurez admirable en esta obra.
No se pregunta, se afirma. Y se deja un silencio para que el autor tosa, cruce y descruce las piernas, finja modestia y diga que él será toda la vida un aprendiz, que no hay día en que no le enseñen algo nuevo y blablabla.

3. ¿Qué hay de usted en el protagonista del libro?
No nos importa, es puro relleno, dejarle hablar y que nos llene hueco en la entrevista, que es muy larga.

4a. En el caso de un escritor consagrado: ¿Cree que los autores jóvenes ya no se preocupan por lo que defendió su generación y que lo que perpetran es a la literatura lo que los chistes de Lepe al humor?

4b. En el caso de un escritor joven: ¿Cree que los autores veteranos que acaparan el panorama son un tapón para las nuevas generaciones y que su único mérito artístico es seguir vivos a pesar de tener el colesterol y las transaminasas en unos niveles clínicamente inverosímiles?

5. ¿Qué opina de los que, como Fulano, critican la hondura de sus obras y tachan su propuesta de mediocre?
Cualquier escritor que haya publicado ha sido acusado de mediocre y de superficial, así que esto vale para cualquiera. Además, como esta pregunta rasca una llaga, de ahí sacamos el titular. Con suerte, si está lo bastante borracho o enfadado, insultará a otro escritor y tendremos nuestro trabajo hecho.

6. La crítica le relaciona con [coloque aquí no menos de diez escritores de talla mundial y cuele dos o tres Nobel entre ellos; cualesquiera, pero que sean diez], pero yo creo que su literatura está mucho más claramente influida por [coloque aquí no menos de cuatro autores de culto, semiconocidos por el gran público, lo bastante oscuros como para no salir en el Telediario pero lo bastante conocidos como para que le suenen a un lector que hojea el Babelia un par de veces al año, preferentemente franceses o americanos de los años cincuenta].
No tema equivocarse con los nombres: probablemente, su entrevistado tampoco los ha leído y no tiene ni puta idea de si su literatura se parece a la de ellos en algo más de que ambas tienen forma de libros, pero le halagará profundamente verse emparentado con apellidos extranjeros. Que sean extranjeros, por favor: nadie quiere parecerse a un español.

7. ¿Cuál es su siguiente proyecto?
Relleno, relleno, relleno, déjele hablar a gusto.

8. Su última novela es muy atrevida al abordar el tabú de [wethever]. ¿No teme la reacción de ciertos sectores sociales?
Salvo en el caso de Rosa Montero, todos los escritores quieren ser atrevidos y temen la reacción de ciertos sectores sociales. Sobre todo, si esos sectores compran libros.

9. ¿Cómo consigue crear esas atmósferas tan cosmopolitas?
Desde que existen Ryanair y las becas erasmus, todos somos cosmopolitas. Lo punki hoy es ser de pueblo. Quien no ambienta su novela en Glasgow o en Baden-Baden es porque no quiere.

10. ¿Considera que ya ha escrito su obra maestra?
Generalmente todos creen que sí, pero pocos se atreverán a confesarlo. Momento para que jueguen con su modestia y hagan mohines mientras reflexionan sobre su labor como escritor.

Modelo número 2 (para escritora femenina)

Versión levemente modificada del modelo 1.

1. En su última novela plantea un panorama desolador para la situación de la mujer actual.

2. Su estilo ha alcanzado una madurez admirable en esta obra, y sin embargo, sigue manteniéndose sumamente bella a sus 132 años.

3. ¿Qué hay de usted en la liberada, pasional, rebelde y fuertemente individualista protagonista de su libro?

4a. En el caso de una escritora consagrada: ¿Cree que las autoras jóvenes no son conscientes ya de lo mucho que su generación sacrificó para que ellas tuvieran un pedazo de pan y salieran a la calle con pantalones sin pedir permiso a los hombres?

4b. En el caso de una escritora joven: ¿Cree que las autoras consagradas están anquilosadas en una visión reduccionista del hecho femenino que les impide a ustedes reivindicar lo femenino per se y aunar en un mismo concepto a Coco Chanel y a Simone Weil?

5. ¿Qué opina de los que, como Fulana, critican el feminismo de sus obras y tachan su propuesta de machismo camuflado?

6. La crítica le relaciona con [coloque aquí no menos de diez escritoras de talla mundial, sin olvidar a Virginia Woolf, por favor], pero yo creo que su literatura está mucho más claramente influida por [cualquier intelectual feminista de renombre contemporánea, desde Dolores de Cospedal a Samantha Fox, cualquiera vale].

7. ¿Ha cambiado la maternidad [o su ausencia] su punto de vista sobre la literatura?
A un escritor macho jamás se le haría esa pregunta, salvo que haya escrito un libro al respecto. Y a veces, ni eso. El mejor libro de Francisco Umbral trata de su paternidad y del dolor por la muerte de su hijo, y rara vez vi que le preguntaran por su paternidad en ninguna entrevista. Si hubiera sido Francisca Umbrala, no le habrían preguntado otra cosa nunca.

8. Su última novela es muy atrevida al abordar el tabú de [wethever, pero relacionado con la mujer: el amor lesbiano está ya muy visto, las últimas fronteras están en la higiene vaginal y su sofisticada gama de productos]. ¿No teme la reacción del machismo ambiente?

9. ¿Cómo consigue crear esas atmósferas tan femeninas y tan cosmopolitas a la vez?

10. ¿Considera que las escritoras están ya en pie de igualdad con los escritores?
Nótese que en el caso de la escritora femenina no interesa el concepto obra maestra, está fuera de lugar.

En resumen: si se entrevista a un escritor, se habla de literatura, y si se entrevista a una escritora, se habla de feminismo. ¿Por qué sucede esto? Qué sé yo, pero es una norma inquebrantable que —y ahora me pongo un pelín serio— demuestra que la igualdad está muy lejos de producirse y que muchas mujeres de proyección profesional pública colaboran —seguramente sin proponérselo— en la perpetuación de una actitud condescendiente hacia su condición. Si yo fuera mujer y escritora, no aceptaría hablar de otra cosa que no fuese literatura y rechazaría de plano cualquier alusión a sesgos y puntos de vista femeninos, pues los únicos puntos de vista que hay en la literatura son los del autor y los del narrador, y estos son personales e intransferibles y trascienden cualquier etiqueta de género, de raza, de religión o de cualquier otra cosa. La literatura que llega de verdad, la que merece la pena, no es ni femenina ni masculina, ni blanca ni negra. Es, sencillamente, humana. Se pudo entender durante un tiempo que llamara la atención la incorporación de las mujeres a la nómina de autores literarios, pero hoy en día, ser mujer y escritora no debería suponer extravagancia alguna y no debiera merecer un subrayado especial. Y si lo sigue mereciendo, es que algo va mal.

LEER CON EL OJO (MORAL) DEL CULO

Ha tardado en llegar, pero la intelligentsia ibérica ya se hace eco del movidón político-cultureta que ha tenido entretenido a los franceses en estos últimos meses: la cancelación de los actos de conmemoración del 50 aniversario de la muerte de Louis-Ferdinand Céline.

Honor que le hacen a Céline, la verdad. Qué mayor halago para un provocador que seguir provocando medio siglo después de muerto. Que quienes te despreciaron sigan haciéndolo tanto tiempo después sólo puede hablar en tu favor.

Céline era antisemita. Céline escribió unos panfletos filonazis que la Francia de hoy quiere creer que no representaban el sentir de una buena parte de la Francia del ayer, la del affaire Dreyfus, el gobierno de Vichy y los más de 70.000 judíos parisinos que fueron empaquetados a Auschwitz entre 1942 y 1944 entre los aplausos de sus vecinos, que se quedaron con sus tiendas y sus casas.

Céline era esa Francia que la historia que enseña el bachillerato dice que no fue.

Pero ese es otro debate.

El asunto es que este sábado, Aurelio Arteta ha publicado una tribuna en El País titulada La lección del ‘caso Céline’ (enlace aquí). Y, o yo soy un alumno pésimo o esta lección admite interpretaciones opuestas, porque por más que me esfuerzo no puedo concluir lo mismo que Arteta. Dice:

Creo que esa exclusión [del homenaje oficial a Céline] está plenamente justificada y contiene alguna lección implícita que convendría sacar a la luz. Entre otras, nos enseña las diferencias inocultables de valor entre los diversos valores y, a fin de cuentas, la primacía del valor moral sobre todos los demás.

Cada época y cada país elige las figuras que merecen ser honradas y resalta los motivos por lo que creen que merecen tal honor. Nadie ni nada obliga a ninguna institución francesa a honrar a Céline ni a ningún otro escritor, oficial de segunda o conductor de autobús. Los homenajes son libres y discrecionales, pero las justificaciones para otorgarlos o negarlos son discutibles y debatibles.

Resumiendo muy brevemente: lo que propone Arteta es que sólo son dignos de homenaje público aquellos artistas que, habiendo alcanzado la excelencia en su arte, sean también seres humanos de moralidad irreprochable. No basta con pintar el Guernica o escribir el Ulises para que una sociedad (a través del Estado que supuestamente la representa) reivindique y divulgue una figura: además, tiene que estar demostrado que ese tipo nunca dijo ni escribió nada racista, ni machista, ni contrario a la moral y a las buenas costumbres. Que durmió sus ocho horas todas las noches, que no fumó, que folló siempre con condón y que, aunque pudo dejar que se la chuparan, jamás lo pidió explícitamente, para no coartar la voluntad democrática de su socio o socia sexual, que bajó la basura a su hora, que recicló y que sólo bebió un sorbito de champán para celebrar el Año Nuevo.

Es mi interpretación de estas palabras que cierran el artículo:

Bien sabemos que un encumbrado carácter moral no pierde su crédito por notorios que sean sus defectos desde otros ángulos de la excelencia. Pero, al revés, es imposible admirar al genio o al artista con todo entusiasmo si sobre su conducta -privada o pública- se cierne una sombra considerable de sordidez o inhumanidad. Se diría que la excelencia moral es la que más vale porque, sin ella, las demás excelencias valen menos…

Si desarrollamos este argumento siguiendo las normas de la lógica proposicional, todos los que admiramos a a Céline con todo entusiasmo a pesar de las sombras considerables que se ciernen (¿por qué las sombras siempre se cernirán? Qué tercas son, no les basta con posarse o proyectarse, tienen que cernirse siempre) somos unos depravados. Fallamos a la exigencia moral de nuestra sociedad y estamos a un paso de ser cómplices del Holocausto.

El asunto se resuelve fácilmente atendiendo a los verdaderos motivos del homenaje. Preguntémonos por qué se plantea una reivindicación de un escritor cincuenta años después de su muerte. Es evidente para cualquiera que lea con los ojos de la cara y no con el del culo, que es con el que leen los moralistas à la mode, que la celebración de la efeméride se justifica por la enorme influencia que la obra de Céline ha ejercido sobre la literatura mundial del siglo XX y parte de la del XXI. En especial, por Viaje al final de la noche, reconocida por expertos, escritores y amantes de la literatura en general como una de las obras fundamentales de las letras contemporáneas y, en muchos sentidos, una obra fundacional, que marcó una nueva forma de decir y de colocar las palabras en un papel. Sin ella no se entienden los libros de muchísimos escritores posteriores.

Creo que queda claro para cualquiera que lea con los ojos de la cara y no con los del culo que la influencia de Céline en la cultura occidental se debe a la novela Viaje al final de la noche y no a los panfletos antisemitas que ya nadie reedita y que casi nadie de las generaciones posteriores ha leído. Tendría razón Arteta y los que celebran la supresión del homenaje si Céline fuera celebrado como racista, pero se le celebra como autor fundacional. No simplemente por ser un gran escritor o por escribir buenos libros, sino por influir de forma decisiva y profunda en el devenir de la cultura occidental.

Item más: esa influencia es absolutamente indiferente a la condición antisemita de Céline. Los autores que se han proclamado deudores directos suyos, desde Kurt Vonnegut a Bukowsky, la generación Beat, Henry Miller (cuyos trópicos están directísimamente emparentados con Céline) o el mismo Sartre e incluso Thomas Bernhard a su manera, no lo han hecho por compartir sus ideas racistas, sino por compartir su poética y su propuesta estética.

Que la ética y la estética van unidas, me dirán. Cierto: indisolublemente. Pero es que de la estética de Céline no surge una ética racista, sino un abismarse a lo más sucio y pestilente de la condición humana, una introspección brutal que exige ser expresada de forma salvaje. Un territorio donde la moral entendida como conjunto de normas no tiene sentido. Un discurso completamente refractario al examen de conciencia o al reproche social.

Confundir la influencia de un modo de hacer literatura con los exabruptos de quien la inauguró —o, cuando menos, fijó en un standard reconocible, codificando viejas tradiciones escatológicas que se remontaban a Aristófanes— es de una zafiedad inquisitorial digna de Puerto Hurraco y presupone un paternalismo zalamero y repugnante: nos tratan como a idiotas menores de edad. Dan por hecho que somos incapaces de valorar racionalmente el legado artístico e intelectual del escritor sin envilecernos con su racismo. Nos quieren proteger, mantenernos puros.

Adelante, pues, quemen los libros, cierren las puertas, que nada nos haga pupa, esterilícennos contra el mal que acecha en la literatura. Explíquennos qué debemos entender en los libros que nos dejan leer y enséñennos a leer con el ojo del culo para que las excrecencias morales se queden en el colon y no afecten a nuestros tiernos e impresionables cerebros.

Ay, Céline, qué buena falta nos haría ahora un Céline.

PD.- He aquí una amoralidad y una paradoja política: portada de una edición de Viaje al final de la noche ilustrada por Jacques Tardi, uno de los grandes maestros del cómic francés y reconocidísimo militante de izquierda. ¿Un izquierdista pacifista enamorado de los delirios de un filonazi? Cosas veredes. Puede que el arte, al fin y al cabo, esté por encima de las simplificaciones del periódico.

APOCALIPSIS MANSOS

La hice con el móvil y en pleno crepúsculo, así que la calidad no es muy allá, pero llevaba semanas queriendo tirarla y el otro día dispuse de los cinco minutos necesarios para disparar. No es muy allá, pero me basta de momento.

Ruinas industriales a la orilla del Ebro, con el Pilar asomando en la esquina superior izquierda y esa línea horizontal de luces-dormitorio. Me encantan.

Me fascinan los paisajes de decadencia industrial que hablan de apocalipsis mansos. Me gustan los márgenes de las ciudades, donde se acumulan las basuras y todo aquello que la ciudad dice no ser pero que en el fondo es, pues la ciudad que vemos no es más que una tramoya montada sobre estas ruinas.

Diré además que este paisaje es uno de los escenarios de la novela que terminé en noviembre. Hoy he pasado junto a él con mi hermano en el coche y se lo he dicho, y me ha respondido: “Joder, ya lo sabía, lo tenía clarísimo”. Y vale, él se ha leído ya la novela, pero ese escenario en concreto no está definido del todo, está deliberadamente oculto en un mapa falso de Zaragoza. Que mi hermano lo haya reconocido a la primera lectura dice mucho tanto de su conocimiento de la ciudad como de su conocimiento de mí. Sabe lo que me atrae, sabe por qué escribo algunas de las cosas que escribo.

Me apetecía compartir ese crepúsculo pixelado con ustedes. En él transcurre una de las secuencias clave de la novela, uno de sus clímax secundarios. Sólo diré que en él hay un hombre con la polla tiesa y una mujer con una pistola. Y creo que ya he dicho demasiado. Mejor me callo.

RESUMEN DE LO PUBLICADO

Le ha costado, pero al fin lo tiene. Rafael Reig publica en Tusquets, como su amigo del alma, Antonio Orejudo. Y como su otra amiga, Almudena Grandes. Y por la puerta ídem, después de ganar el Premio Tusquets de Novela. Le ha costado, pero ahí está, en el Hollywood de las editoriales españolas, después de toda una vida en el prestigioso e incómodo mundo indie. Después de toda una vida de trapero (cito de la RAE: trapero, ra. m. y f. Escritor perteneciente al catálogo de la editorial Lengua de Trapo), Reig alcanza la gloria a sus 40 y muchos. Porque una característica de los traperos es que no son empleos terminales de triunfadores venidos a menos, sino pinitos que en algunos casos se prolongan más allá de lo razonable.

Y eso que Reig ganaba algún que otro premio y le traducían al inglés y una vez le sacaron en el Time y todo. Que más de un glorioso escritor hispano quisiera esos premios y esas traducciones al inglés y esas reseñas en el Time. Pero ni por esas: Reig seguía de trapero, mientras sus amigos saltaban a Tusquets y a otras majors.

¿Y qué quería, buen hombre? ¿Cómo iba a dar el Gran Salto Adelante narrando felaciones de amas de casa a butaneros y metiéndose en todos sus libros con Suárez, con Felipe González y hasta con el rey si se atrevía a pasar por ahí? ¿Cómo iba a sentar la cabeza escribiendo novelitas de inspiración pulp en las que nadie se tomaba nada en serio, ni siquiera el Cutty Sark, donde nadie reflexionaba sobre el conflicto saharaui y las mujeres no sólo no se liberaban sino que se arrodillaban ante las pollas de los butaneros? Así no se labra uno una carrera, por mucho premio, mucha traducción al inglés, mucha reseñita en el Time y muchos amigos autores de best sellers que se tengan. Por dios, que hay que explicarlo todo.

Mi teoría es que Reig ha saltado a Tusquets porque ya le tocaba, porque empezaba a clamar el cielo que fuera el único autor de su generación y de su grupo de amigos que seguía publicando en la por otra parte dignísima editorial indie. Pero ya empieza a tener una edad, y de la misma forma que uno deja de ir en monopatín, se abandonan las editoriales independientes para que los jóvenes como yo podamos renovar su catálogo y que la editorial pueda seguir presumiendo de tener a gente joven en ella. ¿Qué credibilidad indie puede tener un sello lleno de tíos calvos y achacosos?

Ni los autores quieren hacerse viejos en una indie ni las editoriales indies quieren que sus autores se hagan viejos con ellas (a no ser que dejen de ser indies y se conviertan en Anagrama o asín).

Pero, claro, al lector medio sin intereses espurios en la movida editora, ¿qué cojones le importa todo esto? Pues también es verdad, pero no está de más saber ciertas cosas, que los libros no surgen de la nada, y éste en concreto se entiende mejor si conocemos la trayectoria de su autor, ya que es en parte un cierre, una compilación, casi una exposición antológica.

O mejor, y atendiendo al espíritu pulp que le es tan grato: un resumen de lo publicado, como se leía en las viejas revistas de tebeos en esas recapitulaciones que hacían para recordar la historieta del número anterior.

En Todo está perdonado aparece Carlos Clot, el detective de Sangre a borbotones. Vuelve a aparecer el Madrid inundado, capital de una España que se ha quedado sin petróleo y que en 1984 se adhirió a los Estados Unidos y adquirió el inglés como lengua oficial (en V.O.S.E.). En Todo está perdonado vuelven y revuelven todos los tópicos del universo de Reig, pero muy en especial los de Sangre a borbotones (y más sutilmente, a La fórmula Omega —sensacional novela ajedrecística que deberían ustedes leer en vez de perder el tiempo conmigo— y a Guapa de cara). Todos sus lectores nos sentimos reconocidos en sus páginas, su lectura provoca una sensación muy grata de final de viaje, de obra en marcha que empieza a tomar su forma adecuada, de escritor maduro y seguro de sí.

A veces quizá sea demasiado doctrinal, con un exceso, para mi gusto, de metralla interpretativa y un punto redundante. Creo que la parodia basta para que quede clara la tesis de que en España mandan los mismos y siempre pierden los mismos, que el franquismo lo dejó todo atado y que las cuatro familias que gobiernan el país desde el siglo XIX siguen en su sitio, controlando una democracia ficticia o meramente formal cuya única función es legitimarles. Esto lo digo así porque no puedo narrarlo, pero creo que tiene mucha más fuerza en el libro cuando se narra que cuando el narrador lo expone en tono de tribuna periodística.

Pero qué coño, ha ganado un premiaco y ha publicado en Tusquets, que escriba lo que quiera, que rellene todas las páginas que le guste. A ciertas edades, uno puede permitirse lo que quiera. A mí me seguirá gustando más el Reig travieso y novelista, mucho más que el Reig articulista, y me aburre un poco cuando el articulista se cuele en el novelista.

Olé por Reig. Sus fans estamos contentos. Yo estoy contento de volver al Madrid de Carlos Clot, ese Madrid navegable, con los barcos amarrados en Puerto Atocha y el Canal Castellana partiendo la ciudad en dos, la Rive Droite y la Rive Gauche. No me parece un Madrid tan malo, la verdad.

GENTE IMPORTANTE

De verdad que venía dispuesto a escribir una cosa que les interesara y que no hablara de mí, pero estoy desfondado, sin fuerzas ni para arrastrarme a la cama, y como da la casualidad de que estoy inmerso en el onanista e ingrato trabajo de corregir las galeradas de mi inminente nuevo libro, El restaurante favorito de Nina Hagen, me voy a contentar con colgarles este brevísimo párrafo correspondiente al texto que funciona a modo de proemio y que es posible que se convierta en parte de la nota de contraportada:

Este no-libro es en realidad un long play o una cinta variada que sólo puede reproducirse con los ojos. Y como un long play o como una cinta variada, pretende ser completamente inútil. Este no-libro no te cambiará la vida, no aspira a cambiártela. No hay en él verdades reveladas, no aprenderás a hacer nada y no te convertirás en alguien mejor ni peor de lo que ya eres. Este relleno y su autor se complacen en ser inútiles y aspiran a alcanzar la inutilidad perfecta y absoluta o, al menos, un tipo de inutilidad que escandalice a los vicepresidentes de la CEOE y que esté tipificada en el Código Penal.

Esa es mi divisa. En un mundo lleno de imprescindibles, de vicesecretarios, de directores generales y de usted-no-sabe-con-quién-está-hablando —en un mundo, en fin, pasado de decibelios y de arrogancia testicular— somos muchos los que pensamos que se impone un tono menor, achicado, de charleta, amigable, sin tribunas, púlpitos ni jerarquías laborales. Un mundo en el que podamos reconocernos sin humillarnos y sin humillar a nadie. Un mundo nuestro, sin contaminar por sus esputos ni por sus cosas-muy-importantes. Un mundo de tonterías, donde nada tenga trascendencia y donde nadie se ofenda por un chiste de pedos y obispos.

Mi libro quiere ser parte de ese mundo y, a media voz, nunca gritando, reivindicarlo. Creo que mi editor lo ha entendido perfectamente. De hecho, el libro es más culpa suya que mía: de puro intrascendente, es un libro que pedía no ser escrito y mucho menos publicado. Necesitaba del empeño de otra persona que no fuera su autor para ver la luz.

Te contaré también que El restaurante favorito de Nina Hagen está dividido en seis partes, que se corresponden a duras penas con otros tantos bloques temáticos (permeables y porosos, como todo el libro). Les anoto sus títulos por si les sugiere algo y les empiezan a dar ganas de ir a comprarlo (si les interesa, adquiéranlo, rásquense el bolsillo, pero no lo hagan por mí, que ya he cobrado, si no por el editor, que es un tipo estupendo que merece seguir haciendo su curro):

  • Robe de chambre
  • Cadáveres en tumbas equivocadas
  • Los eternos fugaces
  • Retratos sin Dorian Gray
  • El hogar siempre está fuera de casa
  • Notas al margen

¿Hace falta especificar que están dedicados, respectivamente, al sexo, a la familia, a los letraheridos, a la ciudad que habito, a la manía de viajar y a cosas que no sé clasificar? Pues tanto si entienden las conexiones como si no, creo que el libro da bastantes pistas para explorarlas.

Es un falso dietario en el que se van a sentir como en su propio ordenador.

Y ya, que estoy muy cansado y no respondo de mi cerebro.

TOT ÉS COMÈDIA

Amics de Barcelona (que los hay, aunque no os haga mucho caso):

Mañana, de 12.00 a 14.00, en el programa Tot és comèdia que presenta Rosa Badía, de la Cadena Ser, Radio Barcelona, sale una entrevista a este mangarrán que les escribe. Cada semana entrevistan a un bloguero y esta vez me han elegido a mí. ¿Por qué a mí, que ni soy cantautor uruguayo ni me acuesto con Leonor Watling? Tengo mis sospechas (mis certezas, más bien), pero me las guardo para mí. Supongo que el aroma afrutado de mi testosterona ha cruzado el Cinca y en Barcelona se han sentido irresistiblemente atraídos por ello. Lo cierto es que me ha sorprendido lo mucho y bien que se conocían este blog, se lo han estado empollando, honor que no merezco.

El programa (recién grabado, acabo de colgar a Rosa) es en catalán y, por cortesía, he respondido en ídem, educado que es uno, aunque me daban libertad para hacerlo en castellano (de hecho, he tenido que explicar once again por qué un madrileño que vive en Zaragoza habla catalán, algo que a mí no me parece tan raro: lo extraño sería que dominara el samoeño occidental, no una lengua romance de mi propio país que se habla a menos de 200 kilómetros de donde vivo). La cosa es que me han pillado recién levantado de la siesta, y entre que mi catalán es en realidad un valenciano apitxat y que en los últimos años mi único contacto catalófono es TV3 y algún que otro librito, temo haberle dado tres o cuatro patadas al Coromines (aclaración para el vulgo de la LOGSE: el diccionario canónico catalán, algo así como el equivalente al DRAE). Prego disculpes, si us plau. No era la meva intenció, de debò.

Lo dicho, que si están en Barcelona mañana sábado de 12 a 14 y quieren escucharme hacer el ridículo en catalán (cansados ya de verme hacerlo en castellano, en la variedad está el gusto), tienen una oportunidad de oro. Creo que me facilitarán una copia de la entrevista, así que procuraré colgarla por aquí para que nadie se quede sin reírse de mí, que sé que es algo que les da mucha satisfacción.

SAULOS DE TARSO

Estos días en que andamos a vueltas con el fin de ETA y que si Sortu y que si patatín y que si patatán, me vienen a la cabeza las lecciones de los conversos y de los arrepentidos.

No entiendo cómo es posible que los mismos que no transigen con un final que no incluya la desaparición absoluta e irrecuperable de todo lo que tenga que ver con la izquierda abertzale sientan una admiración tan grande por antiguos poli-milis y por etarras de primera hora pasados luego al otro lado (pasados antes de que fuera demasiado tarde para pasarse, claro).

No daré nombres, porque creo que todos podemos citar unos cuantos.

No les niego —faltaría más— el derecho a evolucionar políticamente y a elegir su forma de militancia y de expresión ideológica. Tampoco tengo que hacer ningún reproche a quienes les aceptan en sus filas. Lo que me sorprende es el ascendiente moral que ejercen, la superioridad desde la que hablan y lo tajante y firme de sus juicios, que no admiten a tibios.

¿De dónde procede su auctoritas? ¿De haberse caído del caballo en el momento oportuno?

Yo sí que soy consciente de mi superioridad moral sobre ellos, aunque no la ejerzo. Y mi superioridad se justifica en el hecho de que yo nunca, jamás de los jamases, he pertenecido a un grupo armado, nunca he usado la violencia, no he tenido un arma en mis manos ni he facilitado que otros la tuvieran. ¿Por qué iba yo a recibir lecciones de pacifismo de un converso?

Como en tantas otras cosas, echo de menos un poco de modestia, de humildad y de honradez. Creo que en la res publica cabemos todos, pero no soporto que los Saulos de Tarso gocen de un prestigio moral absolutamente injustificado y que se permitan despreciar a quienes, pudiendo cambiar de opinión y desplazarnos ideológicamente todo lo que queramos, nunca estuvimos al otro lado del cañón de la pistola.

KARMAS DE MIERDA

Creo que la prueba irrefutable de que la autoayuda y cierta psicología de salón son pamemas para bobos ilustrados es que sus recetas sólo les funcionan a las personas que no tienen verdaderos problemas. Dan consejitos para sobrellevar una bronca con tu jefe o para poner una sonrisa cuando tu hijo adolescente llega a casa emporrado y te manda a la mierda dando portazos. Pero sus tontadas quedan expuestas como las tontadas que son cuando la desgracia real se instala en tu vida.

Lo he comprobado yo mismo: me he hartado de ver cómo un por lo demás excelente psicólogo se encoge de hombros y se limita a aplicar frases de sentido común (que son muy de agradecer, ciertamente, no soportaría que nos pretendiera vender motos budistas). En definitiva: las putadas hay que pasarlas agarrándose a los machos y respirando profundamente, apretando los puños con la esperanza de que no te destrocen del todo y de que al final del proceso quede algo de ti que te permita reconstruirte, aunque sea parcialmente. En el dolor, sólo la farmacología aporta alivios transitorios. Todo lo demás son milongas.

En mi vida anterior ya me molestaban mucho los artículos de Borja Vilaseca en El País Semanal, esas paginitas de autoayuda barata redactadas en un registro infantil lleno de incorrecciones y de anglicismos mal asimilados propios de los ignorantes ilustrados que dominan los medios de comunicación españoles hoy. No me dejaban indiferentes, los consideraba un ataque grosero a mi inteligencia. Pero ahora, en mi vida actual, los juzgo directamente insultantes. El de esta semana es especialmente irritante (link aquí), así que paso a desmenuzarlo.

Se titula Las casualidades no existen. Porque usted lo diga, Don Borja. Pero no nos adelantemos. Me salto la intro y paso directamente al tercer párrafo:

“Pero, ¿realmente la vida es un accidente que se rige de forma aleatoria? ¿Estamos aquí para trabajar, consumir y divertirnos? ¿Acaso no hay una finalidad más trascendente? Lo irónico es que la existencia de estas creencias limitadoras pone de manifiesto que todo lo que existe tiene un propósito, por más que muchas veces no sepamos descifrarlo. No en vano, creer que no tenemos ningún tipo de control sobre nuestra vida refuerza nuestro victimismo. Y pensar que la existencia carece por completo de sentido justifica nuestra tendencia a huir constantemente de nosotros mismos” (la negrita es mía; la incomprensión, también).

A ver si me entero: es decir, que si yo creo que la vida no tiene sentido, estoy poniendo de manifiesto que la vida tiene sentido. Y si digo que no me gustan los plátanos, estoy diciendo que me encantan los plátanos. Esto es como aquella mujer que decía no cuando quería decir que sí, hasta que las feministas nos jodieron la fiesta con eso de “cuando una mujer dice no, es no”. Pues para Vilaseca, un no es un sí, así que tengan cuidado si se les arrima una noche en la barra del bar.

Según este sagaz intérprete, “estas creencias no están ahí por casualidad, sino que cumplen la función de evitar que nos enfrentemos a nuestros dos mayores temores: el miedo a la libertad y el miedo al vacío”.

Con todos los respetos, caballero: ¿qué cojones sabe usted de mis mayores temores? Antes del desastre, mi mayor temor era encontrarme un pelo duro y rizado en un helado de chocolate y cheesecake de los Italianos. En cualquier caso, si esas creencias no están por casualidad, ¿quién las ha puesto ahí? ¿El diablo? ¿Orson Welles? ¿Torrebruno? ¿Torrebruno disfrazado de diablo? ¿Quién conspira para que no nos enfrentemos a nuestros dos mayores temores?

Sigue:

“Cegados por nuestro egocentrismo, solemos preguntarnos por qué nos pasan las cosas, en lugar de reflexionar acerca de para qué han ocurrido”.

Le costará creerlo, pero los hay que no nos preguntamos por qué nuestros hijos contraen cánceres, y mucho menos para qué. Porque sólo podríamos hacerlo desde unos presupuestos religiosos que no tenemos. Un par de líneas más abajo: “Preguntarnos para qué nos permite ver esa misma situación como una oportunidad. Y esa percepción lleva a entrenar el músculo de la responsabilidad”. Ah, gracias, señor Vilaseca. Ahora sé que la enfermedad de mi hijo es una oportunidad que me permite entrenar el músculo de la responsabilidad, que supongo que estará en el brazo. Lo entrenaré repartiendo hostias a quienes me insinúen que debo tener una actitud “eficiente y constructiva”.

Me dirán que exagero, que obviamente el texto de Vilaseca sirve para afrontar una visita al dentista o un mal día en el trabajo y no una tragedia grave. Pero no es así, puesto que él dice textualmente que debemos “intuir la oportunidad de aprendizaje subyacente a cualquier experiencia, sea la que sea”. Cualquier experiencia, escribe. Es decir, desde la rotura de una uña hasta una guerra nuclear.

Y entonces nos suelta el rollo de que recogemos lo que sembramos. Y no sólo eso. Agárrense: nuestra actitud y nuestra forma de pensar determinan las circunstancias de nuestra vida: “Si hemos venido creyendo que estamos aquí para tener un empleo monótono que nos permita pagar nuestros costes de vida, eso es precisamente lo que habremos cocreado (sic) con nuestros pensamientos, decisiones y comportamientos”. Claro, en cambio, si creo que estoy aquí para redimir a los puros y caminar sobre las aguas, me juntaré con otros doce tíos, algunos de los cuales escribirán unos evangelios sobre mis milagros, y uno de ellos me traicionará con un beso y otro me negará tres veces. Menos mal que, según los apócrifos, me cepillaré a María Magdalena y acabaré viviendo con ella en una comuna en Cachemira. Gracias, Vilaseca: ahora sé que para conseguir mis propósitos solo tengo que visualizarlos (sic) y tomar decisiones que vayan encaminadas a ellos.

De nuevo, esto puede valer para decidir si nos ponemos abrigo o chaqueta en un día de esos de primavera en los que parece que sí y al final es que no, pero, ante un problema real: ¿de qué cojones me está usted hablando?

¿Tan difícil es entender que hay experiencias sin moraleja? ¿Que hay cosas que te joden la vida sin que ni tú ni nadie pueda hacer nada por evitarlo y sin que nadie sea responsable de ello? ¿Me está diciendo que los presos de Auschwitz las pasaron putas y fueron gaseados porque sus decisiones y su mala cabeza les habían llevado a esa situación, y que todo habría sido muy distinto si hubieran organizado un flash mob al ritmo de Don’t Worry, Be Happy? Qué pena que Vilaseca no tenga edad para haberse paseado por los campos de exterminio nazis para dar charlas de motivación positiva y para enseñar a los prisioneros a extraer enseñanzas de sus experiencias.

Y llegamos a mi parte favorita: “Nuestra existencia no está gobernada por la suerte o por el azar, sino por la ley de la sincronicidad. Toma ya. ¿Pruebas? Las mismas que dio Yahvé cuando le exigió a Abrahám que rebanara el pescuezo de su hijo: ninguna. Créetelo, porque soy psicólogo, tío. Tengo estudios, un máster en no sé qué, sé de lo que hablo, colega, tú tranqui. Sincronicidad. Guay, suena molón. Suena científico. Y va incluido en los honorarios de la factura.

Tanta leche para llegar al final a esa versión vulgarizada y desnaturalizada del concepto budista de karma: si cometemos errores, nos sentiremos mal, y ese malestar nos enseñará a no errar más en el futuro. Y si acertamos, nos sentiremos bien, y seguiremos acertando. Como los perrillos de Pavlov, vaya, solo que en plan cósmico.

¿Qué errores he cometido o ha cometido mi hijo para que vivamos ahora la situación que vivimos? ¿Estoy purgando la mala contestación que le di a una vieja en mi pubertad? ¿La mentira que le dije a mi primera novia cuando me pilló un moretón en el cuello que me hizo una punki que tenía fama de ser muy guarra y luego no era para tanto? ¿No comer las frutas y verduras diarias que recomienda la OMS? ¿Dormirme en clase de Redacción Periodística II? ¿Emborrachar deliberadamente a una amiga para magrearme con ella en lo oscuro del bar? Dígame, señor Vilaseca, por qué el karma me da unas dosis tan grandes de malestar. Qué error tan monumental he debido cometer para sufrir ahora tanto como sufro. ¿O acaso el error es de mi hijo? ¿Por mearse fuera del pañal o por intentar tocar ese enchufe a pesar de que su madre y yo se lo habíamos prohibido con palabras, gestos y amenazas?

Convendrá conmigo en que, si las cosas son como usted dice que son, ese karma es un hijo de la grandísima puta y no tiene sentido de la medida. Con un simple sarampión habríamos escarmentado y habría bastado para encaminarnos por la buena ruta. Su karma se parece bastante a algunos lectores enfurecidos que han escrito cartas al director del periódico solicitando para mí tormentos parecidos al que sufro ahora por no haber citado su negocio en un reportaje o por deslizar una errata en el nombre de su sobrina. Estarán bien satisfechos ahora: sus deseos se han cumplido. Y no se apuren: si algún día coincido con alguno de ellos (y guardo nombre y filiación de más de uno) se lo recordaré, para darles la alegría de ver satisfechas sus ilusiones. Que haya karma para todos, que va barato.

Que somos dueños de nuestras vidas, que nuestros pensamientos positivos generan circunstancias positivas, que cosechamos lo que sembramos. No recuerdo haber sembrado cáncer. De hecho, no recuerdo haber sembrado nada en mi vida. Con todos mis respetos: váyanse a la mierda. Todos los gurús de la autoayuda y del ayudar a ser felices siendo felices y blablablá. Monten una secta y evangelicen a cuantos oficinistas divorciados quieran, pero dejen de fingir que nos iluminan con su ciencia cuando lo suyo no es más que palabrería insultante para quien tiene problemas de verdad.

No entiendo cómo un periódico que se las da de serio y exquisito, un periódico que no publicaría artículos de Aramis Fuster ni del Santón del Payatú, da pábulo a semejantes cantamañanismos propios del consultorio sentimental de la Super Pop.

PS.- En el cuento que abre mi libro Malas influencias, un ejecutivo asesina a su mujer siguiendo los consejos de un libro de autoayuda. En él encuentra los argumentos para cometer el crimen y no sentirse culpable (es más: gracias al libro puede culpar a la mujer de su propia muerte, de habérsela buscado por no vivir con la armonía precisa). Me reafirmo en mi cuento.

PRÓXIMAMENTE EN LOS MEJORES CINES…

Prepárense para bostezar, que voy a hablar de mí. De mis trabajitos y tontuneces, más bien. O de algunos/algunas de ellos. Para que no les pille nada de sorpresa.

Al parecer, hay una plataforma que está promoviendo una iniciativa legislativa popular para que el Canto a la libertad de Labordeta sea declarado himno oficial de Aragón, y hace cosa de un par de meses se les ocurrió sacar un libro-disco con la participación de cantantas, cantantos, músicos varios, artistas y escribientes en torno a la canción labordetera. Y de entre los escribientes, se les ocurrió incluirme a mí y me pidieron un texto. Acepté no por cuestiones argumentales, no porque crea en himnos, banderas ni escudos de equipos de fútbol, sino porque da la casualidad de que tengo una historia íntima y absolutamente personal con esa canción, y me apetecía mucho darle forma en una pieza escrita.

El libro-disco lo edita el Rolde de Estudios Aragoneses, que es gente seria y laboriosa, y me cuentan que participa Cristina Grande, Antón Castro and others en la parte literaria, y Amaral, Carmen París and others en la parte musiquera. De la artistera, no sé. La cosa está todavía horneándose y creo que no tiene fecha de lanzamiento, pero no me extrañaría que rondara el 23 de abril.

La verdad es que no sé si sentirme orgulloso o preocuparme de que comience a ser costumbre que se me invite a participar en estas historias, porque empiezo a ser uno de los de siempre, y yo estoy acostumbrado a ser de los de nunca. No sé si me entienden. Pero lo hecho, hecho está, y además, con muchísimo gusto. Muchas gracias a quienes pensaron que mi firma podía aportar algo al asunto.

Otra noticia sobre mi persona (o sobre una parte de ella): este lunes estoy citado para una sesión de fotos en un entrañable tugurio del centro de la ciudad. El resultado de esa sesión será la imagen de solapa y el material de promoción de mi nuevo libro, que está a punto de caramelo.

Aviso: no es la novela que terminé en noviembre. Esa se está moviendo en otros ámbitos y no creo que tenga ninguna noticia que dar sobre ella hasta dentro de unos cuantos meses. Este es un libro pequeñito, modesto y artesano, pero muy personal —el más personal de mi hasta la fecha magra biobibliografía—, y no es un empeño mío: nace a propuesta de su editor, mi tocayo Sergio Navarro, que se ha entrampado en un proyecto editorial muy loco, minúsculo y exquisito llamado Anorak Ediciones y me ha hecho el honor de ser parte de su catálogo con esta obrita nueva.

Al principio era reticente, pero Sergio no tardó mucho en contagiarme su entusiasmo por la mística de lo impreso y por las cosas hechas con calma y buen gusto. En teoría, tendría que haber salido en febrero, pero varios imponderables lo han retrasado todo y la fecha aproximada de salida abrileará. Si nada lo impide, el 17 de abril, extraño Día del Libro, espero estar firmando ejemplares salidos de imprenta algunos días o semanas antes.

No voy a dar muchos más detalles hasta que no esté todo listo, pero os anticipo que se titula El restaurante favorito de Nina Hagen y que lleva una especie de prefacio que he titulado, simplemente, «Inútil», en un intento por resumir el espíritu del libro.

En cuanto tengamos la portada, que confío que estará lista a finales de la semana que viene, la colgaré para que le echéis un ojo.

Pero dejemos de hablar de mí. ¿Cómo les va a ustedes?

GAUDEAMUS IGITUR

Sé que una parte importante —si no numérica, sí cualitativa— de los lectores de esta cosa mía pertenece al mundo universitario. Por el feedback que me llega por otros canales, por los pocos incautos lectores que he llegado a conocer en persona y por las direcciones de email de muchos comentaristas, sé que al otro lado hay una buena porción de profesores, investigadores, becarios de muy variada condición y algún que otro alumno o doctorando. Incluso bibliotecarios de vetustísimas universidades europeas. Este post (y el libro al que está dedicado) va por ellos.

Leo la página 175 de la última de Antonio Orejudo:

La universidad española, donde yo trabajé mucho tiempo antes de marcharme a Inglaterra, no solo es mediocre y corrupta, es también inverosímil. ¿Nunca se ha parado a pensar por qué apenas se han escrito novelas de campus en español? Yo se lo voy a decir: porque es imposible escribir una novela sobre la universidad española, que sea elegante y además verosímil. Lucky Jim, de Kingsley Amis, o Small World, de David Lodge, son tan buenas porque la universidad que toman de referencia, la anglosajona, conserva todavía unas formas impecables, aunque por dentro esté consumida por las mismas corruptelas que las de aquí. En la universidad española por el contrario la grosería aparece tal cual, sin los ropajes de la buena educación. Una novela realista, cualquier libro sobre la universidad española, aunque sea un libro de investigación como el suyo, está condenado a convertirse en una astracanada. Los que no conocen el mundillo académico pensarán además que es inverosímil. Haga la prueba. Dele usted a una persona cualquiera el acta de una reunión de departamento y no sólo pensará que usted se ha inventado ese documento; pensará también que ha perdido la cabeza.

Y en la página 155:

Castillejo contraatacó. Abrió un blog y empezó a denunciar irregularidades en la gestión de la universidad: contrataciones fraudulentas del profesorado, adjudicación de becas a dedo o arbitrariedades en la calificación de alumnos (…). Denunció corruptelas increíbles. Más que increíbles, inverosímiles, cosas que sólo pueden suceder en la universidad española y que sólo pueden creer quienes hayan pasado por ella.

Los que viven encerrados en su ámbito profesional tienden a creer que los desastres a los que asisten a diario, casi siempre con impotencia, y en el mejor de los casos, con resignación, son exclusivos de su campo. Imaginan que fuera de él las cosas funcionan con lógica, orden y un leve sentido de la justicia.

Ja.

No conozco el mundo universitario más que de oídas por los amigos que trabajan en él —y por mi experiencia como estudiante cuando todavía se usaban cálamos y las mujeres tenían prohibida la entrada—, pero conozco bien mi ámbito profesional. O el ámbito profesional en el que sigo manteniendo medio cuerpo (y un tercio entero de mi familia). Y puedo reescribir estos pasajes de Orejudo tal que así:

El periodismo español, donde yo trabajé mucho tiempo antes de marcharme a Inglaterra, no solo es mediocre y corrupto, es también inverosímil. ¿Nunca se ha parado a pensar por qué apenas se han escrito novelas de periodistas en español? Yo se lo voy a decir: porque es imposible escribir una novela sobre el periodismo español, que sea elegante y además verosímil. La ficha de bronce, de Upton Sinclair, o Noticia bomba, de Evelyn Waugh, son tan buenas porque el periodismo que toman de referencia, el anglosajón, conserva todavía unas formas impecables, aunque por dentro esté consumido por las mismas corruptelas que las de aquí. En el periodismo español por el contrario la grosería aparece tal cual, sin los ropajes de la buena educación. Una novela realista, cualquier libro sobre el periodismo español, aunque sea un libro de investigación como el suyo, está condenado a convertirse en una astracanada. Los que no conocen el mundillo periodístico pensarán además que es inverosímil. Haga la prueba. Dele usted a una persona cualquiera el vídeo de un consejo de redacción para diseñar la portada de un diario y no sólo pensará que usted se ha inventado ese documento; pensará también que ha perdido la cabeza.

Les apuesto la botella de Jack Daniel’s —no había Jim Beam en el súper— de la que me estoy sirviendo ahora mismo que el texto funciona con veinte o treinta ámbitos profesionales distintos.

Porque la verdad es ésa: nosotros somos cojonudos y estamos rodeados de mediocres y gañanes que no sólo no nos comprenden, sino que buscan nuestra ruina. Ay, si nos dieran las riendas a nosotros… Se iban a enterar tres o cuatro.

Pero, al margen de esta consideración obvia, lo cierto es que es particularmente grave que pase esto en la universidad. Mucho más que si pasa en el colegio de farmacéuticos o en el de ingenieros navales. Porque la universidad es el motor, el corazón latiente de un país moderno. Y si ese corazón está colapsado por el colesterol, todo el cuerpo falla (disculpen la metáfora médica: odio particularmente las metáforas médicas, pero no estoy muy inspirado esta noche).

No me perderé en honduras por las que no se adentra el libro aludido (no voy a ser yo más orejista que Orejudo) y haré lo que había venido a hacer: comentar un par de cositas sobre Un momento de descanso.

Básicamente, es una novela divertida que se lee en medio rato. Cualquiera que tenga que hacer un trasbordo de transporte público se la ventila en lo que dura el trayecto o en lo que tarda en llamarle el quiropráctico en la sala de espera. Es mucho mejor que el anterior título del autor, Resurrección, una novela con la que no conseguí empatizar en ningún sentido, pero mucho peor que la obra con la que está directamente emparentada, Fabulosas narraciones por historias (no he leído la que para algunos es la mejor de Orejudo, Ventajas de viajar en tren, así que, para mí, la mejor de Orejudo es Fabulosas narraciones por historias).

Mi impresión es que Orejudo no ha dado la talla en Un momento de descanso no porque no sea capaz de darla, sino porque ha preferido inhibirse. Ha escrito conscientemente una novela mucho peor de la que es capaz de escribir para facturar un producto mucho más mainstream, mucho más reader’s digest, mucho más asumible por las masas ávidas de sentirse inteligentes y de ganarle a su cuñado al Trivial. Fabulosas narraciones por historias era portentosa, pero en su portento llevaba su maldición, pues era un producto tan sofisticado y complejo que pocos se atreverían a regalárselo a su madre en el día de la ídem. Pero Un momento de descanso tiene el toque justo de transgresión, el toque justo de humor zafio, el toque justo de picante, el toque justo de metaficción, el toque justo de jueguecito literario. Está perfectamente medido para que nadie tuerza el gesto al morderlo, pero por eso mismo tampoco consigue que el comensal se entusiasme.

Fabulosas narraciones por historias era un chuletón soberbio, y Un momento de descanso no pasa de solomillo correcto. Y, como dice el cocinero Abraham García, el solomillo es ese plato que piden las señoritas de provincias cuando van a un restaurante elegante y no saben qué pedir.

No está mal este solomillo, que quede claro. Pero los que estamos acostumbrados al chuletón nos quedamos con ganas de más. Quizá un adolescente se conforme con un morreo y con palpar un pecho a través de un jersey, pero los que tenemos una edad necesitamos mucho más para calmar nuestros ardores inguinales.

Supongo que los de Tusquets Editores estarán encantados porque esta novela es mucho más vendible (ese Sant Jordi que se acerca…). Pero, como todo lo comercial, suena a ya oído, a ya mascado, a cierta impostura en la transgresión. Digo todo esto con  pena, porque he leído lo que es capaz de hacer Orejudo cuando se pone a hacer las cosas a lo grande, y no es grato ver a un titán achicarse para “bajar al pueblo”.

No les engañaré: me he reído con esta novela. Incluso me he carcajeado en más de una ocasión. Pero en ningún momento he soltado el libro atónito ante la burrada fantástica que acababa de leer, y en Fabulosas narraciones por historias sí que me pasó. Digamos, por último, que Fabulosas narraciones me deslumbró y Un momento de descanso me ha entretenido. Probablemente olvidaré pronto esta lectura, pero Fabulosas narraciones permanecerá años y años.

Lo dicho, que me da rabia que un gran chef se contente con apañar un solomillito tirando a demasiado hecho cuando podría poner a prueba nuestro estómago y nuestras papilas con una comida mucho más contundente.

DOG SOLDIERS Y KNOCKEMSTIFF

Hoy damos dos por uno, como en el Carrefour. O como si en el Carrefour hicieran ofertas de dos por uno con el jamón cinco jotas. Porque estos libros, que me han tenido entretenido las últimas cuatro madrugadas, no son de liquidación.

Como ya habrán adivinado los lectores con pocas dioptrías, ambos tienen en común la editorial, cuyo nombre, para hacer honor al ídem, no aparece en la cubierta. Son productos de Libros del Silencio, un sello barcelonés al que me estoy enganchando y que, según le he dicho a una amiga librera que también es entusiasta, me parece la versión mejorada de Libros del Asteroide. “Muy mejorada”, ha matizado ella: “Arriesgan mucho más”.

Los lectores literarios, esos cuatro bichos mal contados que no llenaríamos ni una plaza mediana (suponiendo que acudiéramos a una convocatoria, pues tenemos tendencia al escaqueo), tendemos a fijarnos mucho en las editoriales. El lector casual o el comprador de libros no suele hacerlo, y por eso los productos que van dirigidos a él tienden a no distinguirse. ¿No se han fijado en que las portadas de todos los best-seller se parecen un montón unas a otras? Sin embargo, los editores que se dirigen a esa pequeñísima masa asocial que gusta de la literatura no sólo cuando hay que regalarle algo a una madre, tienden a diferenciarse, buscan conmover nuestro corazoncito, demostrar que no se han limitado a hacer control c y control v y a encuadernar la paginada con un cuadro del catálogo del Louvre en portada. Y hacen bien: según un estudio del gremio de libreros, el diseño del libro es un factor de compra más importante que una buena crítica en un periódico de prestigio.

No hacía falta ese estudio: una buena crítica puede ser un factor disuasorio. A mí me recomienda un libro Juan Cruz y no me atrevo ni a tocarlo en la librería.

Qué digresión más tonta y más larga para decir que me molan los Libros del Silencio y que muchos lectores nos relacionamos con las editoriales como los forofos del fútbol con sus equipos. Al fin y al cabo, un catálogo no deja de ser una alineación y una filosofía de juego. Hay editoriales que siempre ganan, pero su juego es conservador y previsible y se basa exclusivamente en las estrellas que pagan a golpe de cheque (Real Madrid Anagrama); otras que confían en la belleza del juego y no sólo quieren vencer, sino convencer (Barça Mondadori), o las que siempre han estado arriba, pero les gusta dárselas de exquisitas perdedoras y un punto outsiders (Atlético de Madrid Tusquets). Pero las que molan al aficionado de verdad son las que sudan la camiseta, las que lo fían todo al talento y a las ganas, sin presupuestos millonarios, sin maletines y sin estrellitas con  Ferrari. Equipos que miman su cantera y se mantienen con honestidad y tesón, aunque los grandes les utilicen de muladares y rapiñen a todos los jugadores que despuntan en ellos, y aunque esos jugadores luego no se acuerden de la primera camiseta que vistieron y de quién les dio la alternativa.

Las indies. Esas son las que nos gustan, las que han refrescado el panorama librero de la última década en España, las que han aireado un ambiente pútrido de viejos editores divinos que vivían de unas rentas ya vencidas.

¿Sin las indies no tendríamos Dog soldiers, de Robert Stone, ni Knockemstiff, de Donald Ray Pollock? El segundo, quizás sí, pero el primero no, puesto que su primera edición en Estados Unidos es de 1973 y su primera edición en España es de 2010. Y no se trata de un libro oscuro ni underground: es un National Book Award, fue elegido por la revista Time como una de las cien mejores novelas del siglo XX y su santidad Harold Bloom lo incluyó en su muy poco inclusivo canon occidental.

Pero ningún editor en España se había enterado de esto. Como en 1973 no había Facebook…

Dog soldiers tiene otros avales, como el hecho de que su autor fue alumno destacado de Wallace Stegner (otro nombre imprescindible de la narrativa americana del siglo XX que los españoles hemos descubierto hace menos de dos años gracias a Libros del Asteroide), pero no necesita ninguno, porque es uno de esos libros que se defienden solos. Un libro honesto, violento, directo, fiero y febril.

Resumen: Converse es un periodista y escritor fracasadísimo que se marcha a Vietnam en plena guerra en busca de no se sabe qué. Allí consigue tres kilos de heroína pura que logra pasar a Estados Unidos con ayuda de un amigo. Pero colocar la droga no es tan fácil como piensa, y su mujer y su amigo Hicks se van a ver enredados en un problemón, con polis corruptos y asesinos de por medio que les persiguen por California. Mientras huyen de ellos, se van pinchando el caballo. La prosa, que empieza clara y cristalina, se va embruteciendo y atontando conforme los protas se van drogando, y termina en un delirio alucinatorio angustioso, fantástico, salvaje y descarnado.

La palabra es magistral.

A mí me suena todo el rato a Sam Peckinpah. Algo entre Grupo salvaje y La balada de Cable Hogue con metrallas de Perros de paja. Algo puramente setentero, de cuando se follaba sin condón y se compartía jeringuilla en los picos.

¿Quieren ejemplos? Página 245:

La tripa se le calentó, la polla se le puso dura; aquello estaba más allá de la perversidad. Estaba ahí sentado, deseando a aquella chica: una azafata yonqui, curtida y pelopaja, una luterana augustana echada a perder, combinación de hilo musical de aeropuerto y academia de peluquería. Tenía los ojos nublados por el aire contaminado y los espráis de propano.

Knockemstiff es otra cosa, aunque coincide con Dog soldiers en transmitir una misma desesperanza y en exponer sin hacer explícita (sólo narrando, que es como moraliza la literatura) una misma compasión por las miserias humanas.

Knockemstiff es un pueblo de Ohio donde creció el autor del libro, Donald Ray Pollock, un escritor muy tardío que se metió a estudiar en la universidad con 50 tacos, después de pasar 30 currando en una fábrica de papel. Knockemstiff es un conjunto de cuentos conectados entre sí que pretenden construir la imagen del pueblo homónimo, una hondonada perdida y asquerosa, el verdadero culo del mundo que Lobo Antunes situó en Angola.

Knockemstiff está lleno de padres alcohólicos que dan palizas a sus hijos, de drogadictos que sueñan con vender un alijo de anfetas pero se lo comen entero antes de pasar ni una pastilla, de hermanos incestuosos que follan en el río y de niños salvajes que coleccionan serpientes muertas. También hay retrasados mentales enamorados de una foto de Nancy Sinatra, obsesos sexuales que violan a niñas malolientes y adolescentes que se hacen pajas sobre las muñecas de sus hermanas.

Pero mi favorita es una madre que obliga a su hijo cada noche a que entre en su dormitorio armado con un cuchillo y finja ser un serial killer. ¿Quién serás esta noche, cariño?, pregunta. Esta noche seré el verdadero estrangulador de Boston, mamá.

No creo que haya en todo Sade —y creo haber leído todos los libros del marqués disponibles en España— algo tan refinadamente sádico.

Un pueblo encantador, perfecto para instalar una casa rural.

En mi opinión, un pueblo como cualquier otro. Hace tiempo que tengo la convicción de que el único encanto de la vida rural es el paisaje que se ve desde la ventana.

Al fin y al cabo, ¿qué se puede hacer en un villorrio perdido donde no hay trabajo ni diversión ni nada remotamente digno de ocupar el tiempo de una persona? Drogarse, follar y matarse unos a otros. Donald Ray Pollock lo sabe bien. Donald Ray Pollock vivió en Knockemstiff, recuérdenlo. Sabe de lo que escribe.

¿Ejemplo? Uno al azar, del cuento titulado Manteca. Duane, el prota, es un chico raro que no se ha follado a ninguna chica, y por eso su padre le desprecia, porque le considera un maricón, y los amigos de su padre también lo piensan:

Todos los días esperaban a que este entrara en el comedor para ventilar a voz en grito que habían encontrado el asiento trasero de los coches deportivos de sus hijos cubierto de semen seco y reluciente como glaseado de rosquilla y los caminos de sus casas abarrotados de condones usados tirados como babosas gordas y muertas. No paraban de suministrarle nuevos insultos para soltar a Duane: “mariconazo”, “sarasa”, “muerdealmohadas”.

¿De qué se escandalizan? Las ratas y Los santos inocentes no son más bonitos que Knockemstiff, y eso que su autor era un entusiasta de la vida campestre (pero vivía en una ciudad, el jodido, porsiaca).

Knockemstiff es un libro honesto y densamente humano.

En España, ninguno de estos dos libros jugará nunca en primera división, ninguno será libro de la semana en Babelia ni saldrá recomendado en el programa cultural de La 2. Porque en estos libros no hay buenos ni malos, nadie se redime, nadie aprende nada, no hay moraleja ni guía de lectura al final. Son libros que nos dejan a la intemperie de un mundo puto, y eso no se consiente en España, donde las novelas tienen que dejar claros quiénes son los buenos y quiénes los malos, y que las mujeres no sean violadas impunemente, y que los hermanos no follen con alegría fraternal.

Dog soldiers ganó un premio nacional en Estados Unidos, ese país cuya cultura algunos quieren hacer pasar por pacata y reaccionaria. Aquí no ganaría ni los juegos florales de una asociación de vecinos. La prueba es que ha tardado 37 años en publicarse, que ya son años. Estábamos demasiado ocupados plagiando a Sartre y a Camus y no nos enterábamos de que los americanos del norte también escribían. Y mucho mejor que nosotros.