Que la culpa no es de las cosas, sino de las personas que las rompen, lo teníamos bastante claro, pero de vez en cuando necesitamos pruebas que renueven nuestra fe. Por cada cien libros de templarios y de chascarrillos de Buenafuente necesitamos al menos uno de Vila-Matas para seguir creyendo en la letra impresa. Por cada diez anuncios de Carmen Machi necesitamos un desnudo telefónico de Scarlett Johanson para seguir creyendo en la belleza femenina. Por cada sesión de David Guetta necesitamos tres discos de Steve Earle para seguir creyendo en la música como transmisora de emociones (aquí la proporción se invierte porque lo de este tipo es muy fuerte).
Y por cada cien mil horas de programación de Telecinco necesitamos al menos un programa como los que factura José A. Pérez para conservar la fe en que se pueden hacer cosas televisivas muy dignas, interesantes y brillantes sin necesidad de sonar aburrido o viejuno.
Acabo de ver Escépticos, la producción de este señor (conocido a lo largo y ancho de la internet por su blog Mi mesa cojea) para ETB, y lo he podido ver en la web de la cadena, tranquilamente, sin desesperarme buscando un archivo avi en vaya usted a saber qué página yonki. Para quienes aún no lo sepan, es una serie documental donde trata de desmontar unos cuantos mitos en torno a lo esotérico y demás (). Este capítulo me ha interesado especialmente porque estaba dedicado a la so called medicina alternativa, con excepción de la homeopatía que —anuncian— tendrá su propio capítulo más adelante.
El ritmo es ágil; el tono, amable, y la factura, limpia y lineal. Periodismo clásico: primero preguntan a los acupunturistas, chakristas, reflexologistas y charlatanistas, y después contrastan sus afirmaciones con las de expertos reconocidos, médicos y científicos de varias ramas.
El buen periodismo deja que cada cual se retrate. Y Escépticos no es nada nuevo en ese sentido. Quizá la forma y la estructura sí lo sean en parte, pero en esencia es periodismo del de toda la vida: reducir un fenómeno complejo a las voces de algunos protagonistas cuidadosamente escogidos para conformar un relato con ellos. Un relato que no explica todo, pero sí que proporciona las claves suficientes para que el público se aproxime al asunto con rigor y pueda profundizar más en él. Fácil, ¿no? Pues no ha de serlo tanto, cuando se ven tan pocos ejemplos últimamente.
No, hacer buen periodismo nunca fue fácil, pero esa es otra historia.
De todo el programa me quedo con las declaraciones de una señorita —no recuerdo si reflexóloga o masajista de chakras o qué— que no tiene empacho alguno en impartir una lección sobre cáncer. Según ella, la enfermedad es un desequilibrio del cuerpo fruto de un exceso de actitud negativa. Somos unos amargados y esa amargura nos acaba provocando cáncer. Y dice más: un cáncer de hígado indica que la persona es colérica; un cáncer de garganta indica que la persona se ha callado muchas cosas (en ese caso, yo debo de estar ganándome uno bien gordo). Y así, y así, y así.
Son fascinantes los raseros morales de esta sociedad que no tolera que se pasen por televisión imágenes de los atentados del 11-M por respeto a las víctimas, pero que permite —y a menudo alienta— a gente como esta afirmar monstruosidades tales en cualquier foro sin que a nadie le preocupe la ofensa que los pacientes oncológicos y sus familias puedan sufrir. O los mismos médicos oncólogos, que después de pasarse toda la vida estudiando y aprendiendo de una exigentísima y desalentadora práctica clínica, tienen que escuchar con educación a gente así, reprimiendo el instinto natural de estrangularla.
La teoría de que la enfermedad es una especie de castigo —divino o no— que sufrimos por nuestros males puede tener un pase moral en el caso de las dolencias que se producen por un envenenamiento consciente (es decir: podemos afirmar que un fumador se ha ganado a pulso un cáncer de pulmón, pero sería una hijoputez hacer lo mismo refiriéndonos a un minero con silicosis), pero se convierten en puros y simples insultos para todos aquellos enfermos crónicos que sufren con resignación y paciencia sus males. Yo, por ejemplo.
O mi difunto hijo.
Invitaría a esta señorita a visitar una planta de oncología pediátrica y a exponer sus audaces teorías ante los padres y los enfermos. Que les diga que, además de putas, tienen que poner la cama, que todo se soluciona con un poquito de alegría y unas sonrisitas.
Por cierto, hay un mito en torno al cáncer que ha demostrado una y otra vez su carácter de ídem (mito: creencia falsa e infundada que una gran cantidad de gente toma por cierta según un fenómeno que ciertos filósofos conocen como intersubjetividad): en contra de lo que muchos psicólogos e incluso algún médico cree, la actitud del paciente no influye en el pronóstico ni para bien ni para mal. No importa que te deprimas o que bailes: tu curación no va a depender de eso. Es preferible que bailes porque siempre es mejor ser feliz a ser desgraciado, pero nada más.
En fin, me ha gustado mucho Escépticos. Me hace confiar en que todavía hoy se puede hacer buena tele en este país. Enhorabuena a José A. Pérez y a su equipo.