Archivo mensual: diciembre 2010

PORNOBLOG

Una amable lectora —las lectoras siempre son amables, especialmente las que, además de lectoras, son ex compis; los lectores, en cambio, rara vez son amables— me escribe un mail para decirme que ha intentado leer mi blog en el ordenador de una biblioteca pública y que le ha salido un mensaje denegándole el acceso a esta humilde web por “pornografía” y “bad words“.

Lo de “bad words” lo entiendo. Qué más quisiera yo que tener un estilo literario pulido como el de César Vidal o el de Belén Esteban. Soy un chico de barrio que fue a la escuela pública y hago lo que puedo con la ortografía y la gramática. Pero lo de que aquí ofrecemos pornografía sí que no lo comprendo.

Porque, si así fuera, me habría enterado. Me habría dado cuenta al hacer alguna gestión en el banco, ya que el porno mueve mucha pasta. Los del banco habrían notado un alargamiento y una dilatación de mis ingresos y dejarían de interpelarme con el clásico “¿qué cojones quieres, piojoso de mierda?” para utilizar un “¿qué desea el caballero?”. Es decir, que dejarían de joderme para empezar a hacerme el amor.

Como sigo siendo igual de pobre, concluyo que, o bien no hay pornografía aquí, o soy un pornógrafo muy torpe. El único pornógrafo pobre de una industria de ricachones.

Así que me he puesto a estudiar cuál es mi fallo empresarial, y he seleccionado para ello diez títulos de pelis porno de éxito, para intentar averiguar su secreto. Son estas (todas reales):

1. Las bolas del dragón.
2. Las maduras me la ponen dura.
3. Cerda 212.
4. Constantino tiene un gran pepino.
5. Las maduras me la ponen dura 2.
6. Las azafatas se abren de patas.
7. La polla interminable.
8. Qué glande es el cine.
9. Marujonas en la cocina.
10. En boca cerrada no entran moscas, pero sí pollas como roscas.

Creo que voy entendiendo el mecanismo, a ver si empiezo a rentabilizarlo. Mientras tanto, me comeré un plátano.

Creo que con esto he completado el año. Nos leemos el que viene, amiguetes, si las bibliotecas públicas nos dejan. Muchos besos y muchos plátanos.

JOE BRAINARD TENÍA RAZÓN

Os cuelgo el artículo que publiqué el domingo pasado en Heraldo. Pero, antes, os hago una pregunta: cuando recordáis algo de vuestra vida, ¿las imágenes que os vienen a la cabeza se parecen a esta?

¿O más bien a esta?

En fin, sacad vuestras propias conclusiones. Mientras reflexionáis, echad una lectura a este articulillo de La ciudad pixelada.

Georges Perec escribió en 1978 un libro de culto que no se tradujo al español hasta 2006 (editorial Berenice), pero que llevaba años siendo muy conocido, leído, parafraseado, plagiado y venerado en España -el escritor Juan Bonilla, uno de sus más fervientes apóstoles, tiene una gran colección de ediciones del libro en muchos idiomas y formatos-. Se titulaba ‘Je me souviens’. En castellano, ‘Me acuerdo’. Era una idea muy simple: 478 recuerdos del autor, enunciados en dos o tres líneas de forma aséptica y plana, que acababan componiendo un retrato generacional de los franceses de los años 60 y 70.

La propuesta no era original: Perec se la copió al escritor estadounidense Joe Brainard, que en 1975 había publicado ‘I remember’. Perec lo plagió sin miramientos, reconociéndolo abiertamente en la primera página, donde se lee: “El título, la forma y, en cierto modo, el espíritu de estos textos se inspiran en los ‘I remember’ de Joe Brainard”. El impersonal “se inspiran” es una manera poco delicada de decir que los plagian. Y aun así, la copia de Perec ha alcanzado una fama y ha generado un culto que el original de Brainard no logró nunca.

El agravio es más doloroso cuando se comprueba que ‘I remember’ es muy superior a ‘Je me souviens’. Porque Perec hace trampa. Sus “me acuerdo” casi siempre tiran de hemeroteca y de enciclopedia Espasa: se acuerda de atentados terroristas, de armisticios, de estrenos de cine, de escritores muertos, de presidentes de la república, de ciclistas que ganan el Tour de Francia y hasta de dictadores centroamericanos. Sin embargo, Brainard se acuerda de la única vez que vio a su madre llorar, de su primera erección y de cuando su padre le recriminaba (“in a nice way”, es decir, de buen rollo) que sacara las manos de debajo de las mantas. Brainard evoca verdaderos recuerdos y Perec acumula recortes.

Brainard hace literatura, y Perec, periodismo. Supongo que el autor francés disfrutaría mucho estos días en la redacción de un periódico, confeccionando resúmenes del año, armando cronologías, evocando las noticias más importantes de los últimos doce meses. Yo también me lo pasaba bien haciendo esas cosas, hasta que descubrí que eran recuerdos falsos. Ya no me creo a los Perec, no me trago su juego.

Cuando usted evoque este 2010 que ahora termina, ¿qué recordará? ¿La huelga general, la inauguración del AVE Madrid-Valencia, el cese de José Aurelio Gay? Puede recordarlos, sin duda, pero me apuesto mi magra salud a que lo primero que le vendrá a la mente será íntimo, familiar, erótico. Se acordará de los besos que dio o de los que no dio, de los abrazos que regaló o que negó a sus amigos, de las bromas que gastó a la gente que quiere, de la borrachera que cogió aquella noche de marzo y de lo fría que estaba el agua de la playa de Cádiz en agosto. Algunos recuerdos serán tan íntimos o tan dolorosos que no podrá evocarlos en voz alta, y entonces tendrá que recurrir a la hemeroteca y decir que se acuerda de la huelga general, de la inauguración del AVE Madrid-Valencia o del cese de José Aurelio Gay. Pero usted y yo sabemos que será mentira.

Una costumbre algo extendida consiste en regalarle a alguien por su cumpleaños la portada de HERALDO del día en que nació. Es sorprendente la cantidad de sucesos que pasaron esos días sin que los padres y allegados del cumpleañero se enteraran: batallas en Indochina, marchas sobre Washington, pruebas nucleares en la frontera coreana y presidentes de nombres y caras olvidadas diciendo cosas que nadie entiende ya. ¿De verdad estaba pasando todo eso mientras un grupo de personas prestaba atención al nacimiento de un bebé?

Joe Brainard tenía razón, no se deje engañar por Perec.

COÑAZO COMO REPROCHE

Cerremos los vila-matismos, que se acaba el año y hay otras cosas de las que escribir.

Uno de los más recurrentes reproches que se leen —especialmente en los blogs— sobre los libros de Vila-Matas es que son un coñazo.

¿Es eso una crítica a su literatura? Lo sería si Vila-Matas pretendiera ser un tipo entretenido y ameno, pero su rollo es ser un coñazo. Él va de eso, es lo que le mola. Por tanto, no tiene sentido criticárselo.

Es como reprocharle a Rossy de Palma que sea fea o a Nacho Vidal que la tenga muy larga. Porque sus rollos son, respectivamente, ser fea y tenerla muy larga. Ahora bien, si Rossy de Palma se las diera de tía buena y Nacho Vidal tuviera complejo de pene diminuto, podríamos criticarles, porque ellos irían de una cosa que, obviamente, no les va.

¿Ha intentado Vila-Matas alguna vez ser ameno, didáctico o condescendiente? ¿Ha tenido en cuenta en sus novelas conceptos como tensión narrativa, ritmo o clímax? ¿Ha usado alguna vez esas técnicas para captar la atención del lector? No, su rollo es el coñazo metaliterario, la reflexión dentro de la reflexión, la nada como trama. Por tanto, no se le puede reprochar que no consiga algo que no pretende conseguir. A mí me mola su rollo, porque soy un juntaletras al que le gustan las cosas de juntaletras. Pero no tiene por qué ser su caso. Entonces, no pida un Vila-Matas si sabe que le va a sentar mal. Deje los licores fuertes para los buenos bebedores y pídase una limonada sin gas (un Dan Brown o un Ildefonso Falcones, que también tiene rima consonante). Pero si finalmente acaba pidiéndose un bourbon doble sin hielo, no le reproche al bourbon que sepa a bourbon: es culpa suya, no de la bebida.

Hay una gran confusión en esto de la crítica. Su ejercicio no consiste en la exposición de los gustos y disgustos del crítico, sino en la evaluación de la obra en sí. Y esa evaluación ha de centrarse en un aspecto fundamental: ¿están el autor y su obra a la altura de sus planteamientos? ¿Dicen lo que quieren decir y de la forma en la que quieren decirlo? Al calibrar la distancia entre la potencia y el acto, se puede valorar la obra con honestidad y situarla en un contexto adecuado.

De acuerdo: esto es una simplificación teleológica, pero sirve a grandes rasgos para definir la utilidad y la pertinencia de la crítica.

Así, es pertinente decir que Sabina es un ripioso simplón al que ya no le queda tópico marujil que explotar: su lírica callejera y chulesca es más impostada que una zarzuela y sólo sirve como material masturbatorio de señoras premenopáusicas abonadas al misionero dos veces al mes y que no han permitido a su marido que cumpla su fantasía de la penetración anal (sí, no he puesto una puta coma, pero la gracia es leer la frase de seguido, quedándote sin respiración). Es pertinente decir esto porque el rollo de Sabina es de poesía grandiosa, de decidor de verdades que hacen temblar las sucursales del Banco Hispano-Americano. Va de titán de las letras, de hondísimo explorador de la condición humana. Y luego, el tío nos viene con una rima en consonante de bombillas y amarillas. Es una crítica que viene a cuento.

También es pertinente decir que Pérez-Reverte es un coñazo, porque su rollo no es ser un coñazo, sino edificante, trepidante y tunante. No es pertinente decir que Vila-Matas es un coñazo por lo ya apuntado: porque Vila-Matas quiere ser un coñazo.

Otra crítica pertinente: Paulo Coelho tiene la profundidad de un telesketch y la audacia de un cura de pueblo. Deduzcan por qué es pertinente.

En resumen: criticar a Vila-Matas por coñazo equivale a criticar a una peli porno por guarra, a Woody Allen por gracioso y a un taxista por ser bocazas y llevar el coche como si escondiera en él tres perros muertos y mojados. Es su rollo: lo criticable sería una peli porno en la que nadie follara, una de Woody Allen sin gracietas y un taxista amable, capaz de terminar los participios en ado y con un vehículo bien conservado e higienizado (y no higienizao).

Creo que he ofendido a un número considerable de fans de Sabina, de Pérez-Reverte de Paulo Coelho, de Rossy de Palma, de Nacho Vidal y es probable que hasta de Vila-Matas (o al propio Vila-Matas, que ahora mismo puede estar pensando qué ha hecho mal para que su chispeante literatura sea percibida como un coñazo). Por no hablar de los taxistas. La ofensa es tan fértil y se extiende con tanta facilidad… Dejo que Google obre el milagro, que el contador de visitas empiece a subir y que los comentarios denigrantes hacia mi persona empiecen a fluir. Anímense, que es navidad y seguro que tienen poco trabajo en la ofi. Eso sí, les aviso que este garito tiene reservado el derecho de admisión: luego no se enfaden si les borro comentarios por mentarme a la madre. No esperarán que, encima, les aplauda. Aunque los veteranos ya saben que mi manga es muy ancha.

UN LECTOR COHERENTE

Como leo el último de Vila-Matas en el hospital, Pablo lo toma por un juguete. O por un libro, no lo sé. El caso es que me lo quita, lo hojea, lo abre, lo retuerce y lo manosea por todas partes. Lo manipula por todas las zonas manipulables, le da tres mil vueltas y me mira desconcertado. Al final, harto de darle vueltas al libro, lo tira y se echa a llorar.

Es decir, que se comporta como un lector de Vila-Matas, reacciona ante su literatura como se espera que reaccione cualquier lector. Le aplaudo. Le digo: «Muy bien, hijo, has entendido a la perfección la obra de Vila-Matas y te comportas como todos sus lectores».

Sorprendido por su sensibilidad literaria, voy a llevarle una de Goytisolo y otra de Fernández Mallo, a ver qué le parecen. Después de su reacción ante Vila-Matas, Pablo se ha revelado como un lector de finísima sensibilidad, así que me voy a guiar por sus gustos.

PD.- Hablando de literatura y de la frustrada ley Sinde. El otro día, en El País, Javier Marías escribía que si no se aprobaba la mentada ley, no sabía si publicaría otra novela. Desde aquí pido a todos los parlamentarios y senadores que tengan en cuenta sus palabras: en sus manos está librar al mundo de otro tocho de Javier Marías. Si esta polémica sirve para que no haya más novelas de este señor, bien empleada estará.

EMPUTECERSE

Leo en el último de Vila-Matas:

Hasta las gabardinas que llevaba y que la emputecían recordaban a las de Deneuve en Les parapluies de Cherbourg.

Frases como esta hacen grande a un escritor.

Me fascina el verbo emputecer, que en mi ignorancia creo inventado por el propio Vila-Matas. Pero resulta que aparece en el DRAE como sinónimo de prostituir. El Panhispánico de Dudas no sugiere otro significado.

En portugués, emputecer-se significa cabrearse.

Pero Vila-Matas no lo emplea como marca el diccionario ni como un portugués. Vila-Matas le da un matiz guarro y poético (qué es la poesía sino una guarrada con pretensiones) simplemente maravilloso. El verbo existe en castellano, no se lo inventa en cuanto a su morfología, pero sí que se lo inventa en cuanto a su semántica. Ha creado una palabra nueva, una palabra que huele, que impregna toda la sala de un aroma machihembrado.

Las gabardinas la emputecían. Qué plástico, qué forma de abrirse a un montón de posibilidades lúbricas y qué sencillez al emplastarse en la raíz animal del cortejo. ¿A quién no le gusta que su chica se emputezca de cuando en cuando? ¿A qué chica no le mola emputecerse? A mí me gusta el emputecimiento hogareño. Entiendo que las gabardinas emputezcan porque arman a quien las lleva, le dan un aire tosco y sofisticado, hombruno y desaliñado, tabacuno y grosero.

Las cosas que a primera vista emputecen no lo hacen ni por asomo: perfumes, joyas, trajes de noche. Tontadas. Pocas cosas emputecen más que una camiseta vieja.

Las navidades son un buen momento para emputecerse. Les invito a emputecerse en el calor de su hogar, mientras afuera llueve, como llueve mientras escribo esto.

Permítanme desearles felices fiestas, si realmente van a serlo. No es nuestro caso, pero no importa. Las cosas no marchan bien, nada marcha como debiera. No tenemos ganas de emputecernos, hemos perdido las ganas por casi todo. Por eso aguardaremos bajo techo, en silencio y con poca luz, el momento en el que tengamos algo que celebrar, algo por lo que brindar, algo por lo que emputecernos.

Que lo pasen bonito, con muchas gabardinas y muchas camisetas viejas.

THE EMPIRE STRIKES BACK

Periodismo equilibrado, mesurado, argumentativo:

Ampliación, por si no ha quedado claro:

Qué miedo. No te descargues pelis o Sindeator vendrá a por ti. A partir de ahora no descargaré nada y me comeré todas las verduras, pero, por favor, que González-Sinde se vaya de mis sueños.

EL NIÑO GRANDE CON BARBA

Esto es un llamamiento desesperado.

Debido a nuestras circunstancias vitales y hospitalarias, ir al cine es una actividad absolutamente implanteable. Pero me muero por ver Balada triste de trompeta. Así que si hay en la sala un amigo con conocimientos avanzados de redes P2P o de Torrent o de lo que sea que pueda hacerse con una copia en buenas condiciones de la peli y me la pueda hacer llegar, le estaré eternamente agradecido. No le puedo pagar, porque eso sería delito y no quiero mosquear a Álex de la Iglesia, tiene que ser un gesto desinteresado.

Álex de la Iglesia es un grande, un tío enorme. No sólo por su masa corporal, sino por sus trazas de genio. Pero, además, para los españoles que ahora tenemos entre 30 y 40 años, Álex de la Iglesia es un icono generacional. Al menos, para los españoles que ahora tenemos entre 30 y 40 años y no hemos estudiado en una escuela de negocios, pero sí que hemos liado o intentado liar un par de porros en nuestra vida y hemos bebido cerveza del mismo vaso con nuestros amigos.

Como bien dice Boyero, Álex de la Iglesia está lejos de ser un director perfecto, está muy lejos de alcanzar la genialidad de un John Huston o un Billy Wilder, aunque creo que está por encima de un Tarantino, referente inevitable por afinidades de temas y registros.

Pero lo que le separa de Huston o Wilder no es el talento o la talla artística, sino la regularidad de la obra y su conclusión. Huston y Wilder fueron directores sorprendentemente regulares, que firmaron obras maestras a lo largo de toda su carrera, que nunca decayeron, que apenas tienen horas bajas o manchurrones en su trayectoria. Lo peor de estos directores supera lo mejor de muchos otros. Y, además, su obra siempre estuvo a la altura de sus ideas: conseguían plasmar en una peli lo que bullía en sus cabezas. Sus intenciones casi siempre encontraban la forma de concretarse en diálogos, personajes y planos.

A Álex de la Iglesia, en cambio, esto le ha sucedido pocas veces. Es un tío complejo, cuya cabeza funciona a muchas revoluciones y con muchas cosas que contar, pero le suele fallar la ejecución. Álex de la Iglesia suele defraudar porque siempre esperamos más de su cine. Hay una distorsión entre lo que quiere hacer y lo que finalmente hace, que siempre es más pobre que el planteamiento original.

Desde mi punto de vista, tiene un catálogo demasiado amplio de obras fallidas: Perdita Durango, 800 balas o Muertos de risa son buenas ideas mal rematadas; Crimen ferpecto, La habitación del niño, la serie Plutón B.R.B. Nero y, especialmente, la deleznable Los crímenes de Oxford son casi subproductos que a lo que más que aspiran es a una tibia corrección académica, y Acción mutante creo que ha quedado como un interesante ejercicio de estilo, un breve anticipo del universo De la Iglesia.

Demasiados peros para considerar grande a un director. Pero no hay que engañarse: todos estos reparos son minúsculos, diríase que insignificantes, al lado de sus dos obras maestras hasta la fecha: El día de la bestia y La comunidad. Con solo una de ellas se habría ganado un puesto de honor entre los dioses del cine, y si, como dicen, Balada triste de trompeta es su mejor peli y se suma a esas dos genialidades, Álex de la Iglesia será ya oficialmente uno de los titanes más gigantescos del cine español.

Qué digo del cine español. Ser gigante entre enanos no tiene mérito. Un titán del cine a secas.

Hay muchos directores correctitos, muchos artesanos decentes que pergeñan obras pasables e incluso dignas o con algún destello breve de genialidad, pero sólo los grandes son capaces de rodar una peli memorable. Y Álex de la Iglesia puede que ya lleve tres (dos seguras).

Me dirán algunos que la comparación con Huston o Wilder es una orinada fuera de tiesto. Desde luego, si fuera tan regular como ellos, si hubiera conseguido en 800 balas o en Perdita Durango lo que consiguió en El día de la bestia y en La comunidad, estaría a su altura sin complejos. Ya he dicho que lo que les distancia es la regularidad, no el genio. Y quizá un par de generaciones. Pero eso es poco. Los puntos en común son superiores: como Huston y Wilder, De la Iglesia transcribe, reescribe, utiliza y asimila el lenguaje de género para el gran público, y con ello lo supera y lo convierte en una herramienta para hablar de la condición humana. Como Huston y Wilder, asume una idea de cine antielitista, lúdica, artesana y hasta cierto punto utilitaria, y por eso su arte transmite mucha más verdad que el arte concebido por artistas pagados de sí mismos. Y, como Huston y Wilder, De la Iglesia transmite un romanticismo radical y cínico, desencantado y lleno de ternura a la vez, que es el componente fundamental de su obra y el resorte que le engancha a su público.

En otras palabras: la capacidad de ser satánico y de Carabanchel, que es la capacidad que define a nuestra generación.

Lo dicho, si hay un buen samaritano dispuesto a facilitarme una copia pirata, le estaré profundamente agradecido (estoy dispuesto a enviarle mediante giro postal a Álex de la Iglesia el importe equivalente a dos entradas de cine).

CUERPO Y MENTE

En Estados Unidos se burlan de Shakira porque dicen que no se entiende una palabra de lo que canta cuando lo canta en inglés. Casi todas las parodias que he visto en Saturday Night Live y en los programas de humor van por ahí: “Hablo inglés como segundo idioma y da igual lo que pronuncie, porque como estoy buena…”.

Error. Gracias al anuncio de Freixenet, los profanos en shakirismo hemos descubierto que cuando canta en español tampoco se le entiende una mierda. Hay labriegos del sur de Albacete con lengua bífida que hablan con puñados de alfalfa en la boca que resultan más comprensibles que Shakira.

En el anuncio de Freixenet (que se puede ver aquí, porque no está en Youtube) yo entiendo:

Mira que ueeeeeee miso
o meter como los peces.
Os nenoooololos siegos
tantas veces.

Cumbia losqués
de la fromenta
cuando menos piensas sale el sol (esto sí que se le entiende, se nota que es el estribillo).

De nanonamar
en la fromenta
porque juno y juno y de redós
cuando menos piensas sale el sol.

Así que he buscado la letra en la interné. Y me ha salido que, al parecer, Shakira quiere cantar esto en castellano (cortipegado de la web donde lo encontré):

Mira que el miedo nos hizo
Cometer estupideces
Nos dejó sordos y cegos
Tantas veces

Y un día después de la tormenta
Cuándo menos piensas sale el sol
De tanto sumar pierdes la cuenta
Porque uno y uno no siempre son dos
Cuándo menos piensas sale el sol.

Qué desilusión, amigos. Era mucho mejor la letra que entendía yo. Aun así, y debido a la enorme influencia cultural que Freixenet tiene en la sociedad española, voy a ofrecerles un pequeño análisis de este extracto de lo que, por lo visto, es una canción más larga (es meritorio que un despropósito así pueda prolongarse más allá de dos estrofas).

Mira que el miedo nos hizo
cometer estupideces.

Se podrá cuestionar el valor poético del verbo cometer, más propio de textos jurídicos y de crónicas de sucesos. Incluso un lingüista atildado podrá ponerle reparos a la construcción gramatical “mira que el miedo”, que no tiene sentido en sí misma, pero la coartada del coloquialismo puede deshacer los peros más académicos. Al margen de eso, nada que decir: efectivamente, una segregación anormalmente alta de adrenalina puede inducir a quien la sufre a realizar algún acto que la convención social califique de estúpido. Pero no sólo la adrenalina: es probable que los publicistas de Freixenet no tuvieran miedo, y sin embargo han cometido esta estupidez en forma de anuncio.

Nos dejó sordos y ciegos
tantas veces.

Audaz la rima en consonante de estupideces y veces. Es difícil encontrar en castellano dos palabras que suenen peor al rimar. Pero lo interesante aquí son los efectos fisiológicos. Sabido es que la adrenalina, segregada en altas dosis, puede influir en el normal desarrollo de las funciones corporales, especialmente las relacionadas con los esfínteres. En cualquier caso, la privación sensorial no está entre ellas. Al contrario: la adrenalina sirve para potenciar los sentidos al máximo, pues se trata se sobrevivir a una situación de peligro, no de quedarse quieto en un rincón a la espera de que el leopardo te devore. Habría que decirle a Shakira que la sordera y la ceguera no están relacionadas con el miedo, que son síntoma de otra dolencia, y que el doctor House podría pasar un episodio entero intentando relacionar ambas. Yo, que me he visto todas las temporadas de House, diría que la cosa apunta a un lupus o un trastorno neurológico que explique también los defectos de habla de Shakira. Corroborémoslo en la siguiente estrofa:

Y un día después de la tormenta
cuando menos piensas sale el sol.

Fenómenos meteorológicos que irrumpen en la canción. Interesante. Pero mucho más interesante es la frase “cuando menos piensas sale el sol”. No “cuando menos te lo piensas sale el sol” o “cuando menos te lo esperas sale el sol”, sino “cuando menos piensas sale el sol”. Se podrá atribuir esta construcción a una educación lingüística poco afortunada o, si quieren ser condescendientes, a un rasgo dialectal colombiano, pero no hay que descartar que Shakira haya querido expresar lo que ha dicho: que cuando menos piensas sale el sol. Es decir, que el sol aparece cuando se produce un notable descenso de la actividad cognitiva. En la de Shakira o en la tuya, receptor de la canción.

No tienes que pensar poco, tienes que reducir tu actividad neuronal al mínimo, aproximarte al encefalograma plano. Eso es “cuando menos piensas”. Y entonces, sale el sol.

Y sigue:

De tanto sumar pierdes la cuenta.

Es lógico que suceda esto si se considera que, como diría Punset, las neuronas están fritas. Es difícil resolver correctamente una operación algebraica con la actividad cerebral seriamente mermada.

Porque uno y uno no siempre son dos.

Los daños cerebrales parecen graves en este punto de la canción, pues ya se toma por axioma lo que no es más que una incorrección fruto de una incapacidad intelectual.

Y termina reafirmando su creencia de que la salida del sol está relacionada con una merma considerable de su actividad cerebral.

Así que Freixenet confirma que los graves problemas de habla de Shakira no tienen que ver con el idioma en el que se exprese, sino con una dolencia que anula o rebaja considerablemente la actividad de sus redes neuronales, afectando de forma irreversible a su capacidad cognitiva.

Ahora nos explicamos muchas cosas.

AMIGOS

No sé quién dijo —ni cómo lo dijo exactamente— que un amigo es el que permanece contigo más tiempo después de tu quiebra. El que permanece más tiempo, porque no se puede esperar de nadie que permanezca siempre.

No estoy muy de acuerdo con esta cínica definición. Hay sobrados ejemplos de amigos que permanecen al lado del dolor siempre. Incluso más allá de siempre, después de la muerte, venerando la memoria del caído, vigilando su tumba para que nadie la profane.

Creo en la amistad. Creo que es uno de los sentimientos más hondos, sinceros, poderosos, honestos, complejos y radicales que podemos experimentar en la vida. Y quien no sabe lo que es tener un amigo hace bien en considerarse un desgraciado.

Creo también que los amigos son para la alegría, y que su función es celebrar la vida compartida de la forma más ruidosa y estrambótica posible, pero es en la tristeza donde su naturaleza sale a la luz. En medio de la fiesta pueden brillar como amigos entes que apenas eran sombras.

Es en el quiebre cuando los amigos que de verdad lo son irrumpen con una luz fiera. No importa el tiempo o la distancia que nos separe de ellos. Amigos que viven en la otra punta del planeta, amigos a los que apenas vemos una vez al año, amigos a los que casi hemos perdido la pista, cuyas vidas se han separado tanto de las nuestras que es inconcebible que vuelvan a encontrar un punto secante, e incluso amigos que parecía que habían dejado de serlo por alguna oscura amargura o un desencuentro irrelevante que somos incapaces de recordar. Y, sin embargo, cuando se produce la quiebra, todos ellos se plantan a nuestro lado y nos cubren con su abrazo. Cuando se produce la quiebra, ni el tiempo ni la distancia ni las pequeñas o grandes traiciones del pasado importan nada: el verdadero amigo, simplemente, está, se pone a nuestra disposición.

Como están los que están a diario y, tras la quiebra, se convierten en una presencia imprescindible, en una guía fundamental, en los mejores achicadores de agua. Sabías de su grandeza porque la tratabas a diario, y aun así te sorprende su calor, si inagotable capacidad de consuelo.

Y, sin embargo, hay otros entes a los que, en medio de la fiesta, habíamos otorgado generosamente el título de amigos. Personas no afectadas por el tiempo, ni por la distancia, ni por las pequeñas rencillas, gente que vive con nosotros, aparentemente muy cerca de nosotros. Pero, cuando se produce la quiebra, esos amigos desaparecen, no dan razón.

Entra dentro de lo esperable, pero a mí me duele más otro tipo de seudoamigo, que sí que está afectado por el tiempo, la distancia o las rencillas, pero que es incapaz de trascenderlas. Sabe de tu dolor y lo rehuye: no ves jamás su nombre en tu mail, te manda condolencias a través de terceras personas y cuando suena tu móvil, jamás es él. Y, si te lo encuentras por la calle, se excusa con suavidad, como las mujeres de la canción esa de Loquillo.

Al principio de la quiebra no lo notas. Al principio de la quiebra no notas nada, todo es niebla, sólo hay formas y tactos amorfos. Pero cuando el aire clarea (el aire siempre clarea, hasta en las peores quiebras) y la rabia se hace más compacta, menos irritable, empiezas a notar las ausencias, los huecos en blanco y las miradas bajas. Y lo lamentas. Lamentas su pequeñez y te gustaría cogerles de la barbilla y obligarles a que te miraran a los ojos.

Por suerte, dura poco: los amigos saben tapar los huecos en blanco, no dejan sitio para que la bilis crezca.

Hace años me tocó visitar dos veces la casa de una familia afectada por los atentados del 11-M. Habían perdido a su hijo de 19 años. El padre me dijo: “Nadie aguanta el dolor, del dolor se huye, damos miedo”.

Y es cierto. Hace falta mucho coraje para aguantar firme en el dolor de la quiebra. Y los afectados por la quiebra lo sabemos, y no tendremos días ni bienes ni sentimientos suficientes en todas nuestras vidas para agradecer la amistad.

Y los demás, si andan faltos de valor, que no se molesten, que no envíen mensajes a través de terceros, que nos dejen en paz, que no tenemos fuerzas para lavar su mala conciencia y decirles que no se preocupen. Porque yo creo que sí que tienen motivos para preocuparse.

Amigos, os debemos todo y nunca jamás podremos pagarlo.

UNA CÁRCEL DE MUJERES

Antes que nada, focalicemos.

En el universo, hay una galaxia llamada Vía Láctea, en la que hay un sistema llamado solar, en el que orbita un planeta llamado Tierra, en el que hay un continente llamado Eurasia, con una península en su extremo occidental llamada Ibérica, con una ciudad en su centro llamada Madrid.

En esa ciudad hay otra ciudad nominal, la Ciudad Universitaria, en cuyo cuasicentro hay una construcción granítica y bunkeriana llamada Facultad de Ciencias de la Información. Es una construcción grande y amorfa, pero insignificante en comparación con la Ciudad Universitaria, con Madrid, con la Península Ibérica y con Eurasia. Lo bastante insignificante como para que haya pocas posibilidades de que dos individuos del universo coincidan en ella en algún plano temporal.

Y, sin embargo, hay que ver lo que cunde.

Y no sólo por Tesis, de Amenábar, que todo el mundo sabe que se rodó allí.

Leo A bordo del naufragio, de , autor que ando descubriendo estos días —sí, ya sé, llego tarde a todo, todavía intento ponerme al día de los años 90—, y allí me encuentro esa mole hormigonada llamada Facultad de Ciencias de la Información.

Por supuesto, Olmos no la llama así. Es un tío elegante y elude los rótulos oficiales. Pero es ese sitio. Son las escaleras que tantas veces subí y bajé, los ascensores que tantas veces esperé, la biblioteca en la que tantas horas perdí y la cafetería en la que tantos kilos gané y tantos cigarros y porros ajenos fumé.

Olmos tiene cuatro años más que yo, por lo que coincidimos al menos un año en ese sitio. Supongo que nos cruzaríamos en algún pasillo o nos molestaríamos en la biblioteca.

Su novela es contemporánea de Tesis, pero las coincidencias terminan ahí.

Decían que ese edificio con forma de búnker estaba pensado para una cárcel de mujeres, que readaptaron los planos de un presidio. De una cárcel de mujeres brasileña, apuntaban los más enterados. Podrían haber dicho que era un almacén de residuos nucleares y habría sido igual de verosímil. Cualquier cosa que sirva para producir o catalogar detritus era plausible como metáfora de ese lugar.

Porque eso es lo que era.

Y, sin embargo, de esas tripas que nunca veían el sol surgió A bordo del naufragio, de Alberto Olmos, finalista del Herralde en 1998, cuando su autor tenía 23 añitos y mostraba trazas de genio. El ganador del Herralde del 98 fue Roberto Bolaño. Qué mala suerte ser el telonero de Bolaño. Nadie recuerda a los teloneros de las superstars.

A bordo del naufragio tiene tics de primera novela, titubeos propios de la edad, pero casi todos pasan desapercibidos porque el conjunto es robusto e incandescente. Poético. En la contra, el editor la vende como “un posible maridaje de Cela y Faulkner”, pero obvia la referencia más clara, que para mí es el Umbral más lírico y brutal, el de Mortal y rosa. Y Henry Miller, por supuesto, constantemente citado sin citarlo.

A bordo del naufragio habla de tener 20 años y estar jodido. Habla de tener 20 años en Madrid y en un edificio con forma de búnker en la Ciudad Universitaria. Habla de tener 20 años y detestar e ignorar a todo el mundo. Habla de tener 20 años y no poder celebrarlo, de tener 20 años en el margen, fuera de cualquier gregarismo, en los límites del asco.

Leo A bordo del naufragio y me leo a mí mismo. Leo mis 20 años en ese edificio con forma de búnker. Y me cago en la nostalgia y en la soledad y en las camas desechas y en todas las noches que no dormí. Y pienso en dos o tres personas a quienes debo la vida —probablemente, de una forma cercana a lo literal— y que seguro que sabrán encontrarse también en las páginas de la primera novela de Alberto Olmos casi tan profundamente como nos encontramos los unos en las miradas de los otros las pocas veces al año que podemos compartir un par de abrazos y tres botellas.

PD.- Leer A bordo del naufragio es leer una novela secreta, pues no la leyó nadie, como prueba el hecho de que todavía circulen ejemplares de su primera y única edición de 1998 con el precio marcado en pesetas (1.500 pesetas ponía en el mío, comprado hace un par de días por no sé cuántos euros: estaba cubierto de polvo en uno de los estantes más altos y menos manoseados de una de mis librerías favoritas, por lo que no me extrañaría que llevara 12 años allí sin que nadie lo hojeara). Después de este más que prometedor arranque juvenil, Olmos sacó otra novelita en su Segovia natal y, luego, desapareció de la farándula literaria. Se marchó a Japón y no volvió a publicar un libro hasta que no tuvo 32 tacos (Trenes hacia Tokio, en Lengua de Trapo, su editorial hasta la fecha). Desde entonces ha publicado otras tres novelas que no he leído pero que me consta que gustan mucho entre los pequeños círculos de connoisseurs. Me las acabo de comprar todas —soy así de obsesivo, cuando empiezo a un escritor quiero chuparle la médula—, así que ya os iré contando. Acaba de ser incluido en la lista de Granta de los 22 autores menores de 35 años más importantes del mundo hispanograznante. Es decir, que ya es oficialmente un triunfador y ya podemos decir que sus libros son una mierda, que se ha vendido al sistema y bla, bla, bla. Espero poder decirlo, porque me corroe la envidia de lo bien que escribía el cabrón a sus 23 años. Debería estar prohibido escribir tan de puta madre a los 23 años. A los 23 años sólo hay que saber liar bien los porros e intercambiar fluidos en bares. A los 23 años debería ser obligatorio ser torpe y falaz. Odio a los genios precoces.

FABULOSAS NARRACIONES POR HISTORIAS

Lo intenté leer hace un par de años, poco después de que Tusquets la reeditara (creo que la primera edición es de 1997), pero no sé por qué abandoné en la página 15. Decepcionado y cansino. Hace una semana tropecé con una reseña que la ponía por las nubes que me divierte mucho y de cuyo criterio me fío, así que le di otra oportunidad.

¿Por qué abandoné en la página 15, decepcionado y cansino? Por gilipollas. Si no supe ver la genialidad de esta novela entonces es porque era gilipollas. No hay otra explicación: estaba ciego y ahora veo. Y no puedo decir más.

Fabulosas narraciones por historias, de Antonio Orejudo, es un libro cojonudísimo, espléndido, fascinante, cabrón y divertido. Hacía tiempo que no veía mezclada tanta mala leche con tanta elegancia, tanta bestialidad con tanto refinamiento. Lo he devorado en tres noches, y eso que son 400 páginas de rústica de Tusquets en tipografía pequeñica, lo que viene a equivaler a unas 600 o 700 de otra editorial con tipos más apropiados para la presbicia. Y, aún así, creo que he tardado mucho en leerlo: maldigo cada ruido y cada beso y cada timbre de teléfono que ha interrumpido la lectura. Y cada vencimiento de párpados de madrugada.

Leer, amigos, es el estado ideal. No escribir, no publicar, no brillar: leer, sólo leer. Asocialmente, misántropamente, tóxicamente, albornócicamente, pijámicamente. Lo había olvidado y Antonio Orejudo me lo ha recordado. Hay quien lee para escribir. Algunos escribimos porque leemos, y nos creemos mejores que los primeros, pero somos igualmente inferiores a los que leen porque leen.

No se apuren, que yo me entiendo. Aún no he enloquecido del todo.

El libro de Orejudo, que me pierdo.

Si has nacido en España después de 1950 y te gusta la literatura —y, por tanto, has sido debidamente escolarizado, no me valen los poetas de la calle ni los letristas de Camela—, tú también has pasado por el calvario de la Edad de Plata. Tú también has tenido que rendir culto a las vidas de santos de Lorca, de Buñuel y de los señoritos del 27. Item más: te has tenido que tragar algún ladrillo de Unamuno y fingir no sólo que lo entendías, sino que te emocionaba el alma de Castilla (¿qué coño era eso del alma de Castilla?). Hasta te habrás familiarizado con el término krausista y habrás descubierto que Baroja, aunque era laísta, sabía escribir Schopenhauer sin errores (no como yo, que seguro que lo he escrito mal).

Si tú, como yo, has hecho un comentario de texto de las poesías de Juan Ramón Jiménez en edición negra de Cátedra, y si, como yo, has visto a un pobre profesor de literatura humillarse al intentar leer A un olmo seco, gozarás a rabiar con Fabulosas narraciones por historias.

Orejudo hace en este libro lo que los chicos aplicados y modositos que éramos no nos atrevíamos a hacer ni a decir en clase: encorrer a boinazos a Juan Ramón Jiménez mientras le llamamos Juancho el Fino; preguntarle a Unamuno si su madre, recientemente fallecida, sólo sentía placer cuando, al cagar, conseguía que el zurullo saliera intacto y no partido en dos por la involuntaria contracción del esfínter, y soltar un cerdo con una cabeza de ajos en el culo en medio de una tertulia de José Ortega y Gasset.

Todas esas cosas pasan en esta novela que no va de la generación del 98 ni de la del 27 ni de la del 69. Va de literatura y escritores, sí, pero no de literatura y escritores de época. Eso es sólo un escenario, un leitmotiv gamberro para escándalo de técnicos intermedios del Ministerio de Educación. Lo que viene a decirnos Orejudo es algo que ya sabíamos: que los escritores, al contrario que los libros, dan asco, que son gentuza y que es preferible la amistad de un sicario colombiano a la de uno de estos juntaletras que no conocen ningún sentimiento noble que no esté relacionado con su ombligo o con su polla.

Nada nuevo. Pero Orejudo lo cuenta con una gracia y una elegancia muy raras de ver en la literatura de estos lares.

Dice uno de los secundarios —escritor, of course— al final del libro, a modo de resumen-moraleja:

Los ricos siempre han permitido la existencia de artistas y de intelectuales disidentes porque les divierten, porque están ahítos de poder y de placer y buscan secretos vitales desconocidos para ellos, que les liberen de tanto hastío. Los escritores, los poetas, los pensadores y los artistas somos como los enanos de Velázquez. La única actitud revolucionaria es no publicar, renunciar a divertir a esa gentuza, no seguirles el juego, dejarles que se ahoguen en su desidia y en su mierda. Yo sigo escribiendo porque me divierto mucho haciéndolo. He debido de terminar dos o tres obras y algunos libros de poemas, pero lo he quemado todo. No publicaré jamás y tampoco les divertiré cuando me muera. Sólo quiero que se jodan.

Quizá necesitaba reírme. Quizá eran las ganas tan desesperadas que tenía de reírme en este lodazal de mierda en el que chapoteo lo que me ha hecho apreciar tantísimo este libro. Pero sigo pensando que si el yo de hace unos años no supo verlo es que ese yo era un gilipollas. Un gilipollas feliz, pero gilipollas al fin, y no el lúcido desgraciado que soy ahora.

SI LA DIÑO DE REPENTE

El maestro Mellencamp ha sacado nuevo disco y está de gira. Por su tierra, claro. Por este lado del océano no se le espera. Estos días me pongo mucho su anterior álbum, Life, Death, Love and Freedom, especialmente una canción que se titula Si la palmo de sopetón (If I Die Sudden). Con los años, Mellencamp se ha vuelto más polvoriento y oscuro, ha dejado sus canciones con unos arreglos mínimos, sin la exuberancia de vientos y percusiones de otros tiempos. Parece que la edad le enturbia el ánimo y le aclara la conciencia.

Esta canción es una declaración de intenciones que me gustaría aplicarme al pie de la letra. Dice:

If I die sudden
Please don’t tell anyone.
There ain’t nobody that needs to know
That I’m gone.

Just put me in a pine box
Six feet underground.
Don’t be calling no minister.
I don’t need no one around.
I don’t need no preacher around.

Es decir, traducido libre y torpemente:

Si la diño de pronto,
por favor, no se lo digas a nadie.
No hay nadie a quien le interese saber
que me he ido.

Tan sólo méteme en una caja de pino
seis pies bajo tierra.
No llaméis a ningún cura.
No quiero a nadie cerca.
No quiero a ningún predicador cerca.

Con ustedes, el gran John Mellencamp:

30 AÑOS DE LO DEL LENNON ESE

NUEVAS REVELACIONES DE WIKILEAKS (EN EXCLUSIVA PARA ESTE BLOG)

Al que madruga, dios le ayuda.

Tanto fue el cántaro a la fuente que… (ilegible en el documento original).

Según cable número 984592748 del embajador, se está barajando ponerle un 1 al Barça en la Quiniela, que parece que este año también lo gana todo.

Informes confidenciales destinados a la CIA confirman que al pan, pan, y al vino, vino (textualmente: to the bread, bread, and to the wine, wine).

Citando fuentes del Ministerio de Interior, puede decirse con Torrente que, en España, ser un buen policía está muy mal visto.

Se rumorea que José Bono no baja la tapa del inodoro, lo que se ha convertido en todo un problema de Estado, ya que los últimos cálculos estiman que el presidente del Congreso posee 13.582 sanitarios, y su familia no da abasto para bajar tanta tapa, teniendo que emplear a efectivos de la Unidad Militar de Emergencias en el empeño. Un informe confidencial también vincula los retretes de Bono con la situación crítica del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel.

En 1983, la CIA desbarató un plan de la extrema derecha española para poner sitio a Gibraltar. Los conspiradores pensaban utilizar un ejército de clones de Bertín Osborne que sometieran a los británicos a base de chistes de Lepe y de viriles rancheras entonadas al atardecer. Los clones de Bertín Osborne se guardan, como medida disuasoria, en los trasteros de unos apartamentos de la fase IV de Marina d’Or que no llegaron a venderse, a pesar de los intentos de Estados Unidos de que sean incluidos en un tratado de desarme nuclear que España se resiste a firmar.

El documento 8/2345t3-0000020 prueba más allá de la duda el origen terrestre de Anne Igartiburu, propietaria de los trasteros donde se custodian los clones de Bertín Osborne.

Se desvela la verdadera identidad de Eugenio, humorista dado por muerto el 11 de marzo de 2001, después de que una patrulla de la Guardia Urbana de Cerdanyola del Vallés desbaratase su misión al descubrir que era un agente doble al servicio del Mossad y de la CIA que pasaba sus mensajes encriptados en la clave “¿saben aquel que diu?”. Actualmente, Eugenio lucha en los tribunales por que la cirrosis sea reconocida como enfermedad laboral.

Todos los indicios apuntan que más vale pájaro en mano que ciento volando.

Según el embajador de Estados Unidos no es cierto que Leire Pajín padezca un grave déficit cognitivo. Extracto textual del cable 345634121º25234: “De acuerdo: si habla como una tonta, viste como una tonta, se mueve como una tonta y huele como una tonta, hay grandes posibilidades de que sea una tonta, pero no podemos descartar del todo la actividad cerebral. No, al menos, hasta que nuestros científicos emitan su dictamen clínico”.

Mañana —si no me han asesinado antes— revelaremos sensacionales chismes sobre los genitales de Luis Aragonés y la colonia de larvas inteligentes que habitan en la barba de Mariano Rajoy y controlan sus pensamientos.

Cómo está la actualidad de interesante, maños.

DÉJÀ VU DE VERDAD

Entre las lecturas que tengo pendientes y que voy despachando en el hospital estaba el último de Houellebecq, La carte et le territoire, que compré en Niza poco antes de la debacle (creo que Anagrama está a punto de publicar la traducción al castellano). Pero antes de leerlo vi que tenía por ahí Ampliación del campo de batalla, y me dije: tendré que leer antes Ampliación…, por aquello de respetar las cronologías. Y para poder decir que el último de Houellebecq es mucho peor que el primero, para poder meterme con él y llamarle escritor farsante y agotado, que siempre mola.

Me lo llevo al hospital y empiezo a leer en cuanto Pablo se duerme.

Empiezo a leer y… Coño, a mí esto me suena. No, no es que me suene, es que esto ya lo he leído. Y me acuerdo de todo. Soy capaz de anticipar lo que va a suceder en la página siguiente.

Pero yo estaba convencido de que no había leído Ampliación del campo de batalla. Y resulta que sí, pero soy incapaz de recordar cuándo lo leí, por qué y dónde compré el libro y qué pensé de él. Sólo sé que lo leí. Pudo ser hace tres meses o hace diez años, pero lo leí.

Y esa sensación me desazona mucho: recordar perfectamente los personajes, la trama y el tono de un libro, pero no ser capaz de recordar cuándo ni en qué circunstancias lo leí me desconcierta. Es una forma extraña de amnesia, me da la sensación de que lo he leído por ciencia infusa. ¿Y si no lo he leído, sino que lo llevo incorporado en el cerebro o en el ADN?

Pero sí que lo he leído. No sólo es evidente que he leído ese libro antes, sino que he leído ese libro. Es decir, el ejemplar que tengo en mis manos. Hay rastros de mi paso por él: esquinas de páginas dobladas, pasajes que me gustaron o que me interesaron y que quise tener siempre a mano. Reconozco esos pasajes al releerlos y entiendo que me interesaran porque me interesan también en esta relectura involuntaria, pero no soy capaz de recordar el momento en el que doblé esa esquina ni qué usos pensaba darle a esas citas.

Aún más inquietante: en algunas de esas citas encuentro ideas y sensaciones que he insinuado en la novela que he terminado hace poco. Houellebecq me ha influido sin que yo supiera que me influía. Metí en la novela algunas intuiciones que yo creía que se me habían ocurrido a mí y resulta que eran del cabrón de Houellebecq. ¿No da mal rollo?

Houellebecq me gusta, pero en absoluto es uno de mis autores fetiche, no entraría ni en un top-20 de escritores que me molan, pero el tío se las ha apañado para colarse en mis palabras y quedar por encima de toda la morralla argentina y estadounidense que pensaba que me contaminaba con más fuerza.

A ver si me va a pasar como al personaje de Amanece que no es poco, que se puso a escribir y le salió un Faulkner sin proponérselo.

Dice Houellebecq (y yo lo digo a mi manera en mi novela —de una manera tan distinta que probablemente la comparación escapará a todos los lectores inadvertidos, pero que yo tengo muy presente—):

Algunos seres experimentan enseguida una aterradora imposibilidad de vivir por sus propios medios; en el fondo, no soportan ver su vida cara a cara, y verla entera, sin zonas de sombra, sin segundos planos.

Houellebecq es francés. Houellebecq es imbécil. A veces, Houellebecq es un gilipollas, que es una forma intrínsecamente francesa de ser un imbécil. A veces, Houellebecq es insoportablemente altivo, insoportablemente misógino, insoportablemente misántropo.

Por eso, Houellebecq mola mogollón. Porque, en un mundo de escritores empeñados en que les caigamos bien, en justificar su bonhomía, en cambiar el mundo y en hacernos mejores personas, él sólo hace literatura. Y transmite verdad con ella. Una verdad al alcance sólo de los que se ponen a escribir sin pensar en caernos bien.

En esta novelita primeriza hay un arranque muy flojo, falsamente provocador. Hablando en jerga literario-filológica: una soplapollez que no escandalizaría ni a una monja. Pero luego mejora. Es errático, inconsistente, ensayístico. Habla de la soledad y de las ganas de follar. Quizá no de la mejor de las formas, quizá sin alcanzar una redondez brillante —muy lejos de alcanzar una redondez brillante, de hecho—, pero con el suficiente brío como para llevarme hasta el final del libro.

Entiendo que no guste o que parezca una novelucha fallida, pero creo que en su carácter de novelucha fallida está su grandeza. Habla de la nada, de la nada cotidiana. Del aburrimiento, del bostezo. Y yo entiendo lo que dice. Con eso me basta.