Archivo de la etiqueta: internet

GURÚ, ¿CÓMO QUIERES MENTES PURAS?

La búsqueda de Google normas twitter da 36,2 millones de resultados.

Entre los resultados de la primera página, estos:

10 normas de seguridad para usar Twitter en el aula | tecnoTIC.com

La búsqueda en inglés Twitter rules es mucho mejor: 544 millones de resultados (teniendo en cuenta que Twitter rules significa tanto “normas de Twitter” como “Twitter manda”).

Vamos, que no es difícil concluir que el público está ávido de instrucciones de uso de ese coso llamado Twitter, y que, por suerte, los expertos en la materia son abuntantísimos. Ojalá hubiera habido tantísimos gurús del futbolín en mis años de mocedad, pues nos hubiéramos ahorrado muchas peleas y diatribas: según los barrios o las pandillas, era lícito hacer la ruleta, o no valían los goles marcados con la defensa, o no se podía tirar hacia atrás. Cuántos ojos morados y cuántas amistades truncadas se habrían evitado de haber tenido la misma información sobre lo que se puede y no se puede hacer que tenemos los tuiteros.

Cuesta creer que una cosita tan sencilla necesite de una regulación jurídica mucho mayor que la del Código Penal, el Código Civil, el Código Canónico y la de la Ley de Enjuiciamiento Civil juntos. En serio: escribir frasecitas y darle al enter no puede ser tan complicado. Entender a Wittgenstein es complicado y requiere años de estudio; entender Twitter está al alcance de cualquier púber y requiere media hora de trasteo para dominar todos sus arcanos. O, al menos, para desenvolverse con soltura en un nivel de usuario.

Uno de estos mandamientos:

No hay que molestar a los otros twiteros enviando mensajes constantemente. Resulta cansador y ocupa demasiado espacio y atención. Si se tiene tanto que decir quizá sea mejor un blog.

Cansadora y hasta faeminadora es la obsesión de los gurús por optimizar (sic) nuestro éxito en Twitter. Por lo visto, hay gente que cobra por recomendarnos que no es bonito tuitear mientras cagamos y describir en el tuit el aroma y la textura de nuestro output intestinal, o que es de buena educación responder a quienes nos hablan. Algunos son menos obvios y nos llaman malos tuiteros por seguir a gente inadecuada, que no aporta información o que cuenta su vida en vez de retuitear artículos del Financial Times, y hasta nos riñen por contar chistes en Twitter o por no ponernos todo lo solemnes que cabe esperar de unos profesionales responsables.

Pero los gurús no se conforman con ordenar nuestra conducta: reflexionan sobre ella y su sentido. Un tuitero que además es periodista, ¿es antes periodista o tuitero? ¿Habla en nombre de su empresa o de sí mismo? ¿El tuitero, nace o se hace? ¿Twitter es uno y trino, como su nombre indica? ¿Hay un tuitero en la luna, junto al gallego aquel? ¿Influyen los tuiteros en la excepcional e imparable racha del Barça, o acelerarán su decadencia? ¿Los 140 caracteres de los tuits están pensados para cerebros poco evolucionados como el de Leire Pajín?

La diferencia con los gurús de lo cotidiano es que estos son apestados sociales que reparten papelitos por las calles, mientras que los gurús de Twitter dan charlas en el MIT, tienen blogs en elmundo.es y venden a las empresas carísimas estrategias de marketing en internet.

Cuando José María Íñigo (el gran José María Íñigo, prodigio de voz, poderosa presencia escénica, refinada educación à la ancienne) se hizo de Twitter muchos le seguimos tras darnos cuenta de que su único propósito era contar un montón de chistes por minuto. Un bombardeo masivo de humor blanco y tierno que a unos pocos miles de personas, al parecer, nos hace mucha gracia. Pero no se la hace a los expertos de la cosa de Twitter. Una seguidora pronto tuiteó: “Por favor, que alguien le explique a este abuelito (sic y resic) que Twitter no es para contar chistes viejos”. Son los mismos que se indignan de que Bisbal o Paquirrín tengan cuenta en Twitter, como si la cosa no fuera gratuita y sencilla. Vamos, hombre: si Bisbal y Paquirrín se manejan con los 140 caracteres, el asunto no puede tener mucho misterio, no creo que precise de catedráticos ni doctores en la materia.

¿Para qué es Twitter, queridos expertos? ¿Por qué José María Íñigo es peor tuitero que uno de esos plastas que se pasan la vida poniendo enlaces de charletas de marketing de tres al cuarto? Son preguntas retóricas, aviso, no sea que haya un gurú en la sala dispuesto a hacer una presentación en Power Point (o en su equivalente de Apple) explicándomelo.

La Polla Records, en su glorificado disco Salve, tenía una canción titulada El gurú, cuya letra sigue siendo válida para los gurús de la interné:

¿No te bastó ver haciendo el imbécil a los hippies?
¿No ves que tenemos desequilibrio y neurosis?
¿Cómo quieres mentes puras si cagamos juntos?

SALVATION ARMY

Aún no me he recuperado del susto, la congoja me impide tragar saliva. Lean, si tienen redaños, este párrafo aterrador:

El 64% de los adolescentes cuelga imágenes privadas (tanto propias como ajenas) en Internet, sin ninguna protección. El 14% asegura haber recibido proposiciones sexuales; y el 11%, insultos y amenazas a través de la Red. Además, reconocen que sus padres apenas controlan el uso que hacen de la Red. Seis de cada 10 menores navegan sin que ningún adulto se meta con el tiempo que permanecen conectados ni con lo que hacen en Internet.

¡No, no, no y mil veces no! ¡Rayos, truenos y centellas!

Resulta que seis de cada 10 menores navegan sin que ningún adulto se meta con el tiempo que permanecen conectados ni con lo que hacen en internet.

¿Sabían ustedes esto? Qué cosa tan terrible. Espero que aún estemos a tiempo, con un plan de evangelización intensiva, de salvar a un número suficiente de ovejas descarriadas, marcharnos con ellas al oeste y fundar una Nueva Jerusalén basada en el trabajo duro, los pantalones con tirantes y los matrimonios entre primos hermanos que se dediquen a procrear muchos hijos para repoblar la tierra de jóvenes sanos y santos que no naveguen sin que ningún adulto se meta con el tiempo que permanecen conectados ni con lo que hacen en internet.

Para la Defensora del Pueblo, la situación es de emergencia, debido a la preocupante “exposición de los menores a contenidos nocivos” (literal), y por ello pide que se cree una “autoridad audiovisual independiente para proteger los derechos de los menores” (de nuevo, literal).

¿Los derechos a qué? ¿El derecho a navegar por internet sin que la jeta de su progenitor asome por encima de su hombro, por ejemplo?

El informe del Defensor del Pueblo y Unicef hace otra revelación apocalíptica: dice que los menores “han interiorizado tanto el uso de las nuevas tecnologías que ya no podrían prescindir de ellas”.

Cáspita, eso sí que es grave. Si hay un apagón masivo y fallan todas las centrales eléctricas del mundo, estos pobres chicos no sabrán defenderse en la vida. ¿Cómo van a ir por allí sin saber utilizar un ábaco, un compás con cartabón, una brújula o un sextante? Se perderán sin dominar el sagrado arte de la caligrafía inglesa, la correcta redacción de una misiva comercial o el uso de una cámara de fotos analógica con carrete. Qué desastre. ¿Cómo hemos llegado a una situación en la que ya no podemos prescindir de las nuevas tecnologías?

Porque, por supuesto, es necesario saber prescindir de ellas. Como a buen seguro la Defensora del Pueblo sabría prescindir de la calefacción, el agua caliente, la cocina de vitrocerámica, la olla exprés, el ascensor y el automóvil. ¿O es que la Defensora del Pueblo ha interiorizado tanto el uso de esas tecnologías que ya no puede prescindir de ellas? Por dios, señora, hágaselo mirar, váyase a una clínica o pase un tiempo viviendo con los indios hopi en una casa de excrementos de ñu para curarse de su dependencia enferma.

¿Por qué habrían de prescindir los jóvenes y los no jóvenes del uso de las nuevas tecnologías? No nos lo dicen. Sólo aseguran que nuestra dependencia de ellas es nociva. Sin embargo, la luz eléctrica, la ropa fabricada en grandes cadenas textiles, las freidoras y las autopistas de peaje no suponen ningún problema. Sólo internet y la tele son el mal. Por lo visto, hay tecnologías buenas y tecnologías malas. Y son los nuevos sacerdotes quienes discriminan unas de las otras. The road to hell and the road to heaven.

Nunca entenderé esta obsesión por salvar y evangelizar a los jóvenes, inventando para ellos todo tipo de peligros imaginarios y obviando que la mayoría tiene el enemigo en casa en forma de progenitores culones, defraudadores de impuestos, autoritarios, malcarados, beatones, hipócritas, infantiles, analfabetos sentimentales y egoístas.

Cuando empezó a funcionar el ferrocarril, se publicaron informes muy científicos que decían que a la grandísima velocidad a la que circulaba el nuevo transporte (unos 25 kilómetros por hora), los átomos del cuerpo se disgregaban. Era un invento del demonio.

Cuando se popularizó el cine, muchas voces clamaron contra su inmoralidad y lamentaron que los jóvenes, que antes pasaban el tiempo en la calle torturando a reptiles y masturbándose en sana comunidad, prefiriesen encerrarse en un lugar enmoquetado e insalubre a llenarse la cabeza de distracciones funestas e imbéciles.

Y cuando llegó la tele… And so on and on and on.

¿Nos tenemos que resignar a escuchar las quejas engoladas de este Salvation Army cada vez que aparece un nuevo invento en el mercado?

Jóvenes del mundo, desde el púlpito de mi vejez prematura os digo: no hagáis caso a los neopredicadores. Procurad estar bien hidratados, encended una luz indirecta para proteger los ojos, tened a mano un paquete de kleenex para después y, tras estas precauciones mínimas, dadle sin tasa al placer manual y disfrutar de la inagotable y gratuita oferta pornográfica que tenéis a vuestra disposición. Y si sentís que esta adicción os hace enfermar socialmente, acudid a la consulta de esta enfermera, que os curará:

EL CLUB DE LA LUCHA

Empiezo a pensar que esto de internet me pilló muy viejo, porque hay muchas cosas que no termino de entender. Supongo que me pesa haber sido criado en la era analógica, cuando los ordenadores tenían pantalla verde y eran siempre propiedad del vecino.

Hace un tiempo, uno de los comentaristas habituales de este rinconcito me contó que cada vez se le hacía más cuesta arriba leer periódicos digitales. Por los comentarios de los lectores. Para él, leer era una experiencia grata, solitaria y reflexiva, pero, ahora, con tantos canales de participación, le daba la impresión de tener a un montón de gente asomada a la página por encima de su hombro berreando y lanzando improperios en cada titular. Le resultaba ya insoportable.

Yo no comento más que esporádicamente y en blogs de amigos. Leo mucho en internet, pero cuando quiero decir algo, lo expongo aquí. Entiendo que, cuando alguien comenta en un blog o en cualquier otro sitio, está entrando en un espacio ajeno y sin invitación, por lo que ha de procurar ser educado y asumir que el dueño del lugar no tiene por qué aguantar la impertinencia de nadie. Por eso no entiendo que se dé con tanta recurrencia esa especie de comentarista cabrón, que insulta desde el anonimato más cobarde.

No puedo meterme en la piel de esa gente. Supongo, simplemente, que internet es un medio perfecto para hacer correr la bilis que corroe a muchos amargados y que no pueden dejar escapar en otros entornos sociales. Eso puedo medio entenderlo. Lo que ya se me escapa por completo es que, cuando el dueño de un sitio decide plantar cara con acritud a quienes le insultan, los ofensores se hagan los ofendidos (como ha ocurrido aquí más de una vez). Y si el dueño de un sitio decide borrar y censurar los comentarios que no le da la gana tener en su casa, se enfadan triplemente con él. A veces, con aire triunfal, satisfechos, como los matones que ven alejarse a su víctima sin presentar batalla: “¿Veis lo que os decía? -proclaman a quienes les jalean en el patio de recreo-: es un cobarde, no tiene huevos para responderme”.

Creo en la crítica libre, no hace falta que lo aclare. Estoy convencido de que, cuando alguien -como es mi caso- se expone con el pecho tan descubierto en la arena pública tiene que estar preparado para recibir críticas y hasta insultos. Tiene que asumir que habrá gente que le odiará, que resultará irritante a unos cuantos o a muchos, y que no todos compartirán la opinión de su madre de que es el más listo y el más guapo del barrio.

También entiendo que puede haber cierta atracción en lo irritante. ¿Quién no lee o sigue a alguien sólo por la tirria que le produce? Joder, es tan odioso, pero no puedo dejar de mirarlo. A mí me pasa con los artículos de Pérez-Reverte y con algún personaje más. Pocos, la verdad.

Me pasa sólo con los artículos de Pérez-Reverte, sus novelas me resultan completamente indiferentes, y él, como persona, me da exactamente igual, ya que no tengo el gusto de conocerlo. Cuando infiero cosas de su personalidad, me refiero al personaje que él ha construido de sí mismo, que no tiene por qué parecerse a su persona. Valle-Inclán tenía un lema: “Constrúyete tu propia cabeza”. Tu propia máscara, tu personaje público. Ese que quieres que vean los demás, y deja para tu casa tu verdadera personalidad. Para Valle, construirse su propia cabeza era parte de su obra literaria.

A mí me irritan los artículos de Pérez-Reverte y la cabeza que se ha construido. Y lo comento aquí cuando me place. Me parece un topic apropiado para el blog y que forma parte de su identidad casi desde que lo arranqué. Permite jugar con los habituales. De vez en cuando, me divierte desbrozar un artículo de este señor.

Y si a alguien le irrito yo -qué honor: supongo que si ladran, cabalgamos-, me parece más que estupendo que me dedique un textito todo lo hiriente que quiera. Pero que lo haga en su casa, en su blog, en su medio o en su plataforma, donde yo sea libre de leerlo o de ignorarlo. Lo que no puedo tolerar es que lo haga en la mía.

Yo puedo escribir muchas tontadas sobre Pérez-Reverte y sobre muchos personajes públicos, pero jamás se me ocurriría llamar a la puerta de su casa a molestarles. Esa sutil diferencia parecen no entenderla muchos, y a mí me parece fundamental: quien se expone en la arena pública, tiene que asumir que otros comenten sus opiniones y sus actos, pero no tiene por qué aguantar que nadie se le presente en su casa a reprocharle nada. Puede responder o no a los trapos que se les lanzan desde otros foros, puede decidir si quiere participar o ignorar el debate, pero no tiene por qué escuchar ninguna opinión que él no haya buscado o requerido. Es una cuestión de educación y de distinción entre las esferas pública y privada.

Quien critica una opinión pública desde un púlpito público está jugando según las normas sociales aceptadas. Quien, amparado en el anonimato, insulta y provoca en casas ajenas, es sencillamente un vándalo y un matón. Y a esos no hay por qué aguantarlos.

Pero vamos, que esto no es doctrina sociológica ni filosofía: es algo que ya se explicó en Barrio Sésamo en su día.

NO FUTURE (ADDENDA)

A propósito de lo que se decía en el anterior post.

Mi amiga Ana Usieto escribe hoy un paginón sobre ‘Perdidos’ en el periódico donde ella y yo trabajamos, y en el que expresa bastante mejor que yo algunas de las cositas que pretendía apuntar en la última entrada. Atentos a esta idea:

Además, el perfil medio del espectador de ‘Lost’ coincide con personas jóvenes, habituadas a manejarse con las nuevas tecnologías e, incluso, con el inglés. La manía dobladora del audiovisual español es otro de los factores que empujan a las audiencias hacia la red. Así las cosas, la tele queda para espectadores que no pueden con los subtítulos o que se manejan poco en internet. Y, en el caso del capítulo emitido ayer, para los que querían a toda costa evitar que alguien les chafara el final a lo largo del día. Por si fuera poco, el plausible y pionero esfuerzo de Cuatro por ofrecer el capítulo en abierto, y en versión original subtitulada, solo media hora después que en Estados Unidos, no ha respondido a las expectativas.

Efectivamente, la televisión se está convirtiendo -al menos, en este lado del charco; al menos, en este lado de los Pirineos- en una cosa para viejos, carcas e iletrados. Quizá se explicaría así la deriva de la programación de la última década y cómo Belén Esteban se ha convertido en la diva más inverosímil de la historia del show business. El público joven, urbano y culto ha huido (ha sido expulsado, más bien) del territorio catódico y busca refugio en internet.

Esto supone la sentencia de muerte de la tele. Belén Esteban es pan para hoy y hambre para mañana (mucho pan, un atracón de pan, una jartá de migaza reseca, toda una panificadora que ingresa mucha pasta, pero es un pelotazo fugaz que no dejará tras de sí más que vacío). Porque el ‘target’ de Esteban, formado por gente mayor, sin recursos, sin formación y sin inquietudes, no interesa a casi ningún anunciante. No son consumidores: no se gastan el dinero en restaurantes, no compran en Zara, no se van un verano a aprender inglés a Dublín, no se interesan por casi ningún producto que no esté expuesto en los estantes del Dia de su barrio.

Con ese público puede tirar Intereconomía (de hecho, con ese público tira Intereconomía), pero una ‘major’ necesita más para sobrevivir a largo plazo. Por muy tonta que se haya vuelto la caja tonta, necesita de los listos con poder adquisitivo para mantenerse. Perdón, quiero decir: los anunciantes necesitan de los listos para poder mantenerse. Tengan en cuenta que las campañas que dejan panoja son las bonicas de BMW y de Calvin Klein. Cualquier gualtrapilla que trabaje en el departamento de publicidad de una tele puede conseguir un anuncio de estropajos de Hipercor, pero lo que un buen comercial de un medio ansía por encima de todas las cosas es firmar contratos de cochazos, rebajas de El Corte Inglés y colonias de las caras.

Sin anunciantes, no hay tele. Es así de simple. La desbandada de la inversión publicitaria -que ha obligado a fusionar cadenas y tal- se atribuye a la crisis. A lo mejor la crisis es otra, menos coyuntural de lo que muchos se piensan.

NO FUTURE

El título de la canción de los Sex Pistols me parece el más apropiado y directo. Esto se acaba, señores. Los apocalípticos han ganado a los integrados. Yo empecé siendo un integrado, me pasé a la masa gris de los ni fu ni fa y he acabado por convertirme en apocalíptico.

Qué remedio.

Los que trabajamos en la prensa tenemos el oído interno irritado de tanto oír hablar de crisis y de callejón sin salida. El oído y otras partes del cuerpo, también con forma de orificio. Se habla mucho, dentro y fuera de la profesión, del jodidísimo momento que atraviesan los periódicos en papel (todavía no salvados por la panacea digital). De la radio también se habla mucho. Pero qué poco de la televisión. Y qué jodida está.

Está tan jodida, que ninguno de los debates tradicionalmente asociados a ella tiene relevancia ya (véase: televisión pública vs. privada, documentales de La 2 vs. Jorge Javier Vázquez, servicio público vs. entretenimiento, cultura vs. pan y circo, interés de Estado vs. interés comercial, etcétera: ya nada de eso importa).

Lo que está en juego es la supervivencia misma del medio.

Se acaba de confirmar con lo que ha pasado con el final de Perdidos.

Fuera de Estados Unidos, el mundo entero ha visto Perdidos por internet. En España empezó emitiéndose en TVE, dio muchos tumbos en la programación hasta acabar desapareciendo de la parrilla. Luego fue rescatada por Cuatro. A pesar de todos los esfuerzos de marketing catódico de este canal, las emisiones registraban una audiencia discreta tirando a muy pobre, y eso que en las dos últimas temporadas se han emitido los capítulos con menos de una semana de diferencia con respecto a Estados Unidos. Eso, para las mastodónticas y vetustas televisiones españolas, ha supuesto un esfuerzo brutal. Se les notaba intención de ponerse las pilas.

Pero no era suficiente: siete días era demasiado tiempo. Para cuando Cuatro (o Fox, en las plataformas de pago) emitían el capítulo, todos los interesados lo habían visto, revisto, comentado, deglutido, vomitado y vuelto a ingerir para defecarlo y reciclar las heces en compost ecológico. Cuatro les ofrecía material muy viejo, prácticamente de desecho.

Por eso, lo que hicieron con el final era tremendamente acertado. Por fin parecían haber comprendido qué necesitaban para contrarrestar el imperio de internet.

Digo parecía, porque es difícil hacerlo peor de lo que lo han hecho.

La emisión de Cuatro fue vergonzosa, un insulto con regueldo al espectador. No cabe en ninguna cabeza que unas teles que pueden retransmitir en directo con éxito y fluidez algo tan complejo como unos juegos olímpicos o una carrera de fórmula 1 no sean capaces de ofrecer con un mínimo de calidad lo que un tipo de un pueblo de la sierra de Atapuerca con un ordenador de segunda mano y un ADSL de medio mega es capaz de hacer en media tarde.

No fueron capaces de subtitular un capítulo, cuando los “voluntarios” de la red lo tienen traducido, subtitulado, corregido y colgado en la web una hora después de su emisión en USA.

Tampoco supieron dar una respuesta a la menor complicación técnica que se les presentó.

Se comieron seis minutos y ni siquiera se disculparon.

¿Tan difícil era parar la emisión un par de minutos, colocar un cartelito de “enseguida volvemos, disculpen las molestias”, arreglarlo todo con un poco de cabeza y retomar el capítulo? ¿No había nadie con medio dedo de frente trabajando en Cuatro esa mañana? ¿Me están diciendo que un señor de pueblo con una conexión churrutera a internet puede más que una cadena de televisión nacional española?

Pues apaga y vámonos.

Pero aún hay más: no emitieron un fucking anuncio.

¿Qué hacían los comerciales? ¿Cómo no estaba la emisión saturada de marcas de colonia y de yogures para el estreñimiento? ¿Es que, de repente, a los malos malísimos ejecutivos les ha dado por el rollo zen y desprecian el vil metal? ¿Ya no quieren ganar dinero con su trabajo?

La pregunta es: ¿para qué coño han hecho esto si ni sabían hacerlo ni querían hacerlo, puesto que no han buscado anunciantes?

Se les presentó la ocasión en bandeja, tenían en sus manos arrancar una nueva estrategia que garantizara su supervivencia y pusiera un poco de coto a las descargas por las que tanto lloran. Y la han cagado, pero a base de bien.

Y esto, queridos amigos, es sintomático de enfermedad terminal: cuando fallan las facultades básicas, cuando el cuerpo ya no controla los esfínteres, cuando es incapaz de llevarse la comida a la boca sin ayuda, la cosa está muy chunga.

Si los médicos no auguran una mejora pronta, yo me inclinaría por la eutanasia.

ESTE BLOG DE USTEDES, EN LA TELE

Los chicos de Clic!, el magacín de chóbenes para chóbenes de Aragón Televisión, la autonómica suya y mía, han sacado una pequeña pieza con este blog. Gracias a Manu, el redactor del programa, y a su cámara, que se vinieron a grabar a mi leonera hogareña para descubrir el rinconcito desde el que hago esto.

Empieza en el minuto 12 del vídeo, por si quieren saltarse los preliminares.

MUÑOZ MOLINA TORRENT

Según las detalladísimas estadísticas que tengo de la audiencia de este engendro digital (solo falta que me den la talla de calzoncillos y bragas de los que os pasáis por aquí), un tipo o tipa ha llegado a este garito virtual buscando en Google esto: muñoz molina noche de los tiempos torrent.

Hombre, no. Don’t fuck me.

Como soy medio lelo, al principio pensé que ese torrent era Torrente-Ballester. ¿Qué tendrá que ver el ilustre falangista con nuestro amigo de Jaén-Manjatan?, me pregunté. Pero enseguida caí en la cuenta de que se refería al sistema de descargas torrent. Soy tonto un rato, no siempre.

Supongo que se lo querrá descargar en algún kindle o un ordenador pequeñico de esos. Es libre de hacerlo, claro, pero personalmente pienso que la prosa morosa y meandril de Muñoz Molina, en la que los puntos y aparte aparecen cada diez páginas, y los puntos y seguido son bichos raros que asoman al final de larguísimas subordinaciones, no es la más indicada para leer en una pantalla. La retina puede presentar síntomas de desprendimiento hacia la mitad del primer párrafo-capítulo.

Está la opción de imprimírselo.

Bien, vale: son mil páginas. Dos paquetes de quinientos folios que no se venden baratos precisamente (no sé si han notado que el papel está por las nubes, responsable directo de la escalada del PVP de la prensa diaria de los dos últimos años). Añada un cartucho de tinta de entre 20 y 30 euros que probablemente se fundirá en el empeño, y la electricidad consumida en el ínterin.

Le sale más a cuenta comprarse diez ejemplares en la librería, de verdad. Empiecen a sumar.

Me dirán: es funcionario y se lo imprime en el curro, al tiempo que roba un paquete de grapas y una remesa de bolis Bic.

Bueno, de acuerdo: pero me gustaría verle manejando mil páginas impresas de folios DIN A-4. Como para leerlo en el metro.

De verdad, si los 24,90 euros que cuesta el volumen le parecen caros, estoy convencido de que a una distancia asumible a pie desde su domicilio hay una biblioteca donde lo puede sacar prestado.

Que tampoco hay que pasarse descargando cosas, no sean absurdos, oigan.