ESTANCAMIENTO

Me contó mi hermano el otro día que hay algunas hipótesis que vaticinan un cierto estancamiento científico para los tiempos por venir. No un estancamiento en el sentido medieval, por supuesto. Según me explica mi hermano, que es quien sabe de estas cosas y mi única fuente de información al respecto —vayan a pedirle cuentas a él—, muchos de los hallazgos que han supuesto un cambio de paradigma científico han sido posibles gracias al trabajo de tipos excéntricos que se han emperrado en desarrollar hipótesis que la ortodoxia de su tiempo consideraba absurdas, extravagantes o ridículas. Sin embargo, gracias a un relativo aislamiento, pudieron trabajarlas a su antojo hasta su demostración.

Eso, dicen algunos, es prácticamente imposible en la comunidad científica actual. Su elevadísimo grado de burocratización y jerarquización, la imposibilidad de trabajar al margen de los cauces académicos regulados por una férrea ortodoxia y la condena inmediata de cualquier planteamiento que no encaje con ella excluyen irremediablemente a los extravagantes y a los testarudos que se empeñan en nadar contracorriente. Ninguna institución pública va a subvencionar sus investigaciones, ninguna universidad las va a respaldar y, por supuesto, ninguna publicación científica las va a avalar. En otras palabras: nadie ampararía hoy a Albert Einstein, y las teorías genéticas de Mendel no se publicarían en ningún sitio al no ceñirse a los muy rígidos protocolos académicos. Se produce así una inquietante paradoja: todo lo que ha hecho fuerte a la ciencia puede acabar convirtiéndose en su mayor debilidad.

Como muchos de los más importantes descubrimientos científicos han sido posibles a pesar de la ciencia o de la cultura dominante de su época, dicen quienes sostienen esta teoría que los cambios de paradigma necesitan de personajes que puedan trabajar con libertad y cierto aislamiento. Las redes y el intercambio de conocimiento pueden estar muy bien para ciertas cosas, pero para otras, hay que dejar que los genios desmonten los tinglados desde su pueblecito, sin que nadie les moleste.

El mismo descubrimiento de la quimioterapia, el avance más espectacular que ha visto la investigación médica sobre el cáncer, fue posible gracias a la intuición enloquecida de un patólogo del hospital infantil de Boston, un tipo que experimentó en un cuartucho del sótano del centro médico, al margen de cualquier método o protocolo aceptable. Las investigaciones científicas académicas al uso jamás habrían aceptado un planteamiento tan extraño como el que sugería este hombre.

Supongo que esto no es más que un argumento sugerente y difícil de demostrar, pero puede aplicarse también a otros ámbitos. La literatura, sin ir más lejos. O la música. O el arte en general.

¿Por qué ya no esperamos un nuevo Proust o un nuevo Mozart o un nuevo Picasso? ¿Es imposible la emergencia de genios que lo cambien todo de una vez y para siempre?

Recuerdo que hace tiempo discutí con unos amigos sobre el rock actual. Coincidimos en que los músicos contemporáneos eran muchísimo mejores intérpretes y, en un sentido puramente técnico, mejores compositores que los tipos de la era dorada. Hoy es fácil encontrar guitarristas muy superiores a Jimi Hendrix y grupos mucho más solventes que los Led Zeppelin más inspirados. Cualquier gualtrapa de barrio sabe tocar mejor que los Beatles. Y, sin embargo, no hacen una música tan inspiradora, tan pasional y tan genial como la que hicieron los clásicos. Técnicamente son muy superiores, son músicos mejor formados, saben hacerlo mucho mejor, pero les falta el alma, el corazón y, posiblemente, la actitud que hicieron grandes a los grandes.

En literatura sucede algo parecido. Creo, contra lo que opinan muchos malfollaos con silla mayúscula en la Real Academia, que hay más y mejores escritores hoy que hace cincuenta o cien años, tanto en España como en América Latina. Los jóvenes están mejor preparados y son mucho más cultos porque han disfrutado de una formación y de unos recursos impensables para la generación de sus padres. Hay una pléyade inabarcable de narradores con una técnica depuradísima —aprendida en talleres y cursos inconcebibles hace treinta años—, capaces de construir artefactos narrativos brillantísimos. Y, sin embargo, no hay nadie capaz de escribir Cien años de soledad. De hecho, Cien años de soledad es una novela técnicamente más pobre que muchas de las que se pueden ver en los estantes de novedades de este otoño. Y, aun así, Cien años de soledad, con todos sus defectos y sus presuntos errores, es una obra maestra y las novedades de otoño se olvidan en cuanto llega el invierno.

Escribir mejor y tocar mejor música no equivale a ser mejor escritor o mejor músico. De la misma manera, supongo, que los físicos actuales, a pesar de estar mucho mejor formados que Einstein y de ser mucho mejores científicos en muchos aspectos, no consiguen desbancarle ni formular una teoría que refute de una vez y para siempre a la de la relatividad.

Hoy somos más listos y disponemos de muchos más medios, pero seguimos sin saber escribir À la recherche du temps perdu. En el ámbito literario hay también una ortodoxia implacable que impone su ley. En torno al mercado se ha creado una infraestructura complejísima que hace muy difícil la emergencia de autores geniales. Porque, como en la ciencia, los genios literarios también han nadado contracorriente y han construido sus grandes obras haciendo justamente lo que la moral y las buenas costumbres de su tiempo prohibían. Es decir: cambiaron el paradigma cagándose en él, jodiendo el puto canon.

Pero, para poder joder el canon, tienen que darse dos circunstancias: el canon tiene que exhibir un punto débil por el cual pueda ser roto, y el transgresor tiene que encontrar un espacio para cultivar su transgresión. Porque el canon se rompe desde dentro: tiene que haber un resquicio por el que entrar para reventarlo. Un escritor necesita ser publicado y leído, y si el canon está tan cerrado que imposibilita el paso y la difusión de cualquier propuesta que no encaje en él, nunca habrá cambio. Habrá buenos libros y excelentes escritores, pero no llegaremos a ver nunca ese libro que haga saltar todo por los aires y obligue a reinventar la escritura. No habrá más Quijotes ni más putos Proust ni más Joyces monologantes ni, por supuesto, más García Márquez. Y eso sólo nos puede llevar al estancamiento.

Necesitamos aire, gente que trabaje al margen de modas y del qué dirán, pero que pueda encontrar una forma de llegar al público y de romper las barreras que editores, agentes y altos directivos de la Fnac han creado. La literatura vive una paradoja: nunca se ha escrito tanto y tan bien, pero nunca ha interesado tan poco lo que se escribe.

Aunque quizá el cambio de paradigma ya se ha producido y no nos hemos enterado. Puede que alguien, en este preciso instante, esté dándole una paliza de muerte al canon.

Quién sabe.

4 Respuestas a ESTANCAMIENTO

  1. Parece mentira, un hombre listo, jóven y tan trabajador como tú, y se asombra de que estamos en manos de la publicidad y el marketing. Para recibir el respeto profesional, tan sólo es necesario hacerse novio, hoy esposo y duque consorte, de la Duquesa de Alba, matar a algún político corrupto, y mira que hay donde elegir o tan sólo salir en Sálvame o Gran Hermano. Tan sólo así seremos dignos de atención y de inversiones publicitarias. Ya podemos escribir y editar, yo me he sentido querido, respetado y agradecido al haberme editado mis dos últimos libros y ¡¡Regalarlos a todos mis amigos!! ¡Que sentimiento de satisfacción! ¡Que palabras mas bonitas de elógio desinteresado! Mercadona ha rebajado un 30% los precios y siempre podemos llevarnos al cuerpo el necesario alimento para seguir escribiendo…según la teoría arriba expuesta…el próximo me va a salir un texto cojonudo y lo de hacerme famoso, no me priva mucho, por ello y para conseguir la creación sublime del necesitado voy a pedirme por internet un tratado de venenos para aquellos que no me apoyen.
    La verdad es que el rock bueno era el de ántes, el de los Zapatos Azules de Gamuza y el de la cárcel, pero en Inglés.
    Ah, los de la RAE, si están “mal follaos” será por falta de fuerzas que no por posibilidades, pues sé de buenas, que la fama y el poder habren muchas rendijas y hasta portones…
    Sobre Oscar, se que es un tío inteligente, trabajador y que te introduce fácilmente en su historia, además…cuando nos solícitaba algun ejercicio en clase, mirando fijamente de abajo hacia arriba, siempre te daba las gracias, muy amable y educadamente.

  2. pues si yo estoy con pepe parece mentira, un hombre jóven y trabajador como tú, se asombra de que estamos en manos de publicidad y el marketing.

  3. El ingeniero

    No confundamos, no habla de marketing. Puede que quien se de a conocer por algo no sea por ser cuñao de nadie, sino por verdadera valía. Puede que sea tremendamente brillante, pero, según esta teoría, sólo lo será infinitesimalmente (perdonadme el palabro) más brillante que algún antecesor o coetáneo, pero su formación y desarrollo (y el de todos) está tan encorsetado que hemos matado a los futuros Newton o Cervantes.

  4. No sé, es una reflexión interesante, pero no estoy seguro de ese punto de vista. Pones como ejemplo a Mendel, y creo recordar que publicó sus trabajos en una revistilla local de poca monta y fueron desconocidos durante mucho tiempo, así que casi es un contraejemplo de lo que dices. Lo que hizo Einstein lo podría hacer cualquiera hoy en día (¡cualquiera que fuese Einstein!): investigar en física teórica en sus ratos libres y encontrar sentido, con razonamientos irrefutables, a fenómenos que no habían sido explicados. Es verdad que para investigar casi siempre hace falta mucha pasta, pero para lo que hizo Einstein no…

    Respecto a la cultura, me pregunto si tenerla toda a disposición no hará que no nos asombre nada. Si hay tantos músicos preparadísimos (¡que los hay, lo que dices es cierto!), a lo mejor ninguno llama la atención, y exploramos en cuatro días lo que en otra época llevaría un siglo. No sé si es cuestión de “alma”; no estoy seguro de que mi muy admirado Jimi Hendrix tuviera más alma que los mil guitarristas mejores que él de hoy en día. Supongo que más bien tenía la situación, o ¿por qué no decirlo?, cierta forma de marketing a su favor. En el país de los ciegos el tuerto es el rey, y hoy abunda gente con una vista tremenda, por así decir.

    Bueno, lo dicho, interesante reflexión, pero no lo veo claro :-)

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