Archivo mensual: septiembre 2007

LA FÓRMULA OMEGA

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A Rafael Reig le gusta desconcertar, rizándole el rizo a los jugueteos cortazarianos, que eran mucho más serios de lo que decían ser. ¿Qué es La fórmula Omega? ¿El delirio de un ingenioso farsante con la suficiente técnica de trilero literario como para vendernos gato por liebre? ¿O quizá lo que propone su subtítulo, “una de pensar”? Creo que, sencillamente, es una muy divertida novela. Y ojo, que lo digo desde mi más profunda admiración y en agradecimiento a las carcajadas que me ha provocado. Porque en este país de cachondos imitadores de Chiquito, si un libro no te pone cara de estreñido rodiniano, procede mirarlo con condescendencia. Parece mentira que un pueblo que dice llevar tan a gala su vocación lúdica como hecho diferencial frente a los estirados del norte de los Pirineos relegue el humor al inframundo de la subcultura. Incluso yo, que hago muchos esfuerzos por no caer en esa concepción grave y ridícula, no puedo evitar clasificar inconscientemente obras como la de Rafael Reig en la estantería de “literatura menor”. Qué estupidos somos a veces.

La fórmula Omega es muy graciosa. Carcajeante a ratos, aunque seguro que habrá por ahí gente que no le verá la gracia por ningún lado, pero es el riesgo que tiene el humor: sabemos con qué tenemos que llorar o quedarnos con cara de circunstancias, pero con las travesuras no sabemos a qué carta quedarnos, y las comunidades de vecinos están llenas de amargados.

Sin desvelar nada sustancial de la trama, diré que La fórmula Omega cuenta el exilio de los actores principales de un culebrón de Venezolandia (sic) que deben huir ante una rebelión leninista de personajes secundarios. La nobleza del culebrón acaba exiliada en Madrid, donde tropieza con un taxista obeso obsesionado por el ajedrez y por San Bobby Fischer. Y hasta ahí puedo leer. Es fácil adivinar que Reig busca un poco el “efecto Quijote”: superar cierta seudoliteratura adocenada a través de la parodia y el absurdo. En fin, el tan traido y llevado lema cortazariano que dice: “Sólo viviendo absurdamente se podrá deshacer algún día este absurdo infinito”. Pero sin trascendencias, sin aforismos de baratillo encajonados en las páginas. Simplemente, predicando con el ejemplo y liberando toxinas a través de la risa.

Y china-chano, sin darnos cuenta, Reig nos la mete doblada al volver la página y nos sacude mazazos como este:

“Claro, Mari, por supuesto. Malasaña ya no era Malasaña, la movida no era la movida, la izquierda no era la izquierda, los viajes no eran como aquellos viajes, porque Marruecos tampoco era Marruecos y ni siquiera las constelaciones seguían en la misma posición, lo que sin duda iba a complicar la astronomía. Oquéis, Maribel, recibido. Cambio y corto.

Sus amigos, unos años mayores, habían llegado a todo justo a tiempo (cuando las cosas eran todavía las cosas) y ahora disfrutaban la merecida recompensa a la puntualidad. Se habían hecho parlamentarios, subsecretarios, publicitarios, empresarios y hasta comisarios de la policía, como Torrecilla, quién lo iba a decir. Los amigos de Antonio, en cambio, estaban dando clases de recuperación en academias, empleados en ferreterías, viviendo en casa de sus padres y subrayando oportunidades de ganar un mínimo de 250.000 pesetas (superables) tricotando en su propio domicilio (paterno)”.

En honor a la verdad, la resolución de la historia no está a la altura del planteamiento, e incluso huele a chapucilla improvisada de autor que se desespera pensando “dios mío, a ver cómo vuelvo a liar la madeja que he desliado”, y acaba haciendo un nudo cualquiera antes de enviarlo al editor. Una pena. En el haber, sin embargo, tiene la valentía de ir a por todas con un humorismo sin complejos y, en mi balance personal, apuntaré el placer de recorrer con la mirada de Reig las calles de Chamberí, donde se desarrolla buena parte de la trama, y de encontrar cada capítulo sembrado de pequeños guiños que sólo entenderán quienes alguna vez hayan vivido y amado este Madrid. Los demás, tendrán que conformarse con las risas.

PS en forma de batallita del abuelo: recuerdo a Bernardo, que tiene un bar en Bravo Murillo donde nos poníamos tibios de buena cerveza. Él no se proclamaba madrileño, sino habitante de la República Independiente de Chamberí, y era amigo de un francés que apenas hablaba castellano y a quien amenzaba con enviarle al alcalde de Móstoles si se ponía tonto. “En Francia no os enseñan quién fue el alcalde de Móstoles, ¿verdad? Pues un tío que le dio dos buenas hostias a Napoleón”. En fin, porque Santiago Segura no frecuentaba ese bar, que si no, acababa la mitad de su parroquia en Torrente IV.

THE SONG REMAINS THE SAME?

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¡Vuelven Led Zeppelin (sin Bonzo, claro)! Ayer se hicieron públicos al fin todos los detalles: un único concierto en Londres con aforo para 20.000 personas, el próximo 26 de noviembre. Lógicamente, iba a haber algo más que sopapos para hacerse con una entrada, pero yo soy un muchachote grandote y no me importaba repartir algo de leña a unos cuantos ingleses blandurrios para conseguir una. Pero no va a ser tan fácil. A los Led Zeppelin les ha dado por ser justos con sus fans, y quieren dar a todo el mundo las mismas oportunidades de conseguir una entrada, así que han ideado un sistema de reservas por sorteo: te tienes que inscribir en una página web y el 1 de octubre te dirán si tu solicitud ha sido agraciada con una de las 20.000 entradas o no. Ayer me pasé toda la tarde intentando entrar en la dichosa página, que estaba colapsada por millones de visitantes. Mi única esperanza es que, al igual que yo, ninguno más pudiera entrar a inscribirse. Al final, de madrugada, conseguí entrar y dejar mis datos. Ya estoy en el sorteo, y si tengo la inmensa suerte (seguro que a estas alturas ya hay más de un millón de solicitantes, no me cabe duda) de que me caiga en gracia una entrada, previo apoquinamiento de las 125 libracas que cuesta, que no son dos duros precisamente, volaré a Londres (bendito Ryanair) a disfrutar cual enano adicto a las setas de colores. ¿Lo conseguiré? La respuesta, el próximo 1 de octubre. De hecho, hasta ese día no pienso postear nada sobre mi pasión ledzeppelinera, para no hacerme muchas ilusiones y luego llevarme un chasco.

TANIA RAYMONDE

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Nueva incorporación a la galería erótico-fílmica de este blog. Es una actriz muy joven (19 imponentes añitos), pero destila un morbazo poderosísimo. Su carrera está empezando ahora en el cine: dentro de poco se estrenarán dos pelis indies que coprotagoniza y le auguro un porvenir brillante si la dejan crecer profesionalmente.

En realidad la descubrí hace unos años, cuando fue Cynthia, la seudonovieta de Malcolm en unos pocos capítulos de Malcolm in the middle. Tendría entonces 14 o 15 años. Sí, sí, ya sé lo que pensáis: pederasta, pervertido y esas cosas, pero os puedo asegurar que no. El personaje de Cynthia era el de una niña cómica, y como tal lo leí, por más que Cris repitiera a mi lado que esa niña apuntaba maneras y que iba a ser una mujer impresionante (como a la vista está). Ahí se quedó, como una niña actriz con una gran vis cómica y talento para dejarse querer por la cámara.

Sin embargo, ayer, en el segundo capítulo de la tercera temporada de Perdidos, apareció fugazmente, ya convertida en este bellezón, y no me lo pude creer. Corrí al IMDB para cerciorarme de que era la misma actriz y, efectivamente, lo es. Un aliciente más para ver la serie de los naúfragos aéreos. En esta temporada, interpreta a Alexandra Rousseau, que todavía no ha desvelado su función en la trama, pero que se vaticina importante. Su papel en Perdidos ya le ha generado una pequeña corte de seguidores a la que me añado desde hoy. Espero que sus pelis se puedan ver en España. Así que recordad este nombre: Tania Raymonde.

GUÍA PARA LECTORES SOFRONIZADOS (2)

Como ya he dicho en el anterior post, la guerra literaria no le interesa a nadie. Interesaría algo si llegaran a oídos del vulgo los dispendios en pompa y boato (subvenciones, cargos, trapicheo, qué hay de lo mío…) que se dilapidan en estas batallas y que salen mayormente de sus impuestos, pero como de eso no se habla y los interesados no hacen más que lamentar su falta de recursos, la guerra es un teatrillo sin público, bastante ridículo, la verdad. A este respecto, al vulgo -especialmente, al vulgo juvenil, el más bombardeado por los anuncios del gobierno- sólo le llegan dos mensajes del Estado: no se drogue y lea mucho. Cuando todo el mundo sabe que, ante ciertos libros, la alternativa de la heroína se erige en la más cabal de todas. Pero eso es un debate para otro día. (Nota: da hasta asquito escribir “vulgo”, aunque sólo sea por hacer la coña).

Para no perderse en el océano de novedades y aprender a leer entre líneas los aplausos y los desdenes de los reseñistas à la mode, hay que acudir a los partes de guerra. En este momento, hay dos bandos en combate, con situaciones muy distintas, pero que vienen a resumir la eterna disyuntiva entre forma y fondo. Sí, parece mentira que a estas alturas de la película andemos como en el siglo XVII, con unos diciendo que lo importante es lo que se dice, y los de enfrente, que la clave está en cómo se dice. Las ciencias avanzan, los homosexuales dejan de ser lapidados y hasta los caciques de los pueblos compran arte abstracto, pero en literatura, el debate parece que sigue igual.

Ahora mismo, quienes tienen la sartén por el mango son los que defienden la primacía de lo narrado sobre la narración. No tienen un líder claro y se dividen asimismo en facciones irreconciliables, aunque quizá Almudena Grandes and her husband por un lado -el veterano- y el joven Cercas por otro -el de la bisoñez- sean quienes mantienen alta la moral de las tropas. Hay un sector de advenedizos, muy poderosos, que trata de incorporarse a esta facción, aportando al ejército caballeros templarios y catedrales del mar a troche y moche, pero los intelectuales “legítimos”, bien situados, se resisten a concederles la categoría de aliados. Pueden cederles algún espacio en un suplemento dominical, para no tenerles descontentos -al fin y al cabo, venden muchos libros-. Incluso les arrojan de cuando en cuando un sillón de la Academia con olor a anciano perfumado recién fallecido, para que se entretengan creyéndose dotados de dignidad senatorial, pero los ministerios, las cátedras universitarias, las secretarías generales, los premios Planeta y los programas de TVE no los ceden a nadie.

No es para menos, pues las ganaron en buena lid en los años 80, cuando todavía no estaba muy claro de qué lado se inclinaría la balanza. Las tomaron al asalto con ayuda de unos políticos que les dejaron hacer a cambio de que difundieran la buena nueva de que España era un país guay y se había limpiado de fachas. Algunos lo hicieron, y otros sólo se apuntaron al carro, pero todos juntos crearon una red de fortificaciones inexpugnables y arrojaron a sus enemigos lejos, bien lejos.

¿Qué enemigos? Pues quiénes van a ser: los de siempre, los aguafiestas, los del monólogo interior y las novelas en verso. En los años 60, ambos bandos mantuvieron conatos de enfrentamiento seguidos de treguas de cordialidad. Para cuando el Tío Paco murió, los dos estaban prácticamente en igualdad de condiciones de acceder al poder, y entonces se presentó la gran batalla. En un hábil golpe de mano, se quedaron fuera del pastel: ganaron los contadores de historias neogaldosianos. Muchos de los derrotados tomaron el camino del exilio, aglutinándose en torno a un coronel melancólico que encontró reposo a sus cuitas en un zoco marroquí. Allí, poco a poco, el coronel Goytilsolo fue recomponiendo su corte, y recibió numerosas adhesiones de los exiliados interiores, que le contaban cómo las editoriales grandes estaban tomadas por el enemigo y ellos tenían que resignarse a una vida de semiclandestinidad y a ser vilipendiados en los suplementos culturales. “Maestro, nos acusan de hacer experimentalismo vacuo, ¿se lo puede creer?”. “Coronel Goytisolo: siguen empeñados en contar historias sin romper el contínuo espacio-tiempo. ¡Están adocenando al público, le están acostumbrando a leer cositas fáciles y no nos dejan hueco!”. El coronel Goytisolo, sin embargo, no tenía tiempo para plañideros. Sin caer en el desaliento, y aprovechando el prestigio que se había ganado no solo entre sus soldados, sino en parte del Estado Mayor enemigo, plantea una guerra de guerrillas que le proporciona algún que otro éxito táctico. Como estratega, por desgracia, hace aguas. Mantiene algunos infiltrados en las universidades y de vez en cuando consigue los favores de un editor descontento con el trato del bando contrario, pero sabe que su guerra está perdida.

Perdidos, pero no rendidos y, ni mucho menos, desarmados. El conflicto se puede quedar enquistado otros treinta años y los adeptos al artificio formal no van a permanecer quietos ni van a dejar de poner bombas verbales. Todavía reciben el aplauso de muchos. Algunos, incluso siguen creyendo que escribiendo así abrirán los ojos a los adocenados lectores y provocarán un cambio social imparable, como si André Breton no se hubiese muerto y los fondos de Moscú siguieran financiando las rondas de gin-tonic. Los de enfrente, por su parte, seguirán despreciando a estos “formalistas”, aunque copien muchas de sus técnicas para hacer creer a los incautos que han evolucionado desde Galdós, cuando en realidad siguen haciendo la misma literatura y con las mismas armas. Entendiendo esto se pueden leer con tranquilidad los suplementos culturales de este país. Forma versus contenido. Así de simple.

El día que se supere el debate, a lo mejor podemos dejar de hablar de guerras absurdas y sentarnos a charlar de literatura en serio.

GUÍA PARA LECTORES SOFRONIZADOS (1)

Aviso para los susceptibles que por la blogosfera abundan: lo que sigue es un texto subjetivo, hiperbólico, paródico y lleno de clichés. No persigue ninguna verdad filosófica u ontológica –si así fuera, se publicaría en Revista de Occidente o en Qué me dices-, ni quiere influir o condicionar la mirada o el pensamiento de ninguno de sus incautos lectores. Cualquier parecido con un artículo académico es pura coincidencia. Además, y para ser mínimamente honesto –que tampoco tendría por qué-, su iletrado e incapaz autor aclara que se ha inspirado en el último capítulo de Manual de literatura para caníbales, de Rafael Reig, un autor que me place mucho y cuyo sentido del humor parece de difícil digestión para algunos. 

Un escritor amigo dice que, por más que se empeña en ser pop y posmoderno, cuando se pone a escribir le sale el ser humano que lleva dentro y no hay manera de tirar monte arriba. A mí me pasa un poco lo mismo, pero como lector. De vez en cuando, me sobrepongo y me empeño en ponerme al día. Me digo: “Sergio, por dios, ¿qué haces leyendo libros de hace 40 años como si fueran nuevos? Es más, aparta de ti esa antigualla decimonónica que apesta a naftalina. Y si coges algo del tipo Decamerón, por lo menos ten la dignidad de hacerle una lectura transversal e imaginar que estás viendo la última de Calixto Bieitio. Sé moderno, por dios. Qué digo moderno: sé posmoderno, imbécil”.

 

Así que hojeo unas cuantas revistas y suplementos como si fueran el Marie Claire, para enterarme de qué se lleva esta temporada, y acudo a la librería:

 -Buenas, vengo a renovar mi fondo de lecturas, a ver si actualizo un poco mi look, que me estoy quedando desfasado en las charlas de sobremesa.

-Ah, estupendo, porque lleva usted unas pintas “post-boom” que cantan la Traviata. ¿Qué talla de inteligencia usa?

-Normalita, tirando a adocenada pequeño-burguesa, pero sin pasarse.-Pues nos acaban de traer unas imitaciones de Paul Auster con ribetes de plácida senectud que le irán muy bien.

-Ya, bueno, ¿pero no me quedarán un poco ajustadas? Busco algo más juvenil y desenfadado.

-Entonces, pruébese esta reinvención neopornográfica. En Barcelona se lleva un montón y quedará muy desinhibido cuando salga con sus amigos homosexuales.

-Venga, me llevaré siete de esos, que las revistas lo ponen muy bien, pero mejor sáqueme el modelo en rojo, que me siento comprometido. ¿Qué más me ofrece?

-Como restos de la temporada pasada, todavía gustan mucho estas relecturas de la Guerra Civil.

-Uy, no, que me compré un montón el año pasado y apenas me las he puesto.-Ajá, ya veo que usted quiere ponerse más atrevido… Aquí tengo un relato fragmentado y polifónico que se desarrolla simultáneamente en un retrete de gasolinera de Arizona y en las fiestas de la Virgen de Agosto de Bollullos del Condado. El protagonista es prostituto de lujo, padre de una china y crítico literario full-time.

-Ah, sí, ése, ése. El que salía en la portada de The Cosmopolitan Review of Books.

-Ya sabía yo que usted estaba en la onda…. Hoy en día, si no lo has leído, no eres nadie. Apresúrese, porque hay un profesor de la Universidad de Providence que pronto lo refutará.

-Ya mismito me lo leo, y después correré a internet para dejar constancia en mi blog.

 

Salgo de la librería con unos cuantos bolsones y me enfrasco con buen ánimo en la lectura de todo-lo-que-no-puede-dejar-de-leer-para-ser-un-lector-posmoderno-y-actualizado. Al cabo de un mes, estoy razonablemente al día, pero mortalmente aburrido. Entonces, por casualidad y ánimo de refresco, tropiezo con una querencia olvidada y polvorienta. Pongamos que hablo de Sábato, por un suponer. Me digo: venga, hagamos un descanso en el programa intensivo de lecturas actualizadoras. Y para cuando me quiero dar cuenta, me veo remoloneando por mis queridos y obsoletos vejestorios latinoamericanos hasta que compruebo que me he vuelto a quedar fuera de la moda. De repente, lo que yo creía rabiosa actualidad se ha quedado desfasado y tengo que volver a empezar. Así que, la temporada siguiente, repito la operación y me reciclo en la librería.

Hasta ahora, era un sufrimiento cíclico, pero creo que he encontrado la fórmula para ahorrármelo. He trazado un mapa personal del panorama literario patrio y, por extensión, occidental. Es una plantilla sencilla y muy simplificada, pero muy útil también. Con ella, puedo situar las novedades en una región cualquiera con tan solo hojearlas y, por supuesto, sin hacer caso a lo que digan los críticos y reseñistas à la mode. Basta con comprender que la literatura es una zona de guerra. Una guerra que no importa a nadie o a casi nadie, pero guerra al fin y al cabo. Conociendo los bandos y el estado de las batallas, se puede saber casi todo lo que hay que saber. En el siguiente capítulo contaré los secretos de mi plantilla.

LOS PEORES ANUNCIOS DE LA TELE

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Aun a riesgo de hacer el juego a los publicistas que han diseñado las campañas (que hablen de uno, aunque sea mal, y esas cosas), no se me ocurre mejor forma de inaugurar la temporada televisiva que haciendo un Top-5 de los anuncios más irritantes que actualmente emite mi idolatrada caja tonta. Pero es que me enervan, transmutan el buen rollo que las series y las pelis me transmiten en odio hacia la humanidad, y por eso he de reseñarlos, para no sentirme tan solo y comprobar si a vosotros también os alteran el sistema nervioso central. Renovaré periódicamente esta lista de odios. De momento, la cosa queda así, de menos a más:

On number five…

  • Carefree. “No importa las braguitas que lleves, te sentirás bien en cualquier momento”. Menos cuando veas ese anuncio. Los contoneos de esa pija -por más que su anatomía casi al descubierto me inspire otras emociones que no vienen al caso- merecen el cadalso. No por lúbricos, sino por estúpidos. Su risa idiota del final me provoca pensamientos de anciano: “Ay, hija mía, tú lo que necesitas es haber pasado una guerra para enterarte de lo que es estar bien de verdad”.

On number four…

  • Cangoo. Unas toallitas para que los niños se limpien el culo. Sale un grupo de querubines haciendo una coreografía y cantando una canción sobre las bondades de limpiarte el culo tu solito. Ya sabéis, el rollo freudiano de que si te mola tu caca eres una persona creativa. Nada que objetar ni a la mierda infantil ni a la debida higiene, pero la mascota del anuncio es una especie de rana bípeda que enseña sin rubor cómo usar las toallitas de papel. Sin embargo, en la demostración, la ranita en cuestión se introduce una toallita por el culo y hace un gesto de “qué guay”. Yo creía que la estimulación anal se practicaba a otras edades, y tampoco entiendo esa filia erótica por la celulosa.

On number three…

  • Micralax. Seguimos con lo escatológico. En un arranque presuntamente cómico, se nos presenta a una pobre y atolondrada chica inmersa en un viaje organizado en autobús. Un enano que hace de guía dice: “Cinco minutos para la visita”, y a ella se la ve agobiada y pisoteada por mil turistas estresados. Al final, el grupo llega al hotel, ella entra en la habitación y saca del neceser un paquete de Micralax, “edemas higiénicos contra el estreñimiento ocasional”. Suena una cadena de WC derramando su beatífica cascada y ella dice -con el intestino ligero, se supone-: “Con Micralax, estoy tranquila”. Pos bueno, pos fale, pos malegro. Pero, ¿qué tienen que ver los viajes organizados con el estreñimiento ocasional? ¿Que en ambos casos se acumula mierda? Me habría gustado asistir a la brain storming de este anuncio y ver en qué punto se asociaba no cagar con ir en un autobús a ver Florencia.

On number two…

  • Polaris World. Si no tuvimos suficiente con Anne Igartiburu y Marina d’Or, este año ha llegado Camacho con Polaris World en Murcia. Como son murcianos, han hecho un anuncio ad hoc (quizá este comentario hiera a muchos, pero un amigo mío decía que Murcia es a España lo que Texas a Estados Unidos, y que si nos empeñáramos el resto de españoles, conseguiríamos desgajar la región y empujarla hasta que se uniera con Argelia, y que les aguantaran ellos. Pero yo no suscribo tales dislates, o lo hago sólo en parte). Después quitaron a Camacho paseando por la playa, porque quizá vieron que como reclamo glamouroso no pegaba, y metieron a un blasillo que dice ser presidente de Polaris World, cuando a todas luces es un hombre de paja de la mafia rusa. Quizá para reírse de él, el guionista le hace decir: “Paque por su vivienda un precio justo en el que probablemente sea el mejor resort de Europa”. La gracia está en que el blasillo es incapaz de pronunciar “probablemente” y le sale algo etílico y parecido a “pmmnte”. Por lo demás, y no sólo como residente en Aragón, sino como habitante de la aldea global, me irrita mucho tragarme las bondades de unos campos de golf construidos en el desierto. Pero eso quizá sea otra historia.

And the winner is…

  • Noolor. Sí, lo siento, los anuncios de productos de higiene ganan por goleada (dos de cinco), pero la realidad es así de dura. Los anuncios de Evax se caracterizan por su elevadísimo nivel de irritabilidad, que aumenta cuando sabes que la firma de Isabel Coixet está detrás de muchos de ellos. Te acercarías al plató y abofetearías uno por uno a todos los miembros el equipo. Pero los abofetearías, nada de golpearles con dignidad para que se cuadren y se defiendan. Abofetearles como a colegialas ñoñas. En este caso, “Evax te invita al mundo noolor”. Y siguen: “Noolog a música, noolog a nieve y noolog a inosensia”. Esta última, con piruleta gigante de regalo. Oh, qué fantástico. Y se quedan tan anchos. Doscientos años de dolorida lucha feminista, con miles de mujeres que lo han sacrificado todo en el combate contra el machismo, y llegan los de Evax con su noolog y mandan a todas a la mierda. Ay, pobre Mary Woollstonecraft, pobre Virginia Woolf y pobre, pobre, pobre Sylvia Plath. También pobre Margarita Nelken -por poner una española, que haberlas, haylas- y pobre Simone Weil y la otra Simone, la de Beauvoir. Espero que vuestros fantasmas atormenten a Isabel Coixet con pesadillas llenas de mugre y de Homers Simpsons. ¿Prevendrá la asignatura de Educación para la Ciudadanía contra los anuncios de compresas? Señorita Coixet: la menstruación es un proceso fisiológico asumido con normalidad por la inmensa mayoría de las mujeres de la humanidad. Tenga la bondad de ahorrarnos la metafísica, que todos sabemos lo que es una compresa manchada.

Hasta aquí mis fobias publicitarias.

UNA RECOMENDACIÓN

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Por pura casualidad, una casualidad rayuelesca, he tropezado con el blog de , al que ya estoy enganchado. Por motivos estilísticos, de empatía literaria, y por motivos mucho más personales, porque me trae aromas agradables de momentos de descubrimiento; recuerdos de personas que cambiaron para siempre mi forma de vivir y de sentir. Con permiso del autor -aunque sin pedírselo-, dejadme que copie aquí uno de sus posts. Se titula Un ojo izquierdo llamado Danilo T. Brown 4 (256), y dice así:

Mi ojo izquierdo, llamado Danilo T. Brown, percibe la realidad (o lo que sea) en una escala de 256 tonos de gris. Es incapaz de distinguir el magenta del verde pistacho o del burdeos. Para él todo es blanco o negro o gris (gris claro, gris oscuro, gris oscuro casi negro, etc).
Al principio puede resultar extraño, pero enseguida te acostumbras. El gris es un color muy sufrido y hace juego con todo. Un traje gris (gris marengo, por ejemplo) te lo puedes poner en la boda de tu hermana, en el entierro de tu abuela o en la primera comunión de tu sobrino. También sirve para ir al teatro o para sentarte ocho horas diarias frente al ordenador de la oficina e introducir números en una tabla de Excel.
Al verlo todo gris, además, te cambia el humor y la motilidad del aparato digestivo. Ya casi no sonríes (a qué, a quién) y adelgazas sin parar, aunque no quieras. Dejas de comer verduras y filetes de pollo (una lechuga gris no es comestible, un filete gris hay que tirarlo a la basura antes de que empiece a oler). Sólo puedes ingerir alimentos enlatados, algún pescado poco hecho y pan integral. El único hábitat tolerado por tu ojo izquierdo es la gran ciudad, las calles sin árboles, los edificios de más de 12 plantas, el movimiento rectilíneo de los transeúntes mirando al suelo y con las manos llenas de bolsas de Zara y Pans&Company. No puedes salir de casa sin paraguas. Ya no existe el cielo azul. Diga lo que diga el hombre del tiempo el cielo siempre es gris y amenazante igual que la ceniza de un cigarrillo o las escaleras mecánicas de los centros comerciales.
Está claro. No es lo mismo mirar el mundo con que con un ojo izquierdo llamado Danilo T. Brown que percibe la realidad (o lo que sea) en una escala de 256 tonos de gris. Gracias a mi ojo izquierdo todo lo que miro me parece intelectual y trascendente (además de gris). Una caca de perro es un dilema ontológico, un coche aparcado en batería da para un libro de poemas, una mosca que pasa mientras cago con la puerta abierta da para un post de 335 palabras. Sin el gris nada merece la pena. El gris es el color literario por excelencia, es el color del suspense y del cine de culto (toda la sección de cine de autor de la Fnac está llena de películas en blanco y negro. Y gris). En el gris está el origen y la esencia. Todo lo demás (el magenta, el verde pistacho, el burdeos) son adornos y metáforas baratas. Pirotecnia
.

No sé quién se esconde tras este blog, pero me gustaría leer algún libro suyo pronto.

Imagen: el verdadero Edgar Quinet, amiguísimo de Victor Hugo.

CATALÁN Y RICO

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Vengo de Jaca, de asisitir a un muy interesante curso sobre novela española del siglo XXI organizado por la Universidad de Zaragoza y en el que han participado escritores, críticos, editories y agentes literarios que han debatido y analizado la situación actual de la narrativa y del mundillo literario españoles. No voy a dejar constancia de todo lo que se ha dicho, aunque seguro que daría para animar más de un debate en este garito electrónico, pero he salido con la sensación de que vivimos un momento complicado, con unas coordenadas confusas y una creciente incapacidad para diferenciar entre literatura y mercado editorial literario. En fin, que como diría alguna fandanguera -en plata, para desengrasar un poco el empacho de altos vuelos dialécticos que me he metido para el cuerpo este fin de semana-, que “no tengo el chocho pa farolillos” y me veo incapaz de escribir con sensatez sobre el tema. Quizá vayan saliendo pinceladas en próximos días.

Hoy sólo quiero recoger por escrito, antes de que se las lleve el viento, un par de perlas lanzadas por Constantino Bértolo, uno de los editores por cuyos favores suspiran (¿suspiramos?) los aprendices de escribidor de este país con cierta querencia por la exquisitez (qué cursi me ha quedado eso, pero no pienso borrarlo).

La ponencia de Bértolo se titulaba “El editor atento. El descubrimiento de nuevos valores”, y en ella contó un poco por encima en qué consiste su labor dentro del entramado del mundillo y cómo pueden acceder al mercado nuevos nombres que no busquen pegar un pelotazo con una novela histórica o con cuentos de piratas en los mares del sur. Cito los momentos estelares de su brillante -y descarnadamente ilustrador- discurso. Los reproduzco sin miedo porque fueron pronunciados en una tribuna y con micrófono, así que entiendo que son completamente públicos y publicables:

“Cuando me preguntan qué hace falta para ser un buen editor independiente en este país yo siempre respondo que hay que ser catalán y rico. Porque, el editor atento, primero tiene que serlo en el sentido antiguo del término, de ‘qué atento es este caballero’, y si tienes un chalet en Pedralbes con un salón amplio y un buen jardín, puedes ser muy atento con el director general de turno, el crítico del suplemento literario que corresponda y el editor francés que interese en ese momento. Si tienes un piso, no te cabe tanta gente ni puedes ofrecer una cena en condiciones”.

“Luego hay gente que se sorprende de que un autor se ponga de moda simultáneamente en cuatro países. Y yo les digo: ‘Coño, pues haber estado en la cena en la que se habló’”.

“Las cartas de presentación que acompañan los manuscritos que llegan a una editorial son el género literario más difícil al que se enfrenta un escritor. Habría que publicar una antología. Muchas vienen con frases del tipo ‘a Vila-Matas le ha gustado mucho y cree que te va a interesar’. Coño, pues si le ha gustado tanto, ¿por qué no se la recomienda a su editor en vez de enviármela a mí?”.

“Muchas veces, las recomendaciones sirven para descartar, según quién las haga. También es verdad que si un escritor del que te fías te recomienda un manuscrito, lo pones por delante en el orden de lectura, aunque eso no garantice nada. No es cierto que no sirvan de nada. Si un autor que vende 300.000 ejemplares va a su editorial con el libro de su amigo, la novela sale al día siguiente, y sin necesidad de que nadie la lea. Claro que, escritores así, hay pocos en este país”.

“Cuando trabajaba en Debate (donde dirigía la colección Punto de Partida en los años 90, cantera de jóvenes talentos que empiezan a dejar de serlo. A dejar de ser jóvenes, digo) tenía un buen equipo de lectores profesionales a mi cargo. Yo hacía una primera criba, que a veces se hace sin abrir el manuscrito, con el simple título, o con la presentación, si viene muy desastrado o lleva una errata en la primera línea… O incluso con las dedicatorias. Los autores no se dan cuenta de que las dedicatorias también son texto, y si tú abres un manuscrito que empieza diciendo ‘A mi novia, que tanto se ha sacrificado por mí y esas cosas’, no dan ganas de seguir leyendo. Por no hablar de las citas: una cita dice mucho del autor que la selecciona. Bueno, cuando hacía esa criba, los que la superaban, más o menos la mitad, pasaban a los lectores, que me los devolvían con un informe. El informe consistía en una descripción del argumento y una valoración literaria. En realidad, lo de la valoración literaria lo ponía para que los lectores pudiesen demostrar su oficio crítico y quedarse tranquilos, pero lo que a mí de verdad me interesaba era saber cómo habían resumido la trama, pues en esas frases es donde dejaban caer los juicios de valor reales. Y no siempre un mal informe descalificaba un manuscrito. Si a un lector le había parecido una novela ‘horrible’ o ‘irritante’… En fin, una novela que tiene la capacidad de irritar merece un vistazo”.

“Si tu manuscrito ha pasado por todas las editoriales y ha sido rechazado en todas, cámbiale el título y vuelve a hacer la ronda. Probablemente va a caer en lectores diferentes y es posible que encuentres uno que le guste y lo recomiende”.

He aquí toda una guía práctica sobre el mundo editorial, en seis párrafos.

Foto: un extraño retrato de la escritora Belén Gopegui, pareja de Constantino Bértolo, que ha paseado también su melena gris por las calles de Jaca este fin de semana.