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EL CIELO SOBRE NUESTRAS CABEZAS

** Esta semana se desplomó el techo de un aula de la facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza (se puede leer aquí). Nada más conocerse la noticia, escribí este artículo, que ha salido publicado en mi columna dominical de Heraldo de Aragón, La ciudad pixelada.

A veces, las noticias se presentan como metáfora sin necesidad de que un titular ingenioso y trabajado lo haga evidente. Esto sucede con mucha menor frecuencia de la que los periodistas nos creemos. La inmensa mayoría de los hechos que vendemos como paradigmáticos de un estado de cosas no son más que interpretaciones forzadas por un buen texto. Pero cuando el techo de un aula de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza se derrumba, no hace falta forzar lecturas simbólicas ni señalar metáforas o sugerir alegorías.

O quizá sí, porque es nuestro trabajo. Alguien tiene que subrayar lo obvio, aunque solo sea para que quede constancia: esto se cae a pedazos, damas y caballeros.

Una de las principales diferencias que el viajero distraído encuentra entre los países del primer mundo y los que están en vías de desarrollo es el enorme deterioro de lo público que se aprecia en los segundos. Aunque sean países emergentes y exhiban un poderío económico apabullante, hay pequeños indicios que hablan de un Estado fallido o, al menos, débil e incapaz de hacerse presente y útil en la vida de los ciudadanos si no es mediante uniformes y pistolas.

Turquía es un buen ejemplo. Con una tasa de crecimiento del PIB estimada para 2011 del 7,3% (muy por encima no solo de la media de la UE, sino de la propia Alemania, que se sitúa en torno a un 4% y es la más alta de los países comunitarios con diferencia) y unas cifras de emigración en retroceso, el país parece más que listo para entrar en Europa. No hay una sola cadena multinacional que no tenga cientos de sucursales abiertas en las zonas comerciales de las grandes ciudades. Pero, mientras en los enclaves privilegiados del Bósforo florecen elitistas universidades privadas —algunas, franquicias estadounidenses— donde se forma la nueva y triunfante élite turca, la venerable y vetusta Universidad de Estambul se enmohece en la parte vieja de la ciudad, entre facultades descuidadas que no invitan al estudio ni prometen futuros halagüeños.

En países que fueron prósperos y dejaron de serlo hace tiempo, como Argentina, también es fácil encontrar indicios flagrantes del deterioro. En los centenarios e incómodos hospitales públicos de Buenos Aires, por ejemplo. Pasé una semana en un apartamento que daba al siniestro y gigantesco Hospital Rivadavia de la capital argentina, y pedí a los hados que me protegieran para no caer enfermo y no ingresar en ese caserón.

Parece que los países que fueron grandes y los que van a serlo se cruzan en un momento de sus trayectorias declinante y ascendente, y acaban pareciéndose. Turquía y Argentina comparten también una afición policial. En ambos países es fácil encontrar a policías por todas partes: el Estado falla como provisor de servicios públicos, pero tiene buena puntería con las armas.

Si en España empiezan a caerse los techos de las facultades y los quirófanos de los hospitales públicos empiezan a acumular polvo por falta de uso, empezaremos también a asemejarnos a esos países a los que creíamos que no nos parecíamos en nada. El despertar de nuestro sueño de nuevos ricos puede ser muy doloroso: tanto como la caída sobre nuestras cabezas de un cascote del techo del aula donde estudiamos. Si el Estado empieza a ser incapaz de garantizar unas universidades que no se desplomen y unos hospitales donde atiendan con prontitud y eficacia a los enfermos, solo nos quedará su respuesta armada. Del Estado solo veremos a sus guardianes, que vigilarán con mano firme las ruinas de lo que un día fue un lugar digno de ser vivido.

KIRCHNER

Leo en la crónica de El País sobre el duelo de Argentina tras la muerte de Kirchner que “decenas de miles de argentinos se instalaron en disciplinadas y largas filas” en la Avenida de Mayo para despedir al prócer.

¿Disciplinadas?

Me parece a mí que Soledad Gallego-Díaz, corresponsal y prócer a su vez del periodismo hispanoescribiente, ha visto las filas desde lejos. O eso, o se ha equivocado de país, porque los argentinos son biológicamente incapaces de formar una cola disciplinada. En fin, me lo creeré por ser ella quien lo dice.

Pero servidor, que asistió a la toma de posesión de Cristina Fernández de Kirchner en Buenos Aires (quiero decir que dio la casualidad de que estábamos en Buenos Aires cuando se celebró el sarao, y fuimos a verlo en plan cotilla), y ha visto a los argentinos de rollo catártico-callejero, está en disposición de dudar ese orden y ese sosiego.

Cuando dijimos a nuestros amigos que queríamos ir a Avenida de Mayo a ver la que se montaba, nos miraron como si estuviéramos locos y nos dijeron que nos iban a abrir la cabeza, que aquello estaría lleno de piqueteros, que la policía cargaría, que habría tiros, que nos quedásemos tranquilitos en casa o en un restaurante de algún barrio muy alejado de Plaza de Mayo.

Por supuesto, estas advertencias hacían más atractivo todo. Así que cogimos un taxi y le pedimos que nos dejara lo más cerca posible de Florida y Lavalle.

-¿Florida y Lavalle? -se volvió, pensando y estando a punto de añadir el consabido “galleguitos de mierda”-. No, allá no voy. Eso está lleno de piqueteros y de cholos.

Se negó a llevarnos. Paramos otro taxi y este accedió a dejarnos en el Obelisco, a unos 15 minutos caminando del mogollón celebrativo. Menos era nada.

Allí descubrimos el secreto mejor guardado de Argentina: que no es un país blanco y europeo. Contra lo que cuenta la historia oficial, no todos los indios perecieron en la llamada Conquista del Desierto. Allí había un montón de mestizos y de tipos con caras en las que se contaban más de tres trazos indígenas. Gente venida de Tucumán, de Córdoba, de las lejanas y andinas provincias del norte, de Santiago del Estero o de Salta. Y gente del mismísimo Gran Buenos Aires sin ningún rastro de genes europeos en su facha. Por momentos, Cris y yo éramos los únicos blancos caucásicos de una masa mestiza, apiñada y canturreante, que celebraba la presidencia de Cristina como si del advenimiento de una nueva Evita se tratara.

Así que marchamos con ellos por Avenida de Mayo hasta la plaza de ídem, donde se había montado un escenario que tapaba la Casa Rosada y donde salieron la presidenta y el presidente consorte, aclamados como si fueran los Rolling Stones.

Estas son algunas de las fotos que hice ese día.

Aquí, la Avenida de Mayo después de la batalla:

Esta señora desaparesida social, recién salida de una viñeta de Historias de la puta mili, de Ivá:

Marchando por la Avenida de Mayo:

En el escenario de Plaza de Mayo. Las banderas y pancartas no dejaban ver nada, ni siquiera las pantallas gigantes:

La susodicha (hoy viuda de), entonando el Sólo le pido a dios que cantaba la también fallecida Mercedes Sosa, alias la Negra:

Y aquí, pequeñitos, entrevistos entre la selva de pancartas, el hoy fallecido y su viuda, saludando a las masas descamisadas como los nuevos Perones que eran:

Y tras esta euforia populista, nos fuimos a cenar al restaurante más caro y esnob que encontramos (en una ciudad llena de ese tipo de establecimientos). Para sacudirnos de encima el olor a pueblo exaltado. Supongo que los que estaban en el escenario hicieron lo mismo.

EL ARTE DE DESTRUIR

Lo prometido es deuda. He aquí el reportajito que he escrito en el número fin de temperada del suplemento MVT. Un ejercicio naif y enumerativo para preparar el veranito.

MALVINAS ARGENTINAS

He escrito una especie de reseña (o algo asín) de Los pichiciegos, de Fogwill. La puedes leer en el blog literario que malescribo en Heraldo.es.

ACCIDENTES DE NACIMIENTO

Tengo muchas manías lingüísticas, y cuanto más crezco, más tengo. Una de las menos comprendidas es mi odio visceral a la expresión nacer accidentalmente, que los hagiógrafos de solapas y contraportadas de libros emplean con alegría y profusión, como si les pagaran más por ello.

Sí que me gusta mucho una expresión inglesa muy parecida y que los traductores a la violeta suelen confundir con la de nacer accidentalmente: accident of birth. Literalmente, accidente de nacimiento. Coloquialmente, hace alusión a atributos o desgracias que le vienen de serie a la persona por razón de nacimiento: la religión, los idiomas maternos, una mentalidad puritana, habilidad para las matemáticas si tu padre es un premio Nobel… También la he visto usada, en un ámbito todavía más coloquial, como sinónimo de trasto o bala perdida: This kid is an accident of birth, puede decir una abuela ante un chaval que siempre está castigado en el cole, lo que podría traducirse por “Este chico no tiene remedio”.

Me gusta accident of birth porque emplea un símil geográfico. Presupone que nuestra persona es un territorio por explorar, y en él puede haber ciudades, carreteras y puentes (que construimos nosotros artificialmente), pero también fallas, simas, cordilleras y mares (que son accidentes geográficos de nacimiento). Es bonito, no me lo negarán.

La expresión nacer accidentalmente, en cambio, no sólo no es evocadora, sino que muestra cierto cerrilismo y mucho aldeanismo. Accident of birth es una expresión que se abre y despierta a muchas posibilidades literarias. Nacer accidentalmente es cerrada, restringe y pretende imponer una visión de la historia.

Me explico.

Las biografías de Julio Cortázar empiezan: “Nació accidentalmente en Bruselas”. Las de Edgar Allan Poe: “Nació accidentalmente en Boston”. Las de Ramón y Cajal escritas en Aragón dicen: “Nació accidentalmente en un pueblo de Navarra”. Las que se escriben en Navarra, en cambio, empiezan: “Nació en un pueblo de Navarra”. Las de Picasso arrancan: “Nació en Málaga”, sin accidentalidades ambas.

¿Qué hace que un nacimiento sea accidental? Puede ser accidentado: en un parto pueden ocurrir mil cosas, y no todas buenas. Pero que el nacimiento sea totalmente accidental suena extraño.

¿Qué tiene de accidental que tu madre se ponga de parto y nazcas tú? Nada, es un hecho biológico de lo más normal, el final esperable de todo embarazo. Por circunstancias que no creo tener que explicar, lo habitual es que nosotros nazcamos en el mismo lugar en el que se encuentra nuestra madre en el momento del parto. Quizá un físico, agujeros negros y curvaturas del espacio-tiempo mediante, podría explicar que la madre estuviera en una ciudad en el momento del alumbramiento y el niño naciera en otra, pero yo no conozco casos de esos. Iker Jiménez a lo mejor sabe de alguno.

El adverbio accidentalmente no se emplea con inocencia. Pretende demostrar algo. Pretende demostrar que Cortázar, pese a haber nacido en Bruselas (que era donde se encontraba su madre, con su útero y su vagina incluidas, en el momento en el que al chico le dio por nacer), es argentino de toda argentinidad. Sin duda ninguna. Pretende demostrar que Edgar Allan Poe, pese a haber nacido en la más estirada  ciudad del norte yankee, fue un caballero sureño de apostura sureña. Pretende demostrar que Ramón y Cajal fue aragonés hasta más allá del tuétano. Y cuando, en el caso de Picasso, no se añade el accidentalmente, pretende demostrar que, pese a haber vivido casi toda su vida en Francia -e incluso haber hecho trámites para obtener la nacionalidad francesa- fue más malagueño que ir en Vespino sin casco.

El uso implica apropiación, y es muy importante para quienes escriben las historias mirando el terruño. El adverbio accidentalmente busca reducir la complejidad y servir a la idea del destino. Cortázar estaba destinado a nacer en Argentina, y sólo un accidente coyuntural y mezquino pudo desviarlo de su glorioso destino. Pero lo cierto es que, bien mirados, esos accidentes nunca son tales, sino el fruto de decisiones y elecciones tomadas por sus padres. Uno no vive en Bruselas por accidente: vivirá por necesidad, por obligación, por querencia a la buena cerveza o por ganas de aprender la lengua de los valones. Siempre habrá un motivo o una razón.

Por accidente se pueden concebir hijos. Basta un alfiler, un poco de alcohol y unas buenas dosis de inconsciencia y calentura adolescentes. Parirlos por accidente resulta ya bastante más complicado.

De mí, por ejemplo, podrían decir que nací accidentalmente en Madrid, pero que canto jotas como José Oto y me como los bocatas de ternasco de Aragón a pares. O podrían decir lo contrario: pese a vivir buena parte de su vida en Aragón, siempre aspiró las eses antes de consonante y fue incorregiblemente laísta, rasgos ambos del habla madrileña heredados de su malhablada madre, que también fue accidentalmente madrileña (como su abuela y sus bisabuelos). Si añadimos al cuadro que el catalán es mi segunda lengua materna debido a una infancia de mar y playa en Valencia, el galimatías se complica muchísimo más. Sería divertido, si alguna vez hago algo digno de ser enciclopediado, ver cómo se pelean por mí los hagiógrafos madrileños, aragoneses y valencianos. A ver quién se llevaba el gato al agua.