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SÁDICOS

No lo he terminado aún, así que no dictaré sentencia sobre el libro —aunque me está gustando mucho—, pero no me resisto a citar esta porción de galante diálogo british (toda la novela es en realidad un galante diálogo british).

Austin Nunne, decadente y millonario alcohólico, acaba de confesar a Gerard Sorme, prota de Ritual en la oscuridad, su filiación sádica, además de homosexual. Estamos en los años cincuenta, aclaro. Sorme reacciona con naturalidad y dice:

—Disculpa mi ignorancia, ¿pero qué te impide satisfacer tus necesidades? Debe de haber gente que…, bueno, lo haga de forma profesional.
—Tú no lo entiendes, Gerard. La hay, es cierto. Pero… No sé como explicarlo. A ver: si tú sientes deseo sexual puedes contar con el hecho de que vas a encontrar a una mujer que quiera lo que tú tienes. Pero el sentido mismo del sadismo es… desear lo que alguien no quiere dar. Si la otra persona quiere darlo, ya no es lo mismo.

He aquí magistralmente refutadas varias décadas de educación sexual.

En Plataforma, de Michel Houellebecq, hay un momento muy desagradable en que los protas descubren un club de sado y deciden, tras ver una sesión de latigazos y cosas con cuero, que eso no es sexo. Los dos personajes, pervertidos hasta el extremo de montar una red mundial de turismo sexual, comprueban que el sadismo es algo inasumible en términos liberales. El autor francés lo enuncia en plan metafísico (para eso es francés), pero Colin Wilson lo expresa con un empirismo diáfano: si hay consentimiento, no puede haber sadismo. Será otra cosa, una pantomima, un teatrillo. No basta que se junten un sádico y un masoquista: el masoquista no puede ser una víctima legítima de un sádico.

La paradoja es clara y, por supuesto, irresoluble. Integrar el sadismo en un repertorio de juegos sexuales supone descargarlo de todo significado: un sádico no juega a hacer daño, sino que lo hace en serio.

La novela de Wilson es una sugerente aproximación a esta paradoja y a cómo puede dinamitar una concepción liberal de las relaciones humanas. Siguiendo la estela de Thomas de Quincey y de Oscar Wilde, Wilson fabula sobre su convicción de que la condición humana es inexpugnable y no consiente simplificaciones de contrato social o de otras teleologías democráticas. Hay aspectos de algunas personalidades que sólo admiten la represión o la liberación criminal.

Mola este Colin Wilson. Ya contaré más cosas cuando me acabe la novela. Está en Libros del Silencio, por cierto, es una de sus novedades de este final de 2011.

PD.- Quizá guarde un poco de silencio estos días por aquí, pero será porque estoy haciendo ruido en otros foros. Esta semana es un poco dura, con la presentación del libro y la promo y esas cosas. Ya les anunciaré dónde podrán verme/leerme/escucharme estos días, que tengo alguna entrevistilla que otra. Esta mañana he ido a la peluquería. No les digo más.

Me gusta leer las novedades sabiendo lo menos posible de ellas. A veces, ni siquiera leo la solapa ni la contraportada, porque, en la medida de lo razonable, quiero leer lo que está escrito y no lo que otros —incluido el autor en ese otros— dicen que está escrito. La lectura siempre está condicionada por muchísimas cosas, y es imposible abstraerse de ellas. La propia editorial o el lugar que el libro ocupa en la librería ya te dan demasiada información de la que es casi imposible (y puede que no sea conveniente) prescindir como lector.

Pero hay libros que lo ponen más o menos fácil, y era muy difícil enfrentarse con Ejército enemigo, de Alberto Olmos, sin tener en cuenta las expectativas que la intensa y muy eficaz promoción a la que su editorial lo está sometiendo despierta en los cuatro o cinco raritos que estamos al tanto de las novedades libreras. He leído muchas más cosas de las que me hubiera gustado leer sobre el libro antes de leer el propio libro. Y, después de haberlo hecho, sólo he leído una crítica, inusitada, sorprendentemente dura y, a mi entender, un poco injusta e injustificada. Aunque, por supuesto, las lecturas y las opiniones, así como las filias y las fobias, son absolutamente libres y deben expresarse con libertad y sin miedo. Me refiero a la crítica que firma Patricio Pron (leer aquí).

El resultado del empacho prelectura y de la abstinencia postlectura es la sensación de haber leído un libro distinto al que la promoción editorial y algunos reseñistas defienden o denuestan.

Dicen: Ejército enemigo es una novela sobre internet, sobre la pantomima de la solidaridad oenegista, sobre el sexo y la pornografía, sobre el rencor social e, incluso —agüita, compadre, que dirían mis amigos canarios—, sobre la lucha de clases (glups). Y dicen bien. Dicen: Ejército enemigo es una novela ensayística, quizá excesivamente ensayística. Y dicen bien también. Pero estos decires no son más que obviedades que nada aclaran ni explican sobre qué cosa es realmente Ejército enemigo.

¿Es una novela ensayística? Ciertamente. La reflexión política, social y estética, introducida por medio de los pensamientos del prota-narrador, es muy importante y uno de los ejes que vertebran el libro. Lo que no entiendo es que esta circunstancia sea criticable per se, y que lo que está bien para Vila-Matas, para Sebald o para Umbral, por poner tres ejemplos extremos y contradictorios entre sí del empleo de una misma técnica, no lo esté para Alberto Olmos. A mí no me preocupa ni me molesta que haya mucho ensayo infiltrado en la narración. Cuestión distinta es que ese ensayo me interese o no.

Porque, al margen de derivas ensayísticas y de los accidentes más o menos llamativos que conforman los temas del libro, lo cierto es que Ejército enemigo es una novela policiaca de canon. Hay un crimen, hay un detective y hay una investigación que resuelve ese crimen. Y esa es la armazón básica del libro. Que el detective no sea tal strictu sensu y que el asesinato no parezca importarle a nadie es lo de menos. Lo importante es que esas coordenadas o pies forzados mínimos permiten al autor acotar la novela y construirla de forma coherente y unitaria. Le dan unas guías sobre las que trabajar y, a los lectores, nos da un marco referencial reconocible. Lo demás —que en el fondo es lo que cuenta, la chicha y la razón de ser del libro—, narrativamente, es relleno. Y esta circunstancia convierte a la novela en la más redonda y lograda de todas las que ha escrito Olmos.

Mientras la leía, pensaba en dos obras que sospecho que ni el autor ni los reseñistas tendrán en cuenta a la hora de interpretar Ejército enemigo, pero ya he avisado de que creo que en la librería me han dado un libro distinto al que ha leído el resto de la gente y al que promociona la editorial: Drácula y El tercer hombre.

De Drácula tiene la obsesión documental. Como la novela de Bram Stoker, la de Olmos se compone en buena medida de documentos: fragmentos de diario y mails en lugar de las cartas y telegramas donde se va contando la historia del vampiro. De hecho, el MacGuffin de la historia es una contraseña de correo electrónico, o la misma cuenta de correo electrónico a la que da acceso.

Las conexiones con El tercer hombre vienen dadas por la trama: como en la novela-guión-película escrita por Graham Greene, un personaje se tropieza con la muerte de un amigo y tiene la posibilidad de descubrir cómo y por qué murió, y en el transcurso de sus pesquisas, se encuentra con que la persona que creyó conocer era o se había convertido en otra.

¿Que son referencias raras? Sí. ¿Que las paternidades de Ejército enemigo están bien explícitas y citadas y recitadas en el propio libro? También. Pero ya dije que yo leo raro y que se me ocurren cosas raras mientras leo.

Me ha gustado bastante y aplaudo el tono resentido y cínico del personaje narrador. La prueba es que me he leído el libro en dos sentadas de tarde y media. La prosa está muy trabajadita y fluye ligera y sin grumos. No me sobran sus mítines ni los largos exordios político-festivos. Creo que la novela es un género lo bastante elástico como para abarcar todas las obsesiones y manías del autor sin romper el molde en el que se cocina o el plato en el que se presenta. Sin embargo, y por ponerle un pero, reconozco que me aburrí un poco bastante hacia la mitad, cuando Olmos satura el libro de citas y de transcripciones de mails durante demasiadas páginas para explicar algo que la mayoría de los lectores ya teníamos muy pero que muy claro desde mucho tiempo atrás. Por suerte, después de este ametrallamiento, la narración vuelve con fuerza y encara las que, a mi juicio, son las páginas más brillantes: una incursión en los bajos fondos de un barrio periférico, con criminal amenazante incluido, y una juerga drogadicta muy bien narrada en una buhardilla del centro. El libro alcanza ahí su clímax, y precisamente por lo logradas que están esas páginas puramente narrativas es por lo que echo de menos un poco más de acción y un poco menos de reflexión en el resto de la novela.

Y con esto no le estoy dando la razón a Pron: no digo que las incursiones ensayísticas sobren o que sean mediocres, sino que creo que funciona mucho mejor la narración que el ensayo. Por ejemplo: el prota dedica largas y agresivas parrafadas a perorar sobre su propio rencor social y sobre la puta mierda que es vivir en un barrio de mierda. Sin embargo, en la última parte, aparece ese barrio inserto en una acción —una acción propia de una novela negra—, y es entonces cuando las ideas sobre la degradación urbana expresadas en esas filípicas adquieren una dimensión redonda e incontestable. O, al menos, una dimensión mucho más redonda que la que tienen en el discurso.

¿Y el sexo, el cinismo y el alegato antisolidario? Pues muy bien, gracias. Todo me gusta, todo lo compro, especialmente la pornografía, pero me quedo con una frase que se dice hacia el final: «Uno muere y hay que tener la cortesía de darle la razón». Porque el verdadero asunto de Ejército enemigo es la identidad: la imagen que proyectamos, la que tenemos y la que finalmente queda. «No sabe uno ni ser», dice en otro momento el protagonista. Somos lo que nos permiten ser y somos muchos seres.

De eso va el libro. Más o menos, pero no me hagan mucho caso, que yo tampoco sé ser.

LA ERÓTICA DEL AZULEJO

Este fin de semana me he quedado prendado de un artículo de Vicente Verdú que El País publicó sin subtítulos ni comentarios del director ni un prólogo o estudio preliminar. Nos soltó el texto así, a pelo, con todas sus oraciones subordinadas y sus cultismos grecolatinos. Como si leer en castellano normal no fuera ya lo bastante dañino para la vista. No descarto que General Óptica haya entrado en el accionariado de El País y los artículos de Verdú sean parte de su estrategia para que liquidemos su stock de gafas y de lentillas, porque a mí me aumentaban las dioptrías a razón de 1,5 por párrafo. Es lo que tiene forzar los ojos y el entrecejo para intentar entender qué cojones nos quiere decir este, al parecer, reputado comunicador.

La pieza se intitula Scarlett y el pubis y, cuando escribo esto, lleva 48 horas encabezando la lista de lo más leído en elpais.com. Obviously: poner pubis y Scarlett en la misma frase garantiza una enorme afluencia de googleros. Verdú, que probablemente algo sepa de esto, les ha cazado como moscas en una telaraña, con una estratagema que roza la estafa: porque es evidente que los que buscan el pubis de Scarlett, lo último que quieren encontrar en su lugar es un texto de Verdú que no se entiende. A lo mejor, como pasaba con las pelis porno del plus, si lo leen entrecerrando los ojos alcanzan a ver las tetas de Scarlett entre línea y línea. Yo lo he intentado y no hay manera.

Empieza Verdú haciéndose una pregunta de alto calado teleológico: “¿En qué cabeza cabe que en la ducha o en el tocador se haga ella a sí misma fotos en cueros y las guarde después en un móvil que se mueve por todas partes?”. No se apuren, no se mesen las barbas desconcertados, que el mismo interrogador tiene la respuesta en el siguiente párrafo:

Podría aceptarse que padeciera esa manía. El narcisismo es mistérico. Pero, además, las actrices o los ronaldos tienden a sentirse iconos para sí mismos y acostumbran a ser tan atrabiliarios como desorbitados.

El narcisismo es mistérico. Antes de perder más dioptrías debo suponer que Verdú quería decir que el narcisismo es misterioso, esto es, “que encierra o incluye en sí misterio” (DRAE), y no mistérico que, aunque no está recogido por la Real Academia, es un adjetivo que califica a aquellas religiones que tienen ritos secretos que sólo se desvelan a los iniciados.

La siguiente frase es mucho más misteriosa. Juro que la he leído muchas veces y todavía no la he entendido. Quizá puedo intuir muy lejanamente qué significa eso de “ser iconos para sí mismos”, pero prometo por mi colección de vasos de cerveza que no sé que tiene que ver lo “atrabilario” o lo “desorbitado” con hacerse fotos en pelotas.

Total, que me quedo como estoy, aunque un poco más ciego, y llego a la primera tesis del artículo, que se presenta como conclusión de una concatenación lógica, pero que a mí me parece una premisa falaz y sin sustento. Hela aquí:

Ya no es tanto el desnudo del cuerpo de la actriz o el ídolo lo más vistoso, sino el desnudo del medio interior, la arquitectura interior, donde se desnuda y yace.

Es decir, si lo entiendo bien: no me excitan las tetas o el pubis de Scarlett, sino los azulejos de su baño. Bien, de esto sí que me he enterado. Con ese razonamiento, pocas cosas habrá más eróticas que un anuncio de Porcelanosa.

Me siento un poco raro, porque a mí, los azulejos, sanitarios y demás me dejan más bien frío —si están limpios; sucios, pueden darme asco, aunque nunca me van a excitar—, pero Verdú insiste en este incontrovertible hallazgo sociológico o psicológico o algo que termine en -lógico:

La intimidad de una casa o de un dormitorio, la intimidad de un cuarto de baño o una cama deshecha puede ser una oferta sexual mucho mayor que un cuerpo sucinto, un cuerpo sin ropa y aislado del escenario natural donde se gesta.

Me pierdo: ¿los cuerpos se gestan en escenarios naturales? Tenía entendido que era en la matriz de la mujer, pero qué sabré yo, que ni escribo en El País ni nada. Por otro lado, aquí mezcla conceptos abstractos con objetos: la “intimidad” no puede ser nunca una “oferta”, ni sexual ni de ningún otro tipo, porque la intimidad es una cualidad abstracta. De nuevo, qué sabré yo, pero ahí lo dejo, por si acaso. Asumo que quiere decir que la oferta es el cuarto de baño o la cama desecha, pero no porque el texto lo exprese así. Además, asegura que eso puede ser una “oferta mayor”, es decir, más grande. Pero algo más grande no es necesariamente algo mejor o preferible a otra cosa menor. Coincido en que una cama deshecha o un cuarto de baño, por pequeño que sea, siempre será mayor que un cuerpo, especialmente si éste es “sucinto”. Entiendo que esta premisa no se aplica a los cuerpos extensos como el mío, que casi pesa cien kilos.

La cosa sigue tal que así:

La gran atracción pues de las llamadas sexcams, en constante ascenso entre los usuarios de la Red, se apoya por tanto menos en la coqueta anatomía del personaje que en su figura más la especial decoración alrededor.

Dejo sin comentar la puntuación por no alargarlo más. En fin, medio artículo para decir que lo que nos pone cachondos de las sexcams (sic) es fisgonear en el dormitorio del que se despelota y monta el numerito. Vicente Verdú acaba de descubrir el voyerismo. Acabáramos.

Y una vez alcanzada tan audaz verdad, llegamos a mi párrafo favorito, que interpreto como una muestra de humor de su autor o como un simple pasote. Dice así:

No se penetra el cuerpo sucinto, sino encuadrado. La mirada del cuerpo a pelo vale menos que el promiscuo fisgoneo por los objetos asociados de alrededor. Los cuerpos se parecen demasiado entre sí, pliegue arriba, pliegue abajo, pero los hogares necesariamente son mucho menos iguales, están plagados de sorpresas y, a la fuerza, poseen más signos y frunces por desbrozar y juguetear con ellos.

Por partes y frases:

La mirada del cuerpo a pelo vale menos que el promiscuo fisgoneo por los objetos asociados de alrededor. Traduzco: me pone más cachondo la monísima lámpara de noche o la coqueta mesilla que Scarlett tocándose el pubis a ritmo de charleston. Quizá si soy diseñador de muebles o decorador de interiores, sí, pero le aseguro, señor Verdú, que llegado el caso, podría describirle las pecas y la forma y espesura del vello del pubis de la señorita de la sexcam, pero no me pida que le describa la cenefa de la pared o el estampado de la colcha. Llámeme pervertido, pero yo soy un antiguo y me siguen excitando más las personas que las lámparas.

Los cuerpos se parecen demasiado entre sí, pliegue arriba, pliegue abajo, pero los hogares necesariamente son mucho menos iguales, están plagados de sorpresas y, a la fuerza, poseen más signos y frunces por desbrozar y juguetear con ellos. Esto es fantástico. ¿Los cuerpos se parecen demasiado entre sí? La carrera y la cuenta corriente de Scarlett Johanson están basadas en que su cuerpo no se parece demasiado al común de los cuerpos. Y si usted, señor Verdú, cree que su cuerpo es parecido, pliegue abajo, pliegue arriba, al de Brad Pitt, puede que el aquejado de un grave narcisismo mistérico sea usted. La segunda parte de la frase es igualmente risible: ¿cómo que los hogares son necesariamente mucho menos iguales que los cuerpos? ¿No ha oído hablar de Ikea, por el amor de dios? Le alabo el gusto, porque ese desconocimiento implica que puede pagarse unos muebles de importación hechos ex profeso para su torre de marfil (aproveche y disfrútelo, que uno de estos días, El País dejará de pagar con la generosidad habitual), pero siento desengañarle: gracias a Suecia, el interior de la mayoría de las casas de clase media de Europa occidental y puede que de Estados Unidos se parecen tanto que pueden intercambiarse. Es decir, que la realidad es justamente la contraria a la que usted describe: los cuerpos no se parecen entre sí —si así fuera, Elena Anaya y Marta Etura estarían cobrando el paro—, pero las casas, sí.

No contento con equivocarse una vez, Verdú insiste unos párrafos más abajo (en realidad, todo el texto es una reiteración cansina de lo mismo):

Sin ser iguales, todos somos muy parecidos desnudos, pero los hogares, sin ser iguales, son mucho más desiguales que la desnudez. Ver a alguien en cueros resulta al cabo mucho menos que escudriñar en los pormenores de su guarida.

Como veo que el razonamiento escrito por sí solo no es bastante, recurriré a los métodos didácticos de Barrio Sésamo. No lo pondré desnudo, pero esta es una foto de Vicente Verdú:

Y esta es una foto de Jon Kortajarena (obligado a ponerse gafas después de leer el artículo de Vicente Verdú):

Ahora, que levanten la mano quienes piensen que el desnudo de Verdú se parece al de Kortajarena y que, en el fondo, lo mismo da montárselo con uno que con otro, siempre que el decorado de la sexcam tenga azulejos bonitos.

Lo que nos lleva a la supuesta conclusión de este desvarío farragoso con forma de texto:

Por el contrario, una alcoba, un cuarto de baño, un vestidor en donde el desnudo se expone cadenciosamente vuelve a ser la escena de una buena cetrería para la que se requiere mayor habilidad, finura y educación.

“Habilidad, finura y educación” no son términos que se puedan asociar al acto de hacerse una paja mientras una tipa o tipo hacen lo propio frente a una webcam (o sexcam, como dice Verdú, no sé cuál es la diferencia técnica: supongo que las sexcam tendrán forma de pene). Se me ocurren otros términos para aludir a la masturbación compulsiva frente a la pantalla del ordenador, y esos los reservaría para relatar una cena de gala con el embajador de Namibia, por ejemplo.

En resumen: los cuerpos no molan, pero los flexos y las mamparas de baño nos ponen muy cachondos. Bien por la sociología, que tantos ojos nos abre (para dejárnoslos ciegos, pero los abre).

PORNOBLOG

Una amable lectora —las lectoras siempre son amables, especialmente las que, además de lectoras, son ex compis; los lectores, en cambio, rara vez son amables— me escribe un mail para decirme que ha intentado leer mi blog en el ordenador de una biblioteca pública y que le ha salido un mensaje denegándole el acceso a esta humilde web por “pornografía” y “bad words“.

Lo de “bad words” lo entiendo. Qué más quisiera yo que tener un estilo literario pulido como el de César Vidal o el de Belén Esteban. Soy un chico de barrio que fue a la escuela pública y hago lo que puedo con la ortografía y la gramática. Pero lo de que aquí ofrecemos pornografía sí que no lo comprendo.

Porque, si así fuera, me habría enterado. Me habría dado cuenta al hacer alguna gestión en el banco, ya que el porno mueve mucha pasta. Los del banco habrían notado un alargamiento y una dilatación de mis ingresos y dejarían de interpelarme con el clásico “¿qué cojones quieres, piojoso de mierda?” para utilizar un “¿qué desea el caballero?”. Es decir, que dejarían de joderme para empezar a hacerme el amor.

Como sigo siendo igual de pobre, concluyo que, o bien no hay pornografía aquí, o soy un pornógrafo muy torpe. El único pornógrafo pobre de una industria de ricachones.

Así que me he puesto a estudiar cuál es mi fallo empresarial, y he seleccionado para ello diez títulos de pelis porno de éxito, para intentar averiguar su secreto. Son estas (todas reales):

1. Las bolas del dragón.
2. Las maduras me la ponen dura.
3. Cerda 212.
4. Constantino tiene un gran pepino.
5. Las maduras me la ponen dura 2.
6. Las azafatas se abren de patas.
7. La polla interminable.
8. Qué glande es el cine.
9. Marujonas en la cocina.
10. En boca cerrada no entran moscas, pero sí pollas como roscas.

Creo que voy entendiendo el mecanismo, a ver si empiezo a rentabilizarlo. Mientras tanto, me comeré un plátano.

Creo que con esto he completado el año. Nos leemos el que viene, amiguetes, si las bibliotecas públicas nos dejan. Muchos besos y muchos plátanos.

METÁSTASIS DE IDIOCIA

En línea con el anterior post. Por si no lo tenían claro, la idiocia se ha terminado de apoderar del mundo. Estamos en fase de metástasis, ya no hay un rincón de células inteligentes no afectadas por el cáncer de la estulticia. Vean si no este teletipo de Efe:

CHILE-EDUCACIÓN Por contenido “altamente erótico” retiran material pedagógico en Chile

Santiago de Chile, 13 ago (EFE).- Las autoridades educacionales de Chile dijeron hoy que decidieron retirar de los colegios una “Enciclopedia del Sexo”, distribuida el año pasado, por su contenido “altamente erótico”, inadecuado para los estudiantes.

“Nunca se debió haber subido (vía Internet) un material como éste sin haber chequeado que tiene un contenido altamente erótico”, dijo a los periodistas el subsecretario de Educación, Fernando Rojas, quien responsabilizó al gobierno de Michelle Bachelet por la selección de ese material.

Rojas dijo que se tomó la decisión tras ser informado del contenido por la Municipalidad de Puente Alto, un municipio vecino a Santiago.

José Miguel Ossa, gerente de la Corporación de Educación de ese municipio, dijo a canal 13 que la Enciclopedia, que es editada en España, “tiene un alto contenido erótico y tendente a lo erótico, con ilustraciones y fotografías explícitas”

Agregó que “los textos también son fuertes, incluso más que las fotos e ilustraciones”, en alusión a párrafos sobre la prostitución y la zoofilia, además de consejos sexuales para adolescentes contenidos en los textos, cuyo uso era voluntario para los colegios chilenos.

“Creo que no es la forma de enseñar educación sexual, que principalmente debe estar reducida a temas biológicos y genitales”, sostuvo Ossa.

Entiendo que necesiten unos segundos para asimilarlo.

Las autoridades chilenas también estudian retirar los libros de matemáticas por ser demasiado numéricos. “Es que hay páginas en las que apenas se ve una letra, y eso no puede ser”, declaró el ministro del ramo.

Otra comisión plantea retirar los manuales de literatura, “porque solo hablan de libros y de escritores, y nos parece claramente un exceso: en muchos casos, basta con ver la película, no es necesario recrearse en cientos de páginas que nadie se tragaría por gusto”.

Todavía están en fase de deliberación las propuestas para suprimir los acontecimientos y personajes históricos de los libros de historia y la teoría de la relatividad de los de física, ya que, según el ministro, “abre más dudas que las certezas que cierra, y no podemos consentir que los jóvenes anden por ahí cuestionándose los orígenes del universo y la curvatura del espacio-tiempo. Creemos que no es edificante: un poco de duda, sí, pero sin pasarse”.

MQMF

MQMF son unas siglas que le hacen mucha gracia a Mario de los Santos. El Día del Libro del año pasado, que sufrimos juntos en el stand de la editorial rubricando ejemplares de Malas influencias, se lo pasó entero señalándome candidatas a MQMF.

-Por ahí va una MQMF -me decía.

Y efectivamente, por ahí marchaba, empujando su carrito o acarreando a su cachorro o llevándolo de la manita.

Sí, desengáñense: ¿de qué creen que hablamos los escritores con nuestros editores? ¿De literatura? Amos, no me jodan.

La MQMF, el objeto de deseo definitivo, la antipederastia.

Las siglas MQMF son una traducción libre al español de las originales inglesas: MILF.

MQMF: Madre Que Me Follaría.

MILF: Mother I’d Like to Fuck.

La erótica de la maternidad. La suprema guarrería, una erofilia que crece en un complicado y difuso territorio encajonado entre la ternura, la depravación de Torrente y los anuncios de jabón Dove.

No son excluyentes: ternura, depravación y compasión son países limítrofes con fronteras cambiantes en perpetuo litigio.

En la metatelevisiva serie 30 Rock crearon un falso reality titulado MILF Island, que en español creo que tradujeron como Madres cachondas. Era lo que su título prometía: un grupo de madres en bikini en una isla tropical con sus hijos adolescentes rivalizando por el premio. ¿Las pruebas? Lucha en el barro, medición de pechos y cualquier cosa machistorra y rastrera que se les pueda ocurrir. Demencial, aunque seguramente Telecinco ya lo haya superado en zafiedad.

En la tienda de la NBC de Nueva York vendían camisetas de MILF Island. No me compré ninguna porque pensé que en España nadie entendería el chiste.

No sé si es una MQMF (perdón anticipado por la grosería, si se lo toma como tal), porque ignoro si tiene o no hijos. Pero, si los tiene, Gloria Prado encaja en el perfil a la perfección.

Esta captura no le hace justicia.

Gloria Prado es la responsable de las conexiones del Telediario desde la Bolsa de Madrid. Como ustedes entenderán, a pesar de mi deformación profesional -que me lleva a retener nombres y caretos de periodistas que pasan desapercibidos a la mayoría del público-, jamás había prestado la más mínima atención a la información bursátil.

Es lo que tenemos los que estamos forrados de millones, que pagamos a otros para que nos lleven las cuentas.

Para mí, la conexión “desde el parqué”, con sus pantallitas llenas de numericos positivos y negativos, verdes y rojos, era una invitación a la siesta. Pero hace un tiempo, la cosa cambió. Se despertó en mí un creciente interés por las fluctuaciones del Ibex 35 y por si las eléctricas subían más que los bancos.

La razón, claro está, era Gloria Prado.

, donde he descubierto que sus admiradores son miles. Gente que, como yo, ha aprendido a apreciar la erótica de la prensa en papel salmón. Internet, ya se sabe, ha globalizado la obsesión sexual.

La puntillosa profesionalidad de Miss Prado, con esos aires de dominatrix de Chanel que gasta; su seriedad incorruptible y, al mismo tiempo, serena; sus peinados de doblón, y su voz, su modulada y femenina voz. Todo en ella hace que mi cartera de valores gane enteros y me den ganas de repartir dividendos.

Sergio Algora decía en La Costa Brava que las chicas de barrio levantan las manos y las chicas modernas enseñan las piernas. Yo también adoro a las pijas de mi ciudad, y todo en Gloria Prado rezuma pijerío.

A los chicos de barrio de porro y litrona nos molan secretamente las pijas.

Y si las pijas tienen apariencia de MQMF y saben de finanzas y de cash flow, ni te cuento.

Los chicos de barrio quizá acabemos casados con una chica de barrio. Quizá, para llevar a comer los domingos a casa de nuestros padres, elegimos a una modosa y curranta cajera de Mercadona del montón. Pero, cuando nos ponemos guarrotes, elegimos a las pijas de Visa Oro y papá autoritario.

¡Viva el Ibex 35! ¡Viva la información bursátil!

LA SUSURRADORA DE FANTASMAS

Ojalá pudiera decir que estoy enganchado al jako. O al alcohol. O a la metanfetamina. O a las grasas saturadas. O a las tragaperras. O al cinquillo. Ojalá pudiera confesarme cura pedófilo. Pero no. Mis vicios son mucho peores, mucho más indignos, mucho más degradantes. Y no hay asociaciones de rehabilitación, la sociedad no quiere redimir a la gente como yo. Como en la Edad Media, nos echan al lodazal con un cencerro colgado del cuello para que la gente pueda alejarse al oírnos llegar.

Sigo una serie muy mala. Tan mala como Entre fantasmas. Gosht Wishperer, la susurradora de fantasmas. Empecé viéndola con ironía, como cuando veo Intereconomía o el propio Telediario. Pero ahora ya no distingo los límites. Ya no sé si mantengo la coña o si la perdí hace tiempo.

En mi descargo diré que Entre fantasmas es basura, pero basura consciente de su basurez. Ofrece lo que da y no intenta hacer de ti una mejor persona. Vamos, que no es un culebrón ñoño y plano envuelto en trascendencia seudoexistencial como Anatomía de Grey, ni una historia rancia de princesitas añosas aficionadas a las sesiones de tuppersex disfrazada de producto chic y rompedor como Sexo en Nueva York.

Entre fantasmas es tan delirante y tan mala que te sientas a verla pensando que no puede ser tan delirante y tan mala. Y, bien mirada, no lo es (ah, no, por ahí no me pillaréis, no me rebajaré a glosar sus bondades, esas me las guardo para mí). Pero esa no es la cuestión. La cuestión es cómo algo tan insostenible logra sostenerse temporada tras temporada.

Punto de partida: Jennifer Love Hewitt, diva del cine de miedito adolescente, se monta una serie. La diva tiene tres talentos fuertes que han hecho de ella una starlette: el primero, su capacidad para entonar gritos de terror en varias octavas cuando es perseguida por un asesino en serie por un pueblo de la Deep America. Los otros dos talentos van juntos y, a veces, están recogidos por un sujetador, según la abertura del escote que luzca.

Jennifer, cabe tanto amor entre tus senos...

Y ya está: la serie empieza y termina en ella, pues la chica produce y protagoniza. Ella se lo guisa y se lo come, y se ha hecho una serie a su medida. A la medida de su escote, claro está.

Para empezar, el escenario es un pueblo ideal de la América ideal. El sueño húmedo de Sarah Palin: Grandview, un pueblito residencial del norte del estado de Nueva York, otoñal, mono y antiguo. Pero, sobre todo, anglosajón. En Grandview no hay ni negros ni hispanos. Bueno, de vez en cuando sale algún negro muy al fondo, para que no se diga. Negros presentables, quiero decir: abogados y cosas así, no ex presidiarios del gueto. En Grandview no hay raperos ni mariachis. En Grandview tampoco hay pobres.

Melinda (que así se llama el personaje de Jennifer) tiene un curro genial: corregenta una tienda de antigüedades en la plaza. Porque los habitantes de Grandview no solo tienen pasta, sino que gustan de pulírsela en cosas caras y elegantes para sus lindas casitas que las hagan parecer más anglosajonas todavía. Pero el curro no es genial por eso, sino por Delia, la socia de Melinda, una tía ultramaja y requetecomprensiva que acepta trabajar como una burra para que su amiga se pase el día de charla con fantasmas solucionando sus problemas. Por supuesto, Delia es fea, gorda y unos años mayor que Jennifer. Ser maja para ella no es una opción: es su única posibilidad de pintar algo en el mundo de Melinda. Y se puede permitir ser maja porque, al ser fea, gorda y vieja, no va a hacer sombra a las tetas de Melinda.

El panorama que tiene Melinda en casa es, sin embargo, mucho mejor. Los guionistas -a quienes Love Hewitt paga la nómina, no lo olvidemos- le han creado el marinovio más perfecto que una mujer soñar pudiera. Ni siquiera las cuatro protas de Sexo en Nueva York puestas hasta las cejas de prozac y helado de Häagen-Dazs serían capaces de imaginar un dechado de virtudes tan impresionante como Jim.

Jim pudo ser un broker de éxito en Wall Street, pero despreció el dinero para seguir su vocación: ser paramédico en un pueblo de mierda poblado por anglos ricos y racistas. Todo un idealista, vaya. Jim viste sobrio, un punto hortera, pero formal, tranquilizador, con look de perfecto yerno. Pero mantiene unas patillas que evocan un pasado algo salvaje. Por lo visto, le gusta el heavy metal, pero no lo escucha en casa porque a Melinda le atruena.

Jim, the real perfect guy.

De hecho, Jim lo hace todo por Melinda. Cuando Melinda quiere follar, Jim tiene una erección dispuesta. Cuando Melinda quiere una cenita romántica, Jim ya ha reservado en el restaurante más coquetuelo del lugar. Cuando Melinda quiere hablar con fantasmas, Jim conduce y utiliza sus contactos en la poli para encontrar información. Cuando Melinda quiere quedarse embarazada, Jim saca su caja de herramientas y se pone a montar la cunita del niño. Cuando Melinda sufre por las almas perdidas, Jim la abraza. Cuando Melinda quiere que le digan lo estupenda que es, Jim se lo susurra al oído -y su aliento huele viril, pero suave, como a lavanda sudada-. Cuando Melinda quiere que su amiga la fea ligue, Jim le busca una cita bajo la sutil coacción de partirle la cara al tipo si no se aviene a ayuntarse con la fea aunque supermaja Delia. Jim calla cuando Melinda quiere que calle, y siempre dice unas palabras justas y adecuadas cuando Melinda así lo requiere (del tipo: “Quiero dejar claro que no te quiero sólo por esas dos maravillosas aldabas que desafían toda la física newtoniana y que centran las miradas de todos los pajilleros aunque mojigatos espectadores que ven esta serie. Yo te quiero por tu intelecto y por lo portentosamente brillante y altruísta que eres, cariño. Por no hablar de que me encanta escuchar tus rollos de loca paranormal y que me saques de la cama a las tres de la mañana para perseguir a uno de tus putos fantasmas, zorrita mía. Por cierto, te he traído bombones, que sé que te gustan y que no comes para no engordar, pero sabes que yo seguiré babeando por ti aunque te pongas como una foca, especialmente, porque sé que nunca te vas a poner como una foca”).

Pero como tanta perfección estomagaría hasta a la perfecta Melinda, esos guionistas le han creado un amiguico que ejerza de contrapunto: Eli. Eli es cínico, inteligente (es profe en la uni, ojito), divertido y amargadete, pero buena persona. Y, sobre todo, buen amigo. Además, él escucha a los fantasmas (verlos, lo que se dice verlos, sólo los puede ver ella, pero él se acerca) y puede echar un cable a Melinda en sus misiones. Eso sí, su personaje encierra una moraleja: su cinismo y malalechura le han condenado a no encontrar el amor. Es un tipo solitario, y a Melinda le da penica, pero a él no le celestinea, porque en el fondo le conviene que no tenga pareja. Es decir: le conviene mantenerlo cachondo y con su escote a una distancia palpable -aunque moralmente inaccesible- para que le siga ayudando en sus misiones. Si Eli se echa novia, la amistad se irá al carajo (y la velada promesa, que nunca se cumplirá -pero que quién sabe si con una botella de vino y unas pastillitas-, de echar un polvo a lo bestia con la ídola adolescente).

Con estos mimbres tan endebles llevan ya cinco temporadas. Y yo con ella. Es mi narcótico preferido, mi droga más dulce, mi basura más sucia.

De momento, no quiero ni puedo desengancharme, pero algún día tendré que pasar por rehabilitación.