Este fin de semana me he quedado prendado de un artículo de Vicente Verdú que El País publicó sin subtítulos ni comentarios del director ni un prólogo o estudio preliminar. Nos soltó el texto así, a pelo, con todas sus oraciones subordinadas y sus cultismos grecolatinos. Como si leer en castellano normal no fuera ya lo bastante dañino para la vista. No descarto que General Óptica haya entrado en el accionariado de El País y los artículos de Verdú sean parte de su estrategia para que liquidemos su stock de gafas y de lentillas, porque a mí me aumentaban las dioptrías a razón de 1,5 por párrafo. Es lo que tiene forzar los ojos y el entrecejo para intentar entender qué cojones nos quiere decir este, al parecer, reputado comunicador.
La pieza se intitula Scarlett y el pubis y, cuando escribo esto, lleva 48 horas encabezando la lista de lo más leído en elpais.com. Obviously: poner pubis y Scarlett en la misma frase garantiza una enorme afluencia de googleros. Verdú, que probablemente algo sepa de esto, les ha cazado como moscas en una telaraña, con una estratagema que roza la estafa: porque es evidente que los que buscan el pubis de Scarlett, lo último que quieren encontrar en su lugar es un texto de Verdú que no se entiende. A lo mejor, como pasaba con las pelis porno del plus, si lo leen entrecerrando los ojos alcanzan a ver las tetas de Scarlett entre línea y línea. Yo lo he intentado y no hay manera.
Empieza Verdú haciéndose una pregunta de alto calado teleológico: “¿En qué cabeza cabe que en la ducha o en el tocador se haga ella a sí misma fotos en cueros y las guarde después en un móvil que se mueve por todas partes?”. No se apuren, no se mesen las barbas desconcertados, que el mismo interrogador tiene la respuesta en el siguiente párrafo:
Podría aceptarse que padeciera esa manía. El narcisismo es mistérico. Pero, además, las actrices o los ronaldos tienden a sentirse iconos para sí mismos y acostumbran a ser tan atrabiliarios como desorbitados.
El narcisismo es mistérico. Antes de perder más dioptrías debo suponer que Verdú quería decir que el narcisismo es misterioso, esto es, “que encierra o incluye en sí misterio” (DRAE), y no mistérico que, aunque no está recogido por la Real Academia, es un adjetivo que califica a aquellas religiones que tienen ritos secretos que sólo se desvelan a los iniciados.
La siguiente frase es mucho más misteriosa. Juro que la he leído muchas veces y todavía no la he entendido. Quizá puedo intuir muy lejanamente qué significa eso de “ser iconos para sí mismos”, pero prometo por mi colección de vasos de cerveza que no sé que tiene que ver lo “atrabilario” o lo “desorbitado” con hacerse fotos en pelotas.
Total, que me quedo como estoy, aunque un poco más ciego, y llego a la primera tesis del artículo, que se presenta como conclusión de una concatenación lógica, pero que a mí me parece una premisa falaz y sin sustento. Hela aquí:
Ya no es tanto el desnudo del cuerpo de la actriz o el ídolo lo más vistoso, sino el desnudo del medio interior, la arquitectura interior, donde se desnuda y yace.
Es decir, si lo entiendo bien: no me excitan las tetas o el pubis de Scarlett, sino los azulejos de su baño. Bien, de esto sí que me he enterado. Con ese razonamiento, pocas cosas habrá más eróticas que un anuncio de Porcelanosa.
Me siento un poco raro, porque a mí, los azulejos, sanitarios y demás me dejan más bien frío —si están limpios; sucios, pueden darme asco, aunque nunca me van a excitar—, pero Verdú insiste en este incontrovertible hallazgo sociológico o psicológico o algo que termine en -lógico:
La intimidad de una casa o de un dormitorio, la intimidad de un cuarto de baño o una cama deshecha puede ser una oferta sexual mucho mayor que un cuerpo sucinto, un cuerpo sin ropa y aislado del escenario natural donde se gesta.
Me pierdo: ¿los cuerpos se gestan en escenarios naturales? Tenía entendido que era en la matriz de la mujer, pero qué sabré yo, que ni escribo en El País ni nada. Por otro lado, aquí mezcla conceptos abstractos con objetos: la “intimidad” no puede ser nunca una “oferta”, ni sexual ni de ningún otro tipo, porque la intimidad es una cualidad abstracta. De nuevo, qué sabré yo, pero ahí lo dejo, por si acaso. Asumo que quiere decir que la oferta es el cuarto de baño o la cama desecha, pero no porque el texto lo exprese así. Además, asegura que eso puede ser una “oferta mayor”, es decir, más grande. Pero algo más grande no es necesariamente algo mejor o preferible a otra cosa menor. Coincido en que una cama deshecha o un cuarto de baño, por pequeño que sea, siempre será mayor que un cuerpo, especialmente si éste es “sucinto”. Entiendo que esta premisa no se aplica a los cuerpos extensos como el mío, que casi pesa cien kilos.
La cosa sigue tal que así:
La gran atracción pues de las llamadas sexcams, en constante ascenso entre los usuarios de la Red, se apoya por tanto menos en la coqueta anatomía del personaje que en su figura más la especial decoración alrededor.
Dejo sin comentar la puntuación por no alargarlo más. En fin, medio artículo para decir que lo que nos pone cachondos de las sexcams (sic) es fisgonear en el dormitorio del que se despelota y monta el numerito. Vicente Verdú acaba de descubrir el voyerismo. Acabáramos.
Y una vez alcanzada tan audaz verdad, llegamos a mi párrafo favorito, que interpreto como una muestra de humor de su autor o como un simple pasote. Dice así:
No se penetra el cuerpo sucinto, sino encuadrado. La mirada del cuerpo a pelo vale menos que el promiscuo fisgoneo por los objetos asociados de alrededor. Los cuerpos se parecen demasiado entre sí, pliegue arriba, pliegue abajo, pero los hogares necesariamente son mucho menos iguales, están plagados de sorpresas y, a la fuerza, poseen más signos y frunces por desbrozar y juguetear con ellos.
Por partes y frases:
La mirada del cuerpo a pelo vale menos que el promiscuo fisgoneo por los objetos asociados de alrededor. Traduzco: me pone más cachondo la monísima lámpara de noche o la coqueta mesilla que Scarlett tocándose el pubis a ritmo de charleston. Quizá si soy diseñador de muebles o decorador de interiores, sí, pero le aseguro, señor Verdú, que llegado el caso, podría describirle las pecas y la forma y espesura del vello del pubis de la señorita de la sexcam, pero no me pida que le describa la cenefa de la pared o el estampado de la colcha. Llámeme pervertido, pero yo soy un antiguo y me siguen excitando más las personas que las lámparas.
Los cuerpos se parecen demasiado entre sí, pliegue arriba, pliegue abajo, pero los hogares necesariamente son mucho menos iguales, están plagados de sorpresas y, a la fuerza, poseen más signos y frunces por desbrozar y juguetear con ellos. Esto es fantástico. ¿Los cuerpos se parecen demasiado entre sí? La carrera y la cuenta corriente de Scarlett Johanson están basadas en que su cuerpo no se parece demasiado al común de los cuerpos. Y si usted, señor Verdú, cree que su cuerpo es parecido, pliegue abajo, pliegue arriba, al de Brad Pitt, puede que el aquejado de un grave narcisismo mistérico sea usted. La segunda parte de la frase es igualmente risible: ¿cómo que los hogares son necesariamente mucho menos iguales que los cuerpos? ¿No ha oído hablar de Ikea, por el amor de dios? Le alabo el gusto, porque ese desconocimiento implica que puede pagarse unos muebles de importación hechos ex profeso para su torre de marfil (aproveche y disfrútelo, que uno de estos días, El País dejará de pagar con la generosidad habitual), pero siento desengañarle: gracias a Suecia, el interior de la mayoría de las casas de clase media de Europa occidental y puede que de Estados Unidos se parecen tanto que pueden intercambiarse. Es decir, que la realidad es justamente la contraria a la que usted describe: los cuerpos no se parecen entre sí —si así fuera, Elena Anaya y Marta Etura estarían cobrando el paro—, pero las casas, sí.
No contento con equivocarse una vez, Verdú insiste unos párrafos más abajo (en realidad, todo el texto es una reiteración cansina de lo mismo):
Sin ser iguales, todos somos muy parecidos desnudos, pero los hogares, sin ser iguales, son mucho más desiguales que la desnudez. Ver a alguien en cueros resulta al cabo mucho menos que escudriñar en los pormenores de su guarida.
Como veo que el razonamiento escrito por sí solo no es bastante, recurriré a los métodos didácticos de Barrio Sésamo. No lo pondré desnudo, pero esta es una foto de Vicente Verdú:

Y esta es una foto de Jon Kortajarena (obligado a ponerse gafas después de leer el artículo de Vicente Verdú):

Ahora, que levanten la mano quienes piensen que el desnudo de Verdú se parece al de Kortajarena y que, en el fondo, lo mismo da montárselo con uno que con otro, siempre que el decorado de la sexcam tenga azulejos bonitos.
Lo que nos lleva a la supuesta conclusión de este desvarío farragoso con forma de texto:
Por el contrario, una alcoba, un cuarto de baño, un vestidor en donde el desnudo se expone cadenciosamente vuelve a ser la escena de una buena cetrería para la que se requiere mayor habilidad, finura y educación.
“Habilidad, finura y educación” no son términos que se puedan asociar al acto de hacerse una paja mientras una tipa o tipo hacen lo propio frente a una webcam (o sexcam, como dice Verdú, no sé cuál es la diferencia técnica: supongo que las sexcam tendrán forma de pene). Se me ocurren otros términos para aludir a la masturbación compulsiva frente a la pantalla del ordenador, y esos los reservaría para relatar una cena de gala con el embajador de Namibia, por ejemplo.
En resumen: los cuerpos no molan, pero los flexos y las mamparas de baño nos ponen muy cachondos. Bien por la sociología, que tantos ojos nos abre (para dejárnoslos ciegos, pero los abre).