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ÁLVARO ORTIZ, EN MONDOSONORO

Aquí les cuelgo el artículo que le he dedicado al grandísimo Álvaro Ortiz en el Mondosonoro de este mes (pinchando en él se amplía la vista y se puede leer). Algo he entrevisto de lo que será su nuevo cómic y adelanto que es fantástico. Y no digo más, que luego me abroncan por bocazas.

PD autopromocional.- Los chicos de RNE-3 me han grabado un reportaje para el magacín cultural En la nube, que se emite esta noche a las 22.00 para todas las Españas -y para todo el mundo mundial, por internet-. Hablo de mi libro, como Umbral, pero con una voz menos turbia. Me habían sacado en RNE con uno de mis anteriores libros, pero nunca en Radio-3. ¿Significa eso que ya soy oficialmente un moderno? Lo digo porque, si es así, empezaré a vestirme de acuerdo con mi nueva condición.

GALA DE ENTREGA DE PREMIOS

La semana pasada entregamos las láminas de Álvaro Ortiz del concursillo de relatos de este blog en un acto solemne celebrado en el centro de Zaragoza sin la presencia del artista, que anda haciendo arte en Noruega (no es coña, tenemos una panda muy internacional).

Fue una ceremonia llena de glamour en la que intervinieron destacadas personalidades del mundo cultural, como el camarero del Praga, que vino a preguntar qué queríamos y anotó con diligencia nuestras peticiones de jarras de cerveza. También intervino un chaval que iba vendiendo gafas de sol y abalorios y otro que ofreció al respetable copias piratas de Inception. El catering se completó con un bolsón de cacahuetes de frutos secos El Rincón.

Aquí están los premiados, parapetándose tras sus propios premios y agradeciendo con mucha efusión los honores recibidos.

A la izquierda, Alberto del Malo, y a la derecha, Rondabandarra. Los vasos vacíos que asoman debajo de ellos no contenían ninguna bebida alcohólica. Juro ante sus madres y esposas que eran cola-caos desnatados.

El público respondió de forma entusiasta, siguiendo con gran atención los discursos y los chistes de la gala. Tal que así:

Después de cervecear en el Praga nos tomamos unos pinchos por el Tubo, donde Pablo se convirtió en musa de unos chicos remodernos con muchos piercings con los que no se aburrió nada.

Pocos días después, servidor volvió a darle al pimple y a la comida en una celebración familiar. Aquí nos tienes -menos a mí, que hago la foto-, a mi hermano, su santa, mis padres, mi santa y mi santillo. Lo del centro es un arroz con bogavante que nos dejó K. O.

Se celebraban varias cosas, entre las cuales creo que se incluía mi inminente 31 cumpleaños. Los 30 me dieron igual, pero los 31 me están tocando un poco las gónadas, así que agradezco que no se haga sangre con el tema.

Días de celebración, de beber y de comer y de compartir charla con buena gente. Días chulos.

AND THE WINNERS ARE…

El gran señor de Sipán ha emitido al fin su esperado veredicto. Ha tardado un poco porque estaba celebrando la prohibición de los toros en Cataluña.

Y el finalista es…

(a ver, necesito un redoble)

Prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. ¡Chas!

¡Pepito Delmalo!

El jurado no ha explicado las razones que le hacen merecedor del segundo puesto, pero recordemos el texto y juzguen ustedes mismos:

Pues debe de ser por eso que hacía yo de pequeño de cerrar los ojos y mirar al sol y robarle la luz. Siempre que íbamos a la ciudad en el BX de mi padre, el sol quedaba atrás, y yo lo miraba, y como tengo las pestañas largas, pues medio cerraba los ojos de manera que sólo pasaran unas rayas de luz que almacenaba en algún lugar de mis intestinos. (Más tarde descubriría que eso lo hacían también los girasoles y otras plantas, y que lo llamaban fotosíntesis).

Pues debe ser por eso; pero vamos, que si no me llega a decir nada el encargao, seguro que no lo saco. ¿Quién se cree que es?

He roto un montón de cosas, y me han echao del curro; pero con esta cabeza seguro que me dan alguna pensión de invalidez y no tengo que volver a aguantar a ningún jefe.

Congratulations.

Pasemos ahora a conocer el nombre del ganador.

Según Óscar Sipán, que esta vez sí que ha argumentado su decisión, el vencedor de este superconcurso veraniego de este blog de ustedes es…

(más redoble, por favor)

Prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. ¡Chas-chas!

¡Rondabandarra apocalíptico!

El jurado ha dicho de su pieza, y cito textualmente: “El humor y Mad Max siempre cuadran bien”. De acuerdo, no es un juicio revelador, pero, ¿qué querían? Esto es un concursillo fulero de un blog, bastante tenemos con que haya engañado a un escritor para que elija al ganador y al finalista.

Recordemos el relato ganador:

Magullado, el sacerdote se arremangó la destrozada sotana y se arrodilló sobre los cascotes y cristales de las vidrieras, en dirección hacia lo que quince minutos antes era un altar.

-Señor, ¿así es como acaba todo? Si de esta forma deseabas nuestro fin, sea Tu voluntad.

La voz que retumbó desde el cielo abierto era repulsiva:

-No te molestes, chato, también nos lo hemos comido.

-¡¡Copón!! -dijo el cura.

El señor Álvaro Ortiz firmó ayer las láminas in extremis, antes de pirarse de viaje al polo norte. Es una tirada especial de dos únicos ejemplares numerados por el propio artista. Ahora estamos de risas, pero, tengan en cuenta, queridos Rondabandarra y Pepito, que han ganado dos obritas de un artista emergente y que valdrán sus buenos dineros dentro de unos años. Solo les pido que disimulen un poco y que no las vendan demasiado pronto en eBay (esperen a que se revaloricen y a que el autor vaya ganando caché en el mercado).

Por cierto, Álvaro me contó ayer que se marcha una temporada a Angouleme, la capital de cómic europeo, a dibujar un proyecto chulo.

A todos ustedes, gracias por participar en este paripé que pretendía homenajear a quien ha sido mi compi de página durante varios años, y a Óscar Sipán, por prestarse, chantaje mediante, a manchar su buen nombre relacionándose conmigo y mi panda de indeseables.

Gracias, amiguetes.

PS.- Se ruega al finalista y al ganador que se pongan en contacto conmigo a través del correo electrónico para concretar fecha y lugar de entrega de sus regalitos.

ÚLTIMOS DÍAS

Durante esta semana pueden ustedes seguir mandando textos para ganar dos láminas de Álvaro Ortiz (ganador y finalista). Aparte de los relatillos que se leen en esta entrada, hay algunos más que han llegado por mail. Supongo que la pereza y el verano han influido en una afluencia menor de la que pensaba. A juzgar por el éxito que tuvieron los sonetos, que iban sin premio, no es que esperara una avalancha, pero sí un poco más de entusiasmo.

En fin, qué se le va a hacer, pedazo de ingratos (acotación: llanto contenido y gesto de desprecio a la platea). Tomo nota, en cualquier caso: sonetos, sí; relatillos, no. Aunque puede que lo que no les motive sea el premio. Quizá si hubiera ofrecido algo de sexo light conmigo o algo alcohólico, se habrían animado más. Por lo que sea, al arte no le hacen aprecio. Probaré más adelante a pedirles coplas pornográficas o fotos de genitales en primerísimo primer plano, a ver qué tal funciona eso.

Bueno, a lo que iba, que me enrollo con el rencor que me carcome: el jurado va a ser unipersonal, y en cuanto el aludido me dé el nihil obstat, anunciaré quién es. La semana que viene colgaré un post con los textos candidatos y, al día siguiente, tendremos ganadores. Apúrense y manden algunas cositas más, que no hay límite de participación.

PARA PARTICIPAR Y/O SABER DE QUÉ DEMONIOS ESTOY HABLANDO, PINCHAR AQUÍ

UN ÁLVARO ORTIZ ORIGINAL

Rondabandarra abrió la veda, pero yo sigo su ejemplo ofreciendo un premio de verdad, y de los chulos.

Para despedir cuatro años de colaboración heraldiana, voy a regalar a un afortunado lector de este blog dos láminas de Álvaro Ortiz firmadas y numeradas por el artista. La obra es una de las ilustraciones que hizo este año para La ciudad pixelada. En concreto, esta, elegida por el propio creador este mediodía mientras tomábamos un vermú:

El dibujo, obviamente, es digital. Lo que ofrezco es una impresión fotográfica a un tamaño aproximado de 20 por 25 centímetros con su firma y su canesú.

¿Qué tienes que hacer si estás interesado? Remangarte y escribir, vago. O vaga.

Compón un microrrelato de no más de 600 caracteres inspirado en esta imagen bombillesca. Vamos, que tiene que haber alguna relación con el cuadro, por leve o sutil que sea. Los dos mejores o más originales o más pornográficos se llevarán el premio. ¿Que quién elegirá a esos dos mejores? No seré yo, sino un minijurado compuesto por dos escritores amiguetes míos que designaré en su momento y cuyos nombres y caretos daré a conocer próximamente. Si se presentan más de diez textos, preseleccionaré diez, y entre ellos, el jurado elegirá ganador y finalista.

Dos formas de participar: en los comentarios a esta entrada y a través del correo electrónico para los muy tímidos (). Es algo informal, no hay plica ni anonimato ni nada. Se concursa a cara descubierta y se pueden mandar tantos relatos como se quieran. Publicaré primero la lista de los diez preseleccionados en un post, argumentando por qué los he escogido. El jurado también tendrá que razonar su fallo.

Si el ganador resulta que vive en Zaragoza, yo mismo -y, si le apetece, el propio Álvaro Ortiz- le entragaré el premio en una tasca ad hoc con unas cañas y unas. Y si no, ya veremos la forma de hacérselo llegar.

El plazo de recepción de cuentos acaba el 20 de julio. El jurado fallará, como muy tarde, el 1 de agosto.

Hala, ya sabes: si quieres una obra de arte del autor de Julia y el verano muerto y una de las mayores jóvenes promesas del artisteo local, ponte a escribir ya. Se valorará el humor, el buen rollo y la ironía, que estamos en verano.

Y EL HASTA LUEGO DE ÁLVARO ORTIZ

Decían en la (para mi generación) icónica Pulp Fiction: “Caballeros, no empecemos todavía a chuparnos las pollas”. (uh, vaya lío, los amigos de mis amigas son mis amigos).

Para que luego digan que los que trabajamos en los medios somos manipuladores sin hígados ni corazón. ¿Acaso si nos pinchan no sangramos?

ÁLVARO ORTIZ, SIN PIXELAR

Quizá algún improbable lector especialmente considerado se haya dado cuenta de que mi artículo dominical de hoy en HERALDO va ilustrado con un fotomontaje y no con un dibujo de Álvaro Ortiz. No busquen explicación en el periódico. Los diarios, no me pregunten por qué, no tienen por costumbre informar de sus movidas internas, y los que estamos dentro, un poco por lealtad y otro poco por elegancia, tampoco tenemos por costumbre airearlas. Pero creo que, si hay algún lector que siga mis articulitos de La ciudad pixelada, se merece saber la razón de esta ausencia.

Ha habido algunos cambios en el presupuesto de colaboradores que han afectado a varias firmas. Entre ellas, la de Álvaro Ortiz. Así que, con gran dolor por su parte y por la mía, terminó una colaboración que duraba años.

Álvaro, que es un ilustrador todoterreno y un comiquero apreciado que ha dado vida al personaje de Julia en dos álbumes preciosos editados por Edicions del Ponent, llevaba poniendo color a mis palabras desde 2006. Lo primero que hicimos juntos fue una serie de artículos chuscos sobre profesiones veraniegas, y a partir de ahí, varias secciones semanales de mayor o menor fortuna.

En las elecciones autonómicas de 2007, la dirección del periódico me encargó una especie de contracrónica electoral, haciendo un seguimiento diario de la campaña en internet, recopilando curiosidades y valorando lo que se debatía por el mundillo de los unos y los ceros. Como el invento gustó, de ahí surgió una sección fija que se llamó Cosas de blogueros y que estuvo funcionando hasta comienzos de 2009. Demasiado tiempo para algo que concebí como circunstancial. Álvaro fue el ilustrador oficial de esa sección, y se volvió loco para intentar darle un aire majo a unas crónicas cada vez más abstractas y retorcidas.

A comienzos de 2009, cuando dejé el suplemento dominical, me ofrecieron el artículo de opinión actual, que titulé La ciudad pixelada y he acabado convirtiendo en una especie de crónica heterodoxa y muy personal de asuntos que están a pie de calle. Si la he escrito con gusto y ánimo todo este tiempo ha sido por los dibujos de Álvaro. Creo que a él le sentó muy bien soltarse el corsé insoportable de los blogueros, un filón más que reseco, y en los últimos seis o siete meses puedo decir que ha compuesto las ilustraciones más poderosas y bellas que le he visto.

Y eso que no es fácil trabajar conmigo. No doy pies forzados, no doy pistas, no sugiero temas ni apunto tiros de por dónde podría ir el dibujo. Me limitaba a mandarle la primera versión del texto y él hacía lo que quería. Trabajar así es una putada, porque le he obligado a leerse todos y cada uno de mis sermones, y eso es un castigo que no ha sido capaz de sufrir ni mi madre. Pero esto no le ha arredrado nunca, y siempre ha respondido con cariño, esfuerzo y talento. A veces, arriesgándose, incorporando bocadillos de cómic, tirando de abstracción o jugando con referentes algo oscuros del arte contemporáneo, aunque siempre siendo fiel a su estilo.

Pero, por encima de su profesionalidad, por encima de su talento, por encima de su capacidad para crear un mundo estético poderoso y reconocible a partir de un repertorio escogido de referencias infantiles (la infancia, la fantasía infantil es su musa), lo mejor de Álvaro es lo que no se ve en su trabajo, lo que solo apreciamos quienes nos hemos tomado cañas con él: que es un tío de puta madre. Una persona encantadora y cariñosa.

Como homenaje, ahí van unas pocas de las más de 60 ilustraciones que ha hecho para La ciudad pixelada. No son las mejores ni mis preferidas necesariamente, pero son las que rondaban por casa.

LA CIUDAD PIXELADA: LOS PARAÍSOS ARTIFICIALES (1)

Aunque el papel prensa amarillea apenas ha salido de la rotativa y está prácticamente obsoleto media hora después de llegar al kiosco, sé que hay locos a los que les gusta leer periódicos atrasados y ponerse al día de artículos que no pudieron leer en su momento. Para esos desactualizados, he aquí mi texto de La ciudad pixelada del domingo pasado, que sonaba viejo ya antes incluso de que empezara a escribirlo. Pero eso es porque su autor suena viejuno y cascarrabioso también. No me lo tengan en cuenta, es el frío, que me agarrota. Lo que no se ve viejo en absoluto es el dibujo de Álvaro Ortiz que ilustra esta pequeña memez mía, una fantasía de aire hopperiano. Álvaro es un genio de lo suyo, pero no hace falta que yo lo diga, claro. Yo le paso la primera versión de los artículos, la que está llena de gazapos y de erratones, y sobre eso él crea lo que le da la gana.

Por cierto, tras el parón navideño, mis articulitos de Los famas vuelven este viernes al suplemento MVT de Heraldo. Por si hay algún improbable lector interesado.

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Los paraísos artificiales (1)

Casi todo lo que tiene mala prensa disfruta de muy buena literatura. Lo que se condena con graves sentencias en el diario se adora con susurros y frases leves en los libros.

La noche, por ejemplo, cuyo embrujo ya cantaba el castizo Lope de Vega mucho antes que el cosmopolita Baudelaire: “Noche, fabricadora de embelecos, / loca, imaginativa, quimerista, / que muestras al que en ti su buen conquista / los montes llanos y los mares secos”.

Pocas cosas se han glorificado tanto como la noche: refugio de canallas, territorio de seductores, zona de sombras y de máscaras… El Estado, nuestras abuelas y hasta los periódicos nos previenen contra ella y, muy en especial, contra los peligrosísimos paraísos artificiales que florecen como el moho en sus esquinas. ¿Y qué mejor reclamo que una buena prohibición? ¿Cómo no acudir con ansia a gozar de eso que tanto escandaliza a la autoridad competente?

Me gustó mucho una crónica de los años 30 de este diario que rescató hace poco Mariano García en la que se narraba una noche en el ‘Barrio Chino’ de Zaragoza. Un matrimonio forastero había oído hablar de la existencia de ese nido de crápulas en el entorno de la calle Verónica y le pidió al periodista que se lo enseñase. La frustración de los visitantes fue enorme: aquello no tenía encanto ninguno, solo había unos cuantos bares con camareros desabridos donde tipos abúlicos y ociosos bebían cerveza hasta el amanecer. ¿Eso era la bohemia? Pues vaya chasco, qué aburrimiento, qué vulgaridad, qué falta de ‘charme’ y de ‘glamour’.

Algo parecido me encontré releyendo ‘La novela de un literato’, de Rafael Cansinos Assens, crónica de la bohemia literaria madrileña de principios de siglo XX. Uno de sus personajes, el filósofo apodado Zaratustra, se despacha así mientras vuelve a casa de amanecida: “¿Qué hacen esos bohemios, sino lo mismo que los oficinistas?… Girar siempre en la misma noria, levantarse en la tarde, salir a la busca del amigo generoso, venir a sentarse a la mesa del café a decir idioteces, hasta que se hace de día y los echa el camarero. ¿Es más ordenada la vida de un oficinista? Y, además, el oficinista es más dueño que ellos de sí mismo; tiene sus domingos, cobra su sueldo y no tiene que mendigar la media tostada (…). El oficinista tiene su novia o su querida, pero estos tipos, ¿qué tienen? ¡Si hasta las busconas los desprecian! Estos no son bohemios, sino hampones”.

Como cualquier otro, yo también me he dejado seducir por los cantos de los paraísos artificiales, pero quizá porque ya me bato en retirada -tener hijos, salvo excepciones, suele arrastrarte al lado diurno de la existencia- o porque tiendo a no creerme a los entusiastas declamadores de su propia felicidad, intuyo que los embelecos de la noche están sobrevalorados tanto por los crápulas como por los mojigatos. Ni los unos gozan tanto, ni los otros debieran condenar con tanta ridiculez unas bacanales mucho más prosaicas de lo que imaginan.

Es más, aun a riesgo de sonar espantosamente viejuno, les diré que muchas madrugadas me he sentido obligado a proclamar mi felicidad noctámbula -reprimiendo con fuerza los bostezos- en antros llenos de gente aburridísima que se creía genial. Cuando, en realidad, mi único deseo era verme tirado en el sofá de mi casa, con un cola-cao calentito y una buena peli de gángsters.

Yo nunca encontré esos paraísos, pero a lo mejor no los busqué bien.

JOYCE Y JACK

Muy de vez en cuando, me gusta colgar aquí alguno de los artículos que publico los domingos en Heraldo, y que llevan por título genérico La ciudad pixelada. Especialmente si, como es el caso, pienso añadir algo que no tiene cabida en el papel. Éste es el que se ha publicado hoy:

Personajes secundarios

Me he pasado la noche en vela leyendo ‘Personajes secundarios’, de Joyce Johnson (Libros del Asteroide). Hacía meses que una lectura no me atrapaba con tanta fuerza, y es muy agradable sentirse sacudido y noqueado por un libro.

El dicho “una imagen vale más que mil palabras” se aplica perfectamente a este libro. En concreto, a su portada. Es una foto del escritor Jack Kerouac en Nueva York. Un primer plano en blanco y negro tomado de noche, con un gran contraste de sombras. Él aparece nítido, acaparando buena parte del encuadre, pero en la esquina inferior izquierda se aprecia una figura femenina emborronada. Está unos metros por detrás de Kerouac, entre ajena y anhelante, casi fuera de la composición, sin que quede claro si su aparición es intencionada o accidental. Se trata de Joyce Johnson, la autora del libro y amante intermitente de Kerouac durante más de diez años.

La imagen fue empleada en los ochenta como reclamo por la cadena de tiendas de moda Gap, pero los publicistas la recortaron para dejar fuera de ella a Johnson, en una maniobra digna del comité central del PCUS. Ese es el sino de los personajes secundarios.

Ilustración: Álvaro Ortiz

‘Personajes secundarios’ narra las aventuras de la generación ‘beat’ de los años cincuenta desde la perspectiva de una joven confusa y enamorada del más grande narrador del grupo, Jack Kerouac, un nombre al que no le viene grande el apelativo de mito. Para varias generaciones de escritores, músicos y artistas estadounidenses, eso ha sido Kerouac, el autor de ‘En la carretera’ (obra recientemente retraducida al castellano en su versión original sin censurar: está en Anagrama y es altamente recomendable): un mito enorme e idolatrado patéticamente, en todos los sentidos del adverbio. En su encumbramiento influyó decisivamente que muriera joven. Joyce Johnson, en cambio, no era nadie: la chica tímida que iba y venía y que a veces se colaba sin querer en las fotos.

Cuidado con los segundones. Cuidado con esa multitud que calla, asiente, sonríe y toma notas mentales. Suelen ser ellos quienes mejor comprenden lo que pasa delante de sus ojos. La historia rara vez la escriben sus protagonistas, pues están demasiado ocupados llenando la pantalla. Es quien vive agazapado, observando, a la sombra del grande, quien suele tener mejor pulso a la hora de retratar una época y unos personajes.

Lo de Johnson fue accidental: le tocó conocer a una gente extraordinaria y, al cabo de un tiempo, entendió que debía escribir sobre lo que había visto y vivido, que merecía la pena dar su versión de unos hechos y unas personas que estaban en boca de todos. Pero yo he conocido a tipos y tipas empeñados en convertirse en una Joyce Johnson.

En la prensa española es una especie que abunda y que ha creado escuela, y no es raro encontrar cronistas de la vida literaria o farandulera que no son escritores o artistas frustrados, sino que les basta con ser testigos y contarlo. Hay mucha tradición: desde ‘La novela de un literato’ de Rafael Cansinos Assens a los artículos y entrevistas de Luis Alegre, han sido muchos los que han cultivado este seudogénero reporteril. Pero no deja de sorprenderme que, en torno a toda farándula, pululen cual libélulas ciertos tipos que no aspiran a nada más que a estar allí, sin querer contar ni aprender ni aprehender ningún genio. Ellos son los verdaderos personajes secundarios, los que ni siquiera aparecen emborronados en las fotos.

Como es fácil suponer, la pobre Joyce llevaba las de perder en la relación amorosa con Kerouac, pero sabía dónde se metía, nunca se sintió engañada ni le exigió a su amante lo que no le podía dar. La relación iba y venía, y cuando se publicó On the Road, la fama terminó de desquiciar al pobre Jack. En una de sus despedidas, Joyce se dijo que ya estaba bien, que no iba a sufrir más, que tenía que hacerse valer y respetar. Y lo consiguió durante unos meses, consiguió alejarse y no saber nada de él. Hasta que Kerouac fue a Nueva York a dar unos recitales en un garito del Village. Así lo cuenta en el libro:

Un día me llamó. “¿Quieres venir a escucharme? Esta noche les pasaré tu nombre a los de la entrada”. Fui sola y me senté en una mesa oscura del fondo rodeada de parejas de universitarios cogidos de la mano. Cenicientas de Radcliff y chicos con el pelo al rape y jerséis de lana que se habían acercado a la ciudad para ver a su héroes durante las vacaciones de Navidad. La luz fue apagándose y sonó una fanfarria de aires vagamente vodevilescos, un largo redoble de tambor; Jack entró en el escenario tambaleándose y estuvo a punto de tropezar con el piano. Agarraba una botella de Thunderbird como si la vida le fuera en ello, con la misma mirada trastornada que exhibía en los estudios de televisión. Parecía haber olvidado dónde estaba o qué era lo que tenía que hacer. Sólo sabía que los músicos eran sus amigos, quizá los únicos que tenía en aquel momento, y cuando empezaron a tocar se dispuso a canturrear satisfecho, lejos del micrófono, enseñándoles la botella mientras le daba la espalda al público.

La perplejidad inicial de aquellos jóvenes se convirtió en impaciencia y, más tarde, en hostilidad. Cuando algunos de aquellos atildados jóvenes comenzaron a silbar y a aplaudir, uno de los músicos le dijo a Jack, con mucha amabilidad: “Eh, es hora de actuar”.

Y consiguió encontrar el micrófono y leer un párrafo o dos de En el camino mientras Zoot Sims le acompañaba al piano, pero el público empezaba a pagar y a marcharse; el lugar se quedó vacío antes de que él terminara. Después incluso los músicos parecieron apresurarse en recoger sus instrumentos y dejaron a Jack en la banqueta del piano preguntando abatido: “¿Adónde vais?”. “Tenemos que largarnos, Jack. Mañana será otro día”.

No me había visto en la mesa del fondo. Me levanté y me dirigí hacia él. Le daría las gracias por haberme invitado y luego haría acopio de todas mis fuerzas para salir por la puerta y marcharme a casa. Quizá él estaría tan borracho que ni me preguntaría qué me había parecido la actuación y yo no tendría que mentirle. Le quería, pero yo no significaba nada para él.

Advertí que, naturalmente, una chica había hecho acto de presencia, un pálido espectro de la noche de rasgos marcados y aquella indiferencia hipster que yo nunca conseguiría imitar. Abrochándose el abrigo muy despacio, se quedó esperándole de pie con aspecto de haberle esperado -con éxito- en otras ocasiones.

-Buenas noches, Jack -lo saludé rápidamente.

-¡Joycey!

Gritó al pronunciar mi nombre, con una voz tan triste que se me olvidaron todos los consejos de Hettie, que me había animado a que me mantuviera firme. Me acerqué a él y le besé en la boca. Me agarró de los brazos y apoyó la frente en la mía; no me soltaba.

-¿Puedes sacarnos de aquí? Quiero ir a algún sitio contigo, pero estoy demasiado cansado para hacer nada, ¿entiendes? Demasiado cansado, demasiado borracho. No te importa, ¿verdad? ¿Puedes sacarnos de aquí?

Qué suerte tuvo Kerouac. Ojalá todos, cuando estemos a punto de caernos en un escenario agarrados a una botella casi vacía de Thunderbird y todo el público se haya ido del local asqueado, tengamos una Joyce que nos meta en un taxi y nos lleve a su casa.