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MADRID ERA UNA FIESTA O UN ENSAYO SOBRE EL PUDOR

Última entrega de las crónicas de presentaciones de No habrá más enemigo. Además de aburriros un montón con ellas, estoy cumpliendo mi viejo sueño de convertirme en un cronista social de esos que escriben textos con nombres propios en negritas. Yo hubiera sido feliz en el ¡Hola! de 1975, glosando parties de Marbella.

En Madrid no tuve problemas de agenda ni de presentadores ni de nada. La larguísima sombra de Vila-Matas no llegó hasta Malasaña. Me dijeron, eso sí, que Vargas Llosa tenía un sarao a la misma hora que el mío.

—¿Cómo? ¿Qué estaba Vargas Llosa in town y hemos venido a perder nuestro tiempo con un gualdrapa como tú? —se lamentó con razón uno de los letraheridos asistentes.

—Bueno, no te quejes tanto —le contesté—: no tenéis ni padrino ni un fucking tuxedo para asistir a un sarao de Vargas Llosa. De hecho, por no tener, casi no tenéis ni tiempo, así que tampoco vais a perder mucho. Conformaos con alternar con la prole y la hez de la literatura y pedid otra ronda de cañas.

La cita era en Tipos Infames, nombre muy apropiado para nuestra condición, pero quedamos un rato antes en una boîte llamada La Realidad, para empezar a ponernos pedantes y que se conocieran los dos Albertos que me presentaban: De Frutos y Olmos. El primero, amiguete de hace muchos años, redactor-jefe de cierta revista histórica y autor de este libro que comenté en su día. El segundo, el trasunto de Juan Malherido y bien conocido por muchos de los merodeadores de esta leonera.

Aunque lo intenté, no conseguí emborracharme antes del sarao, y eso que empecé a darle al gintonic robusto, a lo Winston Churchill, desde media tarde. Quería que mi voz saliera rota y castigada, canalla en suma, pero sonó igual de ñoña y educadita que siempre.

Abrió fuego Óscar Sipán, el editor, diciendo en público todas las lindezas que en privado me niega.  Noté que quizá yo estaba más intoxicado de alcohol de lo que pensaba, porque me emocioné mucho cuando glosó las razones por las que había apostado por mi novela y cómo Tropo Editores quería que su publicación fuera un motivo de festejo y alegría, una revancha por la putada tan grande que nos había hecho la vida al llevarse a Pablo. «Pablo es también nuestro niño», dijo, y yo pensé que ya no iba a poder decir nada, que la velada se terminaba ahí mismo para mí, que sólo me quedaba salir corriendo.

Sipán, cabroncete, no me podías hacer esto, no podías dilapidar tu verbo y tus refinadas dotes de galán televisivo en hacerme sentir tan querido. Qué puto es el cariño a veces, cuánto nos gustaría ser témpanos, marcar distancias, no decirnos lo que sentimos.

Menos mal que pronto entró Olmos, en plan ametralladora, disparando contra todos los blancos de la novela. Dijo muchas cosas, todas interesantes y con las que, en términos generales, coincido, pero me quedé con una idea: la falta de pudor.

El pudor, lo he escrito alguna vez, es el mayor enemigo de la literatura. Cuando imparto talleres (cada vez menos, me he quitado ya) es una de las primeras cosas que digo a los alumnos: hay que sacudirse el pudor, el miedo a mostrarse. Es un error muy grave y básico pensar que lo que sientes y eres no le interesa a nadie. Muchos letraheridos construyen mundos fantásticos o les da por escribir de países exóticos o de cosas muy serias e importantes, como la reforma laboral o el nazismo. O la Guerra Civil, eso sí que es serio. Escogen temas de primera página de periódico o del Señor de los Anillos porque están convencidos de que así despertarán mejor el interés del lector. Cualquier cosa, menos ellos mismos.

Sin embargo, hasta los escritores de viajes saben que la literatura de ídem dice mucho más del viajero que la escribe que del país que se descubre, y hasta los autores de ciencia-ficción y asimilados más interesantes lo son precisamente porque están hablando de sus obsesiones y de sus miedos. Ni Lovecraft ni Philip K. Dick hablan de otra cosa que no sea de ellos mismos. Por eso nos importan, porque sus relatos les importan a ellos, porque los escriben pensando en sí mismos y no en cómo quedarían en forma de editorial de periódico.

En mi literatura estoy yo. ¿Quién coño va a estar si no? Para eso la firmo. Pero es cierto que el pudor impone unas barreras que hacen imposible una escritura honesta. El pudor enmudece y distorsiona la voz, la imposta y la aplana. La literatura que me interesa es impúdica, los escritores que me emocionan escriben en pelotas, abiertos en canal, exhibiéndose con las vísceras colgando. Yo no he llegado a esos extremos de pornografía emocional, pero siento de forma indudable que mi literatura tiene que ir por ahí, que es el único terreno en el que me siento reconocido y en el que tengo algo que decir que no suene a ya dicho mil millones de veces.

Joder, qué intensos nos pusimos, ¿no? Me tenía que haber emborrachado más, sin duda.

Alberto de Frutos se pasó un montón calificando mi imperfecto librito de obra maestra, aunque lo dijo así como de corrido, pero yo lo oí. Menos mal que también habló de su estructura abierta y proyectada hacia fuera, de su estilo a ratos alucinado. Ese era el objetivo, que tuviera un punto alucinatorio, sin necesidad de ser lisérgico.

Los dos Albertos estuvieron sensacionales, y yo creo que el público la pasó bárbaro, que diría mi presentador en Barcelona, Raúl Argemí. Desde luego, no pillé a nadie bostezando, todos parecían muy contentos.

Y en ese todos me voy a dejar a un montón de gente, pero me siento obligado (porque es de bien nacidos ser agradecido, y yo soy muy educadito) a levantar acta de asistentes. Pueden saltarse el siguiente párrafo si no están aludidos y quieren ir directamente a las copas.

Además de los incondicionales Chela y Dani, para quienes el calificativo de amigos se quedó corto hace mucho tiempo, y de Alberto y Paloma, y de Luisma y Ana, me dio mucho gusto reencontrarme con caras queridísimas a las que el tiempo y la distancia ya casi habían emborronado. Qué enorme Miguel Pérez Alvarado, Miguelón, el poderoso poeta canario, que me trajo su último librito de aforismos, y Julio de la Fuente, que ya es un veterano de Europa Press, uno de esos periodistas que resisten en redacciones cada vez más pequeñas. También fue un gusto ver a Martin Dahms, corresponsal en España del Berliner Zeitung y un tipo inteligentísimo y entrañable que me descubrió a un autor que habló de la banalidad del mal antes de que Arendt se inventara el término. Hablaré de ello otro día. Pero, como el sarao era literario, abundaron los literatos: la encantadora Marta Sanz, el torrencial Federico Guzmán (qué grande eres, güey), el calmo , el también sosegado Matías Candeira, los nada sosegados Antonio J. Rodríguez () y y el completamente opuesto a sosegado Daniel Arjona, entre otros nombres que me estoy dejando sin querer pero sin disculpa.

Así empezó una noche que sólo podía terminar mal. No sé quién se empeñó en maridar papas bravas con gintonics mucho más robustos que los que salen en mi novela, y la noche y mis mucosas gástricas fueron degenerando hasta el punto de que mantuve una discusión a tres bandas sobre Rayuela y Cortázar. La conclusión fue: quisimos tanto a Julio, nos gustó tanto Rayuela, nos deslumbró de tal forma, que ahora sólo podemos repudiarla. Rayuela es indefendible, me oí decir, y Eugenia, que es profe y la que más sabía de literatura de todos los pánfilos allí congregados, me dio la razón con énfasis. Y yo, cuando una sabia me da la razón, me crezco.

La cosa acabó muy de madrugada golpeando la puerta de un bar clandestino (que, de forma muy optimista, tenía dos baños, uno para tipos y otro para tipas, a pesar de que en ese antro no entraba una mujer desde 1963). Y no acabamos a hostias porque estamos muy mayores y ya no sabemos ser tan vehementes como a los veintitantos. Recuerdo muy vagamente a Olmos decir mientras buscábamos algo para comer en la Gran Vía a las cuatro y media de la mañana: «Estas son las cosas que recordaremos cuando seamos viejos, hay que aprovechar, que cuando tengamos cincuenta años estas juergas serán patéticas; ahora, todavía son guays» (seguro que no dijo guays, me lo invento: decir guay no es guay).

No sé yo. Guay nos veíamos nosotros, pero no sé qué opinaban las chavalas que hacían cola para entrar en la discoteca del Palacio de la Prensa. No les debían de resultar muy atractivos esos maromos barbados que iban hablando a gritos de literatura (¡literatura!, es como hablar de hachas de sílex o de gramófonos o de colecciones numismáticas). Si fueran sensatas (no lo eran, por eso estaban haciendo cola en una discoteca un miércoles de madrugada), huirían de nosotros. Todo el mundo debería huir de nosotros.

Menos mal que al día siguiente tenía a mano mi alijo de Espidifén (trade mark). Espidifén debería patrocinar la promoción de mi novela, pues sin ibuprofeno no podría seguir con ella.

ESTA SEMANA, EN MADRID…

Todos ustedes serán bienvenidos. Y les recuerdo que Tipos Infames también vende vino, por lo que se abrirán unas botellas para brindar. Les espero.

BARCELONA ERA UNA FIESTA O VILA-MATAS, ¿POR QUÉ ME ODIAS?

Montar una presentación no deja de ser más que un trámite inocuo que se resuelve con un par de mails y una llamada de teléfono. No tiene mucho misterio, salvo cuando se complica. Pero hay presentaciones que nacen como yo, gafadas. Generalmente, estas tonterías no se cuentan nunca en foros públicos. Principalmente, porque aburren y no son interesantes, es como si una empresa te detallara su proceso de inventario o cómo empaquetan sus productos. Pero, en Barcelona, se dio tal cúmulo de desastres, que acabaron convirtiendo lo tedioso en divertido.

O en algo parecido a la diversión. Porque estas cosas sólo son divertidas cuando les pasan a los demás.

Paso número uno para montar una presentación: que alguien te presente. En tu ciudad, es fácil. Coges a un amigo, lo emborrachas a conciencia y le ofreces favores sexuales que no le vas a pagar, y ya está resuelto el trámite. Pero, cuando sales de tu pueblo, te tienen que buscar un maestro de ceremonias adecuado, alguien que te introduzca en la buena sociedad literaria del lugar. Mi agente, Ella Sher, me propuso a Álvaro Colomer, a quien yo no conocía personalmente, pero sigo en sus artículos de La Vanguardia. Álvaro recibió el libro, empezó a leerlo, dijo que sí, que me presentaba, y todos tan amigos. Pero la Fnac nos cambió la fecha que nos había dicho al principio, por una serie de pequeños malentendidos, y la nueva fecha no le encajó a Álvaro, que tenía que dar una clase a esas horas de ese día.

Yo: ¿Y no se puede mover el día?

Fnac: Por la gloria de mi madre, que es francesa y trotskysta, que no. ¿Tú sabes cómo está Barcelona de escritores en abril, fill meu? Abril es el mes más cruel, abril es Sant Jordi. En abril, hasta las piedras de Barcelona y hasta los mimos de las Ramblas presentan libros. Imposible, nain, nidecoña, noi del sucre.

Busquemos a alguien, pues. Y lo empiezo a buscar, sin saber lo mucho que iba a sufrir.

Recurro a Martínez de Pisón, Pisón de mi corazón, ¿te apetecería decir unas palabritas sobre mi novelita, ya que tienes la gran ventaja sobre otros de que la has leído y hasta escribiste un blurb para la faja?

Pisón: Me encantaría, pero ese día ya me he comprometido con Vila-Matas, que presenta su novela.

¿Cómo? ¿Qué? ¿Que Vila-Matas presenta en Barcelona a la misma hora que yo? Pues qué bien, haremos eco en la Fnac, no vendrá nadie de nadie.

Fnac: No te apures, que tenéis públicos distintos.

Yo: Sí, claro, su público lo conforman personas con atributos nítidamente humanos y capacidad adquisitiva,y el mío, amigos imaginarios. Son públicos distintos.

En el ínterin, una bella traductora a quien no nombraré porque no quiere protagonismos, alegó timidez extrema y pánico escénico para recharzarme. Llamé también a Rodrigo Fresán:

Fresán: Lo haría encantado, Sergio, pero ese día y a esa hora me he comprometido a presentar la novela de Juan Villoro en Barcelona.

Yo: ¡Villoro! ¿Tú también, hijo mío? Villoro y Vila-Matas. Dos contra uno, mierda para cada uno, que decían en el cole. Ya podréis, abusones, próceres de las letras, contra un joven mindundi como yo. Meteos con los de vuestro tamaño.

Hablo con Jordi Corominas, poeta, crítico y perejil de todas las salsas literarias.

Jordi: No busques más, Sergio, ya tienes presentador. Y luego nos vamos a beber unas cervezas sin a unos cuantos antros.

Yo: Genial, presentador y cicerones de antros en uno. Gracias, Jordi.

Jordi: De nada, tío.

Y así me quedo, tranquilito, hasta que la semana pasada se me ocurre mandarle un mail a Jordi para ver qué tal iba y cómo quedábamos para la presentación.

Jordi: Tío, asesíname, pero, ¿no era en junio?

Yo: No, es este miércoles. Abril, 11 de abril.

Jordi: No, no, no, me dijiste en junio. Mira, aquí está en tu mail: 11 de junio.

Yo: Mierda, es verdad, soy gilipollas, te pasé mal la fecha, qué atontao soy. Es que soy de letras y me lío con los calendarios.

Jordi: Este miércoles no puedo, me he comprometido a presentar a Vila-Matas.

Vila-Matas. Empiezo a escuchar mucho ese apellido compuesto y guionizado.

Yo: Bien, vale, de acuerdo, Jordi, ve en paz, pero lo que me dijiste de los antros sigue en pie, ¿no?

Jordi: Claro que sí.

Corro a escribir a Cristina Fallarás, en tono de súplica, contándole lo que llevo contado hasta aquí, diseminando unas cuantas lágrimas en el mail, como las enamoradas que empapaban el papel de las cartas que enviaban a sus novios en el frente.

Yo: Cristina, por favor, te estaré eternamente agradecido, te lo pido como favor especial.

Cristina: Perdona que me dé la risa, pero es que, hace una hora, me ha escrito Vila-Matas pidiéndome que participe en su presentación.

Yo: Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooo.

Maldito Vila-Matas, otra vez te me has adelantado. Truenos, rayos y centellas, mi archienemigo me la ha vuelto a jurar. Pero, ¿cuántos escritores hacen falta para presentar una novela de Vila-Matas?

Bueno, quizá exagero, qué más quisiera yo que tener archienemigos como Vila-Matas. Mi verdadera archienemiga es una vecina nonagenaria que me espía por la mirilla y huele a pis.

Cristina: Pero tú tranquilo, que esto lo solucionamos rápido. ¿Te va bien Raúl Argemí?

Yo: I tant! La cuestión es si le voy yo bien a Raúl Argemí.

Varios mails después, cuando Raúl utilizó la palabra viejo en vocativo para referirse a mí supe que todo estaba all right. Y con sobresaliente: no sólo tenía salvada la presentación, sino que me presentaba un grande, un lobo gris de la novela negra.

Raúl me hizo el honor de leerse el libro en una sentada, y encima dice que le gustó, que lo disfrutó, y que apreció el personaje de Irigoyen. Yo, he de confesarlo, tenía miedo de lo que un argentino pudiera pensar del Irigoyen de mi novela, pero Argemí, que tuvo la desgracia de padecer la dictadura de Videla, lo dejó claro: «Yo conocí a muchos como él, está perfecto».

Yo: De hecho, está inspirado en un argentino real.

Argemí: Es que los argentinos somos unos hijos de puta.

Argemí no lo es. Ya se lo digo yo (hijo de puta, digo; argentino sí que lo es, incluso medio patagónico, que es una forma esencial y trascendental de ser argentino).

El pequeño cónclave de despistados y amigos que se reunió en la Fnac Triangle disfrutó del humor y de la labia de Argemí. Aquí se nos ve, tan panchos, como si Vila-Matas y Villoro no estuvieran llevándose la gloria en otros foros de la ciudad. El fotógrafo es Mario de los Santos.

Lo importante es que pasamos la noche bebendo muchos zumos de frutas y podría rematar esta especie de crónica patatera con un texto de negritas sobre una velada que se prolongó hasta muy tarde (en argot periodístico, es decir, en argot de oficios perdidos, un texto de negritas es una crónica social en la que se destacan en ídem los nombres de los famosetes y VIP que adornan con su fermosura el sarao que se reseña).

Acabamos en Il Giardinetto, un sitio de una bocacalle de Balmes al que solían acudir los pesados de la gauche divine. Y es verdad que la boîte es muy gauche divine, con una moqueta verde pistacho y camarero con pajarita. Los precios, sin embargo, no eran de 1960. Los tenían actualizados, los muy estetas. Allí pude saludar a Juan Villoro, el pérfido, que estaba emocionado porque acababa de descubrir que su abuelo no era de Barcelona, sino de un pueblo de Zaragoza. Apareció Rodrigo Fresán, que se retiró muy pronto, demostrando mucha inteligencia, y pude alternar con toda la cla de Vila-Matas, salvo con Vila-Matas itself, que se había ido hacía mucho. Mi venganza, por consiguiente, habrá de esperar.

Mientras tanto, me medio vengué brindando con pepsicolas con toda la corte de Vila-Matas. Por allí anduvieron Martínez de Pisón, Cristina Fallarás, la superagente literaria Mónica Martín y Jordi Corominas —que tiene pendiente llevarme a algún antro, porque un sitio que se llama Il Giardinetto no es un antro ni de coña—, entre otra mucha gente. Todos muy formales y bebiendo Bitter Kas y Fanta Limón.

Disfruté muy especialmente con Pablo Bieger, a quien algunos recordaréis de mi libro Soldados en el jardín de la paz, y con Javier Rodrigo, nuestro Javivi, con quien me puse sebaldiano o algo así (qué horror, qué mal me sienta el Trina de Melocotón, lo lamento, Javi, seguro que dije muchas tontadas). Me tomé un agua mineral con Álvaro Colomer, que se escapó después de su compromiso para asomarse a nuestro abrevadero, y conocí a Iván Repila, que ha publicado Una comedia canalla en Libros del Silencio. Iván es de Bilbao y practica el boxeo (un escritor boxeador: el viejo mito medieval de la espada y la pluma, un Jorge Manrique de la era Twitter), por lo que fue toda una temeridad por mi parte darle mi franca opinión (con gritos, aspavientos e imitaciones ofensivas) sobre la música de su admirado Enrique Bunbury. A punto estuvimos de acabar en la calle, como dos estibadores viejunos.

Es decir, que lo que se preveía como desastre, terminó en gran juerga con su epílogo de resaca y lagunas mentales. Como las buenas historias de amor.

La semana que viene toca presentar en Madrid. Dadme unos días para que mi hígado filtre todo el Nestea que trasegué en Barcelona y seguimos donde lo dejamos.

PD.- Al llegar a casa me encuentro con esta reseña en el blog de Maite Uró (pichar aquí para leer). Sirva como colofón a estas líneas de gratitud.

BARCELONA CALLING

Amiguetes y amiguetas, espero verles a todos este miércoles en la Fnac de Plaza de Catalunya.

En la crónica de este sarao, que escribiré a la vuelta, añadiré un despiece titulado Vila-Matas, ¿por qué me odias? Pero eso lo contaré después.

Mientras yo me muevo por la España plural y preapocalíptica, mi novela viaja en el tiempo y en el espacio.

Aquí la tienen, por ejemplo, presidiendo una comida en casa de mi amigo, el puntilloso crítico de teatro (y dramaturgo cuya obra vamos a ver publicada muy pronto) Joaquín Melguizo.

Sí, el de la foto de la botella de vino también soy yo. Y no es broma: Torrelongares comercializa cuatro modelos diferentes con cuatro microcuentos míos. Otro día les cuento, por si no se han enterado.

La señora de la foto es Helene Weigel, que fue también señora (tormentosa y a ratos) de Bertolt Brecht. Formaban pareja artística: Brecht escribía y Weigel interpretaba sus escritos en el Berliner Ensemble. Pero Weigel era, además de actriz de genio, una excepcional cocinera, y cuando terminaba la función, invitaba a un montón de gente a su casa y les preparaba guisos de su Austria natal. Era muy famoso su gulasch, un guisote que nadie debería comer a las dos de la madrugada.

Quienes hayan leído mi novela sabrán que el gulasch es una referencia extraña y recurrente. Se cocina los domingos y lo cocinan mujeres. Es así por Helene Weigel y porque creo que el gulasch es uno de esos platos que representa el respeto por la herencia paterna: en su salsa se liga la tradición familiar. Una tradición fuerte, centroeuropea, recia. Podría haber escogido el cocido o las croquetas, más ibéricas, pero como soy un raro y un esnob, escogí el gulasch. Por eso, Joaquín y su mujer, Zoya, nos invitaron a un ídem. En honor a mi novela y a Helene Weigel. Estoy convencido de que lo hizo más bueno que los de la mujer de Brecht.

Este es el viaje en el tiempo de mi novela, pero también ha viajado por Europa, o lo que queda de ella. Mi amigo Javier Rodrigo, historiador de la Universidad Autónoma de Barcelona, se fue hace unos días a dar una conferencia de sus cosas de historiador a Dublín y, en vez de llevarse una petaca de Anís del Mono o un montón de cocaína, como cualquier persona razonable, prefirió viajar acompañado de mi novela. Le hizo esta foto en la puerta del celebérrimo Trinity College, donde él oficiaba.

Es lo más cerca que mi obra va a estar nunca de las glorias académicas.

Vengan a la Fnac Triangle de Barcelona este miércoles, lo pasaremos bien.

PONER CARA DE IDIOTA

España hace huelga y yo sufro en silencio mi resaca. El miércoles fue un día genial del que me resulta imposible hacer la crónica, aunque me gustaría intentarlo.

Presentábamos No habrá más enemigo en la Fnac de Zaragoza, la primera de las presentaciones majors (en abril tocan Madrid y Barcelona, entre otras ciudades). Jugaba en casa, pero siempre ronda un comecome que presagia el fracaso: demasiada gente que excusa su asistencia, miedo a hablar ante una sala vacía. Miguel Serrano y yo llegamos un poco tarde porque habíamos quedado para entonarnos en una terraza cercana, y el camarero, en lugar de un Jim Beam con hielo mondo y lirondo, decidió vaciar media botella en mi vaso, obligándome a beber un cuádruple bourbon. Quería lubricar el garganchón, no llegar a la Fnac a gatas. Así que, cuando entramos, ya estaba todo el público sentadito. Muy formal y silencioso, en perfecto orden y respeto, como si esperara que les diera la comunión o les repartiera unos exámenes y les dijera: “No les den la vuelta hasta que yo les diga y contesten con boli azul o negro”.

Foto: Pedro Zapater.

Intimidaba el silencio, pero nos sentamos sin que se nos notara la turbación y, tras una presentación de Ángel Gracia, baranda de la Fnac y, sin embargo, amigo, empezamos a rajar. Miguel y yo habíamos acordado plantear el acto como una conversación sobre la novela y sobre literatura. La verdad es que me impresionó mucho ver cómo sacaba del interior del libro unas chuletas llenas hasta los márgenes de notas de letra apretada y aplicada, para asegurarse de que no se saltaba ningún punto. Me va a pillar, pensé, sabe de mi novela mucho más que yo, la ha pensado con más aplicación y talento que yo, a ver qué digo.

Y, efectivamente, sabía de mi novela muchísimo más que yo y descubrió claves que yo mismo sólo había intuido, como el papel que desempeñan los jugadores y el juego y su carga simbólica. Ahí aproveché para meterme un poco con mi amado Cortázar y con sus tutores franceses de Robbe-Grillet y el grupo Ou.Li.Po. La gente que entiende la vida como un juego, vine a decir, tiene una capacidad de empatía muy limitada, utilizan el juego para no enfrentarse a la vida real, con sus afectos y sus miserias.

Dios, qué cosa de autoayuda me está quedando, pensé, pero estaba lanzado y no podía parar. Hablamos de muchas cosas, pero fundamentalmente de pornografía, que es un tema que gusta mucho en general, y al final solté un pequeño rollete sobre Tolstoi y el final de Guerra y paz, con el pobre Bejuzov caminando entre las calles de un Moscú en llamas y lleno de cadáveres amontonados, buscando a su amigo Bolkonsky, a quien cree muerto. Muerto por nada, muerto por esa forma de estupidez de masas llamada patriotismo, muerto por imbécil. Y elogié la perplejidad de Bejuzov por las calles del Moscú arrasado por los franceses, y dije que la perplejidad y la cara de idiota son las únicas formas inteligentes de moverse por la vida, que sólo los imbéciles y los gilipollas caminan seguros y fanfarrones, identificando a los malos y a los buenos y llevando en el bolsillo de la americana una teoría siempre bien fundamentada sobre las jerarquías y los resortes que hacen girar el mundo.

Y una mierda. No sabéis nada: detrás de cada corbata y de cada sonrisa sarcástica y de cada mirada paternalista sólo hay un cerebro incapaz de pensar algo más complicado que un dos más dos son cuatro.

Esa es la grandeza de Guerra y paz, que va de la amistad de dos hombres antagónicos que se influyen el uno en el otro: Bejuzov es muy inteligente, y por eso actúa como un panoli y todos se ríen de él. Bolkonsky, en cambio, es un tonto ridículo, de buen corazón, pero más simple que una ameba aplastada, y por eso es objeto de admiración y deseo y tiene que sacudirse el éxito social como un Justin Bieber cualquiera. A lo largo de la novela, sin embargo, Bejuzov se va volviendo un poco más tonto, y Bolkonsky, entre batalla y batalla y entre epifanía y epifanía, se va volviendo un poco más listo. Como el Quijote que se vuelve más Sancho y el Sancho que se vuelve más Quijote.

Pero la actitud sensata es la del Bejuzov inteligente, la mirada alelada, la incomprensión más absoluta de esa vida imposible de comprender. Y animé a leer la novela con la misma cara de idiota de Bejuzov. Si lees el libro a lo Bolkonsky, con las verdades del editorial de El País por delante, no vas a entender una mierda. Ni de mi libro ni de ningún otro, salvo quizá los de la sección de autoayuda y los de Pérez-Reverte.

En el turno de preguntas, alguien me interrogó sobre la perspectiva de género en mi novela. Confieso que no comprendí la pregunta, pero no quería parecer ni un poco grosero, así que contesté algo que supongo que no satisfizo en absoluto la curiosidad del lector. Mis disculpas.

Luego vinieron los vinos, los abrazos y las risas. Me encantó saludar a un montón de gente (me voy a dejar a muchos más de la mitad), pero me dio mucho gusto encontrarme con Juan Domínguez Lasierra, viejo maestro de varias generaciones de periodistas (entre ellas, la mía); con los chicos de la tele, Pablo Carreras, Natalia Chicón, Javier Romero y otros más; los hermanos Ortiz Albero, el poeta Miguel Ángel y el comiquero Álvaro (que este año publicará Cenizas, una genial novela gráfica, en la prestigiosísima editorial Astiberri); a Isabel Cebrián (que me gritó desde la platea porque estaba espoileando la novela); a Juan Antonio Gordón, que exuda felicidad (o la finge con grandísima verosimilitud); a los incombustibles amigos del Heraldo, Mapi Rodríguez, Paula Figols, Pedro Zapater (que escribió una crónica que puedes leer pinchando aquí) o Pablo Ferrer (a quien vi entre el público pero luego no encontré, se me escurrió); a Manolo Vilas, que gozó con el vino que se sirvió, porque era de su tierra, y María Ángeles Naval; a Óscar Sipán, que llegó por las justas; al crítico de teatro (y, sin embargo, amiguísimo) Joaquín Melguizo y su mujer Zoya —que se comprometieron a invitarnos uno de estos días a comer un gulasch como el que sale en la novela—; a la ilustradora Agnes Daroca; a la tweetstar , y a unos cuantos más cuyas caras vi pero luego no encontré en los corrillos, y a otros muchos que me olvido en esta injusta y cortísima enumeración.

Los inrockuptibles nos fuimos a las cercanas Bodegas Almau. Era lo suyo: las Almau son un escenario recurrente de la novela, y allí empezamos a maltratar de verdad el hígado. Cuando estábamos en ello, se presentó el gran Pepe Cerdá, que había tenido que ausentarse de la presentación y, con su torrente habitual, habló de París, de pintura y de muchos amigos presentes y ausentes. Cerdá es la carne que inspira uno de los personajes del libro, el de Herzen, circunstancia que le había ocultado deliberadamente hasta ayer (aunque es un secreto que se le desvela a cualquiera que lea la novela). Por supuesto, a todos les faltó tiempo para decírselo. «¡No jodas que salgo ahí!», bramó encantado. Por supuesto que sí. Un personaje medio fugaz pero muy importante. Miguel Serrano y yo somos muy fans de las pinturas de Cerdá, de ese toque inquietante de sus paisajes postindustriales, de esa luz inverosímil que muchos han asociado a Hopper, y me gustó que dijera que las describo bien en la novela, que las ha reconocido.

Cerdá es grande.

Cenamos en la plaza de Santa Cruz, otro de los escenarios de la novela, en una especie de tournée sideral por los escondrijos del libro —y allí se engancharon mis queridérrimos Santiago Paniagua y Ana Usieto, mis brother-and-sister-in-arms—, y acabamos bebiéndonos el agua de los tiestos en una cercana boîte.

Acabé con cara de idiota buscando la luz verde de algún taxi, mientras los piquetes nocturnos se reunían en las esquinas del centro de la ciudad, bien entrada la madrugada. Me miré en el retrovisor del taxi para asegurarme de que tenía una buena cara de lelo, que el taxista tuviera la certeza de que podía cobrarme de más o darme un rodeo porque mi cara traslucía idiotez y perplejidad en dosis cercanas a la muerte cerebral. Porque así me sentía: completamente idiota y exhausto, postorgásmico y agradecido. Casi feliz. Casi humano.

Gracias por la juerga, amigos. Este idiota andaba necesitado de algo así.

ESTA TARDE, EN ZARAGOZA…

Huelga decir que están todos invitados.

Para abrir boca, esta página correspondiente al Mondosonoro de abril.

COMO UN CHINO QUE VA A CASA

Creo que no es cierto que los hombres queramos, como Ulises, regresar a nuestro hogar. No todos estamos tan locos para querer algo así. En una carta maravillosa, Franz Kafka dijo acerca de su estado de ánimo en el momento de escribir esa misiva (de amor, la envió a Felice Bauer): «Me siento como un chino que va a casa». No dijo que volviera a casa, sino que iba. Es una frase que me recuerda a Bob Dylan al comienzo de No Direction Home: «Salí para encontrar el hogar que había dejado hacía tiempo, y no podía recordar exactamente en dónde estaba, pero se hallaba en el camino. Y al encontrar lo que me encontré en el camino todo era tal como lo había imaginado. En realidad, no tenía ninguna ambición, no creo que tuviera ambición para nada. Nací muy lejos de donde se supone que debo estar, y por lo tanto voy de camino a mi hogar».

Enrique Vila-Matas, Aire de Dylan, página 309.

Me fascina la manera que tiene Vila-Matas de cachondearse de todo y, con su ironía —fina, anglosajona, sin ningún pegote de grosería latina—, decir siempre las cosas más serias. Su Aire de Dylan es una carcajada y una parodia, pero también es una novela trágica sobre la identidad y sobre la herencia que nuestros padres nos imponen. Una novela del desencanto de la senectud y, a la vez, una Künstlerroman. Un relato sobre la lucha generacional y, a la vez, una burla que ridiculiza toda la cultura y la literatura contemporáneas.

No voy a destripar ni diseccionar la novela. Prefiero hablar de algo más personal, de ese aire de Dylan que impregna tantos y tantos libros. Incluido el mío, incluida esa novelita titulada No habrá más enemigo que (alerta de autopromo) se presentará en Zaragoza el próximo miércoles. Es decir, que prefiero hablar de mis cosas, aunque sean a propósito del libro de Vila-Matas.

Bob Dylan es un estereotipo. Es un recurso gastado, un artista de artistas, una referencia caduca y naftalinosa. Dylan es influyente porque ha sabido convertirse en un aire que contamina buena parte de la cultura occidental. Especialmente, la literaria. Un artista no es influyente porque influya en el público, sino porque lo hace en otros creadores. Sólo así, su aire persiste, pegajoso e insoslayable.

Bob Dylan es el epítome de la lucha generacional. Un judío que se cambia de nombre y adopta el de un poeta borracho y violento, que se inventa un personaje para huir de su hogar. Dylan es un tipo que siempre está huyendo de casa, que siempre está renegando de sus padres, que siempre se está oponiendo a ellos. Por eso se inventa un nuevo personaje cada cierto tiempo, por eso hay tantos Dylan. Dylan es la huida constante, el empeño ridículo y vano de construirnos una identidad propia que no le deba nada al padre, a ese cabrón castrador que nos imaginó como una versión mejorada de sí mismo.

Vilnius Lancastre, el protagonista de Aire de Dylan, se parece al Dylan joven y odia a su recientemente difunto padre. Odia todo lo que fue y todo lo que hizo, y se esfuerza por convertirse en su antagonista. Pero, cuando su padre muere, éste empieza a infiltrarse en sus pensamientos y en sus sueños. Su fantasma se adueña del hijo hasta el punto de ir convirtiéndolo poco a poco en él, en un juego lleno de referencias a Hamlet (en realidad, es una parodia de Hamlet). Con esa tensión, Vila-Matas se burla —y admira al mismo tiempo— de nuestro empeño dylaniano, de nuestra obcecación por salir a la carretera, no direction home.

Para muchos escritores (pienso, por ejemplo, en mi querido Rodrigo Fresán, sin irme muy lejos), Dylan es la libertad hipster, la anarquía creativa, la búsqueda del genio a través de la introspección y el individualismo. Sin embargo, para mí, la figura de Bob Dylan es, esencialmente, un icono de ruptura generacional, de afirmación del hijo frente al padre. Y en ese sentido aparece en mi novela. Vila-Matas convierte este aire de Dylan en el leitmotiv central de su libro, empezando por el título, y va muchísimo más lejos que mis leves apuntes y citas, que no dejan de ser más que una música de fondo. Pero el sentido de su figura es el mismo que yo manejo.

En No habrá más enemigo, Dylan suena en la radio de dos coches. Pincho tres canciones suyas en mi novela. Las tres, de la misma época, del Dylan de los 70, que es el Dylan que más me interesa, el más nihilista y solipsista: Oh Sister, Gotta Serve Somebody y Knokin’ On Heaven’s Door.

Oh Sister es una especie de cántico de San Juan de la Cruz, con ambigüedad incestuosa. Si se interpreta en su sentido literal, habla de dos hermanos que desafian la figura del padre de la forma más brutal posible: follando entre ellos. Gotta Serve Somebody es una carcajada descreída sobre la ingenuidad de quienes creen que podrán ser libres algún día y no rendirán cuentas a ninguna autoridad. Knockin’ On Heaven’s Door pertenece a la banda sonora de Pat Garrett and Billy The Kid y es un canto fúnebre. Esta última, en mi novela, contrapesa la escena de un funeral: pretende subrayar la austeridad de un dolor real expresado con elegancia y contención frente a la hiperbólica escenificación de un ritual fúnebre pueblerino.

Siempre recurro a Dylan cuando quiero representar la naturalidad y la honestidad frente a la impostura barroca del mundo. Es paradójico que alguien tan complicado y que ha vestido tantas pieles, tantos disfraces y ha querido ser tantas personas distintas me evoque anhelos de autenticidad (si no le tuviera tanto miedo a esa palabra, diría de pureza), pero creo que Dylan, ese Dylan estereotipado y resobado, es la síntesis dialéctica de la contradicción entre realidad y deseo: Dylan es consciente de que nunca encontrará su identidad huyendo del hogar y negando al padre, pero la conciencia de esa imposibilidad no le impide que su vida sea un intento constante de huida.

Puede que Dylan esté muerto y se haya convertido en un lugar común, pero, como alegoría, sigue siendo pertinente. De hecho, no tiene otro sentido que el alegórico. Dylan hace tiempo que sólo es su aire, el que sopla en libros como este de Vila-Matas.

Aire de Dylan me ha divertido mucho, pero también me ha emocionado. Y no sé si esto se debe a la habilidad narrativa de Vila-Matas o a que me estoy volviendo gilipollas perdido. O a ambas razones.

ENEMIGO, BY GUILLERMO BUSUTIL

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Esto salió este sábado en La Opinión de Málaga. La considero una de las mejores y más hondas lecturas que se han hecho de mi novela. Por si a alguien le importa (que no creo).

ENEMIGO, BY ANTÓN CASTRO

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AGENDADO

Siempre que no haya huelga ese día…

Está tomado de la agenda oficial de la Fnac Plaza España, no me lo invento yo.

CEREBRO FRITO

En esta piscina flota el cadáver de un viejo gordo. Está boca abajo, como William Holden al comienzo de Sunset Boulevard. Un niño nada en torno a él y golpea su cuerpo fofo y en descomposición.

Esta piscina está en un sitio fantástico y deliciosamente hortera de México llamado Bacalar, cerca de la frontera con Belice, pero también está en mi novela No habrá más enemigo, que ya circula por las librerías patrias. Pueden pedírsela a su amigo librero desde ya.

Mientras los interesados buscan esa alberca en mi libro, yo me retiro a recuperarme de cierta fritura cerebral. Tengo las neuronas machacadas y polvorientas, tan muertas como el viejo gordo que flota en esa piscina de Bacalar.

Y sí, de verdad de la buena que esa piscina es la de la novela. De hecho, poco a poco, y de forma discontinua, voy a ir colgando una galería fotográfica de algunos escenarios de mi libro.

BREVÍSIMA AGENDA DE MARZO

Hay bastantes más cosillas, pero esto es un avance de la brasa que voy a dar en varios sitios este mes que está a punto de empezar. Aprovecho para disculpar mi ausencia el pasado viernes 24 de febrero en el sarao #lared140, donde estaba previsto que moderase una mesa redonda sobre el libro digital. Cuestiones personales de fuerza muy mayor me lo impidieron. Seguro que la cosa salió mucho mejor sin mí.

Este sábado, 3 de marzo, participaré en Madrid en el Encuentro de Blogs Literarios. Están todas las superestrellas del firmamento blogosférico literario y editorial y yo, que no llego ni a asteroide. Chatarrilla espacial, si acaso. Lo pasaremos bien, de cualquier forma. Soy ponente en uno de los paneles, pero estaré por ahí todo el tiempo, incordiando. Me comentan que el aforo es limitado (y la entrada, libre), así que si a alguien le interesa especialmente algún tema o ponente, que espabile y pille sitio pronto. Se celebrará en el Medialab Prado, muy cerquita del Caixafórum. Por la tarde, a las 19.30, algunos de los autores participantes firmaremos libros en la librería malasañera (en la calle Espíritu Santo, metros Noviciado o Tribunal). Yo me parapetaré tras ejemplares de El restaurante favorito de Nina Hagen y de No habrá más enemigo, que ya ha salido del horno y esta semana empieza a circular por las peores y más lastimosas librerías del país.

Este es el programa de festejos, pero yo aviso que de este importante cónclave de sabios sólo me interesan las copas de después y la cena que dicen que nos vamos a meter entre pecho y espalda.

PROGRAMA ENCUENTRO BLOGS LITERARIOS 2012

Madrid, 3 de marzo, en MediaLab Prado

11h 00   Apertura – 15 min
Gonzalo Garrido. Escritor. Blog Literatura basura. 5 min
Belén Bermejo. Editora de Espasa Ficción. Blog La amena biblioteca de Redfield Hall. 10 min

11h 15   A qué llamamos blogs literarios-Panel – 60 min
Paloma Bravo. Escritora. Blog La novia de papá. 5 min
David Pérez Vega. Escritor. Blog Desde la ciudad sin cines. 5 min
Pilar Adón. Escritora. Blog Leo en el océano. 5 min
Jordi Corominas. Escritor. Blog Jordi Corominas. 5 min
Julián Rodríguez. Escritor. Editor de Periférica. Blog de Julián Rodríguez 5 min
Ainize Salaberri y Jenn Díaz. Escritoras. Editoras revista Granite&Rainbow.10 min
Modera: Daniel Arjona. Periodista de El Cultural.25 min

12h 15    Qué aportan y cómo influyen en la narrativa actual-Entrevista a 4 – 45 min
Alberto Olmos. Escritor. Blogs Lector Mal-herido y Hikikomori.
Javier Avilés. Escritor. Blog El lamento de Portnoy.
Constantino Bértolo. Escritor. Editor Caballo de Troya.
Pregunta: Luis Magrinyà. Escritor. Editor de Alba.

13h 00   Break – 15 min

13h 15   ¿Puede convertirse en un género literario?-Panel – 60 min
Enrique Redel. Editor de Impedimenta. 5 min.
Gregori Dolz. Editor de Alrevés. 5 min.
Juan Aparicio Belmonte. Escritor. 5 min.
Sergio del Molino. Escritor. Blog de Sergio del Molino. 5 min.
José Antonio Valverde. Librero. 5 min.
Modera: José A. Muñoz. Director de Revista de Letras. 35 min.

14h 15    ¿Tiene sentido editarlos en libro? ¿Cómo se comercializan los blogs?-Panel – 45 min
Eduardo Laporte. Escritor. Blog El náuGrafo digital.5 min
Imma Turbau. Escritora. 5 min
Emi Lope. Editora Plaza & Janés. 5 min
Amalia López. Editora Sinerrata. 5 min
Jorge Degeneffe. Jefe de compras del departamento de librería de Hipercor. 5 min
Javier López. Librero La Independiente. 5 min
Modera: Ana Tagarro, Subdirectora de XL Semanal. 15 min

15h  00   Finalización

19h  30   Vino en La Independiente y firma de libros de los autores participantes en el Encuentro

El 9 de marzo, viernes, estaré en Huesca en una doble (o triple) presentación en la ya muy castiza librería Anónima. En principio, el sarao iba a ser para presentar allí El restaurante favorito de Nina Hagen, pero aprovechando que ya circula No habrá más enemigo, haremos un preestreno oscense del libro allá (o segundo preestreno, después de la firma de Madrid). También estará Javier Romero presentando El día en que Bunbury fue Elvis y Eva Amaral hizo los coros, libro más breve que su título. Dicen que habrá música en directo, pero, de nuevo, yo iré sólo por la comida.

El 15 de marzo, jueves, estaré con Manolo Vilas en la librería Cálamo de Zaragoza presentando la última novela de Marta Sanz, Un buen detective no se casa jamás (Anagrama).

Y por último, el 29 de marzo, la traca buena. Por la tarde (creo que a las 20.00, pero no estoy seguro), en la Fnac de Zaragoza, presentación oficial y etílica de No habrá más enemigo. Oficiará de maestro de ceremonias mi admirado Miguel Serrano.

Se están cerrando presentaciones de la novela en Madrid y Barcelona, aunque serán ya para abril.

Hay más cosas en marzo y más allá, pero esto es lo principal.

Sólo un último anuncio fuera de este programa de festejos: el 10 de mayo inauguraremos la exposición La pequeña Alemania de Zaragoza, en el Centro de Historias. La estamos terminando de diseñar y de montar, pero pinta muy bien.

Está basada en mi libro Soldados en el jardín de la paz y su diseño y forma es obra de Beatriz Lucea, con quien hábilmente me he asociado en esta aventurilla. Yo sólo he saqueado un par de desvanes y he escrito cuatro textos, pero ella se está currando lo fundamental.

DOBLADO AL ARGENTINO

El otro día les enseñé la portada de mi nueva novela. Hoy les enseño toda la cubierta. En argot de diseñador anglosajonizado esto se llama un layout. Es decir: portada, lomo, contraportada y solapas. En jerga editorial, todos los textos que se imprimen aquí (fundamentalmente, el perfil biográfico de la primera y la sinopsis, las citas y las medallas de la contra) se llaman paratextos. Y ciertamente tienen algo de paramilitar, de carácter ofensivo y chulo. Hay otro paratexto que irá en una banda aparte. Ese ya lo verán en las librerías.

Pinchen en la imagen para ampliarla.

Una noticia sobre esta novela que ya estoy autorizado a dar afecta a los amigos de Argentina, pues se va a editar simultáneamente allí y en España. Lo distribuirá en todo el país Ross Fundación Editorial, unos veteranos libreros-editores de la ciudad de Rosario que, entre otros muchos autores, han publicado a mi querido y malogrado Roberto Fontanarrosa. La novela estará en la próxima Feria del Libro de Buenos Aires, a finales de abril.

Iré dosificando el autobombo, pero hay más cositas que anunciaré progresivamente.

PD.- No lo he dicho, pero muchos ya lo saben o lo han adivinado: la portada es una ilustración de Óscar Sanmartín hecha ex profeso y directamente inspirada en una lectura del libro que me ha sorprendido por lo apasionada. Como autor que soy, les confieso que le va perfecta, condensa y proyecta todo lo que mi libro pretende ser. Me gusta gustar a Sanmartín, y espero que a él le guste que me guste él. Aunque no es momento de que empecemos a chuparnos las pollas, que dirían en la peli aquella.

CUARTO Y MITAD DE BERNHARD

Estamos preparando los detalles del lanzamiento de mi novela No habrá más enemigo, que entra en imprenta dentro de unos días, y la editorial ha escogido un pasaje de acompañamiento a los paratextos de la contraportada. Ni en mil millones de años habría sabido yo escoger un párrafo mejor, que condense con más nitidez el Geist del libro. Es este:

«¿Quién puede ser tan imbécil para preferir Kansas al País de Oz? ¿Es usted tan imbécil como Dorothy? Si vive en una ficción, acepte mi consejo y gócela.  Muchos quisiéramos traspasar el espejo y vivimos atrapados en este lado.»

De entre la decena escasa de personas a quienes he sometido a la tortura de leer la novela, los escritores coinciden en apreciar ecos de Thomas Bernhard en ella. Yo a todo digo que sí, que por supuesto, que aúpa Bernhard y tal. Pero, ahora que nadie nos oye, entre nosotros, os tengo que confesar que, entre las muchas lagunas y los insondables mares de mi culturilla literaria, se encuentra un pecado imperdonable: no he leído a Bernhard. Pero ni por casualidad. Ni por despiste.

Me encanta que me atribuyan influencias prestigiosísimas que ni siquiera conozco. Puestos a buscarme parecidos, que sean de tíos guapos y molones.

Como intuyo que lo de Bernhard seguirá coleando, porque son varios quienes coinciden en el mismo nombre —así que algo habrán visto en mis letrillas que justifique la cita—, me he pasado esta mañana por mi librería favorita y le he pedido a Félix que me pusiera cuarto y mitad de Thomas Bernhard. Para poder decir en qué me ha influido y explayarme un poquito sobre ello.

—A mí me gusta mucho este, Mis premios —me recomienda Félix, sacándome todo el muestrario austriaco de su fondo—. ¿Quieres poesía también?

—¿Poesía? No jodas, ¿no ves que llevo barba? Soy muy macho para andar leyendo versitos —le respondo, haciendo gala de mi proverbial sensibilidad.

Así que esta noche empezaré a buscar mi yo bernhardiano. A ver si voy a descubrir que Bernhard me copió a mí y no al revés.

Pensando en el porqué de estas atribuciones literarias, concluyo que, quizá, lo que perciben estos lectores es una cierta atmósfera austriaca. Es posible que lo que algunos interpretan como amargura bernhardiana tenga más que ver con los libros de Elfriede Jelinek y las pelis de Michael Haneke, autores que sí frecuento con placer morboso.

En cualquier caso, me fascina —y comprendo a la perfección, porque yo también lo hago— la pulsión cultista a la hora de buscar referencias y conexiones literarias. Siempre se citan grandes nombres y cimas inalcanzables, pero muy pocos son capaces de ver la carnaza pulp que sustenta muchas narrativas dizque sublimes. En mi caso, nadie me ha sacado hasta ahora (si bien es cierto que nadie ha leído aún el libro, más allá del círculo de editores, agentes y amiguetes escritores) una referencia que yo considero clara y que no me he esforzado en disimular: El Mago de Oz.

Pero, claro, El Mago de Oz no mola. Mola mucho más Bernhard.

Me alegra que los editores sí que hayan apreciado esa conexión trash. Eso significa que la han leído con ojos cariñosos y atentos. Y me halaga mucho, la verdad, porque esa cita de la contraportada es la única mención expresa que hay en la novela. El resto, son alusiones muy veladas, prácticamente ilegibles.

Para mí, el juego realidad-fantasía del mundo de Oz (mucho más oscuro en la novela que en la peli) no sólo es muy sugerente, sino que lo siento como una pieza clave de la cultura popular contemporánea. Su espíritu me ha ayudado a estructurar buena parte de la obra, y creo que se entiende mejor cierto simbolismo deliberadamente críptico si se pillan los guiños ozescos.

Pero, vamos, que yo no soy nadie para decir cómo ha de leerse mi novela. Si la cosa va de Bernhard, no me he de quejar. Viva Bernhard. Lo importante, para mí, es que se lea. Luego, que cada cual saque sus referencias y conclusiones.

Mientras tanto, me voy a leer a Thomas Bernhard, que ya me vale haber llegado a mis años y a mi posición sin haber tocado un libro suyo.