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BARCELONA ERA UNA FIESTA O VILA-MATAS, ¿POR QUÉ ME ODIAS?

Montar una presentación no deja de ser más que un trámite inocuo que se resuelve con un par de mails y una llamada de teléfono. No tiene mucho misterio, salvo cuando se complica. Pero hay presentaciones que nacen como yo, gafadas. Generalmente, estas tonterías no se cuentan nunca en foros públicos. Principalmente, porque aburren y no son interesantes, es como si una empresa te detallara su proceso de inventario o cómo empaquetan sus productos. Pero, en Barcelona, se dio tal cúmulo de desastres, que acabaron convirtiendo lo tedioso en divertido.

O en algo parecido a la diversión. Porque estas cosas sólo son divertidas cuando les pasan a los demás.

Paso número uno para montar una presentación: que alguien te presente. En tu ciudad, es fácil. Coges a un amigo, lo emborrachas a conciencia y le ofreces favores sexuales que no le vas a pagar, y ya está resuelto el trámite. Pero, cuando sales de tu pueblo, te tienen que buscar un maestro de ceremonias adecuado, alguien que te introduzca en la buena sociedad literaria del lugar. Mi agente, Ella Sher, me propuso a Álvaro Colomer, a quien yo no conocía personalmente, pero sigo en sus artículos de La Vanguardia. Álvaro recibió el libro, empezó a leerlo, dijo que sí, que me presentaba, y todos tan amigos. Pero la Fnac nos cambió la fecha que nos había dicho al principio, por una serie de pequeños malentendidos, y la nueva fecha no le encajó a Álvaro, que tenía que dar una clase a esas horas de ese día.

Yo: ¿Y no se puede mover el día?

Fnac: Por la gloria de mi madre, que es francesa y trotskysta, que no. ¿Tú sabes cómo está Barcelona de escritores en abril, fill meu? Abril es el mes más cruel, abril es Sant Jordi. En abril, hasta las piedras de Barcelona y hasta los mimos de las Ramblas presentan libros. Imposible, nain, nidecoña, noi del sucre.

Busquemos a alguien, pues. Y lo empiezo a buscar, sin saber lo mucho que iba a sufrir.

Recurro a Martínez de Pisón, Pisón de mi corazón, ¿te apetecería decir unas palabritas sobre mi novelita, ya que tienes la gran ventaja sobre otros de que la has leído y hasta escribiste un blurb para la faja?

Pisón: Me encantaría, pero ese día ya me he comprometido con Vila-Matas, que presenta su novela.

¿Cómo? ¿Qué? ¿Que Vila-Matas presenta en Barcelona a la misma hora que yo? Pues qué bien, haremos eco en la Fnac, no vendrá nadie de nadie.

Fnac: No te apures, que tenéis públicos distintos.

Yo: Sí, claro, su público lo conforman personas con atributos nítidamente humanos y capacidad adquisitiva,y el mío, amigos imaginarios. Son públicos distintos.

En el ínterin, una bella traductora a quien no nombraré porque no quiere protagonismos, alegó timidez extrema y pánico escénico para recharzarme. Llamé también a Rodrigo Fresán:

Fresán: Lo haría encantado, Sergio, pero ese día y a esa hora me he comprometido a presentar la novela de Juan Villoro en Barcelona.

Yo: ¡Villoro! ¿Tú también, hijo mío? Villoro y Vila-Matas. Dos contra uno, mierda para cada uno, que decían en el cole. Ya podréis, abusones, próceres de las letras, contra un joven mindundi como yo. Meteos con los de vuestro tamaño.

Hablo con Jordi Corominas, poeta, crítico y perejil de todas las salsas literarias.

Jordi: No busques más, Sergio, ya tienes presentador. Y luego nos vamos a beber unas cervezas sin a unos cuantos antros.

Yo: Genial, presentador y cicerones de antros en uno. Gracias, Jordi.

Jordi: De nada, tío.

Y así me quedo, tranquilito, hasta que la semana pasada se me ocurre mandarle un mail a Jordi para ver qué tal iba y cómo quedábamos para la presentación.

Jordi: Tío, asesíname, pero, ¿no era en junio?

Yo: No, es este miércoles. Abril, 11 de abril.

Jordi: No, no, no, me dijiste en junio. Mira, aquí está en tu mail: 11 de junio.

Yo: Mierda, es verdad, soy gilipollas, te pasé mal la fecha, qué atontao soy. Es que soy de letras y me lío con los calendarios.

Jordi: Este miércoles no puedo, me he comprometido a presentar a Vila-Matas.

Vila-Matas. Empiezo a escuchar mucho ese apellido compuesto y guionizado.

Yo: Bien, vale, de acuerdo, Jordi, ve en paz, pero lo que me dijiste de los antros sigue en pie, ¿no?

Jordi: Claro que sí.

Corro a escribir a Cristina Fallarás, en tono de súplica, contándole lo que llevo contado hasta aquí, diseminando unas cuantas lágrimas en el mail, como las enamoradas que empapaban el papel de las cartas que enviaban a sus novios en el frente.

Yo: Cristina, por favor, te estaré eternamente agradecido, te lo pido como favor especial.

Cristina: Perdona que me dé la risa, pero es que, hace una hora, me ha escrito Vila-Matas pidiéndome que participe en su presentación.

Yo: Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooo.

Maldito Vila-Matas, otra vez te me has adelantado. Truenos, rayos y centellas, mi archienemigo me la ha vuelto a jurar. Pero, ¿cuántos escritores hacen falta para presentar una novela de Vila-Matas?

Bueno, quizá exagero, qué más quisiera yo que tener archienemigos como Vila-Matas. Mi verdadera archienemiga es una vecina nonagenaria que me espía por la mirilla y huele a pis.

Cristina: Pero tú tranquilo, que esto lo solucionamos rápido. ¿Te va bien Raúl Argemí?

Yo: I tant! La cuestión es si le voy yo bien a Raúl Argemí.

Varios mails después, cuando Raúl utilizó la palabra viejo en vocativo para referirse a mí supe que todo estaba all right. Y con sobresaliente: no sólo tenía salvada la presentación, sino que me presentaba un grande, un lobo gris de la novela negra.

Raúl me hizo el honor de leerse el libro en una sentada, y encima dice que le gustó, que lo disfrutó, y que apreció el personaje de Irigoyen. Yo, he de confesarlo, tenía miedo de lo que un argentino pudiera pensar del Irigoyen de mi novela, pero Argemí, que tuvo la desgracia de padecer la dictadura de Videla, lo dejó claro: «Yo conocí a muchos como él, está perfecto».

Yo: De hecho, está inspirado en un argentino real.

Argemí: Es que los argentinos somos unos hijos de puta.

Argemí no lo es. Ya se lo digo yo (hijo de puta, digo; argentino sí que lo es, incluso medio patagónico, que es una forma esencial y trascendental de ser argentino).

El pequeño cónclave de despistados y amigos que se reunió en la Fnac Triangle disfrutó del humor y de la labia de Argemí. Aquí se nos ve, tan panchos, como si Vila-Matas y Villoro no estuvieran llevándose la gloria en otros foros de la ciudad. El fotógrafo es Mario de los Santos.

Lo importante es que pasamos la noche bebendo muchos zumos de frutas y podría rematar esta especie de crónica patatera con un texto de negritas sobre una velada que se prolongó hasta muy tarde (en argot periodístico, es decir, en argot de oficios perdidos, un texto de negritas es una crónica social en la que se destacan en ídem los nombres de los famosetes y VIP que adornan con su fermosura el sarao que se reseña).

Acabamos en Il Giardinetto, un sitio de una bocacalle de Balmes al que solían acudir los pesados de la gauche divine. Y es verdad que la boîte es muy gauche divine, con una moqueta verde pistacho y camarero con pajarita. Los precios, sin embargo, no eran de 1960. Los tenían actualizados, los muy estetas. Allí pude saludar a Juan Villoro, el pérfido, que estaba emocionado porque acababa de descubrir que su abuelo no era de Barcelona, sino de un pueblo de Zaragoza. Apareció Rodrigo Fresán, que se retiró muy pronto, demostrando mucha inteligencia, y pude alternar con toda la cla de Vila-Matas, salvo con Vila-Matas itself, que se había ido hacía mucho. Mi venganza, por consiguiente, habrá de esperar.

Mientras tanto, me medio vengué brindando con pepsicolas con toda la corte de Vila-Matas. Por allí anduvieron Martínez de Pisón, Cristina Fallarás, la superagente literaria Mónica Martín y Jordi Corominas —que tiene pendiente llevarme a algún antro, porque un sitio que se llama Il Giardinetto no es un antro ni de coña—, entre otra mucha gente. Todos muy formales y bebiendo Bitter Kas y Fanta Limón.

Disfruté muy especialmente con Pablo Bieger, a quien algunos recordaréis de mi libro Soldados en el jardín de la paz, y con Javier Rodrigo, nuestro Javivi, con quien me puse sebaldiano o algo así (qué horror, qué mal me sienta el Trina de Melocotón, lo lamento, Javi, seguro que dije muchas tontadas). Me tomé un agua mineral con Álvaro Colomer, que se escapó después de su compromiso para asomarse a nuestro abrevadero, y conocí a Iván Repila, que ha publicado Una comedia canalla en Libros del Silencio. Iván es de Bilbao y practica el boxeo (un escritor boxeador: el viejo mito medieval de la espada y la pluma, un Jorge Manrique de la era Twitter), por lo que fue toda una temeridad por mi parte darle mi franca opinión (con gritos, aspavientos e imitaciones ofensivas) sobre la música de su admirado Enrique Bunbury. A punto estuvimos de acabar en la calle, como dos estibadores viejunos.

Es decir, que lo que se preveía como desastre, terminó en gran juerga con su epílogo de resaca y lagunas mentales. Como las buenas historias de amor.

La semana que viene toca presentar en Madrid. Dadme unos días para que mi hígado filtre todo el Nestea que trasegué en Barcelona y seguimos donde lo dejamos.

PD.- Al llegar a casa me encuentro con esta reseña en el blog de Maite Uró (pichar aquí para leer). Sirva como colofón a estas líneas de gratitud.

ONCE LIBROS DE DOS MIL ONCE

Como buen desordenado que soy, me gusta hacer listas. Así me creo una ficción de orden, jerarquizo el mundo y me convenzo de que el caos que hay en mi mesa y en mi ordenador tiene un significado que sólo yo soy capaz de ver. Por eso, y porque me apetecía recapitular, que estas fechas son muy de recapitular, les ofrezco esta lista de mis once mejores libros de 2011. Con varias advertencias preliminares.

La primera es que se trata de libros editados en 2011, con el ISBN inscrito en este año. No es, por tanto, una lista de los libros que más me han gustado del 2011, pues este año he leído muchos otros publicados otros años e incluso editados en otros siglos. Y puedo decir que bastantes de esos me han gustado mucho más que la mayoría de los que están en esta lista, pero quiero ceñirme a lo que ha pasado este año, a las latest news. Lo pretérito lo guardaré para mí.

La segunda salvedad es que he procurado escoger libros que he reseñado en este blog. Hay algunos títulos editados en 2011 que me han gustado bastante pero que no he comentado aquí, porque no voy a compartir todo lo que leo, algo me tendré que guardar para mí. Esos, con una excepción que verán a su debido tiempo, se han quedado fuera de los candidatos al top-11.

La tercera salvedad tiene que ver con las editoriales. Ya saben ustedes que soy un lector escorado hacia la edición independiente y pequeñita, y que, por norma general, no me encontrarán husmeando entre los más vendidos de las librerías. He procurado que esa vocación se refleje en la lista, y eso me ha obligado a dejar fuera algunos títulos de una editorial en concreto para que la cosa quede variadita. Me refiero a Libros del Silencio. Algunas de las mejores cosas que me he llevado a los ojos en 2011 llevan su sello, y por eso, tres de los once títulos les pertenecen. Me he reprimido para no incluir dos o tres más. Lamentablemente, al final he descubierto que las editoriales majors no lo son sólo por su volumen de facturación, sino porque son capaces de atraer a los mejores y más eficaces escritores, con más oficio y veteranía. Por eso, al final, Mondadori, Tusquets —dos títulos cada uno— y Seix Barral tienen su hueco en la lista. Decencia obliga.

Y la cuarta y última advertencia tiene que ver con mis limitaciones: no he leído ni El mapa y el territorio, de Houellebecq, ni Libertad, de Franzen, consideradas por muchos críticos como lo mejorcito del año. Yo no puedo juzgarlas. Es ocioso decirlo, pero hablo de lo que leo, no de lo que otros dicen que hay que leer.

Por último, el orden sí indica preferencia. Es una jerarquía, y la cosa va de menos a más agrado. Las razones, en cada escalón. Ah, y se me olvidaba: en aras de la transparencia, añado al final una nota de mi relación con los autores, tal y como hace Vicente Luis Mora en su blog. Para que luego no digan que si mira tú qué tal y pascual.

TOP 11.

Antonio Orejudo, Un momento de descanso, Tusquets Editores (comentario en el blog, aquí).

No es la mejor novela de Orejudo, pero es un Orejudo, al fin y al cabo, y eso, en un panorama pobretón y predecible como el que sufre la literatura española, siempre es un marchamo de calidad. Me gustaría que estuviera más alto en la lista, pero se trata de un Orejudo menor, algo reiterativo con respecto a los tics de estilo que tanto éxito le han dado. Este año se ha reeditado también Ventajas de viajar en tren. Para muchos, su mejor novela (no para mí, yo prefiero Fabulosas narraciones por historias). Pero es una reedición y no cuenta como novela nueva.

Relación con el autor: absolutamente ninguna.

TOP 10.
Javier Avilés, Constatación brutal del presente, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Inclasificable, a ratos ilegible, mareante e incluso desquiciante. Una de las cosas más originales que se han publicado en España en clave metaliteraria. Una reflexión sobre el arte y la necesidad de narrar hecha desde la narración misma. Un libro para escritores y para gente muy interesada por estas cuestiones. Javier Avilés escribe de puta madre, con mucho nervio, y compone una especie de relato de misterio en el que lo importante es seguir leyendo. Lo que quizá hubiera querido ser El nombre de la rosa si no fuera un best seller. Lo incluyo en el top-11 por original, periférico y audaz. Disfruté mucho y me hizo pensar. Y no me hace disfrutar ni me hace pensar cualquier cosa.

Relación con el autor: intercambio esporádico de mails cordiales a propósito de su libro. Ah, y nos seguimos mutuamente en Twitter, donde es un tipo gracioso.

TOP-9.

Marian Womack, Memoria de la nieve, Tropo Editores.

No he escrito de este libro en el blog por escrúpulos éticos y profesionales (es mi editorial, y no sólo me publican libros, sino que trabajo con ellos y son mis amigos, así que cualquier promoción de sus títulos por mi parte se puede malinterpretar), pero estaría siendo muy injusto si lo excluyera de esta lista. No me avergüenza confesar que he llorado leyendo esta preciosa y delicada nouvelle, escrita con una sensibilidad a caballo entre lo lisérgico y lo esotérico. Quizá fue el momento en el que la leí, pero los fantasmas que se aparecen en sillones orejeros de los fríos salones de Oxford me emocionaron muchísimo. Historias sobre el amor y la muerte, o sobre amores que se congelan tras la muerte, como esa nieve que cubre todas las tramas y todos los escenarios. Sutil, lírica, íntima y extraña. Hay quien ha acusado a la autora de inconsistencia narrativa, pero yo creo que no hay pecado sin intención, y Womack —gaditana y rusófila, por cierto; el apellido lo toma de su marido, el poeta inglés transterrado a Madrid James Womack— no ha querido escribir una novela sólida, sino un libro de sensaciones, epidérmico y, sí, por qué no decirlo, poético.

Relación con la autora: epistolar, muy simpática en el trato por email.

TOP-8.

Francisco Ferrer Lerín, Familias como la mía, Tusquets Editores (comentario en el blog, aquí).

Bruta, a ratos soez, con tendencia al salvajismo, pero escrita con la elegancia y rectitud que sólo un ex novísimo (o casi novísimo) puede conseguir. Con un humor negro que me recordaba a ratos al de Rafael Azcona y que se inserta en la mejor tradición hispana —¿por qué los escritores españoles se empeñan en ser tan serios y solemnes si venimos del Lazarillo y del Quijote, que son chiste sobre chiste?—, Ferrer Lerín presenta una obra antiintelectual que a ratos se comporta como una roman à clef. Retuerce su autobiografía y la convierte en un delirio criminal con banda sonora ibérica. A no perderse el proyecto de convertir la provincia de Teruel en un territorio para hacer desaparecer cadáveres de ajusticiados a través de los muladares. Lo que Bigas Luna podría haber hecho si tuviera talento para ello.

Relación con el autor: colgó mi reseña en su blog y nos escribimos a propósito de ciertos juicios míos sobre su novela que él no compartía. No llegamos a una entente, pero quedamos como amigos.

TOP-7.

Colin Wilson, Ritual en la oscuridad, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Hablé de él hace muy poco, así que no voy a insistir volviendo sobre el tema. Un  descubrimiento y un autor a investigar. Esperamos que lleguen más traducciones. Por cierto, Javier Calvo vuelve a confirmar aquí que es uno de los mejores traductores del inglés: todo suena natural en los libros que él traduce y sabe recrear el registro coloquial como pocos.

Relación con el autor: ninguna, vive muy lejos, habla muy raro y dicen que le gustan los ovnis, así que tampoco tengo muchas ganas de conocerlo si se diera el caso.

TOP-6.

Alberto Olmos, Ejército enemigo, Mondadori ().

El otro día presentó Olmos este libro en Zaragoza. El presentador oficial era Manuel Vilas, pero se indispuso, y mi amigo Ángel Gracia, baranda del Fórum de la Fnac, me llamó en tono un poco suplicante pidiéndome que estuviera en la mesa. No ejercí de maestro de ceremonias, pero sí instigué una conversación con Alberto en la que me felicité, en nombre de los lectores literarios, del éxito de este libro, porque representa la emergencia de una literatura diferente a la que estamos acostumbrados y a la que hasta ahora defendían los popes en este país. Visto con cierta distancia, ahora me parece que la principal virtud de Ejército enemigo y del ruido que está haciendo es que ha sacado del armario a una generación de autores jóvenes que quizá anuncien un necesario y refrescante relevo. Porque, hablando en plata, estamos hasta los eggs de los tipos que hicieron la Transición y sus monsergas de posguerra.

Relación con el autor: moderadamente etílica, de mesa, mantel y barra de bar. Amigable y cariñosa en lo epistolar.

TOP-5.

Manuel Jabois, Irse a Madrid, Pepitas de Calabaza (comentario en el blog, aquí).

Un columnista comme il faut. Un articulista de los de antes pero con el estilo de ahora. Lo que me gustaría encontrar en los periódicos y nunca encuentro. Un escritor elegante y socarrón, un cronista con estilo, un mago de la primera persona del singular. Los artículos de Manuel Jabois son delicatessen periodística y diluyen las fronteras entre lo literario y lo gacetillero. Una patada periférica, desde la lejana y brumosa Pontevedra, al ombliguista y mediocre centralismo que practican muchos de los que escriben en los papeles. Chapó.

Relación con el autor: dejó una vez un comentario en este blog que creo que ni siquiera respondí, maleducado que soy.

TOP 4.

Art Spiegelman, Metamaus, Pantheon (comentario en el blog, aquí).

Este no lo van a encontrar en su librería, tendrán que pedirlo a los americanos, pues de momento sólo se ha publicado allá, en una editorial de Nueva York. Y si no leen inglés, olvídense de él. Metamaus es una reflexión sobre el cómic Maus en su vigésimo aniversario. Se compone, básicamente, de una larga conversación con Spiegelman en la que se explaya sobre un montón de cuestiones relativas al proceso de creación de Maus, a su repercusión y, en definitiva, a qué piensa del arte, de la literatura, de los cómics y de la fijación del discurso histórico oficial a través de los relatos de ficción narrativa. Esto suena muy intelectual, y lo es: ¿qué esperaban de un artista judío neoyorquino? Esta gente no sabe hablar sin citar a tres filósofos de la Escuela de Frankfurt. Pero, a la vez, es muy oxigenante y transpira honestidad. En estos tiempos tan dominados por intelectuales naif y por descubridores del Mediterráneo que se expresan con palabras polisilábicas que se inventan sobre la marcha, da mucho gusto dejarse seducir por la voz de un artista honesto que es capaz de pensar sobre su oficio en forma socrática, sin aspirar a auspiciar cánones o a inspirar preceptos. Un lujazo de libro, imprescindible para todos los que se quedaron fascinados por el cómic.

Relación con el autor: le amo en la distancia y oculto entre la masa, con un océano de por medio, sin aspirar siquiera a que su mirada se cruce con la mía. Ay (suspiro melancólico).

TOP-3.

Celso Castro, astillas, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Y llegamos a la medallita de bronce. Merecidísima. Es el descubrimiento de 2011. Si estos fueran unos premios de cine, se llevaría el de actor revelación o mejor director novel, aunque astillas no sea su primera novela. Es, de hecho, la segunda de una trilogía que empieza por el afinador de habitaciones (todo en minúsculas, por favor, estamos ante un escritor minusculista que no usa nunca las mayúsculas). Una historia de fantasmas y de niños bien huerfanitos en una Coruña drogadicta y subidita de calentura sexual. Es un libro que habla de las cosas importantes de la vida: follar y… No me acuerdo de cuál era la segunda. Una Bildungsroman con resabios de Henry Miller y lamentos de poeta, pero con un sentido del humor lo bastante poderoso como para compensar el malditismo.

Relación con el autor: ninguna de las ningunísimas, ¿no les he dicho ya que vive en Galicia? Pues, ¿qué más quieren saber?. Por cierto, hay dos gallegos en esta lista. Me mosquea. ¿No estaré haciendo méritos inconscientes para el nuevo presidente de este país con burdos guiños a sus paisanos?

TOP-2.

Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana, Seix-Barral ().

Medallita de plata para el amigo Pisón. Por la mejor novela que ha escrito hasta la fecha, con la que creo que ha dejado definitivamente atrás su etapa de contaminación sebaldiana. Una novela redonda, de estructura muy compleja y planteamientos poco complacientes con la narrativa española al uso, que promueve una revisión del pasado en un sentido distinto al que aventura Pisón. Además, es un libro comercial en el mejor de los sentidos, que admite varios niveles de lectura y es capaz de satisfacer al lector literario más elitista y al que sólo busca entretenimiento. Un alarde de técnica y de pulso narrativos. Una novela que sólo puede escribir alguien con el oficio y el alma de artesano stajanovista de Martínez de Pisón. La leí en dos tardes.

Relación con el autor: difundió algunos elogios desproporcionados sobre mi anterior librito, Soldados en el jardín de la paz, y hemos compartido mesa, risas y mantel. Las copas, cada uno las bebía de su vaso, sin compartirlas.

TOP-1.

Edmundo Paz Soldán, Norte, Mondadori (comentario en el blog, aquí).

Quizá sea por la cercanía de su lectura, que conservo aún muy fresca, pero tengo muy buenas sensaciones en el paladar lector. Un amigo a quien se la recomendé la calificó de un must, un imprescindible. Paz Soldán es una de las voces más interesantes de la literatura en español, y este thriller ambicioso es puro nervio, una prosa llena de capas, que baila por todos los registros del idioma para componer un friso duro, sin sentimentalismos ni cursilerías. Asesinos en serie, locos, chicas colgadas de colgados… Todo mola en este libro vibrante, que avanza en torbellinos. No creo que haya muchos escritores contemporáneos a la altura de Paz Soldán, que combinen un estilo poderoso y dúctil con una técnica narrativa muy depurada y más propia de un norteamericano que de un hispano. Quizá porque vive en Estados Unidos. Maravilloso. Como escritor, ante libros así, sólo puedo sentir envidia. Y no de la buena.

Relación con el autor: qué más quisiera yo. Si tuviera amigos así, no tendría que aguantarles a ustedes (uy, ¿he dicho esto con el micro abierto?).

¿Y ustedes? ¿Han leído algo o el porno gratis online ha absorbido todo su tiempo en 2011? ¿Algo que debamos saber, algún libro que haya cambiado sus vidas en estos doce meses? Por favor, estamos deseosos de sus recomendaciones. Déjenlas en los comentarios para que podamos gozar de ellas. Eso sí: en la medida de lo posible, que sean títulos publicados en 2011, que a Valle-Inclán y a García Lorca ya los leímos en el insti.

CONTRA LA NOSTALGIA DEL RASTRO

Tenía ganas de leer a Javier Pérez Andújar, que venía recomendado desde varios frentes, y decidí empezar por su primera novela, Los príncipes valientes. Novela cuya lectura he abandonado en la página 109, aproximadamente la mitad del libro, que tiene 233. Por tanto, debería abstenerme de emitir juicio alguno. No es profesional ni honesto poner a parir (digo, analizar desapasionadamente) una obra que no se ha leído de principio a fin, pero como es domingo, calzo pantuflas y no me he lavado el pelo, me voy a permitir el lujo de hacerlo. Creo que con advertirles del punto kilométrico en el que me rendí cumplo con los muy laxos criterios de honestidad que inspiran este su blog.

Alguna vez he escrito por aquí y en otros sitios sobre la diferencia que hay entre un recuerdo genuino y uno falseado o reducido a su mínimo común denominador. El ejemplo clásico es una versión de un mismo libro-idea firmado por dos autores: Joe Brainard y Georges Perec. Ambos escribieron sendos libros titulados Me acuerdo (I remember y Je me souviens). El de Brainard es mejor no sólo porque fue el original y el de Perec un plagio, sino porque se compone de recuerdos personales e íntimos, mientras que Perec se dedica a citar títulos de películas, nombres de políticos y programas de la tele. La memoria de Brainard estaba llena de primeras pajas, de primeras broncas paternas, de primeras tetas entrevistas. La de Perec, de campeones del Tour de Francia y de titulares de periódico amarilleados y rancios.

Sin embargo, el libro que se ha hecho famoso es el de Perec, porque dicen que es un retrato generacional de la Francia de los sesenta y setenta. Y yo respondo, recurriendo a los estándares más sofisticados de la crítica comparada: ¡y una mierda! En todo caso, es una reducción al mínimo común denominador de una supuesta experiencia colectiva. Con la reiteración de titulares de periódico y de repasos a las carteleras antañonas se construye una sensación de pertenencia marcadamente chovinista cuyo único mensaje posible es un complaciente y aldeano: «cómo mola ser francés».

Lo que transmite Brainard es mucho más sofisticado y mucho menos complaciente. Brainard, al exponer su experiencia íntima, desprovista o podada de referencias pop, está abismándose en el misterio del recuerdo y acaba trascendiéndose a sí mismo. Explorando su propia condición revela algo de la condición humana. De lo individual a lo universal. En otras palabras: si no eres un francés nacido en la posguerra, necesitas muchas notas al pie para entender las referencias y las citas de Perec, pero el libro de Brainard no requiere explicación ni comentario: cualquiera puede entender a ese chaval que se hace pajas.

El recurso de saturar un relato con referencias pop es uno de los tópicos más cansinos no sólo de las series como Aquellos maravillosos años y Cuéntame, sino de obras que pretenden hacerse pasar por alta literatura como Los príncipes valientes. Pero yo me pregunto, al igual que lo hago con Perec, si eso es literatura o si no es más que una trampa planteada con varios fines. Yo creo que esto tiene más que ver con la memorabilia o la quincallería del Rastro que con la literatura o el arte —si se entienden estos como una forma de asomarse a nosotros mismos y de entender de qué cojones va la vida—.

Los príncipes valientes cuenta la infancia de un niño hijo de emigrantes sureños en el extrarradio de Barcelona en los años del tardofranquismo. Es decir, un trasunto del autor, una autobiografía ficcionada. Hasta ahí, nada que objetar, soy muy partidario de las novelas iniciáticas y de utilizar los propios recuerdos infantiles como plataforma narrativa. El problema es qué se hace con esos ingredientes, y Javier Pérez Andújar guisa con ellos un comistrajo propio de un bloque de lumpenproletarios charnegos de Badalona. Algo incomible con textura de zapato viejo, mucho colorante artificial, maizena para que engorde una salsa sin sustancia y un camión de dientes de ajo que hacen que la comida esté toda la tarde repitiendo en el estómago. Tenía la materia prima adecuada para componer un La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, y ha decidido preparar un mal episodio de Cuéntame.

En el libro, hasta donde he llegado (la mitad), no pasa absolutamente nada. Pero nada de nada. He transitado por cien páginas de presuntamente poéticas descripciones del extrarradio, con su río Besós espumeante de mierda química tirada por las fábricas, alternadas por una serie encadenada de miniensayos críticos de cultura popular tardofranquista. De hecho, me rendí al final de una de esas disquisiciones, que va de la página 89 a la 107. Durante casi veinte interminables páginas, el narrador divaga sobre las semejanzas entre el teniente Colombo y Don Quijote, analiza los rasgos cervantinos del detective televisivo y hasta llega a hacer un estudio etimológico de su nombre vinculándolo con Cristóbal Colón, sin olvidarse de citar a Sartre y lo mucho que tiene de existencialista y bla, bla, bla. Y mientras leo, termino por recorrer las páginas en diagonal preguntándome irritado —y en inglés, que ya que uno se irrita, ha de hacerlo de una forma que entienda todo el mundo—: «What’s the point, man? What’s the fucking pont?».

Y llego a la conclusión de que no hay point. De que todo es una sucesión de Colombos, series de dibujos de la RDA, novelas de kiosco del oeste, tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín y tesinas sobre el significado alegórico de la segunda parte del Lazarillo de Tormes. Y mucho cervantismo. Y mucho tío andaluz que ha vivido mucho y tiene las manos muy ásperas de currar y fuma muchos cigarros y mira mucho por el balcón y tiene mucha sabiduría en sus arrugas de trabajador sufrido pero que, hasta la página 109, no hace nada de provecho narrativo más que posar para que el escritor le describa.

Porque el prota de esta historia, aparte de leer tebeos y libros —y contarnos sus impresiones, más propias de un doctorando en Filología Semítica que de un chaval de diez años—, contempla el mundo que le rodea, pero ese mundo parece estático: es un cuadro donde nadie se mueve, donde no hay tramas ni acciones. Uno se desespera esperando el momento en que alguien se líe a tiros o viole a uno de los niños o, por lo menos, le toque el culo a la mujer del vecino. Porque ya está bien: ni siquiera el extrarradio barcelonés más genuinamente obrero podía ser tan aburrido.

Pero hay otro problema aún más grave que la ausencia de trama y de sustancia narrativa (esto, de hecho, puede despacharse como un rasgo posmoderno), y es que Pérez Andújar explica en lugar de narrar. Intelectualiza cada escena en vez de relatarla. Y peor aún: hace pasar por reflexiones de un niño lo que no son más que los análisis que el adulto medita a partir del recuerdo infantil. Es decir: que nos quiere vender pensamientos del niño que en realidad lo son del adulto que narra. Bastará un ejemplo:

En mi ruborizarme con la presencia de Marta, con su alejamiento de mujer joven, voy a descubrir que su indiferencia es únicamente un gesto, es exclusivamente una actitud que ella adopta, y así me convenceré de que tal vez la indiferencia nunca alcance a tener categoría de materia prima; pues lo que de forma tan clara percibo detrás de la indiferencia de los ojos hermosos de Marta es la mirada fanfarrona del desprecio con que un leopardo humilla a un cazador de rifle, y también la altivez irrefutable del que ha llegado primero a un sitio o al mundo en general.

Además de un problema estilístico —que ahora comentaré— hay un error garrafal en el planteamiento del punto de vista: si es el niño quien mira, hay que respetar la mirada del niño y no enmierdarla con las elucubraciones del adulto. Como lector, me interesa saber qué ve en María el niño, no lo que el adulto cree haber visto treinta años después. No sé si me explico. En cuanto al problema estilístico, tiene que ver con una cansina tendencia a prolongar las frases con cláusulas reiterativas encerradas por comas. La adjetivación barroquizante y el abuso de la subordinada fatigan muchísimo la lectura y hacen mucho menos interesante un texto que, de por sí, no es más que un muestrario de memorabilia.

Ignacio Martínez de Pisón sí que es un narrador eficaz capaz de conjugar un repertorio de referencias pop históricas y insertarlas en un relato vivo, rico y apasionante. Esa es la diferencia entre escribir una novela y un episodio de Cuéntame o una tesina sobre cómics del tardofranquismo.

Espero que no me tachen de frívolo si dejo que el resto de la vida siga y hable aquí de cosas no cancerígenas.

Como el libro que me acabo de terminar: El día de mañana, de Ignacio Martínez de Pisón.

No hace mucho, en una reputada librería, un editor me elogió a Martínez de Pisón como “ese escritor que encuentra siempre la frase exacta, la forma de decir precisa, que no puede ser dicha de otra forma”. La conversación viró en ese momento a otros temas y me quedé con las ganas de expresar mi desacuerdo. Si lo que el editor quería decir era que Martínez de Pisón es un esteta del lenguaje, un proustiano colocador de mots justs, nada más lejos de la realidad: Pisón es prosista (y no proustista) en toda la extensión del término. Sí que es -y quizá a esa virtud aludía el editor-, en cambio, un narrador despiadadamente eficaz, que sabe subordinar el efectismo del lenguaje a la estructura del relato y a la comprensión de la acción narrada.

Por eso parece que las novelas de Pisón son tan fáciles, que fluyen tan risueñamente, cuando en realidad son artefactos literarios complejísimos y muy bien engrasados, en los que cada tuerca y cada rosca cuenta.

A mí Pisón me gusta cada vez más. Es un escritor que crece sin salirse de su forma de entender la literatura -que, en su caso, no creo que pueda desgranarse en una poética- y, a la vez, sin anquilosarse en una fórmula que ha demostrado que conecta con el público. No se repite y, a la vez, sigue haciendo lo mismo. Y en El día de mañana ha alcanzado una cumbre: ha escrito una de sus mejores obras, si no la mejor hasta la fecha. Es un narrador en estado de gracia, en la plenitud de su oficio, y da gusto disfrutarlo.

Alguna vez he dicho que Pisón es un escritor transversal, en el sentido de que es capaz de satisfacer a los paladares literarios más refinados, como el de Vila-Matas, y de colmar las ansias pequeñoburguesas de las abonadas al Círculo de Lectores. En ese sentido, es una rara avis, es casi un escritor francés, una especie de Houellebecq recatado -a veces, porque cuando le da por ponerse guarro, sabe hacerlo bien-. En esta novela combina una estructura muy compleja con una narración muy fluida. No se le ven las tramoyas: el relato avanza sin dificultad por un laberinto de voces y narradores que alteran el punto de vista cada pocas páginas hasta formar un caleidoscopio que, en otras manos, sonaría a barullo, pero que en las suyas aparece claro y ordenado.

El día de mañana cuenta la historia de Justo Gil Tello, un emigrante aragonés que llega a Barcelona en los 60 y acaba convirtiéndose en chivato de la brigada Político Social de la policía franquista y en cabecilla ultraderechista en la transición, y lo hace a través del testimonio de las personas que le conocieron y trataron desde su llegada a la ciudad hasta su muerte. Justo, por tanto, es una ausencia, un fantasma del pasado en las vidas de todos ellos: toda la novela está armada sobre algo que no es y que para algunos fue a medias o de una forma muy difusa. El resultado es una especie de documental en el que se trata de desentrañar el enigma de la vida de Justo.

Porque Justo es un misterio para todos los que le conocieron: la multiplicidad de los puntos de vista hace que el personaje tenga varias caras, todas incompletas, todas interesadas. Para unos es un hijo de puta; para otros, un hijo ejemplar; para algunos, un vivillo, un paleto o un trepa. Cada narrador atisba un poquito de la verdad, y sólo el lector, al disponer de todos los puntos de vista, puede comprender y juzgar al personaje. Nos ahorramos, así, la molesta moraleja tan cara a la literatura que trata del pasado reciende de España.

Temáticamente, El día de mañana es un descenso a los infiernos, una caída progresiva del personaje que, al final, se redime en cierta forma, dando una forma canónica al relato. Pero su redención no basta: el mal que ha hecho es demasiado grande y él mismo facilita su castigo.

Hay una cosa que me ha gustado mucho, y que me suele gustar mucho de Pisón en general: la presencia de la ciudad, que acaba convertida en un personaje más. La relación y descripción de lugares reales dan vida a Barcelona, que palpita como algo más que como un escenario. Sin tensiones ni remansos poéticos, por el puro frenesí del relato, la ciudad acapara buena parte de la atención y va mutando, de territorio hostil en los años de la llegada del emigrante, a territorio de conquista y escondite en los tiempos posteriores.

Una obra mayor de un escritor en racha. Y transversal, no lo olviden: pocos escritores pueden presumir de gustar por igual a un catedrático de Epistemología y a una maruja de Parla.