EL INMENSO NORTE

Disculpen el abandono al que someto al blog estos días (nunca he entendido por qué los abandonos se someten, en vez de dejarlos estar), pero, entre promociones, correcciones y demás líos que riman con testículos, no encuentro el minuto de paz necesario para alimentar a esta mala bestia. Aunque voy a aprovechar que ahora no me ve nadie para recomendarles una lectura muy apropiada para un finde otoñal y tristuno.

Aunque me gusta mucho el diseño de los libros de Mondadori (yo soy muy de Mondadori, así en general, y me encantaría que me ficharan algún día en su equipo de alevines; tengo un buen elixir bucal y no me importaría usarlo si el proceso de selección lo requiere), no me suelen gustar las fotos de sus portadas. Me parece que pecan de obvios y perezosos demasiadas veces y que abusan del catálogo de Getty Images, pero con Norte, de Edmundo Paz Soldán, han acertado de lleno. Qué portadaza. Esa luz crepuscular y sucia, esos raíles viejos, ese destino manifiesto insinuado en las traviesas…

El anterior título de Paz Soldán, Los vivos y los muertos, me decepcionó bastante —quizá porque lo leí después de Río Fugitivo, su deslumbrante, violenta e hipnótica primera novela—, así que cuando un amigo me recomendó vivamente este Norte, lo cogí con reparos, y ni siquiera su excelente portada me animó a la lectura. Pero no habían pasado ni veinte páginas cuando me di cuenta de que lo de Los vivos y los muertos fue un bache sin importancia en la carrera de un escritor soberbio, uno de los autores con mejor sentido del ritmo narrativo que se pueden leer hoy en español.

Norte cuenta tres historias cruzadas (es decir, que, en realidad, son tres nouvelles mezcladas entre sí que ni siquiera convergen más que somera y tangencialmente) de latinos al norte del Río Grande, de latinos atrapados en ese gigantesco norte donde a veces se vuelven del todo invisibles. Con esta premisa tan política, Paz Soldán tenía todas las papeletas para que el libro le saliera un melodrama infumable de pobrecitos buenos y de ricos malos, pero el resultado está muy lejos de ese maniqueísmo panfletero porque lo que quiere el novelista es contar historias, y las cuenta de puta madre.

Además, es difícil caer en el lado cursi de la fuerza con relatos tan duros y despiadados como los que componen Norte. El eje central es la historia de un asesino en serie, el Railroad Killer, un mexicano que cruza la frontera de polizón en trenes de carga y aprovecha para asaltar las casas que quedan cerca de las vías. Mata a sus víctimas —siempre mujeres— con rituales cada vez más macabros y cruentos de los que Paz Soldán no omite detalle. Esta parte de la historia está contada desde el punto de vista del asesino, con una voz nerviosa, resentida, enferma y muy convincente.

A todo serial killer le acaba saliendo un Van Helsing, un perseguidor meticuloso y obsesivo que acaba parándole los pies. Ese papel lo desempeña aquí otro mexicano, un ranger de Texas a duras penas integrado en su país de adopción —sus hijos se burlan de él por lo grosero de su acento hispano, no mitigado por los años— a quien le preocupan mucho las consecuencias que un asesino en serie de origen latino puedan tener en una sociedad muy predispuesta a la xenofobia. De hecho, el Railroad Killer acaba despertando una paranoia racista en la población anglo, pero es de agradecer que el autor se contente con insinuarla y no deje que la novela se quede varada en aguas propias de un editorial de periódico.

Las otras dos historias —un esquizofrénico mexicano retenido en un manicomio de California donde le descubren unas portentosas dotes para la pintura y una estudiante boliviana de una universidad de Texas enamorada de un profesor argentino cocainómano y profundamente hijo de puta— tienen menos fuerza que la del Railroad Killer, pero ayudan a conformar una voz coral que acaba dando sentido y profundidad a la novela. Es la voz del desarraigo, de los que no tienen sitio, de los verdaderos outsiders perdidos en el norte inmenso y hostil.

El policía que persigue al Railroad Killer reflexiona en un momento:

«Le hubiera encantado vivir en el siglo diecinueve, ese país extraño con ciencias como la frenología y la antropología criminal, que aseguraban conocer la identidad del asesino con sólo ver la forma de los huesos del cráneo, el tipo de mandíbula. Quedaban rasgos de esos tiempos en el lenguaje —tiene cara de boxeador—, pero ya no la ciencia. Uno se ahorraría de tantos problemas si, con sólo ver la cara de un vecino, pudiera decir si era capaz de matar a alguien, si, con sólo ver la cara de su pareja, pudiera concluir cuán dispuesta estaba al engaño, a la mentira».

Esta es una de las claves soterradas de la novela, la imposibilidad de aferrarse a ninguna certeza, y la pregunta pertinente es: ¿estamos dispuestos a ahorrarnos esos problemas o realmente vivimos para buscarlos?

Una gran novela, de verdad.

2 Respuestas a EL INMENSO NORTE

  1. El día 23 se acerca. Me dispongo a dar término de forma acelerada la lectura de los tres volumenes pendientes, haciendo sitio…pero una pregunta, ¿Habrá un brindis por el parto? ¿Hay que llevarse el líquido elemento? Por cierto los días 23 suelen ser sonados , con la celebración en Abril de la pareja de aquellos escritores antigüos y después en el més aquél, en que casi cambia todo otra vez. Espero que Noviembre sea fructifero. Te lo deseo. Nos vemos a partir de las ocho.

  2. Pingback: ONCE LIBROS DE DOS MIL ONCE | El Blog de Sergio del Molino

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