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EL CIELO SOBRE NUESTRAS CABEZAS

** Esta semana se desplomó el techo de un aula de la facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza (se puede leer aquí). Nada más conocerse la noticia, escribí este artículo, que ha salido publicado en mi columna dominical de Heraldo de Aragón, La ciudad pixelada.

A veces, las noticias se presentan como metáfora sin necesidad de que un titular ingenioso y trabajado lo haga evidente. Esto sucede con mucha menor frecuencia de la que los periodistas nos creemos. La inmensa mayoría de los hechos que vendemos como paradigmáticos de un estado de cosas no son más que interpretaciones forzadas por un buen texto. Pero cuando el techo de un aula de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza se derrumba, no hace falta forzar lecturas simbólicas ni señalar metáforas o sugerir alegorías.

O quizá sí, porque es nuestro trabajo. Alguien tiene que subrayar lo obvio, aunque solo sea para que quede constancia: esto se cae a pedazos, damas y caballeros.

Una de las principales diferencias que el viajero distraído encuentra entre los países del primer mundo y los que están en vías de desarrollo es el enorme deterioro de lo público que se aprecia en los segundos. Aunque sean países emergentes y exhiban un poderío económico apabullante, hay pequeños indicios que hablan de un Estado fallido o, al menos, débil e incapaz de hacerse presente y útil en la vida de los ciudadanos si no es mediante uniformes y pistolas.

Turquía es un buen ejemplo. Con una tasa de crecimiento del PIB estimada para 2011 del 7,3% (muy por encima no solo de la media de la UE, sino de la propia Alemania, que se sitúa en torno a un 4% y es la más alta de los países comunitarios con diferencia) y unas cifras de emigración en retroceso, el país parece más que listo para entrar en Europa. No hay una sola cadena multinacional que no tenga cientos de sucursales abiertas en las zonas comerciales de las grandes ciudades. Pero, mientras en los enclaves privilegiados del Bósforo florecen elitistas universidades privadas —algunas, franquicias estadounidenses— donde se forma la nueva y triunfante élite turca, la venerable y vetusta Universidad de Estambul se enmohece en la parte vieja de la ciudad, entre facultades descuidadas que no invitan al estudio ni prometen futuros halagüeños.

En países que fueron prósperos y dejaron de serlo hace tiempo, como Argentina, también es fácil encontrar indicios flagrantes del deterioro. En los centenarios e incómodos hospitales públicos de Buenos Aires, por ejemplo. Pasé una semana en un apartamento que daba al siniestro y gigantesco Hospital Rivadavia de la capital argentina, y pedí a los hados que me protegieran para no caer enfermo y no ingresar en ese caserón.

Parece que los países que fueron grandes y los que van a serlo se cruzan en un momento de sus trayectorias declinante y ascendente, y acaban pareciéndose. Turquía y Argentina comparten también una afición policial. En ambos países es fácil encontrar a policías por todas partes: el Estado falla como provisor de servicios públicos, pero tiene buena puntería con las armas.

Si en España empiezan a caerse los techos de las facultades y los quirófanos de los hospitales públicos empiezan a acumular polvo por falta de uso, empezaremos también a asemejarnos a esos países a los que creíamos que no nos parecíamos en nada. El despertar de nuestro sueño de nuevos ricos puede ser muy doloroso: tanto como la caída sobre nuestras cabezas de un cascote del techo del aula donde estudiamos. Si el Estado empieza a ser incapaz de garantizar unas universidades que no se desplomen y unos hospitales donde atiendan con prontitud y eficacia a los enfermos, solo nos quedará su respuesta armada. Del Estado solo veremos a sus guardianes, que vigilarán con mano firme las ruinas de lo que un día fue un lugar digno de ser vivido.

METAMAUS

Yo soy muy fan de empresas inhumanas y despiadadas, como Amazon.com. No me importa que esclavicen a sus trabajadores, que hundan a su competencia con prácticas casi ilegales o directamente mafiosas, que provoquen guerras civiles en países africanos y que usen lágrimas de niños en la manufactura de sus artículos. No les reprocharé nada siempre y cuando cubran mis caprichos. Y Amazon.com los cubre: en dos días me sirve en mi casita, a coste cero, un libro publicado la semana anterior en Nueva York. Si para eso tienen que ser malvados y sanguinarios y causar la extinción de cuatro especies de anfibios y dos idiomas minoritarios, pues que lo hagan. Ande yo caliente.

Hoy he recibido esta pequeña maravilla, y estoy encantado:

Explicaría lo que es, pero como ya lo hice ayer en mi homilía dominical de Heraldo de Aragón, me limitaré a pegarla aquí para que entiendan mi placer. Les dejo con mi versión heraldiana.

(Nota al margen: no pensaba colgarlo, por aquello de que me gusta diferenciar los artículos que hago para la prensa de los que escribo aquí, quiero que cada uno tenga su espacio y su tiempo, pero el gran Óscar Senar ha tuiteado algo al respecto de esta pieza y me he animado).

Un gran clásico moderno

 Justo antes de ponerme a escribir este artículo he comprado en Amazon ‘Metamaus: A Look Inside a Modern Classic, Maus’, que acaba de salir en Estados Unidos. Contraviniendo toda la cultura ‘low-cost’ que impera en internet y que también me enseñaron mis padres, hasta he pagado un poco más para que me lo manden antes a casa, confiando en tenerlo ya en mis manos cuando este texto salga publicado. No escatimo en mis pasiones, ni siquiera miro sus precios.

Y eso que este extraño y lujoso libro va en contra de una de mis creencias más firmes en torno al arte y la literatura: que al autor no le conviene explicarse demasiado, porque se supone que todo lo que quería decir lo ha dicho en su obra. De hecho, tenía un amigo poeta que rechazaba ser entrevistado o mantener encuentros con sus lectores porque aseguraba que lo que quería decir ya lo había dicho en sus versos y que no sabía decirlo de otra forma, que esa expresión no podía traducirse, resumirse o transmitirse en otras palabras. ‘Metamaus’ hace justamente lo contrario: ahondar en las entrañas creativas de la que creo que es una de las obras más influyentes de la cultura popular occidental de mi generación y de la que la precede: ‘Maus’.

¿Y qué diantres es ‘Maus’ y por qué debería importarme?, se preguntarán algunos de ustedes. Pues ‘Maus’ es un cómic. De hecho, es el cómic contemporáneo por antonomasia, el que consagró el concepto de ‘novela gráfica’ para adultos y consiguió que el arte de las viñetas dejara de ser considerado una subcultura analfabeta para integrarse en el reino del arte de verdad, con todas sus consecuencias. Firmado por Art Spiegelman y publicado por primera vez en 1973, fue el primer cómic que ganó un premio Pulitzer y ha marcado a todos los autores serios del género desde entonces. El libro que sale ahora es un estudio que relata su proceso de creación, sus claves y cómo cambió la vida de su atormentado y complejo padre.

‘Maus’ es autobiográfico. En él, Spiegelman, hijo de víctimas judías del Holocausto, se propone contar la vida de su padre y de su familia desde que los alemanes invaden Polonia hasta que termina la guerra y emigran a Estados Unidos. Pero el cómic empieza en el presente, con el propio Spiegelman visitando a su padre en su casita de Queens, en Nueva York, para que le cuente sus recuerdos. Sin embargo, conforme avanza el libro, los recuerdos del Holocausto pierden importancia y Spiegelman se centra en la dura y adusta relación que mantiene con su padre, incapacitado para el cariño. Durante casi trescientas páginas, intenta comprender por qué su padre es una persona tan distante y enrocada y el libro entero acaba siendo una indagación en las heridas que una educación ruda y falta de amor pueden dejar en un hijo. La lectura acaba siendo desoladora porque Spiegelman no encuentra respuesta a ninguna de sus preguntas, pero en el camino construye un relato descarnado y desesperado sobre padres e hijos.

La descripción de ‘Maus’ como ‘clásico moderno’ es plenamente acertada. No sé qué obligan a leer ahora a los chavales en los institutos, pero quizá si incluyeran libros como este tendríamos más y mejores lectores adultos. Se me ocurren pocas lecturas más apropiadas para un adolescente que empieza a definirse por oposición a sus padres y que puede encontrar muchos puntos de anclaje en estas viñetas. Es solo una sugerencia, por si quieren descargar los currículos escolares de espadones y de calderonadas y llenarlos con relatos que comuniquen sentimientos vivos y actuales.

LA ZIUDAD SUBTERRANEA (SIC)

Hoy ha sido un día espantoso, y cuando un escribidor usa el adjetivo espantoso es que la cosa espanta de verdad. No marchan bien las cosas en Chez Del Molino y el miedo domina un poco el ambiente. No obstante (cuando un escribidor escribe “no obstante” es que está en las últimas), confiamos en que todo quede en un susto sin consecuencias.

En este día horrible, he abierto el ordenador para relajarme un poquito y me he encontrado una alerta de Google criticona. Llevaba tiempo sin despertar la ira de nadie y empezaba a preocuparme, la verdad, pero ya veo que ahí fuera no descansan. En un blog titulado la ziudad subterranea, me dedican este párrafo a propósito de mi último artículo en Heraldo de Aragón:

Voy a dedicar esta entrada a uno de mis mejores lectores. A Sergio del Molino de Heraldo, que encontró el nombre de su sección telepáticamente de un descarte operacional y que ultimamente no encuentra ideas para ganarse el cariño de sus lectores. Veamos el proceso de asimilación y tranformación. Tengo pendiente un artículo sobre esa anomalía del occidente civilizado que se llama MUNDO DEL ARTE ZARAGOZANO, es decir; ese LODAZAL GROTESCO DE IGNORANCIA Y FEALDAD.

Tengo por norma ignorar los mensajes que no se me remiten directamente, pero ya he dicho que no tengo el mejor de mis días, así que he buscado el mail de contacto de ese blog anónimo y le he mandado esta nota que paso a compartir con ustedes. Disculpen que las aburra con estas tonterías.

Querido anónimo de la ziudad subterranea:

No entiendo por qué me dedica usted una entrada de su blog. Quiero decir que no sé si es para halagarme o para insultarme. Sospecho que para lo segundo, aunque de verdad que no estoy nada seguro. Sólo quería aclararle que, salvo que me descubra su identidad y caiga en la cuenta de quién es usted, estoy casi totalmente seguro de que no soy lector suyo, por lo que la dedicatoria “a uno de mis mejores lectores” es radicalmente falaz (a no ser que me demuestre lo contrario: lo cierto es que leo a mucha gente y procuro estar al día, y usted podría ser alguien a quien sigo, pero no reconozco su estilo ni, por lo que he ojeado en su blog, compartimos afinidades ni me interesa gran cosa lo que usted cuenta. Al menos, en ese foro).

Le escribo porque no he entendido nada del breve párrafo en el que me cita, ni sé de qué proceso de asimilación y “tranformación” (sic) me habla. Pero ha despertado mi curiosidad, y le agradecería, sin acritud alguna, que me desvelase en qué consiste y qué tengo yo que ver con lodazal alguno. Le aseguro que soy muy limpio y que evito transitar por barrizales. ¿Acaso hemos coincidido usted y yo en algún barro? Lo dudo mucho, porque no los frecuento. De hecho, en el último año he frecuentado pocos sitios que no sean mi casa o un hospital.

Tampoco he entendido eso de que encontré el título de mi sección “telepáticamente de un descarte operacional”. Lamento ser un ignorante y no comprender en absoluto a qué se refiere.

Sí que estoy en disposición de aclararle que mi segundo apellido no es “de Heraldo”, y que mis ideas no van destinadas a ganarme el cariño de mis lectores. Bastante tengo con que me sirvan para cumplir con mis obligaciones periodísticas. De cariño ando sobrado por otras partes, y espero seguir así muchos años, sin necesidad de mendigar amor a mis lectores, que bastante hacen con leerme como para encima quererme.

Por último, le agradezco que haya entretenido cinco minutos de mi angustiosa vida. No atravieso el mejor de los momentos, por razones que conocen quienes sí son mis lectores -por cómo habla usted de mí deduzco que sólo es mi lector de forma parcial y restringida a mis escritos en Heraldo de Aragón- y me encanta que me den motivos para explayarme. Si usted fuera mi lector sabría que tengo varios canales abiertos de comunicación directa con ellos, y dado que no los ha usado y ni siquiera ha linkado mi blog, deduzco que desconoce unos y otro, pero eso no le impide abrir debate público. En tal caso, doy por hecho que no le importará que publique en mi blog el contenido íntegro de este mail con una cita a su artículo. Disculpe que no acompañe link, pero no quisiera regalarle visitas hasta saber si sus intenciones son amistosas u hostiles.

Suyo afectísimo,


Sergio del Molino

JOE BRAINARD TENÍA RAZÓN

Os cuelgo el artículo que publiqué el domingo pasado en Heraldo. Pero, antes, os hago una pregunta: cuando recordáis algo de vuestra vida, ¿las imágenes que os vienen a la cabeza se parecen a esta?

¿O más bien a esta?

En fin, sacad vuestras propias conclusiones. Mientras reflexionáis, echad una lectura a este articulillo de La ciudad pixelada.

Georges Perec escribió en 1978 un libro de culto que no se tradujo al español hasta 2006 (editorial Berenice), pero que llevaba años siendo muy conocido, leído, parafraseado, plagiado y venerado en España -el escritor Juan Bonilla, uno de sus más fervientes apóstoles, tiene una gran colección de ediciones del libro en muchos idiomas y formatos-. Se titulaba ‘Je me souviens’. En castellano, ‘Me acuerdo’. Era una idea muy simple: 478 recuerdos del autor, enunciados en dos o tres líneas de forma aséptica y plana, que acababan componiendo un retrato generacional de los franceses de los años 60 y 70.

La propuesta no era original: Perec se la copió al escritor estadounidense Joe Brainard, que en 1975 había publicado ‘I remember’. Perec lo plagió sin miramientos, reconociéndolo abiertamente en la primera página, donde se lee: “El título, la forma y, en cierto modo, el espíritu de estos textos se inspiran en los ‘I remember’ de Joe Brainard”. El impersonal “se inspiran” es una manera poco delicada de decir que los plagian. Y aun así, la copia de Perec ha alcanzado una fama y ha generado un culto que el original de Brainard no logró nunca.

El agravio es más doloroso cuando se comprueba que ‘I remember’ es muy superior a ‘Je me souviens’. Porque Perec hace trampa. Sus “me acuerdo” casi siempre tiran de hemeroteca y de enciclopedia Espasa: se acuerda de atentados terroristas, de armisticios, de estrenos de cine, de escritores muertos, de presidentes de la república, de ciclistas que ganan el Tour de Francia y hasta de dictadores centroamericanos. Sin embargo, Brainard se acuerda de la única vez que vio a su madre llorar, de su primera erección y de cuando su padre le recriminaba (“in a nice way”, es decir, de buen rollo) que sacara las manos de debajo de las mantas. Brainard evoca verdaderos recuerdos y Perec acumula recortes.

Brainard hace literatura, y Perec, periodismo. Supongo que el autor francés disfrutaría mucho estos días en la redacción de un periódico, confeccionando resúmenes del año, armando cronologías, evocando las noticias más importantes de los últimos doce meses. Yo también me lo pasaba bien haciendo esas cosas, hasta que descubrí que eran recuerdos falsos. Ya no me creo a los Perec, no me trago su juego.

Cuando usted evoque este 2010 que ahora termina, ¿qué recordará? ¿La huelga general, la inauguración del AVE Madrid-Valencia, el cese de José Aurelio Gay? Puede recordarlos, sin duda, pero me apuesto mi magra salud a que lo primero que le vendrá a la mente será íntimo, familiar, erótico. Se acordará de los besos que dio o de los que no dio, de los abrazos que regaló o que negó a sus amigos, de las bromas que gastó a la gente que quiere, de la borrachera que cogió aquella noche de marzo y de lo fría que estaba el agua de la playa de Cádiz en agosto. Algunos recuerdos serán tan íntimos o tan dolorosos que no podrá evocarlos en voz alta, y entonces tendrá que recurrir a la hemeroteca y decir que se acuerda de la huelga general, de la inauguración del AVE Madrid-Valencia o del cese de José Aurelio Gay. Pero usted y yo sabemos que será mentira.

Una costumbre algo extendida consiste en regalarle a alguien por su cumpleaños la portada de HERALDO del día en que nació. Es sorprendente la cantidad de sucesos que pasaron esos días sin que los padres y allegados del cumpleañero se enteraran: batallas en Indochina, marchas sobre Washington, pruebas nucleares en la frontera coreana y presidentes de nombres y caras olvidadas diciendo cosas que nadie entiende ya. ¿De verdad estaba pasando todo eso mientras un grupo de personas prestaba atención al nacimiento de un bebé?

Joe Brainard tenía razón, no se deje engañar por Perec.

AND THE WINNERS ARE…

El gran señor de Sipán ha emitido al fin su esperado veredicto. Ha tardado un poco porque estaba celebrando la prohibición de los toros en Cataluña.

Y el finalista es…

(a ver, necesito un redoble)

Prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. ¡Chas!

¡Pepito Delmalo!

El jurado no ha explicado las razones que le hacen merecedor del segundo puesto, pero recordemos el texto y juzguen ustedes mismos:

Pues debe de ser por eso que hacía yo de pequeño de cerrar los ojos y mirar al sol y robarle la luz. Siempre que íbamos a la ciudad en el BX de mi padre, el sol quedaba atrás, y yo lo miraba, y como tengo las pestañas largas, pues medio cerraba los ojos de manera que sólo pasaran unas rayas de luz que almacenaba en algún lugar de mis intestinos. (Más tarde descubriría que eso lo hacían también los girasoles y otras plantas, y que lo llamaban fotosíntesis).

Pues debe ser por eso; pero vamos, que si no me llega a decir nada el encargao, seguro que no lo saco. ¿Quién se cree que es?

He roto un montón de cosas, y me han echao del curro; pero con esta cabeza seguro que me dan alguna pensión de invalidez y no tengo que volver a aguantar a ningún jefe.

Congratulations.

Pasemos ahora a conocer el nombre del ganador.

Según Óscar Sipán, que esta vez sí que ha argumentado su decisión, el vencedor de este superconcurso veraniego de este blog de ustedes es…

(más redoble, por favor)

Prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. ¡Chas-chas!

¡Rondabandarra apocalíptico!

El jurado ha dicho de su pieza, y cito textualmente: “El humor y Mad Max siempre cuadran bien”. De acuerdo, no es un juicio revelador, pero, ¿qué querían? Esto es un concursillo fulero de un blog, bastante tenemos con que haya engañado a un escritor para que elija al ganador y al finalista.

Recordemos el relato ganador:

Magullado, el sacerdote se arremangó la destrozada sotana y se arrodilló sobre los cascotes y cristales de las vidrieras, en dirección hacia lo que quince minutos antes era un altar.

-Señor, ¿así es como acaba todo? Si de esta forma deseabas nuestro fin, sea Tu voluntad.

La voz que retumbó desde el cielo abierto era repulsiva:

-No te molestes, chato, también nos lo hemos comido.

-¡¡Copón!! -dijo el cura.

El señor Álvaro Ortiz firmó ayer las láminas in extremis, antes de pirarse de viaje al polo norte. Es una tirada especial de dos únicos ejemplares numerados por el propio artista. Ahora estamos de risas, pero, tengan en cuenta, queridos Rondabandarra y Pepito, que han ganado dos obritas de un artista emergente y que valdrán sus buenos dineros dentro de unos años. Solo les pido que disimulen un poco y que no las vendan demasiado pronto en eBay (esperen a que se revaloricen y a que el autor vaya ganando caché en el mercado).

Por cierto, Álvaro me contó ayer que se marcha una temporada a Angouleme, la capital de cómic europeo, a dibujar un proyecto chulo.

A todos ustedes, gracias por participar en este paripé que pretendía homenajear a quien ha sido mi compi de página durante varios años, y a Óscar Sipán, por prestarse, chantaje mediante, a manchar su buen nombre relacionándose conmigo y mi panda de indeseables.

Gracias, amiguetes.

PS.- Se ruega al finalista y al ganador que se pongan en contacto conmigo a través del correo electrónico para concretar fecha y lugar de entrega de sus regalitos.

ÚLTIMOS DÍAS

Durante esta semana pueden ustedes seguir mandando textos para ganar dos láminas de Álvaro Ortiz (ganador y finalista). Aparte de los relatillos que se leen en esta entrada, hay algunos más que han llegado por mail. Supongo que la pereza y el verano han influido en una afluencia menor de la que pensaba. A juzgar por el éxito que tuvieron los sonetos, que iban sin premio, no es que esperara una avalancha, pero sí un poco más de entusiasmo.

En fin, qué se le va a hacer, pedazo de ingratos (acotación: llanto contenido y gesto de desprecio a la platea). Tomo nota, en cualquier caso: sonetos, sí; relatillos, no. Aunque puede que lo que no les motive sea el premio. Quizá si hubiera ofrecido algo de sexo light conmigo o algo alcohólico, se habrían animado más. Por lo que sea, al arte no le hacen aprecio. Probaré más adelante a pedirles coplas pornográficas o fotos de genitales en primerísimo primer plano, a ver qué tal funciona eso.

Bueno, a lo que iba, que me enrollo con el rencor que me carcome: el jurado va a ser unipersonal, y en cuanto el aludido me dé el nihil obstat, anunciaré quién es. La semana que viene colgaré un post con los textos candidatos y, al día siguiente, tendremos ganadores. Apúrense y manden algunas cositas más, que no hay límite de participación.

PARA PARTICIPAR Y/O SABER DE QUÉ DEMONIOS ESTOY HABLANDO, PINCHAR AQUÍ

Y EL HASTA LUEGO DE ÁLVARO ORTIZ

Decían en la (para mi generación) icónica Pulp Fiction: “Caballeros, no empecemos todavía a chuparnos las pollas”. (uh, vaya lío, los amigos de mis amigas son mis amigos).

Para que luego digan que los que trabajamos en los medios somos manipuladores sin hígados ni corazón. ¿Acaso si nos pinchan no sangramos?

ÁLVARO ORTIZ, SIN PIXELAR

Quizá algún improbable lector especialmente considerado se haya dado cuenta de que mi artículo dominical de hoy en HERALDO va ilustrado con un fotomontaje y no con un dibujo de Álvaro Ortiz. No busquen explicación en el periódico. Los diarios, no me pregunten por qué, no tienen por costumbre informar de sus movidas internas, y los que estamos dentro, un poco por lealtad y otro poco por elegancia, tampoco tenemos por costumbre airearlas. Pero creo que, si hay algún lector que siga mis articulitos de La ciudad pixelada, se merece saber la razón de esta ausencia.

Ha habido algunos cambios en el presupuesto de colaboradores que han afectado a varias firmas. Entre ellas, la de Álvaro Ortiz. Así que, con gran dolor por su parte y por la mía, terminó una colaboración que duraba años.

Álvaro, que es un ilustrador todoterreno y un comiquero apreciado que ha dado vida al personaje de Julia en dos álbumes preciosos editados por Edicions del Ponent, llevaba poniendo color a mis palabras desde 2006. Lo primero que hicimos juntos fue una serie de artículos chuscos sobre profesiones veraniegas, y a partir de ahí, varias secciones semanales de mayor o menor fortuna.

En las elecciones autonómicas de 2007, la dirección del periódico me encargó una especie de contracrónica electoral, haciendo un seguimiento diario de la campaña en internet, recopilando curiosidades y valorando lo que se debatía por el mundillo de los unos y los ceros. Como el invento gustó, de ahí surgió una sección fija que se llamó Cosas de blogueros y que estuvo funcionando hasta comienzos de 2009. Demasiado tiempo para algo que concebí como circunstancial. Álvaro fue el ilustrador oficial de esa sección, y se volvió loco para intentar darle un aire majo a unas crónicas cada vez más abstractas y retorcidas.

A comienzos de 2009, cuando dejé el suplemento dominical, me ofrecieron el artículo de opinión actual, que titulé La ciudad pixelada y he acabado convirtiendo en una especie de crónica heterodoxa y muy personal de asuntos que están a pie de calle. Si la he escrito con gusto y ánimo todo este tiempo ha sido por los dibujos de Álvaro. Creo que a él le sentó muy bien soltarse el corsé insoportable de los blogueros, un filón más que reseco, y en los últimos seis o siete meses puedo decir que ha compuesto las ilustraciones más poderosas y bellas que le he visto.

Y eso que no es fácil trabajar conmigo. No doy pies forzados, no doy pistas, no sugiero temas ni apunto tiros de por dónde podría ir el dibujo. Me limitaba a mandarle la primera versión del texto y él hacía lo que quería. Trabajar así es una putada, porque le he obligado a leerse todos y cada uno de mis sermones, y eso es un castigo que no ha sido capaz de sufrir ni mi madre. Pero esto no le ha arredrado nunca, y siempre ha respondido con cariño, esfuerzo y talento. A veces, arriesgándose, incorporando bocadillos de cómic, tirando de abstracción o jugando con referentes algo oscuros del arte contemporáneo, aunque siempre siendo fiel a su estilo.

Pero, por encima de su profesionalidad, por encima de su talento, por encima de su capacidad para crear un mundo estético poderoso y reconocible a partir de un repertorio escogido de referencias infantiles (la infancia, la fantasía infantil es su musa), lo mejor de Álvaro es lo que no se ve en su trabajo, lo que solo apreciamos quienes nos hemos tomado cañas con él: que es un tío de puta madre. Una persona encantadora y cariñosa.

Como homenaje, ahí van unas pocas de las más de 60 ilustraciones que ha hecho para La ciudad pixelada. No son las mejores ni mis preferidas necesariamente, pero son las que rondaban por casa.

ZARAGOZA ES PORNOGRÁFICA

El domingo se publicó en HERALDO el artículo que copio abajo y que manifiesta la más que perentoria urgencia de unas vacaciones para mi cuerpecillo (llegarán pronto, ya casi puedo tocarlas). Necesito perder de vista estas calles aunque sea por unos breves días.

Mi hartazgo tiene muchas causas, no todas achacables a la ciudad en sí. Yo tengo buena parte de culpa. Mi actitud y mi cansancio puntúan negativo. Pero a estas razones que no siempre son razonables se ha unido una más. Otra gotita: la reacción a unas líneas que pergeñé para el suplemento Artes y Letras de HERALDO y que recogí en el blog literario de la edición digital. Si les va el morbo cultureta, échenle un ojo a los comentarios.

Aquí les dejo La ciudad pixelada, con dibu de Álvaro Ortiz. Otro día les cuento lo del Hiperhuevo.

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Zaragoza es pornográfica

Miles y miles de ciudadanos han hecho cola para ver el vagón de tranvía expuesto en la plaza de España. Les he visto formar con disciplina y paciencia, sonrientes, charlando, saludándose, desafiando incluso al cierzo que ha malogrado esta dubitativa primavera. Cuando los visitantes llegaron a 25.000 y este periódico publicó la cifra, una compañera exclamó, casi con pánico en la voz: “¡Pero si es un maldito tranvía! ¿Qué misterio tiene?”.

Evidentemente, no utilizó el adjetivo ‘maldito’, pero a mí me riñen cuando suelto tacos delante de los niños -y soy muy de soltar tacos: grandes, redondos y rotundos, bien emplastados en la garganta-, y ustedes, improbables lectores, son como niños para mí, no me gusta herir su sensibilidad. Improperios al margen, tiene razón: es un p. tranvía. Pero la sorpresa de la compañera indica que no conoce o no quiere conocer la ciudad en la que vive. Me da envidia su actitud, pues Zaragoza todavía le sorprende, mientras que para algunos se nos ha vuelto tediosamente previsible y repetitiva.

Al zaragozano le gusta ver, especialmente si no hay que pagar entrada por el espectáculo. El zaragozano sale a mirar. ¿A mirar qué? A mirar lo que sea, siempre que no le cobren ni le intenten vender una moto. Sufre de lo que los pedantes discípulos de Roland Barthes llaman ‘pulsión escópica’: un irresistible impulso por verlo todo y por hacer que se muestre todo. El ejemplo paradigmático de pulsión escópica es el porno, donde importa que se vea todo con mucha claridad y en primerísimo primer plano, sin sombras ni efectos de montaje. Así que Zaragoza es algo así como una peli porno en sesión continua. Y, como el porno, es reiterativo, no tiene misterio y acaba siendo una gran decepción.

Zaragoza es una ciudad de paseantes que miran. Se miran entre sí y miran sus cosas. Pero rara vez miran fuera de sí. Su mirada es reconcentrada y ensimismada. En otros tiempos se diría que provinciana, pero ese término ya casi no se usa ni en Francia, que es donde se inventó. En realidad, no es provinciana porque le falta la complacencia propia del provincianismo. La mirada zaragozana es terriblemente crítica y desconfiada, nada de lo que ve le gusta, todo le parece feo, mal hecho, chapucero, falto de perspectiva, que no da la talla. Arrancarle un elogio a un zaragozano es un mérito enorme.

A veces pienso que esa actitud tiene algo que ver con la invisibilidad general de Zaragoza. Los zaragozanos que viajan por el mundo saben que es inútil intentar explicar a la gente dónde está esa ciudad que no es Madrid, ni Barcelona, ni Bilbao, ni Sevilla, ni Valencia. Solo los argentinos, y gracias al fútbol, pueden ubicarla más o menos en un mapa.

Pero en España pasa más o menos lo mismo. Yo he descubierto la ciudad a unos cuantos amigos de Madrid que apenas sabían nada de Zaragoza, más allá de que sus habitantes se llaman ‘mañicos’ (sic), adoran a la ‘Pilarica’ (resic) y de que un tío suyo hizo la mili en ella allá por el año mil chorrocientos y pico. Los zaragozanos, esos que casi nunca salen en los Telediarios, los vecinos de esa gran ciudad invisible, de ese obstáculo-estación más o menos insalvable entre Madrid y Barcelona, se vengan del desprecio ajeno mirándose con saña obsesiva su propio ombligo. Y de él sacan unas pelotas de bilis enormes que, al final, se tienen que tragar.

IN PROGRESS

Empiezo esta semana un experimento. Hasta ahora, yo escribía mis artículos dominicales de La ciudad pixelada y le mandaba la primera versión a Álvaro Ortiz para que se currara un dibujico sin sugerencias ni aprioris por mi parte. Esta semana, a propuesta de Álvaro, lo vamos a hacer al revés: él me ha dejado hechas unas cuantas ilustraciones a su completo libre albedrío y yo construiré un texto que vaya bien con ellas. No sé si es la espesura del lunes, pero la cosa se me está haciendo más complicada de lo que parecía al principio. La cosa es sugerente pero utilitaria: este experimento es para que el señor Ortiz pueda pirarse de vacaciones y perderme de vista una pequeña temporada. A ver si se creen que los artistas se deben todo el tiempo a su arte.

La ilustración de este domingo (ofrecida en primicia para los fieles de este rincón) es esta:

Todavía no he escrito el artículo, pero ya tengo claro de qué va a ir. Se titulará, en principio, Los malos del cuento. Ya os contaré qué tal.

Esta semana ando enredado también con una página literario-musical que saldrá publicada el viernes y vuelvo a la carga con el blog De Reojo, un pelín abandonado desde que empezaron las procesiones. Hoy he escrito una entrada sobre libros de viajes fascistas, y estos son los títulos que estoy leyendo (con mi caótica manía de trasegar seis o siete tochos a la vez) y que tengo previsto comentar en los próximos días:

  • Juan Cruz, Egos revueltos.
  • David Gates, Jernigan.
  • Tony Judt, Postguerra (a punto de llegar a la página 1000. ¡sólo me quedan 250 más!).
  • Antonio Tello, El mal de Q.

Pues eso, que ya he depurado mi técnica de dar biberones y sostener un libro al mismo tiempo. Todavía no sé dar biberones y escribir al ordenador a la vez, pero todo se andará.

LA CIUDAD PIXELADA: LOS PARAÍSOS ARTIFICIALES (1)

Aunque el papel prensa amarillea apenas ha salido de la rotativa y está prácticamente obsoleto media hora después de llegar al kiosco, sé que hay locos a los que les gusta leer periódicos atrasados y ponerse al día de artículos que no pudieron leer en su momento. Para esos desactualizados, he aquí mi texto de La ciudad pixelada del domingo pasado, que sonaba viejo ya antes incluso de que empezara a escribirlo. Pero eso es porque su autor suena viejuno y cascarrabioso también. No me lo tengan en cuenta, es el frío, que me agarrota. Lo que no se ve viejo en absoluto es el dibujo de Álvaro Ortiz que ilustra esta pequeña memez mía, una fantasía de aire hopperiano. Álvaro es un genio de lo suyo, pero no hace falta que yo lo diga, claro. Yo le paso la primera versión de los artículos, la que está llena de gazapos y de erratones, y sobre eso él crea lo que le da la gana.

Por cierto, tras el parón navideño, mis articulitos de Los famas vuelven este viernes al suplemento MVT de Heraldo. Por si hay algún improbable lector interesado.

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Los paraísos artificiales (1)

Casi todo lo que tiene mala prensa disfruta de muy buena literatura. Lo que se condena con graves sentencias en el diario se adora con susurros y frases leves en los libros.

La noche, por ejemplo, cuyo embrujo ya cantaba el castizo Lope de Vega mucho antes que el cosmopolita Baudelaire: “Noche, fabricadora de embelecos, / loca, imaginativa, quimerista, / que muestras al que en ti su buen conquista / los montes llanos y los mares secos”.

Pocas cosas se han glorificado tanto como la noche: refugio de canallas, territorio de seductores, zona de sombras y de máscaras… El Estado, nuestras abuelas y hasta los periódicos nos previenen contra ella y, muy en especial, contra los peligrosísimos paraísos artificiales que florecen como el moho en sus esquinas. ¿Y qué mejor reclamo que una buena prohibición? ¿Cómo no acudir con ansia a gozar de eso que tanto escandaliza a la autoridad competente?

Me gustó mucho una crónica de los años 30 de este diario que rescató hace poco Mariano García en la que se narraba una noche en el ‘Barrio Chino’ de Zaragoza. Un matrimonio forastero había oído hablar de la existencia de ese nido de crápulas en el entorno de la calle Verónica y le pidió al periodista que se lo enseñase. La frustración de los visitantes fue enorme: aquello no tenía encanto ninguno, solo había unos cuantos bares con camareros desabridos donde tipos abúlicos y ociosos bebían cerveza hasta el amanecer. ¿Eso era la bohemia? Pues vaya chasco, qué aburrimiento, qué vulgaridad, qué falta de ‘charme’ y de ‘glamour’.

Algo parecido me encontré releyendo ‘La novela de un literato’, de Rafael Cansinos Assens, crónica de la bohemia literaria madrileña de principios de siglo XX. Uno de sus personajes, el filósofo apodado Zaratustra, se despacha así mientras vuelve a casa de amanecida: “¿Qué hacen esos bohemios, sino lo mismo que los oficinistas?… Girar siempre en la misma noria, levantarse en la tarde, salir a la busca del amigo generoso, venir a sentarse a la mesa del café a decir idioteces, hasta que se hace de día y los echa el camarero. ¿Es más ordenada la vida de un oficinista? Y, además, el oficinista es más dueño que ellos de sí mismo; tiene sus domingos, cobra su sueldo y no tiene que mendigar la media tostada (…). El oficinista tiene su novia o su querida, pero estos tipos, ¿qué tienen? ¡Si hasta las busconas los desprecian! Estos no son bohemios, sino hampones”.

Como cualquier otro, yo también me he dejado seducir por los cantos de los paraísos artificiales, pero quizá porque ya me bato en retirada -tener hijos, salvo excepciones, suele arrastrarte al lado diurno de la existencia- o porque tiendo a no creerme a los entusiastas declamadores de su propia felicidad, intuyo que los embelecos de la noche están sobrevalorados tanto por los crápulas como por los mojigatos. Ni los unos gozan tanto, ni los otros debieran condenar con tanta ridiculez unas bacanales mucho más prosaicas de lo que imaginan.

Es más, aun a riesgo de sonar espantosamente viejuno, les diré que muchas madrugadas me he sentido obligado a proclamar mi felicidad noctámbula -reprimiendo con fuerza los bostezos- en antros llenos de gente aburridísima que se creía genial. Cuando, en realidad, mi único deseo era verme tirado en el sofá de mi casa, con un cola-cao calentito y una buena peli de gángsters.

Yo nunca encontré esos paraísos, pero a lo mejor no los busqué bien.