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NINA HAGEN EN LOS PAPELES

Hoy sale un reseñón de El restaurante favorito de Nina Hagen en el suplemento literario de Heraldo de Aragón. Casi una página, agüita. Ni que yo fuera ministrable o algo. Se han debido de equivocar, querían hablar del otro Del Molino, ese al que le gustan los toros y fuma puros.

Aquí la pego.

PD ibérica.- Mi libro no está sólo en los papeles (señores de la RAE, observen la importancia de una tilde: mi libro no está sólo en los papeles significa algo muy distinto de mi libro no está solo en los papeles. Pero ustedes verán, oh, guardianes de la lengua). Mi editor me manda una foto digna de Bigas Luna: el libro expuesto en Bodegas Almau, una centenaria y reconocida tasca de Zaragoza a la que acuden los modernos del lugar, atraídos sin duda por su aire antañón y sus barriles de madera. Ya saben ustedes que Miguel Ángel, el infatigable tabernero, organiza exposiciones y conciertos para satisfacer a su postmoderna clientela. Allí se vende también mi libro, expuesto junto al castizo Reservado el derecho de admisión. Y se mancha con la grasilla del jamón. Qué cutrerío más entrañable.

ME HAN PILLADO EN PIJAMA

Lo que pego a continuación es la entrevista que sale hoy en las páginas de Cultura de Heraldo de Aragón. El que está tirado en el suelo soy yo, y el que formula las preguntas y me hace parecer un poco menos idiota de lo que en realidad soy es Mariano García, un tipo que empieza a merecerse un monumento (y no por esta cosa, precisamente). Lo digo sin hipérbole ni ánimo de halagar: esta entrevista es una de las cosas que más orgullo me han hecho sentir desde que publiqué mis primeras letritas. Qué cojones: yo sólo hacía libros para que algún día me entrevistara Mariano García. Ya lo he conseguido. Ya me puedo retirar.

Creo que hoy también me sacan en una radio y en los informativos de la tele autonómica. Y, a las 20.00, si andan por Zaragoza, están todos invitados a un brindis en vaso de plástico en Los Portadores de Sueños (c/Blancas, 4). Si la emoción me lo permite, diré algunas palabritas y charlaré en público con Ana Usieto (otro honor igual de grande que esta entrevista).

No sé qué alegría tan grande siente uno el día de su boda, pero dudo mucho que sea mayor que la que siento yo hoy, con tanta buena gente alrededor.

SIENTO SER PESADO, PERO…

UNA EXPLICACIÓN

En verdad quería dejar la explicación prometida en el anterior post para más adelante, por aquello de que no hay que hacer promesas que no estés dispuesto a incumplir bellacamente. Hoy me apetecía escribir sobre la infancia como territorio maldito y salvaje, a propósito de unas cosas que he leído de Art Spiegelman, de una conversación muy subida de grados etílicos con un amigo que antes era poeta y ahora se tira a la prosa —con absoluto acierto, a mi entender— y de un proyecto novelero que tengo bastante avanzado en la región occipital de mi cabeza. Pero al final se me ha hecho tarde, he tenido un día muy largo y no me veo con la disposición anímica e intelectual necesarias para meterme con uno de esos posts que tanto les gusta leer a ustedes (contador de visitas dixit) y tan poco comentar (quizá porque digo tantas tonterías que no merecen comentario alguno).

Es decir, hablando en andaluz: questoy floho.

Por ello, y sin que sirva de precedente, honraré la palabra dada y les explicaré el extraño caso del libro que no se llegó a publicar cuando estaba publicado. Y empezaré por el principio, que es por donde se empiezan estas cosas.

Once upon a time un chico encanecido que escribía un blog sin importarle mucho si alguien al otro lado le leía. Pero parecía que sí. Al menos, una persona le leía. Y mucho. Muchísimo, quizá. Y esa persona se llamaba como el chico encanecido. Digámosle Sergio, Sergio Navarro.

El tal Sergio Navarro proclamábase fan del chico levemente encanecido (tampoco vayan a pensar que soy Copito de Nieve), y el chico levemente encanecido no se tomaba nada en serio los piropos y zalamerías que le prodigaba, suponiendo que se las decía a todas. Hasta que el tal fan exigió una cita para tratar de un proyecto interesante.

Dios mío, pensó el chico levemente encanecido, si hemos de vernos, que sea de día y con testigos. ¿Cómo se llamaba la novela esa de Stephen King en la que Kathy Bates se sienta sobre la cara de su escritor favorito y lo ahoga a pedos? Bueno, como sea, ya saben a cuál me refiero. El chico no estaba acostumbrado a tener fans, no sabía de qué iba eso, pero tenía una dilatada experiencia de relaciones sentimentales con mujeres psiquiátricamente trastornadas, así que sabía reconocer el destello esquizoide en el parpadeo de los ojos. Él había sobrevivido ileso a muchas locas con acceso a excelentes juegos de cuchillos de cocina, así que no se iba a dejar pillar desprevenido.

Quedaron una tarde en la plaza de San Francisco de Zaragoza. No se atreverá a atacarme aquí, pensó el chico levemente encanecido, y si lo hace, podré pedir ayuda y todos estos niños y ancianos acudirán prestos en mi auxilio. Y allí, el tocayo fan le comunicó que se había hecho editor. Así, sin más. Había montado un sello editorial con pretensiones de exquisitez libresca y, con ademán de Uncle Sam en cartel de reclutamiento, señaló al chico y le gritó: «I want you for my label army».

Honrado, pero todavía inmerso en su relativamente reciente paternidad y en la escritura de una novela que le tenía un tanto desquiciado, el chico levemente encanecido aceptó con la condición de que no le robara mucho tiempo, que no podía comprometerse a grandes cosas. El fan-editor dijo que sin problemas, que quería una recopilación de artículos, que no le interesaba la ficción.

¿Una recopilación de artículos?, repuso el chico, un poco decepcionado porque su fan-editor no daba muestras perceptibles de ir a transformarse pronto en Kathy Bates y atarle a una cama. No sé si me convence, dijo: el chico que escribía un blog entendió que lo propio en estos casos es hacerse el interesante. El chico que escribía un blog había visto muchas películas.

Se negoció, se vieron más veces y tomaron más cervezas (el chico) y cafés (el fan-editor), hasta que se concretó un proyecto de libro. El chico aceptó a cambio de dos cosas: que el libro tuviera unidad y coherencia internas —de tal forma que acabaran contando una especie de historia o crearan un significado de conjunto parecido al de un poemario—, que los textos se retocaran y reescribieran a fondo y que pudiese darles un sesgo personal para que el resultado se acabara pareciendo más a un dietario que a una antología de artículos. Se aceptó, se brindó y se empezó a trabajar.

El proceso de pulido y reescritura fue más complicado y laborioso de lo esperado, pero el chico consiguió que el libro no se pareciese en nada a una colección de artículos, que fuera otra cosa y que ni siquiera los lectores más pertinaces tuvieran una sensación de déjà lu. Hasta a la pareja del chico le pareció bien y opinó que el libro funcionaba estupendamente. Así que siguieron con ello.

En esas estaban, corta que te pega, corrige que te corrige, reescribe que te reescribe, cuando al hijo del chico levemente encanecido le diagnosticaron una cosa malísima que trastocó su vida y la de su pareja para siempre. Pero el chico le dijo al fan-editor que quería seguir adelante, que el trabajo le ayudaba, y que quería tener alegrías en ese tiempo de mierda, que no andaba sobrado de ellas, y un libro siempre es una alegría.

Se preparó una edición para tenerla lista en los días de la Feria del Libro. Se previno a los libreros, se preparó el terreno, se empezó a hacer un poco de ruido. Pero no se llegó a tiempo por una serie de imprevistos. La Feria se echaba encima y no había tiempo de que la imprenta entregara la tirada. Así que se decidió tirar unos ejemplares rápidos para vender en la feria y esperar a tener la tirada completa y distribuida más adelante. Al chico le pareció bien, pero cuando le entregaron los ejemplares de urgencia se dio cuenta de que eran demasiado urgentes. La edición era una birria mayúscula, aquello no podía venderse. Aquello no podía ni enseñarse a una madre.

No importó, no hubo mayor conflicto porque el hijo del chico, que esperaba un donante de médula, lo encontró, y les llamaron para irse corriendo a Barcelona a recibirlo. Se tenían que ir al día siguiente de la supuesta firma de ejemplares del chico en la feria. Así que se suspendió todo y, durante unos largos meses, no hubo libro al que hacer caso ni otro problema que no tuviera que ver con su hijo.

Lo de su hijo acabó, como bien saben todos. Y, tras un descanso, el fan-editor se ofreció a retomar el proyecto y a hacerlo con paciencia y serenidad. Al chico le pareció bien tener algo en lo que ocupar su mente y en el que podía incluir un pequeño homenaje a su hijo. Revisó todo el texto, se horrorizó ante algunas cosas y cambió muchas más hasta dejar irreconocible aquella primera edición fallida. Escribió un nuevo prólogo y lo entregó al diseñador, que se curró un nuevo libro, mucho más esmerado y limpio, con una cubierta que respetaba la idea original pero mejorándola muchísimo, y lo llevaron a un impresor con fama de exquisito.

Y así están hoy, a punto de ver en la calle el único y original El restaurante favorito de Nina Hagen. Dicen quienes lo han leído que tiene fuerza, que mola. Yo —recupero aquí la primera persona, si no les importa—, sinceramente, no lo sé, me siento incapaz de defenderlo. Sólo sé que lo he hecho lo mejor posible, de la forma más honesta que conozco y procurando ofrecer un libro que no me avergüence y que puedan leer con gusto tanto quienes me conocen y me tienen algún aprecio, por remoto que sea, como los demás. He intentado ser respetuoso con el lector, ponerme en su piel sin dejar de habitar la mía, y me he negado a ser un compilador. En cualquier caso, he sido un recreador. He tomado los artículos como materiales en bruto sobre los que trabajar para construir otra cosa. Y creo que, en cierta forma, lo he conseguido.

Pero no importa lo que yo piense, porque dentro de nada podrán juzgarlo ustedes.

Y esta es la historia del libro que no fue y del libro que ha sido.

TODO A PUNTO

Mi editor visitó la semana pasada la imprenta donde facturan mi nuevo libro y me mandó esta artística composición fotográfica con algunos pliegos y cubiertas. Hoy la cosa está mucho más armada, y aunque aún no tengo ningún ejemplar en mi poder, espero recibir algunos en cuestión de horas. A las tiendas llegará la semana que viene.

Sé que os debo una explicación, y como alcalde vuestro que soy, os la voy a dar. Pero no ahora, la dejaré para el siguiente post. La explicación (y las disculpas) van dirigidas a aquellos que se recorrieron las librerías en primavera preguntando por un libro con el mismo título que este pero que no existía (y a los libreros amigos que me llamaban por teléfono preguntándome qué cojones pasaba con ese puto libro que le pedían sus clientes), a pesar de que yo había contado aquí que sí existía (y que, como algunos recordarán por las fotos aquí publicadas, tenía la cubierta roja). Os contaré esa historia mañana.

Hoy, simplemente, os informo de que el verdadero y único El restaurante favorito de Nina Hagen se presentará en sociedad el próximo miércoles 23 de noviembre en la librería Los Portadores de Sueños de Zaragoza. Seguramente, a las 20.00. Será un sarao informal y entre amigos. Tan entre amigos, que quien me va a presentar es casi mi hermana. No lo es por genética, pero sí por afectos. Para vosotros es la periodista Ana Usieto. Para mí es mi Ana. Y es un honor grandísimo que haya aceptado el marrón que le he endilgado de no poner a parir mi libro en un foro público. Menos mal que luego la invitaré a cenar (creo que pagará el editor, en cualquier caso, así que pediremos lo más caro de la carta).

Quería deciros que estáis todos invitados. Probablemente organizaremos más saraos en otras ciudades, y a su debido tiempo los iré anunciando. Pero os digo desde ya que si sois libreros o conocéis a algún librero de vuestra ciudad que puede estar interesado en montar una presentación, que se ponga en contacto conmigo o con el editor y lo hablamos. Estoy abierto a todo tipo de propuestas.

Y las explicaciones, mañana.

MUY PRONTO, EN LAS PEORES LIBRERÍAS…


Y TODO ES VANIDAD

En contra de lo anunciado, no voy a estar el domingo firmando ejemplares de mi recién horneado libro. El lunes a primerísima hora de la mañana tenemos que estar en Barcelona para empezar la preparación del trasplante de Pablo, así que aprovecharemos para viajar el domingo con calma y, si hace bueno, pasear y comer en la Barceloneta, que nos vendrá bien airearnos un poco.

En cualquier caso, creo que quienes no puedan esperar, podrán encontrar el libro en las casetas de Portadores de Sueños, de Cálamo o de la Fnac. Pregunten, que en alguna estará, y prometo añadirle una firma en cuanto se pueda. En la presentación, sin ir más lejos.

Aquí estoy yo, parapetado tras el primer ejemplar que ha salido de mi caja:

Me he quedado bastante tranquilo al saber que a Pablo le ha gustado y que lo ha destrozado con confianza y familiaridad. Eso es síntoma de que tiene un pase:

A quien he visto menos convencido es a mi tocayo Sergio Navarro, el editor del microsello Anorak Ediciones (en cuya colección Eclécticos sale El restaurante favorito de Nina Hagen). Observen su cara de desgana y su profundo disgusto. Ni siquiera se ve el título del libro:

Aviso para despistados: este libro no es mi novela. Esa tardará aún en hacerse presente. Ya iré informando. El restaurante favorito de Nina Hagen es una miscelánea. La nota de contra, para que se hagan una idea de qué va la vaina, dice así:

«Me llamo Sergio y soy adicto a los gofres con chocolate. Sólo con choco­late. Nada de natas, nada de helados, nada de mermeladas ni de siropes. Gofre con chocolate. Y hoy he recaído».

Este no-libro no te cambiará la vida, no aspira a cambiártela. No hay en él verdades reveladas, no aprenderás a hacer nada y no te convertirás en alguien mejor ni peor de lo que ya eres. Este relleno y su autor se complacen en ser inútiles y aspiran a alcanzar la inutilidad perfecta y absoluta o, al menos, un tipo de inutilidad que escandalice a los vicepresidentes de la CEOE y que esté tipificada en el Código Penal.

Sobre la obra de Sergio del Molino han dicho:

«Entre las frases puede escucharse una música que confunde a W. G. Sebald con los historiadores grecolatinos, un ritmo que oscila entre la audacia de los periodistas y la inventiva de los fabuladores». Hilario J. Rodríguez, Abc

«Una escritura muy cuidada, consciente, sin pedantería ni rebuscamiento». José Giménez Corbatón, Heraldo de Aragón

«Entre el suicidio, la destrucción y el asesinato, sus personajes siempre caminan por la cuerda floja». Juan Jacinto Muñoz Rengel, RNE (Radio Nacional de España)

«Sus mundos son sólidas arquitecturas que el lector visitará sin notar que pasa de su edificio mental a otro literario, artístico, mágico inclusive». Julio Espinosa, Literaturas.com

«Sin pelos en la lengua y con una imaginación y una meticulosidad desbordantes a la hora de construir personajes». Óscar Pérez Perruca, Zona de Obras

Seguiremos informando.

NO PARECE UN LIBRO MÍO

¡Tacháaaaaaaaaaaaaaaaaan!

He aquí, en rigurosa exclusiva, la portada de El restaurante favorito de Nina Hagen, mi nuevo libro. El diseño y la ilustración son obra de Ariel Soliz, un artista boliviano afincado en este lado del charco mucho más inteligente y sensible que yo, ya que ha sabido transformar mis ideas primigenias, burdas y balbuceadas en breves ráfagas alcohólicas, en esta maravilla naïf, con la trama gruesa y los colores saturados, con ese rojo tierra y sucio dominando la composición.

Yo le dije: “Quiero que la portada transmita la idea de pereza, de inutilidad, de desidia, de pasotismo extremo”. Y le propuse algunos delirios que fueron convenientemente desechados. La idea, vinculada con Nina Hagen y cierto punk aristocrático, era de un fin de fiesta, de paisaje devastado después de la diversión, y manejamos variaciones de habitaciones desordenadas y sucias para transmitir ese efecto. Al final, Ariel se inclinó por tunear esta foto tomada en una casa semiabandonada. Creo que yo he tenido un sofá idéntico en alguno de mis muchos domicilios.

El resultado es punki-hogareño. La combinación que buscaba.

Con esta portada, como comprenderán, no importan las mierdas que yo haya podido escribir dentro. Sobran las palabras, especialmente las mías. El libro es relleno para que la portada se sostenga.

Este 17 de abril, el próximo domingo, si nada lo impide, estaré firmando ejemplares en la avenida de Independencia de Zaragoza, en la caseta de Anorak Ediciones, un ratito por la mañana y otro por la tarde. Si se pasan, prometo ir correctamente vestido, pero no prometo estar sobrio si han pasado unas cuantas horas y me han traído muchas bebidas.

Estamos cerrando una presentación muy especial en Zaragoza. En un sitio muy original donde nunca se ha presentado un libro. Habrá música en directo y me presentará una queridísima y admiradísima amiga que me ha hecho el honor de aceptar el ingrato papel de decir algo agradable de mí en público y que suene creíble. Más adelante cerraremos presentaciones en Madrid y Barcelona, pero eso está en el aire.

Iré informando a lo largo de esta semana. Espero que os guste (la portada, digo, del libro ya sé que diréis que es una mierda).

GENTE IMPORTANTE

De verdad que venía dispuesto a escribir una cosa que les interesara y que no hablara de mí, pero estoy desfondado, sin fuerzas ni para arrastrarme a la cama, y como da la casualidad de que estoy inmerso en el onanista e ingrato trabajo de corregir las galeradas de mi inminente nuevo libro, El restaurante favorito de Nina Hagen, me voy a contentar con colgarles este brevísimo párrafo correspondiente al texto que funciona a modo de proemio y que es posible que se convierta en parte de la nota de contraportada:

Este no-libro es en realidad un long play o una cinta variada que sólo puede reproducirse con los ojos. Y como un long play o como una cinta variada, pretende ser completamente inútil. Este no-libro no te cambiará la vida, no aspira a cambiártela. No hay en él verdades reveladas, no aprenderás a hacer nada y no te convertirás en alguien mejor ni peor de lo que ya eres. Este relleno y su autor se complacen en ser inútiles y aspiran a alcanzar la inutilidad perfecta y absoluta o, al menos, un tipo de inutilidad que escandalice a los vicepresidentes de la CEOE y que esté tipificada en el Código Penal.

Esa es mi divisa. En un mundo lleno de imprescindibles, de vicesecretarios, de directores generales y de usted-no-sabe-con-quién-está-hablando —en un mundo, en fin, pasado de decibelios y de arrogancia testicular— somos muchos los que pensamos que se impone un tono menor, achicado, de charleta, amigable, sin tribunas, púlpitos ni jerarquías laborales. Un mundo en el que podamos reconocernos sin humillarnos y sin humillar a nadie. Un mundo nuestro, sin contaminar por sus esputos ni por sus cosas-muy-importantes. Un mundo de tonterías, donde nada tenga trascendencia y donde nadie se ofenda por un chiste de pedos y obispos.

Mi libro quiere ser parte de ese mundo y, a media voz, nunca gritando, reivindicarlo. Creo que mi editor lo ha entendido perfectamente. De hecho, el libro es más culpa suya que mía: de puro intrascendente, es un libro que pedía no ser escrito y mucho menos publicado. Necesitaba del empeño de otra persona que no fuera su autor para ver la luz.

Te contaré también que El restaurante favorito de Nina Hagen está dividido en seis partes, que se corresponden a duras penas con otros tantos bloques temáticos (permeables y porosos, como todo el libro). Les anoto sus títulos por si les sugiere algo y les empiezan a dar ganas de ir a comprarlo (si les interesa, adquiéranlo, rásquense el bolsillo, pero no lo hagan por mí, que ya he cobrado, si no por el editor, que es un tipo estupendo que merece seguir haciendo su curro):

  • Robe de chambre
  • Cadáveres en tumbas equivocadas
  • Los eternos fugaces
  • Retratos sin Dorian Gray
  • El hogar siempre está fuera de casa
  • Notas al margen

¿Hace falta especificar que están dedicados, respectivamente, al sexo, a la familia, a los letraheridos, a la ciudad que habito, a la manía de viajar y a cosas que no sé clasificar? Pues tanto si entienden las conexiones como si no, creo que el libro da bastantes pistas para explorarlas.

Es un falso dietario en el que se van a sentir como en su propio ordenador.

Y ya, que estoy muy cansado y no respondo de mi cerebro.

PRÓXIMAMENTE EN LOS MEJORES CINES…

Prepárense para bostezar, que voy a hablar de mí. De mis trabajitos y tontuneces, más bien. O de algunos/algunas de ellos. Para que no les pille nada de sorpresa.

Al parecer, hay una plataforma que está promoviendo una iniciativa legislativa popular para que el Canto a la libertad de Labordeta sea declarado himno oficial de Aragón, y hace cosa de un par de meses se les ocurrió sacar un libro-disco con la participación de cantantas, cantantos, músicos varios, artistas y escribientes en torno a la canción labordetera. Y de entre los escribientes, se les ocurrió incluirme a mí y me pidieron un texto. Acepté no por cuestiones argumentales, no porque crea en himnos, banderas ni escudos de equipos de fútbol, sino porque da la casualidad de que tengo una historia íntima y absolutamente personal con esa canción, y me apetecía mucho darle forma en una pieza escrita.

El libro-disco lo edita el Rolde de Estudios Aragoneses, que es gente seria y laboriosa, y me cuentan que participa Cristina Grande, Antón Castro and others en la parte literaria, y Amaral, Carmen París and others en la parte musiquera. De la artistera, no sé. La cosa está todavía horneándose y creo que no tiene fecha de lanzamiento, pero no me extrañaría que rondara el 23 de abril.

La verdad es que no sé si sentirme orgulloso o preocuparme de que comience a ser costumbre que se me invite a participar en estas historias, porque empiezo a ser uno de los de siempre, y yo estoy acostumbrado a ser de los de nunca. No sé si me entienden. Pero lo hecho, hecho está, y además, con muchísimo gusto. Muchas gracias a quienes pensaron que mi firma podía aportar algo al asunto.

Otra noticia sobre mi persona (o sobre una parte de ella): este lunes estoy citado para una sesión de fotos en un entrañable tugurio del centro de la ciudad. El resultado de esa sesión será la imagen de solapa y el material de promoción de mi nuevo libro, que está a punto de caramelo.

Aviso: no es la novela que terminé en noviembre. Esa se está moviendo en otros ámbitos y no creo que tenga ninguna noticia que dar sobre ella hasta dentro de unos cuantos meses. Este es un libro pequeñito, modesto y artesano, pero muy personal —el más personal de mi hasta la fecha magra biobibliografía—, y no es un empeño mío: nace a propuesta de su editor, mi tocayo Sergio Navarro, que se ha entrampado en un proyecto editorial muy loco, minúsculo y exquisito llamado Anorak Ediciones y me ha hecho el honor de ser parte de su catálogo con esta obrita nueva.

Al principio era reticente, pero Sergio no tardó mucho en contagiarme su entusiasmo por la mística de lo impreso y por las cosas hechas con calma y buen gusto. En teoría, tendría que haber salido en febrero, pero varios imponderables lo han retrasado todo y la fecha aproximada de salida abrileará. Si nada lo impide, el 17 de abril, extraño Día del Libro, espero estar firmando ejemplares salidos de imprenta algunos días o semanas antes.

No voy a dar muchos más detalles hasta que no esté todo listo, pero os anticipo que se titula El restaurante favorito de Nina Hagen y que lleva una especie de prefacio que he titulado, simplemente, «Inútil», en un intento por resumir el espíritu del libro.

En cuanto tengamos la portada, que confío que estará lista a finales de la semana que viene, la colgaré para que le echéis un ojo.

Pero dejemos de hablar de mí. ¿Cómo les va a ustedes?