Archivo mensual: febrero 2010

INSANIA

Muy poco apreciados convecinos:

Como ciudadano que recorre la ciudad empujando un carro donde bracea y dormita un bebé, y en un esfuerzo por evitar que acabe convirtiéndome en un asesino en serie o en un ser peligroso e incapaz de reinsertarse en la sociedad, les agradecería lo siguiente:

  • No aparquen en los pasos de peatones ni en las esquinas donde el ayuntamiento ha señalizado claramente un rebaje en la acera. Los notarán porque las baldosas son de otro color.
  • No aceleren sus vehículos cuando me vean cruzar por un paso de peatones, obligándome a correr con el niño.
  • Si ustedes van caminando por un cruce y el rebaje de la acera es estrecho, les agradecería enormemente que me cedieran el paso para no obligarme a bajar el escalón. Si hacen un esfuerzo, me verán venir. El carro y yo somos voluminosos: si siguen avanzando de frente sin apartarse ni dar muestras de habernos visto, con grave riesgo de colisión, es que tienen un problema en los ojos. Acudan a un oftalmólogo.
  • Si tienen perro y éste deposiciona en la acera, por favor, llévense las heces con usted, a las ruedas de mi carro no le sirven.
  • En los ascensores públicos, si sienten la necesidad de toser, les ruego encarecidamente que lo hagan tapándose la boca y apartando la cara de la cara de mi hijo. Lo mismo vale para estornudos, esputos y el resto de secreciones corporales.
  • Si por casualidad obstruyo el paso con el carro y no me doy cuenta, por su propia seguridad, utilicen sus habilidades verbales y pídanme que me aparte. En ningún caso cojan el carro donde va mi chaval y lo muevan, pues corren el riesgo de que su padre, alertado por la marcha imprevista de su retoño, les tome por un miembro de la conferencia episcopal aficionado a llevarse menores a la sacristía y les parta la cara sin pensárselo dos veces.
  • Si usted pertenece al numerosísimo colectivo de la Tercera Edad, por favor, absténgase de darme palique mientras espero en los semáforos: no se empeñe, su nieto no es más guapo que mi hijo. Y si lo es, no quiero saberlo, guárdese esa información.

Gracias a todos.

MONEY, MONEY, MONEY

Ayer El País dedicó dos paginones un tanto abstrusos -en su línea- a hablar de la polémica sobre las subvenciones culturales en España.

A mi entender, es un debate interesado auspiciado por los odiadores de so called by the neocon titiriteros (¿despectivamente?), que solo parecen estar en contra de las ayudas públicas cuando se dan a quien no les gusta. No parecen incómodos con la financiación de la energía nuclear o de la Fundación Faes.

Hace un par de años hice una apertura dominical dedicada a la fiesta de los toros. A la moribunda fiesta de los toros: hablé de su rentabilidad, del escaso público que congrega y del paupérrimo rendimiento que tienen las plazas, que son infraestructuras que, salvo excepciones, programan espectáculos una semana al año y permanecen vacías el resto. Ni siquiera las ganaderías de reses bravas son rentables, según me reconocían un par de empreasarios en el reportaje. El Estado -en todos sus niveles, del central al municipal- mantiene vivo el tinglao con subvenciones directas y encubiertas que, sin embargo, no bastan para que el negocio mantenga un equilibrio en sus cuentas.

A ello hay que unir que una parte no despreciable de la población -que no sé calcular, pero que se intuye numerosa- percibe las corridas como un espectáculo zafio, bárbaro, desagradable o, en el mejor de los casos, como algo rancio susceptible de ser ignorado.

Y, sin embargo, no se debate no ya su supresión -como plantean en Cataluña-, sino la conveniencia de la provisión de fondos públicos para algo que resulta evidente que concierne a una minoría. Pero se da la matraca constantemente con el tema de las subvenciones culturales. Si se descubre que una compañía de Alpedrete ha recibido unos eurillos para un montaje de La cantante calva o que a un escritor le han dado una beca ramplona para dedicarse seis meses a escribir una novela, se arma la de dios.

Que sí, que hay mucho mamoneo y mucho trinque, todos los sabemos. Y clientelismo, y pago a estómagos agradecidos y enaltecimientos del mediocre que alaba al cacique de turno.

Y también es cierto que se producen de cuando en cuando escándalos sonados -sin distinción de colores políticos: peperos, socialistas y nacionalistas, todos tienen lo suyo y barren para su feudo- que hacen rechinar los dientes: cuando un gobierno autonómico paga 15 millones de euros por una peli de propaganda conmemorativa que apenas se vio en los cines -poca propaganda pudo hacer-; cuando otro gobierno autonómico le dio a un solo músico para un solo disco más pasta de la que destina a los músicos locales en todo un año…

Y no me hagan hablar de Aragón, que tengo un hijo al que dar de comer.

Chanchullos los hay, para qué negarlos. Incluso de los gordos y de los muy gordos. Pero estos hechos puntuales no son representativos de nada. Al margen de clientelismos y tomaduras de pelo, la realidad es que el dinero público que se invierte en cultura en España es raquítico si se lo compara con otros países europeos. No solo eso: está mal gestionado y no suele llegar a los sectores interesados.

Hablaré de mí, para que no digan. El año pasado publiqué dos libros, y ambos contaron con subvenciones públicas, aunque los editaron empresas privadas. En total, recibieron unos 4.000 euros de ayuda que no cobré yo, sino los editores -no desvelo ningún secreto: las ayudas son públicas y aparecen en el BOE-. ¿Se habrían dejado de publicar las obras sin esas ayudas? Quiero creer que no, pero es posible que los editores se lo hubieran pensado un poco más. ¿Han sido determinantes esos 4.000 euros para su publicación? No, ya que no cubren ni los costes básicos: hay muchos libros con subvención que luego resultan ser deficitarios, cuyos editores no recuperan ni el precio de la tinta, no ya del papel (no es mi caso, me dicen que estoy en números positivos en los dos: las editoriales han hecho negocio con los dos títulos. Poco, pero han ganado, no han palmado pasta, y eso es más de lo que pueden decir muchos sectores de relumbrón cuyos magnates van por la vida avasallando y exigiendo: es más de lo que puede decir Díaz Ferrán, por ejemplo).

¿Le interesaba a la administración, o tan siquiera a la sociedad, que alguien publicase esos dos libros míos? ¿Es España un lugar mejor desde que servidor tiene obras en el mercado? 

Rotundamente, no: no hay nada imprescindible, salvo el agua y el pan. Pero hasta ahora había más o menos un consenso social que decía que la creación cultural merecía el apoyo del Estado para su crecimiento y difusión, ya que se considera que acaba siendo patrimonio de todos y que todos los ciudadanos terminan beneficiándose de vivir en un país lo más inquieto y culto posible.

¿Sigue siendo válido ese consenso o nos vamos cada uno por nuestro lado?

Lo que quiero decir y creo que no digo nada bien con tanta vuelta y revuelta, es que el debate no debiera centrarse en los términos clásicos -que se marcan en el reportaje de El País y en todos los foros donde aparece esta polémica- entre financiación pública o mecenazgo privado. Es decir, entre el modelo latino y el anglosajón. Ni mecenas ni limosnas estatales. Lo deseable, desde mi modestísimo punto de vista, sería adaptar las políticas nórdicas -danesas, suecas, noruegas…- a la realidad local. Esto implicaría, básicamente, dos cosas: racionalizar y tecnificar la inversión pública en el sector cultural, asegurándose de que las partidas previstas se destinan a los objetivos marcados -objetivos a largo plazo, no de rellenar agujeros en la memoria de fin de año- y que esos objetivos vayan encaminados a la formación y consolidación de públicos cada vez más compactos y numerosos, pues es el público el único sustento real de una manifestación cultural. No sean ingenuos: el sector editorial -ni ningún otro de la llamada industria cultural- no se sostiene a base de ayudas de 4.000 euros. Y eso no significa que tengan que recibir más. Ni menos. Esa no es la cuestión: lo importante es que las ayudas tengan un sentido y una finalidad que la sociedad crea que merecen la pena.

Pero, claro, esto no da votos, es difícil de resumir en un programa electoral o en una consigna y sus resultados no se aprecian ni en uno ni en dos años. Así que, para qué hablar más.

EN CONSTRUCCIÓN

Estoy escribiendo una historia, una especie de novela no-novela que tiene justamente este aspecto. Se le ve todo: los obreros orinan en los suelos de cemento, ha habido ya dos o tres accidentes mortales por no respetar las medidas de seguridad, el presupuesto se ha desfasado un montón de veces, he tenido que sobornar a unos cuantos funcionarios y el arquitecto dice que lo que se está construyendo no tiene nada que ver con lo que él diseñó, que los materiales son una mierda y que la altura de las ventanas no es la que estipuló. Además, no hemos cumplido ni un solo plazo. Pero, a pesar de todo, parece que la obra avanza, ya apunta maneras, empieza a coger cuerpo.

O eso creo.

La foto la hice en Manhattan hace menos de un año, cerca del puente de Brooklyn.

ATÚN ROJO

Estoy divivido. Por un lado, sé que no está bien, que bastante daño hemos hecho, que tienen razón los que piden el final de esta voracidad homicida. Pero, por otro…

Quieren prohibir el comercio del atún rojo.

Sí, han sido masacrados, la especie está al borde de la extinción y, lógicamente, no se pueden criar en cautividad (se necesitaría una piscifactoría del tamaño del océano Atlántico). La sensatez y el tibio brote de conciencia que intenta no apagarse en mi cerebro dicen claramente que sí, que hay que acabar con esto.

Pero… Joder, qué putada, de verdad. Al cocinillas morroputa que llevo dentro le quitan uno de sus placeres.

¿Surgirá un mercado negro? ¿Habrá camellos de sushi que nos vendan dosis por las esquinas?

Antes de que pasemos a la clandestinidad, hagamos un marmitako. El mío es así:

Lo primero, hay que agenciarse en un sitio de confianza un generoso trozaco de atún rojo (a finales de agosto y en septiembre, a ser posible, ahora estamos fuera de temporada), cortarlo en dados de tamaño medio y marcarlo en una cazuela con un poco de aceite de oliva a fuego fuerte. Sólo hasta que se dore y se quede sellado, no se tiene que cocinar por dentro.

Con la piel y las espinas -si las hubiere- preparo un fumet tostado (se saltean sobre poco aceite y, cuando estén doradas, se mojan con agua y se añaden unas verduras: apio, puerro, unos dientes de ajo y sal).

En la misma cazuela donde he marcado el atún, y con el mismo aceite -añadiendo un poco si se requiere- rehogo a fuego medio un sofrito que lleva cebolleta, puerro, apio, pimiento verde y pimiento rojo. Cuando está blando, echo un saludo de brandy y dejo reducir (no flambeen, por dios, a no ser que sean franceses del siglo XIX: recuerden que este plato es vasco y no conviene afeminarlo con tontadas gabachas). Añado una generosa carcajada de vino blanco y dejo reducir igualmente. Remojo a conciencia con el fumet -colado a conciencia tras hervir entre veinte minutos y media hora- y lo llevo a ebullición. Entonces, añado unas patatas nuevas tronchadas y dejo que se hagan a fuego medio-bajo descubiertas, para que el caldo reduzca y espese. Cuando las papas están a punto de hacerse, a falta de un par de minutos, añado el atún, apago el fuego y dejo que se termine con su propio calor, corrigiendo el punto de sal si corresponde (yo siempre tiendo a quedarme corto al principio y añado al final lo que le falta). El atún tiene que estar sonrosado, con un punto crudo en el centro, y dorado y alegre por fuera. Tengan en cuenta que el sabor a pescado del guiso no lo aporta la cocción del atún, que es delicado y se echa a perder si lo abrasamos demasiado, sino el aceite que se ha tostado al marcarlo y el fumet con el que se ha cocinado, que concentra la sustancia atunera.

Acompañen con un txacolí -o incluso con una sidra natural-, un Ribeiro gallego o un buen vino blanco seco sin aguja.  Y si no lloran de emoción, es que no son humanos.

Díganme si es o no una pena que nos quiten estos placeres.

Nos sale peor -empleo el plural porque incluyo aquí a Cris, los esfuerzos por perfeccionar este plato son comunes- el tataki, pero también pueden intentarlo:

Agénciense un buen y jugoso trozo de atún rojo. La pieza entera, sin cortar. En una fuente, mezclen una ruidosa cascada de zumo de naranja -exprímanlo ustedes mismos, no lo echen de bote, tíos vagos-, una razonable cantidad de salsa de soja, una pizca de esa mostaza japonesa de nombre wasabi y, si gustan, un arrumaco de vinagre de Módena. Admite también sus buenas hierbas: un breve toque de cilantro, un roce levísimo de eneldo… Y una generosa rociada de pimienta negra recién molida. Cuidado con la sal, que la salsa de soja ya la lleva en buena cantidad. Unten y sumerjan la pieza de atún en esa olorosa mezcla y déjenla marinar en la nevera toda la noche. Doce horas o más. Cuanto más tiempo pase, más potentes e integrados estarán los sabores.

Saquen el atún, que ya no será mocito y habrá perdido la virginidad en tan sabrosa compañía, y sobre una plancha bien caliente, márquenlo con esa gracia que ustedes tienen. Sellen todos los poros y creen una costra dorada, pero procuren no cocinar el interior o estropearán el plato. Sáquenlo, lonchéenlo con un cuchillo de trinchar y gocen como putas en celo del marqués de Sade, acompañándolo todo de un poco de wasabi y de salsa de soja. Se come frío, o mejor tibio, con un suave contraste de temperatura entre el exterior que ha tocado el fuego y el interior aparentemente crudo -no lo está, ha marinado-. El vino, un Albariño. O una cervecita ligera, sin mucho cuerpo.

Corran, gocen, antes de que se acabe para siempre.

UN 23-F SIN 23-F

Hoy es 23 de febrero.

Leo la prensa, escucho las radios, echo un vistazo a las teles (es por obligación profesional, no necesito psiquiatra de momento, gracias).

Nada.

O casi nada.

Alguna columnita marginal por aquí, algún recordatorio minúsculo por allá…

Nadie se acuerda del 23-F.

Es un hito, camaradas. Creo que es el primer año -y han tenido que pasar 29- en que la efeméride pasa tan desapercibida.

Mi primer 23 de febrero sin Tejero en bucle, sin diputados viejunos relatando el miedo que pasaron y cómo pidieron permiso a un guardia para ir a mear, sin elefantes blancos, sin cuántos-secretos-quedan-todavía-por-desvelarse, sin los extras en DVD del mensaje del rey, sin Sabino (el que luego compuso Cadillac solitario, dándole un giro a su carrera militar), sin gafas de pasta, sin Suárez enhiesto, sin la conducta-ejemplar-de-los-ciudadanos, sin tipos flacos echando pitillos a las puertas del hotel Palace, sin recuerden la Operación Galaxia, sin Armada caminando entre los surcos de un campo de nabos diciendo que no se arrepiente de nada, sin tanques en Valencia, sin nada de nada de aquella España infecta que daba la impresión de oler a colilla fría de Ducados y a pana con brillos en los codos, a baño del Retiro con orín reseco, a aliento de madrugón.

Y que conste que yo también he sido culpable: en mi currículum periodístico hay al menos dos grandes especiales sobre el 23-F. Yo también he vaciado hemerotecas, he indagado las claves con tipos que dicen conocerlas y he molestado a ancianos ex diputados que estuvieron aquella noche en el Congreso para arrancarles unas cuantas frases mientras me invitaban a una coca-cola en sus casas umbrías, llenas de recuerdos polvorientos.

Sí, yo he sido uno de esos pesados buitres que se han alimentado de la carroña conmemorativa. Echádmelo en cara, no os cortéis. No tengo perdón.

Pero ya no más. Se acabó, que le den por fin al 23-F.

A ver si esto significa que empezamos a ser un país menos cansino y más interesante.

MUÑOZ MOLINA TORRENT

Según las detalladísimas estadísticas que tengo de la audiencia de este engendro digital (solo falta que me den la talla de calzoncillos y bragas de los que os pasáis por aquí), un tipo o tipa ha llegado a este garito virtual buscando en Google esto: muñoz molina noche de los tiempos torrent.

Hombre, no. Don’t fuck me.

Como soy medio lelo, al principio pensé que ese torrent era Torrente-Ballester. ¿Qué tendrá que ver el ilustre falangista con nuestro amigo de Jaén-Manjatan?, me pregunté. Pero enseguida caí en la cuenta de que se refería al sistema de descargas torrent. Soy tonto un rato, no siempre.

Supongo que se lo querrá descargar en algún kindle o un ordenador pequeñico de esos. Es libre de hacerlo, claro, pero personalmente pienso que la prosa morosa y meandril de Muñoz Molina, en la que los puntos y aparte aparecen cada diez páginas, y los puntos y seguido son bichos raros que asoman al final de larguísimas subordinaciones, no es la más indicada para leer en una pantalla. La retina puede presentar síntomas de desprendimiento hacia la mitad del primer párrafo-capítulo.

Está la opción de imprimírselo.

Bien, vale: son mil páginas. Dos paquetes de quinientos folios que no se venden baratos precisamente (no sé si han notado que el papel está por las nubes, responsable directo de la escalada del PVP de la prensa diaria de los dos últimos años). Añada un cartucho de tinta de entre 20 y 30 euros que probablemente se fundirá en el empeño, y la electricidad consumida en el ínterin.

Le sale más a cuenta comprarse diez ejemplares en la librería, de verdad. Empiecen a sumar.

Me dirán: es funcionario y se lo imprime en el curro, al tiempo que roba un paquete de grapas y una remesa de bolis Bic.

Bueno, de acuerdo: pero me gustaría verle manejando mil páginas impresas de folios DIN A-4. Como para leerlo en el metro.

De verdad, si los 24,90 euros que cuesta el volumen le parecen caros, estoy convencido de que a una distancia asumible a pie desde su domicilio hay una biblioteca donde lo puede sacar prestado.

Que tampoco hay que pasarse descargando cosas, no sean absurdos, oigan.

LOS CACHORROS

Fue en Oporto, en el puente Don Luis. Los cachorros se tiraban a las aguas verdes del Duero. Un ritual de iniciación que se repite todas las tardes de verano. Algo difícil de ver en las hipernormalizadas ciudades europeas, acolchadas y precintadas para que los niños no sufran la caricia de una brisa.

¿ES BUNBURY UNA SEÑORA?

Será cosa de la fotogenia, no digo yo que no. Hay cámaras y focos fatales para ciertas caras.

Bunbury siempre ha cultivado un marcado look andrógino que a sus fans les ha encantado. Quizá por el contraste: voz y paquete de macho, silueta estilizada de fémina. Jotero y bailarina clásica en un mismo ente.

Pero los años no pasan en balde, y de la misma forma que a Bibi Andersen le va asomando en la vejez el Manolo que lleva dentro, a Bunbury -a juzgar por lo que se ve aquí- parece que se le está descompensando la androginia por el lado femenino.

¿Enrique Bunbury se está convirtiendo en una señora mayor? Le faltan la bata de guatiné y los rulos, pero todo se andará.

Si finalmente acaba convirtiéndose en una espectadora de Amar en tiempos revueltos, su voz ya no contrastará con su figura otrora estilizada, pues esa garganta recia encaja perfectamente en esa portera ibérica que se enjuaga con cazalla y se desayuna dos solysombras.

Los poco rockeros jamones que cuelgan al fondo parecen confirmar las sospechas que barrunto aquí.

MI PELUQUERO

Me he vuelto a hacer un esguince en el tobillo -pisando la raya de un lápiz, según una de esas odiosas expresiones de padre que me he propuesto no usar nunca con mi vástago- y como no para de llover y mi muleta resbala en las baldosas de la calle, voy saltando de taxi en taxi. Estoy muy al tanto de la programación de la Cope. Preguntadme y os pondré al día.

Esta mañana, sin embargo, me he montado en uno cuyo chófer iba escuchando las canciones paródicas de Oregón Televisión. Graciosas son, no lo voy a negar -unas más logradas que otras-, pero tanto como para llevarlo de matraca en el coche…

En fin, que no entiendo al gremio del taxi.

Mi tobillo y yo fuimos también a la peluquería, una gran experiencia.

No sé si la proliferación de las canas trae consigo un disfrute de cosas que antes pasaban desapercibidas. Es raro que me vuelva más frívolo con los años, ¿no? Yo creía que pasaba lo contrario. El caso es que las visitas a mi peluquero son gozosas, cada día más.

Me costó encontrar a mi peluquero. Cuando vivía en Castellón descubrí que lo que yo andaba buscando sin saberlo era un buen peluquero gay.

Corrijo: un peluquero con pluma. Me interesaba su actitud, no su sexualidad.

Cuando volví a Zaragoza anduve un tiempo perdido, buscando a un peluquero que me satisficiera, que me llevara con sus tijeras y sus masajes capilares a los arrebatadores niveles de placer que disfruté con mi profesional gay de Castellón.

Fue frustrante: salté de cadena en cadena de peluquerías (low cost y high cost), siendo maltratado por chavalinas subempleadas que decían “asín” y “me se ha caído” y que lucían inquietantes tiritas en los dedos por todo diploma de pericia profesional.

Y justo cuando estaba a punto de perder la esperanza, apareció A.

No sé si A. es gay. Sé que tiene pluma, que es el primer requisito que exigía. Pero, además, A. ha resultado ser un maestro, un Llongueras por descubrir, un tipo que me comprende y que sabe hacerme sentir un hombre. Qué digo un hombre: un macho de los pies a la cabeza. Especialmente, en la cabeza.

Es mejor que Miguel Ángel. Al fin y al cabo, el pintor de la Capilla Sixtina tenía que trabajar con bloques de mármol de Carrara perfectos, y A. trabaja con el peor material posible: mis cuatro endebles y menguantes pelillos.

La hora que paso en su local es una delicia. Me saca un café mientras espero turno, y después soy intensamente masajeado (cuerocabelludamente) por una de sus bellas esbirras. Me suelo llevar un libro, pero rara vez paso de la segunda página: me entretiene mucho más ver a A. concentrado en su trabajo, manejando sus tijeras como un bailarín del Bolshoi manejaría sus músculos pélvicos; intentando -y a veces consiguiendo- que deje de parecer un troglodita y me aproxime más al tipo urbanita y risueño que creo ser.

Luego pago y siempre me parece increíblemente barato. Estoy por dejar unos cuantos euros más, pero siento que se lo tomaría a mal. Cuando saqué mi primer libro le regalé un ejemplar dedicado. Le hizo ilusión, dice que le gustó, y a mí me alegró poder corresponder un poquito con mi trabajo al suyo, si es que de verdad le gustó y no lo dice por compromiso.

Salgo a la calle fresco, agradecido, feliz. Y siento que es verdad que las cosas pequeñas son las que hacen grande la vida.

Más tarde, me monto en un taxi con olor a rata en descomposición y un locutor de la Cope me recuerda que no, que las cosas pequeñas también las ha jodido ZP, que nos va a llevar a la ruina.

Pero que me quiten lo bailao, a mí ya no me amargan el día.

GENIAL ELLROY

James Ellroy ha estado en un encuentro digital en El País. Huraño, antipático, esquivo… Como era de esperar, claro. Es Ellroy, diantres. Si querían amor, páguense una prostituta.

Me ha encantado este destello de genialidad obvia a una de esas preguntas tontacas:

Sus novelas me parecen un delicioso híbrido entre la realidad y la ficción. ¿En qué medida el trabajo de documentación pesa sobre el conjunto de sus novelas?

El trabajo de documentación me sirve básicamente para no cometer errores en lo que escribo.
 
También me ha gustado mucho esta:
¿Por qué la versión cinematográfica de ‘La dalia negra’ no fue el éxito esperado? ¿No era Brian de Palma el director ideal para el proyecto?
 el guión era una mierda. No se hizo con los medios adecuados, pero me ha hecho vender un montón de libros.

TIPOS CORRIENTES

Esta semana Dayna Kurtz visita España y da dos conciertos por aquí cerca: el jueves en Huesca y el viernes en Jaca. No podré ir a ninguno de los dos. Me duele menos porque ya la he visto dos veces y sospecho que con la afición que ha cogido esta mujer a tocar por estos pagos no tardaré mucho en poder disfrutarla de nuevo. Pero no puedo evitar un mezquino sentimiento de rabia.

Viene a presentar su último disco, American Standard, una preciosísima colección de canciones con mínimos arreglos que incluye unas cuantas versiones. Entre ellas, Here Comes A Regular, un bello medio tiempo de The Replacements que en la voz oscura de Dayna cobra una nueva dimensión, mucho más dramática.

Dice:

And everybody wants to be special here.
They call your name out loud and clear.

Here comes a regular
Call out your name
Here comes a regular
Am I the only one here today?

Es un poco difícil de traducir, porque hay un pequeño juego semántico, pero sería más o menos:

Y aquí todo el mundo quiere ser especial.
Gritan tu nombre alto y claro.

Aquí viene un tipo corriente (un regular versus un special).
Grita tu nombre.
Aquí viene un tipo corriente.
¿Soy el único hoy aquí?

Es un precioso canto a la normalidad, al confort del bar con los amigos, a la abolición de la necesidad de destacar, de competir, de quedar por encima de nadie. Es casi un himno socialista.

Creo que tiene mucho que ver con el último libro de Antonio Muñoz Molina, La noche de los tiempos, que he reseñado en De Reojo (puedes leerlo aquí).

Con ustedes, Paul Westerberg (ex The Replacements) cantando Here Comes A Regular. Que lo disfruten.

LA LECTORA TÍPICA

El otro día, en el blog De Reojo, comentaba que el perfil del lector típico español era una mujer joven, universitaria y urbana, pero me olvidé de ilustrarlo. Les presento a la lectora que los que hacen y venden libros -escritores, editores y libreros- bosquejan en sus estudios de mercado:

© Marnie Burkhart/Corbis

Esto es una realidad económica, señores míos. En cambio, esta otra cosa es una insensata fantasía. Habría que decirle a Maruja Torres que lo deje, que la realidad del mercado está en su contra. Esto nunca sucederá, es una ficción publicitaria:

© Sam Bloomberg-Rissman/Blend Images/Corbis

IL MONDO MIO

Ya saben ustedes que aquí no se anuncian cosas, que otros cronistas mejor dotados y con mejores amistades ya cumplen esa función, pero esta vez hago una de las muchas excepciones a esta autoimpuesta norma. Esta tarde, a las 19.00, en el Centro de Historia de Zaragoza, se estrena Il Mondo Mio, el corto basado en un cuento de Óscar Sipán y Mario de los Santos (que, además de dos tipos geniales, son amiguetes del que suscribe). Han sufrido mucho para sacarlo adelante -el cine es muy duro, no sé por qué os metéis en estos berenjenales, la verdad-, pero el resultado promete. Si no se me lleva el viento antes, allí nos veremos. He aquí un breve avance:

LA NOCHE DE LOS TIEMPOS

He terminado, tras más de una semana de intensa lectura (mil paginitas tiene el ladrillo), La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina. Anoche cerré el libro a las tres de la madrugada con una sensación de tristeza aguda que hacía tiempo que ningún libro me provocaba. El lunes comentaré algo sobre él en el blog De Reojo, pero mientras tanto, os dejo este pequeño monólogo del prota, Ignacio Abel:

Yo no soy un hombre valiente. Ni siquiera soy muy apasionado. Casi nunca he tenido emociones muy fuertes, salvo estando contigo, o algunas veces haciendo mi trabajo, imaginándomelo. No soy un revolucionario. No creo que la historia tenga una dirección, ni que se pueda construir el paraíso sobre la tierra. Y aunque se pudiera, si el precio es un gran baño de sangre y una tiranía, no me parece que valga la pena pagarlo. Y si aun así estoy equivocado y para traer la justicia es necesaria la revolución y la matanza yo prefiero apartarme, si tengo la oportunidad, al menos para salvar mi vida. No tengo otra. Ni siquiera soy un hombre de acción, como mi amigo el doctor Negrín. (…) La gente dominada por pasiones políticas me da miedo, o me parece ridícula, como los que se ponen rojos gritando en un partido de fútbol, o en el hipódromo o en los toros. Ahora también me da asco. Yo creo que hay muchos más canallas de lo que yo imaginaba. Los viejos intoxican a los jóvenes para vengarse de su juventud mandándolos al matadero. Muchas personas parecen normales y se vuelven salvajes cuando ven la sangre y la huelen. Ven fusilado a un vecino al que hasta ayer mismo le daban los buenos días todas las mañanas y si pueden le roban la cartera o los zapatos.

A GAIOLA DAS LOUCAS

Tengo mi exposición virtual de fotos de carteles y pintadas bastante abandonada. A ver si encuentro un par de tardes tranquilas y puedo completarla como merece, añadiendo algunas cosillas que me han pasado los amigos y otras muchas cosas que me guardo. Mientras tanto, disfruten de este cartel cazado en una esquina umbría de Oporto, la bella y ruinosa dama del Douro.

Nótese que es “um espectáculo genial ao nível dos melhores musicais da Broadway”.

Yo es que es ver el cartel, y me viene así un olorazo a Pachulí y a trastienda de mercería que no puedo. Sencillamente, genial.

No lo he avisado, pero esta semana he escrito unas cuantas cosillas en el blog De reojo. Pásate a verlas si te apetece.