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PONER CARA DE IDIOTA

España hace huelga y yo sufro en silencio mi resaca. El miércoles fue un día genial del que me resulta imposible hacer la crónica, aunque me gustaría intentarlo.

Presentábamos No habrá más enemigo en la Fnac de Zaragoza, la primera de las presentaciones majors (en abril tocan Madrid y Barcelona, entre otras ciudades). Jugaba en casa, pero siempre ronda un comecome que presagia el fracaso: demasiada gente que excusa su asistencia, miedo a hablar ante una sala vacía. Miguel Serrano y yo llegamos un poco tarde porque habíamos quedado para entonarnos en una terraza cercana, y el camarero, en lugar de un Jim Beam con hielo mondo y lirondo, decidió vaciar media botella en mi vaso, obligándome a beber un cuádruple bourbon. Quería lubricar el garganchón, no llegar a la Fnac a gatas. Así que, cuando entramos, ya estaba todo el público sentadito. Muy formal y silencioso, en perfecto orden y respeto, como si esperara que les diera la comunión o les repartiera unos exámenes y les dijera: “No les den la vuelta hasta que yo les diga y contesten con boli azul o negro”.

Foto: Pedro Zapater.

Intimidaba el silencio, pero nos sentamos sin que se nos notara la turbación y, tras una presentación de Ángel Gracia, baranda de la Fnac y, sin embargo, amigo, empezamos a rajar. Miguel y yo habíamos acordado plantear el acto como una conversación sobre la novela y sobre literatura. La verdad es que me impresionó mucho ver cómo sacaba del interior del libro unas chuletas llenas hasta los márgenes de notas de letra apretada y aplicada, para asegurarse de que no se saltaba ningún punto. Me va a pillar, pensé, sabe de mi novela mucho más que yo, la ha pensado con más aplicación y talento que yo, a ver qué digo.

Y, efectivamente, sabía de mi novela muchísimo más que yo y descubrió claves que yo mismo sólo había intuido, como el papel que desempeñan los jugadores y el juego y su carga simbólica. Ahí aproveché para meterme un poco con mi amado Cortázar y con sus tutores franceses de Robbe-Grillet y el grupo Ou.Li.Po. La gente que entiende la vida como un juego, vine a decir, tiene una capacidad de empatía muy limitada, utilizan el juego para no enfrentarse a la vida real, con sus afectos y sus miserias.

Dios, qué cosa de autoayuda me está quedando, pensé, pero estaba lanzado y no podía parar. Hablamos de muchas cosas, pero fundamentalmente de pornografía, que es un tema que gusta mucho en general, y al final solté un pequeño rollete sobre Tolstoi y el final de Guerra y paz, con el pobre Bejuzov caminando entre las calles de un Moscú en llamas y lleno de cadáveres amontonados, buscando a su amigo Bolkonsky, a quien cree muerto. Muerto por nada, muerto por esa forma de estupidez de masas llamada patriotismo, muerto por imbécil. Y elogié la perplejidad de Bejuzov por las calles del Moscú arrasado por los franceses, y dije que la perplejidad y la cara de idiota son las únicas formas inteligentes de moverse por la vida, que sólo los imbéciles y los gilipollas caminan seguros y fanfarrones, identificando a los malos y a los buenos y llevando en el bolsillo de la americana una teoría siempre bien fundamentada sobre las jerarquías y los resortes que hacen girar el mundo.

Y una mierda. No sabéis nada: detrás de cada corbata y de cada sonrisa sarcástica y de cada mirada paternalista sólo hay un cerebro incapaz de pensar algo más complicado que un dos más dos son cuatro.

Esa es la grandeza de Guerra y paz, que va de la amistad de dos hombres antagónicos que se influyen el uno en el otro: Bejuzov es muy inteligente, y por eso actúa como un panoli y todos se ríen de él. Bolkonsky, en cambio, es un tonto ridículo, de buen corazón, pero más simple que una ameba aplastada, y por eso es objeto de admiración y deseo y tiene que sacudirse el éxito social como un Justin Bieber cualquiera. A lo largo de la novela, sin embargo, Bejuzov se va volviendo un poco más tonto, y Bolkonsky, entre batalla y batalla y entre epifanía y epifanía, se va volviendo un poco más listo. Como el Quijote que se vuelve más Sancho y el Sancho que se vuelve más Quijote.

Pero la actitud sensata es la del Bejuzov inteligente, la mirada alelada, la incomprensión más absoluta de esa vida imposible de comprender. Y animé a leer la novela con la misma cara de idiota de Bejuzov. Si lees el libro a lo Bolkonsky, con las verdades del editorial de El País por delante, no vas a entender una mierda. Ni de mi libro ni de ningún otro, salvo quizá los de la sección de autoayuda y los de Pérez-Reverte.

En el turno de preguntas, alguien me interrogó sobre la perspectiva de género en mi novela. Confieso que no comprendí la pregunta, pero no quería parecer ni un poco grosero, así que contesté algo que supongo que no satisfizo en absoluto la curiosidad del lector. Mis disculpas.

Luego vinieron los vinos, los abrazos y las risas. Me encantó saludar a un montón de gente (me voy a dejar a muchos más de la mitad), pero me dio mucho gusto encontrarme con Juan Domínguez Lasierra, viejo maestro de varias generaciones de periodistas (entre ellas, la mía); con los chicos de la tele, Pablo Carreras, Natalia Chicón, Javier Romero y otros más; los hermanos Ortiz Albero, el poeta Miguel Ángel y el comiquero Álvaro (que este año publicará Cenizas, una genial novela gráfica, en la prestigiosísima editorial Astiberri); a Isabel Cebrián (que me gritó desde la platea porque estaba espoileando la novela); a Juan Antonio Gordón, que exuda felicidad (o la finge con grandísima verosimilitud); a los incombustibles amigos del Heraldo, Mapi Rodríguez, Paula Figols, Pedro Zapater (que escribió una crónica que puedes leer pinchando aquí) o Pablo Ferrer (a quien vi entre el público pero luego no encontré, se me escurrió); a Manolo Vilas, que gozó con el vino que se sirvió, porque era de su tierra, y María Ángeles Naval; a Óscar Sipán, que llegó por las justas; al crítico de teatro (y, sin embargo, amiguísimo) Joaquín Melguizo y su mujer Zoya —que se comprometieron a invitarnos uno de estos días a comer un gulasch como el que sale en la novela—; a la ilustradora Agnes Daroca; a la tweetstar , y a unos cuantos más cuyas caras vi pero luego no encontré en los corrillos, y a otros muchos que me olvido en esta injusta y cortísima enumeración.

Los inrockuptibles nos fuimos a las cercanas Bodegas Almau. Era lo suyo: las Almau son un escenario recurrente de la novela, y allí empezamos a maltratar de verdad el hígado. Cuando estábamos en ello, se presentó el gran Pepe Cerdá, que había tenido que ausentarse de la presentación y, con su torrente habitual, habló de París, de pintura y de muchos amigos presentes y ausentes. Cerdá es la carne que inspira uno de los personajes del libro, el de Herzen, circunstancia que le había ocultado deliberadamente hasta ayer (aunque es un secreto que se le desvela a cualquiera que lea la novela). Por supuesto, a todos les faltó tiempo para decírselo. «¡No jodas que salgo ahí!», bramó encantado. Por supuesto que sí. Un personaje medio fugaz pero muy importante. Miguel Serrano y yo somos muy fans de las pinturas de Cerdá, de ese toque inquietante de sus paisajes postindustriales, de esa luz inverosímil que muchos han asociado a Hopper, y me gustó que dijera que las describo bien en la novela, que las ha reconocido.

Cerdá es grande.

Cenamos en la plaza de Santa Cruz, otro de los escenarios de la novela, en una especie de tournée sideral por los escondrijos del libro —y allí se engancharon mis queridérrimos Santiago Paniagua y Ana Usieto, mis brother-and-sister-in-arms—, y acabamos bebiéndonos el agua de los tiestos en una cercana boîte.

Acabé con cara de idiota buscando la luz verde de algún taxi, mientras los piquetes nocturnos se reunían en las esquinas del centro de la ciudad, bien entrada la madrugada. Me miré en el retrovisor del taxi para asegurarme de que tenía una buena cara de lelo, que el taxista tuviera la certeza de que podía cobrarme de más o darme un rodeo porque mi cara traslucía idiotez y perplejidad en dosis cercanas a la muerte cerebral. Porque así me sentía: completamente idiota y exhausto, postorgásmico y agradecido. Casi feliz. Casi humano.

Gracias por la juerga, amigos. Este idiota andaba necesitado de algo así.

BREVÍSIMA AGENDA DE MARZO

Hay bastantes más cosillas, pero esto es un avance de la brasa que voy a dar en varios sitios este mes que está a punto de empezar. Aprovecho para disculpar mi ausencia el pasado viernes 24 de febrero en el sarao #lared140, donde estaba previsto que moderase una mesa redonda sobre el libro digital. Cuestiones personales de fuerza muy mayor me lo impidieron. Seguro que la cosa salió mucho mejor sin mí.

Este sábado, 3 de marzo, participaré en Madrid en el Encuentro de Blogs Literarios. Están todas las superestrellas del firmamento blogosférico literario y editorial y yo, que no llego ni a asteroide. Chatarrilla espacial, si acaso. Lo pasaremos bien, de cualquier forma. Soy ponente en uno de los paneles, pero estaré por ahí todo el tiempo, incordiando. Me comentan que el aforo es limitado (y la entrada, libre), así que si a alguien le interesa especialmente algún tema o ponente, que espabile y pille sitio pronto. Se celebrará en el Medialab Prado, muy cerquita del Caixafórum. Por la tarde, a las 19.30, algunos de los autores participantes firmaremos libros en la librería malasañera (en la calle Espíritu Santo, metros Noviciado o Tribunal). Yo me parapetaré tras ejemplares de El restaurante favorito de Nina Hagen y de No habrá más enemigo, que ya ha salido del horno y esta semana empieza a circular por las peores y más lastimosas librerías del país.

Este es el programa de festejos, pero yo aviso que de este importante cónclave de sabios sólo me interesan las copas de después y la cena que dicen que nos vamos a meter entre pecho y espalda.

PROGRAMA ENCUENTRO BLOGS LITERARIOS 2012

Madrid, 3 de marzo, en MediaLab Prado

11h 00   Apertura – 15 min
Gonzalo Garrido. Escritor. Blog Literatura basura. 5 min
Belén Bermejo. Editora de Espasa Ficción. Blog La amena biblioteca de Redfield Hall. 10 min

11h 15   A qué llamamos blogs literarios-Panel – 60 min
Paloma Bravo. Escritora. Blog La novia de papá. 5 min
David Pérez Vega. Escritor. Blog Desde la ciudad sin cines. 5 min
Pilar Adón. Escritora. Blog Leo en el océano. 5 min
Jordi Corominas. Escritor. Blog Jordi Corominas. 5 min
Julián Rodríguez. Escritor. Editor de Periférica. Blog de Julián Rodríguez 5 min
Ainize Salaberri y Jenn Díaz. Escritoras. Editoras revista Granite&Rainbow.10 min
Modera: Daniel Arjona. Periodista de El Cultural.25 min

12h 15    Qué aportan y cómo influyen en la narrativa actual-Entrevista a 4 – 45 min
Alberto Olmos. Escritor. Blogs Lector Mal-herido y Hikikomori.
Javier Avilés. Escritor. Blog El lamento de Portnoy.
Constantino Bértolo. Escritor. Editor Caballo de Troya.
Pregunta: Luis Magrinyà. Escritor. Editor de Alba.

13h 00   Break – 15 min

13h 15   ¿Puede convertirse en un género literario?-Panel – 60 min
Enrique Redel. Editor de Impedimenta. 5 min.
Gregori Dolz. Editor de Alrevés. 5 min.
Juan Aparicio Belmonte. Escritor. 5 min.
Sergio del Molino. Escritor. Blog de Sergio del Molino. 5 min.
José Antonio Valverde. Librero. 5 min.
Modera: José A. Muñoz. Director de Revista de Letras. 35 min.

14h 15    ¿Tiene sentido editarlos en libro? ¿Cómo se comercializan los blogs?-Panel – 45 min
Eduardo Laporte. Escritor. Blog El náuGrafo digital.5 min
Imma Turbau. Escritora. 5 min
Emi Lope. Editora Plaza & Janés. 5 min
Amalia López. Editora Sinerrata. 5 min
Jorge Degeneffe. Jefe de compras del departamento de librería de Hipercor. 5 min
Javier López. Librero La Independiente. 5 min
Modera: Ana Tagarro, Subdirectora de XL Semanal. 15 min

15h  00   Finalización

19h  30   Vino en La Independiente y firma de libros de los autores participantes en el Encuentro

El 9 de marzo, viernes, estaré en Huesca en una doble (o triple) presentación en la ya muy castiza librería Anónima. En principio, el sarao iba a ser para presentar allí El restaurante favorito de Nina Hagen, pero aprovechando que ya circula No habrá más enemigo, haremos un preestreno oscense del libro allá (o segundo preestreno, después de la firma de Madrid). También estará Javier Romero presentando El día en que Bunbury fue Elvis y Eva Amaral hizo los coros, libro más breve que su título. Dicen que habrá música en directo, pero, de nuevo, yo iré sólo por la comida.

El 15 de marzo, jueves, estaré con Manolo Vilas en la librería Cálamo de Zaragoza presentando la última novela de Marta Sanz, Un buen detective no se casa jamás (Anagrama).

Y por último, el 29 de marzo, la traca buena. Por la tarde (creo que a las 20.00, pero no estoy seguro), en la Fnac de Zaragoza, presentación oficial y etílica de No habrá más enemigo. Oficiará de maestro de ceremonias mi admirado Miguel Serrano.

Se están cerrando presentaciones de la novela en Madrid y Barcelona, aunque serán ya para abril.

Hay más cosas en marzo y más allá, pero esto es lo principal.

Sólo un último anuncio fuera de este programa de festejos: el 10 de mayo inauguraremos la exposición La pequeña Alemania de Zaragoza, en el Centro de Historias. La estamos terminando de diseñar y de montar, pero pinta muy bien.

Está basada en mi libro Soldados en el jardín de la paz y su diseño y forma es obra de Beatriz Lucea, con quien hábilmente me he asociado en esta aventurilla. Yo sólo he saqueado un par de desvanes y he escrito cuatro textos, pero ella se está currando lo fundamental.

EL DÍA QUE QUISE SER DEL PP

Antes de nada: muchísimas gracias por todas vuestras palabras. Espero que en unos meses podamos celebrar algo mucho mejor. Vuestro cariño nos da fuerzas.

Pero ahora, si me lo permiten, y por consideración con ustedes, retomaré el hilo del blog. Y dado que pronto nos mudaremos una temporada a Barcelona y los contenidos de este rincón se volverán asquerosamente cosmopolitas, postmodernos y propios de cantautores uruguayos con sombrero borsalino —estoy pensando en escribir el blog en inglés por hacerlo más barcelonés y todo—, voy a escribir una última entrada localista y deprimentemente provinciana. Para ir soltando lastre y quitándome el pelo de la dehesa.

Ayer estuve en un acto del Partido Popular. Sí, no me miren así, uno tiene que velar por su futuro y el de su familia, y está claro que con ustedes no hago carrera ni me compraré jamás un chalecito en La Moraleja. El candidato a la alcaldía de Zaragoza por ese partido, Eloy Suárez, montaba un sarao para exponer a los culturetas oficiales de la ciudad el apartado cultural de su programa. Inexplicablemente —así de mal asesorados estarán— uno de los miembros del “selecto grupo de la elite cultural zaragozana” (sic, según el texto de la convocatoria) era yo, un tipo que dice muchos tacos, se amodorra en el sofá con capítulos repetidos de The Office y ni siquiera es capaz de apreciar la belleza de los goles de Messi o de distinguir a un delantero centro de un tiesto con geranios.

Y no sólo eso: una vez en el acto resultó que dicho selecto grupo éramos los de siempre (LDS, para abreviar, que somos postmodernos). Algunos buenos amigos, otros excelentes conocidos y varios allegados de bares de copas. Con escasas diferencias —la salvedad de unos cuantos entes tan significados con los socialistas que su modo de vida podía peligrar seriamente si se dejan ver en una movida del PP—, la misma “elite cultural” que es invitada a los saraos municipales del PSOE gobernante. Se confirma, pues, que el bipartidismo sólo lo es en apariencia, pues a la hora de la verdad los dos partidos no sólo dicen lo mismo, sino que se lo dicen a la misma gente. Al menos, en lo que a materia cultural se refiere. Entre Intereconomía y La Sexta sólo media una cuestión de gusto o de modulación de la voz.

En cualquier caso, se agradece la invitación, especialmente porque venía cursada por Sebastián Contín, concejal popular en el ayuntamiento y persona de la que me constan su afabilidad e inteligencia, aunque sólo nos tratemos por mail.

No me quedé a los canapés, así que no sé si la cosa se animó luego, pero el acto consistió básicamente en El Candidato leyendo unas cuartillas ante el silencio soporizado de la concurrencia. Leyendo cansinamente y sin gracia, sin demostrar ni por casualidad el más leve interés por lo que se estaba comunicando.

Tras una larguísima introducción llena de consabidísimos lugares comunes (tan comunes que ya son casi lugares prostitutos), se desgranaron los cinco puntos fundamentales del programa cultural. Cinco puntos que se resumen en uno: el PP no tiene un programa cultural para la ciudad, tan sólo una serie de propuestas inconexas que de tan generales e indefinidas pueden ser apoyadas por cualquiera. Hasta la CNT podría hacer suyo ese programa, ya que habla de cositas tan mínimas que nadie puede contradecir.

Es verdad que no hay parné y que no están los tiempos para proponer nada, pero, ¿de verdad que no hay nadie en el PP capaz de articular un proyecto cultural para desarrollar en cuatro años de gobierno? Aunque luego no se cumpla. Aunque luego, en el improbable caso de que ganen las elecciones, se vean obligados a desdecirse: con echarle la culpa al PSOE, que dejó las arcas vacías y el ayuntamiento hipotecado, santas pascuas. Pero que digan algo, por dios, especialmente en un momento en el que el PSOE ha agotado su crédito como gestor cultural y se ha cargado todo aquello que merecía la pena en la ciudad. Lo tenían a huevo: se trataba de disparar a un paquidermo moribundo y fofo, cualquier pequeña cosita bien fundamentada habría sido mejor que lo que hace ahora el ayuntamiento.

Pero ni por esas: estos no cazan ni con las presas borrachas y enjauladas.

Las dos propuestas destacadas fueron crear una Casa de la Jota Aragonesa y pintar las cúpulas del Pilar que están todavía sin pintar. Agüita. No sólo son dos propuestas que podrían haberse planteado en 1962 o en 1916 (o en 1750, si me apuran), sino que son tan laterales y coyunturales que no merecen figurar en programa electoral alguno, salvo como relleno al final.

Yo sabré muy poquito de estas cosas, pero lo suficiente como para tener claro que un programa cultural debe plantearse varias preguntas:

-¿Para qué y a quién sirve un programa cultural? No es lo mismo hacerlo pensando en los ciudadanos que en los productores, y si se piensa en los productores —algo que no debiera hacer una administración pública, pero en fin—, en qué parte de ellos: los empresarios o los creadores.

-¿Qué objetivos se persiguen y qué papel ha de jugar la administración en su consecución? ¿El de un mecenas? ¿El de un facilitador? ¿El de un divulgador? ¿El de un censor y guardián de las buenas costumbres? ¿El de un aplaudidor?

-¿De qué medios se disponen para esos objetivos o de qué forma se van a pertrechar de ellos?

-Y por último, una vez se tienen claras las respuestas a estas preguntas: ¿qué propuestas concretas, y en qué calendario, van a plasmar en la práctica esa estrategia teórica?

No se engañen, en el PSOE tampoco saben nada de esto. Del resto de los partidos, no sé, porque no me han invitado a saraos similares, pero no tiene pinta de que sepan. Lo que contó Eloy Suárez, enumerando una serie de ocurrencias a vuelapluma (que si haremos un festival de cine, que si montaremos un recital de poesía…) no es un programa cultural. Y eso que algunas de las ocurrencias desgranadas, justo es que lo diga, proceden de algunos textos míos. Al menos dos de los puntos presentados son ideas que he argumentado en artículos, como se han encargado de hacerme saber. Y, por mucho que me halague o que me irrite, que tanto da, no puedo dejar de notar que mis ideas no están pensadas para que se incorporen a un programa electoral, porque no tienen entidad suficiente para eso. Son, más bien, materia de debate público y, si han de inspirar algo, que sean medidas concretas, no relleno mitinero.

A mí me ha quedado claro: la política cultural les importa lo mismo que a mí la victoria de la selección española en el mundial. Okeis, lo pillo, de acuerdo. Pero, en ese caso, dejémonos de liturgias vanas que sólo aprovechan a los que van preguntando qué hay de lo suyo, que somos todos muy mayores. Pasen de la cultura, que daño no les ha hecho. Es preferible que la ignoren a que intenten adormecerla con sus arrumacos paternales. Y no soy de los que piensan que la mejor política cultural es que no haya política cultural. No, mi anarquismo es hogareño: creo que una administración local —la estatal o la autonómica, quizá no tanto— puede hacer mucho por mejorar y dar lustre a estos asuntos, especialmente porque trabaja a pie de obra, desde la perspectiva que interesa, la ciudadana. Pero no así. Para este viaje sobran tantas alforjas.

Qué desilusión, yo que iba dispuesto a dejarme seducir por la retórica del PP… Fui en caballo y todo, para escenificar mi propia caída de Saulo de Tarso. Nada me habría gustado más que salir de allí vestido con un buen traje de sastre, fumándome un puro dominicano —cubano, ¡jamás!— y con la promesa de un carguito modesto pero bien retribuido en algún oscuro organismo semipúblico. Pero no ha habido manera. Tendré que seguir probando con otros partidos.

NO PARECE UN LIBRO MÍO

¡Tacháaaaaaaaaaaaaaaaaan!

He aquí, en rigurosa exclusiva, la portada de El restaurante favorito de Nina Hagen, mi nuevo libro. El diseño y la ilustración son obra de Ariel Soliz, un artista boliviano afincado en este lado del charco mucho más inteligente y sensible que yo, ya que ha sabido transformar mis ideas primigenias, burdas y balbuceadas en breves ráfagas alcohólicas, en esta maravilla naïf, con la trama gruesa y los colores saturados, con ese rojo tierra y sucio dominando la composición.

Yo le dije: “Quiero que la portada transmita la idea de pereza, de inutilidad, de desidia, de pasotismo extremo”. Y le propuse algunos delirios que fueron convenientemente desechados. La idea, vinculada con Nina Hagen y cierto punk aristocrático, era de un fin de fiesta, de paisaje devastado después de la diversión, y manejamos variaciones de habitaciones desordenadas y sucias para transmitir ese efecto. Al final, Ariel se inclinó por tunear esta foto tomada en una casa semiabandonada. Creo que yo he tenido un sofá idéntico en alguno de mis muchos domicilios.

El resultado es punki-hogareño. La combinación que buscaba.

Con esta portada, como comprenderán, no importan las mierdas que yo haya podido escribir dentro. Sobran las palabras, especialmente las mías. El libro es relleno para que la portada se sostenga.

Este 17 de abril, el próximo domingo, si nada lo impide, estaré firmando ejemplares en la avenida de Independencia de Zaragoza, en la caseta de Anorak Ediciones, un ratito por la mañana y otro por la tarde. Si se pasan, prometo ir correctamente vestido, pero no prometo estar sobrio si han pasado unas cuantas horas y me han traído muchas bebidas.

Estamos cerrando una presentación muy especial en Zaragoza. En un sitio muy original donde nunca se ha presentado un libro. Habrá música en directo y me presentará una queridísima y admiradísima amiga que me ha hecho el honor de aceptar el ingrato papel de decir algo agradable de mí en público y que suene creíble. Más adelante cerraremos presentaciones en Madrid y Barcelona, pero eso está en el aire.

Iré informando a lo largo de esta semana. Espero que os guste (la portada, digo, del libro ya sé que diréis que es una mierda).

APOCALIPSIS MANSOS

La hice con el móvil y en pleno crepúsculo, así que la calidad no es muy allá, pero llevaba semanas queriendo tirarla y el otro día dispuse de los cinco minutos necesarios para disparar. No es muy allá, pero me basta de momento.

Ruinas industriales a la orilla del Ebro, con el Pilar asomando en la esquina superior izquierda y esa línea horizontal de luces-dormitorio. Me encantan.

Me fascinan los paisajes de decadencia industrial que hablan de apocalipsis mansos. Me gustan los márgenes de las ciudades, donde se acumulan las basuras y todo aquello que la ciudad dice no ser pero que en el fondo es, pues la ciudad que vemos no es más que una tramoya montada sobre estas ruinas.

Diré además que este paisaje es uno de los escenarios de la novela que terminé en noviembre. Hoy he pasado junto a él con mi hermano en el coche y se lo he dicho, y me ha respondido: “Joder, ya lo sabía, lo tenía clarísimo”. Y vale, él se ha leído ya la novela, pero ese escenario en concreto no está definido del todo, está deliberadamente oculto en un mapa falso de Zaragoza. Que mi hermano lo haya reconocido a la primera lectura dice mucho tanto de su conocimiento de la ciudad como de su conocimiento de mí. Sabe lo que me atrae, sabe por qué escribo algunas de las cosas que escribo.

Me apetecía compartir ese crepúsculo pixelado con ustedes. En él transcurre una de las secuencias clave de la novela, uno de sus clímax secundarios. Sólo diré que en él hay un hombre con la polla tiesa y una mujer con una pistola. Y creo que ya he dicho demasiado. Mejor me callo.

EL PARQUE PIGNATELLI

Cuando el trabajo y la tarde lo permiten, Pablo y yo salimos de nuestra madriguera a respirar un poco. Sin retazos de sol, metidos a fondo en la sombra, vamos al kiosco del parque Pignatelli. Yo, a beber una Ámbar en jarra helada, y Pablo, a zamparse un par de colines. A veces, con amigos que vienen a vernos y a darnos conversación de la buena, pero casi siempre solos, mano a mano.

Suelo llevarme un libro, pero Pablo rara vez me deja pasar de la segunda página. Lo reclama y me reclama, pide que le libere de los indignos arneses de la sillita y que le busque acomodo sobre mis piernas. Desde ellas ve el mundo. Llama a las palomas, intenta tirarme la cerveza, grita, sonríe, se carcajea y brinca.

Pablo, sobre su alfombra de letras, listo para irse al parque

Somos felices. Nos drogamos con esa felicidad de finales de agosto que flota densa en el aire, con ese aroma a summer-almost-gone,  cuando los amores de verano remolonean, sabiendo que la cosa se acaba, pero suplicando cinco minutos más en la cama. Nos imaginamos que estamos en la playa, que el parque es un paseo marítimo y que nadie nos espera en ningún sitio. A veces, hasta oímos las olas y sentimos la arena en las sandalias. Son mentiras que duran lo que dura la jarra de cerveza, pero que nos hacen felices.

La otra tarde conocimos a Héctor. Iba de la mano de su tía, muy cauto en sus primeros pasos, pero decidido, directo hacia Pablo. Héctor llevaba una pala roja de plástico y se la ofreció a Pablo en señal de amistad. Pablo, que llevaba muchos días intentando llamar la atención de los niños del parque sin conseguir ni siquiera una mirada de desprecio, agradeció la ofrenda con todo el cuerpo, celebrándola como un enorme triunfo.

El principio de una hermosa amistad.

Yo, para unirme a la fiesta, pedí otra jarra de cerveza y me recosté.

No lo negaré: miré a la tía de Héctor y pensé en el mito erótico de los padres solos con niños. ¿Será verdad que se liga un montón? Hasta la fecha, mi experiencia es muy pobre. Puede que vaya demasiado pendiente de Pablo, pero no siento que mis paseos niñeriles despierten ternura ni humedades en nadie.

Un día quedo con uno de mis mejores amigos, que tiene un chaval un poco más mayor que Pablo. Fuimos a beber cerveza al parque, como dos padres con niños y sin madres. A Cris le parece encantador: “Vais a ligar un montón”, me dijo.

Por supuesto que no.

En una plaza nos encontramos con M. y M., pareja embarazada. Ella, al vernos, nos pregunta: “¿Habéis ligado?”.

Joder, qué empeño. No, es un mito, respondo. Y noto como al M. masculino se le ensombrece la cara. “Pues vaya, yo me había hecho ilusiones con esto de ligar en el parque”, dice haciendo pucheros.

Desengáñense: entre adultos con niños es difícil reconducir la conversación hacia terrenos erógenos. Hay demasiada caca, demasiados dientes emergentes, demasiadas experiencias vergonzantes por compartir, demasiada pedagogía y demasiado intercambio de consejos de pediatras.

Para cuando has cumplido el protocolo y estás listo para entrar en el terreno personal y en el coqueteo, se te han pasado las ganas de ligar.

Yo ya he renunciado a ello, y eso que tenía muchas ilusiones puestas en el flirteo de los jardines públicos. Quería sentirme como un personaje de Paul Valéry o de Flaubert, coqueteando con una señora respetable de mirada y deseo ardientes. Pero nada, no ha habido manera. No sé si Cris habrá tenido más suerte en sus escarceos. Pablo, de momento, no ha soltado prenda al respecto.

Así que juego con Pablo, disfruto de la brisa y contemplo ese rincón tan zaragozano y tan raro del parque Pignatelli, a medio camino entre lo vintage, el cutrerío desarrollista y un paseo marítimo de pueblo. Un quiero y no puedo encantador y ecléctico que solo es posible en esta ciudad mansa y llana que Pablo y yo habitamos y en la que, a veces, somos tan inmensamente felices que no podemos hacer otra cosa que sonreír y gritar.

ZARAGOZA ES PORNOGRÁFICA

El domingo se publicó en HERALDO el artículo que copio abajo y que manifiesta la más que perentoria urgencia de unas vacaciones para mi cuerpecillo (llegarán pronto, ya casi puedo tocarlas). Necesito perder de vista estas calles aunque sea por unos breves días.

Mi hartazgo tiene muchas causas, no todas achacables a la ciudad en sí. Yo tengo buena parte de culpa. Mi actitud y mi cansancio puntúan negativo. Pero a estas razones que no siempre son razonables se ha unido una más. Otra gotita: la reacción a unas líneas que pergeñé para el suplemento Artes y Letras de HERALDO y que recogí en el blog literario de la edición digital. Si les va el morbo cultureta, échenle un ojo a los comentarios.

Aquí les dejo La ciudad pixelada, con dibu de Álvaro Ortiz. Otro día les cuento lo del Hiperhuevo.

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Zaragoza es pornográfica

Miles y miles de ciudadanos han hecho cola para ver el vagón de tranvía expuesto en la plaza de España. Les he visto formar con disciplina y paciencia, sonrientes, charlando, saludándose, desafiando incluso al cierzo que ha malogrado esta dubitativa primavera. Cuando los visitantes llegaron a 25.000 y este periódico publicó la cifra, una compañera exclamó, casi con pánico en la voz: “¡Pero si es un maldito tranvía! ¿Qué misterio tiene?”.

Evidentemente, no utilizó el adjetivo ‘maldito’, pero a mí me riñen cuando suelto tacos delante de los niños -y soy muy de soltar tacos: grandes, redondos y rotundos, bien emplastados en la garganta-, y ustedes, improbables lectores, son como niños para mí, no me gusta herir su sensibilidad. Improperios al margen, tiene razón: es un p. tranvía. Pero la sorpresa de la compañera indica que no conoce o no quiere conocer la ciudad en la que vive. Me da envidia su actitud, pues Zaragoza todavía le sorprende, mientras que para algunos se nos ha vuelto tediosamente previsible y repetitiva.

Al zaragozano le gusta ver, especialmente si no hay que pagar entrada por el espectáculo. El zaragozano sale a mirar. ¿A mirar qué? A mirar lo que sea, siempre que no le cobren ni le intenten vender una moto. Sufre de lo que los pedantes discípulos de Roland Barthes llaman ‘pulsión escópica’: un irresistible impulso por verlo todo y por hacer que se muestre todo. El ejemplo paradigmático de pulsión escópica es el porno, donde importa que se vea todo con mucha claridad y en primerísimo primer plano, sin sombras ni efectos de montaje. Así que Zaragoza es algo así como una peli porno en sesión continua. Y, como el porno, es reiterativo, no tiene misterio y acaba siendo una gran decepción.

Zaragoza es una ciudad de paseantes que miran. Se miran entre sí y miran sus cosas. Pero rara vez miran fuera de sí. Su mirada es reconcentrada y ensimismada. En otros tiempos se diría que provinciana, pero ese término ya casi no se usa ni en Francia, que es donde se inventó. En realidad, no es provinciana porque le falta la complacencia propia del provincianismo. La mirada zaragozana es terriblemente crítica y desconfiada, nada de lo que ve le gusta, todo le parece feo, mal hecho, chapucero, falto de perspectiva, que no da la talla. Arrancarle un elogio a un zaragozano es un mérito enorme.

A veces pienso que esa actitud tiene algo que ver con la invisibilidad general de Zaragoza. Los zaragozanos que viajan por el mundo saben que es inútil intentar explicar a la gente dónde está esa ciudad que no es Madrid, ni Barcelona, ni Bilbao, ni Sevilla, ni Valencia. Solo los argentinos, y gracias al fútbol, pueden ubicarla más o menos en un mapa.

Pero en España pasa más o menos lo mismo. Yo he descubierto la ciudad a unos cuantos amigos de Madrid que apenas sabían nada de Zaragoza, más allá de que sus habitantes se llaman ‘mañicos’ (sic), adoran a la ‘Pilarica’ (resic) y de que un tío suyo hizo la mili en ella allá por el año mil chorrocientos y pico. Los zaragozanos, esos que casi nunca salen en los Telediarios, los vecinos de esa gran ciudad invisible, de ese obstáculo-estación más o menos insalvable entre Madrid y Barcelona, se vengan del desprecio ajeno mirándose con saña obsesiva su propio ombligo. Y de él sacan unas pelotas de bilis enormes que, al final, se tienen que tragar.

LA ÚLTIMA AVENTURA DEL COMISARIO MUSLARES

El maestro Mariano García (pondría unos cuantos epítetos muy grandilocuentes y merecidos, pero temo que su cara se encienda como una candileja de cabaret y acabe escondido debajo de la mesa, tapándose con un fajo de periódicos centenarios) descubrió hace unos meses a un personaje fantástico que ha despertado pasiones entre un reducidísimo grupo de acólitos: el comisario Muslares.

Como Mariano no entiende de minorías y no concibe los triunfos si no son secundados por grandes masas enfebrecidas, ha decidido matar al pobre investigador. No quiere que sea personaje de culto de cuatro gatos despeluchados: como el gran público no ha apreciado la genialidad de Muslares, al señor García no le ha temblado el pulso y se lo ha cargado, sin importarle el dolor que provoca en sus reducidos aunque muy sentimentales fans.

Pero antes de dispararle el tiro de gracia nos ha regalado una última aventura. El ínfimo puñadito de lectores que nos hemos interesado por las andanzas del comisario recibimos el Día de Reyes un mail con la historia titulada El comisario Muslares y el timo del entierro. Mariano nos escribió en ese mail:

Como sabrás, debido al escaso interés que ha despertado el personaje, he decidido ‘matarle’, muy a mi pesar. Pero el que de manera un poco exagerada he llegado a calificar como ‘el Poirot aragonés’, tiene aún su recorrido. Por eso, y para agradecer el apoyo a los seguidores de Muslares, he decidido escribir esta entrada especial de Tinta de Hemeroteca, este ‘regalo de Reyes’.

El comisario Muslares ha tenido una segunda vida efímera en el blog Tinta de Hemeroteca, en el que Mariano rescata mil rarezas de la intrahistoria aragonesa buceando en el más que centenario archivo del periódico donde él y yo curramos.

El comsario Muslares era jefazo de la policía zaragozana en los años de la belle époque, y su nombre aparece con fruición en las prolijas y pormenorizadas crónicas de esos años. Desde que Tinta de Hemeroteca lo rescató del olvido, dando a conocer sus casos y sus logros, empecé una campaña de asedio para que Mariano García lo convirtiera en protagonista de una serie de novelas policiacas ambientadas en la Zaragoza de los años 20. Hasta la fecha, Mariano se ha hecho el groenlandés (porque lo suyo rebasa mucho lo de hacerse el sueco), y eso que he conseguido a un par de corifeos que me secundan en mis proclamas, por eso he decidido pasar a mayores y hacer pública mi campaña.

El comisario Muslares, sólo por llamarse como se llama, merece un hueco junto a otros grandes investigadores hispanos, como Carvalho o Anacleto, Agente Secreto.

Por supuesto, el vicio o la manía de Muslares, ese tic que le haga identificable y humano, tiene que estar forzosamente relacionado con su apellido, así que las páginas de esas novelas que Mariano todavía no ha escrito deberán estar bien pobladas por mujeronas con muslos de buen calibre, jamonazos de Teruel enfundados en ligas, ligueros y medias de rejilla.

Esto, claro está, es solo una sugerencia, porque yo jamás osaría decirle a don Mariano cómo debe escribir. Me contento con presionarle sobre lo que creo que debe escribir.

Abrazos muslarianos.