Archivo mensual: julio 2010

CÓMO SER PÉREZ-REVERTE

No sé si hay alguien ahí o se ha ido todo el mundo de vacaciones. A mí me queda un trecho hasta septiembre. Un trecho que se presenta laaaaaaaargo y reseco. Hay quien dice que trabajar en agosto es genial, que no hay jefes, ni presión, ni colas, ni molestos ciudadanos. Consuelo de gilipollas. Consuelo estúpido de quien lleva escrita en la frente la palabra pringao.

También te dicen: “Pero piensa que, cuando los demás vuelvan tristes, tú te irás feliz”.

Otro consuelo impresentable. ¿Alguien se ha tragado esa mierda de que lo bueno se hace esperar? Los mojigatos que esperaron al amor de su vida para echar el primer polvo, ¿lo disfrutaron más que los adolescentes con calentón dispuestos a agarrarnos a la primera teta disponible?

Lo dudo mucho.

Así que, a falta de consuelos, redundaré en mi amargura. Y para ello, ¿qué mejor que una lectura de artículos atrasados de Arturo Pérez-Reverte?

Hacía tiempo que no aparecía su académica palanca por aquí, y seguro que algunos de ustedes -de los desgraciados que, como yo, están atrapados en el asfalto y la chicharrina de una ciudad antipática, no de los que disfrutan en los grandes museos de Europa, se solazan con el top-less de las veinteañeras gaditanas o descubren las delicias gastronómicas de Shanghai- lo echaban de menos.

Hacía tanto tiempo que yo no hacía mención a Don Arturo, que, en el ínterin, el personaje ha evolucionado. Ya no es ese novelista-lobo-de-mar-académico-justiciero-curtido-en-mil-batallas-yo-he-visto-el-rostro-de-la-muerte-todos-ustedes-son-mariquitas-con-sofocos-menopáusicos. Ahora, Don Arturo, transido de sabiduría y relleno de experiencias vitales como una aceituna lo está de anchoas, ha decidido que ha llegado la hora de devolverle al mundo un poquito de lo que el mundo le ha dado a él.

Atención: Arturo Pérez-Reverte se ha convertido en Joda, y ha abierto el plazo de matrícula para su escuela de jedis.

Al menos, eso sospechamos tras la lectura de la Carta a un joven escritor (en dos partes: la primera, el domingo pasado; la segunda, este). Un texto que, como todos los relatos fundacionales de las religiones monoteístas, combina con maravillosa sutileza la mística de lo divino con el imperativo moral. Tras su lectura, no sólo nos acercamos más a Dios, sino que recibimos, reveladas de la propia voz del innombrable, una guía vital, unas normas de conducta y unos mandamientos para que nuestras vidas sean dignas del amor de Él.

No debe extrañarnos que Pérez-Reverte haya decidido abandonar su vacía vida terrena y envolverse en los ropajes de la divinidad para iluminar la senda de los descarriados. Era el paso lógico: después de bajar a los infiernos y ver el rostro descarnado de la guerra, después de dominar el verbo y beber la ambrosía con las glorias del Parnaso y después de gozar de los serenos honores de la Academia, reposo erudito a tantas aventuras, desventuras y desvelos, Don Arturo ha alcanzado la serenidad de espíritu que le permite apartarse de las cuitas mortales y mirar de frente a la divinidad.

Jóvenes escritores, escuchad y difundid la palabra. Don Arturo ha hablado.

Y ha dicho:

Vaya por delante que no hay palabras mágicas. No hay truco que abra los escaparates de las librerías. Nada garantiza ver el fruto de tu esfuerzo, esa pasión donde te dejas la piel y la sangre, publicado algún día. Este mundo es así, y tales son las reglas.

Atentos, pues, a estos versículos, que remiten sin duda al libre albedrío: la salvación está en tus manos, joven escritor. No culpes al prójimo de tus pecados y encuentra el camino de la virtud sin esperar recompensa alguna.

Pero vayamos al meollo, a la clave para encontrar la fuerza y saber usarla en beneficio de la República, sin dejarse dominar nunca por el reverso tenebroso:

No seas ingenuo, pretencioso o imbécil: jamás escribas para otros escritores, ni sobre la imposibilidad de escribir una novela. Tampoco para los críticos de los suplementos literarios, ni para los amigos. Ni siquiera para un hipotético público futuro. Hazlo sólo si crees poder escribir el libro que a ti te gustaría leer y que nadie escribió nunca.

Tajante, sí, pero ya sabemos que muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.

Pero levantémonos todos y leamos al unísono otra de las enseñanzas básicas de nuestras Escrituras:

Otra cosa. No pidas consejos. Unos te dirán exactamente lo que creen que deseas escuchar; y a otros, los sinceros, los apartarás de tu lado.

Críptica y profética sentencia que recuerda a aquella advertencia que le hizo Jesús a Pedro: “Me negarás tres veces”. Sin duda, los monjes que se dediquen a la exégesis del perez-revertismo tendrán mucho que decir sobre este versículo. Los sinceros, los apartarás de tu lado. Es cabalístico: sumando las sílabas, nos sale el número 13, el del mal augurio. Hay algo verdaderamente diabólico en esta sentencia. Sin duda, una advertencia a no dejarse tentar por el lado oscuro y un consuelo para nuestras horas más negras.

Este pasaje contiene también la parte más desconcertante de estas enseñanzas, y la que consumirá más páginas de disputa teológica: el profeta de la Academia nos dice que no pidamos consejos. Y, sin embargo, sus dos cartas a un joven escritor están llenas de consejos, advertencias y broncas. ¿Cómo concilia el buen perez-revertista ese mandato a no buscar consejos con los consejos que contienen sus escritos sagrados? ¿Qué hace, saltarse las partes de los consejos y fijarse solo en la mística? ¿Interpretar libremente, como hacen los judíos? La palabra revelada a veces es misteriosa y paradójica, pone a prueba nuestra fe.

Terminemos este oficio perez-revertista pensando sobre otro revelador pasaje:

Lo que distingue a un novelista es una mirada propia hacia el mundo y algo que contar sobre ello, así que procura vivir antes. No sólo en los libros o en la barra de un bar, sino afuera, en la vida. Espera a que ésta te deje huellas y cicatrices. A conocer las pasiones que mueven a los seres humanos, los salvan o los pierden. Escribe cuando tengas algo que contar. Tu juventud, tus estudios, tus amores tempranos, los conflictos con tus padres, no importan a nadie. Todos pasamos por ello alguna vez. Sabemos de qué va. Practica con eso, pero déjalo ahí.

Queridos hermanos jedi: si habéis leído con atención, os daréis cuenta de que aquí se encuentra contenido el núcleo fundamental de nuestra religión. El objetivo de la misma no es convertiros en escritores, sino aprender a ser como Pérez-Reverte. Nuestro ideal es acercarnos lo más posible a la divinidad. Por eso procuraremos vivir antes de ponernos a escribir, como hizo Don Arturo. Y no sólo en los libros o en la barra de un bar, sino afuera, en la vida, como hizo Don Arturo. Esperaremos a que nos deje huellas y cicatrices, como las que esconde Don Arturo debajo de su ropa náutica y de sus chaquetas de tweed de académico. Nuestra juventud, nuestros amores tempranos o los conflictos con nuestros padres no le importan a nadie. Si escribimos sobre ellos acabaremos convertidos en escritores de mierda sin ningún interés como Pío Baroja, que escribió un montón sobre su juventud; como Juan Marsé, que de primeros amores llenó sus libros, o como Kafka, que le dio por escribir una puta obra maestra sobre el conflicto con su padre. Escritores todos ellos indignos de ingresar en el perez-revertismo jedi. Panolis invertidos sin hombría ni agallas. Un escritor de verdad escribe de piratas, de espadachines, de tíos con cojones que imparten justicia y follan sin quitarse los calzoncillos.

Pérez-Reverte, en estos textos, no nos enseña cómo ser escritor, sino cómo ser como él. Sigámosle, pues, ahora que las aguas se partieron y el mar está temporalmente seco.

AND THE WINNERS ARE…

El gran señor de Sipán ha emitido al fin su esperado veredicto. Ha tardado un poco porque estaba celebrando la prohibición de los toros en Cataluña.

Y el finalista es…

(a ver, necesito un redoble)

Prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. ¡Chas!

¡Pepito Delmalo!

El jurado no ha explicado las razones que le hacen merecedor del segundo puesto, pero recordemos el texto y juzguen ustedes mismos:

Pues debe de ser por eso que hacía yo de pequeño de cerrar los ojos y mirar al sol y robarle la luz. Siempre que íbamos a la ciudad en el BX de mi padre, el sol quedaba atrás, y yo lo miraba, y como tengo las pestañas largas, pues medio cerraba los ojos de manera que sólo pasaran unas rayas de luz que almacenaba en algún lugar de mis intestinos. (Más tarde descubriría que eso lo hacían también los girasoles y otras plantas, y que lo llamaban fotosíntesis).

Pues debe ser por eso; pero vamos, que si no me llega a decir nada el encargao, seguro que no lo saco. ¿Quién se cree que es?

He roto un montón de cosas, y me han echao del curro; pero con esta cabeza seguro que me dan alguna pensión de invalidez y no tengo que volver a aguantar a ningún jefe.

Congratulations.

Pasemos ahora a conocer el nombre del ganador.

Según Óscar Sipán, que esta vez sí que ha argumentado su decisión, el vencedor de este superconcurso veraniego de este blog de ustedes es…

(más redoble, por favor)

Prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. ¡Chas-chas!

¡Rondabandarra apocalíptico!

El jurado ha dicho de su pieza, y cito textualmente: “El humor y Mad Max siempre cuadran bien”. De acuerdo, no es un juicio revelador, pero, ¿qué querían? Esto es un concursillo fulero de un blog, bastante tenemos con que haya engañado a un escritor para que elija al ganador y al finalista.

Recordemos el relato ganador:

Magullado, el sacerdote se arremangó la destrozada sotana y se arrodilló sobre los cascotes y cristales de las vidrieras, en dirección hacia lo que quince minutos antes era un altar.

-Señor, ¿así es como acaba todo? Si de esta forma deseabas nuestro fin, sea Tu voluntad.

La voz que retumbó desde el cielo abierto era repulsiva:

-No te molestes, chato, también nos lo hemos comido.

-¡¡Copón!! -dijo el cura.

El señor Álvaro Ortiz firmó ayer las láminas in extremis, antes de pirarse de viaje al polo norte. Es una tirada especial de dos únicos ejemplares numerados por el propio artista. Ahora estamos de risas, pero, tengan en cuenta, queridos Rondabandarra y Pepito, que han ganado dos obritas de un artista emergente y que valdrán sus buenos dineros dentro de unos años. Solo les pido que disimulen un poco y que no las vendan demasiado pronto en eBay (esperen a que se revaloricen y a que el autor vaya ganando caché en el mercado).

Por cierto, Álvaro me contó ayer que se marcha una temporada a Angouleme, la capital de cómic europeo, a dibujar un proyecto chulo.

A todos ustedes, gracias por participar en este paripé que pretendía homenajear a quien ha sido mi compi de página durante varios años, y a Óscar Sipán, por prestarse, chantaje mediante, a manchar su buen nombre relacionándose conmigo y mi panda de indeseables.

Gracias, amiguetes.

PS.- Se ruega al finalista y al ganador que se pongan en contacto conmigo a través del correo electrónico para concretar fecha y lugar de entrega de sus regalitos.

PERIODISMO DEL GÜENO

Hay días en que da mucha pereza vivir en este país. Pero, luego, te paras a pensar y te das cuenta de que, bajo esa densa y gruesa capa de mugre y caspa ibérica, late un corazón de modernidad que se puede auscultar si se tienen la paciencia y el cariño necesarios para ello.

Somos más los que no vamos a los toros, los que viajamos, los que gozamos en los conciertos, los que sabemos conversar sin escupir, los que gozamos de la compañía de nuestros amigos y los que queremos a nuestros hijos sin chantajes ni tiranías domiciliarias. Pero se nos oye y se nos ve poco, y parece que la marabunta de belenes esteban lo ocupa todo. Porque les dejamos que lo acaparen todo, porque nosotros estamos demasiado ocupados viviendo nuestra vida.

Quiero creer que es así, porque si no, no tendría ninguna razón para no hacer las maletas y pedir asilo en un país donde no lleguen cosas como El Mundo (hoy, más que nunca, merecedor del sobrenombre pacoibañeciano de El Inmundo).

A FAVOR DE LAS NOVIAS

Hay una cadena de tiendas de trajes nupciales que se llama Pronovias, pero yo no consigo asociarla al negocio de las bodas.

Cuando veo sus letreros, pienso: “Pronovias, es decir: a favor de las novias. ¿Es que las novias necesitan apoyos? ¿Están acosadas por un grupo de antinovias? ¿Es algo así como la materia y la antimateria?”.

Luego recapacito y proceso: “Qué gilipollez. Pro es el apócope anglosajón de profesional. Luego Pronovias quiere decir novias profesionales. Esto es, de toda la vida de dios: prostitutas”.

O meretrices, si quieren ser más finos.

Más tarde, alguien me explicó que no, que la cosa quiere decir profesionales de las novias. Vamos, que el negocio no va de prostitución femenina, sino masculina. Es una agencia de gigolós.

A veces, me cuesta pillar las cosas a la primera.

GRÀCIES, COMPANYS CATALANS

Agradecida y emocionada, solamente puedo decir: ¡gracias por prohibir!

Ahora, que completen la faena y sigan con las vaquillas y demás salvajadas que tanto gustan en nuestros bellos pueblos.

Avui, els antitaurins de tota Espanya ens sentim una mica catalans i els tenim enveja. Gràcies, i que rodi la bola per tot arreu.

PRIMA SEGUNDA DE LA VERDAD

Estoy leyendo varias cositas, todas ellas relajadas, sin las prisas y los agobios del curso. Una de ellas es una novela inédita de mi amigo Mario de los Santos, La gota contra la primavera, con la que acaba de ganar el certamen de novela corta de la Fundación César Navarro. Digamos un tópico: Mario es como el vino, mejora con los años. Técnica depurada, estilo limpio, trama bien delimitada… Va bien, va bien.

Pero no voy a cometer la grosería de contar su libro delante de todo el mundo. Ya le diré qué me parece cuando me invite a una cervecita un día de estos en el piso al que se acaba de mudar después de mucho sufrimiento con los gremios de las reformas.

Otra cosita que tengo entre manos es Los exiliados románticos, un ensayo rescatado en Anagrama del que he chapurreado algo en el blog de libros de Heraldo, De reojo.

El ensayo está escrito en los años 30 por E. H. Carr, y se nota que es una obra postvictoriana. Tiene toda la mala baba y el gracejo que sólo puede exhibir un erudito inglés que ha mamado a Oscar Wilde y se ha dejado el hígado en los pubs de Cambridge. Vean, si no, esta nota al pie, que intenta aclarar ciertas divergencias cronológicas en varias versiones de un mismo hecho:

La historia entera, contada por un excelente raconteur y registrada para la posteridad por un littérateur de primera línea, quizá pueda calificarse de prima segunda de la verdad.

Todo el libro, basado prácticamente en documentación epistolar, es un cuestionamiento constante de la fiabilidad de los relatos, tanto de los que uno cuenta sobre su propia vida, como los que cuenta de las de otros. De hecho, documenta cómo se corrió por los intelectuales revolucionarios de Europa el cotilleo de los cuernos que le habían puesto a Alexandr Herzen y de cómo el propio Karl Marx en Londres se lo contó a Engels, y eso que ambos no eran nada dados a alcahuetear (ya sé que a ustedes les dará igual, pero a mí me parece divertido ver a esos dos barbudos haciendo un receso en su empeño por concienciar al proletariado de que se librara de sus cadenas para comentar un burdo marujeo marital, como dos abuelos chochos). La versión que Marx le cuenta a Engels está totalmente desvirtuada, después de haber pasado por una larga cadena de teléfono roto.

Para que los modernos historiadores amigos de las fuentes orales se fíen.

Divertido, la verdad, para pasar una tarde de levitas, monóculos y humor victoriano cínico.

ALEA IACTA EST: LOS RELATILLOS DEL VERANILLO

Bueno, this is the end, my only friend.

El concursillo fulero que me he montado tiene ya un jurado unipersonal bien dispuesto (en realidad, lo tenía desde hacía tiempo, pero no me había dado cuenta). Es el gran Óscar Sipán, maestro del arte microrrelatero, con un montón de premios de este género en su haber. A cambio de un sonoro beso en los labios, ha accedido a dirimir quiénes de ustedes se llevarán las láminas del hombre bombilla firmadas por Álvaro Ortiz.

De momento, aquí van los candidatos. Muchas gracias a todos por hacer un rato el gamberro. El pie forzado era jodido, entiendo que la participación haya sido mucho más baja que con los sonetos. Hala, suerte a todos, que el señor Sipán es un hueso duro, aunque parezca amable y cariñoso.

David L. Cardiel

Camino por el bosque mientras, dominado por mi propio temor soy incapaz de ver su luz, aquella envolvente fuerza que solo ella podía irradiar y que guiaba mi existencia.

El tenebroso y oscuro bosque de las dudas se abre ante mí, cronos inscribe su guadaña con nuestro nombre, debo disipar mis dudas, cruzar el bosque…pero mis ojos no quieren abrirse y ver el esplendor.

Mis pasos se oyen a mi espalda, el sol oculta su rostro, el tiempo me traiciona, su luz desaparece, detengo mi marcha…estoy solo…únicamente mantengo su recuerdo (en el profundo pesar de los sueños rotos).

José

Pienso.

Cuando paseo, pongo mi pensamiento en pequeñas e intrascendentes cosas, que si una florecilla, una persona que pasa, un escaparate, …

Luego, cuando lo necesito para algo importante, nunca recuerdo donde lo puse.
Y así me va (y me viene).

Fin

Rondabandarra apocalíptico

Magullado, el sacerdote se arremangó la destrozada sotana y se arrodilló sobre los cascotes y cristales de las vidrieras, en dirección hacia lo que quince minutos antes era un altar.

-Señor, ¿así es como acaba todo? Si de esta forma deseabas nuestro fin, sea Tu voluntad.

La voz que retumbó desde el cielo abierto era repulsiva:

-No te molestes, chato, también nos lo hemos comido.

-¡¡Copón!! -dijo el cura.

Rubén

Comienzo a notarlo de nuevo. Maldito cosquilleo.

¿Qué ha provocado ahora el click en mi cerebro? El autobús no va muy lleno, nadie conversa estúpidamente… ah, ya, la radio del conductor:

- … para reducir el paro se debe abaratar el despido y…

Se está calentando, tranquilo, respira hondo, puedes controlarlo, ¡jodido móvil a 200 decibelios!

- …me pillas camino de la pelu, ¿de verdad te duele mucho?…

No puedo frenarlo, mierda, mañana saldré en los periódicos.

“Autobus destrozado por bombilla gigante mientras gritaba: esto hay que hacer con el tranvía”

Ya me miran raro, debo estar mutando, si, ya brillo, ya estoy aquiiií, Senseman ha vuelto, ¡hurray the common sense!.

Severiano

Cuando analizó la pugna entre los improperios y los estratos, Van Eerle no tuvo en cuenta el carácter vacilante de las tildes, de manera que todo su relato, centrado en la experiencia de una juventud aventurera y una madurez sosegada, que con tanta mansedumbre seguían desde el forillo los aconteceres libres de servicio y las empleadas del hogar, se vino abajo como por ensalmo, sin que de nada le sirviera pisotear los rastrojos, arengar a las masas con su verbo ardiente o mesarse la noble cabellera, de la que por otra parte carecía. Todo inútil, como puede apreciarse en la foto.

Pepito Delmalo

Pues debe de ser por eso que hacía yo de pequeño de cerrar los ojos y mirar al sol y robarle la luz. Siempre que íbamos a la ciudad en el BX de mi padre, el sol quedaba atrás, y yo lo miraba, y como tengo las pestañas largas, pues medio cerraba los ojos de manera que sólo pasaran unas rayas de luz que almacenaba en algún lugar de mis intestinos. (Más tarde descubriría que eso lo hacían también los girasoles y otras plantas, y que lo llamaban fotosíntesis).

Pues debe ser por eso; pero vamos, que si no me llega a decir nada el encargao, seguro que no lo saco. ¿Quién se cree que es?

He roto un montón de cosas, y me han echao del curro; pero con esta cabeza seguro que me dan alguna pensión de invalidez y no tengo que volver a aguantar a ningún jefe.

GIMLASIA

Una vez, Homer Simpson se propone adelgazar y sale a correr por las noches. En una de sus carreras, se para frente a un local con el letrero GYM.

-¿Ge, y, eme? ¿Qué es ge, y, eme? Ah, claro, es gimlasia, justo lo que necesito.

Mi ignorancia del mundo gimnástico es equiparable a la de Homer. De hecho, en esta soterrada crisis de los treinta que atravieso, y que me ha llevado a ser padre, a ponerme a escribir novelas, a pensar que un fin de semana en un balneario no es un mal plan, a comprarme un armario entero de camisas de estampados setenteros y colores chillones, a aprender a distinguir entre un malbec y un syrah, a carcajearme con la Guía para padres desesperadamente inexpertos de La Parejita, a mejorar mi técnica coctelera y a plantearme cultivar mis propios tomates, hay dos cosas que no se me han ocurrido: comprarme una moto y apuntarme a un gimnasio.

Y eso que podría haberme dejado contagiar por el entorno. Hace unos años, abrieron un gym superfashion y dididisaign al lado del periódico, y muchos compis aprovecharon los mediodías para desfondarse en sus habitaciones minimalistas. Yo aprovechaba esos mediodías para comer pochas con chorizo en alguna tasca de los alrededores desde donde pudiera verles sufrir con su tarterita de lechuga. Pero cayó mucha gente en la tentación, incluso amiguetes libres de sospecha gimnástica. Yo me mantuve firme (o fofo, claro: firmes se estaban poniendo ellos).

El otro día llamó a casa una chica muy simpática que me ofrecía dos años gratis en un megapijo y superfashion gimlasio del centro de la ciudad. Le dije que muchas gracias, pero que no me interesaba.

-¿Cómo que no le interesa? -me dijo-. Fíjese que son dos años gratis, Sergio -me llamaba por el nombre: técnica básica de marketing-, es un ofertón, y todavía no me ha dejado explicarle los detalles, aún no puede saber si le interesa o no. Y es para toda su familia, no sólo para usted.

-Ya, pero es que no tenemos tiempo para ir al gimnasio, trabajamos mucho.

-¿Qué me dice, Sergio? ¿Me está diciendo en serio que no tiene unos minutitos al día para cuidarse?

Dios, qué irritante. Estuve por contestarle: sí que los tengo, pero los empleo en masturbarme con una bolsa de plástico en la cabeza con dos agujeros a la altura de los ojos para poder ver porno de ancianas escandinavas haciendo la tijera sobre un fiordo helado.

La de veces que me tengo que morder la lengua a lo largo del día. Y no debería, porque las comerciales aprovechan tus mordeduras de lengua para meter sus cuñitas:

-¿Y a su esposa?

Estuve por aclararle que no estábamos casados, pero me volví a morder la lengua.

-No, a mi esposa tampoco le interesa.

-¿Está seguro? Si no lo ha consultado con ella. ¿Por qué no le comenta la oferta y que decida por sí misma?

Zorra, pensé.

Zorra inmunda. Faltaba poco para que me denunciara por violencia de género.

Pero me había pillado. Había encontrado un flanco débil que había dejado expuesto: la comercial estaba aprovechándose, de forma algo tosca, pero eficaz, de la presión social. ¿Me iba a arriesgar a quedar como un machista?

Estuve tentado, vaya que si estuve. Estuve por decirle: mi mujer hace lo que yo le diga, y no tiene por qué ir a exhibirse impúdicamente a un sitio donde será objeto de miradas lúbricas por parte de tíos cachas y sudorosos. Mi mujer está muy bien donde está: encerrada en la habitación del fondo y zurciéndome los pantalones. Sólo saldrá de casa el Domingo de Ramos, y bien cubierta con una mantilla. Y usted, deje de hablar de ella si no quiere calzarse dos hostias.

Pero me volví a morder la lengua. La tengo en carne viva de tanto mordérmela.

Para qué engañarme: por primera vez, la agresividad de una comercial pudo conmigo. Generalmente les cuelgo, les respondo mal, me invento identidades y oficios, finjo interés para gastar bromas a terceros y miento como un bellaco. Me divierte. Pero con esta mujer no pude. Me sentí juzgado, me sentí sucio. La tía me estaba diciendo:

-Venga, gordito maltratador de mujeres, atrévete a colgarme si no tienes los huevos  vacíos. Para rehabilitarte socialmente, lo único que puedes hacer es aceptar la oferta del gimnasio y presentarte en él con tu mujer, y os apuntáis a step los dos, que ya verás cómo nos reímos cuando no sepas seguir la coreografía.

Así que le dije que tenía razón, que lo comentaría con mi esposa, en un contexto democrático y respetando la decisión que tomara, sin subyugar en ningún momento su libertad de movimiento, palabra o acción.

La comercial De Beauvoir, satisfecha, soltó a su presa.

-Puede llamarme mañana a este número.

Repetí las cifras para que la comercial castradora creyera que estaba anotando el teléfono y colgué.

Después, abrí la nevera, cogí lo más grasiento que había en ella (sobrasada con longaniza, panceta y mantequilla), me hice un bocata, me abrí una cerveza y me tumbé a la bartola toda la tarde.

Sé que, en el oscuro cubículo de telemarketing donde trabajaba, la comercial escuchó un pitido en el oído derecho. Era la venganza del gordito.

EL DÍA DEL PADRE

Aprovechando el receso editorial del verano, que ha provocado una merma en la llegada de novedades para comentar en De reojo, he relajado el ritmo en el blog de libros del Heraldo. Libre de tanta obligación lectora, me he metido a fondo con la novela, a la que dedico casi todas las energías que tengo, que no son tantas.

En cuanto encuentro un hueco, me pongo a darle a la tecla. La cosa avanza a buen ritmo, aunque no creo que pueda cumplir la promesa de entregarle el texto a mi agente en septiembre. Le diré que lo bueno se hace esperar, a ver si cuela.

Empiezo a estar contento. No rebosante de felicidad, pero veo que las cosas cuajan. Y me está pasando algo inaudito en mí: le estoy cogiendo un cariño aterrador a los personajes. Aterrador en todos los sentidos, porque algunos son asesinos y malas piezas, y me preocupa empatizar con gente de esa calaña.

Estoy cómodo con lo que escribo. De hecho, a veces me da la sensación de que tengo el libro escrito en la cabeza y que, al teclear, sólo estoy sacando algo que ya tengo trabajado y madurado dentro de mí, algo que quería escribir hace mucho tiempo pero que no tenía capacidad ni técnica ni oficio para emprender. No es que ahora ande muy sobrado de estas cosas, pero me defiendo mucho mejor, no soy un adolescente letraherido. El plan inicial ha variado mucho. De hecho, el plan inicial se ha ido a la mierda varias veces. Como debe ser. El texto en el que trabajo ahora es bastante más sencillo, con tramas menos retorcidas. Digamos que es bastante más legible que lo que me propuse al principio. Y creo que más auténtico, más doloroso y sentido a la vez.

No sé si es bueno. De hecho, creo que nunca lo sabré. Pero sí sé que me emociona y que reconozco mi voz en las frases.

Para ayudarme en esta ímproba tarea, he contratado a un asesor literario. Es un lector quisquilloso, y cuando no le gusta algo, lo pisotea.

Ahí lo tienes, revisando unos pasajes de la primera parte del libro (que consta de tres), la única de la que puedo decir que ya tiene casi su forma definitiva:

Por suerte, cuando tiene que elogiar un adjetivo o una frase acertada, no escatima en felicitaciones. Se vuelve hacia mí y me dice que le ha gustado, que siga por ahí:

Pero no os engañéis, que los elogios los vende caros. Es un lector duro, entregado y minucioso. El papel que arruga con la mano izquierda lo está retorciendo porque ha detectado una rima interna, y eso le pone de los nervios.

Ya tengo título. De hecho, a Ella, mi agente, le dije que lo único seguro que tenía era el título, y que me veía obligado a escribir una novela para que ese título no se desperdicie, pero que lo único que me interesa del libro es la frase que lo titula.

Me miró con inquietud, pero no se echó atrás, así que supongo que está más loca que yo.

Además del título, tengo clara otra cosa imprescindible: la cita inicial.

Teniendo título y cita, lo demás se hace solo. Sólo hay que ponerse a inventar historias durante trescientas páginas. Cualquier cosita vale, plagias algo con cierto disimulo, y santas pascuas.

Total, todos los escritores del mundo llevan tres mil años plagiando la Ilíada y la Odisea y nadie parece haberse dado cuenta.

El título no te lo cuento, que es supersecreto, pero la cita no me importa adelantártela.

Si no cambio de idea, la novela se encabezará con esta frase:

Well, it’s Father’s Day and everybody’s wounded.

Traducido, más o menos: “Es el día del padre y todo el mundo está herido”.

Es un verso de First We Take Manhattan, como seguramente habrás reconocido, y tiene mucho que ver con la clave principal de la novela y con el comportamiento de los personajes.

Y ya, que me voy mucho de la lengua y lo que tengo que hacer es darle a la tecla.

PS.- hartos de nuestra compañía de adsl, hemos decidido cambiarnos a otra mucho más simpática que nos cobra la mitad y nos da el doble de cosas, pero, en el ínterin es probable que estemos unos días aislados del internet mundo. No se tomen a mal que no les responda, es que no estaré aquí para escucharles.

PROVINCIANOS POR EL MUNDO

Creo que se acaba Aragoneses por el mundo. De las otras autonomías, no saben no contestan.

Puede que sea el comienzo del fin de la saturación reporteril-viajera. La tele española, cuando engancha un formato que funciona, lo exprime hasta que pierde toda su gracia. Y cuando ya ha perdido su gracia y huele a chotuno, lo retuerce un poco más hasta que sólo quedan las raspas. Y con las raspas hace un caldo. Y lo que sobra del caldo se lo echa a un arroz.

Se hacen parodias del género. Y parodias de las parodias. Y llega un momento en el que las parodias de las parodias suenan más frescas y verosímiles que el formato original.

Sospecho que los programas de reporteros aguantarán una temporada más, porque creo que aún quedan dos indigentes del barrio de las 3000 de Sevilla que no han salido aún fumando droga, y un ama de casa de Pontevedra que no ha explicado su receta de pulpitos con padrón. Pero, cuando salgan, el formato habrá muerto al fin y todos podremos descansar en paz.

En el caso de Aragoneses por el mundo, siempre recordaremos cómo los reporteros azuzaban a los protas para que dijeran algo bonito de su pueblo y cuánto lo echaban de menos, con resultados desiguales.

La cosa era más o menos así:

Reportero.- Bueno, ya hemos visto que vives en una ciudad espléndida de California donde has alcanzado un éxito tremendo en tu profesión, en la que te postulas como candidato al Nobel. Hemos paseado por tu agradable mansión, hemos conocido a tu esposa, que además de estar más buena que el pan, tiene cuatro premios Pulitzer, y a tus hijos, sanotes y felicísimos. También nos has presentado a tus muchos amigos, entre los que se cuentan Clint Eastwood y Martin Scorsese y hemos visto lo mucho que te quieren y te admiran en esta ciudad. Pero, dime una cosica: ¿a que estás deseando volver a Lumpiaque?

El aludido suele poner cara de circunstancias. Se le lee el pensamiento, que se transparenta en la frente. Piensa: “Ni de putísima coña vuelvo a poner yo un pie en ese agujero infecto que huele a bosta de ñu y donde mueren todos los sueños. No pienso volver ni en vacaciones”. Pero se ve obligado a decir: “Bueno… No sé… La vida, que da muchas vueltas, nunca se sabe”.

Uno de los momentos más delirantes que presencié en el programa fue cuando entrevistaron a un arquitecto que vivía en Los Ángeles. El buen hombre les llevó al Getty Museum y les enseñó un montón de sitios majos de la ciudad, pero al reportero sólo se le ocurrió preguntar: “Pero, bueno, tú, como arquitecto, estarás deseando volver a Aragón, que aquí no tienen el románico del Pirineo, ¿eh?”. La cara del arquitecto, que le acababa de enseñar edificios de Frank Lloyd Wright y rascacielos de formas imposibles, fue de poema.

¡El románico aragonés! Hay que joderse.

Provincianos por el mundo deberían haber titulado algunos capítulos. O La ciudad no es para mí. O La ignorancia, esa atrevida e impredecible furcia.

Había varios tipos de personajes en Aragoneses por el mundo (equiparables a los del resto de autonomías).

  • El emigrante antañón. Los que se instalaron en los años 60 para no volver. Tienen cónyuges e hijos talludicos y criados en sus países de adopción, hablan con cierto deje de ese país y sus recuerdos de España son borrosos y desubicados. Se emocionan con facilidad cuando se les habla de su pueblo. Tienden a expresarse con una torpeza más que excusable y son unos pésimos cicerones que gustan de enseñar los tópicos más kitsch y de peor gusto de la ciudad en la que viven.
  • El emigrante fashion-molón. Chóbenes sobradamente preparados con trabajos chulos muy bien pagados en ciudades modernas. Sus parejas suelen ser del lugar o de un tercer país, y llevan su mismo rollo. Están encantados con su vida y con su país de elección, pero son educados y no hacen cortes de mangas cuando les hablan de volver. En este grupo se encuadran también los cerebritos de postgrado con becas chupiguay. En general, son majos, habladores y excelentes guías turísticos. Conviene hacer caso a sus recomendacioens si se piensa viajar a esas ciudades.

Estas dos categorías sociológicas son las normales y las mayoritarias, pero, supongo que para rellenar, en muchas entregas se incluía una nueva, ciertamente fascinante: los erasmus.

Partamos de una premisa -que, como todas las premisas, se convierte en falsedad al generalizarse, pero que para hacer unas risas, sirve-: los erasmus pasan por un país, pero el país no pasa por ellos.

Los erasmus que salen en estos programas viven en pisos-comuna poblados por españoles. En la nevera tienen cientos de tuppers con comida de la mama. Hasta la cerveza que beben se la han traído de España, porque es más barata, y el único léxico que manejan del idioma del país que les acoge es el relacionado con to drink y con to fuck.

El guión siempre es igual:

El reportero les pregunta si echan mucho de menos Zaragoza. Y ellos prorrumpen en ayes y alaridos de nostalgia: “¡Muchísimo, muchísimo, esto es insoportable, aquí no hay sol y la gente habla raro!”. El reportero inquiere: “¿Lleváis mucho tiempo aquí?”. Y ellos contestan: “Llegamos la semana pasada”.

Después de enseñarles el piso, les llevan a la taberna McGiffin’s o McCartney’s o McKinnegan’s o McConan’s o McGregor’s. Siempre es una taberna irlandesa, aunque la ciudad esté en una isla del Egeo. Y allí, en torno a medias pintas de Guinnes (“no te puedes pedir una entera, que aquí todo es muy caro”), se juntan con otros trescientos españoles.

Sacas la conclusión de que su vida se desenvuelve entre el piso-comuna y la taberna McGiffin’s o McCartney’s o McKinnegan’s o McConan’s o McGregor’s, con alguna visita ocasional a la universidad en la que están matriculados. Creo que muchos vuelven a España sabiendo menos inglés del que hablaban al marcharse.

Hasta siempre, Aragoneses por el mundo, qué buenos ratos nos has hecho pasar, y a cuántos padres de erasmus has desengañado.

ÚLTIMOS DÍAS

Durante esta semana pueden ustedes seguir mandando textos para ganar dos láminas de Álvaro Ortiz (ganador y finalista). Aparte de los relatillos que se leen en esta entrada, hay algunos más que han llegado por mail. Supongo que la pereza y el verano han influido en una afluencia menor de la que pensaba. A juzgar por el éxito que tuvieron los sonetos, que iban sin premio, no es que esperara una avalancha, pero sí un poco más de entusiasmo.

En fin, qué se le va a hacer, pedazo de ingratos (acotación: llanto contenido y gesto de desprecio a la platea). Tomo nota, en cualquier caso: sonetos, sí; relatillos, no. Aunque puede que lo que no les motive sea el premio. Quizá si hubiera ofrecido algo de sexo light conmigo o algo alcohólico, se habrían animado más. Por lo que sea, al arte no le hacen aprecio. Probaré más adelante a pedirles coplas pornográficas o fotos de genitales en primerísimo primer plano, a ver qué tal funciona eso.

Bueno, a lo que iba, que me enrollo con el rencor que me carcome: el jurado va a ser unipersonal, y en cuanto el aludido me dé el nihil obstat, anunciaré quién es. La semana que viene colgaré un post con los textos candidatos y, al día siguiente, tendremos ganadores. Apúrense y manden algunas cositas más, que no hay límite de participación.

PARA PARTICIPAR Y/O SABER DE QUÉ DEMONIOS ESTOY HABLANDO, PINCHAR AQUÍ

LA SOLEDAD DEL ACTOR DE REPARTO

Ya saben que no cuelgo aquí casi ningún artículo mío, por respeto a ustedes, que bastante me sufren ya. Pero de vez en cuando siento la necesidad de hacer un huequito a algunas piezas.

Hace unas semanas aproveché el estreno del documental Retrato de un actor de reparto para escribir una pajuela sobre Peter Lorre. Santiago Aguilar, el director del filme, la leyó, me escribió y tuvo la gentileza de mandarme una copia del documental.

¿Tengo que aclarar que me encantó? Y eso que me costó entrar en él: tanto su realización rollo Dogma -está grabado con una cámara de vídeo, con aspecto casero, sin ese granulado de la fotografía de cine- como su estructura, trazando espirales en torno al personaje, me distanciaron en el arranque algo más que brechtianamente. Pero al cuarto de hora ya estaba enganchadísimo; a la media hora, fascinado, y a la hora y cuarto, emocionado sin objeciones.

Le he dedicado La ciudad pixelada de este domingo en Heraldo. Ahí va, por si viven aislados del mundo sin comprar prensa -afortunados ustedes-.

Probablemente, el nombre de Carlos Lucas no les diga nada, aunque su cara seguro que les suena. El suyo es uno de esos rostros que aparecen constantemente en el cine español: es el camarero que le sirve un café al protagonista, el empleado de la gasolinera que le llena el depósito, el transeúnte que pide fuego, el portero que abre la puerta, el enfermero que lleva la camilla o el taxista que da palique al malo de la película. Carlos Lucas falleció en 2004, con 92 intervenciones en el cine desde 1957 hasta el año de su muerte. Muchas veces, como figurante sin frase, como bulto entre el público de una velada de boxeo o entre la multitud que sale de una boca de metro.

Su primer papel relevante le llegó en 1994, cuando llevaba casi cuarenta años de carrera. Fue en ‘Justino, un asesino de la tercera edad’, donde interpretó a Sansoncito, un personaje secundario que le valió el primer y único premio de toda su trayectoria. Este es el punto de partida de ‘Carlos Lucas: retrato de un actor de reparto’, un precioso documental recién estrenado que indaga en la fascinante y hermética historia de este personaje tan visto y tan desconocido.

La película está dirigida por Santiago Aguilar (miembro del dúo La Cuadrilla, que firmó tres largos en los años 90, y guionista de ‘Camera Café’, la serie creada por el otro miembro del dúo, Luis Guridi) y se construye en torno al testimonio discontinuo y errático de Carlos Lucas, a quien siguen por Madrid en su día a día, por las tascas de su barrio, adentrándose poco a poco en los misterios de una vida larga y sorprendente que desmiente el tópico que el propio cine ha compuesto de los llamados ‘cómicos de la legua’.

Casi sin quererlo, Aguilar y su equipo descubren que Carlos interpretó más de treinta zarzuelas, que compuso tres canciones y que escribió un guión para Sara Montiel que nunca se rodó. Un guión delirante titulado ‘Comprometido en homicidio’ y ambientado en Nueva York.

Pero, entre los secretos más gratos, hay una hermosa conexión aragonesa. En los años sesenta, Carlos Lucas formó parte de la compañía teatral de Maruja Gimeno, con sede en Zaragoza, que recorría los pueblos de Aragón como en la película de Fernán-Gómez ‘El viaje a ninguna parte’. Uno de los momentos cumbre del documental es cuando se llevan a Carlos a Zaragoza y le dan un paseo por la ciudad en el taxi de Carlos Muela, hijo de Maruja. En la radio suena ‘Soy de Aragón’ cantado por el padre del taxista y compañero de caminos del protagonista del documental. Carlos Lucas se emociona y se le escapan unas pocas lágrimas en uno de los instantes más emotivos de la cinta.

Más tarde, en casa de Maruja Gimeno, todos los viejos amigos se reúnen para recordar anécdotas, y Maruja le reprocha cariñosamente a Carlos, en una muestra contundente de realismo baturro: “Este, en cuanto juntaba dos pesetas, se iba a Madrid, que se creía que iba a triunfar, y luego volvía”.

En esa crueldad jocosa, tan aragonesa por otra parte, se resume el espíritu de la vida de Carlos Lucas. Alguien que se creía que iba a triunfar. Y que lo creyó hasta el final de su vida, aunque llevaba veinte años viviendo en una pensión, aunque nunca tuvo dinero y no abandonó jamás su condición de actor ‘de reparto’. Es una perseverancia inescrutable, incomprensible y hermosa. Los americanos hablarían de cierta épica del fracaso, pero, después de ver ‘Retrato de un actor de reparto’, pocos serían capaces de considerar a Carlos Lucas un fracasado.

COMPÓRTESE, SEÑORITA

Vaya bronca que le echan a Mariza en El País. El crítico Fernando Neira, más que escribir una crítica de su último concierto en Madrid, le larga un chorreo de padre y muy señor mío. Sólo le falta decir: “Compórtese, señorita, compórtese”.

Ya en el lead le acusa de “buscar el aplauso menos consistente”. Ay, qué guarrilla, qué casquivana. Mira que andar reclamando aplausos poco consistentes… Usted, que podría aspirar al aplauso noble del marqués, se conforma con el aplauso descamisado del populacho.

Neira tiene gracia escribiendo, no se lo voy a negar, pero me irrita un poco su pundonor purista. Dice de Mariza, por ejemplo:

Hay en su actitud un ánimo de popularización que a veces la aproxima a Dulces Pontes, el más manido de los modelos posibles. A Mariza le juega una mala pasada su carácter demasiado expansivo y se sitúa en una encrucijada que debería resolver si no quiere ponerse a girar en redondo, sin dirección ni sentido.

Un carácter demasiado expansivo, un ánimo de popularización… Por favor, señorita, compórtese, cierre las piernas, muestre un poco de respeto por esta casa que le acoge, así no va a cazar marido. Para este crítico, el fado es triste, y con tristeza ha de atacarse. ¿Qué es eso de andar sonriendo y “presumiendo de guapa”, como llega a escribir? Hasta ahí podríamos llegar: una portuguesa que se cree guapa. ¿Qué será lo siguiente? ¿Una inglesa con los sobacos depilados, una francesa que se duche a diario, una italiana de dieciocho años virgen, una sueca que no persiga a españoles velludos por la playa de Torremolinos? Por favor, ajústense a su tópico, no nos despisten. Como decían en Amanece que no es poco: actúe como los demás americanos, que unos días van en bici, y otros, huelen bien.

Parece que Neira no ha prestado atención al repertorio de la propia Mariza, que en Recusa, canta:

Se ser fadista é ser triste,
é ser lágrima prevista,
se por mágoa o fado existe,
então, eu não sou fadista.

En pocas palabras, que si ser fadista es ser triste y andar haciendo pucheros, entonces, yo no soy fadista. Más claro no se puede decir. Si he de elegir entre la alegría y el fado, me quedo con la alegría.

Supongo que será ya evidente que me gusta Mariza, con su chorro de voz y con esa gracia antimelancólica con la que transforma el viejo fado portugués. Pero, aunque no fuera así, la crítica de Neira me seguiría sonando un poco curil.

No es la primera vez que Neira hace alarde de purismo. Hace un año, por estas mismas fechas, los argentinos Bajofondo tocaron en Madrid, creo que en el mismo sitio donde Mariza, y Neira escribió una crítica significativamente titulada Tango (o lo que demonios sea). Allí se leía:

Son musicazos, pero no siempre queda claro a qué juegan. Acaso ellos mismos aún tengan pendiente la respuesta a ese dilema. Mientras lo resuelven, derrochan una vitalidad que huele a pose, aplauden al público al final de cada tema y se jalean entre ellos como si a cada rato Maradona le hubiera endosado otro gol a los ingleses. Gustavo pasa medio concierto brincando como un canguro y hasta el asistente técnico, desde el extremo, ejerce de bailarín dislocado.

En resumen: aclárense, pardiez, y dejen de jugar.

Por lo que se deduce, a este crítico le gusta que el pan sea pan, y el vino, vino. No me lo imagino en uno de esos restaurantes moleculares donde la morcilla sabe a algodón de azúcar y el chuletón tiene forma de sandía. Las cosas, claritas y de frente.

Por dios -y esto va por todos-, relájense una miaja. No creo que nadie deba ir por la vida con un programa estético o ideológico pegado en la frente, con la etiqueta bien visible, para que no haya confusiones. Y, sobre todo, para que se ciñan a ella. Oiga usted, que en su etiqueta pone bossanova y se está marcando un solo de banjo, ¿es que quiere que el sol salga por Antequera? ¿Que sindiós es este?

Recuerden que el año pasado, el festival de jazz de Sigüenza se interrumpió porque un espectador llamó a la Guardia Civil para denunciar que el concierto que estaba viendo no era de jazz.

Yo he visto a Bajofondo dos veces, las dos en Buenos Aires, y aunque la primera experiencia fue mucho más grata que la segunda -y eso que la segunda tenía el encanto del escenario, el Gran Teatro Rex de la avenida Corrientes-, no se me ocurriría irritarme. Por supuesto que tanto en ellos como en los neofados de Mariza hay mucho de impostura y muchas ganas de agradar a públicos que no dominan las sutilezas del género en el que se inspiran, pero, ¿qué hay de malo en ello? ¿Qué hay de malo en disfrutar de una bella noche de verano con una juerga desenfadada? ¿Qué más da si los puristas del fado y del tango se retuercen en sus tumbas? Nosotros estamos aquí y ahora para disfrutar, no somos emigrantes italianos en el Buenos Aires de los años 20, ni desarraigados portugueses en la Lisboa de Salazar.

No sé qué somos, pero si sé lo que no queremos ser: pelmazos que se irritan con el goce ajeno.

MÁS ZARAGOZA 2016

Mi querida Isabel Cebrián, con quien me tomé el cava y las olivillas en el sarao del que hablo en el post anterior, escribe también de la candidatura Zaragoza 2016 en su blog. Está francamente bien.

Es más crítica que yo, pero ya saben que yo soy un burgués apoltronado y con el culo gordo y ella es el futuro que necesita esta ciudad. En cualquier caso, y por animar el debate, yo matizaría un par de cosas. Isabel atribuye todo este tinglado a una estrategia para impulsar un modelo de crecimiento basado en grandes fastos culturetas. Que si un megafestival por aquí, que si una ópera por allá, que si una pajilla de Calixtio Bieito por acullá… De haber una estrategia detrás de todo esto -que es mucho suponer-, creo que es electoral y no comercial.

A menos de un año de las elecciones autonómicas y municipales, el PSOE quiere agarrarse a un proyecto que apoye su programa. Si la candidatura supera el primer corte de noviembre (que lo superará, muy mal se tiene que poner la cosa para que no llegue a la fase final, donde sí que es previsible que caiga), Belloch tendrá algo que presentar en la campaña, y algo moderno, buenrollero y muy del gusto del público urbano. De hecho, me apostaría mi ojo bueno a que, cuando pasen las elecciones, esta euforia culturalista se relaja un montón. Pero, mientras tanto, aprovechémonos de la situación: hagámonos un hueco y obliguémosles a aceptar los hechos consumados. Lo que se haga ahora, si nos empeñamos, quedará.

YO ME COLOCO, TÚ TE COLOCAS

El ayuntamiento de esta abrasada ciudad por la que me voy arrastrando en este verano sin fin -qué lejos están las vacaciones aún- nos invitó este lunes a un sarao. Se presentaba la candidatura de Zaragoza a Capital Europea de la Cultura en 2016, y los culturetas que participamos en los grupos de trabajo previos a la elaboración del dossier fuimos requeridos para que nos dieran las pertinentes explicaciones de qué se había hecho con nuestras ideas y en qué diantres consistía el proyecto de la capitalidad cultural.

La cosa fue en el Teatro Principal. Se estaba fresquito, con su poco de aire acondicionado y su penumbra, y había muy buena gente y algunos amiguetes entre la concurrencia, así que el rato no se pasó mal. En cuanto al acto y la candidatura en sí, no sé si es la espesura del verano o que mis neuronas empiezan a perder energía y soltura, pero hay muchas cosas que no me terminaron de quedar claras.

No entraré a fondo en el contenido del proyecto, que todavía no me he hojeado el dossier que nos dieron. Hablaré de lo que vi y escuché en el acto. Y empezaré por lo negativo, que es costumbre aragonesa, para terminar con lo que me parece bueno y esperanzador, para que vean que uno no siempre es un cenizo y para quedarnos todos contentos.

La cosa empezó con un vídeo-spot en el que unos chavalotes, por lo que creí entender, saboteaban una emisora de televisión para lanzar un mensaje supuestamente transgresor: cultura para todos y de todos, empieza una revolución sin armas y no sé cuántas cosas más. Frases vacías que parecían más propias de un anuncio de helados Maxibon que de la presentación de una candidatura. ¿Qué quería decir aquello? ¿Que el ayuntamiento incitaba al sabotaje de los medios de comunicación y a tomar las calles?

A mí me recordó al difunto Tierno Galván, cuando, a sus 700 años, salió diciendo aquello de “el que no esté colocado, que se coloque”. A un amigo mío se le llevaban los demonios. Decía: “Sí, claro, colócate, pero como te atrevieras a liarte un canuto, ahí estaba la madera, al lado del enrollado alcalde, para ponerte la cara morada a hostias”.

Pues eso: a ver si la guardia municipal -o el servicio de urbanismo- va a venir a cortarnos el rollo cuando estemos en plena orgía transformadora. ¿Tendremos bula? ¿Podremos decir que fue el propio ayuntamiento el que nos instó al desmadre?

No me quiero alargar ni perderme en anécdotas. Sólo unos comentarios a algunas frases que se dijeron.

En la línea desenfadada del vídeo, el responsable del proyecto empleó las expresiones animar el cotarro y ciudad de culturetas. No creo que estos tecnicismos encajen en la jerga burocrática de la Unión Europea, pero bueno, se supone que aquello era un encuentro informal (pese a que tuvo lugar en un teatro del siglo XIX y pese a que los presentadores iban maqueados con su camisita y su chaqueta negra), aunque yo soy un mojigato que cree que las instituciones que nos representan deben mantener unos modales retóricos mínimos en sus discursos.

Por eso me parecieron más graves algunas inflexiones y paréntesis de la intervención del consejero de Cultura, Jerónimo Blasco, famoso por sus formas desenfadadas y arremangadas. Para argumentar que la candidatura estaba cimentada en el tejido social de la ciudad y que no se reducía a una serie de fastos más o menos vistosos, sino que pretendía transformar y revitalizar la capital con expresiones culturales de base, dijo: “Hacer una programación cultural es facilísimo. Con un presupuesto de 70 o 80 millones, cualquiera puede hacerlo. Sólo hace falta una agendita. Y si no, se pregunta al de al lado”.

Pues no. No sólo creo que hacer una buena programación cultural no es nada sencillo, sino que hacerla bien -incluso muy bien- es condición necesaria para esa transformación cultural y social que se busca. Un presupuesto holgado no maquilla la falta de talento o de pericia de los programadores.

Lo de Blasco es el espíritu de nuestros empresarios: habiendo perras, ¿quién necesita talento? Tú échale millones, que los contenidos ya los rellenará cualquier chimpancé reumático con sueldo de becario. Pero hay cosas que no se compran con dinero. O que el dinero no puede hacer funcionar por sí solas. Ni en las empresas privadas ni en la administración.

En Aragón tenemos un ejemplo para tomar nota: Huesca, con un presupuesto cultural paupérrimo, ha sabido crear una escena inquieta, vanguardista e interesante, con proyección internacional en algunos flancos e incidencia directa en la vida de los ciudadanos. Y lo ha hecho gracias a la ilusión, el talento y el esfuerzo de unos gestores culturales delicados, bregados y que conocen el terreno que pisan. Ahí está el bueno de Luis Lles o el más bueno todavía de Juanjo Javierre organizando esa maravilla inclasificable, heterodoxa y única en España que se llama Periferias.

Me consta -porque a algunos les conozco, y a otros les sigo la pista- que en el ayuntamiento de Zaragoza hay técnicos y gestores brillantes, capaces de poner en marcha propuestas de vanguardia que marcan el paso en Europa y perfectamente adaptadas a las necesidades de la ciudad. Gente que ha hecho y hace un trabajo encomiable y callado, casi siempre en la sombra, tipos que saben lo que se hacen, de una profesionalidad exquisita. Espero que a Blasco no se le ocurra sustituir a esos equipos, con años de experiencia a sus espaldas, por chimpancés con artrosis. Quizá él, por lo que dejan entrever sus palabras, no note la diferencia entre una programación hecha por una persona competente y otra hecha por un simio, pero algunos sí que somos capaces de apreciar esas sutilezas, y si se va a meter en el fregado de una capitalidad cultural, necesitará mimar a esos chicos que le sacan las castañas del fuego y que él denuesta con sus campechanos comentarios.

Para montar Rock in Rio sólo hace falta dinero y el departamento de marketing de Carrefour, eso está claro. Pero para montar Quinto Asalto o En la Frontera hacen falta tíos listos, despiertos, cultos y muy vivillos. Y esos no abundan, no aparecen debajo de una piedra al dar una patada.

Al final del acto subieron al escenario algunos culturetas para expresar su apoyo a la candidatura. Una de ellas se dedicó a lamentar el escaso apoyo que los políticos dan a las iniciativas culturales, y llegó a quejarse de que el palco de autoridades del Teatro Principal estuviera casi siempre vacío. “Nos gustaría ver más a menudo a nuestros políticos en el teatro y en los actos y galas culturales, prestándonos ese apoyo que nos es tan necesario”.

Nunca entenderé (o sí, pero prefiero no entenderlo) la perra que tienen algunos con que los políticos les acaricien el lomo. Puestos a lamentar ausencias, yo lamento la de Scarlett Johanson. Me encantaría que viniera a la presentación de un libro mío y me diese un morreo al final, proclamando con los senos desnudos lo mucho que le excitan mis filigranas literarias. Pero, sinceramente, no me siento huérfano de políticos. Quizá me sienta huérfano del amor lúbrico de Elsa Pataky, pero no del barbudo y encorbatado de Juan Alberto Belloch. Tampoco aspiro a que el alcalde me escupa ni me desprecie, pero no voy a mendigar su amor: yo seguiré haciendo mis cositas independientemente de su parecer y de su apoyo, rechazo o indiferencia.

No entiendo esas lágrimas, no entiendo ese reclamo, como si los artistas fueran hijos díscolos obsesionados con llamar la atención de su papá alcalde o de su papá consejero autonómico o de su papá ministro. Por dios, hagan sus cosas, pidan lo que tengan que pedir, pero no reclamen cariño, que aquí estamos hablando de sexo, no de amor.

Todo esto me produjo una incómoda sensación. Por un lado, me daba la impresión de que el proyecto de candidatura era algo naif y deslavazado, inspirado en una cándida idea de arte urbano difícil de promover desde un ayuntamiento, que es una institución pensada para la represión de esas expresiones y no para su difusión. Por otro lado, me escamaba la complacencia de ciertos “actores culturales”, que se diría en la jerga unioneuropeísta. Una complacencia antigua que anunciaba más de lo mismo y reclamaba un proteccionismo provinciano y alabador de la mediocridad: “No busquen fuera lo que tienen en casa”, creo que llegó a decir alguien.

Más de lo de siempre, vaya.

Pero no, no es más de lo de siempre. Porque bajo esa reconocible superficie de complacencia se escuchaba un rumor grato.

Es fantástico, y justo es reconocerlo, que se haya preguntado a un montón de gente de la ciudad qué cultura quieren y para qué. Y que esas propuestas que largamos algunos -una representación amplia de bastantes sectores culturales y sociales de Zaragoza- queden recogidas en un documento que el ayuntamiento asume como propio es estupendo, no creo que haya muchas ciudades en el mundo que hayan emprendido un proceso parecido. Esto se parece más a una democracia. Cierto que los que estábamos allí lo estábamos más por dedocracia que por democracia, pero se apreciaba un esfuerzo honesto por que hubiera una representación lo más plural y amplia posible de los colectivos ciudadanos. Estaban “los de siempre”, pero también estábamos otros muchos (aunque creo que no podré seguir viviendo mucho tiempo más en esta ciudad sin considerarme uno de “los de siempre”, empiezo a estar en demasiados ajos).

Otra cosa buena es que, a pesar de que muchos tenemos razones para considerar injusto que Zaragoza gane la capitalidad cultural, especialmente por lo que ha pasado en estos tres últimos años (o, más bien, por lo que ha dejado de pasar en los últimos tres años, por el panorama pobretón y pueblerino que se nos ha puesto en marcha, por los programas frustrados, por las guerras internas en el ayuntamiento y por los tijeretazos presupuestarios), creemos que la designación puede darle alas a la ciudad. Un respiro y un impulso para que maduren los cientos de embriones que se gestan aletargados sin encontrar una luz al final del útero.

Me gustaría que saliese y me gustaría que sirviera para hacer de esta ciudad un sitio más vivo y mejor, con menos endogamia, con menos componendas, con menos loas a la mediocridad, más poroso y abierto a esa Europa por la que tanto lloramos.

Ojalá sea así, y ojalá, sobre todo, tengan voz los talentos tantas veces orillados por la mediocridad ambiente y por los cortesanos siempre dispuestos a ejercer de bidet del político de turno. Ojalá se trabaje y se deje trabajar. Ojalá podamos sentirnos orgullosos del sitio en el que vivimos.

Yo confío en ello, pese a todos los peros y pese a mi talante cenizo y a mi natural desconfianza hacia las propuestas que salen de las instituciones.

Como diría Tierno: yo me coloco, colócate tú, colega.