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POLLOS AL A’ST

Hace un tiempo dimos una noticia en el periódico donde echaba las tardes: la última casa de Goya que quedaba en Zaragoza, amenazada de ruina.

Tachán, tachán.

Se nos puso a todos esta cara:

¡No puede ser, cobarde de la pradera! ¡Hay que salvar esa casa in-me-dia-ta-men-te! Qué pérdida para el patrimonio, para nuestra cultura, para nuestros niños. ¿Es que queremos que nuestros hijos vivan en un mundo sin casas que fueron habitadas por Francisco de Goya y Lucientes? ¿En qué nos hemos convertido?

Así estábamos todos, rasgándonos las vestiduras (de H&M, pero compradas con cariño) y pidiendo la cabeza del director de Patrimonio y de Zapatero si no se ponía remedio en el acto, cuando una compañera —y, sin embargo, amiga— gritó:

—Mecagüenlaleche. ¿Es esa casa de la plaza de San Miguel? ¿La que tiene un garito de pollos a l’ast en los bajos? Mecagüenlahostiaputaenvinagre. Mira, como me cierren el sitio de los pollos por culpa de la mierda de Goya, me voy a cagar en las pinturas negras. Con lo que me gustan a mí los pollos de ese sitio.

Efectivamente: en la última casa de Goya que queda en pie en Zaragoza hay una tienda de pollos a l’ast. Perdón: de pollos al a’st, pues así lo anuncia el letrero, con la diéresis puesta cual brochazo goyesco allí donde buenamente ha caído. Esta circunstancia escandaliza a muchos prebostes y a muchos escandalizados profesionales. Qué infamia para la memoria de don Francisco tener toda la casa apestada a base de pollo asado y patatas panadera (y croquetas de cocido los martes).

Pero yo, claro está, estoy con mi amiga: como le quiten el sitio de los pollos al a’st para poner una tienda de recuerdos goyescos en una casa-museo ad hoc, también me cagaré en el retrato de la familia de Carlos IV.

Me encanta que hayan desaparecido las casas de Goya en Zaragoza y que la que queda en pie huela a pollo. Una de las cosas que más me gustan de esta tierra es que no está llena de reliquias, que aquí no se venera nada, que se puede ir por la calle sin pisar tumbas ni hacer reverencias.

La sociedad aragonesa tiene una sana aversión a lo sagrado de la historia. Eso redunda en un patrimonio magro, arruinado o malvendido, pero propicia un ambiente agradable y desintoxicado, poco proclive a la bronca y a la procesión.

Aquí no se venera nada. Los santuarios se construyen fuera. Y eso, a pesar de la machacona insistencia por crear santos culturales, agudizada por la candidatura de Zaragoza 2016. A mí me enferma. Cada vez que oigo mencionar a Buñuel, Goya, Ramón y Cajal, Ramón J. Sender, Gracián y los Hermanos Argensola, me entra hambre de pollo al a’st.

¿Que los aragoneses no valoran su pasado, que lo ignoran y desprecian? Afortunados ellos. Afortunados nosotros. Los hay que no pueden caminar de tan cargado de historia que llevan el petate.

Vivan los pollos al a’st.

MÁS ZARAGOZA 2016

Mi querida Isabel Cebrián, con quien me tomé el cava y las olivillas en el sarao del que hablo en el post anterior, escribe también de la candidatura Zaragoza 2016 en su blog. Está francamente bien.

Es más crítica que yo, pero ya saben que yo soy un burgués apoltronado y con el culo gordo y ella es el futuro que necesita esta ciudad. En cualquier caso, y por animar el debate, yo matizaría un par de cosas. Isabel atribuye todo este tinglado a una estrategia para impulsar un modelo de crecimiento basado en grandes fastos culturetas. Que si un megafestival por aquí, que si una ópera por allá, que si una pajilla de Calixtio Bieito por acullá… De haber una estrategia detrás de todo esto -que es mucho suponer-, creo que es electoral y no comercial.

A menos de un año de las elecciones autonómicas y municipales, el PSOE quiere agarrarse a un proyecto que apoye su programa. Si la candidatura supera el primer corte de noviembre (que lo superará, muy mal se tiene que poner la cosa para que no llegue a la fase final, donde sí que es previsible que caiga), Belloch tendrá algo que presentar en la campaña, y algo moderno, buenrollero y muy del gusto del público urbano. De hecho, me apostaría mi ojo bueno a que, cuando pasen las elecciones, esta euforia culturalista se relaja un montón. Pero, mientras tanto, aprovechémonos de la situación: hagámonos un hueco y obliguémosles a aceptar los hechos consumados. Lo que se haga ahora, si nos empeñamos, quedará.

YO ME COLOCO, TÚ TE COLOCAS

El ayuntamiento de esta abrasada ciudad por la que me voy arrastrando en este verano sin fin -qué lejos están las vacaciones aún- nos invitó este lunes a un sarao. Se presentaba la candidatura de Zaragoza a Capital Europea de la Cultura en 2016, y los culturetas que participamos en los grupos de trabajo previos a la elaboración del dossier fuimos requeridos para que nos dieran las pertinentes explicaciones de qué se había hecho con nuestras ideas y en qué diantres consistía el proyecto de la capitalidad cultural.

La cosa fue en el Teatro Principal. Se estaba fresquito, con su poco de aire acondicionado y su penumbra, y había muy buena gente y algunos amiguetes entre la concurrencia, así que el rato no se pasó mal. En cuanto al acto y la candidatura en sí, no sé si es la espesura del verano o que mis neuronas empiezan a perder energía y soltura, pero hay muchas cosas que no me terminaron de quedar claras.

No entraré a fondo en el contenido del proyecto, que todavía no me he hojeado el dossier que nos dieron. Hablaré de lo que vi y escuché en el acto. Y empezaré por lo negativo, que es costumbre aragonesa, para terminar con lo que me parece bueno y esperanzador, para que vean que uno no siempre es un cenizo y para quedarnos todos contentos.

La cosa empezó con un vídeo-spot en el que unos chavalotes, por lo que creí entender, saboteaban una emisora de televisión para lanzar un mensaje supuestamente transgresor: cultura para todos y de todos, empieza una revolución sin armas y no sé cuántas cosas más. Frases vacías que parecían más propias de un anuncio de helados Maxibon que de la presentación de una candidatura. ¿Qué quería decir aquello? ¿Que el ayuntamiento incitaba al sabotaje de los medios de comunicación y a tomar las calles?

A mí me recordó al difunto Tierno Galván, cuando, a sus 700 años, salió diciendo aquello de “el que no esté colocado, que se coloque”. A un amigo mío se le llevaban los demonios. Decía: “Sí, claro, colócate, pero como te atrevieras a liarte un canuto, ahí estaba la madera, al lado del enrollado alcalde, para ponerte la cara morada a hostias”.

Pues eso: a ver si la guardia municipal -o el servicio de urbanismo- va a venir a cortarnos el rollo cuando estemos en plena orgía transformadora. ¿Tendremos bula? ¿Podremos decir que fue el propio ayuntamiento el que nos instó al desmadre?

No me quiero alargar ni perderme en anécdotas. Sólo unos comentarios a algunas frases que se dijeron.

En la línea desenfadada del vídeo, el responsable del proyecto empleó las expresiones animar el cotarro y ciudad de culturetas. No creo que estos tecnicismos encajen en la jerga burocrática de la Unión Europea, pero bueno, se supone que aquello era un encuentro informal (pese a que tuvo lugar en un teatro del siglo XIX y pese a que los presentadores iban maqueados con su camisita y su chaqueta negra), aunque yo soy un mojigato que cree que las instituciones que nos representan deben mantener unos modales retóricos mínimos en sus discursos.

Por eso me parecieron más graves algunas inflexiones y paréntesis de la intervención del consejero de Cultura, Jerónimo Blasco, famoso por sus formas desenfadadas y arremangadas. Para argumentar que la candidatura estaba cimentada en el tejido social de la ciudad y que no se reducía a una serie de fastos más o menos vistosos, sino que pretendía transformar y revitalizar la capital con expresiones culturales de base, dijo: “Hacer una programación cultural es facilísimo. Con un presupuesto de 70 o 80 millones, cualquiera puede hacerlo. Sólo hace falta una agendita. Y si no, se pregunta al de al lado”.

Pues no. No sólo creo que hacer una buena programación cultural no es nada sencillo, sino que hacerla bien -incluso muy bien- es condición necesaria para esa transformación cultural y social que se busca. Un presupuesto holgado no maquilla la falta de talento o de pericia de los programadores.

Lo de Blasco es el espíritu de nuestros empresarios: habiendo perras, ¿quién necesita talento? Tú échale millones, que los contenidos ya los rellenará cualquier chimpancé reumático con sueldo de becario. Pero hay cosas que no se compran con dinero. O que el dinero no puede hacer funcionar por sí solas. Ni en las empresas privadas ni en la administración.

En Aragón tenemos un ejemplo para tomar nota: Huesca, con un presupuesto cultural paupérrimo, ha sabido crear una escena inquieta, vanguardista e interesante, con proyección internacional en algunos flancos e incidencia directa en la vida de los ciudadanos. Y lo ha hecho gracias a la ilusión, el talento y el esfuerzo de unos gestores culturales delicados, bregados y que conocen el terreno que pisan. Ahí está el bueno de Luis Lles o el más bueno todavía de Juanjo Javierre organizando esa maravilla inclasificable, heterodoxa y única en España que se llama Periferias.

Me consta -porque a algunos les conozco, y a otros les sigo la pista- que en el ayuntamiento de Zaragoza hay técnicos y gestores brillantes, capaces de poner en marcha propuestas de vanguardia que marcan el paso en Europa y perfectamente adaptadas a las necesidades de la ciudad. Gente que ha hecho y hace un trabajo encomiable y callado, casi siempre en la sombra, tipos que saben lo que se hacen, de una profesionalidad exquisita. Espero que a Blasco no se le ocurra sustituir a esos equipos, con años de experiencia a sus espaldas, por chimpancés con artrosis. Quizá él, por lo que dejan entrever sus palabras, no note la diferencia entre una programación hecha por una persona competente y otra hecha por un simio, pero algunos sí que somos capaces de apreciar esas sutilezas, y si se va a meter en el fregado de una capitalidad cultural, necesitará mimar a esos chicos que le sacan las castañas del fuego y que él denuesta con sus campechanos comentarios.

Para montar Rock in Rio sólo hace falta dinero y el departamento de marketing de Carrefour, eso está claro. Pero para montar Quinto Asalto o En la Frontera hacen falta tíos listos, despiertos, cultos y muy vivillos. Y esos no abundan, no aparecen debajo de una piedra al dar una patada.

Al final del acto subieron al escenario algunos culturetas para expresar su apoyo a la candidatura. Una de ellas se dedicó a lamentar el escaso apoyo que los políticos dan a las iniciativas culturales, y llegó a quejarse de que el palco de autoridades del Teatro Principal estuviera casi siempre vacío. “Nos gustaría ver más a menudo a nuestros políticos en el teatro y en los actos y galas culturales, prestándonos ese apoyo que nos es tan necesario”.

Nunca entenderé (o sí, pero prefiero no entenderlo) la perra que tienen algunos con que los políticos les acaricien el lomo. Puestos a lamentar ausencias, yo lamento la de Scarlett Johanson. Me encantaría que viniera a la presentación de un libro mío y me diese un morreo al final, proclamando con los senos desnudos lo mucho que le excitan mis filigranas literarias. Pero, sinceramente, no me siento huérfano de políticos. Quizá me sienta huérfano del amor lúbrico de Elsa Pataky, pero no del barbudo y encorbatado de Juan Alberto Belloch. Tampoco aspiro a que el alcalde me escupa ni me desprecie, pero no voy a mendigar su amor: yo seguiré haciendo mis cositas independientemente de su parecer y de su apoyo, rechazo o indiferencia.

No entiendo esas lágrimas, no entiendo ese reclamo, como si los artistas fueran hijos díscolos obsesionados con llamar la atención de su papá alcalde o de su papá consejero autonómico o de su papá ministro. Por dios, hagan sus cosas, pidan lo que tengan que pedir, pero no reclamen cariño, que aquí estamos hablando de sexo, no de amor.

Todo esto me produjo una incómoda sensación. Por un lado, me daba la impresión de que el proyecto de candidatura era algo naif y deslavazado, inspirado en una cándida idea de arte urbano difícil de promover desde un ayuntamiento, que es una institución pensada para la represión de esas expresiones y no para su difusión. Por otro lado, me escamaba la complacencia de ciertos “actores culturales”, que se diría en la jerga unioneuropeísta. Una complacencia antigua que anunciaba más de lo mismo y reclamaba un proteccionismo provinciano y alabador de la mediocridad: “No busquen fuera lo que tienen en casa”, creo que llegó a decir alguien.

Más de lo de siempre, vaya.

Pero no, no es más de lo de siempre. Porque bajo esa reconocible superficie de complacencia se escuchaba un rumor grato.

Es fantástico, y justo es reconocerlo, que se haya preguntado a un montón de gente de la ciudad qué cultura quieren y para qué. Y que esas propuestas que largamos algunos -una representación amplia de bastantes sectores culturales y sociales de Zaragoza- queden recogidas en un documento que el ayuntamiento asume como propio es estupendo, no creo que haya muchas ciudades en el mundo que hayan emprendido un proceso parecido. Esto se parece más a una democracia. Cierto que los que estábamos allí lo estábamos más por dedocracia que por democracia, pero se apreciaba un esfuerzo honesto por que hubiera una representación lo más plural y amplia posible de los colectivos ciudadanos. Estaban “los de siempre”, pero también estábamos otros muchos (aunque creo que no podré seguir viviendo mucho tiempo más en esta ciudad sin considerarme uno de “los de siempre”, empiezo a estar en demasiados ajos).

Otra cosa buena es que, a pesar de que muchos tenemos razones para considerar injusto que Zaragoza gane la capitalidad cultural, especialmente por lo que ha pasado en estos tres últimos años (o, más bien, por lo que ha dejado de pasar en los últimos tres años, por el panorama pobretón y pueblerino que se nos ha puesto en marcha, por los programas frustrados, por las guerras internas en el ayuntamiento y por los tijeretazos presupuestarios), creemos que la designación puede darle alas a la ciudad. Un respiro y un impulso para que maduren los cientos de embriones que se gestan aletargados sin encontrar una luz al final del útero.

Me gustaría que saliese y me gustaría que sirviera para hacer de esta ciudad un sitio más vivo y mejor, con menos endogamia, con menos componendas, con menos loas a la mediocridad, más poroso y abierto a esa Europa por la que tanto lloramos.

Ojalá sea así, y ojalá, sobre todo, tengan voz los talentos tantas veces orillados por la mediocridad ambiente y por los cortesanos siempre dispuestos a ejercer de bidet del político de turno. Ojalá se trabaje y se deje trabajar. Ojalá podamos sentirnos orgullosos del sitio en el que vivimos.

Yo confío en ello, pese a todos los peros y pese a mi talante cenizo y a mi natural desconfianza hacia las propuestas que salen de las instituciones.

Como diría Tierno: yo me coloco, colócate tú, colega.

BUÑUELESQUE

Puede ser que al convertirme en padre haya perdido la capacidad de apreciar las sutilezas. A lo mejor ahora todo lo veo en trazo grueso, como corresponde a un viejo burgués preocupado por el bienestar de su cachorro.

No lo descarto.

Pero creo que, en este caso, el problema no es mío.

Nos metimos a ver la exposición sobre los 80 años de Un perro andaluz que se puede ver estos días en la Lonja de Zaragoza.

Un plan buñuelesco.

Vaya por delante que -oh, pecado, pecado- Buñuel nunca ha sido referente mío. Será por edad, será por ignorancia, pero, aun reconociendo su genio, nunca he sentido gran cosa por su cine. Por tanto, no negaré cierta indiferencia ante algunos materiales que a otros le provocarán una gran emoción, tambores de Calanda incluidos.

El caso es que no entendí nada de la exposición. No entendí qué me querían contar, qué pertinencia tenían los objetos y documentos expuestos, de qué iba el asunto. Las cartelas no se leían por falta de perspectiva, las vitrinas estaban montadas a piñón, formando pasillos estrechísimos, y mi miopía me impedía leer el 90% de los documentos.

Mi impresión es que habían acumulado unos cuantos zarrios —algunos directamente relacionados con Buñuel y su mundo; otros, incomprensibles, como un cartel de El silencio de los corderos— sin ningún criterio ni discurso. Si por lo menos hubiera habido un criterio surrealista, la cosa tendría sentido, pero incluso el surrealismo tiene unas normas.

En una de las vitrinas había expuesto un libro de mi ilustre vecino de página dominical Agustín Sánchez Vidal, probablemente uno de los mayores expertos buñuelistas del mundo. Pero era un ejemplar prestado de una biblioteca, con la pegatina de la signatura en el lomo, ni se habían molestado en coger un libro sin usar. En otra vitrina había unas fotocopias a color.

En fin, sin comentarios: un poco cutre. Por decir algo bonito.

Por lo menos, se podía ver Un perro andaluz. Y un par de documentales sobre la peli y sobre Buñuel. Estupendo, pero para eso no hacía falta una exposición en el espacio más noble de la ciudad: con un ciclo en la Filmoteca se solucionaba. Y con mucha más elegancia.

Mi hijo Pablo, en cambio, disfrutó un montón de la exposición. Le llevé en brazos todo el tiempo y miró con mucha curiosidad cada objeto. Cuando llegamos a casa, le contó todo lo que había visto a su amigo, el Señor Elefante:

El Señor Elefante no salió muy convencido. Le dijo: “Pablo, creo que la exposición era un poco cutre. Desde luego, era cutre para la Lonja, que se supone que es un sitio para cosas curradas y mimadas”.

Pero Pablo se empeñó en defender la expo. Le habló de las vitrinas, de las luces y del ojo que se rasga con una cuchilla. De hecho, amenazó al Señor Elefante con hacer eso con su ojo si no le daba la razón, pero el Señor Elefante tiene mucho carácter y no rebló ni por esas. Dijo: “Me da igual, mis ojos son de felpa”.

Aunque no me lo ha dicho, creo que lo que más le moló a Pablo fue verse reflejado en las vitrinas.

A mí, si quieres que te diga la verdad, también fue lo que más me gustó.

Porque al menos Pablo es novedoso e inesperado. Es fresco. Buñuel, ya me perdonarán, huele un poco. Creo que no se le hace ningún favor con el machaque institucional al que se le somete.

Cuando participé en un par de reuniones sobre la candidatura de Zaragoza a Capital Cultural Europea, una de las cosas que nos dijeron fue: “La candidatura tiene tres pilares innegociables: Goya, Buñuel y el mudéjar”.

Santiago y cierra España.

Eso es imaginación. Así se ganan las maratones, con más de lo mismo, con la misma receta cansina, con los mismos tópicos autocomplacientes que llevan fermentando en esta tierra décadas y décadas.

Y el Señor Elefante le pregunta a Pablo: “¿Qué les habrá hecho Buñuel para que abusen de él de esta manera?”

Y Pablo respondió: “Ahí me has pillao, tengo que pensar más sobre eso”.