Archivo de la etiqueta: porno

PORNOBLOG

Una amable lectora —las lectoras siempre son amables, especialmente las que, además de lectoras, son ex compis; los lectores, en cambio, rara vez son amables— me escribe un mail para decirme que ha intentado leer mi blog en el ordenador de una biblioteca pública y que le ha salido un mensaje denegándole el acceso a esta humilde web por “pornografía” y “bad words“.

Lo de “bad words” lo entiendo. Qué más quisiera yo que tener un estilo literario pulido como el de César Vidal o el de Belén Esteban. Soy un chico de barrio que fue a la escuela pública y hago lo que puedo con la ortografía y la gramática. Pero lo de que aquí ofrecemos pornografía sí que no lo comprendo.

Porque, si así fuera, me habría enterado. Me habría dado cuenta al hacer alguna gestión en el banco, ya que el porno mueve mucha pasta. Los del banco habrían notado un alargamiento y una dilatación de mis ingresos y dejarían de interpelarme con el clásico “¿qué cojones quieres, piojoso de mierda?” para utilizar un “¿qué desea el caballero?”. Es decir, que dejarían de joderme para empezar a hacerme el amor.

Como sigo siendo igual de pobre, concluyo que, o bien no hay pornografía aquí, o soy un pornógrafo muy torpe. El único pornógrafo pobre de una industria de ricachones.

Así que me he puesto a estudiar cuál es mi fallo empresarial, y he seleccionado para ello diez títulos de pelis porno de éxito, para intentar averiguar su secreto. Son estas (todas reales):

1. Las bolas del dragón.
2. Las maduras me la ponen dura.
3. Cerda 212.
4. Constantino tiene un gran pepino.
5. Las maduras me la ponen dura 2.
6. Las azafatas se abren de patas.
7. La polla interminable.
8. Qué glande es el cine.
9. Marujonas en la cocina.
10. En boca cerrada no entran moscas, pero sí pollas como roscas.

Creo que voy entendiendo el mecanismo, a ver si empiezo a rentabilizarlo. Mientras tanto, me comeré un plátano.

Creo que con esto he completado el año. Nos leemos el que viene, amiguetes, si las bibliotecas públicas nos dejan. Muchos besos y muchos plátanos.

LO QUE NOS PONE

A ustedes y a mí, lo que nos pone bien puestos puede ser algo como esto:

O algo como esto:

Incluso, no voy a juzgar los gustos inguinales de nadie, puede que le ponga esto:

Si está en uno de esos tres grupos es porque usted no es periodista. Porque, si usted es un periodista de verdad, lo que le pone palote sin remedio es esto:

Para un periodista de verdad no hay nada más erótico que la corbata de un diputado o ministro.

Dicen que los periodistas son esos tipos que corren hacia el lugar del que huye la gente. Ja.

Dicen también que descubren los abusos de los poderosos, que desafían al establishment, que son el cuarto poder o asín. Ja y rejá.

¿Saben cuál es el problema de las definiciones y metáforas sobre los periodistas? Que las han escrito los propios periodistas. Por eso nunca les oirán decir que un periodista es ese bulto que asoma tras el culo de todo político.

A los periodistas de verdad les pone palote el poder. Un secretario de Estado se las ponen morcillonas. Un ministro consigue una erección viágrica, y un vicepresi como Rubalcaba hace que se corran antes de bajarse los pantalones. De presis ya no hablamos. Eso son amores platónicos. Con ellos sólo pueden hacerse pajas: los presis sólo admiten en su cama a unos poquitos periodistas. Tan poquitos, que los periodistas de verdad renuncian a estar entre ellos. No merece la pena el esfuerzo.

La poderfilia es una desviación muy guarra y obscena, absolutamente incomprensible para los que no somos periodistas de verdad. Porque el poder, como sabemos todos los que no somos periodistas de verdad, se compone de señores con bigote, dientes de oro y aerofagia. El poder se compone de caciques que firman con una X y dicen “me se fue la mano” y “¿ande está el cagódromo, que me vengo jiñando ende Albacete?”. El poder es un sitio lleno de pedos, analfabetos y sobres de antiácido.

El poder, amigos, es un sitio muy desagradable poblado por gente abyecta. El poder huele mal a pesar de los perfumes de mil euros el frasco que gastan los políticos.

Pero a los periodistas de verdad les pone. Les encanta sentirse dentro de esa cochiquera, oler los sobacos de los concejales y ver de cerca los pelillos de las narices de los consejeros autonómicos.

Por eso se explica que lo flipen con cosas que a ustedes y a mí nos dejan fríos. Lo de Wikileaks, por ejemplo.

Lo flipan con que un embajador de Estados Unidos mande informes a Washington sobre políticos españoles. Califican esos informes de “demoledores”. Un ejemplo de demolición contenido en un informe diplomático de Estados Unidos:

“Zapatero juega mirando a una base electoral izquierdista y pacifista, y usa la política exterior para ganar puntos en la política española, más que para atender las prioridades básicas de la política exterior u objetivos estratégicos más amplios (…) Esto ha derivado en una relación bilateral errática y en zigzag”.

¿Qué cuerpo se les ha quedado? ¿Se tambalean sus principios, se desvanece su visión del mundo? ¿Les tiemblan las canillas? ¿La tienen tiesa, caballeros? ¿No? Entonces, es que no son periodistas de verdad. Porque donde un periodista de verdad ve un informe demoledor, ustedes y yo vemos una valoración política normalucha, una opinión que podía expresarse en cualquier bar de España. Yo les puedo hacer un informe mucho más demoledor sobre Zapatero si quieren. En Intereconomía, también.

Para demoledores, los dos garrulos de esta temporada de Pekín Exprés, Manolo y Engracia, preguntando a unas chicas tailandesas si estaban dispuestas a meterse pelotas de ping pong en el coño para expulsarlas a gran distancia luego. Eso sí que es demoledor.

Más cosas que excitan a los periodistas de verdad: conocer listas de gente mencionadas en los telegramas oficiales de Estados Unidos. Dice El País:

En esta agenda figuran el Rey (mencionado en 145 cables, incluidos los de otras embajadas), José Luis Rodríguez Zapatero (111), Mariano Rajoy (129), Felipe González (76), José María Aznar (53), ministros, jueces, fiscales, empresarios y representantes de las más altas instituciones del Estado.

¡No me diga! ¡Madre de dios! O sea, que un embajador de Estados Unidos se dedica a informar sobre las actividades del rey, de Zapatero, de Rajoy, de Felipe González y de Aznar, además de las de ministros, jueces, fiscales y empresarios.

Jamás lo hubiera pensado.

¿Dónde está la noticia? Siguiendo las normas del periodismo, lo noticioso aquí sería que los informes estuvieran repletos de referencias a Los Del Río, de pinchazos telefónicos a Cañita Brava y de sinopsis de las reposiciones de Paco Martínez Soria en Cine de Barrio. Eso sí que serían unos informes demoledores y escandalosos, absolutamente inesperados. Pero que el embajador informe a sus jefes de que el rey anda duro de oído y que conviene hablarle por el izquierdo, porque por el derecho no se entera de nada, entra dentro del trabajo rutinario de un embajador.

Al menos, de lo que yo pensaba que era un embajador, que viene a ser un señor muy aburrido que sabe quedarse despierto en los discursos oficiales.

Que sí, que será todo muy excitante. Los entresijos de la diplomacia. Guau. Qué superimportante, tío. Mola mazo.

A mí, ya me perdonarán, me parece un coñazo. Informes por triplicado, sellos oficiales, señores que se apellidan Rajoy… Creo que Hitchcock no tenía ni para hacer un corto con todos esos documentos filtrados.

Pero, claro, yo no soy un periodista de verdad. Yo no entiendo la erótica del poder. Yo sólo soy un desgraciado adicto al hentai.

SALVATION ARMY

Aún no me he recuperado del susto, la congoja me impide tragar saliva. Lean, si tienen redaños, este párrafo aterrador:

El 64% de los adolescentes cuelga imágenes privadas (tanto propias como ajenas) en Internet, sin ninguna protección. El 14% asegura haber recibido proposiciones sexuales; y el 11%, insultos y amenazas a través de la Red. Además, reconocen que sus padres apenas controlan el uso que hacen de la Red. Seis de cada 10 menores navegan sin que ningún adulto se meta con el tiempo que permanecen conectados ni con lo que hacen en Internet.

¡No, no, no y mil veces no! ¡Rayos, truenos y centellas!

Resulta que seis de cada 10 menores navegan sin que ningún adulto se meta con el tiempo que permanecen conectados ni con lo que hacen en internet.

¿Sabían ustedes esto? Qué cosa tan terrible. Espero que aún estemos a tiempo, con un plan de evangelización intensiva, de salvar a un número suficiente de ovejas descarriadas, marcharnos con ellas al oeste y fundar una Nueva Jerusalén basada en el trabajo duro, los pantalones con tirantes y los matrimonios entre primos hermanos que se dediquen a procrear muchos hijos para repoblar la tierra de jóvenes sanos y santos que no naveguen sin que ningún adulto se meta con el tiempo que permanecen conectados ni con lo que hacen en internet.

Para la Defensora del Pueblo, la situación es de emergencia, debido a la preocupante “exposición de los menores a contenidos nocivos” (literal), y por ello pide que se cree una “autoridad audiovisual independiente para proteger los derechos de los menores” (de nuevo, literal).

¿Los derechos a qué? ¿El derecho a navegar por internet sin que la jeta de su progenitor asome por encima de su hombro, por ejemplo?

El informe del Defensor del Pueblo y Unicef hace otra revelación apocalíptica: dice que los menores “han interiorizado tanto el uso de las nuevas tecnologías que ya no podrían prescindir de ellas”.

Cáspita, eso sí que es grave. Si hay un apagón masivo y fallan todas las centrales eléctricas del mundo, estos pobres chicos no sabrán defenderse en la vida. ¿Cómo van a ir por allí sin saber utilizar un ábaco, un compás con cartabón, una brújula o un sextante? Se perderán sin dominar el sagrado arte de la caligrafía inglesa, la correcta redacción de una misiva comercial o el uso de una cámara de fotos analógica con carrete. Qué desastre. ¿Cómo hemos llegado a una situación en la que ya no podemos prescindir de las nuevas tecnologías?

Porque, por supuesto, es necesario saber prescindir de ellas. Como a buen seguro la Defensora del Pueblo sabría prescindir de la calefacción, el agua caliente, la cocina de vitrocerámica, la olla exprés, el ascensor y el automóvil. ¿O es que la Defensora del Pueblo ha interiorizado tanto el uso de esas tecnologías que ya no puede prescindir de ellas? Por dios, señora, hágaselo mirar, váyase a una clínica o pase un tiempo viviendo con los indios hopi en una casa de excrementos de ñu para curarse de su dependencia enferma.

¿Por qué habrían de prescindir los jóvenes y los no jóvenes del uso de las nuevas tecnologías? No nos lo dicen. Sólo aseguran que nuestra dependencia de ellas es nociva. Sin embargo, la luz eléctrica, la ropa fabricada en grandes cadenas textiles, las freidoras y las autopistas de peaje no suponen ningún problema. Sólo internet y la tele son el mal. Por lo visto, hay tecnologías buenas y tecnologías malas. Y son los nuevos sacerdotes quienes discriminan unas de las otras. The road to hell and the road to heaven.

Nunca entenderé esta obsesión por salvar y evangelizar a los jóvenes, inventando para ellos todo tipo de peligros imaginarios y obviando que la mayoría tiene el enemigo en casa en forma de progenitores culones, defraudadores de impuestos, autoritarios, malcarados, beatones, hipócritas, infantiles, analfabetos sentimentales y egoístas.

Cuando empezó a funcionar el ferrocarril, se publicaron informes muy científicos que decían que a la grandísima velocidad a la que circulaba el nuevo transporte (unos 25 kilómetros por hora), los átomos del cuerpo se disgregaban. Era un invento del demonio.

Cuando se popularizó el cine, muchas voces clamaron contra su inmoralidad y lamentaron que los jóvenes, que antes pasaban el tiempo en la calle torturando a reptiles y masturbándose en sana comunidad, prefiriesen encerrarse en un lugar enmoquetado e insalubre a llenarse la cabeza de distracciones funestas e imbéciles.

Y cuando llegó la tele… And so on and on and on.

¿Nos tenemos que resignar a escuchar las quejas engoladas de este Salvation Army cada vez que aparece un nuevo invento en el mercado?

Jóvenes del mundo, desde el púlpito de mi vejez prematura os digo: no hagáis caso a los neopredicadores. Procurad estar bien hidratados, encended una luz indirecta para proteger los ojos, tened a mano un paquete de kleenex para después y, tras estas precauciones mínimas, dadle sin tasa al placer manual y disfrutar de la inagotable y gratuita oferta pornográfica que tenéis a vuestra disposición. Y si sentís que esta adicción os hace enfermar socialmente, acudid a la consulta de esta enfermera, que os curará:

TAMBIÉN BEBO UNA GOTICA

En el arranque de Amanece, que no es poco, los estudiantes americanos encabezados por Gabino Diego que se preparan para ser futuros líderes que ejerzan el poder omnímodo le preguntan a un labrador si creen que el sacerdote les dejará asistir a la santa misa. Y el hombre les responde:

Qué lástima, yo no puedo contestarles. Yo soy un hombre muy primario. Estoy sujeto terriblemente a las pasiones. No pienso casi. Cualquier cosa que les dijese sería una tontería. Yo lo que más hago es… (gesto de fornicio con brazos y pelvis). Siempre con putas, eso sí. Y también bebo una gotica.

Así se han debido de representar las autoridades chilenas a los 33 mineros atrapados. Seres primarios terriblemente sujetos a las pasiones. Gente que -fíjese qué escándalo, señora Romualda- también bebe una gotica.

No se contentan con salvar sus vidas. Ya puestos, han pensado que sería muy conveniente salvar también sus almas.

Pidieron tabaco. Y les dijeron que no, que no se atendían vicios. Y les mandaron unas biblias pequeñitas para que se consolasen.

Después les dijeron que les mandarían unas películas para que se entretuvieran, pero que primero tenían que supervisar su contenido para verificar que fuera apto para espíritus tan simples e impresionables. Y todavía no les han dado un puto DVD, a la espera de lo que diga el señor cura.

Pero lo pero lo cuenta hoy Francisco Peregil en El País. ¿No sabe usted la última? Pues resulta que esos degenerados, esos renegados del Santísimo, esos ganapanes infectos, ¡han pedido vino! Nosotros, venga a ofrecerles cosas castas y puras, y ellos, venga a pedir vicio.

Piden alcohol, los muy ateos.

Pues sólo faltaría, que convirtieran aquello en una taberna.

Por supuesto, la autoridad competente se ha negado de plano. El ministro de Salud ha declarado, a propósito de los problemas de alcoholismo de algunos (que vaya tela: uno pide una copa y le llaman alcohólico): “A veces no es conveniente que una persona corte de golpe con la adicción, pero lo único que podemos hacer es enviarle vitamina B y ácido fólico”.

Vitamina B y ácido fólico.

¿Saben que les han bajado hasta camas plegables?

Digo yo que por un conducto por el caben biblias pequeñitas, camas plegables, vitamina B y hasta ácido fólico, cabrán también unas botellitas de JB y una bolsa de hielos del Mercadona. Y unos vasos de tubo, que esos entran por cualquier rendija.

Pues nada, vitamina B y ácido fólico. Y películas de Semana Santa y Qué bello es vivir.

Me subleva, de verdad. Estoy por montar una ONG, llenar un cargamento de pelis porno, de las más guarras que haya en el mercado, cincuenta cajas de los mejores puros donados por Fidel Castro y una cisterna de Jim Beam. Y si alguno quiere drogas más duras, no faltarán narcos colombianos compasivos con sus necesidades que se avengan a suministrar mercancía de gratis.

Por dios, déjenles gozar un poco, aflojen el cilicio, pazguatos y beatillos de tres al cuarto.

En fin, menos mal que algunos nos marchamos de vacaciones con la esperanza de no leer ni escuchar gilipolleces en un mes. En breve partiremos de viaje por Europa en coche. Francia e Italia, bien de Mediterráneo y de cultura clasicota. Y de rissottos, y de pasta de trattoria, y de buen vino fresco. Hacemos el trayecto Zaragoza-Florencia y todavía no sé si me llevaré el portátil o aprovecharé para sumergirme en un retiro espiritual completo y dedicarme sólo a disfrutar de mi familia y a leer con morosidad y placer. Así que, por si acaso, no me esperen por aquí, que puede que no aparezca en unos días. No sufran, que estaré en un sitio mejor, brindando con un martini por todos ustedes.

Gócenla ustedes también, y no hagan caso del ministro de Salud chileno.

NO SE ME PIERDAN

Últimamente me topo con mucha tontunez a propósito de Perdidos. Tengo en mi mesa del periódico un libro titulado, con dos testículos, La filosofía de Perdidos. No sé si en la misma colección hay otro título sobre La filosofía del paté de olivas negras. El ABCD, que pasa por ser —y así lo pienso— el mejor suplemento cultural de la prensa española, y quizás el único que merece tal consideración, le dedicó una portada a la serie cuando se estrenó la nueva temporada.

Vamos, que hay una parte de la so called intelectualidad que está que no defeca con el paradigma (sic) que inauguran los náufragos aéreos.

Pos bueno, pos fale, pos malegro.

En el otro lado están los odiadores de Perdidos. Aquellos que no paran de gritarnos, desde su letraherida atalaya: “¡Arrepentíos, no escuchéis al falso profeta de Perdidos! ¡Bajo ese disfraz de serie cool y pretenciosa sólo hay vacío, marketing, filfa, gaseosa esbafada!”.

Pos bueno, pos fale, pos malegro.

El problema que tiene Perdidos es que no se ve con la actitud adecuada. El discurso intelectualoide que han alimentado algunos —y los propios creadores de la cosa, claro— ha cegado a alguna gente por lo general bastante lúcida y avispada.

Perdidos no puede decepcionar porque nunca prometió nada. Es una serie para ser deglutida, no paladeada.

Para que la experiencia no sea dolorosa —e incluso para que aporte cierto placer— hay que disfrutarla de la misma forma que uno se comería un whoper o que ligaría con una choni en Pachá a las cinco de la madrugada. Es decir: sin ninguna expectativa. Si te zampas un whoper pensando que estás ante un plato de tres estrellas Michelin o te metes en la cama con una perra arrabalera con piercings en las glándulas suprarrenales pensando que has encontrado un amor como el de Tristán e Isolda, la has cagado.

Con Perdidos pasa lo mismo: que no es Ingmar Bergman, cojones, que es puro y simple entretenimiento, relleno audiovisual con pornografía californiana de baja intensidad. Un chicle para engañar el hambre.

Y eso —oh, intensos del mundo— no es malo. No hay que sentirse culpable por atiborrarse de comida basura de cuando en cuando o por follar con una analfabeta poligonera con sociopatías diagnosticadas y dos tetas de silicona operadas en una clínica low cost con un crédito de Cofidis. Que en la vida no todo va a ser Brahms y trajes de raya diplomática.

Yo me trago Perdidos con gusto y sin hacerme preguntas. ¿Que ahora sale un humo negro con puños? Pos bueno. ¿Que resulta que se han inventado un templo con un samurai que habla combinando sílabas al azar? Pos fale. ¿Que pretenden hacerme creer que Hugo, con sus 700 kilos de peso, es capaz de andar cuatro horas por la selva con medio botellín de agua y dos galletas rancias? Pos malegro.

Don’t ask, just look.

A esto me refiero con el porno de baja intensidad.

Es una mezcolanza absurda de géneros, como una canción de Macaco, pero sin ser irritante: aventuras, ciencia-ficción, terror, superhéroes, la ya citada pornografía californiana… Todo a mogollón y sin solución de continuidad, con unos actores francamente malos que, por exigencias de guión, sólo saben poner cara de susto. Cada capítulo dura 45 minutos, la ración adecuada. Si durara más, sería insoportable: justo cuando la trama empieza a hacer aguas, cierran con la previsible sorpresa (noten la tentativa de oxímoron), y a otra cosa.

Como no exige esfuerzo intelectual ninguno, cuando termina el episodio pueden volver a sus lecturas (o relecturas, no quisiera ofenderles) de Jean-Paul Sartre.