Archivo mensual: agosto 2010

TAMBIÉN BEBO UNA GOTICA

En el arranque de Amanece, que no es poco, los estudiantes americanos encabezados por Gabino Diego que se preparan para ser futuros líderes que ejerzan el poder omnímodo le preguntan a un labrador si creen que el sacerdote les dejará asistir a la santa misa. Y el hombre les responde:

Qué lástima, yo no puedo contestarles. Yo soy un hombre muy primario. Estoy sujeto terriblemente a las pasiones. No pienso casi. Cualquier cosa que les dijese sería una tontería. Yo lo que más hago es… (gesto de fornicio con brazos y pelvis). Siempre con putas, eso sí. Y también bebo una gotica.

Así se han debido de representar las autoridades chilenas a los 33 mineros atrapados. Seres primarios terriblemente sujetos a las pasiones. Gente que -fíjese qué escándalo, señora Romualda- también bebe una gotica.

No se contentan con salvar sus vidas. Ya puestos, han pensado que sería muy conveniente salvar también sus almas.

Pidieron tabaco. Y les dijeron que no, que no se atendían vicios. Y les mandaron unas biblias pequeñitas para que se consolasen.

Después les dijeron que les mandarían unas películas para que se entretuvieran, pero que primero tenían que supervisar su contenido para verificar que fuera apto para espíritus tan simples e impresionables. Y todavía no les han dado un puto DVD, a la espera de lo que diga el señor cura.

Pero lo pero lo cuenta hoy Francisco Peregil en El País. ¿No sabe usted la última? Pues resulta que esos degenerados, esos renegados del Santísimo, esos ganapanes infectos, ¡han pedido vino! Nosotros, venga a ofrecerles cosas castas y puras, y ellos, venga a pedir vicio.

Piden alcohol, los muy ateos.

Pues sólo faltaría, que convirtieran aquello en una taberna.

Por supuesto, la autoridad competente se ha negado de plano. El ministro de Salud ha declarado, a propósito de los problemas de alcoholismo de algunos (que vaya tela: uno pide una copa y le llaman alcohólico): “A veces no es conveniente que una persona corte de golpe con la adicción, pero lo único que podemos hacer es enviarle vitamina B y ácido fólico”.

Vitamina B y ácido fólico.

¿Saben que les han bajado hasta camas plegables?

Digo yo que por un conducto por el caben biblias pequeñitas, camas plegables, vitamina B y hasta ácido fólico, cabrán también unas botellitas de JB y una bolsa de hielos del Mercadona. Y unos vasos de tubo, que esos entran por cualquier rendija.

Pues nada, vitamina B y ácido fólico. Y películas de Semana Santa y Qué bello es vivir.

Me subleva, de verdad. Estoy por montar una ONG, llenar un cargamento de pelis porno, de las más guarras que haya en el mercado, cincuenta cajas de los mejores puros donados por Fidel Castro y una cisterna de Jim Beam. Y si alguno quiere drogas más duras, no faltarán narcos colombianos compasivos con sus necesidades que se avengan a suministrar mercancía de gratis.

Por dios, déjenles gozar un poco, aflojen el cilicio, pazguatos y beatillos de tres al cuarto.

En fin, menos mal que algunos nos marchamos de vacaciones con la esperanza de no leer ni escuchar gilipolleces en un mes. En breve partiremos de viaje por Europa en coche. Francia e Italia, bien de Mediterráneo y de cultura clasicota. Y de rissottos, y de pasta de trattoria, y de buen vino fresco. Hacemos el trayecto Zaragoza-Florencia y todavía no sé si me llevaré el portátil o aprovecharé para sumergirme en un retiro espiritual completo y dedicarme sólo a disfrutar de mi familia y a leer con morosidad y placer. Así que, por si acaso, no me esperen por aquí, que puede que no aparezca en unos días. No sufran, que estaré en un sitio mejor, brindando con un martini por todos ustedes.

Gócenla ustedes también, y no hagan caso del ministro de Salud chileno.

EL PARQUE PIGNATELLI

Cuando el trabajo y la tarde lo permiten, Pablo y yo salimos de nuestra madriguera a respirar un poco. Sin retazos de sol, metidos a fondo en la sombra, vamos al kiosco del parque Pignatelli. Yo, a beber una Ámbar en jarra helada, y Pablo, a zamparse un par de colines. A veces, con amigos que vienen a vernos y a darnos conversación de la buena, pero casi siempre solos, mano a mano.

Suelo llevarme un libro, pero Pablo rara vez me deja pasar de la segunda página. Lo reclama y me reclama, pide que le libere de los indignos arneses de la sillita y que le busque acomodo sobre mis piernas. Desde ellas ve el mundo. Llama a las palomas, intenta tirarme la cerveza, grita, sonríe, se carcajea y brinca.

Pablo, sobre su alfombra de letras, listo para irse al parque

Somos felices. Nos drogamos con esa felicidad de finales de agosto que flota densa en el aire, con ese aroma a summer-almost-gone,  cuando los amores de verano remolonean, sabiendo que la cosa se acaba, pero suplicando cinco minutos más en la cama. Nos imaginamos que estamos en la playa, que el parque es un paseo marítimo y que nadie nos espera en ningún sitio. A veces, hasta oímos las olas y sentimos la arena en las sandalias. Son mentiras que duran lo que dura la jarra de cerveza, pero que nos hacen felices.

La otra tarde conocimos a Héctor. Iba de la mano de su tía, muy cauto en sus primeros pasos, pero decidido, directo hacia Pablo. Héctor llevaba una pala roja de plástico y se la ofreció a Pablo en señal de amistad. Pablo, que llevaba muchos días intentando llamar la atención de los niños del parque sin conseguir ni siquiera una mirada de desprecio, agradeció la ofrenda con todo el cuerpo, celebrándola como un enorme triunfo.

El principio de una hermosa amistad.

Yo, para unirme a la fiesta, pedí otra jarra de cerveza y me recosté.

No lo negaré: miré a la tía de Héctor y pensé en el mito erótico de los padres solos con niños. ¿Será verdad que se liga un montón? Hasta la fecha, mi experiencia es muy pobre. Puede que vaya demasiado pendiente de Pablo, pero no siento que mis paseos niñeriles despierten ternura ni humedades en nadie.

Un día quedo con uno de mis mejores amigos, que tiene un chaval un poco más mayor que Pablo. Fuimos a beber cerveza al parque, como dos padres con niños y sin madres. A Cris le parece encantador: “Vais a ligar un montón”, me dijo.

Por supuesto que no.

En una plaza nos encontramos con M. y M., pareja embarazada. Ella, al vernos, nos pregunta: “¿Habéis ligado?”.

Joder, qué empeño. No, es un mito, respondo. Y noto como al M. masculino se le ensombrece la cara. “Pues vaya, yo me había hecho ilusiones con esto de ligar en el parque”, dice haciendo pucheros.

Desengáñense: entre adultos con niños es difícil reconducir la conversación hacia terrenos erógenos. Hay demasiada caca, demasiados dientes emergentes, demasiadas experiencias vergonzantes por compartir, demasiada pedagogía y demasiado intercambio de consejos de pediatras.

Para cuando has cumplido el protocolo y estás listo para entrar en el terreno personal y en el coqueteo, se te han pasado las ganas de ligar.

Yo ya he renunciado a ello, y eso que tenía muchas ilusiones puestas en el flirteo de los jardines públicos. Quería sentirme como un personaje de Paul Valéry o de Flaubert, coqueteando con una señora respetable de mirada y deseo ardientes. Pero nada, no ha habido manera. No sé si Cris habrá tenido más suerte en sus escarceos. Pablo, de momento, no ha soltado prenda al respecto.

Así que juego con Pablo, disfruto de la brisa y contemplo ese rincón tan zaragozano y tan raro del parque Pignatelli, a medio camino entre lo vintage, el cutrerío desarrollista y un paseo marítimo de pueblo. Un quiero y no puedo encantador y ecléctico que solo es posible en esta ciudad mansa y llana que Pablo y yo habitamos y en la que, a veces, somos tan inmensamente felices que no podemos hacer otra cosa que sonreír y gritar.

Y SI TU PADRE NO LO HIZO…

Hay una vieja canción de Topo con la que nos identificamos todos los chavales que crecimos en un barrio y aprendimos a calcular a ojo las proporciones perfectas de un calimocho antes que las ecuaciones de segundo grado. Se titula Mis amigos, dónde estarán y el estribillo dice: “Mis amigos, con los que jugué, ¿dónde estarán? / Mis amigos, con los que hice la revolución. / Mis amigos, en un tresillo se aplastarán”. Y empezaba: “En un lugar de mi barrio, en un billar, / una panda de chicos, con un pitillo en la boca, / arreglábamos el mundo a golpes de futbolín”.

Desolador. Mira, me emociono un poco al tararearla, y no es broma.

Pero la mejor estrofa, y la que dejaba claro que la letra salía de las carnes de un chaval de barrio, que no había ninguna impostura, era esta:

A la salida del curro, a la academia nocturna,
a aprender el inglés, que es de gran porvenir.
Y si tu padre no lo hizo, tú sí (nota sostenida en ese sí, hasta fundirse con el estribillo).

La exigencia de aprender el inglés era fundamental. Qué presionados estábamos los chavales con el inglés. Que aprenda inglés el chico, que sin el inglés no se va a ningún sitio. Yo, la verdad es que no sentía demasiado agobio, porque no se me han dado del todo mal los idiomas, pero lo del inglés era importante en el barrio. Era importante para salir del barrio.

Luego crecimos y nos dimos cuenta de que nos habían engañado. Que se puede triunfar en la vida sin saber decir good morning. Incluso se puede llegar a dominar el mundo sin haber conjugado nunca un phrasal verb. Vean si no este tronchante documento de uno de los amos del mundo, que ha demostrado tener una vis cómica insospechada.

GITANOS

En inglés, la palabra gipsy no significa solo gitano. Por extensión, se aplica a cualquier persona nómada, de vida desordenada, dispersa, sin domicilio, errabunda. A veces, asimilable a los hipsters que tan famosos se hicieron en los años 40 en Estados Unidos.

Gipsy no es necesariamente peyorativo. Connota libertad, espíritu indómito, antiestatalismo y anticonvencionalismo. Los bandidos y los vagabundos tienen muy buena fama en la cultura anglosajona, como demuestran los mitos de Robin Hood y de Billy el Niño. Aunque maten. Aunque pongan a prueba los límites no sólo de la ley, sino también de la moral. Porque hacen lo que les da la gana, porque están más cerca de la idea platónica de la libertad y del ideal ácrata.

Los gitanos parecen irreductibles. Un pueblo que ha creado el flamenco y la música zíngara, que no se ha diluido en una Europa llena de cables y de autopistas, que se ha mantenido marginal, fuera de los límites de lo tolerable, de lo decente y de lo comprensible por la burguesía. Es un pueblo grande, cuya grandeza cantó Jan Potocki en El manuscrito encontrado en Zaragoza mucho antes de que García Lorca readaptara en el siglo XX el cliché romántico de amoríos jineteros y claveleros.

Cuando Michelle Obama fue a escuchar flamenco al Sacromonte, una de las gitanas que participaron en el espectáculo declaró a la prensa que se había pasado toda la velada llamándola “señora Mojama”. Cuando le afearon su error, la señora se encogió de hombros y soltó una carcajada enorme, sin embarazo ni rubor alguno. Qué más le daba a ella cómo se llamaba la paya-yanqui de las narices. Muchos se rieron y se escandalizaron con la ignorancia de la señora, sin reparar en que sólo desde la ignorancia se puede ser libre. Y esa señora fue inmensamente libre. Quizá la más libre de España ese día: mientras todo el país reverenciaba a la gran dama, a la esposa del gran líder, ella le sacó los cuartos y le llamó como le salió de las mismas, sin protocolos ni respetos ni patochadas. Olé.

Los gitanos han sido perseguidos muchas veces a lo largo de la historia. Con frecuencia se olvida que son tan víctimas del Tercer Reich como los judíos. En los campos de concentración, llevaban un triángulo marrón invertido cosido a su uniforme. Aunque hubo gitanos en muchos campos, incluido Auschwitz, la mayoría fue a parar a Buchenwald, donde un monumento les recuerda. Es uno de los pocos homenajes a los gitanos asesinados por Hitler que hay en Europa.

Francia es una nación que aún no ha terminado de asumir su papel en el Holocausto. La retórica nacionalista oficial y los símbolos del Estado la presentan como víctima de Hitler, obviando que el régimen de Vichy fue, junto a Italia, el único Estado fascista de Europa occidental implicado directamente en la solución final. Hace menos de cinco años que el ayuntamiento de París accedió a homenajear a los miles de judíos parisinos que fueron deportados a los campos de exterminio en 1942. Casi todos, delatados y empujados por sus vecinos, ahorrándole el trabajo sucio a la Gestapo. Buena parte de la clase política de la postguerra venía directamente de esos lodos. El propio Mitterrand fue un funcionario condecorado por el mismísimo mariscal Pétain antes de descubrir la Resistencia y el arrebatador charme de De Gaulle (y mucho antes de descubrir la socialdemocracia y cómo parasitar el desunido y moribundo Partido Socialista)

Que un país que todavía manda callar ante algunas dolorosas verdades de su pasado reciente abandere una nueva persecución racista en Europa es, como poco, desasosegante. Quizá algo más: tiene un punto aterrador. ¿Cuánto tiempo llevábamos sin ver deportaciones en Europa? Algunos ingenuos pensábamos que no las veríamos más, que eran cosas de nuestros abuelos, que fueron unos bestias y unos hijos de puta. Pero no: parece que nosotros también tenemos nuestra cuota de bestialidad e hijoputez. No es un rasgo generacional ni pretérito.

¿Qué molesta tanto a los señores burgueses de los gitanos? ¿Sus chándales viejos, su miseria exhibida al aire libre, la forma en que les recuerdan que su país no es un conjunto de villes fleuries poblado por bonachones labriegos que comen camembert a la sombra de un roble? Por cierto, que Francia no se ha contentado con expulsarles, sino que ha chantajeado sin ningún pudor al Estado rumano: ha pedido que controle los fondos europeos para integrar a los gitanos. Exige a Rumanía que los mantenga a raya bajo la amenaza de vetar su inclusión en el espacio Schengen. Ni Don Vito Corleone era tan zafio. Don Vito jamás habría expresado la amenaza en términos crudos, la habría insinuado. Sarkozy quiere ser un mafioso, pero no pasa de un vulgar chulo de barrio.

Es vergonzoso, pero a este lado de los Pirineos no tenemos mucha autoridad moral para levantarle la voz a Sarkozy. Los gitanos son nuestros negros. Hay miles de paralelismos entre la segregación afroamericana y la historia de los gitanos en España. Y la respuesta de los negros americanos y de los gitanos españoles ha sido pareja: ambas minorías han creado una cultura a la contra, hedonista, marginal, hipersexualizada, religiosa y trágicamente hermosa.

Más que al jazz, el flamenco se parece al blues. Las dos culturas tienen sus propias ciudades sagradas: Cádiz para el flamenco, Chicago para el blues. Las dos emplean un término propio que no significa lo que parece significar para designar algo genuino que tiene que ver con el talento, la emoción y la belleza: el duende en el flamenco, y el feeling en el blues. Las dos son tristes, cantan a cosas tristes, a mujeres malas, a ladrones buenos y a policías cabrones. Y las dos se resignaron a asumir cierta protesta social muy a su pesar. Porque ni el flamenco ni el blues están hechos para levantar ni arengar a las masas, sino para arrasar de lágrimas al oyente, para retorcerle las entrañas.

Hay un capítulo de Boston Legal en el que hace un cameo un muy crecidito Jaleel White, el que fuera el insoportable Steve Urkell. White interpreta a un abogado aspirante a un puesto en el bufete. Hace una entrevista de trabajo brillantísima y, al final, el jefe del bufete le dice que está encantado porque “no suena como un negro”.

Se arma la gorda, lógicamente.

Pero la reflexión sobre el racismo está muy bien: en Estados Unidos se aceptan los negros a condición de que no actúen como tales. Gustan los negros como Obama, que ni siquiera son negros del todo. Negros universitarios, con perfecta dicción de la Costa Este, capaces de citar un par de libros de Faulkner y de vestir con elegancia un buen traje o una camisa bien abotonada. A los españoles nos pasa lo mismo con los gitanos: nos gustan a condición de que no hablen como un gitano, ni se muevan como un gitano, ni se vistan como un gitano, ni vivan como un gitano.

Que hagan flamenco, que nos gusta mucho, pero en el Teatro Real, no al raso en torno a una hoguera. Y que lo dejen recogido todo al salir. Que hagan flamenco, pero que lo hagan citando con arrobo a Lorca y que le añadan algo de fusión o unos toques de pijerío ibicenco. Cuando vemos a uno de esos gitanos pensamos: ¿ves qué bien? ¿Por qué no podrán ser todos como este señor, en vez de ir robando por ahí?

Tan funestos son el paternalismo y la condescendencia con las que las administraciones españolas tratan el asunto de la marginalidad de los gitanos como la exaltación romántica. Ni creo que haya que salvarlos de ellos mismos ni comparto los entusiasmos lorquianos, aunque me hagan gracia muchas picarescas y pitorreos. Son ciudadanos españoles que no necesitan la compasión ni la admiración de nadie. Quizás habría que hablar entre ciudadanos y no entre etnias. En el tú a tú, mirándonos a la cara.

De momento, y a falta de un milagro que nunca llega, canturreo una canción de Extremoduro que se titula Islero, shirlero o ladrón. Islero es el toro que mató a Manolete, y un shirlero es un término caló que define a los atracadores de poca monta. Dice: “Necesito trabajar, he aprendido a ser shirlero, ayudando a los demás a quedarse sin dinero”.

Quizá los señores burgueses de Francia duermen más tranquilos ahora que han limpiado la chusma y no se van a cruzar con un shirlero a la salida de Chez Roquefort, pero hay tres palabras en castellano que definen a quienes son capaces de dormir a pierna suelta tras una deportación instigada por ellos mismos: hijos de puta.

PERRITOS QUE MUEVEN LA COLA

No hay duda de que Woody Allen es un humorista de primera. Lo malo es que le toman en serio. Ya saben: cuando un artista habla, la plebe agacha la cabeza y escucha con arrobo.

Llega a Oviedo y suelta, ante el pasmo generalizado: “La mayoría de las películas estadounidenses  de la última década se han hecho para ganar dinero”.

¡Qué me dice, don Woody, digo, señorito Allen! Menos mal que ha venido usted a abrirnos los ojos ante esos desaprensivos que trabajan por dinero. Y nosotros creyendo que eran actos de generosidad pura, nada que ver con industrias, pago de salarios ni retribuciones de derechos de autor. ¿Cómo pueden ser tan malvados? ¿Cómo pueden jugar así con la ingenuidad de la buena y sana gente de este pueblo?

Bueno, no se lo tomen en serio. Creo que es una más de sus ingeniosas boutades. Al fin y al cabo, don Woody, digo, señorito Allen está en Oviedo por una razón muy altruísta: promocionar su última peli y presentar una campaña de publicidad turística de Asturias. Y por ninguno de los dos conceptos ha percibido dinero. Él come arte, se viste con ingenio y vive en una casa hecha de palabras.

La prensa, como siempre que se tropieza con el genio, encantada. Lean si no este extracto de un cable de la agencia Efe:

“Conocerás al hombre de tus sueños” -cuyas actrices Lucy Punch y Gemma Jones también estuvieron en Asturias- sigue inscrita en el terreno de la comedia, mientras afirma, en una entrevista con Efe, que “la vida en sí misma es muy trágica”. “Hay momentos maravillosos, aunque al final no son tan buenos”, prosigue.

Y, sin embargo, se le dibuja su mejor sonrisa cuando la rueda de prensa de presentación del filme se interrumpe con una llamada de su mujer, Soon-Yi, a quien le devuelve un cariñoso “luego te llamo”.

“Luego te llamo”, dijo el artista y, sin embargo, amante. Un cariñoso “luego te llamo”, a decir del redactor. Y es cierto, casi podemos sentir una vaharada de empalago amoroso ante tales emotivas palabras. “Luego te llamo”. Ni Isolda soñó de Tristán palabras tan bonitas. Si Julieta hubiera escuchado un cariñoso “luego te llamo” de los arrebatados labios de Romeo, se habría tirado de cabeza por el balcón sin pensarlo un segundo.

Cuánto arte y cuánto cariño en ese “luego te llamo”, que pasará a la historia de las frases más románticas, junto a “pásame el azúcar” y “¿a qué hora teníamos cita con el callista?”.

Servidor, que ha asistido a ruedas de prensa en las que los artistas han sido aplaudidos por la prensa congregada -ante mi pasmo-. Servidor, que ha sido ridiculizado en alguna revista especializada por no haber tratado con la debida pleitesía y entrega a unas estrellas del rock, no entiende qué coño nos pasa a los periodistas cuando estamos ante uno de estos dioses postmodernos. Qué ganas de epatar, qué peloteo, qué ridícula celebración de cada tontería que sale por su boca. En serio, es digno de ver cómo algunos colegas mueven el rabo y se refrotan contra las piernas de ciertos tótems sagrados.

No digo yo que tengan que ir a cara de perro ni que les pongan contra la pared con preguntas incómodas y fuera de lugar. La información cultural suele ser buenrollera y no hay motivos para andar a malas. No son políticos ni banqueros, y se supone que hablar de cine o de literatura es cosa relajada y grata. No se trata de eso. Simplemente, agradecería algo de profesionalidad. Algo de fría y serena profesionalidad.

Supongo que pido un imposible.

ENTRE LA ARCADA Y SAO BENTO

En una respuesta a un comentario del post anterior citaba a un personaje de Los Maia que decía que Portugal empieza en la Arcada y termina en Sao Bento. Es decir, que en todo el país sólo puede encontrarse algo digno de ser considerado civilizado en el centro de Lisboa, que todo lo demás es morralla inculta.

Pero la observación va mucho más allá. Eça de Queirós, como todos los grandes escritores, dice mucho más de lo que aparenta decir. A veces, la sencillez genial con la que disparan los maestros no permite apreciar lo limpia y hondamente que han alcanzado el blanco.

Aparentemente, el comentario de ese personaje es una simple ocurrencia esnob. Y así se presenta y eso quiere ser. Pero, escarbando un poco, se encuentran más cosas. Porque si sabemos que Sao Bento es el barrio del parlamento portugués y que en la Arcada (o Terreiro do Paço o Praça do Comércio) estaban los ministerios -aún queda alguno- y, en tiempos de la monarquía, se alzaba el Palacio Real, el comentario deja de ser una boutade y apunta a una crítica más honda de la sociedad portuguesa.

Es decir, que Portugal sólo existe entre el parlamento y el gobierno. Fuera de los focos del poder político, no hay civilización digna de tal nombre. ¿Qué está insinuando Eça de Queirós al decir que la civilización sólo existe entre políticos? Pues que en Portugal no hay industria, ni cultura, ni finanzas. Ni sociedad. Está denunciando la pobreza de un país incapaz de desarrollar una vida moderna, un país ficticio que sólo se representa en la pantomima política, pero que carece de todos los atributos que hacen grande e interesante a una comunidad.

Mirando los periódicos españoles de 2010, alguien podría aplicar el comentario del personaje de Los Maia a este país y decir que España sólo existe entre la carrera de San Jerónimo y La Moncloa.

Porque -y no soy el único que lo piensa- que los políticos de la partitocracia acaparen los mejores huecos de la escena pública sólo puede ser un síntoma de subdesarrollo. De subdesarrollo democrático y cultural.

Un gran escritor sabe condensar un análisis sociológico en un simple apunte esnob. Eso se llama talento y, en contra de lo que creen los jefes de recursos humanos de las empresas, es un bien escasísimo y casi siempre infravalorado.

RUINAS

De los románticos a acá, las ruinas han tenido mucho prestigio. Todo lo que oliera a marchito, a decadencia y a fin de raza ha sido explotado con mucha habilidad en la literatura. Aunque muchos sospecharan que la extinción no era tan atractiva ni tan digna como los poetas podían inventar.

Ahí está El Gattopardo, especialmente la peli, con ese inabarcable Burt Lancaster declamando al pie de la diligencia, con una nube de polvo a sus pies y una luz crepuscular manchando su cabeza cana: “Noi fummo i Gattopardi, i Leoni; quelli che ci sostituiranno saranno gli sciacalletti, le iene. E tutti quanti, Gattopardi, sciacalli e pecore, continueremo a crederci il sale della terra”.

Nos sustituirán las hienas y los chacales, y se creerán la sal de la tierra.

O, como diría Belén Esteban: otros vendrán que bueno me harán.

No creo que la decadencia sea hermosa. Como toda muerte, da miedo, asco, duele y mancha. No hay muertes dignas, nadie se apaga con paz. Morirse, se mire como se mire, es una putada sumamente desagradable para el moribundo y para quienes le aman. Y no es menos nauseabundo en el caso de las instituciones, de las épocas y de las sociedades. Si los poetas son capaces de presentar como un fundido en negro con música de John Williams lo que a los ojos de quienes lo viven se percibe como una snuff movie, suele ser porque lo que sucede inmediatamente a lo que se marcha tiene la marca de la barbarie.

Puede que aquellos aristócratas sicilianos fueran unos hijos de puta. Pero, qué coño: al menos sabían hablar y tenían palacios chulos. Entre un Burt Lancaster otoñal y un Garibaldi con piojos, yo también elijo el bando reaccionario.

Yo estoy convencido de que la agonía de los finales de raza no tiene nada de hermoso. Es un tema recurrente que he intentado explorar varias veces. Creo que la menos vergonzante fue en el cuento Calle Velarde, en mi libro Malas influencias. Lo toco tangencialmente en la novela que estoy escribiendo y volveré sobre ello en otros libros y cuentos, si tengo la suerte de poder seguir escribiendo toda mi vida.

No hay belleza en el estertor. O, al menos, no la hay de la forma en que suele presentarse. Sí la hay después. Los nazis, que agotaron el romanticismo en todos sus sentidos y niveles, haciendo imposible su resurrección en varias generaciones, lo sabían muy bien.

En realidad, lo sabía muy bien Albert Speer, el arquitecto de Hitler. Los edificios que diseñó para Germania, la ciudad que iba a sustituir a Berlín como capital del Reich, estaban pensados para que tuvieran unas ruinas bellas. Se calculó y se estudió qué muros deberían deteriorarse antes y qué techos deberían ceder al derrumbe primero para que el conjunto, comido por la vegetación siglos después, resultara digno: querían unas ruinas guays, al estilo maya y azteca, nada de esa guarrería romana y griega.

Maqueta de Germania.

Será mentira, no habrá belleza en la decadencia, pero sí la hay en su literatura.

Ahora estoy abducido por una de esas maravillas que han inspirado los finales de raza. La he buscado porque el cuerpo me pedía un novelón de los de perder el sentido, una lectura absorbente y clasicota. Es Los Maia, de Eça de Queirós.

Pensé en leerlo en portugués, pero no me he atrevido y ahora me arrepiento. Bueno, qué más da. En español traducido recorro la Lisboa de finales del siglo XIX, unas calles que sólo se distinguen de las que yo he conocido en que ahora hay coches y tranvías en ellas. Algunos interiores siguen vigentes: la Casa Havaneza o el teatro de São Carlos. Una Lisboa que va muriendo, como la estirpe de los Maia. La Lisboa de hoy son las ruinas de esa ciudad que describe Eça de Queirós. Quizá no han quedado tan bonitas como las que proyectaba Speer, pero el Marqués de Pombal no pensó que su capital fuera a pudrirse. Que la destruyera un terremoto, como en 1755, quizás. Pero que los propios lisboetas dejaran que se la comieran las plantas trepadoras y las telas de araña no era un destino concebible para la refulgente metrópoli del imperio.

Edificios en ruinas en el Campo das Cebolas, al pie de la Alfama de Lisboa

Hoy, Lisboa es una ciudad que se hunde, envejecida, pobre, vacía. De los 800.000 habitantes que tenía en 1980 sólo le quedan 500.000, y la cuarta parte de ellos son jubilados. En Lisboa hay unos 600.000 trabajadores, la mayoría de los cuales vive en ciudades dormitorio del extrarradio. Acuden por la mañana, colapsando las entradas, y la dejan desierta por la noche. Se calcula que cada día entran y salen de la ciudad unos 400.000 vehículos que destrozan y taponan las calles y que, encima, no dejan ni un solo euro en las arcas municipales, pues están matriculados en otros sitios.

Lisboa lleva mucho tiempo agonizando, y aunque algunos estemos enamorados de su desvanecimiento, también nos pone tristes. Una tristeza sin remedio y sin consuelo, de las que no aspiran a curarse, de las que se quedan sentadas en el quicio de la puerta hasta que se hace de noche.

COSAS QUE NO SOPORTA UN VIEJO CASCARRABIAS DE 31 AÑOS

Entro en la tercera edad. La de los 30.

Tener 30 está bien.  Es redondo y todavía entra en el carnet joven de muchas comunidades autónomas.

Tener 31 no hace ninguna gracia.

El número 30 mira al 20 con colegueo. Con un poco de superioridad, pero con colegueo.

El 31 mira al 40 con pavor, sujetándose fuerte al pasamanos, porque el carrito de la montaña rusa empieza a caer en picado hacia los 40.

Hoy, 16 de agosto, cumplo 31, me toca trabajar y me he dado cuenta de que soy un misántropo.

Así que he decidido dedicar todas mis menguantes fuerzas a conquistar el poder y a desarrollar un programa político que conduzca al exterminio y/o al confinamiento en un remoto paraje de la provincia de Teruel de todos aquellos sujetos que me irritan y confirman mi misantropía de anciano prematuro.

Pero les daré una oportunidad para huir haciendo público ahora mismo quiénes son los objetos de mis odios más profundos y, por tanto, primeros candidatos a formar delante de los hornos crematorios que instalaré en un complejo concentracionario a medio camino entre Calanda y La Iglesuela del Cid.

Son los que siguen.

Los que imitan el acento argentino haciéndose los graciosos.

Los que se refieren a los goles como chicharritos.

Los que se refieren a los goles como chicha-chicha-chicharritos.

Los que se refieren a los goles como chicha-chicha-chicha-chicha-chicharritos.

Los que cuentan chistes.

Los que escriben vagina, vulva, verga, pene y ano en vez de coño, polla y culo.

Los que toman en sentido literal el saludo “¿cómo estás?”.

Los que opinan que una cosa es la libertad y otra, el libertinaje.

Los que necesitan que les expliquen que no todos los cuentos son para niños.

Los que creen en la transversalidad de las sinergias.

Los que llaman lusos a los portugueses y galos a los franceses. El otro día escuché en la radio que “el gobierno luso había pedido ayuda internacional”. Por desgracia, no la recibió, porque los gobiernos extranjeros fueron incapaces de encontrar Lusitania en un mapamundi.

Los que utilizan “y es que” como nexo.

Los que prefieren iniciar algo a empezarlo, y los que prefieren finalizarlo a terminarlo.

Los que creen que la psicología es una ciencia.

Los que lo arreglarían todo en dos patás.

Los que se refieren a internet como la red de redes.

Los taxistas con taxis que huelen a pedo de troll y te obligan a escuchar a Fedeguico a volumen once.

Los que no son monárquicos, pero sí juancarlistas.

Los que se comen el arroz pasado y dicen que está igual de bueno.

Los que dicen que las novelas de Pérez-Reverte son muy entretenidas.

Los que compran juguetes educativos a sus hijos.

Los que se pasean por la calle en chándal.

Los que todavía creen que el sushi es una comida exótica.

Los que usan la expresión comida exótica.

Los que se excitaron leyendo La pasión turca, llena de comidas exóticas.

Los que empezaron a leer La pasión turca y la terminaron porque les gustó.

Los que piensan que Antonio Gala es un escritor.

Los presidentes del gobierno que aprovechan las vacaciones para revisitar la poesía de Borges.

Los que califican un sitio como “país de contrastes”.

Los que describen una catástrofe como un “infierno dantesco”.

Los que describen un espectáculo como “espectacular”.

Los que creen que Miguel Bosé es músico.

Los que escuchan heavy, pero también les gusta Mozart.

Los que hacen discos conceptuales sobre el Quijote.

Los que hacen musicales sobre el Quijote.

Los que hacen ediciones críticas del Quijote.

Los que proclaman con gravedad la necesidad de leer el Quijote.

Los que prefieren a Sancho Panza antes que a Don Quijote, por ser el primero más campechano y apegado a la realidad, cuando es evidentísimo para cualquiera que haya hojeado el libraco que el que mola de verdad es el caballero andante, y que Sancho carga mogollón con sus putos refranes, que parece un taxista en turno de noche.

Los que creen que trabajar en agosto tiene sus ventajas.

Los que dicen que los 30 son los nuevos 20.

Los que creen que, para fiestas fiestas, las de su pueblo.

Los que creen que las letras de Joaquín Sabina sirven para ligar, y encima lo ponen en práctica.

Los que no me quieren por mi físico, sino por mi intelecto.

Los que creen que todo el mundo gana más dinero, es más guapo y folla más que ellos.

Los que comentan en una exposición de arte contemporáneo que su sobrino de dos años lo haría mejor.

Los que usan kafkiano por absurdo.

Los que prefieren el erotismo a la pornografía.

Los que creen que mi libertad termina donde empieza la suya (y no siempre viceversa).

Los que aseguran que Alaska tuvo algo que ver con el punk.

Los que aseguran que Almodóvar tuvo algo que ver con el punk.

Los que no saben apreciar el grandísimo talento de Jim Carrey porque hace muchos gestos, que es como no apreciar el talento de Picasso porque hacía muchos garabatos.

Los que responden al teléfono diciendo digamelón.

Los que alguna vez se rieron con algo que dijo Loles León.

Los ancianos que escriben el Me cago en mis viejos de El País veraniego.

Los que te preguntan: “¿Cuánto te costó?”. Y, al ser informados del importe, responden: “Pues a mí, la mitad”.

Los que proclaman que en el campo sabe todo mejor.

Los que se creen mejores que tú.

Los que fueron a un concierto de la gira El gusto es nuestro y aguantaron despiertos todo el show.

Los que dicen que vieron el vídeo de Pedro J y Exuperancia Rapú.

Los que creen en la magia de la radio.

Los que se definen como viajeros y no como turistas.

Los que creen que el optimismo les salvará de todo mal, como si el problema de los judíos en Auschwitz fuera de actitud vital.

Los que no están gordos, es su metabolismo.

Los que han visto mundos más allá de Orión y creen que saben por qué los androides sueñan con ovejas eléctricas.

Los que vieron 2001 una odisea en el espacio y se durmieron sin reparar que estaban viendo una de las pelis más hermosas de toda la historia del cine.

Los que han sido capaces de tragarse todo este pestiño y llegar hasta aquí.

Los que cumplen 31 años y se creen viejos cuando todavía no han empezado ni a calentar para jugar el partido y se sienten impelidos a odiar a la humanidad.

AJOBLANCO

¿Me permiten refrescar un poco el ambiente? Llevo muchos posts con la bilirrubina alta y hay que entonarse, ponerse veraniego.

¿Me permiten compartir con ustedes mi receta de ajoblanco?

A comienzos de los 70, Pepe Ribas comía en una tasca de Barcelona con unos amigos. Estaban de resaca, seguramente habían estado de juerga en la Zeleste la noche anterior. A Ribas le rondaba desde hacía tiempo montar una revista que canalizara todo ese ambiente que entonces se llamaba contracultural, y que lo proyectase a toda España. Y ese mediodía tuvo una epifanía. Pidió ajoblanco y, al llevarse la cuchara a la boca, lo vio claro: el ajoblanco resume y condensa el legado de los siglos, el presente austero y las ansias de futuro de los pueblos hispanos. Mucho más que el gazpacho, dónde iba a parar. Porque los ingredientes del gazpacho sólo se encuentran donde hay huerta, pero un ajoblanco se puede preparar en cualquier latitud y longitud de la Península. Es austero, fresco, inteligente, rápido, audaz, potente. Así que se levantó y proclamó que su revista se llamaría Ajoblanco.

Y fue un éxito. Casi una leyenda de la cultura periodística española.

No me atrevería a sublimar tanto el ajoblanco, pero he de reconocer que soy fan y que me gusta prepararlo por litros. En casa, soy el ajoblanquista oficial, y aunque su receta, de puro clásica, tan reducida a lo esencial y a la raíz de la tierra, admite pocas variaciones, la he pulido con el paso del tiempo hasta hacerla mía. ¿Me permiten que comparta con ustedes mi ajoblanco?

No daré proporciones, porque hablar de decilitros y de gramos entre cocinillas es un insulto. Hay que referirse a pizcas, saludos, alegrías, suspiros y buenos remojones, que cada uno interpretará según su gusto y según su audacia. Simplemente, piensen que tienen que jugar con el agua  y con la almendra para alcanzar una textura más líquida o más cercana a una crema. Cada cual sabrá qué le place más llevarse a la boca.

Hay que proveerse de un buen manojo de almendras crudas. La variedad marcona es la más socorrida y la que dicta el canon. Asegúrense de la calidad del producto, que no haya ninguna de un color sospechoso o de una blandura irritante: una almendra en mal estado puede amargar todo el plato.

Limpitas y pulcras, al vaso de la batidora. Yo gasto una americana, pero con la Moulinex de toda la vida les vale igualmente, aunque tendrán que hacer músculo y presionar como perforador petrolífero.

Para tres o cuatro personas bastará un diente de ajo. Cuidado con el ajo: mi teoría es que tiene que hacerse notar, que para eso da nombre al plato, pero sin ser hegemónico. Mi ajoblanco tiende a la suavidad y a que se noten las almendras. Quiere dar placer un ratito, pero no quiere quedarse toda la tarde en la boca y en el estómago como una visita pesada.

Se trocea el ajo no muy fino y se incorpora.

Se cortan un par de rebanadas de pan de la víspera, se colocan en lo alto del vaso y se rocían generosamente con un chorro de vinagre de Jerez (y si no tienen de Jerez, no se molesten y prescindan de este paso, no insulten a mi ajoblanco con un vinagrillo de esos de oferta macerados en vaya usted a saber qué sobacos).

Antes, en este paso, echaba el aceite de oliva (tiene que ser virgen extra y de calidad fetén, de esos que pringan el alma al mirarlos), pero he aprendido una técnica mejor. Si la batidora es buena, bastará con que echen un leve chorrito de agua ahora y le den a triturar a conciencia. Si no es tan buena, habrá que aguarlo sin cuartel. Hay quien usa leche. Yo no soy partidario: en frío, es más fácil que se corte al incorporar el aceite.

Cuando hayan conseguido una buena pasta, incorporen la sal y una buena cantidad de pimienta negra recién molida, añadan el resto del agua, si lo necesitara, y vuelvan a triturar, añadiendo agua hasta conseguir la textura deseada.

Y ahora viene el truco. Vuelquen la pasta en un bol y, armados de una varilla, viertan poco a poco ese aceite de los domingos mientras remueven con furia onanista sin interrupciones. Se trata de que entre aire mientras se incorpora la grasa para que ligue y emulsione, como si fuera una mahonesa.

Ármense ahora de un chino o de un colador y un cazo y pasen por él el ajoblanco, presionando con el cazo para exprimir bien el líquido y dejar fuera los trozos más bastos de almendra. Conseguirán así una textura uniforme y sin impurezas.

Corrijan el punto de sal y ya tienen su sopa fría de almendras aka ajoblanco aka gazpacho de almendras.

Bueno, no, no lo tienen: hay que ponerlo a enfriar. Se toma muy frío, casi helado. Cuanto más baja sea la temperatura con que llegue a la mesa, más matices.

En el momento de servir, con un sacabolas pueden destripar uno de esos portentosos melones que hay en las fruterías y dejar dos o tres esferas a modo de icebergs dulces. En otoño, coloquen unas uvas recién vendimiadas -incluso unas uvas tintas, el contraste con el blanco es muy agradable- La decoración también admite un poco de cebollino picado y un par de hojas de hierbabuena, que compensan con su frescor la contundencia del ajo y de la almendra. Incluso les aceptaría sin enfadarme un par de rodajas muy finas de pepino fresco recién cortadas.

En las copas, un vino blanco verdejo a punto de helarse, más gélido que la mirada de Bette Davis cuando miraba como sabía.

Y si con eso no tienen una epifanía como la que sufrió Pepe Ribas aquel mediodía del Barcelona tardofranquistas es que no tienen alma ni corazón ni nada que les haga humanos.

Buen provecho.

METÁSTASIS DE IDIOCIA

En línea con el anterior post. Por si no lo tenían claro, la idiocia se ha terminado de apoderar del mundo. Estamos en fase de metástasis, ya no hay un rincón de células inteligentes no afectadas por el cáncer de la estulticia. Vean si no este teletipo de Efe:

CHILE-EDUCACIÓN Por contenido “altamente erótico” retiran material pedagógico en Chile

Santiago de Chile, 13 ago (EFE).- Las autoridades educacionales de Chile dijeron hoy que decidieron retirar de los colegios una “Enciclopedia del Sexo”, distribuida el año pasado, por su contenido “altamente erótico”, inadecuado para los estudiantes.

“Nunca se debió haber subido (vía Internet) un material como éste sin haber chequeado que tiene un contenido altamente erótico”, dijo a los periodistas el subsecretario de Educación, Fernando Rojas, quien responsabilizó al gobierno de Michelle Bachelet por la selección de ese material.

Rojas dijo que se tomó la decisión tras ser informado del contenido por la Municipalidad de Puente Alto, un municipio vecino a Santiago.

José Miguel Ossa, gerente de la Corporación de Educación de ese municipio, dijo a canal 13 que la Enciclopedia, que es editada en España, “tiene un alto contenido erótico y tendente a lo erótico, con ilustraciones y fotografías explícitas”

Agregó que “los textos también son fuertes, incluso más que las fotos e ilustraciones”, en alusión a párrafos sobre la prostitución y la zoofilia, además de consejos sexuales para adolescentes contenidos en los textos, cuyo uso era voluntario para los colegios chilenos.

“Creo que no es la forma de enseñar educación sexual, que principalmente debe estar reducida a temas biológicos y genitales”, sostuvo Ossa.

Entiendo que necesiten unos segundos para asimilarlo.

Las autoridades chilenas también estudian retirar los libros de matemáticas por ser demasiado numéricos. “Es que hay páginas en las que apenas se ve una letra, y eso no puede ser”, declaró el ministro del ramo.

Otra comisión plantea retirar los manuales de literatura, “porque solo hablan de libros y de escritores, y nos parece claramente un exceso: en muchos casos, basta con ver la película, no es necesario recrearse en cientos de páginas que nadie se tragaría por gusto”.

Todavía están en fase de deliberación las propuestas para suprimir los acontecimientos y personajes históricos de los libros de historia y la teoría de la relatividad de los de física, ya que, según el ministro, “abre más dudas que las certezas que cierra, y no podemos consentir que los jóvenes anden por ahí cuestionándose los orígenes del universo y la curvatura del espacio-tiempo. Creemos que no es edificante: un poco de duda, sí, pero sin pasarse”.

CEREBROS SIN GRASA

Intenté ser un intelectual de los buenos y me deshice de la tele. Ni siquiera la quiero para revisitar a Dreyer, me dije, para eso ya están la filmoteca y los cine-clubs.  Pero, a los pocos días, desistí. No porque apareciera un síndrome de abstinencia ni porque ya no tuviera temas de conversación en la máquina de café del curro, sino por algo mucho más terrible: no supimos redecorar el salón.

La tele es el centro de cualquier salón, el eje organizador en torno al que orbitan todos los muebles. Sin él, no supimos qué hacer con el sofá. Así que volvimos a la tele y renunciamos a nuestro sueño de intelectualidad pura. Guardamos las pipas de nácar y los jerseys de cuello vuelto en el mismo cajón donde reposan los tomos sin leer de À la recherche du temps perdu y todos los aforismos sobre la formulación verbal de la paradoja de Russell.

Volvimos a la tele por imperativo interiorista, y la casa tuvo de nuevo un orden y un sentido estético.

Digo esto porque luego me acusan de prestar demasiada atención a los anuncios de la tele y de expresar una irritación excesiva e inmerecida ante sus memeces. Pero como mi pasión por las artes decorativas me ha obligado a ver la tele, y la tele está llena de anuncios que me irritan, tengo que desahogarme en algún sitio. Y ese sitio está aquí.

Todos los veranos igual: campaña de productos light para desmichelinizar a los michelinizados. Cada año inventan un producto nuevo. Esta temporada, el premio a la chorrez gastronómica se la ha llevado el jamón de york sin grasa.

Sale una tipa argentina bailoteando y diciendo: “Uf, qué cansadita, cuánto esfuerzo. Para reponer fuerzas, nada mejor que esta puta mierda rosácea sometida a un intenso y agresivo proceso industrial”. Por lo visto, le han quitado las vetas de grasa al jamón y hacen una cosa sólo con el magro, y la tipa dice: “Queda el jamón, queda el sabor”.

Vamos, hombre, venga ya. Vale que es un anuncio, pero transmite una mentira que, a fuerza de ser repetida en las consultas de los endocrinólogos y en los programas de Torreiglesias, se va a convertir en verdad.

Que no, que si no hay grasa, no queda el sabor. Porque la grasa, amiga mía, es saborizante. Si la eliminas, las cosas saben menos (tienen sabores de menor intensidad), y si la añades, las cosas saben más. No necesariamente mejor, pero sí más, llenan más el paladar y producen sensaciones más fuertes en las papilas gustativas.

Otra cosa es que sea sano, que atasque más o menos arterias o que provoque más o menos infartos, pero las carnes y los lácteos desgrasados saben menos. Por eso la nata es más sabrosa que la leche, y por eso el jamón de Jabugo es más sabroso que el de Teruel, que no tiene la grasa entreverada en el magro.  Y por eso unas patatas fritas (en grasa, vegetal, pero grasa) tienen mucho más sabor que unas patatas cocidas.

Los franceses han construido toda su gastronomía sobre esa premisa: todas sus técnicas culinarias persiguen el objetivo de realzar los sabores de las materias primas. Si algo tiene una potencia de sabor de 1x, las recetas francesas tienen por objetivo conseguir que sepa 2x o 3x. Hay platos tradicionales que lo llevan al extremo. El cassoulet, por ejemplo: una bestialidad monumental que podría considerarse la sublimación de la fabada. En su receta canónica, se tarda dos días en preparar, con múltiples, variadas y largas cocciones. Lleva pato, que es una carne especialmente grasa. Su carne se hierve (para hacer caldo), posteriormente se dora en mantequilla, y una vez dorada, se confita en la propia grasa del pato, que se ha licuado previamente. El resultado es un sabor potentísimo, pero inevitablemente proscrito de muchas dietas y escandaloso para la junta directiva de la asociación de nutricionistas.

Así que si le quitas la grasa al jamón, no puede quedar el sabor, guapa bailonga. Ninguna cocina baja en grasas puede superar en sabrosura a una calórica y con bien de grasaza. Lo cual no quiere decir nada en contra de las dietas ligeras, pero no nos engañen, no nos digan que las cosas saben más o igual.

Aunque el colmo de la memez dietética son una especie de yogures que venden ahora para adelgazar. El anuncio dice, más o menos textualmente: “Tiene unos compuestos activos que actúan en el estómago reduciendo la sensación de apetito”.

Espera, ¿cómo?

¿Esos compuestos activos que actúan en el estómago no serán por casualidad alimentos? ¿Me está diciendo que ingerir alimentos reduce la sensación de apetito y que así no engordaré?

¿En serio? ¿De verdad?

¿Hasta dónde puede llegar la presunción de oligofrenia que los anunciantes tienen de nosotros? Vale que estamos adormilados en el sofá y nos tragamos cualquier cosa, pero hagan el favor de tomarnos el pelo con un poquito de gracia.

Hala, ya me he desahogado, como las cagonas de los anuncios de Activia.

LO ESENCIAL

Estoy repasando viejos textos para una cosita que me han pedido y que ya anunciaré en su momento y me han sorprendido dos cosas. La primera, que escribo demasiado. Y, en consecuencia, digo muchas tonterías. Debería frenar el ritmo, pero es que me puede el tecleo, es un vicio.

La segunda es esto que publiqué hace un año sobre la novela que sigo escribiendo, ya muy avanzada, pero todavía en estado de gestación. Digamos que ya es un feto, pero con los pulmones inmaduros y algunos órganos a medio cocer. En julio de 2009, cuando estaba en estado embrionario (tenía un fajo de páginas y un esquema madurado y trabajado durante meses), la planteé así a los improbables lectores de este rincón:

Va a haber ninfómanas cazaterroristas.

Y terroristas asexuados.

Uno de los escenarios va a ser el barrio de la Magdalena. Curiosamente, en la misma calle y en la misma casa donde viví. Pero van a pasar cosas que no viví allí ni en ningún otro sitio, pero que a lo mejor me hubiera gustado vivir.

Va a haber crímenes y policías incompetentes.

Va a haber cadáveres flotando en líquidos sospechosos.

Va a haber mucho sexo, pero pocos besos en los labios. Se va a follar mucho, pero nadie se va a querer.

No va a haber historias de amor.

Ni moralejas.

Ni tesis, ni visiones del mundo. Ni siquiera cosmovisiones. Oftalmólogos, tampoco.

No se pueden hacer previsiones. Los únicos asertos que siguen siendo válidos para el texto que ultimo son los dos últimos. Todos los demás, deséchenlos o matícenlos. La ninfómana cazaterroristas ya sólo es ninfómana, y no está del todo claro que lo sea. No quedan terroristas asexuados y el barrio de la Magdalena está completamente descartado como escenario (se impone, en su lugar, el Tubo). Crímenes hay, pero los policías no son tan incompetentes como pretendía en un principio. Cadáver, también, pero el líquido en el que flota no es sospechoso. Se sigue follando mucho en la novela, aunque bastante menos de lo que había previsto en el esquema. He rebajado la pornografía, no en intensidad de guarrería explícita, pero sí en cantidad, y algunos personajes se quieren, incluso trágicamente. Hay amor, aunque no sea una historia de amor.

En este año de escritura me he cargado las previsiones y los esquemas que tan cuidadosamente había diseñado. He reducido muchísimo la complejidad de las tramas, y lo que iban a ser cinco historias cruzadas se han quedado en dos que confluyen en un desenlace común. La estructura se ha simplificado y el estilo se ha ido puliendo. Es todo más legible. No sé si más vendible, pero sí más asequible para públicos más amplios, aunque no he hecho todos estos desbroces pensando en el lector (qué vulgaridad, por dios, un autor serio no puede pensar en los lectores sin un mohín de asquito), sino porque he subordinado todas las estrategias narrativas a la historia y a la construcción de los personajes, que es lo que de verdad me interesaba. Es una novela de peronajes centrada en hechos: he eliminado los juicios de valor y las homilías del narrador para contar sólo cosas que pasan. No se reflexiona sobre lo que sucede en la acción. Simplemente, sucede, y procuro mostrarlo con luz cenital. Exterior día.

Creo que todo gana cuando se simplifica: se disfrutan mejor los matices sin perder de vista lo esencial. No estoy del todo a disgusto con el resultado, y eso no sé si es bueno o malo. Ya os contaré.

OÍDO, COCINA

No nací con el don de la perspicacia. Nunca resolvería un crimen, y cuando cometo alguno (comerme la última magdalena de la bolsa o beberme a escondidas un bote de leche condensada), siempre me pillan, porque voy dejando las pistas por todas partes. Pero sí que sé leer y tengo algo de memoria, por lo que puedo relacionar unas cosas con otras.

Ayer El País publicaba un falso artículo de opinión titulado Efectos del recorte en infraestructuras. El título no invitaba a la lectura, pero no importaba, porque no se publicaba para que lo leyeran ustedes o yo. No era un artículo, era un recadito. El firmante -no necesariamente redactor del mismo- era David Taguas, presidente de SEOPAN. Nada se explicaba de qué o cualo es SEOPAN. No hacía falta, porque los receptores del recadito saben perfectamente lo que es. SEOPAN es la patronal de las empresas constructoras españolas, un lobby que agrupa a más de 30 megacorporaciones del ladrillo. Los que cortaban el bacalao en este país hasta hace dos días.

El artículo, que no es tal, contiene una serie de medidas que debe emprender el Gobierno para paliar los nefastos efectos del recorte en la inversión pública en infraestructuras. Antes de esa enumeración, David Taguas -o su personal assistant- hace un diagnóstico de los devastadores efectos que los recortes van a tener sobre España y sus gentes. Será verdad o no, pero está claro que lo que al señor Taguas le preocupan son los devastadores efectos que el asunto va a tener sobre las cuentas de resultados de las corporaciones a las que representa y por las que está obligado a dar la cara.

El problema del público es que tiene memoria. Y resulta que algunos habíamos oído el nombre de David Taguas en otra ocasión. ¿No será el mismo David Taguas que dirigió la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno durante varios años? ¿El mismo David Taguas nombrado directamente por José Luis Rodríguez Zapatero como cargo de absoluta confianza? ¿El mismo que abandonó ese cargo delicado, desde el que conocía al dedillo todos los planes del gobierno y desde el que disfrutaba de una posición de absoluto privilegio para influir sobre las decisiones del presidente, para aceptar la presidencia del lobby de los constructores? Sí, es el mismo.

No soy el único que se olvida de esconder la bolsa vacía de las magdalenas después de zamparse la última.

Esto, que podría investigarse como un caso de tráfico de influencias al más alto nivel y ante lo cual Zapatero ni siquiera se ha dignado a dar una explicación, habría sido un escándalo sonadísimo en cualquier país con un mínimo de querencia por la democracia. Aquí pasó sin pena ni gloria. Tres o cuatro plastas se llevaron las manos a la cabeza y el señor Taguas se fumó un puro -de los que le regaló Zapatero para celebrar su fichaje-. Y como no pasó nada, los constructores se han envalentonado y le han dicho: “Anda, Davicín, tú que tienes mano con ZP, mándale un recadito de nuestra parte, pero que se entere todo el mundo, que no pueda decir que tiene el móvil apagado o fuera de cobertura”.

Zapatero ha formalizado acuse de recibo. Obediente y leal para con su antiguo colaborador, a las pocas horas de publicarse el recado en El País, el presidente anunció que reconsideraba el recorte anunciado en infraestructuras, asumiendo algunas de las medidas que le exigen los reyes del cemento. No ha esperado ni 24 horas en responder. Bien rapidito, no se vayan a enfadar. Y ha añadido el consabido: “Y póngame a los pies de su señora”.

Luego nos llevaremos las manos a la cabeza por los pasotes de Berlusconi y por los chascarrillos de Chávez. Como si tuviéramos aquí motivos para presumir.

I LOVE CONTROLADORES

Soy fan de los controladores aéreos. Quién me lo iba a decir.

Un ministrillo con ánimos presidenciales, que hasta la fecha no ha dado muestras de tener una actividad mental superior a la de un protozoo de los pantanos de Wyoming, les ha tomado como palanca populista.

Va el ministrillo y les pone de vuelta y media porque andan metidos en no sé qué conflicto laboral. Lo primero que hizo fue hacer públicos sus sueldos, para que los pobres curritos de este país vean que son una casta de privilegiados que sólo merecen la horca (por cierto, El País hizo exactamente lo mismo cuando sus redactores convocaron una huelga: publicó una información con el salario medio de un periodista del periódico, presumiblemente abultado, para atajar cualquier simpatía de los lectores). Y, a partir de ahí, no ha dejado de insultarles, montando una campaña de lo más torpe e infantil para denigrarles y convertirles en apestados.

Y lo increíble es que lo está consiguiendo. Ha creado el clima perfecto para que todos traguemos -y celebremos- la privatización de Aena y la desregulación de un sector que no debería subcontratarse a la ligera. Pero ya está, no hay vuelta de hoja: los controladores son unos chorizos hijos de puta que merecen ser relevados de sus puestos. En cuanto Aena se venda -¿hay algún cuñado de José Blanco en la sala de subastas?- y las empresas privadas entren a mogollón, se va a producir un tajo considerable en las remuneraciones de estos profesionales. Consecuencia: las torres de control se pueden llenar de becarios mileuristas -si llegan-, con una formación de academia nocturna que vaya usted a saber.

Actualmente, la formación la imparte la Sociedad Estatal para las Enseñanzas Aeronáuticas Civiles, aunque hace poco que se abrió al sector privado y ya hay un par de universidades pijas que ofrecen estos cursos. Sabiendo cómo se supervisa la calidad de la enseñanza superior privada en España, agárrense: cualquiera que pague su matrícula dentro de plazo va a estar capacitado para aterrizar y despegar avioncicos.

¿Que cobran mucho o poco? ¿Que es una vergüenza? ¿Que deberían colgarlos del palo mayor?

Qué quieren que les diga. Yo, cuando estoy prisionero en una cabina presurizada a 10.000 metros de altura, no me sentiría cómodo si supiera que el responsable de dejarme sano y salvo en el suelo abrillantado de un aeropuerto es un becario torpón, con un curso de inglés de Opening y puteado porque su sueldo no le da para el alquiler y tiene que vestirse con saldos de mercadillo que apestan a choto y cuyo aroma le distrae de sus tareas.

Cuando estoy en un avión, quiero que el señor responsable de que no nos estampemos ni contra el suelo ni contra otro avión sea un tipo bien pagado. Que se sienta muy bien pagado incluso. Y que no lleve 48 horas seguidas mirando una pantalla verde: que haya dormido sus horas, que vista calzoncillos holgados que no le aprieten los huevillos, que se sienta amado en su casa, que tenga muchos amigos en Facebook y que le hagan masajitos en la espalda y le pongan una hamaca de oficina si se cansa de estar en su silla. Cualquier cosa para que ese señor haga su trabajo a gusto y se reduzcan casi a cero las posibilidades de que cometa un error. Y un tipo cansado, cabreado, puteado o que no está seguro de sus destrezas profesionales porque no ha sido debidamente adiestrado en ellas, tiene muchas posibilidades de cagarla.

No vengo yo a descubrir nada nuevo.

Ustedes verán qué quieren. Yo tengo muy claro que, cuando me subo a un avión, idolatro a los pilotos y reverencio a los controladores. Les daré todo lo que pidan, pues tienen mi vida en sus manos, y me gustaría que esas manos puedan hacerse la manicura tailandesa.

GALA DE ENTREGA DE PREMIOS

La semana pasada entregamos las láminas de Álvaro Ortiz del concursillo de relatos de este blog en un acto solemne celebrado en el centro de Zaragoza sin la presencia del artista, que anda haciendo arte en Noruega (no es coña, tenemos una panda muy internacional).

Fue una ceremonia llena de glamour en la que intervinieron destacadas personalidades del mundo cultural, como el camarero del Praga, que vino a preguntar qué queríamos y anotó con diligencia nuestras peticiones de jarras de cerveza. También intervino un chaval que iba vendiendo gafas de sol y abalorios y otro que ofreció al respetable copias piratas de Inception. El catering se completó con un bolsón de cacahuetes de frutos secos El Rincón.

Aquí están los premiados, parapetándose tras sus propios premios y agradeciendo con mucha efusión los honores recibidos.

A la izquierda, Alberto del Malo, y a la derecha, Rondabandarra. Los vasos vacíos que asoman debajo de ellos no contenían ninguna bebida alcohólica. Juro ante sus madres y esposas que eran cola-caos desnatados.

El público respondió de forma entusiasta, siguiendo con gran atención los discursos y los chistes de la gala. Tal que así:

Después de cervecear en el Praga nos tomamos unos pinchos por el Tubo, donde Pablo se convirtió en musa de unos chicos remodernos con muchos piercings con los que no se aburrió nada.

Pocos días después, servidor volvió a darle al pimple y a la comida en una celebración familiar. Aquí nos tienes -menos a mí, que hago la foto-, a mi hermano, su santa, mis padres, mi santa y mi santillo. Lo del centro es un arroz con bogavante que nos dejó K. O.

Se celebraban varias cosas, entre las cuales creo que se incluía mi inminente 31 cumpleaños. Los 30 me dieron igual, pero los 31 me están tocando un poco las gónadas, así que agradezco que no se haga sangre con el tema.

Días de celebración, de beber y de comer y de compartir charla con buena gente. Días chulos.