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ONCE LIBROS DE DOS MIL ONCE

Como buen desordenado que soy, me gusta hacer listas. Así me creo una ficción de orden, jerarquizo el mundo y me convenzo de que el caos que hay en mi mesa y en mi ordenador tiene un significado que sólo yo soy capaz de ver. Por eso, y porque me apetecía recapitular, que estas fechas son muy de recapitular, les ofrezco esta lista de mis once mejores libros de 2011. Con varias advertencias preliminares.

La primera es que se trata de libros editados en 2011, con el ISBN inscrito en este año. No es, por tanto, una lista de los libros que más me han gustado del 2011, pues este año he leído muchos otros publicados otros años e incluso editados en otros siglos. Y puedo decir que bastantes de esos me han gustado mucho más que la mayoría de los que están en esta lista, pero quiero ceñirme a lo que ha pasado este año, a las latest news. Lo pretérito lo guardaré para mí.

La segunda salvedad es que he procurado escoger libros que he reseñado en este blog. Hay algunos títulos editados en 2011 que me han gustado bastante pero que no he comentado aquí, porque no voy a compartir todo lo que leo, algo me tendré que guardar para mí. Esos, con una excepción que verán a su debido tiempo, se han quedado fuera de los candidatos al top-11.

La tercera salvedad tiene que ver con las editoriales. Ya saben ustedes que soy un lector escorado hacia la edición independiente y pequeñita, y que, por norma general, no me encontrarán husmeando entre los más vendidos de las librerías. He procurado que esa vocación se refleje en la lista, y eso me ha obligado a dejar fuera algunos títulos de una editorial en concreto para que la cosa quede variadita. Me refiero a Libros del Silencio. Algunas de las mejores cosas que me he llevado a los ojos en 2011 llevan su sello, y por eso, tres de los once títulos les pertenecen. Me he reprimido para no incluir dos o tres más. Lamentablemente, al final he descubierto que las editoriales majors no lo son sólo por su volumen de facturación, sino porque son capaces de atraer a los mejores y más eficaces escritores, con más oficio y veteranía. Por eso, al final, Mondadori, Tusquets —dos títulos cada uno— y Seix Barral tienen su hueco en la lista. Decencia obliga.

Y la cuarta y última advertencia tiene que ver con mis limitaciones: no he leído ni El mapa y el territorio, de Houellebecq, ni Libertad, de Franzen, consideradas por muchos críticos como lo mejorcito del año. Yo no puedo juzgarlas. Es ocioso decirlo, pero hablo de lo que leo, no de lo que otros dicen que hay que leer.

Por último, el orden sí indica preferencia. Es una jerarquía, y la cosa va de menos a más agrado. Las razones, en cada escalón. Ah, y se me olvidaba: en aras de la transparencia, añado al final una nota de mi relación con los autores, tal y como hace Vicente Luis Mora en su blog. Para que luego no digan que si mira tú qué tal y pascual.

TOP 11.

Antonio Orejudo, Un momento de descanso, Tusquets Editores (comentario en el blog, aquí).

No es la mejor novela de Orejudo, pero es un Orejudo, al fin y al cabo, y eso, en un panorama pobretón y predecible como el que sufre la literatura española, siempre es un marchamo de calidad. Me gustaría que estuviera más alto en la lista, pero se trata de un Orejudo menor, algo reiterativo con respecto a los tics de estilo que tanto éxito le han dado. Este año se ha reeditado también Ventajas de viajar en tren. Para muchos, su mejor novela (no para mí, yo prefiero Fabulosas narraciones por historias). Pero es una reedición y no cuenta como novela nueva.

Relación con el autor: absolutamente ninguna.

TOP 10.
Javier Avilés, Constatación brutal del presente, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Inclasificable, a ratos ilegible, mareante e incluso desquiciante. Una de las cosas más originales que se han publicado en España en clave metaliteraria. Una reflexión sobre el arte y la necesidad de narrar hecha desde la narración misma. Un libro para escritores y para gente muy interesada por estas cuestiones. Javier Avilés escribe de puta madre, con mucho nervio, y compone una especie de relato de misterio en el que lo importante es seguir leyendo. Lo que quizá hubiera querido ser El nombre de la rosa si no fuera un best seller. Lo incluyo en el top-11 por original, periférico y audaz. Disfruté mucho y me hizo pensar. Y no me hace disfrutar ni me hace pensar cualquier cosa.

Relación con el autor: intercambio esporádico de mails cordiales a propósito de su libro. Ah, y nos seguimos mutuamente en Twitter, donde es un tipo gracioso.

TOP-9.

Marian Womack, Memoria de la nieve, Tropo Editores.

No he escrito de este libro en el blog por escrúpulos éticos y profesionales (es mi editorial, y no sólo me publican libros, sino que trabajo con ellos y son mis amigos, así que cualquier promoción de sus títulos por mi parte se puede malinterpretar), pero estaría siendo muy injusto si lo excluyera de esta lista. No me avergüenza confesar que he llorado leyendo esta preciosa y delicada nouvelle, escrita con una sensibilidad a caballo entre lo lisérgico y lo esotérico. Quizá fue el momento en el que la leí, pero los fantasmas que se aparecen en sillones orejeros de los fríos salones de Oxford me emocionaron muchísimo. Historias sobre el amor y la muerte, o sobre amores que se congelan tras la muerte, como esa nieve que cubre todas las tramas y todos los escenarios. Sutil, lírica, íntima y extraña. Hay quien ha acusado a la autora de inconsistencia narrativa, pero yo creo que no hay pecado sin intención, y Womack —gaditana y rusófila, por cierto; el apellido lo toma de su marido, el poeta inglés transterrado a Madrid James Womack— no ha querido escribir una novela sólida, sino un libro de sensaciones, epidérmico y, sí, por qué no decirlo, poético.

Relación con la autora: epistolar, muy simpática en el trato por email.

TOP-8.

Francisco Ferrer Lerín, Familias como la mía, Tusquets Editores (comentario en el blog, aquí).

Bruta, a ratos soez, con tendencia al salvajismo, pero escrita con la elegancia y rectitud que sólo un ex novísimo (o casi novísimo) puede conseguir. Con un humor negro que me recordaba a ratos al de Rafael Azcona y que se inserta en la mejor tradición hispana —¿por qué los escritores españoles se empeñan en ser tan serios y solemnes si venimos del Lazarillo y del Quijote, que son chiste sobre chiste?—, Ferrer Lerín presenta una obra antiintelectual que a ratos se comporta como una roman à clef. Retuerce su autobiografía y la convierte en un delirio criminal con banda sonora ibérica. A no perderse el proyecto de convertir la provincia de Teruel en un territorio para hacer desaparecer cadáveres de ajusticiados a través de los muladares. Lo que Bigas Luna podría haber hecho si tuviera talento para ello.

Relación con el autor: colgó mi reseña en su blog y nos escribimos a propósito de ciertos juicios míos sobre su novela que él no compartía. No llegamos a una entente, pero quedamos como amigos.

TOP-7.

Colin Wilson, Ritual en la oscuridad, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Hablé de él hace muy poco, así que no voy a insistir volviendo sobre el tema. Un  descubrimiento y un autor a investigar. Esperamos que lleguen más traducciones. Por cierto, Javier Calvo vuelve a confirmar aquí que es uno de los mejores traductores del inglés: todo suena natural en los libros que él traduce y sabe recrear el registro coloquial como pocos.

Relación con el autor: ninguna, vive muy lejos, habla muy raro y dicen que le gustan los ovnis, así que tampoco tengo muchas ganas de conocerlo si se diera el caso.

TOP-6.

Alberto Olmos, Ejército enemigo, Mondadori ().

El otro día presentó Olmos este libro en Zaragoza. El presentador oficial era Manuel Vilas, pero se indispuso, y mi amigo Ángel Gracia, baranda del Fórum de la Fnac, me llamó en tono un poco suplicante pidiéndome que estuviera en la mesa. No ejercí de maestro de ceremonias, pero sí instigué una conversación con Alberto en la que me felicité, en nombre de los lectores literarios, del éxito de este libro, porque representa la emergencia de una literatura diferente a la que estamos acostumbrados y a la que hasta ahora defendían los popes en este país. Visto con cierta distancia, ahora me parece que la principal virtud de Ejército enemigo y del ruido que está haciendo es que ha sacado del armario a una generación de autores jóvenes que quizá anuncien un necesario y refrescante relevo. Porque, hablando en plata, estamos hasta los eggs de los tipos que hicieron la Transición y sus monsergas de posguerra.

Relación con el autor: moderadamente etílica, de mesa, mantel y barra de bar. Amigable y cariñosa en lo epistolar.

TOP-5.

Manuel Jabois, Irse a Madrid, Pepitas de Calabaza (comentario en el blog, aquí).

Un columnista comme il faut. Un articulista de los de antes pero con el estilo de ahora. Lo que me gustaría encontrar en los periódicos y nunca encuentro. Un escritor elegante y socarrón, un cronista con estilo, un mago de la primera persona del singular. Los artículos de Manuel Jabois son delicatessen periodística y diluyen las fronteras entre lo literario y lo gacetillero. Una patada periférica, desde la lejana y brumosa Pontevedra, al ombliguista y mediocre centralismo que practican muchos de los que escriben en los papeles. Chapó.

Relación con el autor: dejó una vez un comentario en este blog que creo que ni siquiera respondí, maleducado que soy.

TOP 4.

Art Spiegelman, Metamaus, Pantheon (comentario en el blog, aquí).

Este no lo van a encontrar en su librería, tendrán que pedirlo a los americanos, pues de momento sólo se ha publicado allá, en una editorial de Nueva York. Y si no leen inglés, olvídense de él. Metamaus es una reflexión sobre el cómic Maus en su vigésimo aniversario. Se compone, básicamente, de una larga conversación con Spiegelman en la que se explaya sobre un montón de cuestiones relativas al proceso de creación de Maus, a su repercusión y, en definitiva, a qué piensa del arte, de la literatura, de los cómics y de la fijación del discurso histórico oficial a través de los relatos de ficción narrativa. Esto suena muy intelectual, y lo es: ¿qué esperaban de un artista judío neoyorquino? Esta gente no sabe hablar sin citar a tres filósofos de la Escuela de Frankfurt. Pero, a la vez, es muy oxigenante y transpira honestidad. En estos tiempos tan dominados por intelectuales naif y por descubridores del Mediterráneo que se expresan con palabras polisilábicas que se inventan sobre la marcha, da mucho gusto dejarse seducir por la voz de un artista honesto que es capaz de pensar sobre su oficio en forma socrática, sin aspirar a auspiciar cánones o a inspirar preceptos. Un lujazo de libro, imprescindible para todos los que se quedaron fascinados por el cómic.

Relación con el autor: le amo en la distancia y oculto entre la masa, con un océano de por medio, sin aspirar siquiera a que su mirada se cruce con la mía. Ay (suspiro melancólico).

TOP-3.

Celso Castro, astillas, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Y llegamos a la medallita de bronce. Merecidísima. Es el descubrimiento de 2011. Si estos fueran unos premios de cine, se llevaría el de actor revelación o mejor director novel, aunque astillas no sea su primera novela. Es, de hecho, la segunda de una trilogía que empieza por el afinador de habitaciones (todo en minúsculas, por favor, estamos ante un escritor minusculista que no usa nunca las mayúsculas). Una historia de fantasmas y de niños bien huerfanitos en una Coruña drogadicta y subidita de calentura sexual. Es un libro que habla de las cosas importantes de la vida: follar y… No me acuerdo de cuál era la segunda. Una Bildungsroman con resabios de Henry Miller y lamentos de poeta, pero con un sentido del humor lo bastante poderoso como para compensar el malditismo.

Relación con el autor: ninguna de las ningunísimas, ¿no les he dicho ya que vive en Galicia? Pues, ¿qué más quieren saber?. Por cierto, hay dos gallegos en esta lista. Me mosquea. ¿No estaré haciendo méritos inconscientes para el nuevo presidente de este país con burdos guiños a sus paisanos?

TOP-2.

Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana, Seix-Barral ().

Medallita de plata para el amigo Pisón. Por la mejor novela que ha escrito hasta la fecha, con la que creo que ha dejado definitivamente atrás su etapa de contaminación sebaldiana. Una novela redonda, de estructura muy compleja y planteamientos poco complacientes con la narrativa española al uso, que promueve una revisión del pasado en un sentido distinto al que aventura Pisón. Además, es un libro comercial en el mejor de los sentidos, que admite varios niveles de lectura y es capaz de satisfacer al lector literario más elitista y al que sólo busca entretenimiento. Un alarde de técnica y de pulso narrativos. Una novela que sólo puede escribir alguien con el oficio y el alma de artesano stajanovista de Martínez de Pisón. La leí en dos tardes.

Relación con el autor: difundió algunos elogios desproporcionados sobre mi anterior librito, Soldados en el jardín de la paz, y hemos compartido mesa, risas y mantel. Las copas, cada uno las bebía de su vaso, sin compartirlas.

TOP-1.

Edmundo Paz Soldán, Norte, Mondadori (comentario en el blog, aquí).

Quizá sea por la cercanía de su lectura, que conservo aún muy fresca, pero tengo muy buenas sensaciones en el paladar lector. Un amigo a quien se la recomendé la calificó de un must, un imprescindible. Paz Soldán es una de las voces más interesantes de la literatura en español, y este thriller ambicioso es puro nervio, una prosa llena de capas, que baila por todos los registros del idioma para componer un friso duro, sin sentimentalismos ni cursilerías. Asesinos en serie, locos, chicas colgadas de colgados… Todo mola en este libro vibrante, que avanza en torbellinos. No creo que haya muchos escritores contemporáneos a la altura de Paz Soldán, que combinen un estilo poderoso y dúctil con una técnica narrativa muy depurada y más propia de un norteamericano que de un hispano. Quizá porque vive en Estados Unidos. Maravilloso. Como escritor, ante libros así, sólo puedo sentir envidia. Y no de la buena.

Relación con el autor: qué más quisiera yo. Si tuviera amigos así, no tendría que aguantarles a ustedes (uy, ¿he dicho esto con el micro abierto?).

¿Y ustedes? ¿Han leído algo o el porno gratis online ha absorbido todo su tiempo en 2011? ¿Algo que debamos saber, algún libro que haya cambiado sus vidas en estos doce meses? Por favor, estamos deseosos de sus recomendaciones. Déjenlas en los comentarios para que podamos gozar de ellas. Eso sí: en la medida de lo posible, que sean títulos publicados en 2011, que a Valle-Inclán y a García Lorca ya los leímos en el insti.

FRANKITSCHMO

Me ha cautivado Metamaus, el libro de conversaciones con Art Spiegelman a propósito del vigésimo quinto aniversario de su obra Maus. Dice cosas muy interesantes acerca de su concepción, de su proceso creativo y de la conmoción que supuso su éxito, que ha determinado la vida posterior del dibujante y de su familia. Interesantes y mosqueantemente cercanas a reflexiones y sentimientos que yo mismo he tenido —no como triunfal y prestigiosísimo autor de cómics ni como hijo de un superviviente del Holocausto, claro, pero sí como lector y como escribiente que se ha formado una opinión y ha cultivado una actitud con respecto al arte y sus miserias, y puede que con respecto a la paternidad y a las relaciones filiales también, pero esa es otra historia—. No deja de ser inquietante sentir que tengo mucho más en común con un señor neoyorquino treinta años mayor que yo y a quien ni siquiera conozco que con la mayoría de las personas de mi generación con las que trato a menudo. Es preocupante y debería hacérmelo mirar. Quizá lo haga algún día.

No voy a entrar en pormenores, sólo quiero rescatar un par de citas sobre la relación entre el arte y el genocidio judío de la Segunda Guerra Mundial. Las pongo primero en inglés y luego las paso al castellano con la mejor de mis voluntades, pidiendo disculpas de antemano por mi impericia y desaliño como traductor amateur.

Dice Spiegelman:

A lot of popular culture about the death camps turns into Holokitsch. It sentimentalizes, it allows people a facile route back to just how life-affirming life is or something.

Esto es, para los que se fumaron las clases de inglés:

Mucha de la cultura popular acerca de los campos de exterminio se ha vuelto Holokitsch. Se sentimentaliza, ofrece a la gente una sencilla explicación de hasta qué punto la vida es una afirmación de la vida o algo así.

Me encanta el neologismo Holokitsch. Creo que resume bastante bien todas esas producciones literario-cinematográficas en las que ustedes están pensando.

Sigue Spiegelman, unos párrafos más abajo:

The Holocaust has become a trope, sometimes used admirably, as in Roman Polansky’s The Pianist, or sometimes meretriciously, like in Roberto Benigni’s Life is Beautiful. Almost every year there’s another documentary or fiction film up for some Academy Award in this category.

Esto es:

El Holocausto se ha convertido en un leitmotiv, utilizado admirablemente en ocasiones, como en El pianista, de Roman Polansky, y chabacanamente otras veces, como en La vida es bella, de Roberto Benigni. Casi cada año aparece otro documental o película de ficción para algún premio de la academia en esta categoría.

Bien, ahora voy a introducir unos sutiles cambios en ambos párrafos. Observen:

Mucha de la cultura popular acerca de la guerra civil se ha vuelto frankitschmo. Se sentimentaliza, ofrece a la gente una sencilla explicación de hasta qué punto la vida es una afirmación de la vida o algo así.

Y también:

La guerra civil y la posguerra se han convertido en un leitmotiv, utilizado admirablemente en ocasiones, como en Canciones para después de una guerra, de Basilio Martín Patino, y chabacanamente otras veces, como en Amar con huevos revueltos, de Yoquemesé Loquesea. Casi cada año aparece otro documental o película de ficción para algún premio de la academia en esta categoría.

Banalidad, mistificación, cursilería, mal gusto, ñoñez, melodrama barato y exprimidor de glándulas lacrimales de señoras seniles. Estas son algunas de las objeciones gruesas que se podrían hacer a buena parte de los títulos que se amontonan sobre un asunto del que algunos tienen aún la desfachatez de denunciar que existe un manto de silencio sobre él. Con los metros de película que se ha rodado sobre la guerra civil se podría alcanzar la luna, y con los libros que se han publicado sobre el tema se llenaban dos Everests.

Y, sin embargo, es cierto que no se ha escrito aún el gran relato que fije ese episodio histórico. No existe nada parecido —pero ni por el forro— a Lo que el viento se llevó o a Guerra y paz. Quizá argumenten algunos que la época de los grandes relatos quedó atrás, que ahora vivimos en tiempos de canapés y libros bajos en grasa, pero no deja de ser sintomático que la inmensa mayoría de lo que se produce sobre el particular sea gazmoño y vergonzante. Es tan grande el empacho que sufrimos que es muy probable que haga imposible la aparición de una obra grande y reveladora. Si alguna vez hubo un Tolstoi español con el talento y la disposición de ánimo necesarias para tal empeño, lo más seguro es que haya desistido de él, completamente asqueado de tanta cursilería barata. Han agotado el drama hasta reducirlo a su más esencial caricatura. Creo que, con honestidad artística, sólo se puede abordar la guerra civil hoy en día como parodia. La única aproximación seria que se puede hacer es a través del humor. Es el único flanco inexplorado, el único resquicio que la corrección oficialista ha dejado para buscar vetas literarias.

Ya se saben la fórmula: Comedia = tragedia + tiempo.

La cuestión aquí no es si el tiempo transcurrido es el suficiente para que, sumado a la tragedia, dé como resultado la comedia, sino si tiene algún interés literario volver a remover las mismas mierdecillas que tantos cursis y fatuos han removido con anterioridad. ¿No será mucho más honesto dejarlas estar? Como escribidor y como lector, creo que los autores que vuelven una y otra vez sobre este leitmotiv lo hacen con un marcado talante oportunista. No tanto por un oportunismo crematístico, sino para acaparar los premios, porque es mucho más fácil ganar un Goya con una peli en la que una actriz de moda vestida de miliciana enseña una teta que con una historia actual cuyo tema no sea el mismo que el del editorial de El País.

Cuando Art Spiegelman publicó Maus aún no había una saturación tan enorme de novelas y pelis sobre el Holocausto. Pero, a pesar de eso, según cuenta en Metamaus, le preocupaba mucho que su obra se deslizase hacia esa vertiente lacrimógena y maniquea —Holokitsch—. Sin embargo, tampoco quería que, en el empeño, su libro rezumase un cinismo que no sentía. La clave para encontrar el tono se la dio su terapeuta —qué judío, qué neoyorquino, qué woodyallenescamente apropiado—, otro superviviente de los campos de exterminio. Este psicólogo era de los más reputados de Manhattan, pero cobraba poco y tenía fama de excéntrico. Dedicaba muchas horas a trabajos sociales con chavales de la calle y en centros comunitarios, y por la noche tenía una consulta privada muy informal. A veces, trataba a Spiegelman mientras paseaba a su perro, y en uno de esos paseos le confesó que él —el psicólogo—, en realidad, era un nihilista.

¿Cómo un nihilista?, le dijo Spiegelman. Entonces, ¿por qué dedicaba tanto tiempo a estos trabajos sociales y a ayudar gratis a gente que lo necesitaba? «Bueno —respondió—, decidí que comportarme éticamente era la cosa más nihilista que podía hacer».

Este pensamiento inspiró a Spiegelman para componer Maus en una estética austera, que no subrayara la tragedia (pues todo subrayado es una banalización) pero que tampoco la tratara con desapego. Todo en Maus está muy medido, todo es muy sutil y, por ello, todo acaba sonando honesto. Hay una voz muy poderosa que no busca nuestra lágrima ni nuestro acuerdo. Una voz que, simplemente, busca expresarse.

Eso echo yo de menos en las obras sobre la guerra y la posguerra en España. El día que encuentre una así, me reconciliaré con el género. Hasta entonces, diré: qué coñazo viejuno de fascistas malos y de milicianos buenos.

METAMAUS

Yo soy muy fan de empresas inhumanas y despiadadas, como Amazon.com. No me importa que esclavicen a sus trabajadores, que hundan a su competencia con prácticas casi ilegales o directamente mafiosas, que provoquen guerras civiles en países africanos y que usen lágrimas de niños en la manufactura de sus artículos. No les reprocharé nada siempre y cuando cubran mis caprichos. Y Amazon.com los cubre: en dos días me sirve en mi casita, a coste cero, un libro publicado la semana anterior en Nueva York. Si para eso tienen que ser malvados y sanguinarios y causar la extinción de cuatro especies de anfibios y dos idiomas minoritarios, pues que lo hagan. Ande yo caliente.

Hoy he recibido esta pequeña maravilla, y estoy encantado:

Explicaría lo que es, pero como ya lo hice ayer en mi homilía dominical de Heraldo de Aragón, me limitaré a pegarla aquí para que entiendan mi placer. Les dejo con mi versión heraldiana.

(Nota al margen: no pensaba colgarlo, por aquello de que me gusta diferenciar los artículos que hago para la prensa de los que escribo aquí, quiero que cada uno tenga su espacio y su tiempo, pero el gran Óscar Senar ha tuiteado algo al respecto de esta pieza y me he animado).

Un gran clásico moderno

 Justo antes de ponerme a escribir este artículo he comprado en Amazon ‘Metamaus: A Look Inside a Modern Classic, Maus’, que acaba de salir en Estados Unidos. Contraviniendo toda la cultura ‘low-cost’ que impera en internet y que también me enseñaron mis padres, hasta he pagado un poco más para que me lo manden antes a casa, confiando en tenerlo ya en mis manos cuando este texto salga publicado. No escatimo en mis pasiones, ni siquiera miro sus precios.

Y eso que este extraño y lujoso libro va en contra de una de mis creencias más firmes en torno al arte y la literatura: que al autor no le conviene explicarse demasiado, porque se supone que todo lo que quería decir lo ha dicho en su obra. De hecho, tenía un amigo poeta que rechazaba ser entrevistado o mantener encuentros con sus lectores porque aseguraba que lo que quería decir ya lo había dicho en sus versos y que no sabía decirlo de otra forma, que esa expresión no podía traducirse, resumirse o transmitirse en otras palabras. ‘Metamaus’ hace justamente lo contrario: ahondar en las entrañas creativas de la que creo que es una de las obras más influyentes de la cultura popular occidental de mi generación y de la que la precede: ‘Maus’.

¿Y qué diantres es ‘Maus’ y por qué debería importarme?, se preguntarán algunos de ustedes. Pues ‘Maus’ es un cómic. De hecho, es el cómic contemporáneo por antonomasia, el que consagró el concepto de ‘novela gráfica’ para adultos y consiguió que el arte de las viñetas dejara de ser considerado una subcultura analfabeta para integrarse en el reino del arte de verdad, con todas sus consecuencias. Firmado por Art Spiegelman y publicado por primera vez en 1973, fue el primer cómic que ganó un premio Pulitzer y ha marcado a todos los autores serios del género desde entonces. El libro que sale ahora es un estudio que relata su proceso de creación, sus claves y cómo cambió la vida de su atormentado y complejo padre.

‘Maus’ es autobiográfico. En él, Spiegelman, hijo de víctimas judías del Holocausto, se propone contar la vida de su padre y de su familia desde que los alemanes invaden Polonia hasta que termina la guerra y emigran a Estados Unidos. Pero el cómic empieza en el presente, con el propio Spiegelman visitando a su padre en su casita de Queens, en Nueva York, para que le cuente sus recuerdos. Sin embargo, conforme avanza el libro, los recuerdos del Holocausto pierden importancia y Spiegelman se centra en la dura y adusta relación que mantiene con su padre, incapacitado para el cariño. Durante casi trescientas páginas, intenta comprender por qué su padre es una persona tan distante y enrocada y el libro entero acaba siendo una indagación en las heridas que una educación ruda y falta de amor pueden dejar en un hijo. La lectura acaba siendo desoladora porque Spiegelman no encuentra respuesta a ninguna de sus preguntas, pero en el camino construye un relato descarnado y desesperado sobre padres e hijos.

La descripción de ‘Maus’ como ‘clásico moderno’ es plenamente acertada. No sé qué obligan a leer ahora a los chavales en los institutos, pero quizá si incluyeran libros como este tendríamos más y mejores lectores adultos. Se me ocurren pocas lecturas más apropiadas para un adolescente que empieza a definirse por oposición a sus padres y que puede encontrar muchos puntos de anclaje en estas viñetas. Es solo una sugerencia, por si quieren descargar los currículos escolares de espadones y de calderonadas y llenarlos con relatos que comuniquen sentimientos vivos y actuales.