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ONCE LIBROS DE DOS MIL ONCE

Como buen desordenado que soy, me gusta hacer listas. Así me creo una ficción de orden, jerarquizo el mundo y me convenzo de que el caos que hay en mi mesa y en mi ordenador tiene un significado que sólo yo soy capaz de ver. Por eso, y porque me apetecía recapitular, que estas fechas son muy de recapitular, les ofrezco esta lista de mis once mejores libros de 2011. Con varias advertencias preliminares.

La primera es que se trata de libros editados en 2011, con el ISBN inscrito en este año. No es, por tanto, una lista de los libros que más me han gustado del 2011, pues este año he leído muchos otros publicados otros años e incluso editados en otros siglos. Y puedo decir que bastantes de esos me han gustado mucho más que la mayoría de los que están en esta lista, pero quiero ceñirme a lo que ha pasado este año, a las latest news. Lo pretérito lo guardaré para mí.

La segunda salvedad es que he procurado escoger libros que he reseñado en este blog. Hay algunos títulos editados en 2011 que me han gustado bastante pero que no he comentado aquí, porque no voy a compartir todo lo que leo, algo me tendré que guardar para mí. Esos, con una excepción que verán a su debido tiempo, se han quedado fuera de los candidatos al top-11.

La tercera salvedad tiene que ver con las editoriales. Ya saben ustedes que soy un lector escorado hacia la edición independiente y pequeñita, y que, por norma general, no me encontrarán husmeando entre los más vendidos de las librerías. He procurado que esa vocación se refleje en la lista, y eso me ha obligado a dejar fuera algunos títulos de una editorial en concreto para que la cosa quede variadita. Me refiero a Libros del Silencio. Algunas de las mejores cosas que me he llevado a los ojos en 2011 llevan su sello, y por eso, tres de los once títulos les pertenecen. Me he reprimido para no incluir dos o tres más. Lamentablemente, al final he descubierto que las editoriales majors no lo son sólo por su volumen de facturación, sino porque son capaces de atraer a los mejores y más eficaces escritores, con más oficio y veteranía. Por eso, al final, Mondadori, Tusquets —dos títulos cada uno— y Seix Barral tienen su hueco en la lista. Decencia obliga.

Y la cuarta y última advertencia tiene que ver con mis limitaciones: no he leído ni El mapa y el territorio, de Houellebecq, ni Libertad, de Franzen, consideradas por muchos críticos como lo mejorcito del año. Yo no puedo juzgarlas. Es ocioso decirlo, pero hablo de lo que leo, no de lo que otros dicen que hay que leer.

Por último, el orden sí indica preferencia. Es una jerarquía, y la cosa va de menos a más agrado. Las razones, en cada escalón. Ah, y se me olvidaba: en aras de la transparencia, añado al final una nota de mi relación con los autores, tal y como hace Vicente Luis Mora en su blog. Para que luego no digan que si mira tú qué tal y pascual.

TOP 11.

Antonio Orejudo, Un momento de descanso, Tusquets Editores (comentario en el blog, aquí).

No es la mejor novela de Orejudo, pero es un Orejudo, al fin y al cabo, y eso, en un panorama pobretón y predecible como el que sufre la literatura española, siempre es un marchamo de calidad. Me gustaría que estuviera más alto en la lista, pero se trata de un Orejudo menor, algo reiterativo con respecto a los tics de estilo que tanto éxito le han dado. Este año se ha reeditado también Ventajas de viajar en tren. Para muchos, su mejor novela (no para mí, yo prefiero Fabulosas narraciones por historias). Pero es una reedición y no cuenta como novela nueva.

Relación con el autor: absolutamente ninguna.

TOP 10.
Javier Avilés, Constatación brutal del presente, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Inclasificable, a ratos ilegible, mareante e incluso desquiciante. Una de las cosas más originales que se han publicado en España en clave metaliteraria. Una reflexión sobre el arte y la necesidad de narrar hecha desde la narración misma. Un libro para escritores y para gente muy interesada por estas cuestiones. Javier Avilés escribe de puta madre, con mucho nervio, y compone una especie de relato de misterio en el que lo importante es seguir leyendo. Lo que quizá hubiera querido ser El nombre de la rosa si no fuera un best seller. Lo incluyo en el top-11 por original, periférico y audaz. Disfruté mucho y me hizo pensar. Y no me hace disfrutar ni me hace pensar cualquier cosa.

Relación con el autor: intercambio esporádico de mails cordiales a propósito de su libro. Ah, y nos seguimos mutuamente en Twitter, donde es un tipo gracioso.

TOP-9.

Marian Womack, Memoria de la nieve, Tropo Editores.

No he escrito de este libro en el blog por escrúpulos éticos y profesionales (es mi editorial, y no sólo me publican libros, sino que trabajo con ellos y son mis amigos, así que cualquier promoción de sus títulos por mi parte se puede malinterpretar), pero estaría siendo muy injusto si lo excluyera de esta lista. No me avergüenza confesar que he llorado leyendo esta preciosa y delicada nouvelle, escrita con una sensibilidad a caballo entre lo lisérgico y lo esotérico. Quizá fue el momento en el que la leí, pero los fantasmas que se aparecen en sillones orejeros de los fríos salones de Oxford me emocionaron muchísimo. Historias sobre el amor y la muerte, o sobre amores que se congelan tras la muerte, como esa nieve que cubre todas las tramas y todos los escenarios. Sutil, lírica, íntima y extraña. Hay quien ha acusado a la autora de inconsistencia narrativa, pero yo creo que no hay pecado sin intención, y Womack —gaditana y rusófila, por cierto; el apellido lo toma de su marido, el poeta inglés transterrado a Madrid James Womack— no ha querido escribir una novela sólida, sino un libro de sensaciones, epidérmico y, sí, por qué no decirlo, poético.

Relación con la autora: epistolar, muy simpática en el trato por email.

TOP-8.

Francisco Ferrer Lerín, Familias como la mía, Tusquets Editores (comentario en el blog, aquí).

Bruta, a ratos soez, con tendencia al salvajismo, pero escrita con la elegancia y rectitud que sólo un ex novísimo (o casi novísimo) puede conseguir. Con un humor negro que me recordaba a ratos al de Rafael Azcona y que se inserta en la mejor tradición hispana —¿por qué los escritores españoles se empeñan en ser tan serios y solemnes si venimos del Lazarillo y del Quijote, que son chiste sobre chiste?—, Ferrer Lerín presenta una obra antiintelectual que a ratos se comporta como una roman à clef. Retuerce su autobiografía y la convierte en un delirio criminal con banda sonora ibérica. A no perderse el proyecto de convertir la provincia de Teruel en un territorio para hacer desaparecer cadáveres de ajusticiados a través de los muladares. Lo que Bigas Luna podría haber hecho si tuviera talento para ello.

Relación con el autor: colgó mi reseña en su blog y nos escribimos a propósito de ciertos juicios míos sobre su novela que él no compartía. No llegamos a una entente, pero quedamos como amigos.

TOP-7.

Colin Wilson, Ritual en la oscuridad, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Hablé de él hace muy poco, así que no voy a insistir volviendo sobre el tema. Un  descubrimiento y un autor a investigar. Esperamos que lleguen más traducciones. Por cierto, Javier Calvo vuelve a confirmar aquí que es uno de los mejores traductores del inglés: todo suena natural en los libros que él traduce y sabe recrear el registro coloquial como pocos.

Relación con el autor: ninguna, vive muy lejos, habla muy raro y dicen que le gustan los ovnis, así que tampoco tengo muchas ganas de conocerlo si se diera el caso.

TOP-6.

Alberto Olmos, Ejército enemigo, Mondadori ().

El otro día presentó Olmos este libro en Zaragoza. El presentador oficial era Manuel Vilas, pero se indispuso, y mi amigo Ángel Gracia, baranda del Fórum de la Fnac, me llamó en tono un poco suplicante pidiéndome que estuviera en la mesa. No ejercí de maestro de ceremonias, pero sí instigué una conversación con Alberto en la que me felicité, en nombre de los lectores literarios, del éxito de este libro, porque representa la emergencia de una literatura diferente a la que estamos acostumbrados y a la que hasta ahora defendían los popes en este país. Visto con cierta distancia, ahora me parece que la principal virtud de Ejército enemigo y del ruido que está haciendo es que ha sacado del armario a una generación de autores jóvenes que quizá anuncien un necesario y refrescante relevo. Porque, hablando en plata, estamos hasta los eggs de los tipos que hicieron la Transición y sus monsergas de posguerra.

Relación con el autor: moderadamente etílica, de mesa, mantel y barra de bar. Amigable y cariñosa en lo epistolar.

TOP-5.

Manuel Jabois, Irse a Madrid, Pepitas de Calabaza (comentario en el blog, aquí).

Un columnista comme il faut. Un articulista de los de antes pero con el estilo de ahora. Lo que me gustaría encontrar en los periódicos y nunca encuentro. Un escritor elegante y socarrón, un cronista con estilo, un mago de la primera persona del singular. Los artículos de Manuel Jabois son delicatessen periodística y diluyen las fronteras entre lo literario y lo gacetillero. Una patada periférica, desde la lejana y brumosa Pontevedra, al ombliguista y mediocre centralismo que practican muchos de los que escriben en los papeles. Chapó.

Relación con el autor: dejó una vez un comentario en este blog que creo que ni siquiera respondí, maleducado que soy.

TOP 4.

Art Spiegelman, Metamaus, Pantheon (comentario en el blog, aquí).

Este no lo van a encontrar en su librería, tendrán que pedirlo a los americanos, pues de momento sólo se ha publicado allá, en una editorial de Nueva York. Y si no leen inglés, olvídense de él. Metamaus es una reflexión sobre el cómic Maus en su vigésimo aniversario. Se compone, básicamente, de una larga conversación con Spiegelman en la que se explaya sobre un montón de cuestiones relativas al proceso de creación de Maus, a su repercusión y, en definitiva, a qué piensa del arte, de la literatura, de los cómics y de la fijación del discurso histórico oficial a través de los relatos de ficción narrativa. Esto suena muy intelectual, y lo es: ¿qué esperaban de un artista judío neoyorquino? Esta gente no sabe hablar sin citar a tres filósofos de la Escuela de Frankfurt. Pero, a la vez, es muy oxigenante y transpira honestidad. En estos tiempos tan dominados por intelectuales naif y por descubridores del Mediterráneo que se expresan con palabras polisilábicas que se inventan sobre la marcha, da mucho gusto dejarse seducir por la voz de un artista honesto que es capaz de pensar sobre su oficio en forma socrática, sin aspirar a auspiciar cánones o a inspirar preceptos. Un lujazo de libro, imprescindible para todos los que se quedaron fascinados por el cómic.

Relación con el autor: le amo en la distancia y oculto entre la masa, con un océano de por medio, sin aspirar siquiera a que su mirada se cruce con la mía. Ay (suspiro melancólico).

TOP-3.

Celso Castro, astillas, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Y llegamos a la medallita de bronce. Merecidísima. Es el descubrimiento de 2011. Si estos fueran unos premios de cine, se llevaría el de actor revelación o mejor director novel, aunque astillas no sea su primera novela. Es, de hecho, la segunda de una trilogía que empieza por el afinador de habitaciones (todo en minúsculas, por favor, estamos ante un escritor minusculista que no usa nunca las mayúsculas). Una historia de fantasmas y de niños bien huerfanitos en una Coruña drogadicta y subidita de calentura sexual. Es un libro que habla de las cosas importantes de la vida: follar y… No me acuerdo de cuál era la segunda. Una Bildungsroman con resabios de Henry Miller y lamentos de poeta, pero con un sentido del humor lo bastante poderoso como para compensar el malditismo.

Relación con el autor: ninguna de las ningunísimas, ¿no les he dicho ya que vive en Galicia? Pues, ¿qué más quieren saber?. Por cierto, hay dos gallegos en esta lista. Me mosquea. ¿No estaré haciendo méritos inconscientes para el nuevo presidente de este país con burdos guiños a sus paisanos?

TOP-2.

Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana, Seix-Barral ().

Medallita de plata para el amigo Pisón. Por la mejor novela que ha escrito hasta la fecha, con la que creo que ha dejado definitivamente atrás su etapa de contaminación sebaldiana. Una novela redonda, de estructura muy compleja y planteamientos poco complacientes con la narrativa española al uso, que promueve una revisión del pasado en un sentido distinto al que aventura Pisón. Además, es un libro comercial en el mejor de los sentidos, que admite varios niveles de lectura y es capaz de satisfacer al lector literario más elitista y al que sólo busca entretenimiento. Un alarde de técnica y de pulso narrativos. Una novela que sólo puede escribir alguien con el oficio y el alma de artesano stajanovista de Martínez de Pisón. La leí en dos tardes.

Relación con el autor: difundió algunos elogios desproporcionados sobre mi anterior librito, Soldados en el jardín de la paz, y hemos compartido mesa, risas y mantel. Las copas, cada uno las bebía de su vaso, sin compartirlas.

TOP-1.

Edmundo Paz Soldán, Norte, Mondadori (comentario en el blog, aquí).

Quizá sea por la cercanía de su lectura, que conservo aún muy fresca, pero tengo muy buenas sensaciones en el paladar lector. Un amigo a quien se la recomendé la calificó de un must, un imprescindible. Paz Soldán es una de las voces más interesantes de la literatura en español, y este thriller ambicioso es puro nervio, una prosa llena de capas, que baila por todos los registros del idioma para componer un friso duro, sin sentimentalismos ni cursilerías. Asesinos en serie, locos, chicas colgadas de colgados… Todo mola en este libro vibrante, que avanza en torbellinos. No creo que haya muchos escritores contemporáneos a la altura de Paz Soldán, que combinen un estilo poderoso y dúctil con una técnica narrativa muy depurada y más propia de un norteamericano que de un hispano. Quizá porque vive en Estados Unidos. Maravilloso. Como escritor, ante libros así, sólo puedo sentir envidia. Y no de la buena.

Relación con el autor: qué más quisiera yo. Si tuviera amigos así, no tendría que aguantarles a ustedes (uy, ¿he dicho esto con el micro abierto?).

¿Y ustedes? ¿Han leído algo o el porno gratis online ha absorbido todo su tiempo en 2011? ¿Algo que debamos saber, algún libro que haya cambiado sus vidas en estos doce meses? Por favor, estamos deseosos de sus recomendaciones. Déjenlas en los comentarios para que podamos gozar de ellas. Eso sí: en la medida de lo posible, que sean títulos publicados en 2011, que a Valle-Inclán y a García Lorca ya los leímos en el insti.

UN SEÑOR DE PROVINCIAS

Mecagüen Elvira Lindo y los oscuros designios de la promoción literaria (ajá, como he empezado defecando sobre ilustre nombre, van a seguir leyendo por si la mierda llega al río, ¿verdad? Les conozco mejor que Pedro Piqueras y Jorge Javier Vázquez juntos). Resulta que hace años, servidor descubrió una editorial de Logroño. La editorial de Logroño, que quién iba a imaginar que en Logroño gastaban de esas cosas (he empleado el indeterminado una editorial de Logroño, como si pudiera haber más de una). Recibo sus libros, me hace tilín su nombre, Pepitas de Calabaza, y su aire transgresor y desgreñado, me pongo a escribir de sus novedades mucho antes de que la gente se enterase de que en Logroño había una editorial, y entablo una cierta relación epistolar con el editor, Julián Lacalle. Es más, me harto de recomendar sus libros por ahí y de explicar a mis amistades y conocidos que, aunque la editorial es de Logroño, sus libros no huelen a lentejas riojanas ni a sobaco de viticultor ni se regalan con bonos de rutas de enoturismo. Total, que me monto un apostolado en condiciones, y en cuanto me doy la vuelta, va Elvira Lindo y se atribuye el mérito de descubrir al mejor autor (vivo y español) que ha publicado esa editorial.

No hay derecho, yo quería seguir predicando en el desierto monegrino un rato más.

¿Cómo es posible que Elvira Lindo supiera de la existencia de Manuel Jabois antes que yo? Me la han hecho gorda, pero ya no me despisto más.

En fin, llego tarde, ya todo el mundo se ha enamorado de Manuel Jabois y no he sido yo quien lo ha traído a la fiesta. Me tendré que conformar con rabiar desde la calle, ya que el portero no encuentra mi nombre en la lista.

Manuel Jabois es un periodista gallego y escribe columnas en el Diario de Pontevedra y en El Progreso. Ser gallego y escribir en la prensa dejó de molar el día que descubrimos que Manuel Rivas era un peñazo mayúsculo y que Cela estaba dispuesto a gasear a pedos Estocolmo hasta que se rindieran y le dieran el Nobel. Pero Jabois nos mola porque es un gallego que escribe desde Galicia y, como el título de su libro indica, no siente la menor ansiedad por probar fortuna en la capital. Y a mí, que un señor que junta letras desde una lejana provincia que muchos escolares y no pocos licenciados universitarios no sabrían situar en un mapa reparta sopas con honda a tanto columnista postmoderno de barbilla enhiesta y coderas Paul Smith, me pone.

Ya quisieran muchos popes del periodismo patrio que presumen de haber visto mundos más allá de Orión escribir algo que pueda no ya hacer sombra, sino medirse sin dar vergüenza con cualquiera de los artículos que se recogen en este volumen. Hay quien recorre todo el mundo sin enterarse de nada de lo que pasa en él y vuelve a casa tan paleto como salió, y hay quien, sin salir de su barrio, es capaz de enseñar el mundo entero en tres párrafos. Jabois pertenece a esta última estirpe, que engaña con su falsa modestia y su aire de mosquita muerta provinciana, pero a la que te descuidas te montan una obra maestra de la literatura, los muy cabrones.

Irse a Madrid no es una obra maestra, pero hacía mucho tiempo que no descubría a un articulista que me gustara tanto. Sólo lamento que escriba en papeles gallegos porque no se venden en el kiosco de mi barrio, que si los vendieran, me gastaba los dos euros y pico que cuesten sólo por leerle en papel. Y les confieso, aquí entre nosotros, que me estoy quitando de comprar periódicos en papel, pero si me ponen a un par de tipos como Jabois firmando a diario, vuelvo al vicio de cabeza. Por suerte, no va a suceder, porque los becarios postmodernos no sólo no escriben como Jabois, sino que tienen la competencia lingüística de un orzuelo de Mourinho.

Como todas las compilaciones, Irse a Madrid también tiene sus picos y sus valles. No es que flojee en algunas piezas, es que brilla más en unos registros que en otros. Cuando ataca la actualidad política o escribe de temas periodísticos con ánimo de columnista —es decir, cuando opina—, está simplemente correcto. Pero cuando narra sus días y construye pequeños cuentos sobre la nada cotidiana de una noche cualquiera en la puta ciudad de Pontevedra en la que se puso ciego de porros y esas cosas, emerge un escritor que sabe ser sobrio y absurdo, con un sentido del humor de los que ya apenas se ven y que trabaja el castellano con una ductilidad, una riqueza léxica y una aparente sencillez, que a veces dan ganas de aplaudir. Lo malo es que se te cae el libro si te arrancas con una ovación.

No hay tema ni aldea pequeña para el escritor de verdad, que es el que escribe porque no puede hacer otra cosa que escribir y que, como dice Jabois, si no le dejan hacerlo en los periódicos, lo hará en las paredes de los edificios o allí donde pueda encontrar un público, le paguen o no.

He aquí algo así como su poética periodística, contenida en una crónica de una visita a una cárcel para participar en un programa de radio:

Yo dije que cada vez me interesaba opinar menos, pero que bien es verdad que hay días en que la columna ha de rellenarse sí o sí, y no siempre hay historias en el armario o asuntos triviales de los que ocuparse, y se pone uno de repente a salvar el mundo. También que en este país los columnistas están en los diarios compitiendo para ver quién se toma más en serio y hasta los viñetistas se las dan de trascendentes. Que no hay humor, vamos, y el que hay es humor inteligente hasta el elitismo, indetectable para el pueblo, como esos codazos estúpidos que se dan los intelectuales en las cenas con una gracia sobre Plinio el Viejo (…). Por lo demás, suelen vaciarse las columnas como se vacía el saco de pienso en las granjas industriales, y la gente va al periódico con la sagrada misión de convencerse, no de informarse.

A mí me encanta Jabois cuando se pone bruto, cuando dice que echa de menos su aldea, que de ella sacaba sus mejores historias, y cuando escribe casi una oda a los culos de las chicas de Vigo, cincelados por las duras cuestas de la ciudad. A veces, en su registro más íntimo, me recuerda a otro autor gallego, esta vez coruñés, Celso Castro, que también habla mucho de adolescencias, drogas y mete-saca. Será que Galicia entera es un adolescente drogado que está todo el día follando. O eso nos quieren hacer creer, y que por eso no se van a Madrid, porque la emigración es cosa de ancianos y se está tan a gusto en Pontevedra dándole al porro y tocando tetas de divinas niñas viguesas, todas de ojos claritos y pelo rubio.

Pero seguro que cuando yo vaya a Vigo sólo veré culos gordos, porque no sé mirar tan bien como mira Jabois.

MAGDALENAS A PUÑADOS

Supongo que habrá una explicación psicológica o similar para ese fenómeno por el cual, en los momentos críticos de nuestra vida, nos ponemos hasta arriba de magdalenas de Proust, como una adolescente americana se pondría hasta arriba de helado Ben & Jerry después de que su novio le pusiera los cuernos. Hay una pulsión por volver al vientre, por volver a visitar los lugares donde intuiste ser feliz o, más bien, donde no era concebible el dolor de ahora.

Yo no muerdo la magdalena: me zampo bolsas enteras y las mojo en un café con leche proustiano, de puchero, de cuando no había cafeteras Nespresso y la leche no se apellidaba “entera” porque no había otra. A ratos, sólo a ratos, cuando la soledad y la holganza lo permiten, intento rememorar lo que fui, y la epifanía no siempre se forma.

Escucho a Leño y a Barricada mientras pateo Barcelona. Me compro libros que leí a mis 15 años, como el Don Juan de Torrente-Ballester, donde encontré una verdad que me ha acompañado siempre: el ángel le dice a Don Juan que cada cual es la música que escuchó en su juventud, y que algunos tienen suerte y crecen con coros celestiales -como el ángel que habla-, y que otros, como el prota, se tienen que conformar con boleros y cancioncillas de tercera. Y no hay educación que cambie eso. Por mucho que uno se intente cultivar después, por mucho que se refine y se reinvente, esa música le acompañará siempre.

Creo que Flaubert venía a decir algo parecido en La educación sentimental.

Yo soy Leño y Barricada. Y aunque ya apenas los escuche y mi iPod esté lleno de tipos con tupé de Los Ángeles y de virtuosos del folk rock de la América profunda, vuelvo a ellos cuando quiero tener algo sólido en lo que reconocerme.

Así que camino por Barcelona y escucho música antibarcelonesa. Como un infiltrado: camino entre los modernos del barrio de Gracia sin que ellos sospechen que lo que suena en mis oídos tiene aliento de litrona y garrulez proletaria satisfecha.

Y también pienso en Celso Castro, un escritor del que hace tiempo que quería hablar aquí. Un escritor con dos obras en prosa sensacionales, ambas en Libros del Silencio y primera y segunda parte de una trilogía, tituladas El afinador de habitacones y Astillas. Debería escribir el afinador de habitaciones y astillas, pues Celso Castro es minusculista, no usa las mayúsculas y maneja los signos de puntuación con un sentido puramente estético, sin atenerse a norma o costumbre alguna.

Pero lo importante de su literatura, y la razón por la que me viene a la cabeza, es que son historias de adolescencia, de formación. Es decir, historias de descerebrados, en el sentido de que su protagonista tiene el cerebro a medio hacer y lo maltrata con drogas, como todo adolescente que no pertenezca a las Juventudes Socialistas. Es un relato en primera persona de la vida cotidiana de un chaval de 17 años de La Coruña. Un chaval que vive en la casa de su abuela con el fantasma de su madre suicida y empeñado en mezclar sus primeros escarceos sexuales con un alcoholismo desatado, una creciente afición por las anfetaminas y una soledad a la que intenta poner coto a base de poemas que anota en un cuaderno que él llama escombrera.

En uno de los talleres literarios que imparto llevé unos pasajes de el afinador de habitaciones con la ilusión de que los talleristas lo disfrutasen como yo. Y no les moló nada. Lo percibieron embolicado y extraño. Aunque luego alguno me confesó que había sacado el libro de la biblioteca (Marx nos libre de comprar libros) y le había gustado mucho. Supongo que a Celso Castro hay que degustarlo en soledad.

Yo no tenía afición por las anfetas y mi letraheridismo se ha expresado siempre en prosa, pero, en líneas generales, me identifico bastante con ese chaval coruñés que convive con fantasmas.

Y quién no.

Es fácil identificarse con la literatura de Celso Castro porque está escrita con las entrañas, con un estilo depuradísimo que destila verdad, que se aproxima de forma intangible a la oralidad más beoda y delirante.

Los leí en el hospital, como todo lo que leo últimamente, y pensaba en ese yo que ya no es más yo, pero que es capaz de sostener todavía a este yo que apenas se mantiene, especialmente si enchufa una de Barricada o de Leño.

Lo de Celso Castro, me temo, también es zamparse magdalenas proustianas a puñados. Magdalenas con forma de anfeta y coñac, pero magdalenas al fin.

PD.- Las cosas marchan bien: mi hijo Pablo ya tiene en su cuerpo su nueva médula. Ahora sólo nos queda esperar que injerte y que empiece a trabajar. Cruzar los dedos por que funcione y, en el ínterin, no surjan complicaciones. Son semanas chungas las que nos quedan por delante, pero mientras tenga mi música, creo que podré sobrellevarlas.