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ONCE LIBROS DE DOS MIL ONCE

Como buen desordenado que soy, me gusta hacer listas. Así me creo una ficción de orden, jerarquizo el mundo y me convenzo de que el caos que hay en mi mesa y en mi ordenador tiene un significado que sólo yo soy capaz de ver. Por eso, y porque me apetecía recapitular, que estas fechas son muy de recapitular, les ofrezco esta lista de mis once mejores libros de 2011. Con varias advertencias preliminares.

La primera es que se trata de libros editados en 2011, con el ISBN inscrito en este año. No es, por tanto, una lista de los libros que más me han gustado del 2011, pues este año he leído muchos otros publicados otros años e incluso editados en otros siglos. Y puedo decir que bastantes de esos me han gustado mucho más que la mayoría de los que están en esta lista, pero quiero ceñirme a lo que ha pasado este año, a las latest news. Lo pretérito lo guardaré para mí.

La segunda salvedad es que he procurado escoger libros que he reseñado en este blog. Hay algunos títulos editados en 2011 que me han gustado bastante pero que no he comentado aquí, porque no voy a compartir todo lo que leo, algo me tendré que guardar para mí. Esos, con una excepción que verán a su debido tiempo, se han quedado fuera de los candidatos al top-11.

La tercera salvedad tiene que ver con las editoriales. Ya saben ustedes que soy un lector escorado hacia la edición independiente y pequeñita, y que, por norma general, no me encontrarán husmeando entre los más vendidos de las librerías. He procurado que esa vocación se refleje en la lista, y eso me ha obligado a dejar fuera algunos títulos de una editorial en concreto para que la cosa quede variadita. Me refiero a Libros del Silencio. Algunas de las mejores cosas que me he llevado a los ojos en 2011 llevan su sello, y por eso, tres de los once títulos les pertenecen. Me he reprimido para no incluir dos o tres más. Lamentablemente, al final he descubierto que las editoriales majors no lo son sólo por su volumen de facturación, sino porque son capaces de atraer a los mejores y más eficaces escritores, con más oficio y veteranía. Por eso, al final, Mondadori, Tusquets —dos títulos cada uno— y Seix Barral tienen su hueco en la lista. Decencia obliga.

Y la cuarta y última advertencia tiene que ver con mis limitaciones: no he leído ni El mapa y el territorio, de Houellebecq, ni Libertad, de Franzen, consideradas por muchos críticos como lo mejorcito del año. Yo no puedo juzgarlas. Es ocioso decirlo, pero hablo de lo que leo, no de lo que otros dicen que hay que leer.

Por último, el orden sí indica preferencia. Es una jerarquía, y la cosa va de menos a más agrado. Las razones, en cada escalón. Ah, y se me olvidaba: en aras de la transparencia, añado al final una nota de mi relación con los autores, tal y como hace Vicente Luis Mora en su blog. Para que luego no digan que si mira tú qué tal y pascual.

TOP 11.

Antonio Orejudo, Un momento de descanso, Tusquets Editores (comentario en el blog, aquí).

No es la mejor novela de Orejudo, pero es un Orejudo, al fin y al cabo, y eso, en un panorama pobretón y predecible como el que sufre la literatura española, siempre es un marchamo de calidad. Me gustaría que estuviera más alto en la lista, pero se trata de un Orejudo menor, algo reiterativo con respecto a los tics de estilo que tanto éxito le han dado. Este año se ha reeditado también Ventajas de viajar en tren. Para muchos, su mejor novela (no para mí, yo prefiero Fabulosas narraciones por historias). Pero es una reedición y no cuenta como novela nueva.

Relación con el autor: absolutamente ninguna.

TOP 10.
Javier Avilés, Constatación brutal del presente, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Inclasificable, a ratos ilegible, mareante e incluso desquiciante. Una de las cosas más originales que se han publicado en España en clave metaliteraria. Una reflexión sobre el arte y la necesidad de narrar hecha desde la narración misma. Un libro para escritores y para gente muy interesada por estas cuestiones. Javier Avilés escribe de puta madre, con mucho nervio, y compone una especie de relato de misterio en el que lo importante es seguir leyendo. Lo que quizá hubiera querido ser El nombre de la rosa si no fuera un best seller. Lo incluyo en el top-11 por original, periférico y audaz. Disfruté mucho y me hizo pensar. Y no me hace disfrutar ni me hace pensar cualquier cosa.

Relación con el autor: intercambio esporádico de mails cordiales a propósito de su libro. Ah, y nos seguimos mutuamente en Twitter, donde es un tipo gracioso.

TOP-9.

Marian Womack, Memoria de la nieve, Tropo Editores.

No he escrito de este libro en el blog por escrúpulos éticos y profesionales (es mi editorial, y no sólo me publican libros, sino que trabajo con ellos y son mis amigos, así que cualquier promoción de sus títulos por mi parte se puede malinterpretar), pero estaría siendo muy injusto si lo excluyera de esta lista. No me avergüenza confesar que he llorado leyendo esta preciosa y delicada nouvelle, escrita con una sensibilidad a caballo entre lo lisérgico y lo esotérico. Quizá fue el momento en el que la leí, pero los fantasmas que se aparecen en sillones orejeros de los fríos salones de Oxford me emocionaron muchísimo. Historias sobre el amor y la muerte, o sobre amores que se congelan tras la muerte, como esa nieve que cubre todas las tramas y todos los escenarios. Sutil, lírica, íntima y extraña. Hay quien ha acusado a la autora de inconsistencia narrativa, pero yo creo que no hay pecado sin intención, y Womack —gaditana y rusófila, por cierto; el apellido lo toma de su marido, el poeta inglés transterrado a Madrid James Womack— no ha querido escribir una novela sólida, sino un libro de sensaciones, epidérmico y, sí, por qué no decirlo, poético.

Relación con la autora: epistolar, muy simpática en el trato por email.

TOP-8.

Francisco Ferrer Lerín, Familias como la mía, Tusquets Editores (comentario en el blog, aquí).

Bruta, a ratos soez, con tendencia al salvajismo, pero escrita con la elegancia y rectitud que sólo un ex novísimo (o casi novísimo) puede conseguir. Con un humor negro que me recordaba a ratos al de Rafael Azcona y que se inserta en la mejor tradición hispana —¿por qué los escritores españoles se empeñan en ser tan serios y solemnes si venimos del Lazarillo y del Quijote, que son chiste sobre chiste?—, Ferrer Lerín presenta una obra antiintelectual que a ratos se comporta como una roman à clef. Retuerce su autobiografía y la convierte en un delirio criminal con banda sonora ibérica. A no perderse el proyecto de convertir la provincia de Teruel en un territorio para hacer desaparecer cadáveres de ajusticiados a través de los muladares. Lo que Bigas Luna podría haber hecho si tuviera talento para ello.

Relación con el autor: colgó mi reseña en su blog y nos escribimos a propósito de ciertos juicios míos sobre su novela que él no compartía. No llegamos a una entente, pero quedamos como amigos.

TOP-7.

Colin Wilson, Ritual en la oscuridad, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Hablé de él hace muy poco, así que no voy a insistir volviendo sobre el tema. Un  descubrimiento y un autor a investigar. Esperamos que lleguen más traducciones. Por cierto, Javier Calvo vuelve a confirmar aquí que es uno de los mejores traductores del inglés: todo suena natural en los libros que él traduce y sabe recrear el registro coloquial como pocos.

Relación con el autor: ninguna, vive muy lejos, habla muy raro y dicen que le gustan los ovnis, así que tampoco tengo muchas ganas de conocerlo si se diera el caso.

TOP-6.

Alberto Olmos, Ejército enemigo, Mondadori ().

El otro día presentó Olmos este libro en Zaragoza. El presentador oficial era Manuel Vilas, pero se indispuso, y mi amigo Ángel Gracia, baranda del Fórum de la Fnac, me llamó en tono un poco suplicante pidiéndome que estuviera en la mesa. No ejercí de maestro de ceremonias, pero sí instigué una conversación con Alberto en la que me felicité, en nombre de los lectores literarios, del éxito de este libro, porque representa la emergencia de una literatura diferente a la que estamos acostumbrados y a la que hasta ahora defendían los popes en este país. Visto con cierta distancia, ahora me parece que la principal virtud de Ejército enemigo y del ruido que está haciendo es que ha sacado del armario a una generación de autores jóvenes que quizá anuncien un necesario y refrescante relevo. Porque, hablando en plata, estamos hasta los eggs de los tipos que hicieron la Transición y sus monsergas de posguerra.

Relación con el autor: moderadamente etílica, de mesa, mantel y barra de bar. Amigable y cariñosa en lo epistolar.

TOP-5.

Manuel Jabois, Irse a Madrid, Pepitas de Calabaza (comentario en el blog, aquí).

Un columnista comme il faut. Un articulista de los de antes pero con el estilo de ahora. Lo que me gustaría encontrar en los periódicos y nunca encuentro. Un escritor elegante y socarrón, un cronista con estilo, un mago de la primera persona del singular. Los artículos de Manuel Jabois son delicatessen periodística y diluyen las fronteras entre lo literario y lo gacetillero. Una patada periférica, desde la lejana y brumosa Pontevedra, al ombliguista y mediocre centralismo que practican muchos de los que escriben en los papeles. Chapó.

Relación con el autor: dejó una vez un comentario en este blog que creo que ni siquiera respondí, maleducado que soy.

TOP 4.

Art Spiegelman, Metamaus, Pantheon (comentario en el blog, aquí).

Este no lo van a encontrar en su librería, tendrán que pedirlo a los americanos, pues de momento sólo se ha publicado allá, en una editorial de Nueva York. Y si no leen inglés, olvídense de él. Metamaus es una reflexión sobre el cómic Maus en su vigésimo aniversario. Se compone, básicamente, de una larga conversación con Spiegelman en la que se explaya sobre un montón de cuestiones relativas al proceso de creación de Maus, a su repercusión y, en definitiva, a qué piensa del arte, de la literatura, de los cómics y de la fijación del discurso histórico oficial a través de los relatos de ficción narrativa. Esto suena muy intelectual, y lo es: ¿qué esperaban de un artista judío neoyorquino? Esta gente no sabe hablar sin citar a tres filósofos de la Escuela de Frankfurt. Pero, a la vez, es muy oxigenante y transpira honestidad. En estos tiempos tan dominados por intelectuales naif y por descubridores del Mediterráneo que se expresan con palabras polisilábicas que se inventan sobre la marcha, da mucho gusto dejarse seducir por la voz de un artista honesto que es capaz de pensar sobre su oficio en forma socrática, sin aspirar a auspiciar cánones o a inspirar preceptos. Un lujazo de libro, imprescindible para todos los que se quedaron fascinados por el cómic.

Relación con el autor: le amo en la distancia y oculto entre la masa, con un océano de por medio, sin aspirar siquiera a que su mirada se cruce con la mía. Ay (suspiro melancólico).

TOP-3.

Celso Castro, astillas, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Y llegamos a la medallita de bronce. Merecidísima. Es el descubrimiento de 2011. Si estos fueran unos premios de cine, se llevaría el de actor revelación o mejor director novel, aunque astillas no sea su primera novela. Es, de hecho, la segunda de una trilogía que empieza por el afinador de habitaciones (todo en minúsculas, por favor, estamos ante un escritor minusculista que no usa nunca las mayúsculas). Una historia de fantasmas y de niños bien huerfanitos en una Coruña drogadicta y subidita de calentura sexual. Es un libro que habla de las cosas importantes de la vida: follar y… No me acuerdo de cuál era la segunda. Una Bildungsroman con resabios de Henry Miller y lamentos de poeta, pero con un sentido del humor lo bastante poderoso como para compensar el malditismo.

Relación con el autor: ninguna de las ningunísimas, ¿no les he dicho ya que vive en Galicia? Pues, ¿qué más quieren saber?. Por cierto, hay dos gallegos en esta lista. Me mosquea. ¿No estaré haciendo méritos inconscientes para el nuevo presidente de este país con burdos guiños a sus paisanos?

TOP-2.

Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana, Seix-Barral ().

Medallita de plata para el amigo Pisón. Por la mejor novela que ha escrito hasta la fecha, con la que creo que ha dejado definitivamente atrás su etapa de contaminación sebaldiana. Una novela redonda, de estructura muy compleja y planteamientos poco complacientes con la narrativa española al uso, que promueve una revisión del pasado en un sentido distinto al que aventura Pisón. Además, es un libro comercial en el mejor de los sentidos, que admite varios niveles de lectura y es capaz de satisfacer al lector literario más elitista y al que sólo busca entretenimiento. Un alarde de técnica y de pulso narrativos. Una novela que sólo puede escribir alguien con el oficio y el alma de artesano stajanovista de Martínez de Pisón. La leí en dos tardes.

Relación con el autor: difundió algunos elogios desproporcionados sobre mi anterior librito, Soldados en el jardín de la paz, y hemos compartido mesa, risas y mantel. Las copas, cada uno las bebía de su vaso, sin compartirlas.

TOP-1.

Edmundo Paz Soldán, Norte, Mondadori (comentario en el blog, aquí).

Quizá sea por la cercanía de su lectura, que conservo aún muy fresca, pero tengo muy buenas sensaciones en el paladar lector. Un amigo a quien se la recomendé la calificó de un must, un imprescindible. Paz Soldán es una de las voces más interesantes de la literatura en español, y este thriller ambicioso es puro nervio, una prosa llena de capas, que baila por todos los registros del idioma para componer un friso duro, sin sentimentalismos ni cursilerías. Asesinos en serie, locos, chicas colgadas de colgados… Todo mola en este libro vibrante, que avanza en torbellinos. No creo que haya muchos escritores contemporáneos a la altura de Paz Soldán, que combinen un estilo poderoso y dúctil con una técnica narrativa muy depurada y más propia de un norteamericano que de un hispano. Quizá porque vive en Estados Unidos. Maravilloso. Como escritor, ante libros así, sólo puedo sentir envidia. Y no de la buena.

Relación con el autor: qué más quisiera yo. Si tuviera amigos así, no tendría que aguantarles a ustedes (uy, ¿he dicho esto con el micro abierto?).

¿Y ustedes? ¿Han leído algo o el porno gratis online ha absorbido todo su tiempo en 2011? ¿Algo que debamos saber, algún libro que haya cambiado sus vidas en estos doce meses? Por favor, estamos deseosos de sus recomendaciones. Déjenlas en los comentarios para que podamos gozar de ellas. Eso sí: en la medida de lo posible, que sean títulos publicados en 2011, que a Valle-Inclán y a García Lorca ya los leímos en el insti.

VIOLADORES Y VIOLADOS

Como sé que dos o tres de ustedes cometen la insensatez de dejarse guiar por los libros que aquí comento para cuando visitan su librería o su biblioteca (saben que no me hago responsable ni admito reclamaciones), voy a escribir acerca de un par de títulos recientes que quizá amenicen sus deprimentes días navideños. Por lo menos, ninguno de los dos suena a villancico ni habla de fraternidad ni de hijos pródigos ni de esas mierdas tan propias de estas entrañables fiestas.

No mezclo las dos por sus semejanzas sino por sus diferencias. A saber:

Uno tiene una portada potable, sin ser de las más brillantes de una editorial (Libros del Silencio) que nos tiene acostumbrados a portadas muy rechulas:

El otro tiene una portada espantosa, como de Harlequín premenopáusico:

Uno está escrito por un hombre; el otro, por una mujer. Uno, por un inglés; el otro, por una americana. Uno, por un escritor fracasado que se volvió tarumba de pura derrota; el otro, por una autora muy vendida y muy bien criticada que todos los años se postula al Nobel. Uno es muy largo; el otro, muy breve, apenas una nouvelle.

Es difícil encontrar libros con más antagonismos entre sí. Los une el hecho de que ambas novelas hablan de violencia, pero una, desde la perspectiva de un criminal, y la otra, desde el punto de vista de unas víctimas. ¿Adivinan cuál es cuál?

Exacto: las víctimas siempre se llevan la portada fea.

La novela de Colin Wilson es extraña y difícil de asimilar para un lector  moderno, porque trasgrede casi todas las convenciones del arte narrativo e incurre en bastantes de los vicios que muchos deploramos en los malos escritores y que, quienes damos talleres literarios, intentamos corregir y hacer notar a nuestros polluelos. Y, sin embargo, es tal el talento del autor y tan sugestivo el planteamiento de la obra que convierte todos esos errores en virtudes.

En cambio, la novela de Joyce Carol Oates es casi perfecta, de una técnica impecable y audaz. Ritmo medido, información dosificada y administrada con sabiduría y estructura caleidoscópica, con narradores extraños que a veces se expresan en segunda persona y parecen hablar desde un presente que es futuro. Pero falla en lo principal, en ese reducto que la técnica no puede suplir: la emoción. Conforme avanzo en la lectura, menos me interesa el drama que me están contando, menos implicado estoy con la tragedia de la protagonista (a la vista del título, creo que no destripo nada si les digo que es una mujer a la que violan). Porque Oates acaba poniendo su impecable y soberbia técnica narrativa, digna de una Messi de las letras, al servicio de una tesis política en lugar de al servicio de sus personajes. Oates quiere demostrarnos algo y convencernos de una idea, y para ello no duda en forzar la máquina hasta hacer zozobrar la verosimilitud del relato.

No tengo nada en contra de la novela feminista ni de ninguna otra novela ideológica, siempre y cuando se respete el pacto de lectura y el relato sea coherente con sus propios planteamientos narrativos. Y aquí no lo es.

Me explico: Teena Maguire es violada salvajemente en presencia de su hija de doce años por una panda de adolescentes puestos de metanfetamina. La agresión casi la mata, y cuando se recupera, tiene que enfrentarse al juicio y a una especie de segunda violación, esta vez social. Resulta que el pueblo y la opinión pública no simpatizan con ella, insinúan que era una guarra que iba provocando y acaba despertándose cierta corriente de empatía hacia los animales que la atacaron. El planteamiento es sugerente y creo que no faltarán víctimas de violación que se sientan identificadas con ese sentimiento de indefensión y de vapuleo social («algo habrá hecho», «las visten como putas», etc.). Pero, para expresarlo, Oates dibuja unas situaciones demasiado burdas. No me creo ese linchamiento, especialmente con la mala reputación que tienen los delincuentes sexuales. Parece que está hablando de una aldea de Arabia Saudí. El machismo institucional, en las sociedades occidentales, se manifiesta de maneras mucho más sutiles. Oates crea monstruos que no existen o que no se atreverían a vilipendiar a una víctima de violación. Sencillamente, porque, diga lo que diga Oates, las víctimas tienen un carácter sagrado en nuestras sociedades. Quien las mancilla, sufre el repudio social. Y eso no se refleja en la novela.

Pero incluso eso podría tener un pase —o no molestar tanto— si el presunto mensaje o moraleja de la historia no se pareciese tanto a un episodio de El equipo A: la justicia no funciona, no protege a las víctimas, así que hay que tomarse la venganza por la mano. Lo hace un policía que se va cargando uno a uno a los violadores. Lo que empieza siendo un alegato feminista acaba sonando a un reclamo fascista. Y no es la primera vez que, bajo un maquillaje progresista, los novelistas realmente existentes nos cuelan discursos reaccionarios de populismo subido de tono que dejan los argumentos de Harry el Sucio a la altura de una diatriba socialdemócrata.

Hay, a pesar de todo, muchos aciertos, especialmente en cómo narra la destrucción psíquica de la protagonista y cómo se recluye y rechaza el mundo, pero el empeño por politizar el relato lo enfría mucho y acaba rompiendo su hechizo. Además, sucumbe al happyending de la forma más cursi que imaginarse pueda (¡con campanas de boda! Para que las sufragistas se retuerzan en sus tumbas: doscientos años de lucha para acabar de tul ilusión. Hay que joderse), lo que confirma que los escritores más aficionados a la violencia son finalmente los más tiernos.

(Alberto Olmos dijo el otro día cuando estuvo por este pueblo que los escritores cursis suelen ser unos hijos de puta, y los duros, bellísimas y amables personas. Lo suscribo y brindo de nuevo por ello, hics. Al menos, en lo que a Olmos se refiere, es verdad, un tipo encantador).

Ritual en la oscuridad es, ya desde el título, otra cosa. Para mí, mejor, más genuinamente literaria, más parecida a lo que yo pienso que debe ser la buena literatura.

El principal vicio de los que aludía al principio en el que incurre esta obra inglesa tiene que ver con el prejuicio dialógico que padecemos muchos lectores: sospechamos de las novelas que tienen páginas y páginas de diálogos. Y esta, queridos míos, es un diálogo de 600 páginas.

¿Por qué somos muchos —bueno, quizá no tantos, a la vista de los cosos que se publican hoy en día— los que creemos que un exceso de diálogo es síntoma de una escritura mala? Porque el diálogo, cuando no se utiliza en sus dosis adecuadas, deviene relleno o, lo que es peor, sustitutivo de la narración. Las malas novelas policíacas están llenas de diálogos informativos, cuya única finalidad es facilitar datos al lector; y las malas novelas en general están llenas de diálogos café con leche, del tipo:

—Buenos días.
—Buenos días.
—¿Descansó el señor?
—Divinamente.
—Y yo que me alegro. ¿Tomará café o té?
—Té, por favor, con una nubecita de leche.
—¿Limón también?
—No, sólo la leche, gracias.
—¿Querrá tostadas o pastas?
—No sé decidirme… A ver…

Y así, hasta que el lector, desesperado, empieza a pasar páginas gritando: «¡Cómete las putas pastas y métete el té por el culo!». Ante los diálogos café con leche que se prolongan páginas y páginas, el lector agudo e intelectual se pregunta, irritado: «Pero, vamos a ver, ¿aquí cuándo dejan de hablar y se ponen a follar?».

Pues eso. Espero que haya quedado clara la cuestión del prejuicio dialógico.

Sin embargo, en esta novela, aunque hay algunos ejemplos de esas conversaciones café con leche, por lo general, es muy interesante la estructura dialógica, pues aquí funciona en clave platónica (de diálogo socrático-platónico, vaya: repasen el BUP si no saben de qué hablo). En las conversaciones se intercambian ideas. Ideas muy interesantes. Básicamente dos. A saber:

a) ¿Merece la pena el esfuerzo de follarse a todas las mujeres del mundo, o el sexo no es tan la hostia como nos lo han vendido y con un polvo de vez en cuando vamos servidos?

b) Si te enamoras de alguien que resulta ser un asesino destripador de prostitutas, ¿le ríes las gracias o acudes a la policía?

La respuesta a la pregunta a) es: con un polvo de vez en cuando vamos servidos, pero con todas las mujeres del mundo. O, al menos, con todas las apetecibles que se crucen por nuestro camino. Y a la pregunta b) es: le ríes las gracias, faltaría más, ¿para qué están los amigos-amantes, si no?

A diferencia del librito de Oates, este no quiere moralizar, no busca enseñarnos lo perverso y machista que es el mundo, sino que juega con la amoralidad para hacer aflorar nuestras contradicciones éticas. Al final de la novela se plantea: ¿qué diferencia hay entre un funcionario del Tercer Reich, por muy segundón e ignorante del genocidio que fuera, y un encubridor de un asesino en serie? ¿Son mejores las razones de uno que las del otro?

¿Por qué me ha parecido mejor la novela de Wilson que la de Oates? Básicamente, porque, aun siendo aproximaciones al mismo problema desde enfoques contrapuestos, la de Wilson quiere hacerme pensar. Pensar a secas, sin complemento circunstancial. En cambio, Oates quiere hacerme pensar de una determinada forma, la suya: aspira a convencerme de que su elección moral equivale a una verdad ontológica. Quiere señalarme la divisoria entre buenos y malos y busca una forma de que los malos paguen su maldad. Ésa es la diferencia entre la literatura y el editorial de un periódico.

La buena literatura, la que me interesa, la que me enseña algo de la vida y de mí mismo, no diagnostica sociedades ni postula remedios. Para eso ya está el ensayo y el periodismo. Y una narradora como Joyce Carol Oates debería saberlo. Confío en que no lo sepa, porque si retuerce las cosas a sabiendas, está cometiendo un fraude literario, y a mí me gusta creer en la honestidad de los buenos escritores. Aunque, si no lo sabe, mejor que no lo descubra, porque el día que abandone su vocación panfletera y de denuncia y se ponga a escribir literatura al servicio de la literatura, la borrarán de la lista de candidatos al Nobel.

SÁDICOS

No lo he terminado aún, así que no dictaré sentencia sobre el libro —aunque me está gustando mucho—, pero no me resisto a citar esta porción de galante diálogo british (toda la novela es en realidad un galante diálogo british).

Austin Nunne, decadente y millonario alcohólico, acaba de confesar a Gerard Sorme, prota de Ritual en la oscuridad, su filiación sádica, además de homosexual. Estamos en los años cincuenta, aclaro. Sorme reacciona con naturalidad y dice:

—Disculpa mi ignorancia, ¿pero qué te impide satisfacer tus necesidades? Debe de haber gente que…, bueno, lo haga de forma profesional.
—Tú no lo entiendes, Gerard. La hay, es cierto. Pero… No sé como explicarlo. A ver: si tú sientes deseo sexual puedes contar con el hecho de que vas a encontrar a una mujer que quiera lo que tú tienes. Pero el sentido mismo del sadismo es… desear lo que alguien no quiere dar. Si la otra persona quiere darlo, ya no es lo mismo.

He aquí magistralmente refutadas varias décadas de educación sexual.

En Plataforma, de Michel Houellebecq, hay un momento muy desagradable en que los protas descubren un club de sado y deciden, tras ver una sesión de latigazos y cosas con cuero, que eso no es sexo. Los dos personajes, pervertidos hasta el extremo de montar una red mundial de turismo sexual, comprueban que el sadismo es algo inasumible en términos liberales. El autor francés lo enuncia en plan metafísico (para eso es francés), pero Colin Wilson lo expresa con un empirismo diáfano: si hay consentimiento, no puede haber sadismo. Será otra cosa, una pantomima, un teatrillo. No basta que se junten un sádico y un masoquista: el masoquista no puede ser una víctima legítima de un sádico.

La paradoja es clara y, por supuesto, irresoluble. Integrar el sadismo en un repertorio de juegos sexuales supone descargarlo de todo significado: un sádico no juega a hacer daño, sino que lo hace en serio.

La novela de Wilson es una sugerente aproximación a esta paradoja y a cómo puede dinamitar una concepción liberal de las relaciones humanas. Siguiendo la estela de Thomas de Quincey y de Oscar Wilde, Wilson fabula sobre su convicción de que la condición humana es inexpugnable y no consiente simplificaciones de contrato social o de otras teleologías democráticas. Hay aspectos de algunas personalidades que sólo admiten la represión o la liberación criminal.

Mola este Colin Wilson. Ya contaré más cosas cuando me acabe la novela. Está en Libros del Silencio, por cierto, es una de sus novedades de este final de 2011.

PD.- Quizá guarde un poco de silencio estos días por aquí, pero será porque estoy haciendo ruido en otros foros. Esta semana es un poco dura, con la presentación del libro y la promo y esas cosas. Ya les anunciaré dónde podrán verme/leerme/escucharme estos días, que tengo alguna entrevistilla que otra. Esta mañana he ido a la peluquería. No les digo más.