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ONCE LIBROS DE DOS MIL ONCE

Como buen desordenado que soy, me gusta hacer listas. Así me creo una ficción de orden, jerarquizo el mundo y me convenzo de que el caos que hay en mi mesa y en mi ordenador tiene un significado que sólo yo soy capaz de ver. Por eso, y porque me apetecía recapitular, que estas fechas son muy de recapitular, les ofrezco esta lista de mis once mejores libros de 2011. Con varias advertencias preliminares.

La primera es que se trata de libros editados en 2011, con el ISBN inscrito en este año. No es, por tanto, una lista de los libros que más me han gustado del 2011, pues este año he leído muchos otros publicados otros años e incluso editados en otros siglos. Y puedo decir que bastantes de esos me han gustado mucho más que la mayoría de los que están en esta lista, pero quiero ceñirme a lo que ha pasado este año, a las latest news. Lo pretérito lo guardaré para mí.

La segunda salvedad es que he procurado escoger libros que he reseñado en este blog. Hay algunos títulos editados en 2011 que me han gustado bastante pero que no he comentado aquí, porque no voy a compartir todo lo que leo, algo me tendré que guardar para mí. Esos, con una excepción que verán a su debido tiempo, se han quedado fuera de los candidatos al top-11.

La tercera salvedad tiene que ver con las editoriales. Ya saben ustedes que soy un lector escorado hacia la edición independiente y pequeñita, y que, por norma general, no me encontrarán husmeando entre los más vendidos de las librerías. He procurado que esa vocación se refleje en la lista, y eso me ha obligado a dejar fuera algunos títulos de una editorial en concreto para que la cosa quede variadita. Me refiero a Libros del Silencio. Algunas de las mejores cosas que me he llevado a los ojos en 2011 llevan su sello, y por eso, tres de los once títulos les pertenecen. Me he reprimido para no incluir dos o tres más. Lamentablemente, al final he descubierto que las editoriales majors no lo son sólo por su volumen de facturación, sino porque son capaces de atraer a los mejores y más eficaces escritores, con más oficio y veteranía. Por eso, al final, Mondadori, Tusquets —dos títulos cada uno— y Seix Barral tienen su hueco en la lista. Decencia obliga.

Y la cuarta y última advertencia tiene que ver con mis limitaciones: no he leído ni El mapa y el territorio, de Houellebecq, ni Libertad, de Franzen, consideradas por muchos críticos como lo mejorcito del año. Yo no puedo juzgarlas. Es ocioso decirlo, pero hablo de lo que leo, no de lo que otros dicen que hay que leer.

Por último, el orden sí indica preferencia. Es una jerarquía, y la cosa va de menos a más agrado. Las razones, en cada escalón. Ah, y se me olvidaba: en aras de la transparencia, añado al final una nota de mi relación con los autores, tal y como hace Vicente Luis Mora en su blog. Para que luego no digan que si mira tú qué tal y pascual.

TOP 11.

Antonio Orejudo, Un momento de descanso, Tusquets Editores (comentario en el blog, aquí).

No es la mejor novela de Orejudo, pero es un Orejudo, al fin y al cabo, y eso, en un panorama pobretón y predecible como el que sufre la literatura española, siempre es un marchamo de calidad. Me gustaría que estuviera más alto en la lista, pero se trata de un Orejudo menor, algo reiterativo con respecto a los tics de estilo que tanto éxito le han dado. Este año se ha reeditado también Ventajas de viajar en tren. Para muchos, su mejor novela (no para mí, yo prefiero Fabulosas narraciones por historias). Pero es una reedición y no cuenta como novela nueva.

Relación con el autor: absolutamente ninguna.

TOP 10.
Javier Avilés, Constatación brutal del presente, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Inclasificable, a ratos ilegible, mareante e incluso desquiciante. Una de las cosas más originales que se han publicado en España en clave metaliteraria. Una reflexión sobre el arte y la necesidad de narrar hecha desde la narración misma. Un libro para escritores y para gente muy interesada por estas cuestiones. Javier Avilés escribe de puta madre, con mucho nervio, y compone una especie de relato de misterio en el que lo importante es seguir leyendo. Lo que quizá hubiera querido ser El nombre de la rosa si no fuera un best seller. Lo incluyo en el top-11 por original, periférico y audaz. Disfruté mucho y me hizo pensar. Y no me hace disfrutar ni me hace pensar cualquier cosa.

Relación con el autor: intercambio esporádico de mails cordiales a propósito de su libro. Ah, y nos seguimos mutuamente en Twitter, donde es un tipo gracioso.

TOP-9.

Marian Womack, Memoria de la nieve, Tropo Editores.

No he escrito de este libro en el blog por escrúpulos éticos y profesionales (es mi editorial, y no sólo me publican libros, sino que trabajo con ellos y son mis amigos, así que cualquier promoción de sus títulos por mi parte se puede malinterpretar), pero estaría siendo muy injusto si lo excluyera de esta lista. No me avergüenza confesar que he llorado leyendo esta preciosa y delicada nouvelle, escrita con una sensibilidad a caballo entre lo lisérgico y lo esotérico. Quizá fue el momento en el que la leí, pero los fantasmas que se aparecen en sillones orejeros de los fríos salones de Oxford me emocionaron muchísimo. Historias sobre el amor y la muerte, o sobre amores que se congelan tras la muerte, como esa nieve que cubre todas las tramas y todos los escenarios. Sutil, lírica, íntima y extraña. Hay quien ha acusado a la autora de inconsistencia narrativa, pero yo creo que no hay pecado sin intención, y Womack —gaditana y rusófila, por cierto; el apellido lo toma de su marido, el poeta inglés transterrado a Madrid James Womack— no ha querido escribir una novela sólida, sino un libro de sensaciones, epidérmico y, sí, por qué no decirlo, poético.

Relación con la autora: epistolar, muy simpática en el trato por email.

TOP-8.

Francisco Ferrer Lerín, Familias como la mía, Tusquets Editores (comentario en el blog, aquí).

Bruta, a ratos soez, con tendencia al salvajismo, pero escrita con la elegancia y rectitud que sólo un ex novísimo (o casi novísimo) puede conseguir. Con un humor negro que me recordaba a ratos al de Rafael Azcona y que se inserta en la mejor tradición hispana —¿por qué los escritores españoles se empeñan en ser tan serios y solemnes si venimos del Lazarillo y del Quijote, que son chiste sobre chiste?—, Ferrer Lerín presenta una obra antiintelectual que a ratos se comporta como una roman à clef. Retuerce su autobiografía y la convierte en un delirio criminal con banda sonora ibérica. A no perderse el proyecto de convertir la provincia de Teruel en un territorio para hacer desaparecer cadáveres de ajusticiados a través de los muladares. Lo que Bigas Luna podría haber hecho si tuviera talento para ello.

Relación con el autor: colgó mi reseña en su blog y nos escribimos a propósito de ciertos juicios míos sobre su novela que él no compartía. No llegamos a una entente, pero quedamos como amigos.

TOP-7.

Colin Wilson, Ritual en la oscuridad, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Hablé de él hace muy poco, así que no voy a insistir volviendo sobre el tema. Un  descubrimiento y un autor a investigar. Esperamos que lleguen más traducciones. Por cierto, Javier Calvo vuelve a confirmar aquí que es uno de los mejores traductores del inglés: todo suena natural en los libros que él traduce y sabe recrear el registro coloquial como pocos.

Relación con el autor: ninguna, vive muy lejos, habla muy raro y dicen que le gustan los ovnis, así que tampoco tengo muchas ganas de conocerlo si se diera el caso.

TOP-6.

Alberto Olmos, Ejército enemigo, Mondadori ().

El otro día presentó Olmos este libro en Zaragoza. El presentador oficial era Manuel Vilas, pero se indispuso, y mi amigo Ángel Gracia, baranda del Fórum de la Fnac, me llamó en tono un poco suplicante pidiéndome que estuviera en la mesa. No ejercí de maestro de ceremonias, pero sí instigué una conversación con Alberto en la que me felicité, en nombre de los lectores literarios, del éxito de este libro, porque representa la emergencia de una literatura diferente a la que estamos acostumbrados y a la que hasta ahora defendían los popes en este país. Visto con cierta distancia, ahora me parece que la principal virtud de Ejército enemigo y del ruido que está haciendo es que ha sacado del armario a una generación de autores jóvenes que quizá anuncien un necesario y refrescante relevo. Porque, hablando en plata, estamos hasta los eggs de los tipos que hicieron la Transición y sus monsergas de posguerra.

Relación con el autor: moderadamente etílica, de mesa, mantel y barra de bar. Amigable y cariñosa en lo epistolar.

TOP-5.

Manuel Jabois, Irse a Madrid, Pepitas de Calabaza (comentario en el blog, aquí).

Un columnista comme il faut. Un articulista de los de antes pero con el estilo de ahora. Lo que me gustaría encontrar en los periódicos y nunca encuentro. Un escritor elegante y socarrón, un cronista con estilo, un mago de la primera persona del singular. Los artículos de Manuel Jabois son delicatessen periodística y diluyen las fronteras entre lo literario y lo gacetillero. Una patada periférica, desde la lejana y brumosa Pontevedra, al ombliguista y mediocre centralismo que practican muchos de los que escriben en los papeles. Chapó.

Relación con el autor: dejó una vez un comentario en este blog que creo que ni siquiera respondí, maleducado que soy.

TOP 4.

Art Spiegelman, Metamaus, Pantheon (comentario en el blog, aquí).

Este no lo van a encontrar en su librería, tendrán que pedirlo a los americanos, pues de momento sólo se ha publicado allá, en una editorial de Nueva York. Y si no leen inglés, olvídense de él. Metamaus es una reflexión sobre el cómic Maus en su vigésimo aniversario. Se compone, básicamente, de una larga conversación con Spiegelman en la que se explaya sobre un montón de cuestiones relativas al proceso de creación de Maus, a su repercusión y, en definitiva, a qué piensa del arte, de la literatura, de los cómics y de la fijación del discurso histórico oficial a través de los relatos de ficción narrativa. Esto suena muy intelectual, y lo es: ¿qué esperaban de un artista judío neoyorquino? Esta gente no sabe hablar sin citar a tres filósofos de la Escuela de Frankfurt. Pero, a la vez, es muy oxigenante y transpira honestidad. En estos tiempos tan dominados por intelectuales naif y por descubridores del Mediterráneo que se expresan con palabras polisilábicas que se inventan sobre la marcha, da mucho gusto dejarse seducir por la voz de un artista honesto que es capaz de pensar sobre su oficio en forma socrática, sin aspirar a auspiciar cánones o a inspirar preceptos. Un lujazo de libro, imprescindible para todos los que se quedaron fascinados por el cómic.

Relación con el autor: le amo en la distancia y oculto entre la masa, con un océano de por medio, sin aspirar siquiera a que su mirada se cruce con la mía. Ay (suspiro melancólico).

TOP-3.

Celso Castro, astillas, Libros del Silencio (comentario en el blog, aquí).

Y llegamos a la medallita de bronce. Merecidísima. Es el descubrimiento de 2011. Si estos fueran unos premios de cine, se llevaría el de actor revelación o mejor director novel, aunque astillas no sea su primera novela. Es, de hecho, la segunda de una trilogía que empieza por el afinador de habitaciones (todo en minúsculas, por favor, estamos ante un escritor minusculista que no usa nunca las mayúsculas). Una historia de fantasmas y de niños bien huerfanitos en una Coruña drogadicta y subidita de calentura sexual. Es un libro que habla de las cosas importantes de la vida: follar y… No me acuerdo de cuál era la segunda. Una Bildungsroman con resabios de Henry Miller y lamentos de poeta, pero con un sentido del humor lo bastante poderoso como para compensar el malditismo.

Relación con el autor: ninguna de las ningunísimas, ¿no les he dicho ya que vive en Galicia? Pues, ¿qué más quieren saber?. Por cierto, hay dos gallegos en esta lista. Me mosquea. ¿No estaré haciendo méritos inconscientes para el nuevo presidente de este país con burdos guiños a sus paisanos?

TOP-2.

Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana, Seix-Barral ().

Medallita de plata para el amigo Pisón. Por la mejor novela que ha escrito hasta la fecha, con la que creo que ha dejado definitivamente atrás su etapa de contaminación sebaldiana. Una novela redonda, de estructura muy compleja y planteamientos poco complacientes con la narrativa española al uso, que promueve una revisión del pasado en un sentido distinto al que aventura Pisón. Además, es un libro comercial en el mejor de los sentidos, que admite varios niveles de lectura y es capaz de satisfacer al lector literario más elitista y al que sólo busca entretenimiento. Un alarde de técnica y de pulso narrativos. Una novela que sólo puede escribir alguien con el oficio y el alma de artesano stajanovista de Martínez de Pisón. La leí en dos tardes.

Relación con el autor: difundió algunos elogios desproporcionados sobre mi anterior librito, Soldados en el jardín de la paz, y hemos compartido mesa, risas y mantel. Las copas, cada uno las bebía de su vaso, sin compartirlas.

TOP-1.

Edmundo Paz Soldán, Norte, Mondadori (comentario en el blog, aquí).

Quizá sea por la cercanía de su lectura, que conservo aún muy fresca, pero tengo muy buenas sensaciones en el paladar lector. Un amigo a quien se la recomendé la calificó de un must, un imprescindible. Paz Soldán es una de las voces más interesantes de la literatura en español, y este thriller ambicioso es puro nervio, una prosa llena de capas, que baila por todos los registros del idioma para componer un friso duro, sin sentimentalismos ni cursilerías. Asesinos en serie, locos, chicas colgadas de colgados… Todo mola en este libro vibrante, que avanza en torbellinos. No creo que haya muchos escritores contemporáneos a la altura de Paz Soldán, que combinen un estilo poderoso y dúctil con una técnica narrativa muy depurada y más propia de un norteamericano que de un hispano. Quizá porque vive en Estados Unidos. Maravilloso. Como escritor, ante libros así, sólo puedo sentir envidia. Y no de la buena.

Relación con el autor: qué más quisiera yo. Si tuviera amigos así, no tendría que aguantarles a ustedes (uy, ¿he dicho esto con el micro abierto?).

¿Y ustedes? ¿Han leído algo o el porno gratis online ha absorbido todo su tiempo en 2011? ¿Algo que debamos saber, algún libro que haya cambiado sus vidas en estos doce meses? Por favor, estamos deseosos de sus recomendaciones. Déjenlas en los comentarios para que podamos gozar de ellas. Eso sí: en la medida de lo posible, que sean títulos publicados en 2011, que a Valle-Inclán y a García Lorca ya los leímos en el insti.

GAUDEAMUS IGITUR

Sé que una parte importante —si no numérica, sí cualitativa— de los lectores de esta cosa mía pertenece al mundo universitario. Por el feedback que me llega por otros canales, por los pocos incautos lectores que he llegado a conocer en persona y por las direcciones de email de muchos comentaristas, sé que al otro lado hay una buena porción de profesores, investigadores, becarios de muy variada condición y algún que otro alumno o doctorando. Incluso bibliotecarios de vetustísimas universidades europeas. Este post (y el libro al que está dedicado) va por ellos.

Leo la página 175 de la última de Antonio Orejudo:

La universidad española, donde yo trabajé mucho tiempo antes de marcharme a Inglaterra, no solo es mediocre y corrupta, es también inverosímil. ¿Nunca se ha parado a pensar por qué apenas se han escrito novelas de campus en español? Yo se lo voy a decir: porque es imposible escribir una novela sobre la universidad española, que sea elegante y además verosímil. Lucky Jim, de Kingsley Amis, o Small World, de David Lodge, son tan buenas porque la universidad que toman de referencia, la anglosajona, conserva todavía unas formas impecables, aunque por dentro esté consumida por las mismas corruptelas que las de aquí. En la universidad española por el contrario la grosería aparece tal cual, sin los ropajes de la buena educación. Una novela realista, cualquier libro sobre la universidad española, aunque sea un libro de investigación como el suyo, está condenado a convertirse en una astracanada. Los que no conocen el mundillo académico pensarán además que es inverosímil. Haga la prueba. Dele usted a una persona cualquiera el acta de una reunión de departamento y no sólo pensará que usted se ha inventado ese documento; pensará también que ha perdido la cabeza.

Y en la página 155:

Castillejo contraatacó. Abrió un blog y empezó a denunciar irregularidades en la gestión de la universidad: contrataciones fraudulentas del profesorado, adjudicación de becas a dedo o arbitrariedades en la calificación de alumnos (…). Denunció corruptelas increíbles. Más que increíbles, inverosímiles, cosas que sólo pueden suceder en la universidad española y que sólo pueden creer quienes hayan pasado por ella.

Los que viven encerrados en su ámbito profesional tienden a creer que los desastres a los que asisten a diario, casi siempre con impotencia, y en el mejor de los casos, con resignación, son exclusivos de su campo. Imaginan que fuera de él las cosas funcionan con lógica, orden y un leve sentido de la justicia.

Ja.

No conozco el mundo universitario más que de oídas por los amigos que trabajan en él —y por mi experiencia como estudiante cuando todavía se usaban cálamos y las mujeres tenían prohibida la entrada—, pero conozco bien mi ámbito profesional. O el ámbito profesional en el que sigo manteniendo medio cuerpo (y un tercio entero de mi familia). Y puedo reescribir estos pasajes de Orejudo tal que así:

El periodismo español, donde yo trabajé mucho tiempo antes de marcharme a Inglaterra, no solo es mediocre y corrupto, es también inverosímil. ¿Nunca se ha parado a pensar por qué apenas se han escrito novelas de periodistas en español? Yo se lo voy a decir: porque es imposible escribir una novela sobre el periodismo español, que sea elegante y además verosímil. La ficha de bronce, de Upton Sinclair, o Noticia bomba, de Evelyn Waugh, son tan buenas porque el periodismo que toman de referencia, el anglosajón, conserva todavía unas formas impecables, aunque por dentro esté consumido por las mismas corruptelas que las de aquí. En el periodismo español por el contrario la grosería aparece tal cual, sin los ropajes de la buena educación. Una novela realista, cualquier libro sobre el periodismo español, aunque sea un libro de investigación como el suyo, está condenado a convertirse en una astracanada. Los que no conocen el mundillo periodístico pensarán además que es inverosímil. Haga la prueba. Dele usted a una persona cualquiera el vídeo de un consejo de redacción para diseñar la portada de un diario y no sólo pensará que usted se ha inventado ese documento; pensará también que ha perdido la cabeza.

Les apuesto la botella de Jack Daniel’s —no había Jim Beam en el súper— de la que me estoy sirviendo ahora mismo que el texto funciona con veinte o treinta ámbitos profesionales distintos.

Porque la verdad es ésa: nosotros somos cojonudos y estamos rodeados de mediocres y gañanes que no sólo no nos comprenden, sino que buscan nuestra ruina. Ay, si nos dieran las riendas a nosotros… Se iban a enterar tres o cuatro.

Pero, al margen de esta consideración obvia, lo cierto es que es particularmente grave que pase esto en la universidad. Mucho más que si pasa en el colegio de farmacéuticos o en el de ingenieros navales. Porque la universidad es el motor, el corazón latiente de un país moderno. Y si ese corazón está colapsado por el colesterol, todo el cuerpo falla (disculpen la metáfora médica: odio particularmente las metáforas médicas, pero no estoy muy inspirado esta noche).

No me perderé en honduras por las que no se adentra el libro aludido (no voy a ser yo más orejista que Orejudo) y haré lo que había venido a hacer: comentar un par de cositas sobre Un momento de descanso.

Básicamente, es una novela divertida que se lee en medio rato. Cualquiera que tenga que hacer un trasbordo de transporte público se la ventila en lo que dura el trayecto o en lo que tarda en llamarle el quiropráctico en la sala de espera. Es mucho mejor que el anterior título del autor, Resurrección, una novela con la que no conseguí empatizar en ningún sentido, pero mucho peor que la obra con la que está directamente emparentada, Fabulosas narraciones por historias (no he leído la que para algunos es la mejor de Orejudo, Ventajas de viajar en tren, así que, para mí, la mejor de Orejudo es Fabulosas narraciones por historias).

Mi impresión es que Orejudo no ha dado la talla en Un momento de descanso no porque no sea capaz de darla, sino porque ha preferido inhibirse. Ha escrito conscientemente una novela mucho peor de la que es capaz de escribir para facturar un producto mucho más mainstream, mucho más reader’s digest, mucho más asumible por las masas ávidas de sentirse inteligentes y de ganarle a su cuñado al Trivial. Fabulosas narraciones por historias era portentosa, pero en su portento llevaba su maldición, pues era un producto tan sofisticado y complejo que pocos se atreverían a regalárselo a su madre en el día de la ídem. Pero Un momento de descanso tiene el toque justo de transgresión, el toque justo de humor zafio, el toque justo de picante, el toque justo de metaficción, el toque justo de jueguecito literario. Está perfectamente medido para que nadie tuerza el gesto al morderlo, pero por eso mismo tampoco consigue que el comensal se entusiasme.

Fabulosas narraciones por historias era un chuletón soberbio, y Un momento de descanso no pasa de solomillo correcto. Y, como dice el cocinero Abraham García, el solomillo es ese plato que piden las señoritas de provincias cuando van a un restaurante elegante y no saben qué pedir.

No está mal este solomillo, que quede claro. Pero los que estamos acostumbrados al chuletón nos quedamos con ganas de más. Quizá un adolescente se conforme con un morreo y con palpar un pecho a través de un jersey, pero los que tenemos una edad necesitamos mucho más para calmar nuestros ardores inguinales.

Supongo que los de Tusquets Editores estarán encantados porque esta novela es mucho más vendible (ese Sant Jordi que se acerca…). Pero, como todo lo comercial, suena a ya oído, a ya mascado, a cierta impostura en la transgresión. Digo todo esto con  pena, porque he leído lo que es capaz de hacer Orejudo cuando se pone a hacer las cosas a lo grande, y no es grato ver a un titán achicarse para “bajar al pueblo”.

No les engañaré: me he reído con esta novela. Incluso me he carcajeado en más de una ocasión. Pero en ningún momento he soltado el libro atónito ante la burrada fantástica que acababa de leer, y en Fabulosas narraciones por historias sí que me pasó. Digamos, por último, que Fabulosas narraciones me deslumbró y Un momento de descanso me ha entretenido. Probablemente olvidaré pronto esta lectura, pero Fabulosas narraciones permanecerá años y años.

Lo dicho, que me da rabia que un gran chef se contente con apañar un solomillito tirando a demasiado hecho cuando podría poner a prueba nuestro estómago y nuestras papilas con una comida mucho más contundente.

FABULOSAS NARRACIONES POR HISTORIAS

Lo intenté leer hace un par de años, poco después de que Tusquets la reeditara (creo que la primera edición es de 1997), pero no sé por qué abandoné en la página 15. Decepcionado y cansino. Hace una semana tropecé con una reseña que la ponía por las nubes que me divierte mucho y de cuyo criterio me fío, así que le di otra oportunidad.

¿Por qué abandoné en la página 15, decepcionado y cansino? Por gilipollas. Si no supe ver la genialidad de esta novela entonces es porque era gilipollas. No hay otra explicación: estaba ciego y ahora veo. Y no puedo decir más.

Fabulosas narraciones por historias, de Antonio Orejudo, es un libro cojonudísimo, espléndido, fascinante, cabrón y divertido. Hacía tiempo que no veía mezclada tanta mala leche con tanta elegancia, tanta bestialidad con tanto refinamiento. Lo he devorado en tres noches, y eso que son 400 páginas de rústica de Tusquets en tipografía pequeñica, lo que viene a equivaler a unas 600 o 700 de otra editorial con tipos más apropiados para la presbicia. Y, aún así, creo que he tardado mucho en leerlo: maldigo cada ruido y cada beso y cada timbre de teléfono que ha interrumpido la lectura. Y cada vencimiento de párpados de madrugada.

Leer, amigos, es el estado ideal. No escribir, no publicar, no brillar: leer, sólo leer. Asocialmente, misántropamente, tóxicamente, albornócicamente, pijámicamente. Lo había olvidado y Antonio Orejudo me lo ha recordado. Hay quien lee para escribir. Algunos escribimos porque leemos, y nos creemos mejores que los primeros, pero somos igualmente inferiores a los que leen porque leen.

No se apuren, que yo me entiendo. Aún no he enloquecido del todo.

El libro de Orejudo, que me pierdo.

Si has nacido en España después de 1950 y te gusta la literatura —y, por tanto, has sido debidamente escolarizado, no me valen los poetas de la calle ni los letristas de Camela—, tú también has pasado por el calvario de la Edad de Plata. Tú también has tenido que rendir culto a las vidas de santos de Lorca, de Buñuel y de los señoritos del 27. Item más: te has tenido que tragar algún ladrillo de Unamuno y fingir no sólo que lo entendías, sino que te emocionaba el alma de Castilla (¿qué coño era eso del alma de Castilla?). Hasta te habrás familiarizado con el término krausista y habrás descubierto que Baroja, aunque era laísta, sabía escribir Schopenhauer sin errores (no como yo, que seguro que lo he escrito mal).

Si tú, como yo, has hecho un comentario de texto de las poesías de Juan Ramón Jiménez en edición negra de Cátedra, y si, como yo, has visto a un pobre profesor de literatura humillarse al intentar leer A un olmo seco, gozarás a rabiar con Fabulosas narraciones por historias.

Orejudo hace en este libro lo que los chicos aplicados y modositos que éramos no nos atrevíamos a hacer ni a decir en clase: encorrer a boinazos a Juan Ramón Jiménez mientras le llamamos Juancho el Fino; preguntarle a Unamuno si su madre, recientemente fallecida, sólo sentía placer cuando, al cagar, conseguía que el zurullo saliera intacto y no partido en dos por la involuntaria contracción del esfínter, y soltar un cerdo con una cabeza de ajos en el culo en medio de una tertulia de José Ortega y Gasset.

Todas esas cosas pasan en esta novela que no va de la generación del 98 ni de la del 27 ni de la del 69. Va de literatura y escritores, sí, pero no de literatura y escritores de época. Eso es sólo un escenario, un leitmotiv gamberro para escándalo de técnicos intermedios del Ministerio de Educación. Lo que viene a decirnos Orejudo es algo que ya sabíamos: que los escritores, al contrario que los libros, dan asco, que son gentuza y que es preferible la amistad de un sicario colombiano a la de uno de estos juntaletras que no conocen ningún sentimiento noble que no esté relacionado con su ombligo o con su polla.

Nada nuevo. Pero Orejudo lo cuenta con una gracia y una elegancia muy raras de ver en la literatura de estos lares.

Dice uno de los secundarios —escritor, of course— al final del libro, a modo de resumen-moraleja:

Los ricos siempre han permitido la existencia de artistas y de intelectuales disidentes porque les divierten, porque están ahítos de poder y de placer y buscan secretos vitales desconocidos para ellos, que les liberen de tanto hastío. Los escritores, los poetas, los pensadores y los artistas somos como los enanos de Velázquez. La única actitud revolucionaria es no publicar, renunciar a divertir a esa gentuza, no seguirles el juego, dejarles que se ahoguen en su desidia y en su mierda. Yo sigo escribiendo porque me divierto mucho haciéndolo. He debido de terminar dos o tres obras y algunos libros de poemas, pero lo he quemado todo. No publicaré jamás y tampoco les divertiré cuando me muera. Sólo quiero que se jodan.

Quizá necesitaba reírme. Quizá eran las ganas tan desesperadas que tenía de reírme en este lodazal de mierda en el que chapoteo lo que me ha hecho apreciar tantísimo este libro. Pero sigo pensando que si el yo de hace unos años no supo verlo es que ese yo era un gilipollas. Un gilipollas feliz, pero gilipollas al fin, y no el lúcido desgraciado que soy ahora.