GAUDEAMUS IGITUR

Sé que una parte importante —si no numérica, sí cualitativa— de los lectores de esta cosa mía pertenece al mundo universitario. Por el feedback que me llega por otros canales, por los pocos incautos lectores que he llegado a conocer en persona y por las direcciones de email de muchos comentaristas, sé que al otro lado hay una buena porción de profesores, investigadores, becarios de muy variada condición y algún que otro alumno o doctorando. Incluso bibliotecarios de vetustísimas universidades europeas. Este post (y el libro al que está dedicado) va por ellos.

Leo la página 175 de la última de Antonio Orejudo:

La universidad española, donde yo trabajé mucho tiempo antes de marcharme a Inglaterra, no solo es mediocre y corrupta, es también inverosímil. ¿Nunca se ha parado a pensar por qué apenas se han escrito novelas de campus en español? Yo se lo voy a decir: porque es imposible escribir una novela sobre la universidad española, que sea elegante y además verosímil. Lucky Jim, de Kingsley Amis, o Small World, de David Lodge, son tan buenas porque la universidad que toman de referencia, la anglosajona, conserva todavía unas formas impecables, aunque por dentro esté consumida por las mismas corruptelas que las de aquí. En la universidad española por el contrario la grosería aparece tal cual, sin los ropajes de la buena educación. Una novela realista, cualquier libro sobre la universidad española, aunque sea un libro de investigación como el suyo, está condenado a convertirse en una astracanada. Los que no conocen el mundillo académico pensarán además que es inverosímil. Haga la prueba. Dele usted a una persona cualquiera el acta de una reunión de departamento y no sólo pensará que usted se ha inventado ese documento; pensará también que ha perdido la cabeza.

Y en la página 155:

Castillejo contraatacó. Abrió un blog y empezó a denunciar irregularidades en la gestión de la universidad: contrataciones fraudulentas del profesorado, adjudicación de becas a dedo o arbitrariedades en la calificación de alumnos (…). Denunció corruptelas increíbles. Más que increíbles, inverosímiles, cosas que sólo pueden suceder en la universidad española y que sólo pueden creer quienes hayan pasado por ella.

Los que viven encerrados en su ámbito profesional tienden a creer que los desastres a los que asisten a diario, casi siempre con impotencia, y en el mejor de los casos, con resignación, son exclusivos de su campo. Imaginan que fuera de él las cosas funcionan con lógica, orden y un leve sentido de la justicia.

Ja.

No conozco el mundo universitario más que de oídas por los amigos que trabajan en él —y por mi experiencia como estudiante cuando todavía se usaban cálamos y las mujeres tenían prohibida la entrada—, pero conozco bien mi ámbito profesional. O el ámbito profesional en el que sigo manteniendo medio cuerpo (y un tercio entero de mi familia). Y puedo reescribir estos pasajes de Orejudo tal que así:

El periodismo español, donde yo trabajé mucho tiempo antes de marcharme a Inglaterra, no solo es mediocre y corrupto, es también inverosímil. ¿Nunca se ha parado a pensar por qué apenas se han escrito novelas de periodistas en español? Yo se lo voy a decir: porque es imposible escribir una novela sobre el periodismo español, que sea elegante y además verosímil. La ficha de bronce, de Upton Sinclair, o Noticia bomba, de Evelyn Waugh, son tan buenas porque el periodismo que toman de referencia, el anglosajón, conserva todavía unas formas impecables, aunque por dentro esté consumido por las mismas corruptelas que las de aquí. En el periodismo español por el contrario la grosería aparece tal cual, sin los ropajes de la buena educación. Una novela realista, cualquier libro sobre el periodismo español, aunque sea un libro de investigación como el suyo, está condenado a convertirse en una astracanada. Los que no conocen el mundillo periodístico pensarán además que es inverosímil. Haga la prueba. Dele usted a una persona cualquiera el vídeo de un consejo de redacción para diseñar la portada de un diario y no sólo pensará que usted se ha inventado ese documento; pensará también que ha perdido la cabeza.

Les apuesto la botella de Jack Daniel’s —no había Jim Beam en el súper— de la que me estoy sirviendo ahora mismo que el texto funciona con veinte o treinta ámbitos profesionales distintos.

Porque la verdad es ésa: nosotros somos cojonudos y estamos rodeados de mediocres y gañanes que no sólo no nos comprenden, sino que buscan nuestra ruina. Ay, si nos dieran las riendas a nosotros… Se iban a enterar tres o cuatro.

Pero, al margen de esta consideración obvia, lo cierto es que es particularmente grave que pase esto en la universidad. Mucho más que si pasa en el colegio de farmacéuticos o en el de ingenieros navales. Porque la universidad es el motor, el corazón latiente de un país moderno. Y si ese corazón está colapsado por el colesterol, todo el cuerpo falla (disculpen la metáfora médica: odio particularmente las metáforas médicas, pero no estoy muy inspirado esta noche).

No me perderé en honduras por las que no se adentra el libro aludido (no voy a ser yo más orejista que Orejudo) y haré lo que había venido a hacer: comentar un par de cositas sobre Un momento de descanso.

Básicamente, es una novela divertida que se lee en medio rato. Cualquiera que tenga que hacer un trasbordo de transporte público se la ventila en lo que dura el trayecto o en lo que tarda en llamarle el quiropráctico en la sala de espera. Es mucho mejor que el anterior título del autor, Resurrección, una novela con la que no conseguí empatizar en ningún sentido, pero mucho peor que la obra con la que está directamente emparentada, Fabulosas narraciones por historias (no he leído la que para algunos es la mejor de Orejudo, Ventajas de viajar en tren, así que, para mí, la mejor de Orejudo es Fabulosas narraciones por historias).

Mi impresión es que Orejudo no ha dado la talla en Un momento de descanso no porque no sea capaz de darla, sino porque ha preferido inhibirse. Ha escrito conscientemente una novela mucho peor de la que es capaz de escribir para facturar un producto mucho más mainstream, mucho más reader’s digest, mucho más asumible por las masas ávidas de sentirse inteligentes y de ganarle a su cuñado al Trivial. Fabulosas narraciones por historias era portentosa, pero en su portento llevaba su maldición, pues era un producto tan sofisticado y complejo que pocos se atreverían a regalárselo a su madre en el día de la ídem. Pero Un momento de descanso tiene el toque justo de transgresión, el toque justo de humor zafio, el toque justo de picante, el toque justo de metaficción, el toque justo de jueguecito literario. Está perfectamente medido para que nadie tuerza el gesto al morderlo, pero por eso mismo tampoco consigue que el comensal se entusiasme.

Fabulosas narraciones por historias era un chuletón soberbio, y Un momento de descanso no pasa de solomillo correcto. Y, como dice el cocinero Abraham García, el solomillo es ese plato que piden las señoritas de provincias cuando van a un restaurante elegante y no saben qué pedir.

No está mal este solomillo, que quede claro. Pero los que estamos acostumbrados al chuletón nos quedamos con ganas de más. Quizá un adolescente se conforme con un morreo y con palpar un pecho a través de un jersey, pero los que tenemos una edad necesitamos mucho más para calmar nuestros ardores inguinales.

Supongo que los de Tusquets Editores estarán encantados porque esta novela es mucho más vendible (ese Sant Jordi que se acerca…). Pero, como todo lo comercial, suena a ya oído, a ya mascado, a cierta impostura en la transgresión. Digo todo esto con  pena, porque he leído lo que es capaz de hacer Orejudo cuando se pone a hacer las cosas a lo grande, y no es grato ver a un titán achicarse para “bajar al pueblo”.

No les engañaré: me he reído con esta novela. Incluso me he carcajeado en más de una ocasión. Pero en ningún momento he soltado el libro atónito ante la burrada fantástica que acababa de leer, y en Fabulosas narraciones por historias sí que me pasó. Digamos, por último, que Fabulosas narraciones me deslumbró y Un momento de descanso me ha entretenido. Probablemente olvidaré pronto esta lectura, pero Fabulosas narraciones permanecerá años y años.

Lo dicho, que me da rabia que un gran chef se contente con apañar un solomillito tirando a demasiado hecho cuando podría poner a prueba nuestro estómago y nuestras papilas con una comida mucho más contundente.

4 Respuestas a GAUDEAMUS IGITUR

  1. viajeroaitaca

    Yo leí Ventajas de viajar en tren y me encantó. Te lo recomiendo vivamente

  2. Sescún Marías

    Aquí una investigadora ex-vinculada a esta universidad panderetera. Subrayo con una desagradable experiencia de censura como exbecaria predoctoral (ahora soy obrera predoctoral) la falta de elegancia de nuestra educación superior. Y de la desmovilización del personal jovenzano, que ha hecho morir a nuestra asociación regional de becarios sin que se hayan conseguido cosas tan básicas como la existencia de un contrato o la afiliación a la seguridad social. No venía a cuento, pero que ancha me he quedado…

  3. Hombre, Sergio, tienes razón en lo de que hay chuletones y hay solomillos, pero también habría que considerar que a veces apetece un chuletón y otras un solomillo. Dicho lo cual, a mí me parece que esta novela es del género chuletón, la verdad, y sólo tengo una queja: es demasiado corta, demasiado rápida, se lee demasiado deprisa. Y yo también te recomiendo Ventajas de viajar en tren, que, por cierto, para mí que tiene bastantes semejanzas con esta.

  4. Pingback: ONCE LIBROS DE DOS MIL ONCE | El Blog de Sergio del Molino

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