AMIGOS

No sé quién dijo —ni cómo lo dijo exactamente— que un amigo es el que permanece contigo más tiempo después de tu quiebra. El que permanece más tiempo, porque no se puede esperar de nadie que permanezca siempre.

No estoy muy de acuerdo con esta cínica definición. Hay sobrados ejemplos de amigos que permanecen al lado del dolor siempre. Incluso más allá de siempre, después de la muerte, venerando la memoria del caído, vigilando su tumba para que nadie la profane.

Creo en la amistad. Creo que es uno de los sentimientos más hondos, sinceros, poderosos, honestos, complejos y radicales que podemos experimentar en la vida. Y quien no sabe lo que es tener un amigo hace bien en considerarse un desgraciado.

Creo también que los amigos son para la alegría, y que su función es celebrar la vida compartida de la forma más ruidosa y estrambótica posible, pero es en la tristeza donde su naturaleza sale a la luz. En medio de la fiesta pueden brillar como amigos entes que apenas eran sombras.

Es en el quiebre cuando los amigos que de verdad lo son irrumpen con una luz fiera. No importa el tiempo o la distancia que nos separe de ellos. Amigos que viven en la otra punta del planeta, amigos a los que apenas vemos una vez al año, amigos a los que casi hemos perdido la pista, cuyas vidas se han separado tanto de las nuestras que es inconcebible que vuelvan a encontrar un punto secante, e incluso amigos que parecía que habían dejado de serlo por alguna oscura amargura o un desencuentro irrelevante que somos incapaces de recordar. Y, sin embargo, cuando se produce la quiebra, todos ellos se plantan a nuestro lado y nos cubren con su abrazo. Cuando se produce la quiebra, ni el tiempo ni la distancia ni las pequeñas o grandes traiciones del pasado importan nada: el verdadero amigo, simplemente, está, se pone a nuestra disposición.

Como están los que están a diario y, tras la quiebra, se convierten en una presencia imprescindible, en una guía fundamental, en los mejores achicadores de agua. Sabías de su grandeza porque la tratabas a diario, y aun así te sorprende su calor, si inagotable capacidad de consuelo.

Y, sin embargo, hay otros entes a los que, en medio de la fiesta, habíamos otorgado generosamente el título de amigos. Personas no afectadas por el tiempo, ni por la distancia, ni por las pequeñas rencillas, gente que vive con nosotros, aparentemente muy cerca de nosotros. Pero, cuando se produce la quiebra, esos amigos desaparecen, no dan razón.

Entra dentro de lo esperable, pero a mí me duele más otro tipo de seudoamigo, que sí que está afectado por el tiempo, la distancia o las rencillas, pero que es incapaz de trascenderlas. Sabe de tu dolor y lo rehuye: no ves jamás su nombre en tu mail, te manda condolencias a través de terceras personas y cuando suena tu móvil, jamás es él. Y, si te lo encuentras por la calle, se excusa con suavidad, como las mujeres de la canción esa de Loquillo.

Al principio de la quiebra no lo notas. Al principio de la quiebra no notas nada, todo es niebla, sólo hay formas y tactos amorfos. Pero cuando el aire clarea (el aire siempre clarea, hasta en las peores quiebras) y la rabia se hace más compacta, menos irritable, empiezas a notar las ausencias, los huecos en blanco y las miradas bajas. Y lo lamentas. Lamentas su pequeñez y te gustaría cogerles de la barbilla y obligarles a que te miraran a los ojos.

Por suerte, dura poco: los amigos saben tapar los huecos en blanco, no dejan sitio para que la bilis crezca.

Hace años me tocó visitar dos veces la casa de una familia afectada por los atentados del 11-M. Habían perdido a su hijo de 19 años. El padre me dijo: “Nadie aguanta el dolor, del dolor se huye, damos miedo”.

Y es cierto. Hace falta mucho coraje para aguantar firme en el dolor de la quiebra. Y los afectados por la quiebra lo sabemos, y no tendremos días ni bienes ni sentimientos suficientes en todas nuestras vidas para agradecer la amistad.

Y los demás, si andan faltos de valor, que no se molesten, que no envíen mensajes a través de terceros, que nos dejen en paz, que no tenemos fuerzas para lavar su mala conciencia y decirles que no se preocupen. Porque yo creo que sí que tienen motivos para preocuparse.

Amigos, os debemos todo y nunca jamás podremos pagarlo.

2 Respuestas a AMIGOS

  1. Me has emocionado. No me debes nada que yo no te deba a ti.

  2. Joer Sergio, me llegas al alma, esa que dicen que tiene que ver con la religión. Yo sin embargo, ateo por convicción, creo que el alma es parte de la visceralidad, gran cajón de los sentimientos más profundos, y ahí, querido amigo, llegas, y lo remueves todo. …
    Deseo en lo más profundo que ese dolor por el que estáis pasando remita poco a poco y veáis la luz al final del túnel, que Pablito siga “pa lante” y el nuevo años sea el inicio de lo mejor por llegar.
    Un fuerte abrazo

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