UNA CÁRCEL DE MUJERES

Antes que nada, focalicemos.

En el universo, hay una galaxia llamada Vía Láctea, en la que hay un sistema llamado solar, en el que orbita un planeta llamado Tierra, en el que hay un continente llamado Eurasia, con una península en su extremo occidental llamada Ibérica, con una ciudad en su centro llamada Madrid.

En esa ciudad hay otra ciudad nominal, la Ciudad Universitaria, en cuyo cuasicentro hay una construcción granítica y bunkeriana llamada Facultad de Ciencias de la Información. Es una construcción grande y amorfa, pero insignificante en comparación con la Ciudad Universitaria, con Madrid, con la Península Ibérica y con Eurasia. Lo bastante insignificante como para que haya pocas posibilidades de que dos individuos del universo coincidan en ella en algún plano temporal.

Y, sin embargo, hay que ver lo que cunde.

Y no sólo por Tesis, de Amenábar, que todo el mundo sabe que se rodó allí.

Leo A bordo del naufragio, de , autor que ando descubriendo estos días —sí, ya sé, llego tarde a todo, todavía intento ponerme al día de los años 90—, y allí me encuentro esa mole hormigonada llamada Facultad de Ciencias de la Información.

Por supuesto, Olmos no la llama así. Es un tío elegante y elude los rótulos oficiales. Pero es ese sitio. Son las escaleras que tantas veces subí y bajé, los ascensores que tantas veces esperé, la biblioteca en la que tantas horas perdí y la cafetería en la que tantos kilos gané y tantos cigarros y porros ajenos fumé.

Olmos tiene cuatro años más que yo, por lo que coincidimos al menos un año en ese sitio. Supongo que nos cruzaríamos en algún pasillo o nos molestaríamos en la biblioteca.

Su novela es contemporánea de Tesis, pero las coincidencias terminan ahí.

Decían que ese edificio con forma de búnker estaba pensado para una cárcel de mujeres, que readaptaron los planos de un presidio. De una cárcel de mujeres brasileña, apuntaban los más enterados. Podrían haber dicho que era un almacén de residuos nucleares y habría sido igual de verosímil. Cualquier cosa que sirva para producir o catalogar detritus era plausible como metáfora de ese lugar.

Porque eso es lo que era.

Y, sin embargo, de esas tripas que nunca veían el sol surgió A bordo del naufragio, de Alberto Olmos, finalista del Herralde en 1998, cuando su autor tenía 23 añitos y mostraba trazas de genio. El ganador del Herralde del 98 fue Roberto Bolaño. Qué mala suerte ser el telonero de Bolaño. Nadie recuerda a los teloneros de las superstars.

A bordo del naufragio tiene tics de primera novela, titubeos propios de la edad, pero casi todos pasan desapercibidos porque el conjunto es robusto e incandescente. Poético. En la contra, el editor la vende como “un posible maridaje de Cela y Faulkner”, pero obvia la referencia más clara, que para mí es el Umbral más lírico y brutal, el de Mortal y rosa. Y Henry Miller, por supuesto, constantemente citado sin citarlo.

A bordo del naufragio habla de tener 20 años y estar jodido. Habla de tener 20 años en Madrid y en un edificio con forma de búnker en la Ciudad Universitaria. Habla de tener 20 años y detestar e ignorar a todo el mundo. Habla de tener 20 años y no poder celebrarlo, de tener 20 años en el margen, fuera de cualquier gregarismo, en los límites del asco.

Leo A bordo del naufragio y me leo a mí mismo. Leo mis 20 años en ese edificio con forma de búnker. Y me cago en la nostalgia y en la soledad y en las camas desechas y en todas las noches que no dormí. Y pienso en dos o tres personas a quienes debo la vida —probablemente, de una forma cercana a lo literal— y que seguro que sabrán encontrarse también en las páginas de la primera novela de Alberto Olmos casi tan profundamente como nos encontramos los unos en las miradas de los otros las pocas veces al año que podemos compartir un par de abrazos y tres botellas.

PD.- Leer A bordo del naufragio es leer una novela secreta, pues no la leyó nadie, como prueba el hecho de que todavía circulen ejemplares de su primera y única edición de 1998 con el precio marcado en pesetas (1.500 pesetas ponía en el mío, comprado hace un par de días por no sé cuántos euros: estaba cubierto de polvo en uno de los estantes más altos y menos manoseados de una de mis librerías favoritas, por lo que no me extrañaría que llevara 12 años allí sin que nadie lo hojeara). Después de este más que prometedor arranque juvenil, Olmos sacó otra novelita en su Segovia natal y, luego, desapareció de la farándula literaria. Se marchó a Japón y no volvió a publicar un libro hasta que no tuvo 32 tacos (Trenes hacia Tokio, en Lengua de Trapo, su editorial hasta la fecha). Desde entonces ha publicado otras tres novelas que no he leído pero que me consta que gustan mucho entre los pequeños círculos de connoisseurs. Me las acabo de comprar todas —soy así de obsesivo, cuando empiezo a un escritor quiero chuparle la médula—, así que ya os iré contando. Acaba de ser incluido en la lista de Granta de los 22 autores menores de 35 años más importantes del mundo hispanograznante. Es decir, que ya es oficialmente un triunfador y ya podemos decir que sus libros son una mierda, que se ha vendido al sistema y bla, bla, bla. Espero poder decirlo, porque me corroe la envidia de lo bien que escribía el cabrón a sus 23 años. Debería estar prohibido escribir tan de puta madre a los 23 años. A los 23 años sólo hay que saber liar bien los porros e intercambiar fluidos en bares. A los 23 años debería ser obligatorio ser torpe y falaz. Odio a los genios precoces.

Una Respuesta a UNA CÁRCEL DE MUJERES

  1. Lo cierto es que, como le ocurrirá a casi toda la parroquia, nunca había oído hablar de Olmos. Probaré a leer algo de él, y si es posible, a conseguir esa novela secreta que aún lleva tatuado en su reverso el lema “1500 pesetas”.

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